Venus a la Deriva [Lucrecia] (39).
L.r.z.
Capítulo 39
L.R.Z.
Como supuse, Anabella evitó cruzarse conmigo durante los siguientes días. No insistí en verla porque ya conozco a esta monjita y sé que luego de lo ocurrido dentro de ese ropero, que para mí era tan mágico como el que llevaba a Narnia, ella debería estar sobrecargada de sentimientos contradictorios… y de información.
Ella aún debía procesar que otras monjas tuvieran relaciones sexuales entre ellas y, como si esto fuera poco, incluso habían mencionado a la misma Anabella.
Por mi parte debo procesar lo que dijeron esas monjas sobre mi madre… pero me las ingenié para mantener esos pensamientos alejados de mi mente.
Le di tres días de paz, pero algo muy importante ocurrió al cuarto día y necesitaba contárselo.
Fui hasta sus aposentos y golpeé con firmeza la pesada puerta de madera. No me importó si ella quería verme o no, estaba tan entusiasmada y feliz que necesitaba compartirlo con alguien.
Escuché el característico chirrido de su puerta y la vi aparecer vistiendo su acostumbrado atuendo de monja. Refugiándose detrás de él una vez más.
―Lucrecia yo… no sé si estoy lista para…
―¡Mirá lo que tengo! ―la interrumpí poniendo una hoja de papel frente a sus ojos.
―¿Qué es eso? ―al preguntarme se hizo a un lado para dejarme pasar, de no haberlo hecho la hubiera empujado, estaba tan entusiasmada que no tenía tiempo para sus dilemas morales.
―Es la escritura de mi nuevo departamento, está a mi nombre y ya nadie va a poder sacármelo.
―¿De verdad? ¡Qué bueno, te felicito! ―mientras cerraba la puerta esbozó una honesta sonrisa que me demostraba que estaba casi tan contenta como yo por la noticia.
―Sí, todavía quedan algunos detalles por pulir, pero lo más importante ya está ―volví a enseñarle la hoja y señalé el pie de la página donde estaba mi firma junto a mis iniciales.
―L. R. Z. ―leyó― ¿qué significa la R?
―¿Eh?
―Sé que la primera y la última letra significan Lucrecia Zimmer, pero nunca supe tu segundo nombre.
―Ni lo vas a saber. De todas formas eso no importa, lo importante es que mi madre cedió. Siento que por primera vez en mi vida logré vencerla.
―¡Qué bueno! A mí lo que me pone contenta es que ya tengas un lugar propio dónde vivir ―nos sentamos en las sillas frente a su pequeña mesita de madera―. ¿Por qué no me querés decir tu segundo nombre?
―Porque no quiero. Hubieras visto la cara de mi mamá al firmar, se quería matar…
―¿Romina?
―¿Qué?
―¿Tu segundo nombre es Romina?
―No ―fruncí el ceño―. ¿Me estás escuchando? Te estoy contando cómo fue uno de los momentos más importantes de mi vida…
―Lo importante es que ya tenés el departamento a tu nombre y que tu mamá ya no va a poder sacártelo. ¿Es Raquel?
―Dejá mi nombre en paz Anabella, yo no me meto con el tuyo ni te pregunto por tu segundo nombre.
―Es que no tengo segundo nombre. ¿Es muy feo?
―No te importa.
―Si no fuera feo me lo dirías ¿René?
―Ese es nombre de varón.
―También se puede usar para mujeres ¿Regina, Rosario, Renata, Ramona?
―Ninguno de esos, no lo vas a adivinar ni te lo voy a decir. ¿Puedo seguir contándote o empiezo yo también con las preguntas indiscretas?
―Está bien, no hacía falta que amenaces, sólo me divierto con vos ―con una sonrisa logró que mi corazón diera un salto, no podía enojarme con ella.
―Te decía que mi mamá hizo todo lo posible por perjudicarme, pero yo fui más astuta. Primero intentó encajarme un departamento horrible, todo deteriorado, que ella compró para refaccionar. Pero yo le dije que antes de firmar quería ver el lugar, obviamente lo rechacé, le dije que si no quería perder el tiempo iba a ser mejor que me muestre uno bueno y así lo hizo, tenés que verlo Anabella, es hermoso. Es un semipiso en un edificio muy lindo, está en pleno centro de la ciudad, así que me queda cerca de todo… bueno no tan cerca de acá, pero siempre voy a venir a visitarte ―le dediqué una tierna sonrisa.
―Es bueno saber que no te vas a olvidar de mí… ¿Remedios?
―¡No! No te voy a decir mi nombre por nada del… ―en ese momento se me ocurrió una idea―. Si me mostrás las tetas te digo cuál es mi segundo nombre. ―Sabía que se negaría, pero me divertía ponerla en una situación comprometedora, también me daba un poco de pena salir con esas cosas ya que la pobre monjita jugaba inocentemente.
―No hace falta que te las muestre, de todas formas puedo adivinarlo.
―Igual lo decía en broma ―le sonreí amistosamente con la culpa carcomiéndome porque sabía que había violado las reglas de su inocente jueguito―. Lo que pasa es que odio mi segundo nombre. La única que lo sabe, además de mis padres y mi hermana, es Lara… y ella tiene órdenes estrictas de no contárselo a nadie.
―Es un nombre Lucrecia, ¿tanto te molesta?
―A mí sí, hasta el nombre Lucrecia me molesta; pero no me quedó más alternativa que acostumbrarme a usarlo. No sé en qué pensaban mis padres cuando me pusieron ese nombre.
―Entonces es un nombre relacionado con la biblia.
―Como el 90% de las cosas que hacen mis padres… pero esta vez la biblia no los salvó, no sé cuánto les habrá costado ese departamento pero por el tamaño que tiene y la ubicación, seguro que no fue nada barato. De todas formas no va a afectar para nada su economía, me hubiera gustado saber que los perjudiqué un poco, porque estoy muy dolida; pero al menos sé que voy a tener un lugar donde vivir cómoda, ahora tengo que encontrar algún buen trabajo.
―¿Y cómo vas con eso?
―Bien, ayer tuve una entrevista y quedaron encantados conmigo, esta misma tarde tengo otra, en otro lugar… o sea, no sé si la tengo, mejor dicho… voy a pedir que me entrevisten en una empresa aseguradora, sé que están buscando personal y espero que me tomen. Lo que me preocupa es no poder decir que sigo estudiando mi carrera, porque mi Currículum Vitae está muy ligado a la Universidad.
―¿La vas a abandonar definitivamente? ―noté que Anabella preguntaba por inercia pero parecía estar muy distraída.
―Al menos puedo decir que ya no voy a estudiar en esta universidad, si encuentro alguna otra donde retomar mis estudios, lo voy a hacer. ¿Seguís pensando en mi segundo nombre?
―No ―sus ojos estaban clavados en algún punto imaginario sobre la mesa.
―¿Entonces en qué pensás? ―No me respondió, se limitó a morder su labio inferior― ¿te acordaste de lo que pasó en el ropero? ―levantó la mirada y sus ojos tristes quedaron a la altura de los míos.
―Sí, no te puedo negar que eso me tiene muy preocupada.
―¿Preocupada por lo que dijeron de tu mamá?
―No. Ya sé que mi mamá tiene miles de secretos ―le dije―. Lo que más me preocupa es lo que dijeron de vos. Me imagino que eso te afectó mucho.
―No… no tanto. Lo que más me afectó fue saber que estas cosas ocurren en este convento. Escuché relatos indecentes de otros conventos, pero nunca me imaginé que pudieran ocurrir acá.
―También me imagino que te afectó todo ese tema de los toqueteos ―le recordé―, y lo del consolador. ¿Tenés miedo de que se repita?
―No, eso no. Porque yo no quiero que se repita y con eso me es suficiente. Aunque me siento mal porque actué de forma indebida.
―No te tortures tanto Anabella ―le sonreí―. Tomalo como una aventura, un momento de vértigo en tu vida, no creo que Dios se vaya a enojar por lo que hiciste. Fueron sólo unos besos, muy lindos por cierto, y algunos toqueteos. Antes yo me escandalizaba con estas cosas, después aprendí que no hay que darles tanta importancia. Si te gustó entonces está bien. Y lo que hiciste con el consolador, a mí me encantó.
―Quiero dejar algo en claro, no es que haya hecho eso porque me gusten las mujeres. No me gustan y sostengo que está muy mal la relación entre dos personas del mismo sexo, no me opongo pero tampoco lo acepto. Si tuviera el poder de cambiar las cosas me gustaría que vos salieras con hombres, como corresponde…
―Andá al grano Anabella, y no voy a salir con hombres sólo porque alguien piense que es lo correcto.
―Está bien ―suspiró y prosiguió―. Lo que pasó se debió a que llevo años sin contacto humano y por la tensión sexual caí en la tentación, eras la persona que tenía a mano y para colmo no hacías más que tocarme. No soy tan fuerte como pensaba, caigo muy fácil en la tentación, especialmente en estos últimos meses.
―Es porque tu cuerpo necesita del sexo Anabella, por más que seas una monja, tenés veintinueve años y nunca te acostaste con nadie. Además sos una mujer hermosa, creo que en alguna parte de tu cabecita sabés que podés conquistar a quien vos quieras, sea hombre o mujer. Tenés mucho potencial, sos amable, inteligente y tenés una boca muy rica ―ese comentario la hizo sonreír aunque intentó disimularlo―. Creeme que no me voy a olvidar nunca de ese momento, pero lo veo como un jueguito entre amigas, nada más. ―No creía del todo en mis propias palabras, pero intentaba tranquilizarla.
―¿Hablaste con Lara sobre lo que pasó?
Esta vez fui yo quien esquivó su mirada.
―No, no sé cómo decírselo.
―Si lo viste como solo un juego y no fue más que eso para vos, decíselo así… también podrías decirle la verdad. Sería lo correcto.
―¿Y cuál crees vos que es la verdad?
Volví a mirarla a los ojos, la tensión en nuestras miradas eran tan grande que casi se podía ver una línea que viajaba desde mis pupilas hacia las suyas.
―Eso no es algo que pueda responder yo, la verdad de tus sentimientos está en tu interior.
―¿Y cuál es la verdad de los tuyos?
―La verdad es que estaba caliente Lucrecia, nada más. Sí, lo admito. Soy humana y también me excito y muchas veces caigo en la tentación. Es más, ¿vos querés la verdad? Después de lo que pasó tuve que… que tocarme... y también lo hice al otro día también, pero nada de eso significa que esté de acuerdo con lo que pasó.
―Vos me confesás todas estas cosas para no decirme la verdad. Me hablas de reacciones físicas, yo también me masturbé y hacer rato que lo hago sin culpa, pero no lo uso como excusa para esconder mis sentimientos ―la vi titubear.
―Te estoy diciendo la verdad, no hay nada oculto, como vos creés, ya te dije que a veces podés equivocarte.
―Creería que vos también podés equivocarte de vez en cuando, pero no quiero discutir con vos, ya no quiero hablar de esto. Te adoro, Anabella, sos una de las personas que más quiero en el mundo y no quiero pelearme con vos. Mejor me voy, se me va a hacer tarde para la entrevista ―me puse de pie y ella se levantó conmigo.
―Me gustó ―me dijo con los ojos abiertos por el pánico y pálida como una hoja de papel―. Lo que pasó dentro del ropero me gustó.
―Pero no volverías a repetirlo.
―No… no sé. Creo que no. Está mal Lucrecia, yo tengo votos que cumplir… además no pienso hacer algo así con una mujer.
―Entonces buscate un hombre Anabella, es obvio que necesitás de eso. Tengas votos o no, te digo la verdad, a mí me parece absurdo que un “mandato divino” te prohíba expresarte sexual y amorosamente, porque no hablo de sólo sexo, a vos te hace falta tener a alguien a tu lado, que te cuide, que te quiera y que te recuerde lo que es estar viva.
―Para eso te tengo a vos, sos mi amiga. No necesito un novio.
―Entonces tendré que dejar de ser tu amiga para que te busques uno.
―No… ―me tomó del brazo―. No hagas eso.
―No lo dije en serio Anabella, no pienso alejarme de vos.
Me moví rápido, tanto que ella ni siquiera alcanzó a reaccionar, estrellé mi boca contra la suya y la tomé por la cintura. Anabella forcejeó levemente pero luego de un instante fue cediendo poco a poco y su tierna boca se fusionó con la mía como si quisieran formar una. Pensé en Lara, pensé en todo lo que habíamos tenido que pasar para estar juntas y me sentí pésima por estar arruinando todo de esta forma; pero Anabella producía una atracción incontrolable en mí y el saber que podía besarla, dentro de su propio cuarto, sin tenerla prisionera en un ropero, me llenaba el corazón de júbilo. Cuando me separé de ella me llevé una gran sorpresa, sus ojos estaban llenos de lágrimas.
―Perdón… no me aguanté... sé que no…
―No hagas nunca más eso Lucrecia, por favor. ―Se alejó de mí mientras enjugaba las lágrimas con la manga oscura de sus hábitos―. Estoy sensible y vos te aprovechás de eso.
―No me aproveché, perdón Anabella, pero fue un impulso, no lo pude controlar… vos ya me conocés, hago las cosas sin pensar.
―Sí que las hacés… ¿pero por qué tengo que ser yo la perjudicada? Estoy intentando olvidarme de lo que se siente besar a una mujer y vos lo hacés de nuevo.
―No decaigas Anabella, vos sos una mujer fuerte, no me gusta verte así. ―Me acerqué a ella y ambas nos sentamos en la cama, tomé sus manos y le hablé con vos suave―. La culpa es mía, decime todo lo que quieras, enojate conmigo, puteame, dame uno de tus interminables sermones, pero no te pongas triste. Fue un beso, nada más.
―Para mí no fue un simple beso, vos ya estás acostumbrada a estas cosas, a mí me pesan mucho y más porque sé muy bien que no debería hacerlo; pero de verdad me hace mucha falta sentir el contacto físico, tenés mucha razón en eso. A veces siento que voy a explotar sólo por las ganas de abrazar y besar a alguien, pero no quiero abandonar mis votos. Sé que sos mujer, que sos mi amiga pero también sé que sos lo único que tengo disponible…
―Claro, a falta de algo mejor… Lucrecia puede servir.
―Así es, no te ofendas, sos una linda chica, pero…
―Pero soy mujer. No me ofendo Anabella, esa es tu verdad. Vos no te negás a estar con alguien, vos te negás a ser lesbiana, no vas a admitir por nada del mundo que una mujer te pueda despertar pasión y excitación.
―No es que una mujer me lo provoque, ya te lo expliqué, sos una persona y sos la única con la que tengo contacto, con la única que llego a estar de forma tan íntima. Si fueras hombre sería lo mismo, me provocarías igual sólo porque no conozco otra cosa… quisiera que fueras hombre.
―¿Para qué? ¿Serías mi novia, harías el amor conmigo si yo fuera hombre?
―No.
―¿Entonces? ¿Qué cambia? Vos me querés a mí, dejando de lado mi sexo, me querés como persona… como amiga. ¿No es así?
―Sí, te quiero mucho.
―Vos te morís de ganas por besar y abrasar a alguien ―asintió con la cabeza―, y dijiste que yo soy lo único que tenés a mano ―volvió a asentir―. Entonces hacelo, sacate las ganas. Me ofrezco como voluntaria, pero no te tortures más.
―Tenés novia Lucrecia y sos…
―Ya sé que tengo novia, ya sé que soy mujer, pero volvemos al mismo círculo vicioso, dejá que yo me preocupe por mi novia, hagamos un paréntesis y aprovechá este único momento para sentir eso que tanto querés sentir. Después todo vuelve a la normalidad.
―No va a volver a la normalidad…
―Al menos prometo hacer el intento para que volvamos a ser las amigas de siempre, pero no vamos a poder hacerlo si todavía tenemos esta tensión acumulada. Sacate las ganas, es un beso nomás y después podés seguir viviendo una vida gris de votos de abstinencia y rosarios interminables para expiar pecados inexistentes. ―Sus ojos brillaban y su boca sonrosada está más hermosa que nunca―. Si lo vas a hacer, sacate el velo ―yo misma se lo quité liberando su hermoso cabello―. Tenés un pelo divino, no deberías esconderlo así. Sos hermosa Anabella.
Con estas palabras conseguí quebrar la última capa de su coraza, se lanzó sobre mí, envolviéndome con sus brazos y su boca buscó la mía sin dudar. Me incliné de a poco hacia atrás, obligándola a perseguirme, si me iba a besar quería que lo hiciera por iniciativa propia. Me alegré cuando mi cabeza tocó el colchón de la cama y su boca seguía pegada a la mía. Inmediatamente introduje mi lengua entre sus labios hasta que toqué la suya. Acaricié su espalda con ambas manos y las subí hasta que mis dedos se enredaron en sus finos cabellos. La tibieza de su lengua dentro de mi boca me hacía olvidarme del mundo, no podía pensar en otra cosa que no fuera ella y mi corazón se sacudía con furia dentro de mi pecho. No sabía qué más hacer, no le había preguntado qué tan lejos quería llegar con ese beso y temía arruinar el momento. Me esforcé por mantener mis manos quietas, abrazándola fuerte y permitiendo que jugara con mis labios a gusto. Entre arrumacos y caricias la oí susurrar muy cerca de mi oído una frase que seguramente se va a quedar grabada en mí para siempre:
―Quisiera que fueras hombre.
Ni siquiera tuve tiempo para responderle o preguntarle si había escuchado bien, volvió a sellar mi boca empleando su lengua como tapón y me dejé llevar por la pasión. Cuando el beso se estaba tornando más intenso ella se alejó repentinamente de mí y quedó de rodillas en la cama mirándome a los ojos.
―Gracias ―dijo con voz cálida―. Creo que ya es suficiente ―sus mejillas estaban rojas y su pecho subía y bajaba al compás de su respiración―. Espero que entiendas por qué lo hice y no lo malinterpretes.
―Lo sé ―le dije sin estar muy convencida―. Necesitabas sentir el calor de otra persona ―asintió con la cabeza―. Espero que te sientas mucho mejor ahora.
Estuve a punto de decirle que eso debería dejarla satisfecha por el resto de su vida, mientras mantenga dichos votos, pero no quería ser tan cruel con ella.
―Tengo que ir a confesarme.
―¿Ya? ¿Ni siquiera te vas a permitir disfrutar un rato de esta sensación?
―Ya disfruté demasiado, diría que me excedí considerablemente.
―Dejame que te lo ponga de otra forma ¿Pensás volver tan pronto a la tortura? ―Estrujó sus dedos mirándome fijamente―. Sé que estas nerviosa Anabella… y ansiosa. A mí me pasó lo mismo la primera vez que besé a una mujer. No digo que no vayas a confesarte, tal vez eso te hace sentir mejor, sólo te digo que no lo hagas ahora mismo, date al menos un día de paz.
―Está bien… sólo un día. Mañana me confieso.
―¿Le vas a contar al Cura que besaste a una mujer? ―volvió a dudar.
―No sé, tal vez sólo le digo que caí en la tentación o que me dejé llevar por la situación… o que tengo una amiga que se mete mucho en mi vida y me vuelve loca. ―Al decir esto último sonrió tímidamente.
―Te faltó decir que esa amiga se va a seguir metiendo en tu vida y va a seguir volviéndote loca. ―Me levanté de un salto y la abracé con fuerza, le di un beso amistoso en la mejilla―. De verdad te quiero mucho, Anabella.
―Yo también te quiero, Lucrecia.
―Ahora si me voy, tengo que estar en esa entrevista, necesito desesperadamente un trabajo.
―Me alegra saber que seguís con los pies en la tierra, andá a atender tus asuntos y te deseo mucha suerte. Que Dios te bendiga.
―Muchas gracias, a vos también. ―Por un segundo me miró como si hubiera dicho una grosería―. lo digo en serio Anabella, espero que Dios te ayude mucho y que aclare tu camino ―esta vez me sonrió con ternura y supe que por una vez en mi vida había dicho lo correcto.
Antes de ir a pedir trabajo a la compañía aseguradora, me reuní con Lara en una cafetería. Ella tuvo que pagar su parte, porque yo no estaba en condiciones de hacerlo por las dos; sin embargo esto no le molestó para nada. Me dejó en claro que ella prefiere pagar por su comida, o por su café.
―Te traje otro regalito ―me dijo, mientras yo me comía la segunda medialuna de manteca.
―Ay no… espero que no sea un dildo, Lara… estoy a punto de ir a pedir trabajo y…
Ella soltó una risita, por suerte no había nadie cerca para oír nuestra conversación.
―No es eso, quedate tranquila. Me contaste que tu celu se rompió…
―Así es.
―No tengo otro celular para prestarte, pero sí tengo una tablet. Por lo menos te va a servir para mirar videos en YouTube… o algo así.
―Ay, mi gracias. Pero no te quiero dejar sin tablet a vos, Lara.
―No te preocupes, yo nunca la uso. La tengo guardada en un cajón, juntando polvo. Además te dejé otros regalitos dentro de la tablet.
―Mmmm… eso me interesa más. ¿De qué tipo de regalitos estamos hablando? ―Pregunté susurrando y acercándome mucho a ella.
―Algunas fotitos de una Lara muy indiscreta ―dijo ella con una sonrisa picarona―. Y también videos.
―Eso es excelente ―dije, con una gran sonrisa.
―Y hay más… también hay algo de material de mi mamá. Creo que lo vas a disfrutar mucho.
―¿Cosas… porno? ―ella asintió con la cabeza―. ¿Y cómo hiciste para conseguir esas cosas de tu mamá?
―Ella no lo sabe, pero yo sé cómo desbloquear su celular… así descubrí que a la muy picarona le gusta sacarse fotitos bastante explícitas… y a veces hasta se graba.
―Espero que no haya cosas con tu papá, porque tu vieja me calienta, no lo voy a negar; pero a Lucio lo veo con otros ojos.
―No te preocupes, no hay nada de eso. Solo puse cosas que te puedan gustar.
―Ah, mejor así.
―Y hay más…
―¿Más?
―Sí. También sumé algunos fragmentos de los videos de tu mamá en esa fiestita tan peculiar.
―¿Qué? ¿Por qué hiciste eso? A mí no me interesa ver a mi mamá en esa situación…
―Ya sé, pero igual los puse, por si necesitás pedirle algo más. Siempre podés recurrir a esos videos para…
―¿Para chantajearla?
―Bueno sí, aunque yo lo llamaría: incentivos para la colaboración. Y te puedo asegurar que con el material que hay en la tablet, la vas a poder incentivar mucho cuando necesites que ella te de algo.
―Mmmm… bueno, no sé si voy a recurrir a ese material; pero está bueno tenerlo, en caso de emergencia. Muchas gracias, Lara, te prometo que voy a mirar atentamente todo tu material…
―Y el de mi mamá, no te olvides de mirar eso, porque hay verdaderas joyitas.
―Se nota que te gusta que yo me caliente con tu mamá.
―Sí, no lo voy a negar. Me causa mucho morbo, además me hace sentir muy orgullosa de mi mamá.
―Candela es preciosa. Te prometo que también voy a mirar esto, y va a ser un buen entretenimiento, porque no creo que pueda conectar internet hasta que consiga trabajo.
―Qué embole. Yo no sabría qué hacer sin internet. Bueno, al menos tenés material suficiente como para clavarte un par de pajas al día.
Nos reímos como taradas y tuvimos que bajar la voz, porque los demás clientes ya se estaban fijando en nosotras. Me despedí de ella, con un discreto beso en la mejilla. Aún nos da un poco de miedo besarnos en público, porque no sabemos cómo va a reaccionar la gente.
Cada una salió en una dirección diferente, ella volvió a su casa y yo me fui directamente a buscar trabajo.
La compañía aseguradora estaba ubicada en un visible local con la vidriera repleta de publicidad, era imposible confundirla con otro sitio. Mi prioridad en este momento, además de apartar de mi mente todo lo ocurrido con Anabella, era mostrarme segura de mí misma, darle a entender a quién me recibiera que yo estaba perfectamente capacitada para trabajar en un sitio como este. No tener que cursar en la Universidad podría ser un punto a mi favor ya que ahora tengo mucho más tiempo disponible y puedo solicitar un trabajo de tiempo completo.
Un rechoncho y amable guardia de seguridad me indicó con quién debía hablar para solicitar el empleo y enfilé directamente hacia esa persona, se trataba de una mujer que rondaba los cuarenta años y tenía el cabello teñido de rubio. Esta empleada no fue tan cordial conmigo y no hizo más que subrayar la frase: “Creo que no nos hace falta más personal”, pero me mantuve firme en mi petición y le imploré que me escuchara y que me hiciera saber si llegaba a aparecer aunque sea una mínima oportunidad de entrar. Tuve que dejarle el número de teléfono de Lara ya que el mío aún estaba fuera de servicio.
Veinte minutos más tarde, con el ánimo por el piso, abandoné las oficinas de la aseguradora machacándome la cabeza e intentando recordar en qué otro lugar podría solicitar empleo. Escuché que alguien hablaba a los gritos desde la vereda de enfrente, pero ni siquiera me volteé para ver de quién se trataba, seguí con la mirada clavada en las baldosas bajo mis pies. La voz se volvió tan insistente que ya no me quedó ninguna duda, ese hombre, sea quien sea, se estaba dirigiendo a mí. Al ladear un poco la cabeza, usando mi visión periférica, me di cuenta de que esa persona ya estaba cruzando la calle, caminando directamente hacia mí, se trataba de un muchacho con barba de unos días y cabello negro ondulado. Lo primero que pensé es que se trataba de alguno de esos degenerados con demasiado tiempo libre que se dedican a acosar a las mujeres en la vía pública pero luego me di cuenta de que conocía a este muchacho de alguna parte.
―¡Hola! ―Me dijo con una amplia sonrisa cuando estaba a unos dos metros de mí― ¿tu nombre era Lucrecia, cierto?
―Eh… sí, lo sigue siendo ―lo miré fijamente y de pronto mi memoria se aclaró― ¡Ah! Vos sos el chico me ayudó con lo del degenerado ese… perdón, me olvidé tu nombre.
―Alejandro. ¿Cómo estás? ¿No volvieron a acosarte?
―De momento no, por suerte. Perdón que no haya llamado para agradecerte pero mi teléfono sigue roto.
―Todo bien, no te preocupes. Tampoco esperaba que lo hicieras, fue una simple cortesía. ¿Qué andás haciendo por acá?
―Lo mismo que hacía ese día, buscando trabajo, pero parece que no hay suerte.
―Es cierto, por eso cuando uno encuentra un buen trabajo debe cuidarlo, es muy difícil encontrar otro hoy en día ―me percaté de que estaba bien vestido, con camisa blanca y pantalón de vestir negro.
―¿Vos recién saliste de trabajar?
―Se podría decir que sí, en realidad no sigo un horario fijo.
―¿De qué trabajás?
―Soy periodista “freelance”.
―¿Y eso qué es?
―Digamos que soy como cualquier otro periodista, pero trabajo por cuenta propia vendiendo noticias y notas de interés a diarios locales. Tengo un convenio con uno en particular, ellos me pagan bastante bien. Ahora salí a aclarar un poco mi cabeza porque tengo que pensar en qué puedo basar mi próximo artículo.
―Ah, qué buen trabajo.
―La verdad que sí, a veces me siento como un detective privado, metiéndome en la vida de la gente ―su comentario me hizo sonreír, debía admitir que el chico tenía cierta simpatía.
―Si te metieras en mi vida más que un detective privado, necesitarías ser un psicólogo.
―¿Tan loca estás? ―me lo dijo a modo de broma.
―Más de lo que aparento… y ya es mucho decir. Además, con todo lo que me está pasando últimamente, no sé cómo no exploté y mandé a la mierda a todo el mundo. Perdón por la expresión, pero así me siento.
―No debe ser nada fácil superar lo que te pasó con ese degenerado.
―Aunque no lo creas, eso es lo que menos me afectó, prácticamente me olvidé de eso, fue un gran susto en el momento pero después tuve cosas más importantes por las cuales preocuparme.
―¿Como cuáles? Por ejemplo. Si es que se puede saber.
―Digamos que tengo problemas familiares, problemas con el estudio y problemas laborales, si es que se considera un problema laboral el no conseguir trabajo.
―Sí que lo es. Me interesa seguir charlando con vos ¿no querés que vayamos a tomar algo a mi casa?
―Tan bien que veníamos…
―¿Qué?
―¿No te parece un poco lanzado estar invitándome a tomar algo a tu casa a esta hora del día? ―supuse que serían aproximadamente las seis de la tarde.
―Ah, perdón. Fue mi culpa. Es que me olvidé de aclarar algunas cosas. Primero, no te invito a tomar alcohol. Segundo, tampoco te invito con malas intenciones, no es lo que estás pensando. Yo tengo novia y ella vive conmigo, en este momento tiene que estar en casa. Tercero, vivo a dos cuadras de acá y me pareció más cómodo charlar sentados en una silla antes que estar parados en plena calle. Hay muchos locos dando vuelta.
―¿Y cómo sé yo que vos no sos uno de esos? Todo lo que dijiste podría ser mentira ―no creía que lo fuera pero me gustaba hacerme la difícil.
―En eso tenés razón, no tengo forma de probarlo. ―Pensó durante unos instantes con una mueca bastante cómica en su rostro―. En mi defensa sólo puedo decir que me puse de tu parte cuando te atacó ese loco, podría haberme puesto de su lado.
―¿Me hubieras violado? ―ya me divertía con él.
―No, para nada. Justamente eso es lo que intento decir. De haber querido hacerlo, ya lo hubiera hecho, tuve mi oportunidad.
―Buen punto, no me deja del todo tranquila, pero es un avance. Está bien, no tengo nada que hacer ahora ya que fracasé en mi último intento por solicitar un puesto de trabajo, podemos ir un rato a tu casa… pero te aviso que cuando vea algo que no me gusta, me voy.
―Trato hecho.
A pesar de que fui un poco dura con él, Alejandro me parecía un buen pibe, y bastante sincero. Si es cierto que vive con su novia, entonces no creo que tenga intenciones sexuales conmigo… a menos que pretenda invitarme a participar en un trío con ellos, o algo así. Pero bueno, esa soy yo, haciéndome la película una vez más.
Caminé junto a él, hacia su casa, intentando apartar de mi cabeza esas ideas disparatadas y sin fundamentos lógicos.