Venus a la Deriva [Lucrecia] (22).

Vendetta.

Capítulo 22.

Vendetta.

Jueves 22 de junio, de 2014.

―1―

El jueves me levanté muy feliz, porque había vuelto a ser la novia de Lara. Además sabía que mi madre no se interpondría en nuestra relación, gracias al chantaje al que la estaba sometiendo mi novia.

Además este jueves tenía algo de particular, era el día en que Lara y yo pondríamos punto final a otro pequeño gran problema.

El plan fue trazado por Lara, pero debía ser yo quien lo ejecutara. Estaba dispuesta a hacer ese sacrificio, por un bien mayor.

Esa misma mañana, luego de clases, intercepté a Cintia. La chica tenía el pelo exageradamente arreglado, como si quisiera darle sentido a toda esa maraña. Su ropa intentaba realzar su magra figura. Caminaba contoneando excesivamente las caderas, cuando en realidad no tuviera mucho culo para mostrar. Todo en ella parecía un intento desesperado por aparentar una belleza de la cual carecía; al menos en mi opinión.

―¡Que linda estás hoy Cintia! ―Mentí, su atuendo rozaba la vulgaridad. No podía evitar notar lo ajustado que era su pantalón; tanto que marcaba la división de su vagina. A veces me excitaba viendo eso en ciertas mujeres, pero en ella no quedaba bien; o tal vez era porque la detestaba.

―Gracias Lucre, vos también. ―Yo iba vestida con una blusa normal, y una pollera floreada, nada fuera de lo común. Me dio la impresión de que la chica estaba siendo condescendiente.

―¿Hacés algo ahora?

―No, nada. Estaba por volver a mi casa.

―¿No querés tomar alguna gaseosa, o algo así?

―Bueno, dale. ―La idea parecía gustarle.

No voy a mentir, sentí algo de pena por ella, por lo que le iba a pasar; pero recordé lo desgraciada que podía llegar a ser, y me mantuve firme con el plan. Si fuera buena persona, ya le hubiera pedido disculpas a Tatiana, por echarla de su casa de esa manera; y a Lara, por robarle el video de su celular. Pero no, durante todo este tiempo se dedicó a hacer justamente lo contrario; hizo leña del árbol caído. Se burló de ellas tanto como pudo.

, me repetí, para darme coraje.

Fuimos hasta la cantina y compramos una botella de Sprite de litro y medio. Por suerte todas las mesas estaban ocupadas, por lo que tuvimos que buscar un lugar más apartado. La llevé hasta un patio cerca de los vestuarios, que era justo donde la quería. De no haber estado ocupadas las mesas, hubiera buscado cualquier excusa para traerla hasta acá.

Cuando nos sentamos inicié la etapa más difícil del plan, debía ser cuidadosa y manejar la situación con mucho tacto; pensando muy bien mis palabras antes de decirlas. Aunque podía ser algo directa.

―¿Alguna vez te acostaste con una mujer? ―La bomba cayó y detonó tan rápido que ella no supo cómo reaccionar―. Es solamente una pregunta Cintia, si no querés responder, está todo bien.

―¿Por qué lo preguntás?

―Por nada. En serio, sólo me dio curiosidad. No me hagas caso. ―Serví la gaseosa en dos vasos plásticos.

―¿Vos pensás que me acuesto con mujeres?

―No dije eso, fue solamente una pregunta. ¿Ya estás preparando el trabajo práctico que nos encargaron? ―Cambié de tema, drásticamente.

―Por algún motivo preguntaste. ―Tomó un trago directamente desde el pico de la botella. ¿Acaso no vio el puto vaso que dejé justo en frente de ella? Cada acción de esta chica me ponía los nervios de punta―. ¿No me estarás insinuando algo?

―¿Habría algún problema si lo hago? ―Pregunté levantando una ceja y mirándola a los ojos, confiaba en que si había algo de encanto seductivo en mí, ella lo notaría.

―A mí ya me parecía que me mirabas con ganas. ―Resultó ser bastante egocéntrica y mentirosa, yo solía mirarla con asco y odio. Aunque tal vez, en su universo, eso significaba “amor”.

―¿Se me nota mucho? Es que sos una chica muy linda. ―Sentí asco de mí misma al decirle eso; pero debía seguir con el plan―. Pero no me hagas caso, sé que nunca estarías con una mujer.

―Con una como vos, tal vez sí. ―La miré, simulando sorpresa.

―¿En serio me lo decís? ―Sonreí como una boluda; eso me sale de forma natural―. No me hagas ilusionar en vano. Yo sé que vos sos heterosexual.

―Podría hacer una excepción, en las circunstancias apropiadas. ―La chica mordió el anzuelo más rápido de lo que había imaginado.

―¿Y cuáles serían las circunstancias apropiadas? ―Acaricié su pierna y me acerqué mucho a su cara.

―No sé, si estuviéramos solas, donde nadie pudiera vernos. ―Su mano se posó sobre mi rodilla y fue subiendo lentamente.

Miré para todos lados, como si buscara algo en particular, lo cierto es que sabía exactamente dónde estaba lo que precisaba en ese momento.

―Seguime, ―le dije, tomándola de la mano.

Caminamos hasta los vestuarios y presioné suavemente la puerta, como para comprobar si estaba abierta. Sabía que la encontraría así. Ingresamos intentando escapar de la mirada de algún curioso. Ella dejó la botella de gaseosa sobre un banco, y de inmediato la increpé. La empujé suavemente contra uno de los casilleros y me pegué a ella.

―¿Nerviosa? ―Le pregunté, desafiante―. Porque si te vas a echar para atrás, mejor dejamos las cosas así.

―No me voy a echar para atrás.

―¿Y cómo me lo podés demostrar?

Sin esperar ni un segundo más, me besó. Al parecer a la homofóbica le calentaban las mujeres tanto como a mí; aunque la verdad no me hacía mucha gracia que sea ella quien me estuviera comiendo la boca. Intenté prolongar la situación lo más que pude, sin que hubiera necesidad de llegar a más; pero sus inquietos dedos de colaron bajo mi pollera y comenzaron a toquetearme la entrepierna. Me estaba impacientando, Cintia parecía decidida y yo titubeaba.

―¿Qué pasa Lucre, es demasiado para vos? ―Me preguntó.

―Al contrario, estoy pensando que no te animarías a más, ―le dije, por puro orgullo. Ésto ya no era parte del plan.

―Ahora mismo vas a ver que sí.

Me obligó a retroceder hasta que quedé sentada en uno de los bancos que estaba contra una pared. Se arrodilló ante mí y comenzó a quitarme la tanga. No quería quedar como una cobarde frente a ella, pensé que si apuraba las cosas la haría retroceder. Abrí las piernas, y con los dedos separé mis labios vaginales. Ella tuvo un primer plano de mi sexo, y en lugar de asustarse, se lanzó sobre él. Por la forma en la que empezó a chuparme el clítoris supe que no era la primera vez que comía una vagina. La muy maldita se la pasaba hablando mal de las lesbianas, y ella debía serlo tanto como yo. O peor, debía ser tan lesbiana como Tati.

La muy puta pasó de hacerse la mosquita muerta, a estar chupándomela sin asco, en cuestión de minutos. Subí los pies al banco, esta posición le daba vía libre a Cintia para lamerme la intimidad a gusto. Si bien no pretendía disfrutar con esto, tampoco soy de madera. Mi cuerpo comenzó a reaccionar ante tan intensivo tratamiento.

―Así, así. No pares, me encanta, ―dije, entre jadeos. En realidad sólo intentaba ganar tiempo y que ella permaneciera allí.

A cada rato miraba la puerta del vestuario y ésta no se abría. Cintia notaría que me estaba mojando y eso elevaría su ego. Mordí mi labio inferior para reprimir un gemido; pero su lengua se estaba clavando en mi agujerito, y eso me producía mucho placer. Para colmo acompañaba la acción frotándome el clítoris con la yema de los dedos.

―Se nota que te gusta, ―le dije, para exponerla más―. Se ve que no es la primera vez que lo hacés.

No me respondió, estaba muy entretenida dando chupones a mi clítoris mientras se desprendía el pantalón. Vi que metió una mano dentro y comenzó a masturbarse. Después de unos segundos se puso pie, bajando su pantalón hasta las rodillas. Dio media vuelta y se inclinó hacia adelante formando una L; expuso su vagina apretada. Por el centro de los labios bajaba un líquido viscoso y transparente, no veía señales de vello púbico.

No pretendía llegar más lejos con ella, pero tampoco quería que todo el plan se derrumbara porque yo no me animé a seguir. No tuve más remedio que ponerme de rodillas frente a sus nalgas, las acaricié suavemente, intentando ganar algo de tiempo. Al fin y al cabo era sólo una vagina más, igual a todas las otras que chupé. Debía pensar en otra persona, su posición me facilitaba mucho las cosas ya que no podía ver su cara.

―¿Qué pasa? ¿Ahora tenés miedo vos? Dale, Lucre… si chupaste más conchas que yo.

―Entonces sí chupaste varias…

―Algunas… pero nunca una tan rica como la tuya. ¿Me la vas a chupar, o no?

Imaginé que se trataba de Anabella, esa fue una decisión acertada, me lancé de boca. Quería hacerme la idea de que la monjita estaba recibiendo mis intensas lamidas, y yo debía demostrarle que tan buena era. El sabor me agradó mucho a pesar de ser tan intenso, salado y amargo. Al parecer estaba haciendo un buen trabajo, porque ya podía escuchar sus gemidos. Introduje dos dedos, sólo para sentir esa tibia viscosidad por dentro; pero ya estaba fantaseando con la idea de que Anabella me la comía.

―¡Quiero que me la chupes toda! ―Pedí, mientras volvía sentarme sobre el banco levantando las piernas.

Cerré los ojos, para no verle la cara; yo sólo quería imaginar a Anabella, con su preciosa cabellera color chocolate hundiéndose entre mis piernas. Cuando sentí sus labios, deliré de placer y gemí con ganas. El tiempo pasaba y yo me encontraba perdida entre mis pensamientos y el placer físico, ya casi no recordaba por qué motivo estaba haciendo esto.

Volví a la realidad cuando escuché el sonido de la puerta abriéndose, sostuve la cabeza de Cintia para que no pudiera voltear de inmediato, y fijé la vista en las recién llegadas. Mi expresión de lujuria debía ser más que evidente y grotesca.

Allí estaba Tatiana, que venía acompañada, por Jorgelina, por extraño que resulte. La chica promiscua no era la única, también estaban Daniela y Laura, que eran heterosexuales y se habían dejado lavar la cabeza por la homofóbica de Cintia. También estaban las dos Laras, me sorprendió ver a la más pequeña allí, pero luego recordé lo bien que se llevaba con Tatiana. No me importaba que ellas me vieran medio desnuda, y en pleno acto sexual, de hecho eso me calentó un poco; y creo que por la expresión en mi rostro, se notó. Cuando Cintia pudo liberarse de mis garras, volteó para mirar atónita a las chicas.

―Ah bueno. ―Daniela fue la primera en hablar―. ¿Al final sos lesbiana, o no?

―¿Eh? No… yo… este…

―¿Ahora nos vas a decir que Lucrecia te obligó? ―Replicó Jorgelina―. No parece que la estuvieras pasando tan mal. ―No bajé los pies del banco, todas podían ver mi vagina al desnudo. No tenía idea de que el exhibicionismo pudiera calentar tanto.

―¿A ella también le vas a gritar “lesbiana de mierda”, y la vas a echar a patadas? ―Esta vez fue Tatiana la que vociferó.

Cintia no sabía dónde meterse, ni siquiera atinó a ponerse de pie; sólo intentó acomodar su pantalón para cubrir su desnudez. Tuve que juntar mis piernas, para que mi actitud no pasara a ser vulgar; aunque si fuera por mí, me hubiera masturbado frente a todas mis amigas, hasta tener un delicioso orgasmo. Era una sensación completamente nueva para mí.

―¡Yo no soy lesbiana! ―Gritó la homofóbica.

―Parece que sí lo sos, o al menos te gusta mucho chupar conchas. ―Mi novia parecía ser la más iracunda de todas―. ¿Por qué no lo admitís de una vez y dejás de molestarnos? A Tatiana le hiciste algo muy feo.

―¿Qué le hizo? ―Preguntó Laura, roja por la vergüenza. Ella sólo conocía la versión de Cintia, pero ahora se enteraría de cómo fueron las cosas realmente.

―Se puso a jugar a “las enfermeras” con ella. ―Contó Lara―, dejó que Tati le chupara la concha, y después empezó a gritarle de todo; cosas horribles, hasta la echó de la casa, en la mitad de la noche. Ni siquiera la dejó pedir un taxi. ―Tatiana tenía los ojos brillosos por las lágrimas.

―¿Eso es cierto, Tati? ―Daniela tenía una cara de sorpresa que sólo se equiparaba con la de Laura.

―Sí, es cierto. Por eso me odia tanto, por lo que pasó esa noche… y mirá ahora, está comiéndosela a Lucrecia, con mucho gusto.

―Entonces sí te gustan las mujeres, ―dijo Laura.

―¡No! Ustedes no entienden, es puro cuento de estas locas de mierda. ―La rabia le hacía decir incoherencias que no tenían fundamento alguno.

―¡Pero te vimos, Cintia! ―Gritó Jorgelina―. ¿Por qué le hiciste una cosa así a Tatiana, si a vos también te gustan las mujeres?

―Eso no fue lo único que hizo. ―Lara estaba dispuesta a exponerla completamente―. Ella fue la que difundió el video de Lucrecia. Lo sacó de mi celular, sin mi permiso. No sé por qué hizo una cosa así. ―Todas miraron a la culpable con ojos chispeantes.

―Yo creo saber por qué lo hizo. ―Tatiana sonaba un poco más tranquila, al parecer quería que su voz sonara firme y convincente―. Me parece obvio, ¿no se dieron cuenta? A Cintia le gusta Lucrecia. ¿Por qué creen que nunca la echó del grupo, sabiendo que era lesbiana? La quería tener cerca. Seguramente en su fantasía, Lucrecia se sentiría despechada, y caería rendida en sus brazos. Además, siempre la está mirando de forma diferente, y no es algo reciente; viene desde hace mucho. Cuando ella vio el video en tu celular supo que se estaba acostando con vos y eso la llenó de celos y envidia, porque así es como reacciona ella. No puede ver feliz a la gente, le jode la felicidad de los demás.

―¡Callate, puta!

Cintia dio un salto hacia Tatiana, y justo cuando estaba por pegarle, un puño cerrado se clavó en su mejilla y le hizo golpear la cabeza contra la puerta de un guardarropa. Supuse que el golpe provino de Lara, pero estaba equivocada. Allí estaba Jorgelina, con el brazo extendido como campeona de boxeo. La homofóbica quedó tan aturdida que no pudo ponerse de pie para devolver la atención.

―Sos una hija de puta Cintia, ―dijo Jorgelina―. ¿Cómo vas a hacer una cosa así? Hacerle eso a Tati y también a Lara y Lucrecia. ¿Vos no tenés códigos de amistad?

―¿Ahora defendés lesbianas, no serás una? ―La agredida tenía sangre en la comisura de sus labios.

―No hace falta ser lesbiana para defenderlas. Me parece que vos deberías dejar en paz a las chicas, y que hagan su vida. Todo este tiempo nos alejaste de Tatiana porque dijiste que te robó plata cuando fue a tu casa… y nos contaste un montón de cosas malas sobre ella; cosas que seguramente no eran ciertas. ―Yo no conocía esas historia, ni siquiera lo del supuesto robo de dinero―. Sos una mentirosa de mierda. Ahora entiendo muchas cosas, por eso siempre insistías para que nos vistiéramos juntas, querías verme desnuda.

―¡Mentira!

―Ya no tenés con qué defenderte, Cintia ―Lara se acercó, con su corta y amenazante estatura―. Mejor andate, porque si no te voy a pegar yo también… y ahora te voy a pegar mucho más fuerte que la vez pasada. Lo que me hiciste a mí tal vez te lo pueda dejar pasar, pero que hayas perjudicado a Lucrecia, eso sí que no te lo perdono. Además también maltrataste a Tatiana, cuando ella sólo te siguió la corriente con tus jueguitos lésbicos. Si te gustan las mujeres deberías admitirlo de una puta vez, y no joderle la vida a toda lesbiana que se te cruce por el camino; mucho menos si son tus amigas.

Cintia titubeó, pero al final se levantó y abandonó el vestuario con paso firme. Vi que estaba llorando, por un momento me dio mucha pena; pero una vez más recordé que ella se las buscó; ella nos trató como basura, en más de una ocasión.

Por un momento reinó el silencio, hasta que Tatiana habló:

―Espero que después de esto podamos volver a ser amigas, ―dijo, refiriéndose a las tres chicas que tanto tiempo estuvieron apartadas de ella.

―No se lo tomen a mal, pero a mí todo esto de las lesbianas me pone un poquito incómoda. No creí que hubiera tantas. ―Laura era tan tímida como Edith―. Parece una plaga.

―Bueno, che, ―intervine―; tampoco es una enfermedad… no es algo contagioso.

―Perdón, ―se apresuró a decir Laura―. No me refería a eso… es sólo que me sorprende. Nunca tuve amigas lesbianas.

―Pero eso no quiere decir que no podamos ser amigas, ―dijo Tatiana―. Es como que ustedes tengan amigos varones ¿acaso se quieren acostar con todos sus amigos?

―No, claro que no, ―dijo, Daniela.

―Yo sí ―aseguró Jorgelina.

―Bueno, pero vos sos re puta. ―Daniela lo dijo como chiste. Ella era un poquito más osada que Laura, pero no mucho. Todas nos reímos por su comentario, incluso la aludida.

―Eso es lo importante, que tengamos las cosas claras, ―dije―. No tenemos por qué juzgarnos por nuestras preferencias sexuales, ni religión, ni nada de eso.

―¿Ahora defendés los derechos humanos, Lucre? ―Me preguntó mi novia.

―Un poco sí, es que me jode que discriminen a la gente, y más dentro de un grupo de amigas.

―Bueno, lo importante es que se solucionó todo, ―dijo Lara―. Pero hay algo que todavía no me queda claro: ¿Quién carajo es ésta? ―Con el pulgar, señaló a su tocaya. Esa era la primera vez que estaban juntas en un mismo lugar.

―Lara, ésta es Lara, ―las presenté.

―¿Se llama igual que yo?

―Así es.

―Me cae mal. ¿La podemos echar del grupo?

Edith sonrió con simpatía, como si hubiera escuchado todo lo contrario.

―Te va a caer mucho mejor cuando la conozcas bien, ―aseguré―. Además a ella también le encantan los libros de fantasía épica, como “El Señor de los Anillos”.

―Y también me gustan las mujeres. ―Le guiñó un ojo a mi novia.

―Además, para evitar confusiones, yo la llamo por el segundo nombre: Edith.

―Bueno está bien. Por ahora lo dejamos en veremos ―cedió Lara.

―Bueno, salgamos de acá ―dijo Daniela―, o en la universidad van a pensar que somos todas lesbianas.

―A mí me importa un carajo lo que piensen ―dijo Jorgelina―. Con todo lo que dicen de mí, que me traten de lesbiana hasta sería un halago.

Las chicas comenzaron a salir del vestuario, yo tomé del brazo a Jorgelina y la aparté. En voz baja le dije:

―Che, todavía estoy esperando que me pases algo… no creas que me olvidé.

―¿Qué cosa? ¡Ah, ya sé! Los videos, ―Le hice una seña, para que bajara la voz―. Perdón, me había olvidado. Hoy sin falta te los paso… si querés podés mostrárselos a Lara. No me molesta.

―¡Genial! Sos una grossa, Jor.

―Ustedes la pasaron mal, y si eso las ayuda a reconciliarse más rápido, entonces me da gusto. Puede que hasta te pase algunas cositas que nunca llegaron a internet. ―Me guiñó un ojo.

Ya podía imaginarme las cosas que haría con mi novia mientrar miráramos esos videos.

Nos instalamos en la misma mesa en la que yo estaba con Cintia, no sin antes recuperar la botella de Sprite.

―¿Por qué tardaron tanto? ―Pregunté―. La piba ya me estaba violando. ―¿O yo dejé que me violara?

―Es culpa de ellas. ―Tatiana señaló a las heterosexuales del grupo―, que no querían seguirme. Estuvimos un buen rato para convencerlas.

―Es que yo no imaginaba que veríamos algo así. ―Daniela lucía un tanto desconcertada―. Vi chicas besándose, o haciendo otras cosas medio zarpadas, en videos; pero nunca vi algo como esto en vivo y en directo.

―Da un poquito de asco. ―Afirmó Jorgelina―. Pero todo bien, no las vamos a juzgar. ¿Así que te gusta mirar porno, Dani?

―¿Qué? ―Daniela casi se muere, atragantada por un sorbo de Sprite.

―Vos dijiste que habías visto videos en los que las chicas se chupaban la concha. ―¿Cómo no adorar a Jorgelina y su honestidad brutal?

―No, pero… yo no lo dije por eso… es que…

―Vamos, nena, que no te dé vergüenza. A mí también me gusta mirar porno. Es más… hasta hay videos pornos míos.

―¿De verdad? ―Preguntó Edith, con sumo interés.

―Sí, pendeja… puede que algún día veas uno, si sabés cómo buscarlos.

―¿Alguna sabe cómo ubicarlos? ―Le brillaban los ojos.

―Después te doy algunos consejos sobre eso, ―dijo Tatiana.

―¡Genial!

―Pero al final ―continuó diciendo Jor―, Daniela no me respondió. ¿Qué tipo de porno mirás?

―¿Así que ahora das por hecho que miro porno?

―Y sí, fue medio obvio… te quemaste sola con ese comentario.

Daniela buscó apoyo en su mejor amiga, Laura; pero ella se sonrojó y agachó la cabeza, como si quisiera volverse invisible.

―¡Está bien, lo admito! A veces miro porno… pero no soy ninguna pajera.

―Eso depende, ―dije―. ¿Cuántas pajas te hacés al día?

―¡Pero la puta madre! ―Exclamó Daniela―. ¿Acaso esto es un interrogatorio sexual?

―No, es una charla entre amigas ―dijo Jorgelina―. Somos grandes, podemos hablar de sexo. Acá no hay ninguna virgen… y cuando digo ninguna, también me refiero a la pendeja ―señaló a Edith―. Tiene una carita de “me cogieron hace poco”, que no la puede disimular.

Edith se puso como un tomate, pero no dejó de sonreír, con su carita de “me cogieron hace poco”. Tengo que admitir que Jorgelina es sumamente perceptiva cuando se trata de sexo.

Noté que Lara estaba algo incómoda. A ella no le daba vergüenza hablar de sexo conmigo, pero obviamente sí le daba cuando había otras personas. No hice nada al respecto, porque quería que ella pasara por un proceso natural de acostumbramiento.

―Ahora me dio curiosidad, ―dijo Tatiana―. ¿Qué tipo de porno te gusta, Dani?

―¿Qué? ¿Vos también me vas a interrogar con eso?

―Tomalo como una devolución de todos los meses que hablaron mal de mí.

―Ufa… eso me hace sentir culpable… no sabía que todo era mentira. Bueno, no sé qué decirles, me gusta el mismo porno que a cualquiera que mire porno. No tengo un gusto en particular. Pongo el primer video que encuentro interesante, y listo…

―Listo, no… primero te hacés la paja, después listo, ―dijo Jor, con una amplia sonrisa.

―¡Pero che!

―Ay, Dani… ―intervino Tatiana―. ¿Nos vas a decir que mirás porno para “aprender las posiciones”? Porque esa es la excusa más vieja y boluda del mundo.

―Em… no, obvio que no… aunque sí se aprende.

―¿Y cómo es el temita de ver a mujeres chupando concha? ―Quiso saber Jorgelina―. ¿También mirás videos lésbicos?

―No, para nada… pero a veces hay un trío, entre dos mujeres y un hombre. En el porno todas las mujeres que salen juntas en un mismo video, son lesbianas. Tarde o temprano termino viendo a dos mujeres chupándose la concha.

―Parece que tenés muy estudiado el asunto, ―dije. Ella se puso aún más roja.

―Quisiera saber cuánto porno mirás vos, Lucre, ―me dijo.

―No tanto como me gustaría. En mi casa tengo bloqueada la internet. Mis viejos son unos fascistas. Y créanme que no es nada cómodo ir a un cibercafé a mirar porno.

―Lo dice por experiencia, ―aclaró Tatiana. Todas me miraron sorprendidas.

―Yo no estoy tan loca, ―dijo Daniela, quien parecía haber entrado un poquito más en confianza―. Al menos yo miro porno en mi casa.

―¿Y vos, Laura ―preguntó Jor―, dónde mirás porno?

―Yo me voy… ―dijo Laura, poniéndose de pie.

Todas empezamos a reírnos, la pobrecita estaba medio muerta de la vergüenza. Tatiana la sujetó del brazo y le dijo:

―Sentate, Laurita… que nadie te va a joder con preguntas indiscretas. ―La chica la miró sin demasiada convicción―. De verdad, si alguna te hace una pregunta que vos no quieras responder, la mandás a la mierda, y listo.

Laura volvió a sentarse, pero nos miró a todas como diciendo “La próxima vez me voy en serio”.

Me encantó ver cómo la conversación derivó hacia temas tan íntimos. Eso demostraba que las chicas heterosexuales no se asustaban de aquellas a las que nos gustaban las mujeres.

―Entonces, ―dije―. ¿Todo bien con que algunas tengamos tendencias lésbicas?

―Ustedes pueden seguir haciendo lo que quieran. ―Respondió Jorgelina―. Siempre y cuando respeten nuestra posición.

―Y tal vez sea prudente que no uses escotes tan exagerados. ―Esta vez fue Edith la que acotó―. Se te ven todas las tetas nena, un día de estos te van a violar en la calle; o te voy a violar yo.

―Coincido con mi tocaya. Dan ganas de comerlas todas.

―¡Hey! Dejen de acosarme ―Se quejó mientras cubría sus redondos senos con las manos, fue muy gracioso verla avergonzada por primera vez. Especialmente luego de que ella avergonzó a Laura y a Daniela.

No es que quisiéramos celebrar la desgracia de Cintia, pero después de eso, fuimos todas juntas a tomar un helado. A Tatiana se la veía más feliz que nunca, al ser aceptada una vez más en el grupo de amigas; además le pidieron disculpas por haber pensado mal de ella. Demostramos que podíamos pasar una tarde normal con amigas, sin estar provocándonos mutuamente. Aunque después de las lamidas que recibí, estaba bastante caliente, y tuve que esforzarme para que no se notara. Me ayudó mucho el hecho de tener de vuelta a mi Lara, no dejábamos de mirarnos a los ojos en cada ocasión que teníamos; no eran esas miradas que desnudan, sino las que expresaban verdadero cariño y admiración. Nos tomamos de la mano, por debajo de la mesa, y entrelazamos nuestros dedos simbolizando una fuerte unión.

En ese divertido rato pensé en lo valiente que fue Lara al ir a mi casa para blanquear la situación; porque si lo analizaba desde su punto de vista, la idiota había sido yo, por no confiar en ella, y por no escuchar su versión de los hechos. Ella me enseñó que no es bueno ser tan orgullosa, mucho menos con la gente que uno quiere de verdad. No pude evitar pensar en Anabella. Desde mi punto de vista ella era una miedosa que no sabía valorar la amistad. Pero debía serenar esos pensamientos y admitir que, en su posición de monja, podía ser muy problemático que la vieran tanto tiempo acompañada por una mujer que era famosa por ser lesbiana. Pucha, ahora hasta mi madre lo sabía. No crucé palabra ni mirada con ella desde que mi novia la chantajeó. ¿Le contaría a mi padre sobre mi condición sexual? Esperaba que lo hiciera, y que ya quedara en el pasado de una vez; aunque al mismo tiempo temía por las consecuencias.

Cuando la improvisada reunión de amigas finalizó, Lara me preguntó qué haría a continuación. Antes de que me propusiera algo, le dije:

―Te voy a hacer caso: quiero solucionar el problema con Anabella. Voy a escuchar atentamente su versión de los hechos. Seguramente ella no la debe estar pasando bien; la pobre no tiene ninguna amiga.

―Me parece lo mejor que podés hacer ―me sonrió―. Dale, andá… y espero que todo salga bien―. Me dio un beso en la mejilla, y se despidió.

De camino hacia el convento, intenté pasar desapercibida. No soy ningún ninja, pero creo que conseguí evitar la mirada de la mayoría de los presentes. Verifiqué que nadie reparara en mi presencia y me dirigí tan rápido como pude hasta la puerta del cuarto de Anabella. Golpeé una vez, y no obtuve respuesta. Segunda vez, y nada ocurrió. Tal vez fue mala idea venir sin anunciarme. Miraba sobre mi hombro todo el tiempo, temerosa de que alguna de las Hermanas apareciera de pronto, o que la Madre Superiora estuviera escondida detrás de una columna, acechándome. Ya me imaginaba a la viejita saltando ante mí, sosteniendo su rosario con una mano, y una pesada cruz en la otra para exorcizar todos mis demonios lésbicos.

Cuando me disponía a golpear por tercera vez, la puerta se abrió. Anabella quedó tan sorprendida al verme, que dejó caer el smartphone que tenía en la mano. La imagen que brindaba era muy contradictoria, enfundada en sus hábitos negros con detalles blancos, dando toda la apariencia de vivir en la Europa medieval, y a la vez se podían ver unos cables blancos saliendo del velo a la altura de sus orejas. Al parecer eran auriculares, conectados al moderno teléfono, que ahora estaba tirado en el piso y sin la tapa trasera.

―Tengo que hablar con vos, ―le anuncié en voz baja―. ¿Puedo pasar?