Venus a la Deriva [Lucrecia] (18).

Reconstrucción Extrema.

Capítulo 18

Reconstrucción Extrema

Martes 17 de Junio, de 2014.

En el transcurso de los últimos días, mi nueva amiga Edith vino a visitarme cuatro veces. Aunque en todas las ocasiones tuve que ser yo quien la invitara, porque ella todavía no se animaba a preguntarme si podía venir.

La tarde del martes vino por quinta vez, pero en esta ocasión ya nos habíamos puesto de acuerdo de antemano.

Nos pusimos a charlar dentro de mi cuarto, como de costumbre. Me comentó que había comenzado a leer el primer libro de Harry Potter, y que le estaba gustando mucho. En un momento ella se quitó los enormes parabrisas que usaba como anteojos, y los limpió con un paño. Me di cuenta que sin eso puesto su aspecto mejoraba considerablemente, su cara ya no parecía la de una mosca, y hasta se podía decir que tenía rasgos delicados. Los brackets le quedaban incluso mejor si no usaba los anteojos, realzaban su aspecto de chica tierna. Empecé a tener dudas, Edith me estaba pareciendo un poquito más atractiva que al principio. Para colmo mi período había terminado un par de días atrás, y yo aún no me había masturbado… llevaba más de una semana acumulando deseo sexual. Para la Lucrecia de antes eso no hubiera significado nada; pero desde que me volví sexualmente activa, me parece mucho tiempo.

―¿Nunca pensaste en usar lentes de contacto? ―le pregunté.

―Em, no nunca. Es que me parecen más cómodos estos anteojos.

―Puede ser, pero impiden que tu cara se luzca.

Tampoco es que la chica fuera una preciosidad, pero tal vez con algunos cambios de

look

se podría mejorar un poco su aspecto. Al menos hacerla parecer una chica de 20, y no una señora de 60.

―¿Te gustaría que te planche el pelo? ―Fue uno de los pocos arrebatos de actitud femenina que me permití en mucho tiempo. Ya ni siquiera planchaba mi propio pelo… bueno, tampoco es que lo necesitara mucho, porque lo tengo naturalmente lacio.

―¿Te parece? ¿No se me va a quemar el pelo?

―No para nada, mi planchita es buena ―si se le quemaba todo el pelo, seguro que no empeoraría su aspecto.

―Estaría bueno, para probar ―me sonrió―. Nunca me planché el pelo ―yo incluso dudaba que alguna vez se lo hubiera peinado.

El hacer de estilista me entusiasmó. En pocos minutos Edith ya estaba sentada frente al espejo, mientras yo luchaba incansablemente contra su maraña de cabello. Intentaba ser sutil para no dañarlo demasiado, pero quitar esos rulos era una tarea complicada. Ella me seguía contando cosas que le gustaron del libro de Harry Potter, y yo le daba mi opinión; intentando no arruinarle la trama. Casi media hora más tarde vi aparecer a una chica alegre y simpática con un decente pelo lacio. No se podía decir que la chica fuera una hermosura, pero sí cambió mucho. Al menos era diferente… y parecía incluso más tierna.

―¡Me encanta! ―Me dijo con una amplia sonrisa llena de brackets―. Parezco otra persona.

―Ya que estamos en el salón de belleza, y vos sos muy bonita, podemos probar cómo te queda un poquito de maquillaje ―estaba siendo honesta con ella, la chica tenía cierto potencial.

―Bueno, pero un poquito nomás. Nunca me maquillo.

Esta vez me senté frente a ella y comencé a acicalarla, moldearla, pintarla y esculpirla. Siempre intentando no exagerar. Cubrí sus labios con un color sutil que apenas se diferenciaba de su piel natural, pero lo aportaba un glamoroso brillo. Mientras delineaba sus ojos la noté algo incómoda, tal vez tenía miedo de que le clavara el lápiz. Tres o cuatro… o seis retoques más y ya estaba lista. Al mirarse al espejo no lo pudo creer.

―¡Wow! ¿Esa soy yo? ―Ahora su sonrisa era radiante, se acercó un poco al espejo para ver mejor, sin los anteojos se le complicaba un poco.

―¡Estás hermosa Edith! ―Le dije, sonriendo.

―¡Gracias! Sinceramente nunca me imaginé que con tan poco pudiera cambiar tanto.

―¿Viste? Es sólo cuestión de saber elegir qué toques mágicos usar. ―Sus ojos se clavaron en una pequeña pila de ropa sobre mi cama y tuve una nueva idea― ¿Te querés probar algo?

―¿Algo como qué?

―No sé, algo que te guste. Si te gusta cómo te queda te lo regalo.

―¿De verdad?

―Sí, de verdad. Saqué esa ropa porque ya no la uso, no me entra… la tengo guardada desde hace años. Antes era más bajita.

―Bueno, yo soy más bajita que vos… puede que me entre algo.

―Hagamos una cosa, si querés te llevás todo. Prefiero que lo tengas vos, antes de que se quede juntando polillas en mi ropero.

―Emm… bueno, si realmente no la vas a usar.

―Claro que no, y de verdad, sería un despercio que me la quedara. Dale probate algo, a ver si te entra.

De manera sutil la orienté un poco con la elección, para que se probara la ropa que más podría favorecerle; es decir: todo lo contrario a lo que llevaba puesto. Si la hubiese dejado elegir se llevaba mi ropa para la iglesia, no es que yo la quisiera, pero sabía que ese no era el estilo que ella necesitaba. Seleccioné una pollera gris que llegaría hasta la mitad de sus muslos. También le di una camisa blanca, aunque mucho más hermosa que la que tenía puesta. No eran colores vivos, pero el cambio sería significativo. Me senté en la cama y le indiqué que se vistiera en el baño. Así lo hizo aunque demoró un poco en salir; por un momento pensé que se había arrepentido de la selección de vestuario, pero al final salió mostrándome cómo le quedaba.

Si bien mantuvo sus medias largas, y unos zapatitos negros sin gracia, ahora se podían apreciar sus piernas; eran parecidas a las mías, sólo que más cortas. La camisa se ceñía a su torso con elegancia. Me di cuenta que parecía una colegiala, pero una bien bonita y arreglada. El ego se me subió un poquito, había hecho un milagro con esta chica. No era una Samantha, pero sí atraería a muchos hombres… y tal vez mujeres.

Se sentó junto a mí, en la cama. La pollera se le subió un poco, sus muslos parecían suaves. La miré a los ojos y ya no la vi como la chica que entró a mi cuarto. Esta era una mujer, una mujer de…

―Recién me doy cuenta de que nunca te pregunté tu edad. ¿Cuántos años tenés?

―Dieciocho.

―¡Ah, qué chiquita! Pensé que era más grande.

―No, empecé este año en la facultad ―ya sabía que estudiaba Psicología. Me lo contó durante una de nuestras charlas.

―¿Y tenés novio? ―mi pregunta no le pareció rara; a pesar de que hasta el momento no le había preguntado nada demasiado personal.

―No tengo. Nunca tuve, y no sé si quiero tener.

―¿Por qué? Siendo tan linda… seguramente hay muchos chicos interesados en vos.

―Si los hay nunca me enteré ―se apenó un poco―. La gente nunca se me acerca. Nunca.

―Yo me acerqué ―aunque lo hice por error; pero obviamente no le diría eso―. Y me pareció que eras una chica muy inteligente.

―Gracias, todavía me sorprende un poco que me hayas hablado.

―¿Pero por qué decís eso? ―Casi sin darme cuenta me acerqué un poco a ella. Ella no se apartó, incluso me sonrió de forma extraña.

―Es que vos sos de esas chicas lindas y extrovertidas, que parecen estar siempre rodeadas de amigas. Yo no soy así, ni tengo amigas. Ninguna amiga.

―Ahora tenés una. Y si sos muy hermosa, tal vez no lo aparentabas por tu forma de vestir ―me miró extrañada―. No te lo tomes a mal, intento ser honesta con vos. Deberías considerar cambiar un poco tu vestuario, vestirte como alguien de tu edad ―pucha, es lo mismo que le dije a Anabella―. Así no le negás al mundo tu belleza ―puse una mano sobre su rodilla sin medir las consecuencias, por suerte no dijo nada― ¿De verdad nunca tuviste novio... o algún chico que te haya besado?

―Nada. Soy muy tímida, me da mucho miedo hablar con los hombres. Siempre fantaseé con la idea de que algún día uno me besara... al menos. Pero la verdad es que ni siquiera sé cómo son los besos ―me puse nerviosa, y un instinto depredador se activó en mí.

―Con tu nuevo aspecto vas a ver como muchos se van a acercar a besarte ―acaricié su pierna―. De vez en cuando tenés que permitirles ver un poquito más. ―Con la mano libre desprendí el primero de los botones a presión de la camisa―. No te tapes tanto. ―Desabroché el segundo―. Que sepan que tenés buenos atributos de mujer. ―Al desprender el tercero ya podía ver sus pechos, y se advertía el inicio de un corpiño de encaje blanco―. No te lo tomes a mal, pero tenés buena tetas. ―Eran un poco más pequeñas que las mías, pero me sorprendió que fueran tan perfectas. Por alguna razón supuse que tendría lunares o granitos, pero no había nada que manchara su tersa piel.

―Gracias ―dijo con una vocecita casi inaudible, yo intentaba mantener la mirada fija en sus ojos y ella se esforzaba por mirar hacia otro lado. Aunque a veces se me quedaba mirando fijamente durante unos instantes.

La mano que tenía posada en su muslo subió un poco más.

―Tus tetas son más lindas que las mías ―dijo, mirando hacia sus piernas.

―¿Te parece? Son un poquito más grandes, pero eso no significa que sean más lindas.

Yo también tenía puesta una camisa, la mía era más colorida. Desprendí dos botones, dejando que mis tetas se vieran aún más que las de ella, aunque todavía estaban cubiertas por el corpiño. Su mirada se clavó en mis pechos.

―Sí, son más lindas… ―dijo con timidez―. Son bien redondas… me gustaría tenerlas así.

―¿Qué es lo que no te gusta de tus tetas? ―Pregunté, mientras le acariciaba la parte superior de sus pechos.

―Para empezar, me gustaría que fueran un poco más grandes. Además no me gustan mis pezones.

―¿Y qué pueden tener de malo tus pezones? Permiso…

Sin darle tiempo a responder, deslicé el corpiño hacia abajo. Al menos lo hice lentamente, para ver si ella se negaba: no lo hizo. Sus pezones eran suaves y sonrosados, me daban mucha ternura; pero al mismo tiempo me excitaban.

―¿Ves? No parecen los pezones de una mujer de mi edad… ―Me dijo, con la voz algo entrecortada.

―Creo que son hermosos ―dije, acariciando uno suavemente con la yema de mis dedos.

―No creo que los tuyos sean así.

Eso me dio la oportunidad que estaba esperando. Sin dudarlo, me desabroché el corpiño y me lo quité. Abrí un poco más mi camisa, para que mis tetas pudieran verse por completo. Me sorprendió la actitud de Edith, que con una mano titubeante, se acercó y acarició uno de mis pezones.

―Los tuyos son más grandes, más oscuros… parecen pezones de mujer; y no de nena ―una descarga de placer recorrió mi cuerpo, aunque ella ni siquiera me estuviera tocando en un sentido erótico―. Los tuyos están bien para afuera, en cambio los míos están para adentro… ¿se entiende?

―Sí, entiendo… pero estoy segura de que eso se puede solucionar en un segundo…

Acaricié una vez más su pezón y esta vez fui más lejos. Bajé la cabeza, hasta que éste botoncito rosado estuvo al alcance de mi boca, y comencé a lamerlo. Le di un pequeño chupón y escuché que Edith suspiraba.

―¡Ay, perdón! ―Le dije, apartándome―. Es la maldita costumbre… últimamente estuve haciendo mucho eso, y…

―¿Te gustan las mujeres? ―No pude notar rencor o asco en su voz.

―Sí, tengo que admitir que me gustan bastante ¿Eso sería un problema?

―No, para nada… mi mamá es lesbiana. Así que para mí es lo más normal del mundo.

―¿De verdad? Bien por tu mamá ―le sonreí―, que te enseñó a no discriminar. Mirá… tus pezones ya están bien afuera ―era cierto, ahora sobresalían casi tanto como los míos; ella se ruborizó aún más, y agachó la cabeza, con una sonrisa―. ¿Y vos? ¿Tenés algún tipo de orientación sexual definida?

―No, ninguna… no es algo en lo que piense mucho.

―Una vez leí en internet que hay como un test para saber si te gustan las mujeres…

―¿En serio? ¿Y cómo es? Quiero hacerlo.

―Nah, es una boludez.

―No, en serio… ¿cómo es?

―Bueno, está bien… mirame las tetas ―le dije, sacando pecho. Ella las miró detenidamente―. El test consiste en que tenés que elegir una de las dos, y chuparla. Depende de tu elección, te pueden gustar o no las mujeres.

―Mmmm…

Ella dudó unos segundos, como si estuviera evaluando su elección. Al fin se decidió, se acercó a mi teta izquierda, y pasó su lengua alrededor de todo el pezón. Luego empezó a mamarlo, suavemente. A pesar de ser una inexperta en el asunto, me estaba dando mucho placer. Cuando se apartó me miró y dijo:

―¿Y vos cuál de las dos elegirías? ―Ella también sacó pecho, y dejó sus pequeñas tetas completamente al descubierto.

Sin decir nada, me abalancé contra su pezón derecho, y empecé a chuparlo, mientras con una mano le masajeaba la teta. Ella gimió, pero ésto no me detuvo, seguí jugando con el pezón en mi lengua, hasta que ella habló.

―Vos elegiste el otro… y te gustan las mujeres. ¿Eso quiere decir que a mí no me gustan?

―No, Edith. Al contrario, quiere decir que tal vez sí te gusten… al menos un poco.

―¿Qué? ¿Por qué? Si yo elegí el otro… ―Parecía sorprendida.

―Porque si no te gustaran las mujeres, tendrías que haber dicho que no querías chuparme las tetas.

Edith empezó a reírse.

―Eso es trampa.

―Te dije que era una boludez, pero no sé si es tan tramposo. Tranquilamente me podrías haber dicho: “No te chupo las tetas, ni loca”.

―Es trampa… ―insistió.

―Qué lástima, porque me la chupaste muy bien.

De pronto su risa se detuvo, me miró con cierta sensualidad que no le había notado hasta el momento.

―¿Te parece?

―Sip, me parece. Se sintió muy bien.

―Bueno, vos también lo hiciste bien… pero ya dijiste que tenés experiencia en el tema. Aunque, seguramente, mis tetas no son como las que debés estar acostumbrada a chupar.

―¿Y qué te hace pensar eso?

―No sé… mis tetas son chicas…

―Tuve una novia con tetas muy similares a las tuyas… pero ya no es mi novia. La cuestión es que a mí me gustaban mucho. Vos tenés poca confianza en tu atractivo…

―Es porque no soy atractiva.

―En eso te equivocás, Edith. Tenés mucho encanto. Y tus tetas me parecen muy lindas.

Acerqué mi cabeza al pezón, y empecé a chuparlo suavemente, moviéndolo para todos lados con mi lengua. Ella no dijo nada, se inclinó un poco para atrás, como dándome más lugar. Me detuve luego de unos segundos, porque me dio la impresión de que la estaba poniendo incómoda.

Edith me miró con una extraña sonrisa, estaba sonrojada, pero no me dio la impresión de que estuviera feliz. Sin embargo yo estaba muy excitada, había algo en esa chica que me atraía como el néctar a una abeja. Y eso, sin duda, era el morbo que me causaba su inocencia.

―Es muy extraño, ―dijo Edith―. Nunca me imaginé que fueran a chuparme una teta antes de tener mi primer beso.

―¿Nunca te besaron? ―La miré sorprendida.

―No, nunca… bueno, los besos de mi mamá no cuentan. Me refiero a otra…

―A un beso en la boca… algo más romántico. Entiendo. ¿Tenés muchas ganas de saber qué se siente? ―Ella asinitió con la cabeza, tímidamente―. Yo podría ayudarte con eso...

Me acerqué lentamente como una leona acechando a una pequeña cebra. Acaricié su labio inferior con mi boca semi abierta. Apreté apenas para sentir lo suave y acolchonado que era. Edith ni se movió, repetí la acción cerca de la comisura de sus labios, giró la cabeza un poco, apartándose de mí; pero yo no iba a ceder tan fácil. Me acerqué y ataqué una vez más su labio. No eran besos propiamente dichos, sino que más bien era como masajearle la boca usando la mía.

―En mi opinión, las mujeres besamos mejor que los hombres, ―le dije, en un susurro.

No dejé de hacer pequeños intentos de comerme su boca, ella intentaba alejar su cara de mí pero yo adivinaba sus movimientos. Lo tomé como una victoria cuando ya no se movió, pude mantenerme pegada a ella más tiempo y luego comencé a besarla con calma, esto ya se veía como un verdadero beso, incluso ella movía los labios.

Mi intrépida mano derecha estaba escalando por la cara interna de su pierna. Mientras nuestras bocas se masajeaban una a la otra, fui acercándome al centro de sus piernas. Toqué la tela de la bombacha y cuando posé la mano sobre algo tibio y tierno, ella dejó salir un gemido ahogado.

Decidí darle una tregua tras unos segundos, y me aparté.

―¿Te gustó? ―Le pregunté.

―Sí. ―Apenas pude oírla.

―Ahora ya sabés lo que se siente.

―Gracias. ―Su voz era un tenue susurro.

Su carita sonrojada me transmitió una vez más ese gran morbo. Tenía ganas de llegar más lejos con Edith.

Besé su cuello, ella levantó la cabeza por instinto. Descendí lentamente hasta llegar a su pecho, luego llevé mi boca hasta la cima de una de sus tetas. De verdad eran muy suaves. Le di un par de besos y aproveché para pasar mi lengua. Mi mano aventurera ya estaba a pocos centímetros de su bombacha. Quise tomarla por sorpresa, fui rápido hasta su boca y volví a besarla, nuestras lenguas se encontraron al instante. Edith intentó inclinarse hacia atrás, para alejarse, pero yo la seguía con todo el peso de mi cuerpo. No quería golpear su cabeza contra la pared, por eso me detuve y me aparté sólo para que ella pudiera sentarse otra vez.

Mis dedos volvieron a encontrar ese punto tierno localizado justo debajo de su bombacha. Comencé a acariciarlo suavemente, se trataba de sus labios vaginales, los cuales se humedecieron tanto que pude ver una mancha en la tela.

―Cuando estás sola ―mantuve mi voz suave y sensual― ¿Te gusta tocarte acá abajo? ―rocé su entrepierna, podía sentir el calor que manaba.

―A veces... sí, sí me gusta ―lucía muy avergonzada.

―Es todavía más lindo cuando otra persona lo hace por vos. ―Mis dedos percibieron algo abultado debajo de la tela, se trataba de su clítoris; ella reaccionó al instante cuando lo toqué―. ¿Te gusta?

No respondió pero tampoco negó. Seguí acariciando con suavidad, intentando estimularla de a poco. Mi frente estaba pegada a la suya y la besaba en la boca en intervalos cortos. Ella estaba rígida, pero recibía mi cariño sin chistar. Moví los dedos en círculos, presionando levemente su botoncito; ya podía notar su respiración agitada y la humedad invadiendo su sexo. De pronto ella comenzó a moverse como si intentara huir.

―No te pongas nerviosa, te va a gustar, ya vas a ver. ―Ésto la tranquilizó apenas, logré sedarla más dándole un beso más intenso.

Aparté su bombacha hacia un lado, toqué esa viscosa área con labios rugosos adornados con muchos pelitos rebeldes. Recordé todos los consejos de Tatiana sumado la experiencia que adquirí durante las últimas semanas. Los toqueteos eran suaves, pero buscaban puntos específicos, presté atención a sus expresiones faciales para saber dónde le agradaba más; aunque era difícil de determinar, reaccionaba con cierta preocupación a todo lo que le hacía. Sumergí mi mano izquierda entre sus pechos y logré sujetar uno por dentro del corpiño, su duro pezón acarició mi palma. Me incliné hasta él y luego de liberarlo comencé a lamerlo.

Mientras le daba placer pude percibir que Edith separaba un poco las piernas. Quería que ella pudiera experimentar por primera vez el extraordinario placer que provocaba una buena lamida. Me puse de rodillas ante ella y fui bajando su bombacha, ella ya no se oponía en absoluto.

―Esto te va a encantar ―le aseguré.

Separé sus piernas y ella, probablemente por instinto, las subió a la cama. Levanté la pollera y pude ver su conejito peludo, tenía bastante vello en su zona baja, luego le sugeriría recortarlo, aunque yo tenía mi entrepierna un tanto descuidada y con algunos pelitos cortos asomando; no era el mejor ejemplo. Lamí las dos caras internas de sus muslos y como me gustaba sorprender, sin que ella lo pudiera anticipar demasiado, le di una chupada en su clítoris. Esto le produjo un placentero estremecimiento. Debía admitir que disfrutaba mucho comiendo vaginas, ese goce se hacía mayor en cada nueva experiencia, el placer que recibía no era físico, pero era casi tan intenso como si alguien me la estuviera chupando a mí. Sus labios eran robustos, podía estirarlos en buena medida mientras los mantenía dentro de mi boca.

Edith se inclinó hacia atrás y gimió con timidez, como si no quisiera ser oída. Mi tarea consistía en hacerla llegar al orgasmo lo más rápido posible, quería que ella sintiera todo el placer que podía otorgar el sexo oral. Era yo la primera persona que se metía entre esas piernas y eso me estimulaba más. Me esforcé mucho en mi tarea, pasando la lengua por cada recoveco de su sexo, y succionando con intensidad su clítoris y sus labios vaginales. Todo esto funcionó de maravilla, ella se retorció de placer todo el tiempo y unos diez minutos más tarde sus jugos sexuales manaron en gran cantidad; señal inequívoca de que había llegado a un orgasmo. Para que disfrutara al máximo de la que sería una nueva experiencia para ella, apliqué más energía a las chupadas, sobre todo en su clítoris. Sus piernas se sacudieron y yo hice lo mismo con mi cara, me mantuve haciéndolo hasta que supe que su clímax sexual ya estaba menguando.

Por más placentera que haya sido esa situación, yo aún no estaba satisfecha. Me quité toda la ropa en pocos segundos ante la expectante mirada de Edith y me tendí sobre la cama con las piernas abiertas.

―Vení ―le dije, haciendo señas con mi brazo y mostrándondole la más encantadora de mis sonrisas.

Dudó unos instantes, su respiración estaba agitada y parecía confundida. Pensé que no se animaría pero sin embargo colocó su cara frente a mi sexo, lo miró durante unos segundos y me lo acarició suavemente con dos dedos. Como si estuviera tanteando el terreno. No quise apresurarla, me quedé en silencio, dándole tiempo a que juntara coraje. De pronto una leve lamida me confirmó que Edith se animó a hacerlo. Noté un gesto de desagrado, pero lamió una vez más.

―No me gusta ―me dijo apenada.

―No te preocupes, es normal, al principio a mí tampoco me gustó. ―Eso la animó a probar una tercera y una cuarta vez, emití un gemido un tanto exagerado para estimularla―. A mí me encanta como lo hacés.

Me sonrió e intentó imitar lo que yo le había hecho. ¡Qué placer! Era como si no me la hubieran chupado en meses, supe que lo que más me agradaba era que esa tímida chiquilla tan tímida estuviera manteniendo relaciones sexuales conmigo. Una tiene su ego y me sentía de maravilla al haberla conquistado de esa forma. Cuanto más tiempo transcurría mejor era la actitud de Edith, ya me la estaba comiendo con entusiasmo, sin titubear. Froté mi clítoris con una mano y mi pezón derecho con la otra.

―¡Seguí chiquita, seguí que me encanta! ―dije, gimiendo como una posesa.

Captó mi mensaje, comenzó a chupar fuerte, aparentemente notó que me gustaba cuando metían la lengua en mi agujero, ya que daba algún chupón en mi clítoris luego la introducía. La dejé trabajar durante unos minutos y antes de llegar al orgasmo la detuve, quería acabar viéndola a la cara. Le pedí que se acostara a mi lado. Cuando lo hizo comencé a besarla apasionadamente buscando su vagina con los dedos. Tuve que guiar su mano a mi entrepierna para que comprendiera que deseaba que me toque. Sus labios bajos se abrieron en cuando presioné hacia adentro. Noté la inequívoca señal del apretado himen pero esto no me detuvo, empujé hacia adentro con fuerza y la desvirgué. Ella fue la segunda Lara que perdió la virginidad conmigo. No pude evitar sonreír.

―Felicidades, ya no sos más virgen ―le dije, penetrándola tanto como su cerrado sexo me lo permitía. Una tímida sonrisa se dibujó en su rostro.

Nos tocamos mutuamente, tuve que darle pequeñas instrucciones y mostrarle con el ejemplo cómo debía penetrarme y cómo me gustaba que me frotaran. Comencé a sacudirme cuando ella encontró algún punto ideal en mi interior y en pocos segundos acabé. Mientras gozaba de mi orgasmo, le comí la boca.

―Tenés mucho talento para el sexo ―la felicité, sacando los dedos―. Aprendés rápido.

―Gracias ―dijo, bajando la cabeza.

―La pasé muy bien. ―Noté el rojo resplandor de una virginidad que se fue entre mis dedos―. Vamos a lavarnos.

En el baño ella optó por lavarse utilizando el bidet mientras yo lavaba mis manos con abundante agua y jabón. Luego me vestí y ella se colocó su bombacha y acomodó la ropa. La que llevaba puesta y la que se había quitado.

―Se me hizo muy tarde ―dijo, con voz suave.

―¿Querés que te lleve a tu casa? Creo que está medio oscuro como para andar caminando por la calle.

―No, está bien. Me tomo un taxi, no te preocupes. Además es cerca...

Le insistí varias veces pero ella prefirió irse en taxi. No pude oponerme. Mi estado de ánimo mejoró enormemente, ya no estaba desesperada por sexo, me sentía satisfecha física y emocionalmente. Me acosté temprano para estar fresca para mi jornada matutina de estudio.

Cuando estuve en la cama me puse a pensar en Edith, una chica ingenua, de tan sólo dieciocho años que perdió su virginidad… me quedé helada. Me recordó mucho a mi experiencia con ese estúpido que me desvirgó aprovechándose de mi ingenuidad. En ese momento supe que yo le había hecho lo mismo, prácticamente abusé de ella. No le di opción de elegir, simplemente la llevé al sexo sin ponerme a pensar si realmente ella estaba lista para dar semejante paso, arrebaté su virginidad como si no me importara en lo más mínimo.

De pronto ya no me sentí tan bien, me había convertido en una mujer promiscua que abusaba de chiquillas ingenuas. Me odiaba a mí misma. Por primera vez en mucho tiempo recé. Recé para que Edith no se hubiera ofendido con mi actitud.