Venus a la Deriva [Lucrecia] (33).

Leticia.

Capítulo 33.

Leticia.

Lo primero que hice al regresar a la casa de mi prima fue llamar a mi novia. Ella se asustó tanto como yo mientras le contaba, entre llantos, cómo un tipo intentó abusar de mí en una falsa entrevista de trabajo. Le dije que la vida me daba asco, que no podía creer que el mundo estuviera tan lleno de gente de mierda. Lara intentó consolarme con palabras afectuosas y poco a poco lo consiguió.

―¿Querés que vaya a visitarte, mi amor? ―me preguntó.

―No Lara, está bien. No quiero incomodar a mi prima metiendo gente en su casa. Si podemos nos mañana en alguna zona neutral.

―¿Vas a ir a la facultad?

―No, sinceramente no quiero ir.

―Tenés que ir un día de estos Lucre, tenés que preguntarles sobre la beca y pedirles que te den una mano para poder completar tus estudios.

―Sí lo sé, sabés que no lo hago de irresponsable, es que necesito unos días para reponerme de lo de mis viejos... y esto que pasó hoy no ayuda para nada. Lo único que quiero es verte a vos.

―Gracias, sos un amor. ¿Segura que ya estás mejor?

―Sí, fue solamente un susto, no te preocupes ―en ese momento la puerta del departamento se abrió y vi entrar a Leticia―. Te dejo, porque llegó mi prima, después te llamo. ―Tenía ganas de decirle que la amaba pero no quería quedar como una boluda romántica frente a mi prima.

―Está bien, mañana hablamos. Te amo.

Leticia me miró sorprendida mientras se quitaba los zapatos y dejaba el bolso sobre una mesa.

―¿Qué pasó Lucrecia, por qué llorás?

Tuve que contarle toda la historia, por más que no quisiera recordarlo otra vez. Si bien no me había pasado nada físicamente, psicológicamente el impacto había sido muy grande para mí. Me puse a pensar en qué habrá sentido Anabella aquella vez que la violaron. Me aterró pensar en lo que me pudo haberme pasado; pero ella en verdad lo vivió. Debió ser un momento sumamente espantoso, un infierno; sentí mucha pena por ella.

―Bueno ya no llores ―me dijo mi prima cuando terminé de narrarle todo―. Si querés date una ducha y yo me pongo a preparar algo para la cena ¿te gusta la cerveza?

―No mucho.

―Bueno, hoy te va a gustar porque es lo único con alcohol que tengo ―me sonrió― y vos necesitás tomar algo y olvidarte de tus problemas por un rato.

―¿Me estás diciendo que tengo que solucionar mis problemas emborrachándome? ―le dije con humor.

―No dije que te emborraches. Es pasar una buena velada como amigas, riéndonos un rato, la cerveza es sólo una excusa. Dale, andá a bañarte. Si querés llevate al baño uno de esos juguetitos tuyos.

―No gracias, no me siento con ánimo para usarlo.

―¿Tan mal estás? Con lo pajera que sos, me sorprende que no lo uses como método para relajaste un poco.

―Hey, no soy tan pajera como vos pensás.

―Vos lo dijiste, ya te sorprendí dos veces haciéndote una paja… y esas son dos veces más que a cualquier otra persona.

―En mi defensa puedo decir que la primera vez que me sorprendiste haciéndolo yo no era tan pajera. De hecho era muy raro que lo hiciera.

―¿Y ahora?

―Ahora es otra cosa. Digamos que empecé a amigarme con la masturbación. Es algo muy placentero. ―En ese momento me invadió un recuerdo, algo que había ocurrido unos años atrás, cuando Leticia y yo apenas teníamos dieciocho. Era algo de lo que nunca habíamos hablado y no sé por qué creí que este sería un buen momento para mencionarlo―. ¿Te acordás de la vez que nos bañamos juntas?

Ella se puso pálida y abrió mucho los ojos.

―Em… sí, me acuerdo.

―Fue… lindo.

―Fue raro ―aseguró.

―Eso no lo discuto. ¿Querés bañarte conmigo otra vez? Vos recién llegás de trabajar, me imagino que tendrás ganas de darte una buena ducha.

―Em… no sé. La última vez…

―Sí, ya lo dijiste, fue raro. Pero también fue agradable. Vamos, para rememorar mejores tiempos, cuando éramos más inocentes y no teníamos tantos compromisos con la vida.

Ella sonrió y se puso de pie.

―Bueno, está bien. ―La noté nerviosa, pero de todas formas aceptó.

Leticia se encargó de preparar el agua. Ajustó las canillas hasta que quedó a la temperatura perfecta, ni muy fría ni muy caliente.

Ya nos habíamos visto desnudas aquella vez que nos bañamos juntas; pero de eso habían pasado algunos años y éramos más inocentes, especialmente teniendo en cuenta que las dos provenimos de una familia sumamente religiosa y conservadora. Del sexo no sabíamos prácticamente nada, y creo que fue eso lo que nos motivó, inconscientemente, a tomar la ducha juntas.

Ocurrió en la casaquinta de mi tío, el padre de Leticia. Fue al día siguiente de que mi prima me hubiera descubierto masturbándome. Como una ingenua lo hice en el baño de la casaquinta mientras mi familia nadaba en la pileta. En aquel entonces no lo entendí por qué hice eso, pero ahora que entiendo mejor mi sexualidad, sé que fue por Leticia. Durante los días que pasamos veraneando en esa hermosa casaquinta me pasé casi todo el tiempo mirándole el culo a mi prima… y sus tetas, perfectamente redondas, que asomaban por su pequeño bikini. Ella estaba preciosa y yo me la pasaba con la concha húmeda. Especialmente cuando usaba su bikini negro, que era el más pequeño que tenía. Se le marcaban mucho los gajos vaginales y si se descuidaba, podía ver su pubis completamente depilado. Al ver eso me sentí rara al tener pelitos en mi concha, por lo que agarré una maquinita de afeitar y me saqué todo. Fue una de las pocas veces en mi vida que anduve sin vello púbico, y lo hice con la intención de parecerme más a mi hermosa prima… o quizás para poder imaginar mejor su concha.

Es muy probable que en el momento en que Leticia me sorprendió masturbándome, yo haya estado pensando en ella. Lo bueno es que mi prima no armó un escándalo al respecto. Se lo tomó con gracia.

Al otro día abrió la puerta mientras yo me estaba duchando. Casi me muero de un infarto, pero me tranquilicé al ver que se trataba de ella.

Me preguntó si me faltaba mucho para terminar, porque ella también quería bañarse. No alcancé a responderle que ya se estaba quitando el bikini. Me quedé boquiabierta admirando toda la desnudez de su cuerpo y el corazón se me subió a la boca cuando dijo: “Ya fue, nos bañamos juntas”. Y así lo hicimos.

Ahora, años después, no la notaba tan segura de sí misma. Se quedó mirando cómo caía el agua de la ducha, sin hacer nada. Decidí que era mi turno para tomar la iniciativa. Comencé a desnudarme frente a ella, como si fuera lo más natural del mundo. Me produjo mucho morbo que ella me viera desnuda… otra vez.

Leticia me miró de abajo hacia arriba, pero no dijo nada.

―¿Te vas a bañar con la ropa puesta? ―Le pregunté.

―¿Eh? No, no… ―reaccionó como si la hubiera despertado de un sueño.

Ella también se quitó toda la ropa y me agradó descubrir que su pubis seguía tan lampiño como la última vez que lo había visto. Tengo que reconocer que a algunas mujeres le queda bien tener la concha peladita, y Leticia es una de ellas. Y Lara… por supuesto, a ella también le queda de maravilla.

Nos metimos bajo la ducha y comenzamos a bañarnos. Estábamos más tensas que la primera vez que lo hicimos. En aquella ocasión nos reímos mucho, como dos chiquillas estúpidas. Recuerdo que Leticia me pellizcó un pezón, para molestarme. Supuse que ahora podía devolverle el gesto, quizás sirviera para romper el hielo.

Me moví rápidamente y agarré uno de sus pezones. Me sorprendió encontrarlo tan duro. Lo pellizqué y lo retorcí, sin ejercer demasiada fuerza.

―¡Ay, tarada! ―Exclamó ella, y comenzó a reírse.

―No te quejes. Vos me hiciste lo mismo la última vez. Estuve esperando durante años la oportunidad para vengarme.

―Que rencorosa ―dijo, mientras se acariciaba la teta que yo había pellizcado.

Esto sirvió para que perdamos un poco los nervios. Leticia me devolvió el pellizco de pezón e iniciamos una breve lucha en la que una a la otra intentábamos estrujarnos las tetas. Creo que gané yo, porque me animé a tocar más… es que las tetas de mi prima son una tentación. Son muy firmes y me gustó mucho sentirlas entre mis manos.

Me vino a la mente el vivo recuerdo de la ducha que nos dimos años antes y cómo nuestra inocente curiosidad nos llevó a hacer algo que nuestra familia hubiera juzgado como “Inapropiado”, con mayúscula.

La imagen mental es clara, puedo verla como si hubiera ocurrido hoy mismo. Leticia y yo estábamos de pie bajo la ducha, frente a frente, admirando nuestros cuerpos. Entonces ella me dijo: “Vos también la tenés depilada. ¡Qué lindo!”. No le conté que me había afeitado la concha solo para parecerme a ella. Eso hubiera sido patético. En cambio le dije que nuestras vaginas eran prácticamente idénticas, y eso es cierto. A ella se le ocurrió compararlas mejor, por lo que adelantó su pubis, para acercarlo al mío. Hice lo mismo y así, de a poco, nuestras conchas fueron quedando cada vez más cerca una de la otra… hasta que se tocaron. Al sentir el contacto las dos nos reímos… ahora sé que esa risa histérica fue provocada por la incomprensible sensación de placer que nos produjo el roce de nuestros clítoris contra la piel de la otra.

Lo más lindo fue que no nos detuvimos en un simple roce, ella no se retrocedió y yo no podía hacerlo, porque mi espalda había quedado contra la pared. Ahí fue cuando iniciamos un lento meneo de nuestras caderas, de abajo hacia arriba, provocando que nuestras conchas se rozaran la una a la otra. No era la posición más cómoda, ni la mejor… pero se había dado así y ninguna de las dos se animó a proponer otra cosa. Estuvimos frotándonos las conchas durante una buena cantidad de minutos. Nos detuvimos cuando escuchamos voces cerca del baño. La idea de que alguien nos sorprendiera haciendo eso era aterrorizante.

Pero ahora estábamos solas. Nadie nos interrumpiría, y yo me moría de ganas de repetir esa situación que me dejó tan llena de preguntas.

―¿Te acordás de lo que hicimos aquella vez? ―Le pregunté a mi prima, mientras nos enjabonábamos.

―Sí…

―¿Alguna vez pensás en eso?

―A veces… pero prefiero no hacerlo. Éramos muy boludas. No sabíamos lo que hacíamos.

―Pero no estuvo nada mal. Es decir… fue divertido. Yo no me arrepiento de lo que pasó. ¿Y vos?

―No sé… a veces sí.

―¿Y ahora? ―Le pregunté. Leticia me estaba mirando la concha fijamente―. ¿Te arrepentís ahora?

―No. Ahora mismo no me arrepiento. ―Hablaba como si estuviera sumergida en una especie de transe.

Aproveché el momento y adopté la misma posición que aquella vez, apoyé la espalda contra la pared y llevé mi pubis tan adelante como me fue posible. Leticia sonrió y entendió que ésto era una invitación, la decisión final recaía sobre ella.

Noté dudas en sus ojos y por un momento creí que se arrepentiría, sin embargo se colocó en la misma forma que yo y acercó su concha a la mía tanto como le fue posible. Nuestros labios vaginales hicieron contacto y el roce de nuestros clítoris fue inminente. Comencé a moverme lentamente y Leticia hizo lo mismo. Esta vez fue mucho más placentera que la primera, porque ahora tengo las cosas más claras, sé que me excitan las mujeres. Aunque no tengo idea de qué opinará Leticia al respecto.

Los roces se volvieron más intensos a medida que nosotras acelerábamos nuestros movimientos. Esto también ocurrió años antes y aún recuerdo que ella cerró los ojos y comenzó a gemir, demostrándome que de verdad lo estaba disfrutando. En esta ocasión los gemidos comenzaron de mi parte y poco después se unieron los de Leticia.

Todo mi cuerpo vibraba de placer. Tenía una ganas increíbles de chuparle la concha; pero no lo hice, no porque sea mi prima, sino porque tenía miedo de que se ofendiera.

Nos quedamos largos minutos así, frotándonos las conchas en esa posición tan incómoda. A veces yo abría las piernas, para que Leticia pudiera situarse entre ellas. En otras ocasiones fue mi prima la que separó sus piernas, ofreciéndome un acceso más directo a toda su concha. Al igual que en la primera ocasión, ambas aprovechamos para tocarle el clítoris a la otra, usando la yema del dedo pulgar. Recuerdo que la primera en comenzar con esto fue la propia Leticia. No me extraña que ahora yo prefiera a las mujeres. Esa vivencia con Leticia, aunque la tenía escondida en algún rincón de mi cerebro, fue muy importante para mí.

Esta vez tenía que ser mejor que la primera, necesitaba hacer algo lo suficientemente atrevido como para que fuera morboso; pero no tanto como para que Leticia se asustara. Decidí atacar sus tetas… con la boca.

Me abalancé sobre ella, obligándola a apoyar la espalda en la pared contraria. Agarré una de sus tetas y me llevé un pezón a la boca.

―¡Ay, Lucre! ―Exclamó ella―. ¿Qué hacés? ―No parecía molesta, se estaba riendo.

―Nada… solo me provocó chuparla. ¿Te molesta?

―Es raro… además de ser mi prima, sos mujer…

―Si te molesta, puedo parar ―pasé mi lengua alrededor de su pezón y luego le di un chupón.

―Em… no me molesta. ¿Y a vos?

―No es la primera vez que chupo una teta.

―¿Ah no?

―No… alguna vez me puse juguetona con una amiga, mientras nos duchábamos.

―Upa… ¿y qué tan lejos llegó eso? ―Noté genuino interés.

―Eso lo dejo a tu imaginación.

―Ay, no seas mala. No soy buena para imaginar estas cosas.

―Eso es problema tuyo ―dije, lanzándome a chupar la otra teta. Estaba tan deliciosa como la primera.

―Yo también le chupé las tetas a una amiga.

Esa confesión me sorprendió tanto que me detuve en seco y la miré a los ojos.

―¿En serio?

―Sí, pero fue solamente eso. Ella me chupó las tetas a mí, y yo se las chupé a ella.

―¿Y por qué hicieron eso?

―No sé… ―dijo, encongiéndose de hombros―. Simplemente se dio así. Estábamos borrachas.

―Ay… sí… yo también me porté mal estando borracha.

―¿Con una amiga?

―Em… lo dejo a tu imaginación.

―Sos mala, Lucrecia. Quiero que me cuentes.

Me puse nerviosa. Me daba mucho miedo confesarle mis aventuras lésbicas a Leticia. Si bien ella me estaba demostrando que es una mujer de mente abierta, no sé qué tanto lo sea. Si le digo que tengo novia y que la amo… y que me acosté con varias mujeres… quizás le parezca que estoy completamente loca. Porque una cosa es hacer locuras con una amiga y otra muy distinta es tener sexo regular con mujeres… y estar en pareja con una.

Decidí enfriar la situación.

―Mejor vamos a comer algo ―le dije. Sabía que ella no me dejaría marchar tan fácil, por lo que agregué―. Tal vez, después de tomarme algunas cervezas, se me afloja la lengua y te cuento todo.

Leticia me mostró una sonrisa libidinosa y dijo:

―Esa me parece buena idea. Vamos a comer algo.

Salimos de la ducha, nos secamos y llegamos a un acuerdo tácito: no usaríamos ropa. No sé por qué se dio así, simplemente empecé a caminar desnuda hacia el living y Leticia me siguió. Cuando me di cuenta ya teníamos una lata de cerveza cada una y tomábamos tranquilamente… mientras contemplábamos nuestra desnudez.

――――――――――――

La cena fue ligera, pero entretenida. Me resultó muy extraño comer desnuda, más sabiendo que mi prima estaba en las mismas condiciones. En mi casa nunca pude dar rienda suelta a ninguna práctica nudista, a menos que ocurriera dentro de mi pieza. Me agradó poder deambular por el departamento de Leticia sin tener que usar ropa. Me sentí libre.

La sobremesa se trasladó al sofá del living. Cuando se nos terminaron las cervezas,  pasamos a licores más fuertes. Definitivamente esta era una buena noche para emborracharse.

No paramos de tomar mientras nos reíamos de cualquier idiotez que se nos venía a la mente, en ese momento recordé algo que quería preguntarle.

―Leti ¿probaste el juguetito que te regalé? ―mi lengua se movía lentamente al estar adormecida por el alcohol.

―Sí, está buenísimo. La verdad me encantó. ―Supe que ella estaba tan ebria como yo, de lo contrario no admitiría eso tan fácilmente.

―Pensé que no lo ibas a usar ―la miré con una mueca que quería ser sonrisa.

―Estuve a punto de no hacerlo, pero hace tanto que no estoy con un hombre que me ganó la tentación. Además me daba mucha curiosidad saber qué se sentía tener eso metido.

―Lo más lindo es cuando vibra ―lo sabía muy bien porque ya lo había experimentado―. Sentís que se te va a salir todo por ahí abajo.

―Sí, totalmente. Yo tenía miedo que me escucharas porque me puse muy loca con ese aparatito.

―No escuché nada… por desgracia.

―¿Por qué por desgracia?

―Es que vos me viste masturbándome… y dos veces ―hice el número dos con mis dedos pero yo veía cuatro― y yo nunca te vi a vos.

―Pero eso no es mi culpa ―se rio―. La que se estaba pajeando eras vos.

―Puede ser, pero las dos veces entraste sin golpear al baño. Pienso que sabías que yo estaba adentro y querías verme desnuda. Eso me quedó claro cuando propusiste que nos bañáramos juntas. ―Me miró con los ojos abiertos y pensé que había ido demasiado lejos.

―No, nada que ver. Fue por error, de verdad no sabía que estabas y mucho menos imaginaba que te estabas dando. Sé que te molestó…

―No me molestó ―interrumpí―. Me calienta que me vean desnuda. ―Me di cuenta que no sólo estaba alcoholizada sino que también me estaba poniendo cachonda. Hasta sentí el impulso de contarle que soy lesbiana, pero logré resistirme.

―Pensé que yo era la única loca a la que le gustaba eso.

―¿De verdad te gusta? ―volví a llenar nuestros vasos con un licor color ámbar que estaba muy bueno.

―Sí, una vez una amiga me miró mientras cogía con mi novio... y me puse a mil.

―¿No te molestó que te mirara una mujer?

―No, el morbo me lo produjo saber que alguien me miraba. Además ella llegó cuando ya estaba demasiado excitada y no quise parar. Mi amiga se quedó mirando toda la escena, sin moverse. Te juro que en un momento llegué a pensar que se uniría a la fiesta.

―¿La hubieras rechazado si lo hacía?

―No lo sé… todo depende qué tan caliente esté.

―¿Es la misma amiga a la que le chupaste las tetas?

―Em… sí…

―Deben ser muy buenas amigas.

―Hace tiempo que no nos vemos ―esa fue una señal de alarma. Decidí evitar ese tema de conversación. Me podía imaginar por qué ya no se veía con su amiga… pero no quería escucharlo.

―Una vez me vieron teniendo sexo. Algo parecido a lo que te pasó a vos ―no iba a decir que fue con una mujer―, y me calenté muchísimo. Tampoco me importó que sea una amiga la que me estuviera mirando. ―Era mejor no pluralizar, por más que hayan sido muchas amigas.

―Es algo muy raro ―vi que se pasaba la mano entre las piernas, acariciando la zona de su vagina, instintivamente hice lo mismo y ella lo notó― ¿Vos pensás que es algo normal excitarse con eso?

―Creo que sí, cada persona tiene su propio morbo y sus propias preferencias sexuales, hay mujeres a las que les calienta estar con desconocidos, otras se sienten mejor con una pareja estable. También están aquellas a las que le gustan las mujeres.

―¡Ay! Habiendo tantos hombres lindos en el mundo… no entiendo por qué prefieren otra mujer. Hay que estar loca.

―Sí es cierto… hay cada loca… ―su comentario me hirió, especialmente después de lo que hicimos en el bajo. Intenté disimular el duro golpe.

―Lucrecia, ¿vos alguna vez estuviste con una mujer? ―me preguntó, poniéndose repentinamente seria.

―¿Por qué lo preguntás?

―Sólo por curiosidad.

―¿Qué es lo que te da curiosidad? ―Me acerqué tanto a ella que nuestros ojos quedaron a unos quince centímetros de distancia.

―Eso… lo que te pregunté. Me da curiosidad saber… ¿Cogiste con una mina?

―¿No será que te causa curiosidad saber qué se siente estar con una mujer? ―Acaricié su pierna desnuda.

―No… de verdad, no es eso ―se rió, avergonzada.

―Vamos Leti, sé sincera… ―llegué con mis dedos a su entrepierna y sentí el calor de su sexo, ella entrecerró los ojos y abrió su boca―. ¿Te gusta? ―Como no respondió presioné con mayor intensidad sintiendo la división de su vagina bajo mis dedos―. Si te gusta, te la chupo― le dije al oído; estaba borracha y descontrolada. No medía mis palabras en lo más mínimo.

―Me gusta ―me dijo con un jadeo.

La humedad de su sexo me excitó más de lo que estaba, disfruté tocando su clítoris mientras pegaba mi frente a la suya. Introduje un dedo en su viscosa vagina al mismo tiempo que la besaba. Ella mantuvo la boca cerrada al principio, pero poco a poco su resistencia se fue desvaneciendo como si fuera un viejo recuerdo. Metí un segundo dedo y ella separó sus piernas mientras yo luchaba contra su lengua.

―Ahora te voy a mostrar lo que aprendí con una amiga.

Al decir esto bajé hasta quedar de rodillas en el suelo, con la cara entre sus piernas. Me lancé de una, en busca de su clítoris. Lo lamí con la punta de mi lengua y luego le di un fuerte chupón. Bajé por sus labios vaginales y metí la lengua en el agujero de su concha, solo unos segundos. Luego volví a centrarme en el clítoris. Leticia comenzó a gemir y presionó mi cabeza hacia abajo. Lamentablemente duró poco.

―No, basta Lucre ―se apartó temerosa―. Esto está mal.

―Puede que esté mal... pero te gusta. A mí también me gusta. Tenés una concha preciosa. ―le dije moviendo rápidamente mis dedos.

―No, en serio, por favor. No quiero que sigas ―intentó sacar mi brazo tirando de él hacia arriba.

Me aparté sólo para que luego no me quedara el sentimiento de culpa por haberla forzado a tener sexo conmigo.

―Está bien, no sigo a menos que vos quieras.

―Gracias… entonces era cierto ―su mirada se perdió en un punto aleatorio.

―¿Qué era cierto?

―Que te gustan las mujeres.

―¿Quién te dijo eso?

―Mi papá me contó, dijo que era solamente un rumor, pero que en la familia ya todos lo habían escuchado.

―Tal vez sea solamente un rumor.

―¿Entonces por qué me tocaste?

―Por el mismo motivo por el cual vos te dejaste tocar. Porque estoy excitada.

―¿De verdad anduviste chupando conchas?

―La tuya no es la primera concha que chupo.. y si me lo pedís, puedo seguir ―volví a apoyar mi frente contra la de ella, la vi titubear.

―Estamos borrachas Lucrecia, mejor lo hablamos mañana.

―¿Estás segura?

―Sí, mañana lo hablamos. Que descanses.

Se puso de pie y me dejó sola con mi calentura. Se encerró en su cuarto y hasta me dio la impresión de que echaba llave a la puerta. Me tambaleé hasta mi pieza y me tiré sobre la cama, sin cerrar la puerta. Separé las piernas todo lo que pude y toqué mi vagina, estaba mojada y deseosa de acción. Froté intensamente mi clítoris, con mi mano izquierda busqué a tientas el consolador que había dejado sobre la mesita de noche y en cuanto intenté agarrarlo por poco lo tiró al suelo. Logré sujetarlo y con la mente completamente nublada por el alcohol, me lo clavé completo de una sola vez, me dolió un poco ya que mi vagina no estaba lo suficientemente dilatada pero disfruté de ese dolor. Comencé a masturbarme locamente con el dildo sin medir el volumen de mis gemidos. Unos minutos después escuché expresiones sexuales que parecían no provenir de mí, guardé silencio por unos segundos y me concentré en la fuente de este sonido. No cabía duda, Leticia se estaba masturbando en su cuarto, tal vez influenciada por mis propios gemidos y posiblemente estuviera introduciéndose el vibrador que le regalé. Todo esto me estimuló mucho más, no era como si me estuvieran viendo pero se acercaba bastante. Continué gimiendo y gritando de placer mientras me sacudía en la cama metiendo y sacando el consolador una y otra vez. Llegué a uno de los orgasmos más liberadores que tuve en mucho tiempo, tuve esa placentera sensación de ser aceptada como soy, aunque Leticia aún estuviera confundida, pero podría trabajar en ese punto, hablando con ella.

――――――――――――――――

A la mañana siguiente mi prima me encontró durmiendo desnuda y totalmente descubierta, la cabeza se me partía y culpé al dulce licor mezclado con cerveza. Me juré no emborracharme nunca más en la vida, pero sabía que nunca cumpliría esa promesa.

―Lucre, tenemos que hablar ―me dijo Leticia intentando no mirar mi desnudez, pero sus ojos se posaban una y otra vez en mi vagina.

―Te escucho primita ―balbuceé mientras despegaba mi cara de la almohada.

―No sé qué me pasó anoche y tampoco sé por qué me tocaste de esa forma. Necesito saber si es cierto que te gustan las mujeres ―escuché sus palabras mientras me restregaba los ojos y hacía un enorme esfuerzo por sentarme en la cama.

―Te voy a ser sincera Leticia. Soy lesbiana. Hasta tengo novia… y la amo mucho ―la noticia la impactó más de lo que yo imaginaba.

―¿De verdad? ―Dio un paso hacia atrás como si yo fuera una bomba a punto de estallar― no imaginaba que fueras realmente lesbiana… o sea, como mucho podía creer que alguna vez habías probado con una chica… cuando me contaron sobre ese rumor me dije “no puede ser, Lucrecia sería incapaz de hacer una cosa así”.

―No lo soy, tampoco soy la Lucrecia que ustedes creen que soy. ¿Eso cambia algo?

―Cambia mucho… me doy cuenta que no te conozco para nada ―mis piernas estaban separadas y ella miraba fijamente mi sexo sonrosado.

―¿Te gusta? ―Le pregunté sonriendo con picardía―. Si te animás podés hacer lo que quieras.

―¡No digas esas cosas! Estás loca, Lucrecia.

―No es la primera vez que me lo dicen, ya me lo estoy creyendo.

―Creelo porque así. ¿Cómo me vas a decir una cosa así, a mí, que soy tu prima?

―Prima lejana. Anoche me dijiste que te gustó que te haya tocado ¿tanto cambiaron las cosas?

―Anoche estaba borracha, no pensaba con claridad. Te detuve porque no quería.

―Sí querías. Si algo aprendí en este tiempo como lesbiana es a identificar cuando a una chica le gusta que otra la toque ―se quedó muda por unos segundos.

―Voy a pedirte que te vayas Lucrecia.

―¿Qué? ¿Por qué?

―Porque no puedo confiar en vos. No imaginé que fueras así, siento que sos otra persona… una completa desconocida y no quiero que vivas en mi casa.

―¿No confiás en mí? A mí me parece que no podés confiar en vos misma. Tenés miedo de terminar con la cara entre mis piernas ¿cierto?

―No me ataques. No es cierto… yo no te hice nada.

―Pero ganas no te faltan y ese es el problema. No querés admitir que te gustan las mujeres o que, al menos, te gustaría coger conmigo… o con alguna otra chica. Tal vez te cogiste a tu amiga, esa a la que le chupaste las tetas. Tal vez te gustó tanto chupar concha que te dio miedo. ¿Qué pensaría tu papá si su linda hija le sale tortillera? Te cogiste a tu amiga, ¿cierto?

―Basta Lucrecia, en serio ¿qué te pasa? ¿Por qué me decís esas cosas? ¿Por qué cambiaste tanto? Antes eras dulce y simpática… ahora parecés una…

―¿Una puta? Tal vez lo sea, tal vez siempre lo fui, tal vez lo soy porque no me dejaban serlo… o tal vez soy una chica normal que disfruta del sexo… con mujeres ―bajé de la cama y busqué ropa limpia― no te preocupes Leticia, no te voy a forzar a hacer nada, si tanto miedo te da mi presencia, entonces me voy. Ya encontraré otro lugar. De verdad agradezco mucho que me hayas permitido quedarme durante estos días, te debo una grande.

―No me debés nada. También llevate el vibrador.

―No, ese te lo regalo. ―Me vestí tan rápido como pude, sólo me restaba ponerme las zapatillas―. Para que pienses en mí cuando lo uses ―le sonreí cariñosamente―. No te guardo rencor, Leticia, de verdad. Entiendo tu posición, si yo estuviera en tu lugar tal vez haría lo mismo, aceptar las inclinaciones lésbicas puede ser un proceso muy largo y complicado.

―No tengo nada que aceptar.

―Vos todavía estás en la etapa de la negación, pero anoche te vi esa chispa en los ojos, tenías ganas de verdad. Después te arrepentiste, es lógico. Es una pena que no haya pasado nada, te hubiera podido dar una noche inolvidable.

―Dejá de meter ideas en mi cabeza.

―No estoy metiendo nada, esas ideas ya las tenías ahí, yo sólo las estoy sacando a la luz. ¿Me ayudas a llevar las valijas hasta la puerta? No quiero ocasionarte más molestias.

Algún individuo que habitaba en el interior de mi cabeza tuvo la brillante idea de ponerse a taladrar mi cerebro, la resaca se hizo más fuerte cuando Leticia abrió la puerta y la claridad del sol se clavó en mis retinas como una aguja hipodérmica que sólo sabía inyectar dolor. Maldije que los pasillos del edificio contaran con ventanas tan amplias.

―Bueno, creo que acá es cuando nos despedimos ―le dije dándole la espalda al sol.

―Tampoco es para tanto, ya vamos a volver a hablar.

―No lo creo, a no ser que aceptes tus “inclinaciones”. Además, como ya siento que no pertenezco a esta familia, ni siquiera nos vamos a ver en reuniones familiares.

―¿No pensás arreglar las cosas con tu mamá?

―No, mi mamá no tiene arreglo. Te quiero Leticia, espero que te vaya bien en todo lo que te propongas.

Me acerqué inocentemente con la aparente intención de besar su mejilla pero en el último segundo moví mi cara y la besé en la boca, ella se quedó petrificada, lo cual me permitió hurgar entre sus labios con mi lengua, la atraje más hacia mí tomándola por la cintura y mientras seguía comiéndole la boca pude sentir que ella también me rodeaba con sus brazos. Me quedé quiera para poder comprobar que ella tenía toda la intención de besarme, ella era quien movía su lengua buscando la mía, al parecer se dio cuenta de que yo ya no la seguía y apartó su boca, sin alejarse de mí.

―Te voy a decir una cosa, para que no te asustes ―ella asintió con la cabeza mirando siempre hacia abajo―. Que hayas tenido sexo con una mujer no significa que seas lesbiana, puede ser simple calentura o curiosidad. Lo importante es que lo hayas disfrutado. Y no seas tan dura con tu amiga, llamala por teléfono y hablen del tema. Quién sabe, puede que terminen cogiendo otra vez.

―Gracias; pero no sé por qué estás tan segura de que me acosté con mi amiga.

―Por la cara que pusiste cuando lo dije. Además se nota que te calientan las mujeres. Última oportunidad: si querés vamos adentro y nos chupamos las conchas todo el día. Sin culpas, sin remordimientos, sin familia que nos diga qué es lo que está bien y qué es lo que está mal. Solo nosotras dos… y algunos juguetitos.

Me miró dubitativa. De verdad estaba considerando mi propuesta.

―Prefiero no hacerlo.

―Está bien, tenía que intentarlo. Me voy. Que te vaya bien ―me aparté de ella y sujeté una de mis valijas.

―Hasta luego, Lucrecia.

―Hasta nunca, Leticia.

Culpé a la suerte por dejarme sin hogar una vez más, pero no podía mentirme a mí misma de esa forma, sabía muy bien que todo lo sucedido era producto y consecuencia de mis propios actos. Tomé un taxi y fui al único sitio que podía ir en estos casos, a la casa de mi novia. Tal vez era puro amor, el hecho de que pensara en ella cada vez que quedaba desamparada, pero también era consciente de que sólo ella me recibiría con los brazos abiertos. Cuando llegué a su casa toqué el timbre y aguardé, no pude llamarla ya que me había quedado incomunicada al romper mi único teléfono celular, por suerte fue ella misma quien abrió la puerta.

―Hola mi amor ―le dije con una amplia sonrisa― otra vez me quedé sin casa.

―¿Cómo? ¿Por qué, qué pasó? ¿Cuál fue el problema esta vez?

―El mismo de siempre, Lara, el problema es que soy lesbiana… una lesbiana muy impulsiva.