Venus a la Deriva [Lucrecia] (20).

Femme Fatale.

Capítulo 20.

Femme Fatale.

Martes 24 de Junio.

―1―

Apreveché a organizar con tiempo la salida para el martes. Aún no sabía quién de mis amigas me acompañaría; pero no me importaba, siempre y cuando pudiera conseguir gente para salir a divertirme un rato. Especialmente para poder olvidarme de Anabella y Lara.

Comencé a llamarlas una por una, empezando por Tatiana; si ella me decía que sí, entonces limitaba el grupo al que podía recurrir. Como accedió encantada, llamé a Edith; se alegró tanto al recibir la invitación que me llevó un buen rato calmarla. La tercera en la lista era Samantha, que aún no formaba parte de ningún grupo dentro de mis amistades, y como sabía de sus inclinaciones sexuales, no tendría problemas con las otras dos. Pensé que tal vez podía afectarle la reunión de la universidad, pero me dijo que sólo afectaba a profesores. La pelirroja se sorprendió por la invitación, nunca había salido a bailar con alumnas de la universidad; pero le insistí hasta que logré convencerla.

―2

Llegó el martes y se me ocurrió hacer algo diferente con mi apariencia. Tenía dos opciones: maquillarme hasta parecer un payaso, o comprar ropa nueva. Opté por la segunda.

Conduje hasta la misma tienda de ropa que había visitado con Anabella, y me atendió la misma rubia. Mi instinto depredador se activó al ver a esa preciosa rubia. Tenía puesta una remerita sin mangas, color amarillo, que parecía apunto de estallar por la presión que ejercían sus grandes tetas. Mis ojos se perdieron en su escote. Reaccioné cuando ella habló:

―¡Lucrecia! ¿Cómo estás?

―Hey, te acordás de mi nombre.

―Sí, claro, ya lo leí mil veces.

―Ah sí, en mi tarjeta de crédito.

―No, en los mensajes que me mandaste preguntando si ya estaban las remeras de Radiohead.

―Ay, perdón… ―una vez más me avergoncé por eso. Pobre chica, seguramente la había vuelto loca; pero de verdad me moría de ganas de tener esas remeras.

―Ya te dije que no hay problema por eso. Es mi trabajo. ―Su sonrisa era muy dulce, la rubia era muy hermosa―. Bueno, decime en qué te puedo ayudar.

Se me ocurrían muchas formas en las que esa chica podría ayudarme; pero me contuve.

―Estoy buscando algo lindo, para salir a bailar.

―Ah, genial. Seguramente tenemos muchas cosas que pueden gustarte. ¿Algún color en especial?

―Ninguno, me da lo mismo el color. Me basta con que sea algo… llamativo. O sea, no chillón, sino llamativo. No sé cómo explicarlo.

―Creo que ya voy entendiendo. ―Me guiñó un ojo de una forma muy sensual. ¿Estaba coqueteando conmigo? Nah, no podía pensar eso. Seguramente era una estrategia de venta.

Me mostró varios vestidos, elegí dos y me metí en el probador. Los dos me gustaron mucho, y ella había entendido a qué me refería con “llamativo”. Me quedaban re cortos. Tanto que si me agachaba un poquito, se me veía parte del culo.

<¿De verdad pensás salir con esto, Lucrecia?>, me pregunté a mí misma. Era algo muy radical para mí. Pero tal y como le había dicho a Anabella que debía modernizar su ropero, Abi me había dicho lo mismo a mí. Éste era un vestido que Abi usaría… siempre y cuando mis padres no estuvieran presentes. Estaba decidido, ésto era justo lo que necesitaba.

―Eh… rubia… ¿podés venir un momento?

La cortina del probador se abrió casi al instante. La rubia recorrió todo mi cuerpo con la mirada, y se detuvo en mis largas piernas.

―¡Wow! ―Exclamó―. ¡Qué bien te queda!

―Necesito que seas honesta, rubia.

―No me llamo “Rubia”.

―Perdón, es que soy medio mala para acordarme de los nombres de la gente, especialmente de aquellas personas que no veo muy seguido.

―Me llamo Selene.

―¡Ay, qué lindo nombre!

―Es exactamente lo que dijiste la primera vez que te dije mi nombre, ―se rió.

―¡Perdón! Te prometo que voy a hacer un esfuerzo para acordarme. Bueno, Selene, necesito que seas honesta conmigo. Voy a llevar algún vestido sí o sí, así que no te preocupes por la venta. Quiero que me digas, honestamente, si ésto me queda bien.

―A ver, veamos. ―Me analizó detenidamente―. ¿Podés girar un poquito? ―Hice lo que me pidió, por el espejo podía ver cómo ella me miraba la espalda, las piernas… y el culo―. A ver, agachate un poquito. ―Me incliné hacia adelante, sus ojos estaban fijos en mi culo. Empecé a pensar mal de ella… mal, pero bien. Me gustaba que me mirara el culo. Además, con lo corto que era el vestido, seguramente me estaría viendo un poco más que el culo―. Lo que yo pensaba, ―dijo―. Bueno, ésto ya depende de vos; puede que sea un punto a favor, o uno en contra. Pero tengo la obligación de avisarte que se te ve todo cuando te agachás.

―¿Qué tanto es todo?

―Esperame un momentito. ―Desapareció de mi vista, y volvió casi enseguida, cargando un gran espejo―. Agachate y mirá los espejos, así lo vas a comprobar vos misma.

Me agaché una vez más, el vestido se me subió un poco y pude ver aparecer mis nalgas desnudas, así como parte de mi vulva; la cual estaba cubierta por una pequeña tanga blanca. No podía negarlo, me gustaba lo que veía. Me agaché un poco más, y separé las piernas. Noté una sonrisa en los labios de Selene. ¿A ella le estaba gustando lo que veía, o sólo estaba siendo simpática para poder vender? La vagina se me marcó mucho más, y el vestido ya dejaba al desnudo la mitad de mi culo. No pretendía agacharme tanto en la discoteca; pero tal vez sí lo hiciera en algún momento íntimo con alguna de mis amigas. Me encantaba.

―Está bien, ―dije, enderezando mi cuerpo―. Lo veo como un punto a favor. Tengo intenciones de pasarla muy bien esta noche. Me llevo los dos vestidos, así tengo para elegir. ―Eran modelos medio parecidos, sólo diferían en algunos detalles, y en el color. El que tenía puesto era azul, y el otro gris perla.

―Mmm… a tu chico le va a encantar este vestido. Te lo puedo asegurar.

―No tengo ningún “chico”.

―Ah, ¿salís soltera?

―Así es.

―Me parece que salís con la intención de conquistar a alguien. ¿Algún amigo?

―Sí quiero sorprender a alguien, pero no es un amigo, es… ―dudé unos segundos, pensé que ella no estaba muy interesada en mi historia, y que sólo quería terminar con la venta―. No importa, no te voy a aburrir con detalles.

―A mí no me aburrís, al contrario. Estoy sola todo el día en este maldito local, está bueno poder hablar un poco con la gente.

―¿De verdad? Yo soy de hablar mucho, pero nunca me puse a hablar con vos, porque creí que estabas enojada conmigo… ya sabés, por lo de las remeras de Radiohead.

―Te dije mil veces que no me enojé. Solamente me dio gracia. Me encanta ver que la gente es tan fan de algo. Me hiciste acordar un poco a mí, cuando encargué remeras de los Rolling Stones. Son mi banda favorita, y las malditas remeras no llegaban. Para colmo yo no quería cualquier cosa, quería productos de buena calidad.

―Sí, me pasó igual, ―le sonreí―. Hay muchas tiendas con remeras de Radiohead, pero ustedes venden cosas de buena calidad. Por eso las quería comprar acá. Me llama la atención lo amplio que es este rubro… o sea, no sólo venden ropa “normal”, sino que también venden ropa para salir, e indumentaria relacionadas a bandas de rock…

―Y a películas, videojuegos, de todo. Este es un polirrubro. Antes sólo vendíamos ropa “para salir”; pero le insistí tanto a mi jefa con lo de expandir el rubro, que al final me hizo caso. Ahora las ventas son mejores que antes.

―¡Qué copado! Pará… ¿de películas también? ¿Tienen algo de “El Señor de los Anillos”?

―Sí, claro. ¿Querés que te muestre?

―Obvio… estoy re enganchada con esos libros, y con las películas también. Está muy bueno.

―No sabría decirte, nunca los leí. No soy de leer mucho, lo mío es la música.

―Bueno, si algún día se te da por leer algo, te recomiendo estos libros. Están geniales.

Me mostró varias remeras, la mayoría eran negras. Todas tenían hermosos diseños basados en las películas. Me encantó una que era muy sencilla, decía el nombre de la película, en inglés, y con letras doradas; debajo tenía una imagen en grande del anillo. Me llevé dos iguales a esas. También me llevé otra donde se veían todos los personajes principales, y una de Gollum… ese bicho rastrero me genera tanto amor como odio. Me dio la impresión de que, mientras me mostraba la ropa, Selene me miraba mucho el culo. Como yo tenía puesto el vestido azul, seguramente le di un buen espectáculo. Pero siempre fui pésima para este tipo de cosas, y tal vez sólo me lo estaba imaginando. Lo que sí puedo asegurar es que yo le miré las tetas cada vez que pude. Para colmo en varias ocasiones se agachó para buscar una de las remeras de más abajo, y hasta pude ver sus pezones asomándose. La rubia me estaba acalorando. Me sentí culpable ¿cómo podía ser que me pusiera así cada vez que veía una mujer hermosa?

<¿Será porque durante años tuviste que reprimir todos tus impulsos sexuales?>, me preguntó una voz en mi cabeza. Y era probable que tuviera razón.

―Llevo todo esto, ―le dije, dando una palmadita a la pila de ropa. Ya me había quitado el vestido, y me había puesto la ropa con la que entré al local.

―Bien, genial, ―dijo con su mejor sonrisa―. Como tu compra es muy buena, te voy a hacer un descuento.

―No te preocupes por eso, total pagan mis padres, y a ellos le sobra la plata. Incluso me dicen que gasto poco dinero… imaginate.

―Wow, ojalá mis padres me dijeran eso.

―Sí, yo no me llevo muy bien con mis viejos. Creen que todo se soluciona con plata… por eso a veces los castigo un poquito haciendo compras como ésta.

―Bueno, entonces no te hago un descuento… aunque yo a veces hago descuentos para castigar un poco a mi jefa; porque piensa que la plata es lo único importante en la vida.

―Ah, pensé que el local era tuyo… como siempre te vi a vos.

―¿Viste? Todo el mundo piensa lo mismo. Pero la verdad es que no es mi local, yo soy una empleada. Mi jefa me tiene harta. Me paga poco, y me tiene todo el día trabajando. Sé que no está bien quejarme de estas cosas con los clientes, pero es así.

―Está bien, con alguien te tenés que quejar. Odio a la gente como tu jefa. Si yo tuviera mi propia empresa, me sentiría bien sabiendo que mis empleados ganan un salario justo.

―Ojalá hubiera más gente como vos, Lucrecia. Pero el mundo es una mierda. Bueno, ya te cobré todo. Espero que la pases lindo con tu… no sé cómo llamarlo…

―Em… amiga. Creo que la podemos llamar amiga. Aunque la conozco hace poco…

―¿Amiga? ―Abrió mucho los ojos―. Eso quiere decir que…

―Sí, soy lesbiana… o algo menos eso creo. Tal vez bisexual… qué se yo…

―No hace falta que des tantas explicaciones. Entendí que tu amiga te gusta, y la querés impresionar…

―Sí, esta misma noche.

―¿Un martes?

―Es que mañana ella no trabaja, y yo no curso en la universidad… así que salimos esta noche, con otras amigas.

―Ah, pero qué lindo… ¿y ella sabe de tus intenciones? ―Al preguntar esto se inclinó hacia adelante, apoyó los codos en el mostrador, y sus grandes tetas se inflaron, como globos de agua.

―Sí, ya hablamos de esto. Ella quiere… probar. Nunca estuvo con una mujer, no es que yo tenga toda la experiencia del mundo, pero… ya me acosté con algunas mujeres.

―Ohh… qué loco. No tenés pinta de…

―¿De lesbiana?

―No… es decir, tenés pinta de chica virgen. Siempre que te vi, pensé que eras virgen. Por eso me sorprendió mucho el vestido.

―Bueno, ―dije, mirando fijamente sus tetas. Seguramente ella lo notó, pero no dijo nada―. Cuando vos me conociste era prácticamente virgen, mi experiencia sexual con mujeres es bastante nueva. Mis padres no saben nada, si se enteran, me muero…

―¿Y cómo vas a hacer el día que decidas tener una novia?

―Mmhh… ya tuve algo así como una novia. Duró poco. A mis viejos no le dije nada. Si alguna vez tengo otra novia… no sé qué voy a hacer, intentaré guardarlo en secreto lo más que pueda.

―Los padres a veces pueden ser un gran problema. Te lo digo por experiencia.

Se hizo un silencio incómodo, ni siquiera nos queríamos mirar a los ojos.

―Bueno, me voy, ―dije―. Gracias por todo, y ya voy a darme una vuelta para seguir mirando ropa.

―Dale, que andes bien… y mucha suerte con tu amiga. ―Me guiñó un ojo. Di un último vistazo a sus tetas, y me fui.

―3―

Estaba ansiosa, tanto que si me quedaba un minuto más en mi casa, iba a terminar caminando por las paredes. Cuando ya estuve lista y arreglada para salir, me topé con mi madre en el pasillo que daba a los dormitorios.

―¿Adónde vas? ―Me preguntó, analizando mi atuendo.

Agradecí enormemente el haber empleado la antigua treta de ponerme ropa común sobre el vestido, y así aparentar que era una salida casual.

―Voy a la casa de Lara, vamos a mirar unas películas. ―Respondí tranquila. Mi mamá no sabía nada de mi discusión con Lara, así que podía usarla tranquilamente como excusa; era muy improbable que la llamara―. Mañana no tenemos clases, ¿te acordás que te conté?

―Bueno, pero andá en el auto. No quiero que andes por la calle tan tarde.

―Está bien. ―De todas formas estaba en mis planes ir en el auto.

Les prometí a mis amigas pasarlas a buscar, comencé con Samantha, por ser la que vive más cerca de mi casa. Casi me da un soponcio cuando la vi enfundada en un corto vestido verde manzana, que hacía resaltar el rojo de su cabello. Además se le marcaban un poco los pezones, y eso me calentó desde el comienzo. Esa sí que era una mujer capaz de detener el tráfico.

―Estás hermosa. –Me dijo en cuanto se subió al auto. Yo estaba babeando, mirando todo su cuerpo―. Aunque te queda un poco corto el vestido.

Miré hacia abajo, me había decidido por un hermoso vestido color gris perla que compré, pocos días antes, para esta ocasión. Me encantó desde el momento en que me lo probé. Era el vestido más corto que me había puesto en mi vida. Como tenía las piernas algo separadas, para poder presionar los pedales del vehículo, podía verse parte de mi blanca bombacha.

―No sé cómo saludarte. ―Continuó diciendo, mientras se acercaba a mí.

―Yo sí sé cómo.

Giré mi cabeza y le di un intenso beso en la boca. Esta vez no me lo esquivó, todo lo contrario, me demostró que le gustó mi saludo. Pocos segundos después, sentí su mano derecha sobre mi muslo. La deslizó hasta que acarició la zona de mi vagina por arriba de la tela. Me aparté de inmediato.

―¡Epa! Cuidadito con las manos, o podés terminar mal. ―Le advertí, con una sonrisa.

―Perdón, no me aguanté. ―Me miró sonrojada―. ¿Sabías que nunca se la toqué a otra mujer?

―¿Nunca? Bueno, eso se puede solucionar ahora mismo.

Tomé su mano y la dirigí hacia mi entrepierna. Sami apoyó suavemente los dedos y los movió en círculos, estimulando mi clítoris, un agradable cosquilleo me recorrió el cuerpo. Volvimos a besarnos, mientras ella continuaba dándome cariño ahí abajo. Samantha estaba tan hermosa, y era tan gentil al tocarme, que me mojó toda. Tenía ganas de arrancarle la ropa y cogerla allí mismo, en el auto. Siguió tocando durante unos pocos segundos, y luego se apartó.

―No, seguí, seguí. ―Supliqué, entre jadeos.

―Lucre, estamos en el medio de la calle, cualquiera nos puede ver.

Debía limitar mis impulsos sexuales, era cierto que ahí podríamos brindarle un bonito espectáculo a cualquiera que pasara. Asentí con la cabeza y puse el auto en marcha. Hablamos alegremente todo el camino hasta la casa de Tatiana. La morocha estaba que rajaba la tierra. Tenía puesto un impresionante vestido blanco, de amplio escote, que se unía en el centro de sus pechos con una pequeña arandela. Daban ganas de arrancarla con los dientes. En cuanto se sentó en el asiento trasero, las presenté.

―Samantha, ella es Tatiana.

―Ah sí, la conozco. La vi un par de veces con vos. –Dijo Sami. Noté cómo miraba los voluptuosos pechos de mi amiga, que lucían espléndidos dentro de su escote.

―Hola Samantha, un gusto.

Advertí de antemano a Tatiana, para que no mencionara el mensaje con la foto que me mandó la pelirroja; no quería que ninguna se pusiera incómoda. La tercera parada fue en la casa de Edith. Su casita era pequeña, pero estaba pintada con bonitos y alegres colores. La niña salió, saludando hacia adentro; una mano le devolvió el saludo. Vi que llevaba puesto un divino vestido amarillo, que resaltaba enormemente su encanto juvenil, y marcaba su menuda figura. Esperaba que ninguna notara mi deliberada selección de amigas, pero la pequeña echó todo al traste ni bien se sentó.

―¿Ella también es lesbiana? ―Preguntó con una indiscreta ingenuidad, mirando a la pelirroja. Tatiana comenzó a reírse y yo tuve que disimular. A la que no le causó gracia fue a la aludida, que de pronto tuvo una cara de culo tremenda.

―No es lesbiana, –dije, acelerando antes de que Samantha quisiera salir corriendo.

―Ah bueno, yo tampoco lo soy ―Afirmó Edith―. A mí me da igual.

―Digamos que a mí también, ―respondió Sami.

―Sí, yo soy bisexual, ―dije, con poca convicción. Recordé que a Anabella le había dicho que era lesbiana, pero eso sólo lo hice porque necesitaba una palabra contundente para explicar la situación.

―Cobardes. ¿Acaso la única lesbiana soy yo? ―Se quejó Tatiana.

Ni siquiera les pregunté a dónde querían ir, supuse que no había mejor opción que la misma a la que venía recurriendo en todas mis salidas. Afrodita se había transformado en mi sitio predilecto para tomar algo con “amigas”.

En cuanto llegamos me alegré de ver a Miguel, me reconoció al instante, y con una sonrisa me invitó a pasar.

―¡Pero cuántas chicas lindas que te acompañan hoy! El gerente del club va a tener que darte un pase VIP.

―¿Regalan algo con el pase VIP? ―pregunté, bromeando.

―No es que te regalen algo, pero tiene sus ventajas. En los días que hay mucha gente, podés hacer una cola más corta. Tenés descuentos en ciertos tragos (esos varían dependiendo de la noche), y lo mejor de todo: podés tener acceso a las habitaciones de los pisos superiores, por un precio reducido. ―Señaló hacia arriba.

El edificio contaba con cuatro pisos, pero yo creía que eran sólo departamentos. Tal vez en alguno de ellos vivía el dueño del local. Aunque pensándolo bien… ¿a quién le gustaría vivir arriba de una discoteca, con música a todo volumen durante toda la noche?

―Ah, eso sería muy útil. ―Le guiñé el ojo a Tatiana, y mis amigas se rieron.

―Entonces acompañame y hacemos los arreglos.

―¿Eh, de verdad? Pero si sólo vine tres veces.

―Pero no pudimos evitar notar cómo acaparás la atención, y tus amigas también. Hoy sólo puedo ofrecerte el pase VIP a vos sola; pero puedo ir consiguiendo de a uno por vez, si les interesa.

―Me parece buena idea. Espérenme acá, chicas, ya vengo. Y si no me reconocer al volver, es porque voy a ser una chica VIP. ―Les sonreí. Samantha se rió y se cubrió la cara, avergonzada, como si estuviera diciendo: “¿Quién me manda a salir con esta boluda?”.

Acompañé a Miguel a través de una puerta que estaba bastante disimulada. El pasillo era angosto y Miguel apenas cabía, si pasaba por al lado de una lámpara debía inclinarse de lado para no golpearla con sus anchos hombros. Llegamos a una pequeña oficina que no tenía más que una mesa negra, una computadora y algunas chucherías típicas. El guardia de seguridad tocó un pequeño timbre que sólo emitió una luz, y una segunda puerta se abrió casi al instante. De allí salió un joven rubio de buen aspecto, que estaba prendiendo los botones de su camisa. Pude ver sus pectorales marcados y, una vez más, confirmé que los hombres me atraían poco. No podía entender cómo semejante escultura masculina no me movía un pelo.

―Te presento al señor Pilaressi, el propietario y dirigente de todo el establecimiento.

―¡Rodrigo! ―Era mi amigo gay. Bueno, aunque no sea correcto definirlo de esa manera. A mí no me gusta que me consideren “la amiga lesbiana”. Digamos que era mi amigo rubio, con cuerpo escultural… y con una discoteca. Tenía muchos buenos atributos, debería sentirme atraída por él; pero me bastaba girar un poco la cabeza y encontrarme a Samantha enfundada en ese vestido verde… ella sí me movía el piso.

Mi contacto con Rodrigo se mantuvo por mensaje de texto durante estos últimos días.  Me di cuenta de que era un chico muy educado, y bastante inteligente; a pesar de mis prejuicios al respecto. Había imaginado que un chico rubio y apuesto no tendría muchas neuronas, pero por su forma de hablar demostraba que no era ningún imbécil. Mucho menos ahora, que sabía que era el dueño de Afrodita; aunque supuse que tal vez tuviera un padre adinerado que pagaba por todo esto, para mantener alejado y ocupado a su hijo homosexual.

―Que tal Lucrecia, te estaba esperando, me imaginé que volverías un día de estos.

―No sabía que vos eras el dueño.

―Prefiero que nadie lo sepa de entrada, es increíble la cantidad de gente que busca amistad por conveniencia. Además me gusta deambular por el boliche sin que nadie sepa quién soy. Como un cliente más. Hasta pago por las bebidas.

―¿Pero por qué las pagas? Si el lugar es tuyo.

―Porque eso es lo que paga el sueldo de los empleados de la barra. Además yo no controlo el 100% de la concesión de las mismas. En fin, no te voy a aburrir con detalles del negocio.

―No me aburre, estudio Administración de Empresas, y el tema me interesa.

―¿Ah sí? Bueno, te prometo que un día nos juntamos a charlar al respecto, y tal vez puedas darme algunos consejitos. Esto es para vos. ―Me alcanzó una tarjeta dorada con mi foto impresa en ella―. Me imagino que Miguel ya te habrá puesto un poco al tanto.

―¿De dónde sacaste la foto? ―Pero ya sabía la respuesta.

―Es la que tenés de perfil en todos lados, me tomé el atrevimiento de robarla. Sé tu primer nombre, pero me costó un poco averiguar tu apellido, hasta que te ubiqué en Facebook.

―Lucrecia Zimmer ―leí en voz baja.

―Me hizo acordar a Hans Zimmer, un músico que me agrada bastane.

―Ah, sí, lo conozco. Compone bandas sonoras para películas. Pero lamento decirte que no es pariente mío. ―Estaba maravillada con esa tarjeta, no sólo por el hermoso diseño dorado, sino porque me otorgaba cierto

status

dentro de Afrodita―. Muchísimas gracias por el pase VIP.

―Con eso también podés tener una cuenta en la casa, y pagarla en cómodas cuotas.

―Perfecto ¿y puedo hacer que mis amigas consuman con la misma cuenta?

―Sí, siempre y cuando vos estés presente.

Agradecí nuevamente a Rodrigo y volví con mis amigas, enseñándoles la reluciente tarjeta. Nuestros coloridos vestidos, y llamativos cuerpos, atraían la mirada de muchos de los presentes en el boliche. Ahora sabía a qué se refería Miguel, al parecer no era sólo cuestión de amistad el que dieran un pase VIP, a ellos también les convenía tener clientela fuera capaz de “alegrar” la vista.

Comenzamos a tomar, esta vez me decidí por probar algún trago nuevo, pero no quería abusar, ya que después tenía que manejar. Samantha me recomendó uno llamado Pisco Sour, el cual conoció en un viaje que hizo a Perú. El trago era fantástico. Nos pareció tan bueno que todas pedimos lo mismo. El barman nos advirtió que tuviéramos cuidado, ya que era un trago engañoso; a pesar de que no se notara demasiado, tenía un gran porcentaje de alcohol. El sabor a limón era refrescante y le daba un toque agrio, a pesar de que el trago fuera tan dulce.

Noté que una mujer de pelo negro, bastante bonita y bien arreglada. Debía tener unos treinta y muchos, o unos cuarenta y pocos. Miraba hacia nosotras con más frecuencia que el resto de los presentes; debatimos sobre qué intenciones tendría.

―Yo creo que te mira a vos, Lucrecia, ―dijo Edith―. Te tiene ganas.

―No, a mí no me mira, lo sé porque cuando la miro a los ojos le importa poco. Aparta la mirada sin mostrar nungún interés.

―Que analítica. ―Samantha me estaba acariciando la espalda de forma disimulada, mientras yo daba sorbos al trago.

―Está mirando a Tatiana, ―continué diciendo―. Sí, definitivamente te mira a vos Tati.

―¿A mí? Vos estás loca ¿por qué me va a mirar a mí?

―Porque te tiene ganas. ―Repitió Edith; dio un sorbo a su trago.

―Hacé una cosa Tati, ―sugerí―. Caminá hasta la punta de la barra, y preguntale cualquier cosa al barman. Pero vos no la mires, nosotras te decimos si te mira o no.

La morocha obedeció y cuando regresó pocos segundos después no nos cabía ninguna duda, la mujer la siguió con la mirada todo el tiempo.

―Invitale un trago, amiga. ―Le dije, alcanzándole un vaso intacto de Pisco Sour―. Vas a tener suerte.

―Me gustan las veteranas. ―Sonrió, tomó el vaso y caminó con paso firme hasta la mesa en la que se encontraba la mujer.

Nos alegramos cuando las vimos conversando alegremente. La mujer no perdió tiempo,  comenzó a acariciar la pierna de mi amiga, mientras le susurraba cosas al oído. En ese momento se nos acercó Rodrigo, se lo presenté a mis amigas, y olvidé que ellas no eran totalmente lesbianas. Aunque, supuestamente yo tampoco lo soy; pero Rodrigo no me provoca. Si mis amigas hubieran sido hombres, las dos hubieran tenido una notoria erección al ver al rubio. Resultó totalmente obvio que ambas estaban maravilladas con él, Samantha disimuló un poco más, creo que por respeto a mí; pero Edith parecía fuera de sus cabales.

―¿Quién es este papito? ―Preguntó, con la boca abierta.

―Él es mi amigo, Rodrigo. ―No di más detalles porque sabía que a él no le agradaría eso―. Ellas son Edith y Samantha.

―Un gusto señoritas ¿qué tal la están pasando?

―Ahora mejor que nunca. ―dijo Edith, con un fallido intento de voz sensual.

A pesar de no ser hermosa, la chica tenía un sutil encanto femenino que me agradaba mucho. Además hoy estaba muy bien vestida y arreglada; su cabello estaba más suave y lacio que nunca, y los ojos resaltaban, no por unas horripilantes gafas, sino por unas mucho más bonitas y modernas, que eligió con mi recomendación.

―Qué simpática es tu amiga. ―Me dijo el adonis, con una amplia sonrisa.

―Y tengo más virtudes. ―La pendeja estaba descontrolada, hasta causaba gracia verla así.

Luego de un rato, tuve que intervenir de forma sutil, para advertirle a Rodrigo de lo que estaba pasando. Lo llevé hasta el otro extremo de la barra, con la excusa de que me recomendase algún otro trago. En parte era cierto, a pesar de que el Pisco me gustó mucho, quería algo con menos graduación alcohólica.

―¿Pasa algo malo? ―Me preguntó.

―No nada, por ahora. Sólo te quería decir que Edith es una chica un tanto especial. No está acostumbrada a este tipo de salidas, es como si recién estuviera descubriendo el mundo. Hace poco perdió la virginidad… conmigo. ―No me molestó dar esos detalles a mi amigo, al fin y al cabo él sabía de mis preferencias sexuales―. Ahora está en una etapa en la que se quiere acostar con todo lo que ve, lo sé porque yo pasé por lo mismo… estoy pasando por lo mismo; con la pequeña diferencia de que a mí los hombres no me interesan.

―Sigo sin ver el problema.

―Es que tengo miedo de que ella se haga ilusiones con vos, y que después tengas que rechazarla.

―¿Y qué te hace pensar que la rechazaría?

―¿No que eras gay?

―Y lo sigo siendo, pero eso no descarta que de vez en cuando pueda divertirme con una chica, siempre y cuando encuentre una que me caiga tan bien como para hacerlo.

―Bueno, pero ella no es una reina de belleza. En serio, no quiero que la chica termine lastimada; me cae muy bien y la quiero ver feliz.

―Tal vez no sea la más bonita del boliche, pero es una de las más simpáticas. Además te digo una cosa: tiene tanta ternura natural, que hasta me da un poco de morbo imaginarla sin ropa.

―Verla sin ropa es lo mejor, te lo aseguro. Entiendo tu morbo. Yo creo que si se acuesta con vos va a ser como ganarse el premio mayor. La pendeja debe estar alucinando con que eso pase, y estoy segura de que ya está pensando que no tiene chances de lograr algo con vos; porque a veces se tira abajo solita.

―Entonces tendré que hacerle ver que sí tiene chances. ¿Estás segura que ella querrá? No quiero rebotar en frente de todos.

―Rodrigo, creeme que si rebotás, Samantha te agarra al vuelo. Ella también está caliente con vos. ―Nos reímos―. Pero a la colorada déjamela a mí, tengo cuentas pendientes con ella.

Volvimos con mis amigas llevando el nuevo trago, propuesto por Rodrigo. Me dijo que a él le gustan las cosas muy sofisticadas, así que se decidió por un trago típico argentino: Fernet con Coca-Cola. Tengo que confesar que no era gran aficionada a tomar esto, hasta ahora. Estaba mucho mejor de lo que yo recordaba, si bien el sabor era amargo, la gaseosa le daba un toque muy agradable. Debía parar de tomar, o luego no podría manejar ni media cuadra. Mis padres se morirían del disgusto si yo tuviera un accidente, no porque yo pudiera estar lastimada o al borde de la muerte; a ellos les dolería más el daño al auto. Ya había pensado en una alternativa: si estaba medio borracha, me iría en taxi, y le pediría a Miguel que estacionara mi auto en alguna parte. Confiaba lo suficiente en él como para hacer eso.

Noté que Tatiana y la misteriosa mujer habían desaparecido; supuse que estarían perdidas en alguno de los cubículos con cortinas rojas, o que tal vez habían optado por alguna habitación. ¿Cómo no se me ocurrió antes preguntar por eso? Aquella noche con Tati, nos podríamos haber ahorrado la búsqueda de hotel.

La noche transcurrió de forma rápida y divertida, pude bailar apretada con Samantha, lo cual me puso cachonda; esperaba que surtiera el mismo efecto en ella. Edith y Rodrigo se quedaron charlando junto a la barra, al parecer se llevaban muy bien. La piba no paraba de sonreír, temía que su quijada quedara trabada en esa posición. El paso que dieron estos tortolitos me dejó muy sorprendida. De un momento a otro, se estaban besando. La pobre Edith debía ponerse en puntas de pie, para llegar hasta la boca de su amante. Cuando se separaron noté que ella estaba roja, como el cabello de Sami, y él sonreía grácilmente. Rodrigo me hizo una seña con las manos, que no comprendí, acto seguido desapareció llevando a Edith prendida del brazo.

―¿A dónde van? ―Le pregunté a la pelirroja.

―¿A dónde pensás que van? A ponerla, estos se van a un cuarto, a garchar. ―Abrí grande los ojos, y me llené de ilusión; mi pequeña Edith se iba a convertir en mujer.

―Ay, qué tiernos. Seguro la van a pasar muy bien. ―Miré a mi alrededor, no había señales de Tatiana―. Creo que quedamos solas ―Puse los brazos sobre sus hombros.

―Mejor así, ―dijo, con una sonrisa picarona―. ¿Puedo ser honesta? ―No esperó mi respuesta―. Estaba un poco celosa de tus amigas. Cuando las ví en el auto creí que a mí me traías sólo por compromiso… pensé que te ibas a ir con una de ellas.

―Las traje porque son mis amigas, quería una noche de chicas. Pero desde el primer momento, vos fuiste la frutilla del postre. Si alguna de ellas me insunaba algo, pensaba decirle que esta noche tenía planes con vos. Porque tenemos planes, ¿cierto?

―Puede ser. No te voy a negar que estoy nerviosa, pero te cuento un secretito, ―se acercó a mi oído―, el alcohol me pone cachonda.

―Ya mismo voy a pedir lo más fuerte que tengan. ¿Si es alcohol puro, te da igual? ―Ella se rio.

―No hace falta, ya tomé suficiente. ―Entrecerrando los ojos acercó su boca a la mía, y nos unimos en un beso.

Si su idea era calentarme, lo estaba consiguiendo a la perfección. Sentí su mano subiendo por la cara interna de mis piernas hasta tocar suavemente mi vulva.

―En estos días estuve pensando mucho, y decidí que quiero hacerlo, ―me dijo, con su natural sensualidad.

―Entonces no se habla más. Seguime.

Pregunté a Miguel dónde debía pedir una habitación, él nos llevó a través de un pasillo amplio y bien iluminado, hasta que llegamos a una ventanilla con una recepcionista tras ella. Agradecimos al gigante calvo por la atención, y reservamos un bonito cuarto. Fue un trámite que duró pocos segundos, la tarjeta dorada facilitaba mucho las cosas. Me preguntaba si Rodrigo había hecho averiguaciones sobre cuentas bancarias a mi nombre, o si simplemente confiaba en que yo pagaría todo eso. Me incliné más por lo segundo.

La habitación era preciosa, la cama envuelta en blanco me recordaba un poco a mi propia casa; pero sabía que no estaba allí, y eso era lo que más me gusta de los hoteles: mi familia no está cerca.

Nos sentamos en el borde de la cama y nos miramos a los ojos, quería crear un ambiente de

relax

para mi nueva compañera sexual. Podía atacar de mil formas diferentes, pero intenté evaluar la situación y así encontrar la manera más adecuada. Acaricié suavemente una de sus piernas mientras acomodaba su cabello con mi otra mano. Desde que corté con Lara ya no veía tanto el romanticismo del acto sexual, aunque era un factor importante que no podía quitarme. Me encantaba besar, abrazar, acariciar y decir cosas lindas a mi pareja, así sea alguien con quien me acostaría una sola vez.

―Me matan tus ojos, ―le dije, casi susurrando, justo antes de besarla en la boca. Luego la dejé respirar, no quería que se sienta presionada.

―Lucre ¿qué te excita de las mujeres?

―Todo. Pero me imagino que buscás una respuesta más específica. ―Asintió con la cabeza, mientras yo le acariciaba una mejilla―-. Me gusta lo prohibido, saber que me excito pensando en una mujer. Me encanta la sensualidad femenina, de la cual vos tenés de sobra. Me fascina el desafío que implica calentar a una chica, especialmente si no es lesbiana, o si nunca se acostó con otra mujer.

―Conmigo lo estás logrando a la perfección, estoy muy excitada. No pensé que una mujer me pudiera poner así. ―Pasó sus dedos sobre mi muslo y llegó hasta mi tanga blanca, comenzó a tocarme toda esa zona―. Contame más, en lo sexual ¿qué es lo que más te calienta de las mujeres?

―Me calienta poder tocarlas. ―Hice lo mismo que ella y llegué a su entrepierna, sentí las pequeñas protuberancias que delineaban su sexo―. Me encanta sentir un pezón dentro de mi boca, me vuelve loca pasar la lengua por todo el cuerpo de la chica; especialmente entre las piernas. Me encanta ver cómo se mojan mientras están conmigo.

―¿Cómo se siente chupar una vagina? ―La charla se estaba tornando sumamente erótica, y yo ya estaba empapando mi ropa interior.

―Es maravilloso, no es fácil describirlo con palabras, tenés que sentirlo. Ver cómo una vagina se abre cuando pasar la lengua, sentir ese sabor prohibido, y ese olor que te embriaga. Tener la sensación de que el mundo se detuvo por completo, y sólo estás vos con esa vagina, y la chica a la cual ésta pertenece. Escuchar el gemido de una mujer en celo, y saber que lo hace por el placer que le estás dando.

―Me encanta tu forma de hablar.

Caímos al unísono de lado sobre la cama, nuestras piernas quedaron fuera de la misma pero no nos importó. Tomé su vestido por debajo y comencé a subirlo, ella hizo lo mismo con el mío. Ninguna de las dos llevaba corpiño, por lo cual pudimos mirarnos las tetas cuando nos despojamos de nuestra ropa. Sus pezones eran diminutos, con areolas apenas visibles, muy diferente a los míos que estaban muy bien definidos y abarcaban más área. Pasé un dedo alrededor de los suyos, estaban bien duritos; eso explicaba por qué se le marcaban tanto sobre la tela del vestido. Al parecer mis caricias le produjeron cosquillas, porque se apartó riéndose. Sabía que debía ser yo quien llevara las riendas, y también sabía que no debía presionarla mucho. Acaricié su vientre bajando con precaución; como ella me permitió llegar hasta su pubis, supe que no tendría problemas en dar el siguiente paso. Levanté sus piernas y le fui quitando de a poco la pequeña tanga blanca. En cuanto sus piernas descendieron, vi un monte de Venus lampiño y bien definido.

―No tiene más pelitos. ―Dije, recordando que en la foto que me envió a través de Tatiana tenía abundante vello púbico.

―Me la depilé hoy, sabía que iba a ser una noche especial.

―En eso no te equivocás. Ponete cómoda.

Se acostó a lo largo de la cama, poniendo su cabeza sobre la almohada. Estaba tan ansiosa como yo cuando di mis primeros pasos en el sexo lésbico.

―¿Por dónde querés que empiece? ―Le pregunté para elevar aún más su ansiedad.

―La verdad es que llevo un tiempo largo de abstinencia, y no aguanto más. ―Respondió abriendo las piernas―. Quiero que me chupes la concha, ahora.

―Tus deseos son órdenes, hermosa.

Al fin probaría esta preciosura, los labios de su vagina eran casi tan pálidos como su piel; eran suaves en la primera mitad, desde el clítoris, y rugosos al final. Acerqué mi lengua y di una pequeña lamida, para comprobar que el sabor sexual era tan delicioso como yo suponía. Ella inclinaba la cabeza hacia adelante, esforzándose por ver bien. Cerré los ojos y me dejé llevar, los primeros lengüetazos fueron suaves, en ocasiones apretaba el capullo que envolvía su clítoris con mi boca; ya podía escuchar la respiración agitada de Samantha, y que intentara separar más las piernas me indicaba que disfrutaba de mis chupadas. Lamí con la punta de mi lengua desde su ano hasta su ombligo, sin detenerme. Repetí la acción sólo que esta vez no me detuve, seguí hasta sus pechos y me prendí a sus pezones; aprovechando para que mi cuerpo quedara en contacto con el suyo. Me entretuve un buen rato con sus sabrosas tetas y luego regresé a la jugosa almeja. Todo el tiempo de espera valió la pena, la pelirroja estaba muy rica. Seguí chupando con ímpetu, haciéndola gozar, tal como lo había dicho; me encantaba escuchar gemir a una mujer, especialmente si lo hacía en respuesta a mis atenciones.

―Yo también quiero probar, ―me dijo, con la respiración entrecortada.

―Eso me encantaría.

Me aparté, dejándole lugar para sentarse en la cama, yo quedé en posición de perrito, y ella me despojó de mi tanga. Estaba más que entusiasmada. Abracé una mullida almohada y esperé. Lo primero que sentí fueron sus manos sobre mis nalgas y casi al mismo tiempo, las besó. Luego sus dedos fueron a acariciar mi rajita que, a pesar de estar tan húmeda, estaba sedienta de sexo.

―Se siente muy bien, ―me dijo, mientras exploraba la superficie de mi intimidad femenina.

A continuación introdujo un dedo, solté un gemido al tenerlo adentro por completo, yo misma podía sentir la calidez de mi cavidad vaginal. Un segundo dedo acompañó al primero, empezó a penetrarme con ellos, tal y como lo haría un pene; con la diferencia de que sus dedos giraban de un lado a otro mientras entraban y salían. Tuve que acostarme boca abajo y abrazar más fuerte la almohada, mis gemidos llenaron la habitación. A pesar de su nula experiencia en sexo lésbico, la pelirroja era muy instintiva y sabía cómo dar placer a una mujer. Su pulgar jugaba con mi clítoris mientras seguía bombeando con el índice y el dedo mayor. Su mano se movía cada vez más rápido, a ella también la entusiasmaba todo esto, y seguramente se estimulaba al verme gozar de tal forma. Pasados unos minutos ella se detuvo y aproveché la ocasión para darme la vuelta y abrir las piernas. Pensé que ella titubearía al ver mi sexo tan cerca de su rostro, pero en menos de un segundo me demostró lo equivocada que estaba. Se lanzó directamente, sin miedos. Comenzó a chupármela con gusto, como si lo hubiera hecho muchas veces. Lo hacía con tantas ganas y con tanta seguridad que mi excitación aumentó considerablemente.

Mientras más tiempo pasaba, más ganas le ponía Samantha al sexo oral. Mi vagina estaba de fiesta, y todo el jugo que salía de ella terminaba dentro de la boca de mi nueva amante. ¿Quién necesitaba a los hombres? Esto no tenía comparación. La sensualidad de una mujer era algo inigualable. La dejé un buen rato chupando, pero yo quería volver a la acción.  Sorprendiéndola me lancé sobre ella y la hice girar, hasta que quedó de espalda contra la cama; sin pensarlo ni un segundo comencé a meterle los dedos. Ahora su vagina estaba mucho más húmeda que antes y ella soltó un fuerte gemido mientras yo la penetraba. Abrí un poco la boca y me acerqué a la suya, en nuestro beso intercambiamos los fluidos vaginales y entrelazamos las lenguas. Instintiva, y acertadamente, ella buscó mi almejita, comenzó a masturbarme con destreza. Así fue que llegué a mi primer orgasmo de la noche. Se lo hice notar gimiendo de una forma muy particular. Seguí tocándola sin parar, ella disfrutaba pero el momento que yo tanto esperaba no llegaba.

―¿No tuviste un orgasmo, cierto? ―Pregunté.

―No soy de “orgasmo fácil”, muchas veces ni siquiera llego a tener uno; pero la estoy pasando bárbaro, me encanta todo lo que hacés. Me gustás mucho Lucrecia. ―Me estampó un fuerte beso en la boca.

Una vez más le brindé los placeres del sexo oral, en cuanto bajé hasta su vagina ella comenzó a susurrar “Sí, sí. Comemela toda mamita”. Esas palabras me incentivaron mucho, puse todo mi empeño en darle una buena chupada. Si a esta chica le costaba llegar al orgasmo, entonces sería todo un desafío. Mientras succionaba su clítoris le metía los dedos por el agujerito. Ella arqueaba su espalda y presionaba sus pechos. Yo también disfrutaba con la idea de poder seguir jugando con esa rica vagina. Samantha provocaba una atracción como de imán conmigo. Entre jadeos, lamidas, estremecimientos y exploraciones vaginales, fui llevándola al clímax; pero una vez más, su orgasmo nunca llegó. Seguiría siendo un desafío lograr que ella lo alcanzara.

Nos pusimos de rodillas en la cama y nos besamos apasionadamente. Acaricié su espalda, ella imitó mis movimientos, incluso cuando llegué a sus nalgas y las sobé. El besar sus gruesos labios me transmitía una calidez, similar a la que produce una buena probada de miel pura. Toqué su vagina, humedeciendo mis dedos con ella, y decidí tomarla por sorpresa. Fui hasta su culo, y presioné fuerte. Mi dedo mayor se enterró en él, con suavidad y Sami dio un respingo, quedó con los ojos bien abiertos y me miró sin apartarse mucho.

―¿Y eso qué fue? ―Moví un poco el dedo dentro de ella.

―Te metí un dedo en la cola, ―le dije, con una sonrisa. Al parecer le estaba gustando, porque entrecerraba los ojos y abría la boca formando una O.

―Ya sé que me lo metiste… puedo sentirlo. ―Ella dejó escapar un gemido. Inicié el bombeo tan rápido como la posición me lo permitía―. Nunca me habían hecho eso.

―¿Te molesta? ―A pesar de mi pregunta, no me detuve; su apretado culo era muy apetecible.

―La verdad que no. ―Buscó entre mis nalgas, hasta que llegó a mi orificio prohibido; sin pedir permiso clavó un dedo en él, ese dolor agridulce me hizo gemir.

Volvimos a fusionarnos en un beso y aproveché mi mano libre para estimular su clítoris, a ella le pareció buena idea, porque hizo lo mismo con el mío. Sentía que iba a escupir el corazón en cualquier momento. Quería gemir pero el tenerla pegada a mi boca me lo impedía, lo cual aportaba un condimento extra a mi desesperación sexual. Me animé a ir con un segundo dedo por su culo. Sentí como se dilataba y me permitía pasar. Fue como decirle: “Meteme dos dedos”, porque pocos segundos después ella consiguió hacerlo en mi culo.

Necesitaba aire, aparté mi cabeza y la puse a un lado de la suya, apoyando el mentón en su hombro. Nuestros gemidos estallaron al unísono. Introduje dos dedos en su vagina, procurando frotar su clítoris con la palma de mi mano, y supe que estábamos en perfecta sincronía. Mi segundo orgasmo se avecinaba, y quería que ella me acompañara en esta ocasión. Aceleré mis movimientos y pasé la lengua por su suave cuello de marfil hasta llegar al lóbulo de su oreja; en cuanto lo lamí y besé, noté como mi mano se llenaba de flujos vaginales. Sus gemidos se hacían cada vez más intensos, al igual que los míos. Ambas sentíamos una extraña necesidad de huir de esos dedos de placer; pero permanecimos juntas todo el tiempo, aunque nuestros cuerpos parecieran no tolerarlo.

Esa noche con Samantha fue inolvidable. Supe que ese era sólo el inicio de una gran amistad cargada de sexo lésbico. Nos dimos un rápido baño. Quería que nos ducháramos juntas, pero decidí que era mejor darle un poco de intimidad, no quería asfixiarla. Esperé acostada en la cama, pensando en todas las hermosas aventuras que estaba viviendo con mujeres. Esto estaba marcando un estilo en mi vida. Ya no era simple curiosidad, era necesidad, tanto física como emocional. En ese momento recordé a Tatiana, me apresuré a llamarla. Quería saber si estaba bien.

―Hola Tati, ¿Dónde estás? ―Pregunté, apenas respondió.

―Hola… ―soltó un fuerte gemido de placer―… hola, Lucre. Estoy bien, no te preocupes.

―Upa, parece que la estás pasando bien. ―No pude evitar sonreír.

―La estoy pasando genial, ―otro gemido, incluso más potente que el anterior.

―¡Qué bueno amiga! ¿Te espero así te llevo a tu casa?

―No hace falta, no estoy en Afrodita. Después me vuelvo en un taxi, no te preocupes. ¡Ahhhh siiii, así!

―Está bien amiga, no te jodo más. Pasala lindo, mañana hablamos.

En cuanto estuve limpia y con toda mi ropa en su lugar, Samantha y yo abandonamos la habitación. Ni bien salimos nos encontramos con Rodrigo y Edith, estaban sentados en un pequeño apartado con sillones y una pequeña mesa de vidrio. Pude ver cuatro vasos de Fernet con Coca-Cola sobre la mesa, dos estaban intactos por lo que supe que nos estaban esperando.

―Ah, aparecieron. Tenía miedo que la bebida se caliente, pero supuse que tampoco se quedarían a vivir allí dentro, ―dijo el rubio, cuando nos acercamos.

Edith estaba más feliz que nunca, sus facciones parecían mucho más hermosas que antes; el buen sexo embellece a las mujeres. Sí, ya era una mujer. Si alguna vez fue una niña, esa niña ya había quedado en el pasado. Me conmovió verla tan alegre. Estuvimos charlando de cualquier cosa, intentando evitar los temas obvios, como los detalles en la cama de cada pareja. No hacía falta hablar del tema, era evidente que todos la habíamos pasado muy bien. Dejé mi vaso de Fernet por la mitad, no porque no me gustara, sino que no quería emborracharme justo ahora, que ya estaba con la mente despejada gracias al renovador baño.

―Cuando quieran ir, me avisan. Yo las llevo en el auto.

―Si es por mí, ya podemos volver, ―me contestó Samantha.

―Bueno vamos, –dije. Edith no parecía tan contenta por marcharse.

―Si querés después te llevo yo, ―intervino Rodrigo.

Esto sí se me hizo raro. Una cosa era que él accediera a acostarse con la chica, y otra es que de verdad quisiera pasar tiempo junto a ella. Rodrigo era un galán, un romántico. No se lo había tomado sólo como sexo casual.

―¿De verdad? ―La sonrisa de la más pequeña reapareció―. Bueno dale. Llevame cuando quieras… o no me lleves, me da igual. ―Nos reímos por su comentario.

―Bueno, nosotras nos vamos.

Si bien no conocía mucho a Rodrigo, confiaba en él. Además si cualquier cosa le pasaba a Edith, yo sabía con quién la había dejado al finalizar la noche.

En cuanto estuvimos en el auto, me di cuenta que entre una cosa y otra, la noche se empeñaba en dejarnos solas a Samantha y a mí; lo cual era una ventaja para nosotras. Conduje hasta su casa mientras charlábamos de diversos temas, ese era otro gran punto a favor; no sólo demostró ser una gran amante sino que además era una gran compañera. Siempre tenía algún tema de conversación, y era imposible aburrirse a su lado.

―¿No vas a pasar? ―Me preguntó, en cuanto llegamos a destino.

―Si no te molesta… ―le sonreí.

―Claro que no, vamos adentro, ―me guiñó un ojo. Habría guerra otra vez.

Hicimos el amor con la misma pasión que la primera vez, sólo que ahora estábamos en la intimidad de su hogar, lo cual aportaba un ambiente más acogedor. Recorrí cada centímetro de su cuerpo y otra vez disfrutamos de penetraciones anales; al parecer a ella le gustaron tanto como a mí. Ya estábamos estableciendo un código para esto, el arrodillarnos una frente a la otra era señal inequívoca de que queríamos hacerlo.

Regresé a mi casa ya bien entrada la mañana, eran casi las diez. Como soy precavida me puse la ropa casual que había llevado; para que no fuera obvio que regresaba de un boliche lleno de lesbianas, dirigido por un adonis homosexual. Ni bien entré a la casa, por la puerta del garaje, me encontré con mi madre, con una cara que me recordó al inmundo pequinés que tenía mi ex novia.

―¿Se puede saber dónde estuviste toda la noche? ―Ni la policía sería capaz de interrogar de una forma tan atemorizante.

―Te dije que iba a la casa de Lara…

―¿Así que estabas en la casa de Lara, eh?

Se apartó hacia un lado y detrás de ella apareció la ya mencionada Lara, estaba sentada en una silla con las manos entre las rodillas. Se la veía avergonzada, y yo esperaba que lo estuviera, por poner mi cabeza en una guillotina dirigida por mi madre.

¿Qué carajo hacía en mi casa?