Venus a la Deriva [Lucrecia] (31).
El Método Candela.
Capítulo 31
El Método Candela.
No soy partidaria de la ideología de Candela. En mi opinión una mujer que tenga dudas sobre su sexualidad, no se las va a quitar en un solo día de sexo lésbico y después no volverá a pensar en el asunto. Creo que hacer eso incluso traería más dudas a esa mujer y, definitivamente, querría volver a probarlo. Sin embargo no necesito estar de acuerdo con ella, porque lo que estamos haciendo Lara y yo no tiene nada que ver con poner a prueba nuestra inclinación sexual. Las dos sabemos perfectamente que nos atraen las mujeres. Todo esto va de aprovechar al máximo la ocasión. Si podemos tener sexo, con Candela como testigo, entonces lo haremos tanto como nos sea posible. Realmente nos daba mucho morbo que ella estuviera en la misma cama que nosotras. Ella es una mujer tan hermosa como intrigante. ¿De verdad creía en su método? ¿Lo aplicó alguna vez? El placer recorrió mi cuerpo de solo imaginar a esa mujer lamiendo una vagina. No tenía idea de que podía hablar de sexo con mi suegra de una forma tan directa y explícita. Aunque debía cuidar mis palabras, no me convenía decir abiertamente que me siento atraída sexual y emocionalmente hacia las mujeres.
―Tenés una vagina muy hermosa ―dijo Candela. Su mano derecha bajó por mi vientre y yo separé las piernas. Me acarició el clítoris y luego recorrió la raya de mi sexo. Eso me puso a mil otra vez. Tuve que resistirme a la tentación de chuparle una teta… sus pechos estaban tan cerca de mi cara que no me hubiera costado ningún esfuerzo lamerle un pezón―. Dale, Lara ¿no vas a seguir chupándola? Mirá que no vas a tener otra oportunidad de hacerlo.
A mi novia le brillaron los ojos, seguramente las palabras de su madre la ponían tan cachonda como a mí. Era una pena que esta situación no pudiéramos vivirla mil veces; pero si sólo será una vez, tendremos que aprovecharla al máximo.
Lara se lanzó hacia mí y reanudó la tarea de lamerme la vagina.
―Hacelo bien ―le dijo Candela―. No busques sólo sacarte las dudas, al fin y al cabo Lucrecia te está haciendo el favor de ofrecerse como voluntaria, lo mínimo que podrías hacer es preocuparte de que ella también disfrute.
―¿Te está gustando? ―Me preguntó Lara, mientras daba largas lamidas a mis labios vaginales.
―Sí, mucho.
―¿Y qué es lo que más te gusta?
―Mmm… cuando me chupás el clítoris… y cuando metés la lengua dentro del agujero. Eso se siente muy bien.
Candela sonrió. Su mano abandonó mi clítoris, para que su hija pudiera chuparlo, y subió en busca de mis tetas. Se puso a jugar con mis pezones como si fueran interruptores de algún videojuego. Agradecí mucho que hiciera esto, porque complementó muy bien lo que Lara estaba haciendo en mi entrepierna.
Después de unos segundos, Lara levantó la cabeza, me miró con ojos suplicantes y dijo:
―¿Te molestaría si te meto algún dedo en la cola?
―Mmm… a mí no me molestaría.
―Chicas ―intervino Candela―. ¿Qué les dije acerca de meterse cosas por la cola? No está bien.
―Sí, mamá, ya sé. Pero también dijiste que deberíamos aprovechar este día para sacarnos todas las dudas que tengamos.
―Pero este es diferente…
―¿Por qué? ―Preguntó Lara―. Las dos entendemos que no es algo que deba hacerse ―dijo, refiriéndose a ella y a mí―. Al igual que estar chupándole la concha a otras mujeres. No veo que una cosa sea peor que la otra.
―Uf, bueno… ¡está bien! ―cedió Candela―. Pero no se emocionen mucho con eso, que no me gusta nada.
Lara sonrió y de inmediato se lanzó a lamer mi culo. No le dio tiempo a su madre de cambiar de opinión, me metió un dedo tan rápido que sentí un dolor agudo. Sin embargo no dije nada, no quería que Candela lo usara como excusa para prohibirnos experimentar el sexo anal… aunque nosotras bien sabíamos que era una práctica en la que ya habíamos incursionado más de una vez. Lo hacíamos por el tremendo morbo que nos causaba tener a Candela como espectadora.
El dedo en mi cola empezó a moverse para todos lados, explorando esa cavidad. Al mismo tiempo Lara me chupaba la concha… y yo empecé a gemir. Se sentía de maravilla.
―Me da la impresión de que te gusta ―dijo Candela.
―Es muy placentero ―confesé―. Puede que esté mal, que sea inmoral… pero se siente muy rico.
―Sí, eso me han dicho.
―Yo le dije a mi mamá que si ella quiere renovar el deseo sexual en mi papá, tendría que permitir que él se la metiera por el culo.
―Y ya te dije que no pienso hacer semejante cosa. No me agrada. Las mujeres tenemos vagina, solo los maricones cogen por el culo… y lo hacen porque son unos desviados sexuales.
Lara me había advertido sobre la opinión de Candela sobre los homosexuales, pero igual me hizo enojar un poco que los llamara “desviados sexuales”, como si ser homosexual fuera una enfermedad. Sin embargo, no tenía intenciones de discutir con ella en este preciso momento.
―Bueno, pero por probarlo una vez no pasa nada ―dije, aplicando su propia filosofía.
―Supongo que no. Prometan que sólo será esta vez.
―Sí, mami… prometido ―dijo Lara, mostró una sonrisa luminosa de “niña buena”. Ella sí que sabía cómo aparentar, un talento que yo no poseo.
Entre lamidas y dedos entrando por mi culo, Lara fue subiendo de a poco por mi cuerpo. Pasó de lamerme la vagina a besar mi Monte de Venus, siguió esparciendo besos por todo mi vientre hasta que llegó a mis tetas. Para eso tuvo que ponerse a mi lado, y así quedé rodeada por esas dos mujeres que parecían hermanas gemelas… pero con algunos años de diferencia en la edad. Lara empezó a chuparme una teta y al ver que mi vagina estaba libre, a Candela le pareció buena idea acariciarla. Sus suaves dedos se movieron con maestría y no pude dejar de pensar en las pajas que se habrá hecho esa hermosa mujer a lo largo de su vida. No me importa que esté en desacuerdo con la masturbación, se nota que tiene experiencia en el asunto, porque me tocó de maravilla. Y esta sensación de placer se incrementó por el morbo que me causaba tener dos dedos de lara metidos en la cola.
Fue ese maldito morbo el que me nubló la mente y ya no pude resistir la tentación. Las tetas de Candela estaban a pocos centímetros de mi boca y apenas tuve que ladear un poco la cabeza para chupar un pezón. Me sorprendió que ella no dijera nada, y eso me envalentonó un poco. Empecé a succionar su teta como si quisiera sacar leche de ella… y Lara hacía lo mismo con mis pechos, turnándose un rato con cada uno. Durante todo este tiempo, ninguna de las dos dejó de tocarme.
Uno de los momentos más bonitos de ese día fue cuando Lara me besó. Me encantó comerle la boca frente a su madre. Al parecer a Candela no le molestó que las dos nos metiéramos la lengua en la boca mutuamente, puede que ella lo haya interpretado como una más de esas cosas que necesitábamos probar.
Después de esto, Lara volvió a centrarse en lamer mi vagina, y tuve un potente orgasmo mientras le chupaba una teta a mi suegra.
A pesar de que aún le quedaban varias horas al día, Lara y yo estábamos agotadas. Nos abrazamos, desnudas, y nos quedamos dormida en esa posición.
Nos despertamos apenas una hora más tarde y nos dimos cuenta de que Candela se había quedado a compartir cama con nosotras. Lara podría haber reanudado la tarea de comerme la concha; pero nuestros deseos sexuales ya estaban satisfechos por todo lo que restaba del día. Ninguna de las dos tenía más energías para seguir cogiendo… y tampoco nos atrevíamos a probar más cosas. ¿Qué pensaría Candela si de repente yo le comía la concha a su hija? Al fin y al cabo yo le conté que ya había probado una concha. Según su “método”, yo ya había agotado mi única oportunidad de hacerlo. Lara también sabía esto y por eso decidimos que ya no seguiríamos tentando a la suerte.
El lunes y el martes fueron días de lo más rutinario. Lara y yo asistimos a la universidad y volvimos a casa para la cena. Durante esos dos días no tuvimos sexo, a pesar de que hubiéramos podido. Sin embargo teníamos miedo que Candela se levantara a mitad de la noche y nos encontrara en pleno acto lésbico. Aunque sí hubo besos, muchos besos… y algunos manoseos.
Con Lara intentamos comprender qué era todo ese asunto del método propuesto por Canela. Mi novia tenía la teoría de que su madre había aprendido ese método de alguna amiga, probablemente durante su adolescencia. A las dos nos llenó de morbo pensar que Candela, a nuestra edad, se acostó con una mujer. Pero no teníamos forma de demostrarlo. En lo que sí estábamos de acuerdo es que ese presunto método no serviría de nada en caso de que una mujer de verdad tuviera tendencias lésbicas. Lara y yo sabíamos perfectamente que una vez que se empieza a chupar conchas, si te gusta, no vas a querer dejar de hacerlo.
El miércoles decidí quedarme en la casa de Lara. La materia que dictaban ese día no me interesaba en lo más mínimo, y mi estado de ánimo había decaído bastante. No quería pisar la universidad. Evalué la posibilidad de visitar a mi amiga la monjita; pero lo descarté, justamente por la proximidad del convento con la universidad. Lo que sí hice fue mandarle mensajes. Le conté con más detalles los problemas que tuve con mis padres y ella me mostró su indignación. También me prometió que haría todo lo posible para ayudarme, si yo se lo pedía. Le agradecí el gesto.
A Candela no le molestó que yo me quedara en la casa, sin hacer nada. Pensé que me pediría ayuda con los quehaceres domésticos, pero por suerte ella se las arregló sola. Fue un alivio para mí, las veces que agarré una escoba fue para pretender ser una bruja salida de un libro de Harry Potter. Pero esos años ya habían quedado en el pasado… más o menos.
La monja…
Anabella me obligó a barrer medio convento. Y aún así, no aprendí a hacerlo correctamente. No quería pasar vergüenza frente a Candela, demostrándole que yo soy una completa inútil en lo que a quehaceres domésticos se refiere.
Para no molestarla, me tendí en el sillón del living, a repasar algunos de mis apuntes de la universidad, como si ésto me ayudara a mitigar la culpa por haber faltado. No lo hizo. Me fue imposible concentrarme más de dos minutos seguidos. Mi mente divagó entre los problemas que tenía con mis padres y el incierto futuro que me aguardaba. ¿Qué va a ser de mi vida? No tengo trabajo, no tengo un lugar donde quedarme, no sé hacer nada…
Si yo fuera una empleadora, no me daría trabajo. Lo poco que sé de la vida, lo aprendí con las asignaturas de la universidad, y ni siquiera tengo un título que me habilite como Administradora de Empresas. Para eso todavía me faltan algunos años.
La universidad…
¿Cómo voy a hacer para pagar la cuota mensual? Ni siquiera sé cuánto cuesta realmente, pero me queda muy claro que no es una universidad barata. De hecho, es de las más caras de la ciudad. Sé que mi mamá va a dejar de pagar, aunque para eso deba inventarse alguna buena excusa, para no quedar mal con los directivos. ¿Dirá que yo les estuve robando dinero por años? Porque si ya usó esa excusa una vez, es muy probable que la use de nuevo.
Todo este torbellino de pensamientos escalofriantes se vio interrumpido cuando vi a Candela pasar delante de mí.
Al parecer ella salía de bañarse y tenía puesta una remera vieja, sin corpiño. Los pezones se le marcaban mucho en la tela gris. Y debajo sólo llevaba puesta una diminuta tanga que se le metía entre las nalgas. Me quedé embobada, mirando el hermoso culo de mi suegra.
Pero la perdí de vista cuando entró en la cocina.
Tuve que levantarme y seguirla, aún quería admirar esas perfectas nalgas, que tanto se parecían a las de Lara. Es más: si la veía de atrás, podría confundirla con Lara.
―¿Te cansaste de estudiar? ―Me preguntó con una sonrisa cordial, en cuanto me vio entrar a la cocina.
―No me puedo concentrar ―le confesé―. Tengo muchos problemas en la cabeza…
―Sí, es entendible. ¿Pudiste hablar con tus padres?
―No, ni pienso hacerlo. Conozco a mi mamá, es demasiado orgullosa. No va a cambiar de opinión, y mi papá le va a seguir la corriente. Esto es definitivo, no voy a volver a mi casa.
―¿Estás segura? Es una decisión muy importante…
―Sí, por más que me duela, tengo que reconocer que mi mamá no me va a dejar entrar nunca. Al menos no en un futuro cercano.
―Me apena mucho saber eso. Podés quedarte acá por un tiempo más, si lo necesitás.
―Gracias, de verdad. Pero prefiero buscar otro lugar, no quiero molestarlos. Ustedes son muy hospitalarios, sin embargo yo ni siquiera soy de la familia. No me sentiría cómoda quedándome más tiempo del necesario.
―Entiendo… y nosotros no estamos listos como para tener una nueva integrante en la casa. Sin embargo, Lucrecia, de vez en cuando podés venir y pasar acá unos días. Eso no nos va a molestar para nada.
―Está bien, te lo agradezco.
Me dio la espalda y empezó a cortar unas zanahorias, que pretendía usar para el almuerzo. Yo volví a quedar idiotizada, admirando esas redondas nalgas y la forma en la que la tanga se aferraba a los labios vaginales. Se me acaloró la entrepierna. En mi mente aún estaba muy fresco el recuerdo de Candela completamente desnuda.
Me acerqué a ella sigilosamente, como si temiera que mi cercanía la hiciera gritar; por suerte no lo hizo. Le hablé con la cara cerca de su oído, como yo soy más alta, esta tarea resultó bastante sencilla.
―Hiciste mucho por mí, Candela ―dije, en un tono de voz cercano al susurro―. Me gustaría agradecerte de una forma más apropiada―. La envolví con mis brazos y acaricié su plano abdomen.
Creí que se apartaría de mí, que me diría que eso era una locura. Sin embargo dijo:
―¿Ah si? ¿Y qué tenés en mente?
―Sé que no soy la persona más apropiada para hacerlo ―bajé mi mano y la metí dentro de la tanga, volví a quedar fascinada por la suavidad de su monte de venus―. También soy consciente de que yo no debería seguir haciendo este tipo de cosas. Pero quiero que ésta sea una excepción, para mostrarte lo agradecida que estoy por todo lo que hiciste por mí, al recibirme en tu casa.
Mis dedos alcanzaron primero su clítoris y luego sus labios vaginales, cuando llegué a explorar el agujero, me di cuenta de que ella ya se estaba mojando.
―A veces, en situaciones muy particulares, se pueden hacer excepciones.
Todo mi cuerpo vibró al escuchar esas palabras. Me pregunté no sólo si ella ya había probado con otra mujer, sino también si habría hecho alguna de esas “excepciones”. Además ¿me estaba dando permiso para seguir adelante? Me puse muy ansiosa, pero logré mantener la calma y seguí hablando con sensualidad, mientras le acariciaba la concha.
―Sos una mujer muy hermosa, Candela, así que para mí va a ser un placer poder pagarte un favor de esta manera. Me gustaría ayudarte a relajarte un poco, te lo merecés. Y se me ocurre algo que podría ser muy relajante. ―Uno de mis dedos se coló dentro de su concha, y empecé a explorar todo el interior.
―Me vendría muy bien relajarme un poco. Últimamente ando muy estresada, los problemas con mi matrimonio me tienen preocupada.
―Es lógico, Candela. Por eso, permitime ayudarte a olvidar los problemas, al menos por un rato. Que sea mi forma de agradecerte por todo lo que hiciste por mí.
Ella no respondió, lo cual era bueno, yo no pensaba detenerme a menos que escuchara una negativa. Quité mi mano de su entrepierna, solo para poder sujetar bien la tanga, por los laterales, y comencé a bajarla lentamente. En lo que duró esta tarea me fui agachando y admiré cómo su espalda se une con su redondeada cola, y como la cola se pierde abruptamente donde comienzan las torneadas piernas. Pude sentir el olor a sexo femenino, ella estaba excitada y yo también.
Cuando la tanga quedó a la altura de sus tobillos, Candela, sin dejar de picar vegetales, levantó su culo en pompa y separó ligeramente las piernas, como invitándome a pasar. Pude ver que sus labios vaginales se separaban, dejando pequeños hilos de flujo entre ellos. Acerqué la cara, disfruté de ese dulce aroma a mujer en celo y con la lengua limpié los hilitos de flujo. Estaban deliciosos.
Durante el fin de semana tuve que contenerme para no lamer este precioso tesoro; pero ahora Candela me lo estaba ofreciendo, sin decir ni una palabra.
―Vos solamente relajate ―le dije, mientras acariciaba su firme cola―, y dejame hacer todo el trabajo.
Comencé con lamidas suaves, recorriendo sus labios vaginales, acercándome cada vez más al centro. Cuando mi lengua estuvo justo sobre el agujero, intenté explorar dentro con ella. Fue delicioso, incluso pude sentir cómo bajaban los flujos sexuales de Candela.
Cuando estas lamidas suaves se convirtieron en chupones intensos, me di cuenta de que Candela ya no estaba trabajando en las zanahorias, sino que tenía las manos apoyadas en la mesada, y su culo estaba aún más parado.
Abrí sus nalgas y chupé su concha con la misma pasión que lo hubiera hecho con la de Lara… incluso tal vez un poquito más, porque me llenaba de morbo estar probando la vagina de Candela. En ningún momento, antes de venir a esta casa, se me cruzó por la cabeza que podría llegar a encontrarme en esta situación con la madre de novia.
Decidí ser un poquito más atrevida, con la lengua subí hasta el agujero de su culo y empecé a lamerlo. Después de unos segundos le dije:
―Sé que esto del sexo anal no te gusta para nada; pero tenés un culo tan lindo que provoca chuparlo.
―Bueno, las lamidas no son invasivas… y tengo que reconocer que se siente muy bien.
Me encantó oírla decir eso, me incentivó a seguir lamiendo ese agujero y, a pesar de que ella creía que las lamidas no serían invasivas, con la punta de mi lengua fui presionando e insistí hasta que el culo se empezó a abrir. Pensé que ella se quejaría, pero en lugar de eso bajó una mano hasta su entrepierna y comenzó a pajearse.
¡Uf, me pone como loca verla pajeándose! Ella que tanto se queja de la masturbación, se estaba frotando el clítoris a todo lo que da, mientras yo le chupaba el culo. Mi deleite fue aún mayor cuando pude oír sus gemidos, suaves y muy sensuales.
Le metí dos dedos en la concha, que entraron con bastante facilidad, gracias a que ella estaba bien lubricada. Candela no dejó de frotarse el clítoris y yo no dejé de chuparle el culo.
Después de un par de minutos decidí ser más osada. Llevé mis dedos hasta el agujero de su culo y de a poco comencé a meter uno. Me puse de pie, para hacerlo más cómoda, y le dije al oído:
―Relajate y disfrutalo. Vas a ver que es muy placentero.
―Pero…
―Pero nada. Hacé una excepción, solo por esta vez ―dije, aplicando su propio método―. No va a pasar malo solo por quitarte la duda, una vez.
―Es cierto.
Mi dedo entró y ella emitió un suave quejido, tal vez le dolió un poquito, pero yo sabía muy bien que ese dolor se difuminaría pronto, para darle paso al placer.
Comencé a meter y sacar el dedo lentamente, dándole tiempo a su culo a dilatarse. Me encantó que Candela se masturbara cada vez más rápido. No podía leer su mente, pero estoy segura que se llenó de morbo cuando empezó a sentir ese placer anal que yo tanto amaba.
Cuando ese dedo pudo entrar y salir con facilidad, empecé a meter el segundo. Una vez más Candela lanzó un leve quejido, por el dolor; a pesar de eso en ningún momento me pidió que me detuviera. De a poco fui igualando el ritmo de la masturbación anal con el ritmo que ella llevaba en su masturbación vaginal, el cual era muy alto. Sus gemidos comenzaron a intensificarse… mucho. Se puso en puntas de pie y le di fuerte durante un rato. Sin embargo no quise castigarla mucho, si esta era su primera experiencia anal, podría ser muy doloroso.
Saqué los dedos y bajé una vez más, a comerme esa magnífica concha, con la diferencia de que en esta ocasión Candela dio media vuelta, quedando de frente a mí. Dejó de lado su tanga, que ya estaba a la altura del piso, y levantó una pierna, para apoyarla sobre mi hombro. Me ofreció su concha de una forma espectacular. Me lancé a chuparla de inmediato. Le di intensos chupones en el clítoris y ella me lo agradeció con dulces gemidos.
―Necesito ir a un lugar en el que podamos estar más cómodas.
Me sorprendió que Candela me pidiera esto, pero no opuse ninguna resistencia, simplemente la seguí. Juntas entramos en su dormitorio y mi morbo se disparó, porque ahora sí, oficialmente, esa mujer iba a serle infiel a su marido… conmigo, y dentro del cuarto que ellos compartían.
Las sorpresas no terminaban allí, en lugar de pedirme que siguiera lamiéndola, Candela comenzó a desnudarme. No pude resistir la tentación, la agarré del cuello y la besé con pasión. Nuestras lenguas se entrelazaron y me di cuenta de que ella tenía el mismo talento que su hija para besar. También me encantó que fuera un beso activo de su parte, ella también buscó mis labios y mi lengua.
―Hace tiempo que no me voy a la cama con una mujer ―me confesó.
―Entonces vos… ¿ya lo habías probado?
―A veces la vida te pone en situaciones en las que podés hacer una excepción, aunque aquello que hagas esté mal.
―Y agradezco mucho que estés haciendo esta excepción por mí.
―Sos una mujer muy hermosa, Lucrecia… si iba a hacer una excepción con alguna mujer, me alegra que sea con una tan bonita.
Acto seguido se arrodilló ante mí, como yo estaba completamente desnuda, no hubo nada que le impidiera lamerme la vagina. Cuando sentí su lengua en mi concha no lo pude creer. Fue maravilloso. Sus lamidas parecían incluso más expertas que las mías, lo hacía de maravilla y sin ninguna señal de asco. Definitivamente Candela Jabinsky se había comido alguna concha en su vida, y yo comenzaba a dudar de que eso hubiera pasado solamente una vez.
―¿Sabés por qué estoy haciendo esto? ―Me preguntó, mirándome desde abajo. Negué con la cabeza, no tenía idea de qué responderle―. Porque no quiero que te quedes caliente cuando vuelva Lara. ¿Me explico?
―Ah, sí… ya veo. Te lo agradezco mucho.
Estaba claro: Candela no quería que Lara y yo volviéramos a chuparnos las conchas, al menos no este día.
Su chupada de concha fue tan magnífica que tuve que sentarme en el borde de la cama, porque las piernas ya no me sostenían. Las mantuve separadas para ella y se entretuvo un largo rato succionando mi clítoris y metiendo su lengua dentro de mi agujero. Luego, de a poco, fue subiendo por mi cuerpo, tal y como lo había hecho su hija el domingo.
Cuando llegó a mis tetas, se entretuvo un buen rato chupándolas, empezó por la derecha y cuando el pezón me quedó bien húmedo y sensible, se pasó a la izquierda. Mientras tanto yo le toqué la concha tanto como pude. Y sí, Candela también me masturbó. La estábamos pasando de maravilla y caí en la cuenta de que esto ya no era una “pequeña devolución de favores”. Estábamos cogiendo. Lisa y llanamente, estábamos teniendo sexo lésbico.
Esto se hizo mucho más evidente cuando nuestras piernas se entrelazaron y pusimos en práctica aquel acto sexual tan famoso entre las lesbianas: la vieja y confiable tijereta.
¡Uf, cómo se mueve esta mujer! Es fantástica. Su cuerpo se sacudió junto con el mío, echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y llenó la habitación de gemidos. Nuestras conchas se frotaron unas contra otras y cada roce de mi clítoris me hizo suspirar. Candela me cogió como si me estuviera penetrando; pero en ningún momento eché en falta una penetración. Me bastaba con verla bailar esa danza tan sensual sobre mi cuerpo.
Hicimos una pausa, para recuperar el aliento. Nuestros cuerpos estaban cubiertos de finas perlas de sudor.
―Candela ―le dije, entre jadeos. Su boca estaba muy cerca a la mía―. Cuando hiciste aquella excepción con una mujer. ¿Qué fue lo que más te gustó?
Creí que no me respondería, pero esa mujer me estaba demostrando que no se comportaría de acuerdo a mis predicciones.
―El “sesenta y nueve” ―dijo, sin pensarlo mucho tiempo―. Me encantó chuparle la concha mientras ella me la chupaba a mí.
―Eso debe ser fantástico.
―Admito que fue muy agradable… disfrutar del placer de chupar, y que al mismo tiempo te la chupen.
―Tendremos que hacerlo. Es decir, si estás haciendo esta excepción conmigo, quiero que disfrutes lo máximo posible.
―Estoy de acuerdo en eso.
Nos pusimos manos a la obra. Mejor dijo: lenguas a la obra.
Ella se colocó sobre mí, dejando su concha justo encima de mi cara. Cuando estuvimos bien alineadas, me lancé a la tarea de chupar, lamer y succionar sus labios vaginales, y ella hizo lo mismo conmigo. ¡Dios, cómo la chupa! Ni siquiera Lara es capaz de hacer algo así. Candela tiene un no sé qué para encontrar los puntos más sensibles de mi sexo… y en el momento más oportuno. Me retorcí en la cama y sacudí las piernas… y ella hizo lo mismo, y me alegra, porque realmente puse mucho esmero a la hora de chupársela.
―Ay, Candela… me encanta tu concha. Es preciosa.
―Gracias. La tuya es realmente hermosa.
Volvimos a brindarnos placer oral. Lo que más me gustó fue que Candela se animó a darle unas cuantas lamidas a mi culo, y yo hice lo mismo con el de ella.
Estuvimos un largo rato en esa posición, comiéndonos las rajitas, hasta que una voz femenina nos interrumpió.
―Ah, bueno. ¿Pero qué es esto?
Se trataba de Lara, que nos miraba desde la puerta de la pieza. Candela no se sobresaltó, y como ella mantuvo la calma, yo también.
―Lucrecia me está dando un pequeño agradecimiento.
―Sí ―me apresuré a decir―, es por dejarme vivir en esta casa durante unos días.
―Ah, ya veo ―dijo Lara, con una sonrisa de incredulidad―. ¿Y les molestaría mucho si yo me sumo a ese “agradecimiento”. Al fin y al cabo Lucrecia me debe el esfuerzo que hice por convencerlos a vos y a papá de que la dejen quedarse.
―Lucrecia no te debe nada ―dijo Candela, apartándose de mí. No estaba enojada, hablaba con esa calma trascendental tan típica de ella―. Ella ya te mostró su agradecimiento el domingo, al permitirte hacer lo que hiciste.
―Es solo un ratito, mamá. ―Lara hizo el ademán de sacarse la remera, pero se detuvo en seco cuando su madre habló.
―No, Lara. Ya te lo dije muy clarito el domingo: estas cosas se hacen solamente una vez.
―Pero Lucrecia…
―Sobre Lucrecia no puedo poner límites, ella no es mi hija. Vos sos mi hija.
―¡Ufa!
De pronto Lara parecía una nena pequeña y caprichosa.
―No te preocupes ―le dije―. Al fin y al cabo nosotras dos la pasamos realmente muy bien el domingo pasado. Creo que con eso tuvimos suficiente.
Mi intención era calmar las aguas, no quería que madre e hija empezaran a discutir sobre los límites del sexo lésbico.
―Tuvieron más que suficiente ―aseguró Candela.
―Bueeeeno… está bien. No voy a insistir. Pero tienen que admitir que mi idea era buenísima.
―Tu idea era una locura. Bueno, Lucre, te agradezco la devolución de favores. Realmente la pasé muy bien. Ahora agradecería que te pusieras la ropa. Prepárense porque en un rato va a estar lista la comida.
Esa mujer, que era puro fuego lésbico hace apenas unos segundos, volvió a convertirse en la madre rígida pero amorosa que yo conocía.
Me vestí tan rápido que ni me di cuenta. No quería tentar demasiado a Lara.
Luego mi novia y yo nos fuimos a su cuarto a charlar… pero con la puerta abierta.
Le conté a Lara todo lo que había pasado, ocultar algo era inútil. A ella no le molestó para nada, me dijo que, por el contrario, le causó mucho morbo ver a su madre comiéndome la concha. Se asombró tanto al vernos en pleno acto sexual, que no dijo nada. Me enteré que ella estuvo mirándonos durante unos minutos, y si habló fue porque creyó que había alguna chance de que su madre le permitiera chuparme la concha un ratito, o que al menos dejara que yo se la chupe. Pero, lamentablemente, nada de eso ocurrió. Y digo “lamentablemente” porque la idea de Lara era brillante.
A pesar de lo bien que la pasé en la casa de Lara, ya no podía seguir abusando de la hospitalidad de los Jabinsky. Empezaba a sentirme una intrusa, y creo que Lara me ama mucho, pero prefiere dormir sola. No la culpo, me pasa algo parecido. Si bien a mí me encanta poder abrazarla hasta quedarme dormida, no voy a negar que algunas noches me gustaría tener una cama para mi sola.
Después de evaluar las pocas (prácticamente nulas) opciones que tenía, decidí llamar a Leticia Zimmer, mi prima; hija de un hermano de mi papá. Por desgracia esa rama de la familia también fue absorbida por un fuerte apego a la religión Católica. No estoy en contra del Cristianismo, en absoluto. Aún lo profeso. Simplemente no me agradan aquellas personas que usan la Fe para dañar a otros; como lo hacen mis padres. Más allá de cualquier error que yo haya cometido, considero que el amor debería ser lo primordial. Adela y Josué mostraron más fanatismo por seguir ciertas reglas establecidas por el Cristianismo, en lugar de darle prioridad al amor y a la familia. El padre de Leticia ya se enteró de mi supuesto “robo” y no me tiene en muy buena estima, sin embargo mi prima es lo suficientemente avispada como para pensar por sí misma. Ella sabe que la excusa que puso mi mamá no tiene ningún sentido. Yo no necesito robar dinero, si el dinero es lo que sobra en mi familia. Le prometí a Leticia que le contaría el verdadero motivo por el cual fui echada de mi casa; pero no lo haría por teléfono.
Leticia me dijo que podía quedarme en su departamento (ella vive sola) durante unos días. No puede recibirme por tiempo indefinido, ya que ella busca independizarse de su padre y prefiere arreglárselas con el dinero que obtiene trabajando. Yo no tengo trabajo para poder aportar fondos. Le prometí que serían apenas unos días y que, además, me pondría en campaña de buscar algún trabajo.
La última noche que pasé en la casa de los Jabinsky, ellos me despidieron preparando un delicioso asado. No había ningún corte que contuviera cerdo, pero carne vacuna había en abundancia. Descubrí que Lucio Jabinsky es bastante bueno con la parrilla, y un anfitrión muy amable. Me ofreció los mejores cortes, a pesar de las protestas de Lara, que los quería para ella. Los comí con gusto, sabiendo que, además, estaba molestando un poquito a mi novia. A veces siento que si no tengo estas “micro-peleas” con ella, no se aliviaría la tensión, y terminaríamos discutiendo por cosas realmente importantes. Cosa que no quiero. Porque una discusión como esa ya nos distanció en el pasado.
Aquella misma noche Candela se fue temprano a la cama, llevándose a su marido. Nos dijo que estaba tan cansada que seguramente se quedaría profundamente dormida apenas apoyara la cabeza en la almohada.
Lara y yo entendimos esas palabras como un permiso que ella nos estaba dando. Puede que no haya sido su intención, pero nos pareció que nos estaba diciendo que, si aquella noche nos poníamos muy mimosas, ella haría oídos sordos.
Y eso fue exactamente lo que hicimos con Lara, nos pusimos sumamente mimosas, sabiendo que después de esa noche pasaría bastante tiempo hasta que pudiéramos tener sexo. Sacamos a relucir mi “caja de juguetes” y fuimos probando algunos… por los dos agujeros. Como buenas amigas, nos fuimos turnarnos para meternos, mutuamente, algún consolador por la concha… y luego por el culo. Uf… eso último dolió un poco, cuando Lara agarró uno de los consoladores más grandes y decidió que quería brindarme placer con eso. No pude negarme, estaba sumamente excitada, y el sexo por la cola es mi debilidad. Me aferré a las sábanas, mordí la almohada, y permití que ella me diera por el culo con ese juguete, durante un largo rato. Después me cobré mi venganza. A la pobrecita se le puso toda la cara roja, y se le salieron algunas lágrimas, cuando conseguí meterle ese grueso consolador. Pero de todas formas ella sufrió mucho menos que yo, por desgracia. Porque quería que ella sufriera lo mismo, mientras su culo se dilataba para poder contener todo ese juguete. Sin embargo en pocos minutos ya había conseguido meterlo y sacarlo sin que su culo opusiera demasiada resistencia.
Lara manifestó que para ella hubiera sumamente excitante que su madre nos viera metiéndonos cosas por el culo. Pero ya habíamos tentado la suerte hasta el límite. Debíamos conformarnos con saber que Candela nos había dado permiso para tener sexo esta noche, seguramente pensando que sería la última.
Mi novia aseguró que luego hablaría con su madre y le explicaría que eso del sexo lésbico entre nostras ya era cosa del pasado, una pequeña etapa de experimentación. Aunque esto no fuera verdad, por supuesto; porque las dos pretendíamos brindarnos mucho placer lésbico, cada vez que tuviéramos la oportunidad.
Esa noche no dormimos mucho, apenas unas cuatro horas. Sin embargo me desperté con las energías renovadas. Lara me ayudó a guardar todo y fue una despedida sin lágrimas, solo nos pusimos un poquito tristes porque debíamos distanciarnos; pero sabíamos que volveríamos a vernos.
Aprovechando que Lucio ya se había ido a trabajar, me despedí de Lara con un dulce y apasionado beso en la boca… frente a Candela. Ella lo permitió, y nos miró con una amplia sonrisa, casi como si aprobara nuestra relación lésbica. A continuación le di un beso igual a la propia Candela. Le agarré las nalgas y le acaricié la concha por encima del pantalón. Ella me hizo lo mismo. Fue una bonita forma de despedirnos.