Venus a la Deriva [Lucrecia] (17).
Acechadora.
Capítulo 17.
Acechadora.
Lunes 9 de Junio de 2014.
―1―
Lo que hice con Sergio durante la tarde del domingo me ayudó a aplacar los nervios ante mi futura reunión con Samantha. Aún me costaba creer que yo, la Lucrecia que apenas salía de su casa, me hubiera vuelto sexualmente tan activa; y allí estaba, preparándome para perseguir una nueva presa.
Con Samantha acordamos encontrarnos en la Universidad. El punto exacto de reunión era un banco situado en el centro del patio posterior, a las cinco de la tarde. Mi instinto femenino me dijo que debía ir en auto, por si debíamos trasladarnos a otro lugar… o tal vez sea porque no tenía ganas de caminar. Maldito vehículo, se estaba volviendo adictivo. Me parecía demasiado cómodo el poder desplazarme con él a donde quisiera, sin tener que pedir permiso a nadie.
Opté por vestirme de forma casual: un pantalón de jean blanco, no tan llamativo como el que había usado Abigail la tarde anterior; y una linda blusa turquesa, esta sí era demasiado llamativa para mi gusto, pero sólo por lo incandescente del color.
Hecha un manojo de nervios me acerqué al patio de la universidad, a la hora acordada. Me detuve en seco en cuanto vi a una chica sentada en dicho banco. Todavía estaba lejos y aproveché para acercarme cautelosamente, sin que me viera. No quería generarme ninguna expectativa, nada de pensar si sería linda o fea, o creer que se acostaría conmigo a la primera ¿Tendría pechos grandes? ¿Cómo se vería desnuda? ¿Le gustará mi aspecto? Por suerte me propuse no hacerme la cabeza con planteos y preguntas absurdas que no podía responder.
Me acerqué flanqueando el patio todo lo que pude, noté que estaba leyendo un libro, eso me daría ventaja. Sin prisa, pero sin pausa, logré colocarme frente a ella, quedando a unos cinco o seis pasos de distancia. Tengo que admitir que la chica no cumplía con las expectativas… esas que yo nunca tuve. Su pelo parecía una esponjita de bronce, de esas que no uso, porque nunca lavo los platos. Llevaba unos grandes anteojos, que hacían parecer discretos y modernos los de Sor Francisca. Su rostro no tenía gracia alguna, demasiado estándar, demasiado común, demasiado… ¡Me vio! Ya no había tiempo de esconderse. “Como espía sos un fracaso, Lucrecia”, me dije. La chica me estaba sonriendo.
―Hola ―saludé, intentando parecer lo más simpática y divertida posible.
―Hola ―su sonrisa no estaba tan mal ¿o sí?
Vamos Lucrecia, no seas tan superficial, la chica parece ser simpática. ¡Hey miren! Está leyendo El Señor de los Anillos. Eso era un gran punto a favor.
―¡No lo puedo creer! Yo estoy leyendo el mismo libro ―esta vez mi simpatía fue sincera, leí bien el título en el dorso―. Ah no, ese es el tercero. Yo recién voy por el segundo.
―Hasta ahora el segundo es mi favorito ―la chica parecía cordial―. ¿Por qué parte vas?
Estuve a punto de responderle cuando alguien tocó mi hombro, me giré para ver de quién se trataba y allí me encontré con una muchacha preciosa, de cabello rojo carmesí y ojos verdes, parecía haberse escapado de un concurso de belleza, luego de haber ganado los tres primeros puestos a la vez. Me quedé boquiabierta.
―Hola Lucrecia, yo soy Samantha ―me dijo la recién llegada―. Perdón, se me hizo un poquito tarde.
¿Qué era “tarde”? ¿De qué Samantha me hablaba? Yo estaba perdida en sus ojos, y no me quería ir de allí.
―Ah… este… hola Samantha ―mi voz sonó como la de un camionero en celo, me faltaba babear y rascarme los huevos. Hasta tuve que reprimir el impulso de decirle “¿Qué hacé’ mamita?”.
―¿Vamos a sentarnos por allá? ―Señaló un banco vació al otro extremo del verde césped. Verde, como esos ojos que me derretían... casi literalmente, comenzando por mi entrepierna.
―Si obvio ―con vos a donde quieras, amor. Calmate Lucrecia, no la cagues.
Saludé con la mano a la chica del libro como para despedirme de ella y apenas noté su expresión de tristeza. Ni siquiera respondí a su pregunta, pero en ese momento estaba flotando en el aire detrás del manto de fuego que formaban esos finos cabellos. Aunque había que admitir que el rojo intenso era a base de tintura, un detalle que me importaba muy poco. Todo el resto de ella parecía cien por ciento auténtico.
Nos sentamos y me quedé mirándola en silencio.
―Me estás poniendo nerviosa ―me dijo la pelirroja.
―¡Ay perdón! Es que... no me di cuenta…
―Sí, todavía no dijiste que te parezco, al menos quiero saber qué tal fue la primera impresión; dicen que eso es lo que cuenta.
¿Qué le iba a decir? “Mi primera impresión fue que estabas re buena, te quiero arrancar la ropa con los dientes y comerte la vagina acá mismo, y que todo el mundo nos mire” Medité esa respuesta, y otro par de opciones igualmente inapropiadas, y al final me decidí por algo más suave.
―Sos muy linda, no tenés ni que preocuparte por la primera impresión ―me sonrió.
―Gracias, vos sos mucho más linda que yo ―¿Tendría problemas en la vista la pelirroja?
―Igual yo pienso que la apariencia física no es lo más importante. ―Me sentí una hipócrita. Lamentablemente soy un poquito más superficial de lo que me gustaría ser. Me costaba pensar en otra cosa, esa boquita rosada con labios carnosos me provocaba demasiado―. Todavía no sé nada de vos.
―No sé qué puedo contarte…
―¿Por qué me dejaste tu número en el baño?
―Es que te escuché diciendo esas cosas… y… y… ―bien, la puse nerviosa, punto a mi favor―, y me dieron ganas de conocerte mejor ―sus mejillas estaban tan rojas como su cabello.
―¿Conocerme en qué sentido? ― levanté una ceja, dejando salir la depredadora lésbica que habita en mí.
―Como amigas… supongo ―“Amigas son las tetas, vos me tenés ganas”, pensé. Pero debía mantenerme serena e impedir que mi ego se inflara demasiado. La colorada estaba muy buena, y tal vez ella lo sabía; pero no era infalibe. Ella estaba más nerviosa que yo.
―Me parece bien, igual no tomes tan en serio las cosas que te dije esa vez. Las dije sin pensar, en un momento de calentura.
―Todo bien, ¿estabas con la chica del video?
―Odio ese video… y a esa chica también ―miré el piso con el ceño fruncido.
―Perdón, no quise ser indiscreta ―al menos era educada.
―Nunca te vi en la universidad ―cambié de tema bruscamente― ¿Qué carrera cursás?
―Ninguna, yo trabajo acá. Soy secretaria administrativa ―algo similar a la carrera que yo cursaba, pero con menos “status”.
―¿Ah sí? ―Me di cuenta de que eso explicaba cómo obtuvo el número de Tatiana, mi amiga también trabaja aquí, y seguramente Samantha tenía sus datos en los archivos― ¿Qué edad tenés?
―Veinticinco. Soy cuatro años mayor que vos ―me quedé mirándola―. Es que tengo tu ficha académica. Sé más de vos que vos misma ―me guiñó un ojo.
―¿Entonces por qué nunca me llamaste?
―Lo pensé mil veces, pero esperaba que lo hicieras vos, valió la pena la espera ―me hizo sonreír como una estúpida. Yo tampoco soy infalible.
En ese momento nos percatamos de que el patio se estaba llenando de gente, y muchos nos estaban mirando. Al parecer había un receso entre materias para alguna facultad con muchos alumnos. Nos pusimos un poco incómodas, sabía muy bien que yo era como una oveja negra y toda mujer que se viera a mi lado quedaría marcada como “Lesbiana”, aunque a mis amigas eso no le importaba, mucho menos a Tatiana, que era más lesbiana que yo.
―¿Querés que vayamos a otra parte? ―Le pregunté―. Podríamos ir a mi casa, no creo que a mi familia le moleste que estemos ahí.
―También podemos ir a mi casa, no quiero ocasionarte problemas.
―No es problema, de verdad, no molestás.
―Preferiría que vayamos a mi casa.
―En serio, creeme, a mi familia no le va a joder que…
―En mi casa no hay nadie.
―Vamos a tu casa.
Antes de partir le pedí que me esperase un par de minutos, aunque no lo parezca me quedé pensando en esa chica con el libro de Tolkien. No fue muy cordial de mi parte dejarla hablando sola, además tenía que ver a las mujeres de forma objetiva; no todas eran para tener sexo, podía tener amigas, como Jorgelina, que estaba buena pero no me permitía acostarme con ella. O Daniela, que también es bonita, pero no tengo intenciones sexuales con ella. La chica de anteojos estaba sumergida entre las páginas del libro, parecía una estatua.
―Hola, perdoná que te moleste otra vez ―me miró con una linda sonrisa de rata de biblioteca. Tenía
brackets
, que la hacían ver un poco más nerd, pero también le daban mucha ternura.
―No me molestás.
―Disculpá que me haya ido sin responderte, es que justo llegó una amiga.
―Todo bien, no te hagas drama ―la chica era alegre, aunque su suave vocecita me indicaba que era muy tímida. Supuse que yo debía dar el siguiente paso.
―¿Querés que te deje mi número de teléfono? Así nos juntamos un día a charlar del libro… si no te molesta. Es que no conozco mucha gente que lo haya leído... ―Tenía miedo de que ella también hubiera visto mi video erótico y que eso la espantara.
―Me parece muy buena idea. Llamame cuando quieras ―sacó su celular, que era más antiguo que las puertas de Babilonia, y guardó mi número. Por un momento pensé que sacaría un cincel y lo tallaría en la pantalla, pero en contra de todo pronóstico, el modelo venía con teclas y botones.
―¿Cómo te llamás?
―Lucrecia ―Aparentemente no me conocía, eso fue un alivio― ¿Y vos?
―Lara.
―¿Me estás cargando flaca? ―se le borró la sonrisa en un parpadeo.
―¿Eh? No, para nada ¿Por qué?
―¿De verdad te llamás Lara?
―Creo que sí, ¿querés que me fije de nuevo en mi documento? ―Me sonrió una vez más, con cierta timidez―. ¿Tiene algo de malo mi nombre?
―Es que es el mismo nombre de… ―no digas ex novia―, de mi ex… amiga.
―Ah, ya veo. Pero Lara es un nombre bastante común.
―Supongo. ¿Tenés segundo nombre al menos?
―Edith.
―Bien. Entonces te voy a decir Edith.
―No me gusta.
―Qué lástima. Bueno Edith, nos vemos un día de estos, tengo que irme. Después escribime así guardo tu número. Pero de verdad escribime… voy a estar esperando tu mensaje.
―Sí, te prometo que te voy a escribir. Chau, nos vemos.
Caminé hasta mi auto y allí estaba Samantha esperándome, tal como le indiqué. Nos pusimos en marcha y me dio algunas indicaciones de cómo llegar hasta su casa, quedaba bastante cerca.
―¿Y esa chica? ―Me preguntó, mientras yo manejaba.
―¿Celosa?
―¿Eh? No, no. Para nada ―se sonrojó una vez más―, solamente preguntaba.
―No sé quién es, la conocí hoy. Parece simpática, además el gusta leer, como a mí.
―A mí también me gusta leer ―obviamente estaba celosa. Me causó cierta gracia, porque ella era mucho más hermosa que Edith, no debería sentirse inhibida por ella. Sin embargo tal vez quería demostrar que intelectualmente estaba a la altura―. Leo mucho Edgar Allan Poe, Stephen King, Lovecraft, Sheridan LeFanu, etc.
―No leí ninguno de esos ―Era cierto, los conocía de nombre; pero nunca los había leído―. ¿Son buenos?
―¿Buenos? ―Pensé que de sus ojos verdes saldría algún rayo mortal, que me fulminaría al instante― ¿No los conocés? –Negué con la cabeza―. Para mí son los maestros del terror. Escriben novelas y cuentos de terror, por decirlo en rasgos generales. ―Me agradaba su forma de hablar, parecía una chica inteligente. Ese era un factor muy importante en mis gustos por las mujeres, las que no me parecían inteligentes no me agradaban tanto, aunque fueran bonitas. De verdad, no miento...
―Lo mío es la fantasía, estilo Harry Potter, Narnia o El Señor de los Anillos. Me gusta más ese género, pero te prometo leer alguno de los que nombraste.
Llegamos a su casa, mejor dicho: departamento. El edificio era muy bonito, aunque tenía pocos pisos. Ella vivía en el cuarto, por suerte tenía ascensor, subir cuatro pisos en escalera no era uno de mis deportes predilectos. Al entrar me di cuenta de que era cierto que le gustaba leer, mucho más que a mí. Hasta me sentí avergonzada ante tanta cantidad de libros, la mayoría de los míos eran sobre la carrera de Administración; pero en cuanto a literatura general mi biblioteca era bastante pobre. Samantha tenía títulos y autores que yo jamás había oído nombrar, y otros de los que había escuchado hacía pocos minutos, en el auto. Al notar mi expresión me sonrió con un poco de malicia burlona. Los libros estaban esparcidos por todas partes, aunque no estaban desordenados. Había pilas de ellos sobre cualquier superficie plana capaz de resistir el peso.
Me señaló el sofá, para que me sentara, y trajo una jarra con jugo de naranja. Llenó dos vasos y se sentó muy cerca de mí. Le sonreí como boba por enésima vez en el día. Empezó diciendo:
―Este… quiero dejarte algo en claro primero ―estaba tan nerviosa como yo―, no pienses que va a pasar algo… algo como eso que hacías con tu amiga…
―Ah sí, quedate tranquila, no soy una loca que salta sobre la primer mujer que ve ―si lo soy, pero tampoco es necesario que ella lo sepa―. Además ni siquiera sé cuáles son tus… inclinaciones.
―De eso quería hablarte ―se me aceleró el pulso al tenerla tan cerca, sólo había unos veinte centímetros entre mi cara y la de ella―. A mí todo este asunto de las mujeres me da curiosidad, no te voy a mentir. Incluso corté con mi novio por ese tema.
―¿Le molestó que te gustaran las mujeres?
―Emm… al principio, no. Hasta me daba la impresión de que le gustaba un poco que yo tuviera ese tipo de inclinaciones. Una vez hasta le sugerí que podríamos hacer un trío, con otra mujer. Pero cuando se dio cuenta de que yo iba en serio, se negó.
―¿Él no quiso trío? ―ni yo me creía estar haciendo esas preguntas.
―No fue exactamente por eso, es que le daban muchos celos si yo miraba a una mujer, y se molestaba mucho si yo decía que me gustaban. Me di cuenta de que era un tipo muy posesivo y autoritario, eso no me gustó. Cortamos hace casi tres meses… y desde entonces no estuve con nadie ―Eso me sonó a indirecta, pero se lo dejé pasar.
―Qué tipo estúpido, se perdió la oportunidad de hacer un trío con vos y otra chica hermosa, sólo por ser prejuicioso y posesivo. ―Me quedé pensando en mi siguiente pregunta―. ¿Probaste alguna vez…?
―Solamente besos ―me interrumpió―. Nunca llegué más lejos que eso. Vos me parecés hermosa, pero no quiero que te hagas muchas ilusiones, no me animo a ir tan rápido. Solamente necesitaba a alguien con quién hablar del tema.
―Todo bien Sami. ¿Te puedo decir Sami? ―Asintió―. De hecho yo tampoco ando como ave en busca de presa. ―Si la hipocresía fuera un deporte, yo sería campeona olímpica―. Estoy tranquila en ese sentido… bueno, más que nada porque hace poco tuve relaciones con una mujer. ―¿Qué hacía contándole esas cosas?―. Me dejó bien satisfecha. Además yo también pasé por las mismas dudas que vos y…
Cerré los ojos automáticamente apenas sentí sus labios sobre los míos. Apresuré el beso por instinto. No podía creer que estuviera comiéndole la boca a una chica tan hermosa. Sentí una suave caricia en mi pecho izquierdo seguida de un firme apretón. Aventuré mi lengua en busca de la suya y la rocé con delicadeza, Sami inclinó la cabeza hacia el otro lado añadiendo intensidad a nuestra lésbica unión. La mano sobre mi teta me provocaba una tremenda calentura, más de la que ya hacía acto de presencia en mí. El beso se extendió a lo largo de varios segundos, estuve a punto de avanzar hacia el siguiente paso pero ella se apartó.
―Perdón, no me aguanté ―me dijo avergonzada.
―No pidas perdón, me encantó tu beso. Me tomó por sorpresa, y eso fue lo que más me gustó.
―Gracias ―una tímida sonrisa se dibujó en sus ahora húmedos labios―. Aunque te parezca una histérica, sostengo lo que te dije antes. No te hagas ilusiones.
―Comprendo perfectamente, voy a ir a tu ritmo, y si sólo vamos a ser amigas, está perfecto por mí ―no lo estaba, yo la quería desnuda y entre mis piernas.
El resto de la tarde estuvo plagada de dudas, a veces tenía la sospecha de que me estaba provocando, que en cualquier momento terminaríamos en la cama; para colmo mi calentura iba en aumento. La satisfacción que me dio acostarme con Tatiana quedó relegada en pocos minutos. Samantha no se apartaba de mí, siempre mirándome fijamente con esos poderosos ojos verdes. Hablamos de los libros que habíamos leído, era un tema interesante y divertido, pero yo tenía la mente puesta en otra cosa, y me costaba concentrarme. Ya muy entrada la tarde posó su mano sobre la mía. Ni siquiera presté atención a sus palabras, no aguanté más y me abalancé sobre ella. Busqué su boca y encontré sólo el aire.
―¡No, pará! ―me dijo apartándose. Eso me recordó amargamente a mi primer intento de besar a Lara.
―Perdón, es que estás tan cerca… no pude aguantarme.
―Todo bien, la culpa es mía. Yo te besé primero. Disculpame, es que estoy nerviosa… me gustó besarte… pero esto es muy nuevo para mí. Espero que no te ofendas.
―No me ofendo, sonsa. Te entiendo perfectamente, yo pasé por las mismas dudas que vos. Fue un momento muy difícil en mi vida… y no creo haberlo superado del todo.
Lo cierto es que me enfadé un poco con ella. Primero me invitó a su casa, luego se sentó a medio centímetro de mí y también me besó. Yo intento darle un pequeño besito en la boca… y tal vez algunos más entre las piernas, y la chica se pone histérica. En momentos como este comprendo por qué los hombres emplean tanto la frase “¿Quién entiende a las mujeres?”. Aunque también hay hombres histéricos y no hay nada peor que uno así.
Una cosa era segura, no la presionaría; porque si yo estuviera en su situación, no me agradaría que me siguieran insistiendo.
―Mejor me voy ―le dije en un tono neutro, pero ella notó mi enfado.
―Ay perdoname, en serio. Soy una boluda, pero es que tengo un quilombo bárbaro en la cabeza, me están pasando muchas cosas juntas.
―En serio te entiendo Sami, ya te dije, a mí me pasó igual que a vos, hace poco tiempo ―no podía creer cuánto había cambiado mi forma de pensar en un lapso tan corto―. Es sólo cuestión de que te quites los miedos, al menos te animaste a besarme ―le sonreí.
―Sí, eso es cierto. Supongo que es un avance. Es una pena que te vayas.
―No pienses que me voy por lo que pasó ―sí me iba por eso―. Es que hoy no avancé nada con el estudio ―eso también era cierto. Además creo que me estoy volviendo más loca de lo habitual, tengo que sacarme un poco el sexo de la cabeza―. Te prometo que otro día nos vemos otra vez.
―Bueno, así sí ―era muy hermosa cuando sonreía… y cuando no lo hacía, también.
Acordamos que nos mantendríamos en contacto por teléfono, o por internet. Nos estábamos despidiendo y justo antes de que abriera la puerta me empujó contra la pared y me estampó un beso en la boca. Me pareció aún más intenso que el primero, también duró más tiempo. Nos abrazamos con pasión y mis manos recorrieron toda su espalda. Con la lengua exploré toda su boca, tenía miedo de estar abusando un poco de ésto; pero ella después me metió la lengua de la misma manera.
―Para que veas que no me arrepiento ―me dijo abriéndome la puerta.
―Es bueno saberlo, lo peor que podés hacer es arrepentirte. Me gustan tus besos, sos muy… fogosa. ¿La gente sigue diciendo “fogosa”?
―No me importa, a mí me gusta que me lo digas. Gracias.
― 2 ―
Regresé a mi casa, donde mi familia me esperaba con la cena. No intercambiamos ni una sola palabra, cada uno estaba ensimismado en sus pensamientos; bueno Abigail siempre está metida en su propio mundo. Por mi parte no podía quitarme de la cabeza lo sucedido con Samantha. Después de comer me di una ducha y me metí en la cama a leer un libro. Tuve que esforzarme por no masturbarme, me dije a mi misma que de vez en cuando necesitaba controlarme un poco. Hoy no sólo me desesperé con la pelirroja, sino que hasta me enfadé con ella por no acostarse conmigo. No podía pretender que la chica estuviera dispuesta al sexo la primera vez que nos veíamos las caras. Me relajé de a poco hasta que por fin concilié el sueño.
― 3 ―
Supuse que al no toquetearme tanto, mis hormonas se calmarían; pero estaba equivocada. Me desperté con la vagina hecha un cuenco viscoso. Pasé la mano sobre ella y me estremecí de placer “Basta Lucrecia, no podés ser tan pajera”, me dije y fui al baño para lavarme. Tenía que pensar de otra forma con respecto al sexo ya que me estaba convirtiendo en una chica demasiado promiscua y eso no me agradaba.
Esa misma tarde llegó mi salvación para poder mantener la abstinencia sexual, al menos durante una semana: comenzó mi período. Nunca me tocaba cuando tenía el período, me daba mucho asco.
― 4 ―
Al día siguiente días hablé con Samantha y Tatiana utilizando sólo mensajes de texto, así no las tenía tan cerca y me era más fácil resistir la tentación. Fueron charlas sin mucha trascendencia, con Samantha intercambié opiniones sobre algunos libros; y a Tatiana la ayudé con un tema de la facultad, que ella no entendía muy bien.
Esa misma tarde recibí otro mensaje, se trataba de Lara Edith, la chica del libro de Tolkien. El mensaje decía:
―Hola, soy Edith… en realidad soy Lara, pero no quería generarte confusiones. ¿Te acordás de mí?
―Hola ―le respondí al instante―, ya te agendé como Edith… para no generar confusiones. ¡Qué bueno que me hayas escrito, estaba aburrida! ―De verdad lo estaba.
―Yo también, estaba leyendo un poco; pero ya me cansé de eso.
―¿Tenés que hacer algo hoy? Digo, porque podrías venir a mi casa, así charlamos un rato.
―¿A tu casa? ¿Segura?
―¿Tiene algo de malo? Vivo con una familia muy religiosa, a no ser que eso te de miedo… no te va a pasar nada malo.
―No es por miedo, lo que pasa es que me da vergüenza. No te conozco… y no sé, como que me da cosa caer en tu casa.
―A mí no me molesta; pero tampoco te voy a insistir―. Para que supiera que iba en serio, le mandé la dirección de mi casa.
―Ah, vivís cerca de mi casa. Hasta podría ir caminando. Está bien, si no te molesta, voy para allá.
―Claro que no me molesta; por eso te estoy invitando. Te espero.
Se ve que era cierto eso de que vivía cerca, yo aún estaba vistiéndome, y tenía el cuarto hecho un desastre, cuando mi madre me anunció la llegada de una chica que me buscaba. Me desesperé. Edith entró al cuarto mientras yo arrojaba ropa dentro del placard. La saludé con una sonrisa.
La chica estaba aún peor vestida que el día en que la conocí, me alegré ya que su apariencia no me excitaría en lo más mínimo. Su cabello rebelde me recordaba al de un viejo jugador de fútbol colombiano ¿Cómo era su nombre? Algo como con ramas... No importa; pero ese tipo tenía una enorme cantidad de pelo muy parecido al de Edith, sólo le faltaba el bigote.
Su atuendo no era desagradable, pero si muy pasado de moda: una pollera súper larga con un estampado horrible que me recordaba a las faldas alguna de mis bisabuelas, y una especie de camisa blanca demasiado grande. La saludé con simpatía, si ella no se molestaba en disimular el desorden ambulante que era, yo tampoco debía molestarme por hacerlo con mi montaña de ropa.
Le dije que se sentara junto a mi mesa de estudio, yo me senté frente a ella. Nos pusimos a tomar unos mates, algo que no suelo hacer sola; pero sí en compañía… como por ejemplo, la compañía de cierta monjita, de la que no debería estar acordándome.
Supe ella le agradaban los mismos personajes que a mí en el libro, los cuales no eran los típicos que solía preferir la gente. Por lo general muchos preferían a Legolas, Aragorn, Frodo, o Gandalf; pero a nosotras nos fascinaban Sam Gamyi y Pippin Tuk. Pippin por ser el más gracioso de todos; y Sam porque lo considerábamos el verdadero héroe de la historia, que dejaba todo de lado para ayudar a su amigo Frodo.
―Cuando llegues al tercer libro, Sam te va a caer todavía mejor ―me dijo―. Pero no te voy a hacer ningún spoiler, quedate tranquila.
―Mejor, porque hasta me estoy aguantando las ganas de mirar las películas. Con Harry Potter me pasó lo mismo, yo primero quería leer los libros.
―Nunca leí Harry Potter ―me confesó, mientras tomaba un mate.
―¿Por qué no? Se me hace raro que no lo hayas leído, si es que te gusta el género fantástico.
―Es que tenía miedo de que estuviera algo… mmm sobrevalorado. Que en realidad no fuera tan bueno como la gente dice.
―Para mí es una maravilla. Devoré los libros… esperá ―me puse de pie y busqué en mi pequeña estantería de libros―. Éste es el primero. Llevatelo y leelo, si te gusta, te presto los otros.
―¿Y me lo vas a prestar sin siquiera conocerme?
―Es un libro, no es para tanto. Si no me lo devolvés, te mato y listo…
Comenzó a reírse… tal vez se rió más de lo que el chiste ameritaba; pero eso me agradó, significaba que era una chica alegre.
―Te prometo que lo voy a leer, y después te lo voy a devolver… es más cortito de lo que me imaginaba.
―Sí, el primero es el más corto, pero los demás son cada vez más largos. Son siete en total, y si no viste las películas, te recomiendo que no lo hagas… al menos hasta que hayas leído los libros.
La charla siguió más o menos la misma línea, hablamos de muchas cosas que nos gustaban, como películas, libros, música, etc. Incluso llegamos a coincidir en gusto con un par de bandas, como Placebo y The Smashing Pumkins. Le recomendé encarecidamente que escuchara Radiohead. Me prometió que lo haría. Después de unas dos horas y media, ella volvió a su casa, llevándose el primer libro de Harry Potter.
El jueves de esa semana la invité otra vez, y volvimos a charlar de temas diversos. No me contó mucho de su vida personal, pero yo tampoco pregunté. No quería ser invasiva. Edith, a pesar de vestirse como mi bisabuela, era una chica muy simpática, divertida e inteligente.
La pasé bien en esa tarde, y me di cuenta de que podía ser amiga de ella, sin estar deseándola sexualmente. Además me servía para sacarme de la cabeza a la pelirroja, que no me había escrito desde la última vez… pero sospechaba que pronto recibiría un mensaje suyo, y que me haría una propuesta muy interesante.