Venus a la Deriva [Lucrecia] (34).
Reconstrucción.
Capítulo 34.
Reconstrucción.
―Esperá un momentito, Lucrecia ―dijo Lara―. Voy a hablar con mis padres… a ver si podemos hacer algo.
―Está bien.
Esperé en la entrada de su casa, que era más bonita por dentro que por fuera, la fachada solamente mostraba una pared completamente blanca, una puerta y dos ventanas. Lo más estándar posible. Por un momento me sentí indefensa, a la deriva como un náufrago. Necesitaba que alguien me detenga o me perdería para siempre en un amplio e inmenso océano de dudas en el cual no sabía nadar. El mundo era mucho más cruel de lo que yo imaginaba. Hasta mis propios padres fueron capaces de echarme de su casa, y no les importó que yo no tuviera un sitio para vivir. Lo que más me duele es que no hayan tenido la decencia de prestarme un departamento. Mi madre posee muchos a su nombre, los cuales suele alquilar en su agencia inmobiliaria; pero al parecer estos departamentos son demasiado buenos como para que su lesbiana hija mayor viva allí.
La odio.
Aquí parada en la vereda de la casa de Lara, rogando porque me permitan seguir abusando de su hospitalidad durante unos días más… me doy cuenta de que odio a mi madre.
De pronto la puerta se abrió y vi al padre de Lara.
―Pasá Lucre, permitime que te ayude con las valijas. ―La cálida sonrisa detrás de la poblada barba de Lucio me reconfortó―. Lara me contó que tuviste otro inconveniente, no te preocupes, ya se van a solucionar tus problemas. Ahora lo importante es que tengas un lugar cómo para dormir, y que no te falte un plato de comida.
―Muchas gracias Lucio, no sabés cuánto agradezco tu ayuda ―dije, con los ojos empapados en lágrimas.
Entré a la casa arrastrando una pesada valija, mientras Lucio cargaba con la otra. Supliqué que no se le ocurriera abrirla, ya que encontraría la caja llena de juguetes sexuales. Era como transportar una bomba de tiempo de una casa a la otra. Debía encontrar una forma de deshacerme de ella o de dejársela a alguien para que la guarde.
Lara estaba sirviendo el desayuno en la mesa, me llenó de amor ver que ponía una taza para mí, como si yo fuera parte de la familia. ¿Y por qué no? Por un día más me podía permitir fantasear con la idea de que somos una familia feliz.
Si no fuera porque me da miedo cómo puedan reaccionar sus padres, ya hubiera blanqueado mi relación con ella. Gritaría a los cuatro vientos que es mi novia.
Me sentí un poco mal al compartir la mesa con Lucio, ese tipo tan bueno, que me abrió las puertas de su casa otra vez, era un cornudo… y por mi culpa. No importa cuántas excusas haya puesto Candela, la realidad es que yo me acosté con ella. Nos chupamos las conchas la una a la otra, de una forma muy apasionada. ¿Qué pensaría Lucio si supiera que pocos días atrás mi cara estuvo entre las piernas de su mujer? ¿Y si supiera que Candela me dio una tremenda comida de concha? ¿Y si además supiera que también me acuesto con su hija?
Sentí un escalofrío. Ojalá ese tipo nunca se entere de nada de esto. No quiero verificar si es cierta aquella frase que dice: “No hay más malo que el bueno cuando se enoja”.
Luego de desayunar Lara insistió en que fuéramos juntas a la universidad. No pude darle ninguna buena excusa, sólo le dije que no tenía ganas; pero ella hizo oídos sordos y prácticamente me arrastró hasta el auto de su padre. Aseguró que debíamos hablar con algún directivo de la universidad para solicitar una beca, de lo contrario no podría completar mis estudios; algo que había bajado muchos peldaños en la escala de mis prioridades.
Cuando llegamos a la universidad, volvió a tomarme el brazo y me llevó adentro. Me sentía como una muñeca de trapo, prisionera de una enana cruel y despiadada. Pero en realidad ella lo hacía por mi bien.
―Vamos a secretaría, ahí tiene que haber alguien que pueda ayudarnos ―me dijo sin dejar de caminar a paso ligero, con sus piernas cortitas.
―¿De verdad pensás que me van a dar la beca?
―Obvio, ¿por qué no te la darían? Tenés una de las mejores calificaciones de la universidad, además sos muy aplicada… últimamente faltaste mucho, pero eso no afecta tu rendimiento y… ―se quedó muda.
Al abrir la puerta con la inscripción “Secretaría” una preciosa pelirroja de ojos verdes nos miró desde atrás de unos anteojos con montura roja. Lara permaneció boquiabierta junto a mí, sin apartar la mirada de esa hermosa mujer. Samantha le sonrió amablemente.
―¡Hola! ―Saludó efusivamente―. ¡Qué bueno verte otra vez, Lucrecia!
―¿Se conocen? ―preguntó la pequeña.
―Sí, nos conocimos hace poco. Lara te presento a Samantha. Samantha, esta es Lara, mi novia ―agregué esas últimas palabras porque no había otra persona en la oficina.
―Encantada de conocerte, Lara.
La petisa me miró con los ojos muy abiertos, como si de repente me hubiera vuelto totalmente loca.
―No te preocupes, Lara ―dije―. A Samantha no le molesta que seamos lesbianas.
―Claro que no me molesta ―se apresuró a decir la pelirroja―. Al contrario, me alegra verlas juntas. Hacen una linda pareja. Yo también tuve alguna que otra experiencia lésbica.
Esta confesión dejó a Lara aún más estupefacta.
La bella secretaria se puso de pie y rodeó el escritorio, pudimos ver sus piernas talladas en mármol debajo de una formal pollera negra que se ajustaba muy bien a su figura. La mirada de Lara pasó del delicado escote a los ojos de esmeralda y allí se quedaron, perdidos. Sonreí porque su reacción fue muy similar a la que tuve yo el día que vi por primera vez a esta joyita femenina. Cuando la pelirroja se acercó para besarla en la mejilla, fue como el color de sus cabellos se hubiera trasladado a las mejillas de Lara.
―¿Cómo estás, Lucrecia? ―Preguntó saludándome de la misma forma―. Hace tiempo que no sé nada de vos. Ayer te llamé pero no pude comunicarme.
―Se me rompió el teléfono, voy a estar incomunicada por un tiempo. Últimamente estoy teniendo muchos problemas, justamente vine para intentar solucionar uno de ellos.
―Siéntense y me cuentan bien ¿quieren tomar algo?
―No gracias, recién desayunamos ―le dije mientras nos sentábamos.
Le conté todos los problemas que tuve con mis padres, Lara se quedó en silencio casi todo el tiempo, mirándonos a ambas con una expresión seria; me pregunté qué estaría pensando. A Samantha le indignó mucho la decisión de mi madre y me prometió que haría todo lo posible para ayudarme.
―Si querés solicitar una beca tenés que hablar con Gladis Ramírez. Ella es la que maneja todo ese asunto. Es una buena mujer, supongo que no tendrás muchos inconvenientes. Ahora mismo la llamo para ver si te puede atender.
―Muchas gracias, Samantha. No te imaginás lo bien que me hace recibir esta ayuda.
―Creo que es lo mínimo que puedo hacer por vos después de… ―se quedó en silencio mirando a Lara con el auricular del teléfono en la mano.
―No te preocupes Sami, Lara ya sabe lo que pasó entre nosotras ―le sonreí para tranquilizarla.
―¿Ya lo sé? ―Preguntó Lara, confundida.
―Sí, te conté de Samantha. ¿Te acordás aquella vez que nos pusimos traviesas en el baño de la universidad y que alguien nos pasó un papelito por debajo de la puerta? ―Pude notar cómo Samantha se ponía tan roja como su pelo.
―¿Ella es la de la notita? ―Dijo Lara, con una amplia sonrisa en los labios.
―Sip, es ella.
―Interesante…
La pobre Sami no sabía dónde meterse.
―Ay, qué suerte que ya lo sepa ―dijo―. Por un momento pensé que había metido la pata.
―No te preocupes. A Lara le cuento todo lo que hago. Además de ser mi novia, es mi amiga de confianza.
Esto hizo sonreír a la petiza, aunque creo que su sonrisa se debía más a imaginar a la pelirroja sin ropa.
Samantha concretó la cita con la señora Ramírez y nos despedimos de ella. Me dio la ligera impresión de que el beso en la mejilla que Lara le dio para despedirse, estuvo más cerca de la boca de lo que debía estar.
―Esa chica es hermosa ―dijo Lara apenas abandonamos la oficina y nos encaminamos hacia la otra―. Con razón quisiste conocerla.
―De hecho no le vi la cara hasta que estuve frente a ella. Fue una gran suerte encontrarme con una chica tan linda.
―Ah, eso sí que es un golpe de suerte. Es la chica más hermosa que conocí. Y no te ofendas, Lucre, no digo que vos no seas hermosa, porque sí lo sos… pero…
―Samantha tiene una clase de belleza que es capaz de dejar con la boca abierta a cualquiera. Aunque conozco a una mujer más linda ―no pude evitar pensar en Anabella― se llama Lara.
―¡Perdón! No debí decir eso de Sami. Vos sos la más hermosa de todas ―sonrió avergonzada.
―No intentes arreglarla ahora. Es tarde. Además tengo que admitir que Samantha es mucho más hermosa que yo ―no le iba a recriminar nada porque no había sido completamente sincera. De verdad pensaba que Anabella era más bonita de que Samantha. Quizás fuera cierto, o tal vez yo lo veía así, porque es monja, y eso la hace más exótica.
―La belleza es muy subjetiva, no a todos nos gusta lo mismo.
―Y vos ya dejaste en claro que te gusta más ella.
―¿Te enojaste amor?
―No ―me gusta hacerla sufrir un poco, tal y como ella lo hace conmigo cuando empieza con sus chistes de mal gusto.
―Sí te enojaste. Perdón, soy una boluda…
―Ya fue, Lara. No importa ―mantuve una artificial expresión de seriedad en mi rostro, aunque por dentro me estuviera riendo.
En ese momento me tomó con fuerza de la mano y me empujó contra la pared, a pesar de su tamaño era una chica muy fuerte. Se puso en puntas de pie y me besó apasionadamente en la boca.
―Vos sos todo para mi Lucrecia. Te amo… y que no se te olvide.
Conmovida y de mejor humor llegué hasta la oficina de Gladis Rodríguez. Apenas abrí la puerta, luego de que me indicaron que podía entrar, vi una simpática mujer con el cabello ondulado teñido de rubio.
―Usted debe ser Lucrecia Zimmer ―me dijo señalándome una silla―. Samantha me contó que necesitás una beca. Eso me deja un poco confundida.
―¿Confundida por qué? ―pregunté mientras me sentaba; Lara hizo lo mismo en la silla contigua.
―Me parece muy raro que una chica en tu posición económica esté pidiendo una beca universitaria. Estuve revisando tu expediente y jamás hubo un retraso en una cuota, incluso tus padres hicieron importantes donaciones al establecimiento.
―Sí, eso es cierto, pero las cosas cambiaron. ―No sabía cómo contarle sobre mis problemas―. Hubo un inconveniente... y ya no vivo con mis padres. Tengo entendido que tampoco seguirán pagando por mis estudios.
―Ya veo ―permaneció estática mirándome― ¿qué tipo de inconveniente?
―Eso no viene al caso ―intervino Lara―. El hecho es que Lucrecia ya no puede costear la cuota mensual y necesita que la Universidad le dé una mano. Ella tiene una de las mejores calificaciones de la institución… y como bien dijo usted, sus padres hicieron importantes donaciones. ¿No pueden servir para pagarle algunos años de estudio?
―Sí, eso es cierto. Acabo de ver sus promedios y quedé sorprendida, pero pónganse en mi lugar, no puedo entregar tan fácilmente una beca a una persona que proviene de una familia como la suya. La gente se quejaría de inmediato, hay muchas personas más necesitadas que reclaman por una beca y se les niega. No podemos becar a todo alumno que tenga buenas calificaciones. El inconveniente con sus padres podría solucionarse dentro de unas semanas, o unos meses.
―Le pido que por favor me entienda ―le rogué―. Este no es un problema que se vaya a arreglar en unas semanas. Mis padres se desentendieron de mí. Me echaron de mi casa, de forma definitiva. Los conozco muy bien, son muy orgullosos. No van a darme ni un centavo y no me gustaría tener que abandonar mis estudios.
―¿Tan grave es la situación?
―Sí, lo es. En este momento ni siquiera tengo un sitio donde vivir. Me estoy quedando en la casa de mi amiga ―señalé a Lara con el pulgar―. Sus padres fueron muy generosos al permitirme quedarme por unos días; pero no puedo seguir abusando de su hospitalidad.
―Está bien, déjeme ver qué puedo hacer por usted ―respondió con una sonrisa gentil.
Nos prometió que intentaría hacer todo lo posible porque me dieran una beca y luego de pasar un rato charlando sobre el papeleo, salimos de su oficina. Decidimos presentarnos a la siguiente clase, la cual comenzaría en pocos minutos y en cuanto nos dirigíamos al salón nos volvimos a cruzar con Samantha; la pelirroja sonrió alegremente al vernos.
―Las estaba buscando. Me quedé pensando en lo que me dijiste Lucrecia, eso de que no tenés dónde quedarte y me pone muy mal que tengas que pasar por esto. Por esto te digo que podés quedarte en mi departamento cuando quieras. No me malinterpretes, podés ir a dormir, aunque no tengo mucho lugar. Tampoco te puedo ofrecer que te quedes por tiempo indefinido ya que mi familia a veces me visita y pensarían mal si saben que vivo con una mujer... teniendo una sola cama ―en ese momento miró a Lara.
―Por mí no se preocupen ―dijo la petiza―. A mí no me molesta que Lucrecia vaya a dormir a tu casa. No soy celosa. Por hoy no hay problemas en que se quede en mi casa, mis padres nos están esperando.
―Sí, tus padres son muy buenos ―acoté― pero como dije antes, no quiero abusar de su gentileza, ni de la de nadie ―miré a Samantha―. Te agradezco enormemente el gesto, pero no quiero molestarte.
―No me molestás Lucre, al contrario. Estaría bueno tener visitas de vez en cuando, no te imaginas lo solitaria que puede ser la vida de una secretaria administrativa.
―Bueno, en ese caso… podría ir mañana a tu casa, luego de cursar. Con o sin beca, este mes lo tengo pagado y Lara tiene razón, tengo que seguir estudiando.
―Sí que tiene razón. Vos concentrate en tus estudios, el resto va a salir bien. No te preocupes.
Cuando llegó la noche, Lara y yo nos acostamos en su cama. Conversamos sobre distintos temas hasta que, por supuesto, comenzamos a ponernos mimosas. En cuestión de segundos ya estábamos las dos prácticamente desnudas, la única prenda que aún teníamos puesta era nuestras tangas, las cuales mandaríamos a volar pronto. Los besos y las caricias se estaban haciendo cada vez más intensos… y fue un verdadero milagro que las dos escucháramos el sonido de la puerta.
Nos separamos de inmediato, como si hubiéramos sufrido una potente descarga eléctrica. No llegamos a taparnos con la sábana, pero tampoco fue necesario hacerlo. Se trataba de Candela e imaginé que a ella no le importaría mucho que las dos estuviéramos con las tetas al aire, teniendo en cuenta todo lo que pasó.
―¿Cómo están, chicas? ―Saludó con una radiante sonrisa. Entró a la pieza y cerró la puerta suavemente―. Lucio está durmiendo y quería saludarlas antes de acostarme. ―Candela vestía solamente una camiseta sin mangas, que le marcaba mucho los pezones, y una diminuta tanga negra. Estaba preciosa.
―Estamos bien, mamá ―gracias.
―¿Y cómo se están portando?
―¿A qué te referís? ―Preguntó Lara, haciéndose la boluda.
―A que las veo con poquita ropa.
―¿Y qué tiene? ―dijo Lara, encogiéndose de hombros―. Con Lucre ya nos tenemos mucha confianza.
―Sí, lo sé, y me parece perfecto… siempre y cuando esa confianza no termine decantando en otra cosa. Ya saben a qué me refiero.
―Por eso quedate tranquila, mamá. Es algo del pasado. Creo que las dos ya lo tenemos bien superado.
―Me alegra mucho oír eso. Pero solo para estar segura… me gustaría comprobar algo.
Candela se sentó en la cama, del lado que ocupaba Lara. Acarició el abdomen de su hija y fue bajando la mano lentamente. Mi novia me miró, con los ojos muy abiertos, sin entender qué era lo que estaba haciendo su madre. Cuando la mano llegó al Monte de Venus, me pareció notar un brillo de excitación en sus ojos. No la culpo, los dedos de Candela son muy suaves. La mano bajó hasta perderse dentro de la tanga, me quedó totalmente claro qué estaba tocando.
―Mmm… estás bastante mojada ―dijo Candela, moviendo sus dedos contra la concha de Lara―. ¿A qué se debe?
No era la primera vez que veía a Candela tocándole la concha a su hija, pero aún me parecía un espectáculo sumamente morboso… hasta me sentí culpable por estar disfrutándolo. Era una locura… sin embargo me gustaba verlo.
―Lo que pasa es que… estábamos hablando de algunas fantasías sexuales. Las amigas suelen hablar de esas cosas…
―Sí, claro. Por supuesto ―dijo Candela―. ¿Quién mejor que una buena amiga para conversar sobre tus fantasías sexuales? ¿Y esas fantasías involucraban hombres o mujeres?
―Hombres ―se apresuró a decir Lara, al mismo tiempo que su cuerpo sufría un espasmo provocado por los toqueteos de su madre.
Candela bajó la tanga de su hija y pude ver esa preciosa concha cubierta de flujos vaginales. Los dedos de Candela no se detuvieron, fueron directamente hacia el clítoris y comenzaron a frotarlo, como si la estuviera masturbando.
―Me parece bien ―continuó diciendo la madre de Lara― que hablen de sexo. Ustedes ya son grandes. Y sé muy bien que a veces esas conversaciones entre amigas se pueden poner muy… excitantes. Puede que les den ganas de tocarse un poquito…
―No, mamá…
―No mientas, Lara. Tenés la concha toda mojada. Se nota que te morís de ganas de hacerte una paja. No lo querés admitir porque sabés que a mí no me gusta que te estés tocando tanto. Pero… teniendo en cuenta la relación de confianza que tenés con Lucrecia, no me molesta que te masturbes con ella.
―¿Ah no? ―Preguntó Lara. Sus mejillas estaban rojas y los dedos de su madre entraban y salían de su concha.
―No, para nada. Siempre y cuando no se estén tocando entre ustedes. ¿Me explico? Si me prometen que lo van a hacer así, entonces pueden pajearse todo lo que quieran, cuando estén juntas.
―Sí, mamá. Entiendo muy bien. Te prometo que lo vamos a hacer así. Gracias por tenernos tanta confianza.
―Está bien. Bueno, ahora sí me voy a dormir. Que descansen… y ya saben, pueden masturbarse, pero no se estén tocando entre ustedes.
Candela dejó de tocar a su hija y salió de la habitación, cerrando la puerta.
Lara comenzó a masturbarse al instante y yo también… me quité la ropa interior y froté mi clítoris. Esa breve escena me había dejado muy caliente.
―Me muero de ganas de chuparte la concha ―dijo Lara, en voz baja―. No lo hago porque sé que en cualquier momento mi mamá puede volver…
―Sí, es muy arriesgado. Fue muy permisiva con nosotros, no tentemos la suerte. Por esta noche vamos a tener que conformarnos con una buena paja… que siempre es mejor si alguien te acompaña.
―Totalmente.
Durante los siguientes minutos nos masturbamos, cada una en su lado de la cama. Lo más atrevido que hicimos entre nosotras fue intercambiar algunos besos rápidos, o chuparle un pezón a la otra… pero nunca por más de un par de segundos. Candela podía volver en cualquier momento.
De todas formas Lara y yo quedamos muy satisfechas y nos dormimos con una sonrisa en la cara. Quizás más adelante podríamos convencer a Candela de que nos permita jugar un poquito más entre nosotras. Tener sexo con tu pareja a escondidas no está bueno, si es que estás obligada a hacerlo así.
Al día siguiente me quedé con Lara en la universidad después de clases, debíamos esperar a que Samantha terminara con su turno de la tarde, teníamos unas dos horas por delante.
―¿Qué podemos hacer? ―Preguntó mi novia― No tengo ganas de estudiar ahora.
―Yo te llevaría a un hotel y te haría un montón de chanchadas ―le dije al oído.
―La idea me encanta, pero no tenemos plata para un hotel… y los baños están llenos de gente. Tendremos que buscar otra forma para entretenernos.
―¡Ya sé! ―Se me encendió la lamparita―. Es momento de que conozcas a otra de mis amigas.
―¿Qué amiga? Pensé que la única que me quedaba por conocer era Samantha.
―No, hay una más. ¿No te acordás? ―Doblé hacia la derecha en uno de los pasillos indicándole que me siga.
―Ah sí… la monja.
―Esa misma.
―¿Estás segura de que querés que me conozca?
―¿Por qué no?
―Se me ocurren mil motivos, Lucrecia.
Golpeé la conocida puerta de mi amiga la monjita y aguardamos juntas. Lara estaba más nerviosa de lo habitual. La pesada puerta se abrió con un quejido y una mujer de desprolijo cabello castaño cobrizo apareció tras ella.
―¡Hola! ―La saludé―. Estás hecha una bruja. Que no te vean las otras hermanas o te van quemar en la hoguera.
―Eso es si no te queman a vos primero, tienen más motivos para hacerlo. ―Bromeó, y por el peculiar tono de su voz dejó claro que estaba congestionada, sus ojos llorosos y su nariz roja también me dieron una leve pista de esto.
―Estás enferma ―no fue una pregunta.
―Sí, los cambios de clima me van a matar. Pasen, si quieren morir apestadas.
―No sabía que las monjas tuvieran tan buen humor ―dijo Lara mientras entrábamos.
―Ésta si lo tiene, pero también puede ser muy jodida.
―¡Lucrecia! No hables así ―me reprochó Anabella.
―¿Ves lo que te digo?
La monja iba vestida tan sólo con una blusa blanca mangas largas y no tenía corpiño. Sus pezones se marcaban levemente sobre la tela. La blusa era lo suficientemente larga como para cubrir su entrepierna, supuse que tendría puesta una bombacha, aunque no podía verla. Me sorprendió que hubiera abierto la puerta sin ponerse un pantalón. Tal vez asumió que yo venía sola… y como yo ya la vi en ropa interior... Sus suaves piernas brillaban como si estuvieran hechas de porcelana.
―Con razón estás enferma, ¿cómo vas a estar desnuda?
―No estoy desnuda ―su voz era muy graciosa―. Estaba en la cama, hasta que llegaron ustedes.
―Perdón, no queríamos molestar ―se disculpó Lara.
―No molestan, al contrario. Me estaba aburriendo mucho.
―Algún día te vas a transformar en hongo, no podés pasarte la vida encerrada en este convento.
―Espero que no sea contagioso ―dijo.
―¿El hongo?
―No, lo que tengo ahora. ―Cerró la puerta y volvió a zambullirse en su cama, justo antes de que lo hiciera tuve una buena visión de una de sus nalgas; sonreí inevitablemente, por suerte no notaron mi reacción―. Perdonen que no las atienda como corresponde, pero me siento pésima. Se me parte la cabeza.
―No se preocupe, señora. Quédese en la cama, ¿quiere un té? ―dijo Lara; Anabella la miró como si la pobre muchacha la hubiera insultado, yo comencé a reírme.
―¿Señora? ―Preguntó la aludida―. Bueno, un té no me vendría nada mal.
―No es tan vieja como parece, Lara. Tiene solamente veintiocho años.
―Veintinueve.
―¿No me habías dicho que tenías veintiocho?
―Los tenía cuando me preguntaste. Cumplí veintinueve durante esos días que estuvimos… distanciadas.
―¿Y cuándo pensabas decírmelo? Te hubiésemos hecho una fiesta o algo así.
Me acerqué a su anafe y lo miré como si fuera un reactor nuclear; no entendía nada. La cocina no es lo mío. No tengo idea de cómo prender estas hornallas. En mi casa tenía una cocina con encendido eléctrico… y rara vez la usaba. Lara se acercó, me miró con el ceño fruncido y encendió una acercándole un fósforo y tirando de una perilla.
―Lucrecia, vas a tener que aprender a prender una hornalla, si vas a vivir sola no podés esperar que alguien lo haga por vos ―me retó mi novia.
―¿Vivir sola por qué? ―la pregunta llegó desde la cama.
―Cierto, a vos no te conté nada todavía. ―Arrastré una silla hasta la cama y dejé que Lara se encargara de preparar el té―. Tuve un problema con mis padres, se enteraron de mi... condición sexual... y todo se fue al diablo.
―Te pido que no digas ese nombre aquí dentro.
―No es que vaya a venir a matarnos a las tres.
―De todas formas no lo hagas. Hay cosas que prefiero dejarlas fuera de mi cuarto.
―¿Cosas como el sexo, por ejemplo? ―Pregunté. Anabella me miró con rabia.
―Eso está fuera de mi vida.
―¿Siempre se pelean así? ―intervino Lara.
―No, a veces nos peleamos peor ―contestó la monja―. Es que “tu novia” tiene un carácter muy especial… y yo también tengo el mío.
―¿Cómo sabés que es mi novia? ―Ambas nos quedamos sorprendidas.
―No lo sabía, sólo lo sospechaba. Ahora lo verifiqué. Es un poquito obvio, por la forma en que se hablan se nota que se tienen mucha confianza.
―Lucrecia tiene la costumbre de responder a todas las sospechas de la gente, es pésima mintiendo. Por eso es que sus padres se enteraron que había algo raro en su vida.
―Es que la biblia enseña que mentir está mal ―me defendí.
―Pero tampoco tenés que saltar de cabeza a la verdad, Lucrecia. ―Me sorprendió que esto lo dijera una monja―. No digo que esté bien mentir, pero si no sabés disimular un poquito al menos, te puede ir muy mal. A veces pienso que sos demasiado transparente, esto no sería un problema si no hicieras tantas locuras todo el tiempo. ¿Qué ocurrió con tus padres después de que se enteraron?
―Discutimos y me echaron de casa. No sólo eso, me echaron de la familia, me desheredaron. Me trataron como si yo fuera una extraña viviendo de prestado. Se desligaron de mí como si yo fuera un perro sarnoso. ―Los ojos se me llenaron de lágrimas.
―No te pongas mal, Lucre ―Lara me abrazó desde atrás amorosamente, sentir la calidez de su cuerpo siempre me reconfortaba―. La peor parte ya pasó, vas a ver que todo va a salir bien.
―Gracias.
Giré mi cara hacia la izquierda y me topé con sus ojos, ella continuaba aferrada a mí, necesitaba de ella. Me acerqué más hasta que sus labios se pegaron a los míos. El beso duró pocos segundos y me separé rápidamente al recordar que Anabella estaba allí. La pobre nos miraba pálida con los vidriosos ojos muy abiertos y la nariz más enrojecida que nunca.
―No acostumbro ver mujeres besandose ―de no haber estado engripada su voz hubiera sido muy sensual.
―Disculpá, no debimos hacerlo.
―Está bien. No me molesta.
―¿Ves? la monjita sí sabe mentir ―acotó Lara― deberías aprender de ella.
―La diferencia es que ella se miente a sí misma primero. Por eso cuando habla con las personas, en realidad está diciendo lo que ella cree como la verdad.
―¿Ahora me están psicoanalizando?
―Sí, ya me tocó a mí. Ahora te toca a vos. Después seguiremos con Lara. A ver cuál de las tres está más loca.
―Encantada Lara, mi nombre es Anabella.
―Un gusto, ya era hora de que alguien se acordara de presentarnos ―ambas me miraron en señal de reproche.
―¿No las presenté? Pucha, se me pasó. Perdonen. Anabella, ella es Lara, mi novia y el amor de mi vida ―eso hizo sonreír a la petiza―. Lara, ella es Anabella, mi mejor amiga y compañera espiritual.
―Qué lindo suena eso, nunca tuve una “mejor amiga”. ―Estuve a punto de acotar que nunca tuvo amigas en absoluto, pero se la dejé pasar. No quería torturarla―. ¿Y qué dirías de tu novia, si tuvieras que analizarla?
―Que es la mejor de todas. ―En ese momento la pequeña nos trajo una taza de té caliente a cada una―. Nunca la analicé a fondo; pero no tengo mucho para reprocharle. La vez que nos peleamos fue por un mal entendido que ya se aclaró. ¡Ah sí, ya sé! Tiene la maldita manía de hacerme sufrir. ―Simulé enojarme mientras ella sonreía―. Le encanta hacer bromas pesadas y de mal gusto. Una vez me hizo creer que la había matado.
―Eso fue muy bueno, tendrías que haberle visto la cara ―se sentó en otra silla junto a mí.
―Espero que te abstengas de hacer ese tipo de bromas conmigo, suelo reaccionar mal ante esas cosas.
―No se preocupe, esas bromas las reservo para Lucrecia.
―Me parece bien, a ella podés hacerle lo que quieras. También te voy a pedir que me tutees. Me hace sentir vieja que me digan “señora”. Lucrecia ¿qué vas a hacer ahora, dónde te vas a quedar?
―De momento estoy quedándome en la casa de Lara. Esta noche me quedo en casa de otra amiga, estoy intentando conseguir trabajo para poder alquilar algo.
―¿Tus padres te dejaron en la calle sin un centavo?
―Sí, la dejaron en la calle ―intervino Lara colérica―. Eso fue lo que más me hizo enojar, porque podrían haberla echado, pero hay que ser realmente malos padres para dejar a tu hija en la calle, sin saber siquiera si tiene para comer o dónde pasar la noche. Perdoname Lucrecia, pero tus padres son una mierda de persona… y no digo algo peor por respeto a Anabella.
―Coincido con tu novia. No sé qué les pasó por la cabeza, pero lo que hayas hecho no puede ser tan malo como para que te dejen en la calle. Considero que ustedes están viviendo en pecado, lo que hacen está mal, y lo saben. ―No nos avergonzamos en lo más mínimo, nos limitamos a seguir escuchando―. Pero no las echaría de mi casa por eso. Es uno de los conceptos más básicos que nos enseña la Biblia. Siempre hay que poner el amor en primer lugar, y tus padres actuaron dándole prioridad al odio. Además, como bien dice la Biblia: “Que arroje la primera piedra quien esté libre de pecados”.
―Bueno, a mis padres les encanta tirar piedrazos a los demás, para que no se fijen en sus propios pecados. Sé que armaron todo este escándalo conmigo para que no saliera a la luz lo que hizo mi madre. Ella también hizo cosas indebidas, aún peores que las mías; pero ahora toda mi familia está con los ojos puestos en el escándalo de Lucrecia.
―Espero que pronto puedas conseguir trabajo. ―Anabella parecía estar muy apenada con mi situación―. De todas formas deberías intentar hablar con ellos…
―¡No! Eso sí que no. No es por orgullo, para mi ellos están muertos. Se mataron el día en que me cerraron la puerta en la cara. Eso no se los voy a perdonar nunca.
―No hables así Lucrecia, al fin y al cabo siguen siendo tus… ―miré a la monja con los ojos inyectados de ira― está bien… está bien. No digo más nada.
―No te enojes con Anabella, Lucrecia. Ella sólo está intentando ayudarte. Las dos queremos ayudarte tanto como podamos.
―Eso es cierto. ―dijo la monja―. Deberías agradecer que tenés una novia tan buena como Lara. Aunque me incomode mucho pensar qué harán entre ustedes en la intimidad. Que sean pareja me parece algo sumamente extraño. Aunque con las charlas que tuvimos, Lucrecia, ya no veo la homosexualidad como algo tan terrible. Si ustedes son felices juntas, tienen mi bendición ―nos dijo con una amplia sonrisa―. Pero que no se entere nadie que dije eso, porque me echan del convento ―susurró.
―Muchas gracias, Anabella ―le dije―. De verdad me hace sentir muy bien tener tu apoyo.
Me quedé encantada por lo bien que se llevaron Anabella y Lara, el que se aceptaran mutuamente me da confianza para mantener mi relación con ambas. Por primera vez, desde que conocí a Anabella, pude verla sólo como una amiga, sin estar fantaseando con meterme entre sus piernas. El tener a Lara conmigo me recordaba hacia dónde debería estar orientada mi libido. Por desgracia el tiempo se nos pasó más rápido del que hubiéramos querido y tuvimos que posponer la charla para otro día. Además queríamos que Anabella hiciera reposo. Le prometí a la monjita que pasaría a visitarla pronto, para hacerle compañía mientras se recuperaba de su gripe.
―Cómo se nota que le tenés ganas a la monja ―me dijo Lara cuando salimos de la habitación de Anabella.
―¿Qué? ―Estuve a punto de decir que esta vez me comporté mejor que en otras ocasiones; pero eso sólo me pondría en evidencia―. No sé qué decís. No la veo de esa forma. Es mi amiga.
―Sí, y yo soy la hermana de Jesucristo.
―Deberás serlo, tal vez estamos ante un nuevo acontecimiento bíblico.
―No te hagas la boluda Lucre, me doy cuenta de que algo te pasa con ella por la forma en que la mirás.
―¿Y de qué forma la miro?
―De la misma forma en que me mirás a mí.
No se me ocurrió nada para defenderme de esas palabras, mis sentimientos hacia Anabella no eran un secreto para mí, ella misma lo había notado. Ahora Lara también lo sabe.