Venus a la Deriva [Lucrecia] (26).
Swingers.
Capítulo 26
Swingers.
Lunes, 26 de Junio, de 2014.
―1―
Era la primera vez que visitaba Afrodita acompañada de Lara, y la primera vez que ella entraba a una discoteca gay. Sin embargo las dos nos sentíamos de maravilla, como si ese lugar hubiera sido hecho para nosotras. En ningún momento la noté avergonzada o con miedo, al contrario. Si tenía la oportunidad de bailar un par de minutos con alguna chica linda, lo hacía. Por supuesto, nunca se olvidó de mí. Todo el tiempo me demostró que yo era el centro de su atención. Allí podíamos besarnos a cada rato, sin ocultar nuestra relación.
Estábamos consumiendo nuestro cuarto trago… o tal vez era el quinto. Dejamos los vasos en una pequeña mesita circular a pocos pasos de nosotras y nos pusimos a bailar sensualmente al ritmo de la música. Por estar tan ensimismadas en acariciarnos y besarnos, no nos dimos cuenta de que dos personas se habían sentado en los taburetes de nuestra mesita. Cuando clavé la mirada en estas dos mujeres, me di cuenta de que nos estaban observando atentamente, con sugerentes sonrisas en sus rostros.
Ellas debían tener al menos diez años más que nosotras. No se mucho de moda, pero por los delicados vestidos, y las ostentosas joyas, daban toda la impresión de ser adineradas. Me acerqué a la mesa a recuperar los vasos, seguida de cerca por mi novia.
―Hola, linda ―me saludó una de las mujeres, su lacio cabello era tan rubio que bajo las luces del boliche parecía plateado. Su voz se perdía en el bullicio de la discoteca―. Yo soy Viviana.
―¿Qué sos lesbiana? ―Pregunté, tomando mi vaso, ella comenzó a reírse.
―Bueno sí, también soy lesbiana. Pero te decía que mi nombre es Viviana. ―Elevó su voz y pude entender mejor.
―Ah mucho gusto, yo soy Lucrecia. Ella es mi novia, Lara ―miré a la mujer que la acompañaba, tenía el cabello oscuro y una amplia sonrisa en sus labios.
―Yo soy Stella ―se presentó―. ¿No quieren sentarse a tomar algo con nosotras? ―Ambas tenían copas, de lo que parecía ser champagne.
Miré a Lara y ella asintió con su cabeza, nos sentamos en dos taburetes que estaban cerca y nos quedamos en silencio, mirando a las refinadas damas.
―¿Hace mucho que vienen a este lugar? ―Preguntó la rubia.
―Es la primera vez que vengo ―respondió Lara―. Mi novia vino varias veces. Hasta tiene pase VIP. ―Se me electrificaba el cuerpo cada vez que ella se refería a mí como su “novia”.
―¡Que suerte! A nosotras todavía no nos dan uno. ―Si estas mujeres tenían tanto dinero como aparentaban, debía recomendárselas a Rodrigo, para que les diera un pase VIP.
―Yo puedo ayudarlas con eso. No les prometo nada; pero al menos puedo hablar con el dueño ―Me sentí importante, por primera vez en mi vida.
―Eso sería estupendo, chiquita ―dijo Stella―. Nos gusta mucho este lugar. También nos gusta el Swinger. ¿A ustedes les gusta?
―No lo probé ―le contesté―; pero sí me gustan los daiquiris y el
Pisco Sour
―las mujeres se rieron a carcajadas de mí, incluso Lara se les sumó. No entendía nada.
―Lo más triste, es que lo dice en serio ―aseguró mi novia―. Me encanta que sea tan ingenua.
―¿De qué me perdí? ―No sabía si reirme o sentirme avergonzada.
―¿No sabés lo que es el swinger? ―Preguntó Viviana.
―Supuse que era un trago, todos tienen nombres muy raros. ―Otra vez se rieron de mí. Sí, incluso mi propia novia. ¿Acaso vine disfrazada de payaso y no me di cuenta? No, ahí estaba mi lindo vestido, haciéndome ver con una chica sexy. No había señales de zapatos gigantes o narices rojas.
―Swinger se le llama al intercambio de parejas, Lucre ―Lara me sacó de la ignorancia.
―¿Y por qué no le dicen intercambio de parejas? ¿Qué necesidad hay de estar hablando en inglés?
―No te enojes, chiquita ―la rubia puso una mano en mi rodilla―, que nadie nació sabiendo. Yo ni siquiera sabía quién era Afrodita cuando llegué acá. Ella tuvo que explicarme ―señaló a su amiga con el pulgar.
―Bueno, eso sí lo sabía. A mí me gusta la mitología, hay dos versiones de Afrodita; una nacida de la espuma y la otra es hija de Zeus. Es la equivalente a la diosa Venus de la mitología romana. ―Me miraron como si fuera un bicho raro.
¡Qué bien, Lucrecia! Primero hacés que se rían de vos por ignorante y ahora las vas a dormir, pasándote de cerebrito.
―Además, es la diosa de la belleza y la lujuria ―les guiñé un ojo.
―Eso sí me gusta, fue acertado elegir ese nombre para el boliche ―dijo Viviana. Luego nos quedamos en silencio. Tomé un trago de mi vaso, como para disimular; no sabía qué decirle―. Creo que fui demasiado rápido con ustedes chicas. A nuestra edad ya tenemos la costumbre de ser mucho más directas con estos temas. Espero no haberlas espantado.
―Para nada ―aseguró Lara―. De hecho, era justo lo que estábamos buscando ¿No es cierto Lucrecia? ―Miré para todos lados por si de casualidad había otra Lucrecia en los alrededores. Si era “swinger” lo que buscábamos, a mí nadie me informó.
―Este… sí, supongo que sí ―dije, sin mucha convicción.
La rubia estaba frente a mí y seguramente pudo descubrir de qué color era mi tanga, al verla por debajo de mi vestido. El alcohol me estaba afectando y eso me impedía pensar con claridad, pero a la vez estaba sumamente excitada.
Nos quedamos charlando con estas nuevas amigas durante media hora, aproximadamente. En realidad, la que hablaba con ellas era Lara. Les contó un poco sobre nuestra relación, no omitió detalles al contarles sobre los experimentos lésbicos que yo solía llevar a cabo con amigas mientras éstas dormían. En lugar de enojarme o preocuparme, me reí como una boba. El alcohol ya sonaba como un tambor en mis sienes, definitivamente el Pisco no era una bebida como para tomar durante todo el transcurso de una noche. La próxima vez debería pedir algo con menos graduación alcohólica.
―¿Qué les parece si vamos a un lugar más cómodo? ―La rubia dijo la frase mágica, yo tenía miedo de levantarme, temí que la borrachera hiciera fallar mis piernas. Ya me podía imaginar, estrellándome de cara contra el suelo. Sin embargo mi cuerpo respondió mejor de lo que esperaba. De todas maneras me puse de pie lentamente, y me quedé aferrada a la mesa, hasta estar segura.
―Acá tienen muy buenas habitaciones ―dije. Esta vez no quise quedar como una ingenua y fui a lo concreto.
―Puede ser, pero preferiría que sea en nuestra casa, es más tranquilo. ―La idea de ir a la casa de una desconocida no me agradaba demasiado; pero estas mujeres parecían de confiar. Sólo buscaban sexo, y pasar una buena noche con dos chicas que tuvieran la mitad de años que ellas.
―Por mí está bien ―dijo Lara.
Salimos del boliche y por suerte no me tocó conducir. Le di las llaves de mi auto a Miguel y le pedí que lo cuidara por mí. Le dije que no se preocupara si había que pagar algún estacionamiento, yo lo abonaría sin chistar. Me deseó buena suerte y las cuatro subimos a un lujoso auto color negro, de esos que están a dos puertas de ser limusinas. La mujer de cabello oscuro condujo mientras yo iba abrazada a Lara en el asiento trasero. Rogaba que la borrachera se me pasara un poco, por suerte era sólo obnubilación y mareo, el resto estaba todo bien.
En unos minutos llegamos a una amplia casona, recordaba que habíamos pasado por una barrera de tránsito apenas dos minutos antes y supe que nos encontrábamos en uno de los barrios privados de la ciudad. Estas mujeres debían ser sumamente adineradas. Cuando entramos a la casa me quedé asombrada, yo pensaba que la mía era grande; pero parecía una casita de muñecas al lado de esta mansión. Era como estar en un palacio, el cual mi madre adoraría, ya que allí dentro reinaba el blanco. Las dueñas de casa se adelantaron dirigiéndose a una sala de estar. Me sorprendió que no hubiera personal que las atendiera pero luego me di cuenta que si la intención de las mujeres era pasar una noche especial, tal vez habían prescindido del personal.
―Me pido la morocha ―me dijo Lara al oído―. Además la rubia te está mirando desde que te sentaste delante de ella.
―¿De verdad estás dispuesta a que hagamos el intercambio? ―Pregunté, intentando caminar en línea recta. Esta tarea se me hacía aún más difícil por estar usando tacos.
―Sólo si vos también querés.
―La verdad es que sí, todo esto me da mucha intriga y me calienta mucho. ¿Creés que sean pareja de verdad?
―Creo que sí, hasta me da la impresión de que están casadas, las dos llevan la misma argolla de matrimonio ―no me había percatado de ese detalle―. Unas así quiero para nosotras ―bromeó.
―Cuando seamos multimillonarias y nos casemos, vamos a comprar unas mejores, y tal vez compremos las de ellas también, para tenerlas de repuesto. –―Nos reímos como chiquillas ingenuas.
Llegamos al gran salón de estar, si es que se lo podía llamar de alguna forma, tenía sillones, sofá y divanes por todos lados. Estaba muy bien decorado con grandes cuadros y hasta podían verse algunas esculturas; estaba asombrada. Me acerqué a las mujeres y la rubia me tomó de la mano, al parecer ellas habían decidido realizar el intercambio de la misma manera que nosotras. Le sonreí a mi novia y le di un corto besito en la boca. Viviana me llevó por una escalera hasta un cuarto del piso superior. Estaba nerviosa, no sólo por pensar lo que estaba a punto de hacer, sino porque no podría ver lo que ocurría con Lara. Tengo que admitir que eso me puso un poco celosa. Estuve a punto de quejarme, cuando la hermosa mujer me tomó por la cintura y me dio un suave beso en la boca que borró en un segundo todas mis preocupaciones. De pronto sentí mucha confianza en ella y me dejé llevar por el momento. Hábilmente bajó el cierre de mi espalda y mi vestido cayó al suelo. En ese momento recordé el conjunto de ropa interior que había comprado especialmente para esta noche y allí volví a pensar en Lara, me apenaba que ella no estuviera viéndolo.
―Quiero volver con mi novia ―le dije a la rubia, bajando la cabeza.
―¿Qué pasa chiquita, no te gusto?
―No es eso, es que quiero estar con ella. Esta es nuestra primer salida como novias y…
―Tranquila, acompañame, vamos a buscar a tu novia, yo no te voy a forzar a hacer nada que no quieras. La idea es que todas la pasemos bien. –Me tomó de la mano y bajamos por la escalera.
Tenía el corazón en la boca porque imaginé que encontraría a Lara teniendo sexo con Stella, pero por suerte no fue así. Estaban sentadas una a la par de la otra, en un sillón. Mi novia sonrió al verme en ropa interior, y eso cambió totalmente mi estado de ánimo.
―¡Que sexy estás mi amor! ―Me dijo acercándose para tomarme de las manos―. ¿Pasó algo?
―Creo que todavía no está lista para el intercambio. ―Viviana sonaba maternal y comprensiva.
―Qué raro ¿no era que ya te habías acostado con muchas mujeres? ―Lara parecía confundida.
―Sí, pero esta noche te tengo a vos, no necesito otras mujeres.
―Oh, me muero de amor ―Se puso de pie, caminó hasta mí con sensualidad, y me dio un romántico beso en la boca.
―Chicas, no se preocupen, si quieren pueden ir a mi cuarto, yo me quedo acá abajo con Stella y dejamos lo del intercambio para otro momento.
―Perdón, no pretendía arruinarles la noche. ―Me apené.
―No arruinaste nada, me parece un gesto muy romántico que busques de esa forma a tu pareja ―aseguró Stella―. Con sólo poder verlas ya nos alegraron la noche. Vayan tranquilas, si llegan a cambiar de opinión, estamos acá abajo.
Agradecí la gran amabilidad de las mujeres y subí las escaleras acompañada por mi novia, en cuanto llegamos al amplio dormitorio nos tendimos en la cama.
―Tengo que decirte que estoy muy enamorada de vos Larita, a pesar de que estuve con muchas mujeres, con ninguna me sentí como con vos. ―De pronto dudé y la imagen de Anabella invadió mi mente.
―Es hermoso lo que decís Lucrecia, yo también te amo con toda el alma. ―Se tiró arriba mío y caímos juntas sobre el suave colchón―. Sólo con vos me pasó algo tan intenso.
Nos besamos e inmediatamente comencé a desnudarla. Nuestros cuerpos quedaron entrelazados, rodamos en la cama llenándonos de besos apasionados y diciéndonos palabras bonitas al oído. Esta chica me volvía loca, agradecía a Dios por haber cruzado nuestros caminos. Lara comenzó a recorrer mi cuello con su lengua, me estremecí de placer, busqué uno de sus pechos y lo masajeé mientras hacía lo mismo con una de sus nalgas.
―Lucre ―me susurró al oído―, no quiero arruinar el lindo momento, pero estoy muy caliente… no aguanto más.
Le sonreí y me dispuse a hacer lo que me solicitó tácitamente. Bajé hasta colocarme entre sus muslos, era cierto que estaba muy cachonda, su vagina estaba llena de flujos sexuales. Lamí los laterales de su vulva, acercándome de a poco al centro; cuando llegué puse la punta de mi lengua en su orificio y subí hasta el clítoris muy lentamente. Cuando llegué a él le di unas suaves lamidas con la punta de la lengua. Sus piernas se sacudieron y la escuché gemir. En ese momento se me ocurrió algo, hice a un lado mi tanga, sin quitármela e invertí la posición de mi cuerpo dejando mis rodillas a los lados de su cabeza.
―Hace mucho que no lo hacemos así ―le dije.
Me lancé nuevamente sobre su almejita y ella comenzó a chupar la mía con ganas. ¡Cuánta falta me hacía eso! Comenzamos a jadear, suspirar a menear las caderas mientras nos las comíamos mutuamente.
En estos últimos días noté que Lara había perfeccionado mucho su técnica, lo hacía con más intensidad y se concentraba en puntos estratégicos de mi sexo; al parecer aprendió algún que otro truquito con su amante y profesora. Quise demostrarle que yo no perdí el tiempo y me esmeré por darle intensos chupones y a frotar rápidamente su clítoris con mis labios, mientras movía la cabeza de un lado a otro. Esa era la forma en la que Tatiana me la había chupado y recordaba lo mucho que me gustó; al parecer tenía el mismo efecto en Lara. Por la tremenda calentura acumulada en el transcurso de la noche, no nos llevó mucho tiempo llegar a nuestro primer orgasmo.
Cuando nos calmamos un poco me acosté junto a ella y la miré a los ojos, cada día la veía más hermosa. Pensaba en nuestros tiempos como amigas y en ningún momento se me había cruzado por la cabeza que algún día seríamos pareja. Pero todo cambió esa noche en la que invadí su intimidad, y ella la mía; aunque yo no recordara nada sobre esto último.
―¿Te sentís mejor, mi amor? ―Me mataba que me dijera así.
―Mucho mejor, sos la mejor novia del mundo.
―No Lucre, vos sos la mejor, porque me buscaste a mí cuando tenías a una rubia preciosa, entregada en bandeja de plata.
―Vos también me elegiste a mí, y Stella está muy buena como para rechazarla. Perdón si arruiné todo Lara.
―No creo que hayas arruinado nada, amor. Viviana dijo que te esperaba abajo, si llegabas a cambiar de opinión.
―Es cierto. ―Medité unos instantes mientras acariciaba su suave cabello negro―. ¿Vos querés seguir adelante con todo esto?
―Sí, me sigue pareciendo una idea excitante, pero lo hacemos las dos o ninguna. Así lo acordamos.
―Yo sigo cachonda ―le sonreí―, así que tenemos dos opciones. Lo hacemos otra vez o buscamos a esos dos bombones.
―Son bombones bañados en oro ―abarcó toda la habitación con su mirada― ¿Cómo habrán hecho tanto dinero?
―Espero que no sea secuestrando parejas de lesbianas y vendiéndolas al mercado negro.
―Puede ser. También puede que ellas no sean las dueñas de la casa, a mí me parece que son amigas y que sus maridos están de viaje.
―¿No dijiste que estaban casadas?
―Sí, pero ya no me queda tan claro. Vi fotos de Viviana, en portarretratos, y en todas está con un hombre. Vi un par fotos en las que aparecían Stella y Viviana, pero estaban junto a dos hombres, que se parecían mucho… uno era el que yo imagino que es el marido de Viviana. El otro deber ser el marido de Stella.
―¡Qué observadora! Yo ni me di cuenta.
―Ahora sospecho que en realidad las dos están casadas con hombres que son hermanos. Porque de verdad se parecían mucho…
―Eso las haría cuñadas…
―Sí, y me da mucho morbo pensarlo. Cada vez me resulta más evidente que son cuñadas, y que engañan a sus maridos, acostándose entre ellas.
―¡Uf, esa es una idea muy potente! A mí también me da mucho morbo, lo siento por los dos tipos, pero me gusta pensar que apenas ellos se van de viaje, estas dos se revuelcan juntas en la cama.
―Y no sólo eso, sino que además buscan chicas jóvenes en boliches gay… para hacer intercambios. Es muy obvio que ésta no es la primera vez que traen a un par de chicas a esta casa, ya se lo toman con toda la calma del mundo.
―Sí, me di cuenta de eso. Ahora tengo más ganas de estar con alguna de ellas…
―¡Yo también! ―Aseguró Lara, con entusiasmo―. Entonces ¿vamos a buscarlas? No me vendría mal casarme con una señora con tanto dinero…
―¡Yo debería hacer lo mismo!
―Lucre, no te ofendas, pero con toda la plata que tienen tus viejos, no necesitás casarte con nadie. Tenés el futuro asegurado.
―Bueno, pero vos tampoco estás mal.
―Más o menos… no hablo mucho de ese tema. Pero a veces tengo que ayudar a mis viejos, trabajando un poquito… como lo que hago con mi tío, en su salón de fiestas.
―Entiendo. No me voy a meter en ese asunto, para no invadirte ni incomodarte. Por mi parte puedo decir que siento un gran alivio al tener mi futuro económico asegurado. El día que me case, va a ser por amor. Aunque para eso todavía falta mucho, como treinta años más o menos.
―Yo diría que unos cuarenta ―se sentó en la cama―. Vamos a hacer el famoso intercambio de una vez, disfrutemos del momento. Una vez me dijeron que en la vida hay que divertirse y coger mucho y pienso hacerlo.
―Estoy de acuerdo ¿Quién te dijo eso? ―Me reí.
―Emm… mi abuelita.
Encontramos a las hermosas mujeres hablando como amigas muy cercanas, literalmente; estaban una pegada a la otra, no paraban de sonreír y toquetearse, pero aún llevaban la ropa puesta.
―Estamos listas ―anunció Lara, se voltearon al unísono para vernos.
―¡Qué par de preciosuras! ―mi novia estaba completamente desnuda y yo aún permanecía con mi conjunto sexy, el cual había acomodado un poco.
―Esperame arriba chiquita, ya estoy con vos –me dijo Viviana mientras se despedía de su amiga con un cálido beso en la boca.
En menos de dos minutos ya estábamos las dos dentro del cuarto, otra vez. Para demostrarle que estaba decidida a seguir adelante, ahora que ya tenía todo más claro, comencé a desnudarla. Me encantó ver su cuerpo vistiendo sólo un conjunto de ropa interior blanca. La rubia tenía una figura excepcional. Me imaginaba cómo fue que consiguió un esposo ricachón, le habrá bastado con desnudarse frente a él para que el hombre se arrodillara con una argolla de compromiso en la mano.
Nuestro siguiente paso fue despojarnos de los corpiños y admirarnos las tetas mutuamente. Aquí no había nada que envidiar, ambas las teníamos del mismo tamaño y aunque yo estuviera muy acostumbrada a ver tetas, incluyendo las mías, me calenté mucho al clavar mis ojos en los pezones de Viviana. Sujeté uno con mi mano izquierda y me incliné para lamerlo.
Durante toda mi vida estuve concentrada en mis estudios y progreso académico, el sexo no tenía cabida y lo consideraba algo sucio; pero ahora no podía resistir la tentación, mucho menos teniendo una rubia de este calibre masajeando mis tetas y acariciando mis nalgas. En cuestión de pocos meses el sexo se había transformado en parte importante de mi vida, y me alegraba mucho que fuera así.
―Sacate la tanga, pero dejá el resto ―me pidió, mirándome de forma muy sensual―. Yo no miro, avisame cuando estés lista.
Se cubrió los ojos con una mano mientras yo desprendía las tiritas que sostenían mis largas medias. Me quité la tanga y volví a prender el portaligas.
―Ya estoy lista.
―¡Impresionante! ―Me dijo, admirando mi desnudez. Me sonrojé, era la primera vez que recibía ese tipo de halagos de una mujer que me doblaba en edad.
Caminó lentamente hacia mí, me dio un tierno beso en la boca y luego se puso de rodillas. Al sentir su lengua contra el clítoris, un gemido estalló en mi garganta. En pocos segundos descubrí que a Viviana no sólo le encantaba lamer vaginas sino que lo hacía realmente bien. Mantuvo un ritmo lento pero sensual, haciéndome delirar de gozo con cada cosquilleo que sentía en mi sexo. Subí una pierna al pie de cama y mi almejita se abrió como una flor, mostrando el centro rosado a la rubia. Ella inclinó la cabeza hacia atrás, para seguir chupándomela; esta vez lo hizo con más énfasis. La dejé explorar mi intimidad a gusto, sentí sus dedos introduciéndose en par dentro de mi agujerito; los movió dentro expertamente, me quedé en esa posición durante un par de minutos hasta que le dije que yo también quería comerme una rica concha.
Viviana se quitó la única prenda de vestir que aún llevaba y tomó mi lugar. Pude ver un prolijo montoncito de vellos rubios, coronando su pubis; pero lo que más me atrajo fue su rosado culito. Le metí dos dedos en la vagina y pasé mi lengua por una de sus nalgas hasta llegar a su ano. Comencé a lamerlo para cubrirlo con mi saliva. No sé por qué motivo me producía tanto morbo, pero me moría de ganas de meterle los dedos por atrás.
―¿Puedo? ―Le pregunté, acariciando su asterisco.
―Sí, dale tranquila.
Clavé mi dedo mayor, el cual se deslizó hacia adentro con gran facilidad. Ella suspiró mientras yo acariciaba su culito por dentro. Lo que más me incentivaba eran sus jadeos, que parecían provenir desde lo más hondo de su ser. Apenas unos minutos después ya estábamos tiradas en la cama, matándonos a besos, lamidas y caricias. En poco tiempo adquirimos un ritmo constante. Me sorprendió lo rápido que nos entendimos sexualmente y supe que teníamos el mismo gusto por el sexo anal; porque no dudó en meterme un dedo por atrás cuando yo me encontraba succionando uno de sus duros pezones. Me sentía una virgen inexperta al lado de ella y de a poco fui cediendo más y más, hasta llegar a ser yo la única que recibía. Tenía a Viviana metida entre mis piernas, succionando mis labios vaginales. Me hizo llegar al segundo orgasmo de la noche; gemí y pataleé de puro gusto.
―Ahora te toca a vos ―le dije, mientras me tiraba arriba de ella.
―Todavía no, tengo una sorpresita para vos y para tu amiga.
―Me dan miedo las sorpresas, no siempre me gustan.
―No te preocupes, esta te va a gustar. Lo único que tenés que hacer es bajar las escaleras. Decile a Stella que suba y esperá abajo con tu novia.
―¿Vos pensás que voy a poner mi vida en riesgo al cortarles el garche? Me van a matar.
―No te van a matar, Stella ya sabe para qué tiene que subir y, mientras tanto, vos podés entretenerte con Lara. Se ve que se llevan muy bien, me muero de amor al verlas juntas.
Accedí y bajé las escaleras, me sentía una diva desnuda. Una diosa griega. Me sentía Afrodita. Todo el lujo de la casa no dejaba de sorprenderme y además mi cuerpo estaba lleno de sensaciones agradables. Encontré a mi novia de rodillas en el suelo y a Stella parada frente a ella, con un pie sobre un sofá. Lara le estaba comiendo la concha y ambas parecían disfrutarlo mucho.
―Viviana te espera arriba, dijo que es por la “sorpresita” ―la mujer sonrió.
―Está bien, esperen acá. Nosotras les avisamos cuándo pueden subir. ―Admiré sus curvas mientras pasaba caminando junto a mí, la morocha estaba muy buena.
―¿Cómo la estás pasando, mi amor? ―Le pregunté a Lara.
―De maravilla, Stella sabe muy bien lo que hace; me estaba matando.
―Ahora te voy a matar yo.
Le di un suave empujón para que se sentara en el sofá y ella abrió las piernas. Me puse de rodillas y empecé a comerle la rajita, sin preámbulos. Estaba sumamente mojada y sabrosa, pude escuchar sus gemidos prácticamente al instante. Creo que estuve chupándola menos de cinco minutos cuando escuché la voz de Viviana, anunciando que ya podíamos subir. Lo hicimos tomadas de la mano y muy nerviosas, no sabíamos con qué nos encontraríamos.
Fue realmente una sorpresa, ambas mujeres estaban acostadas boca arriba, en la amplia cama, aguardando por nosotras. La gran diferencia era que ahora tenían pene. Grandes y brillosos, sobresalían de sus entrepiernas y apuntaban hacia el techo. Con Lara quedamos boquiabiertas. Nunca había visto algo parecido, pero supe que se trataba de dildos sujetados por una especie de arneses a los bellos cuerpos de esas mujeres. Viviana estaba untando el suyo con algo que parecía ser un gel lubricante. Vi el tamaño de esos penes plásticos y me inquieté un poco. Eran más grandes que el que había usado con Tatiana, pero a la vez me producía mucha curiosidad.
―Espero que no se hayan asustado ―dijo Stella.
―No, para nada ―la primera en responder fue Lara―. Yo quiero probar eso. ―Se la veía entusiasmada.
―Entonces no pierdan más el tiempo y vengan. ―La rubia nos hizo un gesto con la mano para que nos acercáramos.
Mi novia rodeó la cama, para reunirse con su amante, y yo me posicioné sobre la mía, con las piernas separadas. Ella estimuló mi clítoris con su pulgar y apuntó el consolador a mi rosado orificio.
―Baja de a poco, dejá que vaya entrando solo. No lo fuerces… la concha se te va a abrir de a poco.
Lara ya estaba a mi izquierda, nos dimos la mano entrelazando nuestros dedos e iniciamos la excitante tarea de introducir esos dildos en nuestras apretadas conchas. Me gustó mucho la sensación que produjo el glande artificial al comenzar a dilatarme, mientras yo bajaba lentamente, como me lo había sugerido Viviana. Estas mujeres no sólo disfrutaban de la vista, sino que también estimulaban nuestros puntos más sensibles. Pellizcaban nuestros pezones, acariciaban nuestros clítoris y en ocasiones se inclinaban hacia adelante para darnos algún beso o chuparnos una teta. Bajando y subiendo lentamente, pude meterlo casi por completo. Nunca había sentido algo tan grande dentro de mi cuerpo, estaba maravillada, y al parecer Lara lo estaba disfrutando tanto o más que yo; porque ya se estaba moviendo a buen ritmo castigando su vagina y gimiendo de placer. Me sorprendió con la facilidad que le entró todo eso. Ella era virgen, hasta que yo rompí su himen, con mis dedos. Posiblemente su concha había adquirido experiencia, cuando estuvo con la profesora; lo más probable era que hubieran usado muchos juguetes. De otra forma no podía explicar por qué Lara se sentía tan cómoda metiendo todo eso dentro de su concha. Saltaba y se sacudía, como si estuviera poseída, sus gemidos llenaban la habitación. Ese pene de plástico salía casi por completo, y se clavaba hasta el fondo de su sexo con una velocidad escalofriante. Hasta me dolía, de sólo verla. Era obvio que ya le habían castigado la concha en más de una ocasión. Me dio morbo, y algo de celos, imaginarla así con la profesora Jimena Hernández. Lara movió su cadera en círculos, teniendo todo el pene bien metido dentro de la concha, y luego reanudó sus saltos. ¿Cuántas veces le habían metido un pene como este, para que ella aprendiera a moverse de esa manera?
De pronto caí en cuenta de que aquí la inexperta absoluta era yo. Estas tres mujeres me superaban ampliamente.
Para no quedar fuera de juego, intenté imitar a mi novia. Comencé a dar saltos provocando que el dildo saliera casi por completo y luego se clavara en mí otra vez. La primera vez me dolió mucho, y tuve que detenerme por unos segundos. Con el segundo intento fui más precavida, no lo hice tan fuerte. No podía dejar de preguntarme cómo Lara había hecho para acostumbrar su concha a tanto castigo. Sin dudas la profesora Hernández era bastante puta, y le gustaba mucho usar consoladores como éste. Y era obvio que Lara le había tomado el gusto al asunto, no dejaba de moverse, ya fuera que lo tuviera todo dentro de su agujero, o sólo una parte.
Me llevó un poco de tiempo, pero comencé a ganar cierto ritmo con el consolador, aunque no podía equiparar el de Lara.
¡Qué gusto, qué placer! Me recordaba a la noche con Tatiana, pero con una notable diferencia de tamaño.
Viviana y Stella nos hicieron poner en cuatro patas, con nuestras caritas enfrentadas. Así yo podía admirar de cerca las expresiones de mi novia mientras se la cogían, y viceversa. Era increíble verla así, sus cejas se arqueaban, su boca se abría y cerraba con la de un pez fuera del agua y sus mejillas estaban completamente sonrojadas. Mi rostro debería verse muy similar al de ella. Nuestros gemidos debían estar resonando por toda la mansión. Estas experimentadas lesbianas nos penetraban con ímpetu. Podía sentir todo el largo del consolador cada vez que entraba y salía de mi agujerito. Stelle se estaba cogiendo a mi novia mucho más fuerte de lo que Viviana me cogía a mí. Tenía lógica, Lara había demostrado tener mucho aguante, y su cuerpo exigía esa clase de tratamiento brusco. Ella acompañaba a Stella con ágiles movimientos de cadera, dándome a entender que también se la habían cogido muchas veces en esa misma posición.
Besé a Lara apasionadamente, me encantaba tenerla cerca y que no hubiésemos terminado la noche separadas.
Recibimos embestidas durante varios minutos, pude ver que Lara había llegado a un delicioso orgasmo. Ella se quedó tendida en la cama recuperando el aliento mientras intercambiaba besos y caricias con Stella. Viviana siguió cogiéndome duramente sin parar, mientras apretaba mis tetas hasta que yo también llegué al orgasmo.
―Eso fue increíble ―le dije a la rubia, después de tomarme un poco de tiempo para recuperar el aliento..
―Espero que todavía tengan ganas de seguir, porque nosotras también queremos.
Accedimos encantadas a devolverles el favor. Nos enseñaron cómo abrocharnos el arnés para sostener ese pene plástico, nos veíamos un poco ridículas y no parábamos de reírnos; pero nuestra expresión cambió totalmente cuando las mujeres se pusieron en cuatro, en paralelo una a la otra. Lara se acercó a la morocha y, apuntando muy bien, introdujo buena parte del dildo en su vagina. Me posicioné detrás de Viviana y en cuanto estuve por meterla en su concha; no pude evitar la tentación de pasarle la punta por el agujerito de su culo.
―¿Querés darme por atrás? ―preguntó la rubia. Lara me miró con una amplia sonrisa porque se imaginaba lo que cruzaba por mi mente en ese momento.
―Sí, quiero. ¿Se puede?
―Me encantaría que lo hagas, mamita.
―Pero… es muy grande. ¿No te va a doler?
―Ponele abundante lubricante, y no te preocupes. Stella ya me rompió el culo más de una vez con eso… ―su amiga soltó una risita pícara, mientras mi novia le dilataba la vagina―. Tengo el culo bien preparado para la ocasión.
Unté el pene de plástico con el lubricante en gel, puse un poco en su ano, y me preparé para lo que venía.
Procuré ser suave y no invadirla de golpe, no quería caer en el mismo error que cometí con Tatiana. Con un poco de presión, su ano se fue dilatando lentamente y pude ver cómo el dildo entraba lentamente. El morbo que me producía esa escena era tal que pensé que tendría otro orgasmo en cualquier momento. Lara ya le estaba dando a ritmo constante a su pareja y ésta gemía enérgicamente. Escuché un suave quejido proveniente de Viviana y supe que le estaba gustando lo que yo hacía, ya tenía medio consolador metido en su abierto culo. Mi corazón latía deprisa mientras yo intentaba acelerar el ritmo sin producirle dolor.
―Ahora podés darme tranquila ―me dijo, como si estuviera leyendo mi mente.
Me fié de su palabra e inicié un bombeo constante, haciendo cada vez más profundas las penetraciones. La rubia comenzó a masturbarse y a gemir, como si un negro con la verga enorme la estuviera cogiendo por el culo. De hecho así me sentía yo con ese gran dildo entre mis piernas, además disfrutaba mucho del roce que producía el arnés contra mi clítoris. Sus gemidos se transformaron en gritos de placer que se mezclaron con los de Stella. Lara me besó en la boca y entrelazamos nuestras lenguas sin dejar de movernos.
―Te amo ―le susurré al oído. Quería dejarle en claro que aunque yo estuviera con otra mujer, siempre pensaba en ella.
―Pero yo te amo mucho más, hermosa. ―Volvió a partirme la boca con uno de sus apasionados besos.
Cuando abracé a Viviana, apreté sus tetas entre mis manos y levanté su torso hacia mí, hasta que mis pechos quedaron contra su espalda. Seguí moviéndome rítmicamente, nunca pensé que me movería de esta forma para darle placer a alguien; pero al parecer lo estaba haciendo bien y supe que la hice llegar al orgasmo en al menos dos ocasiones consecutivas.
Las cuatro terminamos totalmente agotadas, pero muy felices por la increíble noche que pasamos juntas; nos sentíamos como amigas de toda la vida.
Nos pusimos a charlar un rato. Ellas confirmaron nuestras sospechas, ambas estaban casadas y sus esposos no tenían idea de estos encuentros lésbicos. Se enamoraron una de la otra, varios años después de casarse. Decidieron quedarse junto a sus maridos, ya que éstos pasaban mucho tiempo de viaje, fuera del país. No necesitaban divorciarse para ser felices. Así podían vivir juntas una vida llena de lujos. Desde que empezaron con sus aventuras lésbicas, perdieron todo el interés en los hombres. Sólo se hacían feliz la una a la otra, y de vez en cuando les gustaba jugar con chicas de unos veinte años; para entrenarlas en el arte del sexo lésbico.
Nos invitaron a pasar la noche con ellas, en esa misma cama. Accedimos encantadas, no sólo porque las sábanas y el colchón eran sumamente suaves y acogedores, sino también porque ya nos estábamos durmiendo y no teníamos ganas de tomarnos un taxi en este momento.
Dormimos las cuatro juntas en la amplia cama, yo me quedé en el centro, entre Lara y Viviana. Nunca dormí tan bien en mi vida y en más de una ocasión sentí que alguien me abrazaba durante el transcurso de la noche.
―2―
Nos despertamos ya pasado el mediodía, pero no nos importó. Nos despedimos de nuestras nuevas compañeras sexuales, asegurando que repetiríamos la magnífica velada en cuanto tuviéramos la oportunidad. Obviamente intercambiamos números de teléfonos.
Mi auto estaba estacionado en una cochera frente ubicada a media cuadra de Afrodita, así me lo indicó Miguel cuando lo llamé. Al parecer lo desperté, pero no se molestó en absoluto, ese hombre era siempre muy amable; por eso inspiraba tanto terror cuando se enojaba. Siempre escuché la frase: “No hay nada peor que el bueno cuando se enoja”, aplicaba muy bien a Miguel.
Retiré el vehículo y llevé a Lara hasta su casa, luego fui directamente a la mía.
Cuando mi madre me vio entrar gruñó como un perro rabioso, pero no me dijo nada, al menos nada que yo pudiera entender.
Sabía que la situación con ella era tensa, pero no me importó. Mantuve mi orgullo y no le dirigí la palabra. Esa mujer no me arruinaría la mejor noche de mi vida.