Venus a la Deriva [Lucrecia] (16).

Cita para Dos.

Capítulo 16.

Cita Para Dos.

Domingo 8 de Junio de 2014.

― 1 ―

Desde que el domingo comenzó, me sentí apenada al recordar mis encuentros con Anabella, los cuales solían tener lugar en el primer día de la semana. Me agobiaba saber que ya no podría visitarla, ni siquiera llamarla para preguntarle cómo estaba. Esta mujer se había ganado un lugar especial en mi corazón en poco tiempo y de pronto tenía que hacer de cuenta que había dejado de existir. Me había borrado de su vida en tan sólo unos minutos, pero yo no podía borrar a alguien como ella tan fácilmente. Tenía ganas de quedarme en cama durante todo el día esperando a que el domingo terminara de una vez, pero sabía que eso no me ayudaría en nada, de hecho sólo empeoraría las cosas.

Obtuve fuerzas para levantarme pensando en Tatiana y en todo lo que hicimos durante la noche anterior, esa fue mi primera sonrisa del día. Debía pensar en cosas bonitas y procurar mantener mi mente ocupada. Me di una buena ducha que logró traer un poco más de vida a mi cuerpo. Me esforzaba por moverme rápido, hacer las cosas con buen ánimo, no dejar que la depresión me tumbara, aunque todo me costara el doble de esfuerzo. Antes de vestirme decidí enviarle un mensaje de texto a Tati:

~Gracias por todo preciosa, me alegraste la noche. La pasé de maravilla con vos.

Apenas unos segundos después ella respondió:

~Las gracias te las tengo que dar yo a vos, recién me despierto y no puedo creer que todo haya sido real, lo que pasó anoche fue alucinante.

~Lo mismo digo, nunca creí que llegaría a tal punto, pero me alegra haberlo hecho.

Tuvimos una pequeña charla a través del celular que me ayudó a mantener la autoestima en un punto medio. Un tardío almuerzo me revigorizó casi por completo, mientras comía recordé la sugerencia de mi nueva compañera sexual, debía llamar por teléfono a la tal Samantha.

¡Esperen!

¡La tarjeta!

Recordaba haberla dejado junto al celular la noche anterior, pero al despertarme no estaba allí. Abandoné mi desayuno y corrí hasta mi dormitorio. El mayor de mis temores era que mi madre la hubiera entrado mientras dormía, y al ver esa extraña nota hubiese pensado mal. Bueno de hecho, pensando mal acertaría, mi intención era conocer a una nueva chica con fines posiblemente sexuales, si es que todo salía bien.

Agradezco que mi paranoia no siempre sea certera. Encontré la tarjeta debajo de la cama. Antes de perderla una vez más, guardé el número en mi teléfono, corroboré que estuviera bien y destruí toda evidencia; tiré la tarjetita a la papelera luego de haberla hecho añicos. Miré el número durante segundos, en esa pantalla de alta definición, que me rogaba que apretara el botoncito verde que iniciaría la llamada pero estaba demasiado nerviosa como para hacerlo. No sabía cómo encarar la situación.

¿Quién apretó el puto botón? Debí ser yo; en la pantalla apareció la aterradora palabra: “Llamando”. Estuve a punto de cortar cuando escuché una vocecita robótica en bajo volumen, sin duda era una mujer. Para no quedar como una maleducada coloqué el celular en mi oreja.

Hola –dije sin emoción alguna.

―Hola, ¿Quién habla?

―¿Samantha?

―¿De parte de quién? ―la chica parecía reacia a identificarse.

―Mi nomb… ―tragué saliva―, mi nombre es Lucrecia. Yo soy la…

―¡La chica del baño!

―¡Sí! ¿Cómo sabés?

―Porque vi tu video.

―¿Y eso qué tiene que ver? En el video nunca digo mi nombre ―fue una gran suerte que Lara tampoco lo dijera mientras grababa; así menos gente podía identificarme.

―Es que después de verlo te crucé en la Universidad y te escuché hablando con una amiga, me di cuenta enseguida de que tenías la misma voz que la chica del baño, aunque ya me lo imaginaba. Bueno después yo intenté contactarte…

―Sí, al resto de la historia ya me lo imagino ―no quería decirle lo buena que me pareció la foto de su vagina, me daba una vergüenza tremenda.

―Ah, perfecto. Me tomás por sorpresa, no creí que fueras a llamar ―su voz era suave y sensual, un punto a favor.

―Yo tampoco lo pensé ―me insulté mentalmente, esa no era la mejor forma de entablar una conversación de este tipo―. Este… quiero decir que no tenía en mente llamarte, pero hoy me decidí.

―¡Perfecto! ―Para esta chica todo parecía ser perfecto―. ¿Te gustaría que nos encontráramos para charlar un día de estos?

―Eso depende.

―¿De qué?

―Es que vos tenés ventaja, ya me conocés la cara… y más que eso. Yo no sé nada de vos ―“Solamente sé cómo sos entre las piernas”, pensé.

―¿Me estás pidiendo que te mande una foto mía?

―Sí, pero de tu cara. Nada más ―no quería quedar como una ladrona de contenido pornográfico, esos días delictivos ya los había dejado atrás.

―Veremos… a ver ¿Cuál te puedo mandar? ―Me dio la impresión de que estaba tocando la pantalla de su celular― ¡Ya sé, ésta!

Con los nervios carcomiéndome por dentro aguardé por la imagen, se demoró más de lo que yo podía tolerar. Miré fijamente la pantalla a la espera de que algún mensaje apareciera. Ya estaba pensando en que se había arrepentido, cuando apareció el ícono de “Mensaje Nuevo”. Lo abrí apresurada y vi aparecer una foto que ocupó toda la pantalla. Allí estaba ella, con sus gafas de culo de botella, su piel como vela derretida, una sonrisa de dientes amarillentos y un velo de monja.

¡Era Francisca, la Madre Superiora!

De pronto recordé que yo le había preguntado sobre el sexo entre mujeres y también rememoré las palabras del mensaje que incluía la foto de la vagina “Decile que me acuerdo de lo que me dijo una vez”.

Estuve a punto de arrojar el teléfono por la ventana y que cayera en la misma cabeza del Papa cuando escuché una risita proveniente del parlante del aparato.

―¿Te gustó? ―Samantha no dejaba de reírse.

―¡Desgraciada! Casi me matás de un infarto, por un momento creí que de verdad eras la viejita ―no tenía lógica alguna suponer eso, pero mi cerebro estuvo a punto de explotar.

―Si querés verme la cara va a tener que ser en persona.

―Está bien ―lo dije más por curiosidad que por otra cosa, cada día me parecía más a Pandora― ¿Dónde y cuándo?

―En la Universidad, pero hoy no puedo, tendrá que ser mañana.

Acordamos los últimos detalles para nuestro encuentro y me despedí de ella sabiendo que la conocería en persona al día siguiente. Esto no fue tan bueno para mi psiquis como yo esperaba, si bien me alegró el saber que existía la posibilidad de conocer a una persona simpática y agradable, no dejé de pensar en cómo sería; no sólo físicamente, sino en su vida diaria. ¿Por qué había decidido dejarme su número? ¿Sería realmente lesbiana y estaría en busca de nuevos amoríos? ¿De verdad me sentía preparada para estar viendo a una chica a la que no conocía, con claras intenciones lésbicas? Todas estas incertidumbres hacían que mis manos temblaran, ni siquiera podía distraerme ordenando mi cuarto y mucho menos estudiando. ¿Dónde habían quedado esos días en los que me negaba a aceptar que me gustaban las mujeres? Creo recordar dónde: en la casa de Lara.

Mientras estaba torturándome con miles de pensamientos, escuché que alguien llamaba a mi puerta. Al abrir vi a mi hermanita, Abigail, con una sonrisa de oreja a oreja y las manos cruzadas detrás de la espalda.

―Hola, hermanita querida ―me saludó.

―¿Qué necesitás ahora?

―¿Por qué lo decís? ―mantuvo su expresión alegre.

―Porque solamente me hablás así cuando necesitás algún favor.

―¿No puedo pasar sólo a saludarte? ¿Ese es el concepto que tenés de mí?

―No Abi, ese es el concepto que tengo de la realidad. Pasá y contame.

―Está bien. Sí necesito un favor ―me dijo mientras entraba a mi cuarto―, y uno bien grande.

―Supongo que todavía te debo un favor por lo que hiciste por mí anoche. Por cierto ¿cómo reaccionó mamá a todo eso, te castigó?

―No. Lo tomó como uno de mis típicos ataques, tuvo que salir a dar varias explicaciones a un par de vecinos; pero ellos ya sospechan que somos una familia de locos. Se quedó tranquila cuando supo que nadie iba a llamar a la policía y yo me fui a mi cuarto, simulando que nada había pasado.

―Sos de terror Abi, a veces pienso que ninguno de tus “ataques” son reales.

―Creeme que algunos lo son ―se puso triste al recordarlos―, pero no los puedo evitar.

―Ya está hermanita, no te preocupes. A veces tiene sus ventajas que todo el mundo crea que estás loca.

―Pero yo lo estoy de verdad.

―Un poquito nomás, también sos una chica muy simpática y divertida. Deberías hacer más amigos, ellos mismos te demostrarían que tengo razón.

―Justamente de eso se trata el favor que te vengo a pedir.

―Te escucho.

―Un “amigo” me invitó a salir.

―¡Qué bueno Abi, me alegro mucho por vos! Me imagino que le dijiste que sí

De verdad me alegraba porque siempre pensé que uno de los tantos problemas psicológicos de mi hermanita repercutía en sus relaciones sociales. Nunca le había conocido a un amigo, y estaba casi segura de que no los tenía (al menos no en el mundo real). Aunque ella me hubiera dado a entender que se veía con chicos, dudaba que éstos fueran realmente sus amigos.

―Sí, le dije que sí porque me pareció un lindo chico. Hace tiempo que me gusta. Cursa conmigo en el instituto de inglés.

―Perfecto, te repito, me alegro mucho por vos, ojalá te diviertas con él, pero tené cuidado con lo que hacés.

―Esperá Lucrecia, que todavía no te dije qué necesito de vos.

―Es cierto ¿qué necesitás? ―no veía en qué forma yo podía ayudarla.

―Necesito que me acompañes.

―¿Acompañarte, por qué?

―Es que le mentí al chico para que se animara a salir conmigo.

―¿Cómo que le mentiste?

―Sí, le dije que iba a ir con una amiga, porque él va a estar con un amigo. Algo así como una cita doble, en la que yo le tengo que presentar una chica linda a su amigo.

―¿Y por qué no…? ―me detuve en ese instante porque ya sabía la respuesta a mi pregunta.

―No tengo amigas. La única chica linda a la que le tengo confianza es a vos ―casi se me derrite el corazón por la pena y la ternura que me produjeron sus palabras.

―Pero Abi… yo no sé si quiero salir con ese chico. Ni siquiera lo conozco.

―No tenés que “salir” con él, solamente entretenerlo un rato. Además ya lo vi personalmente, es bastante lindo.

―Pero vos sabés cuál es mi… condición.

―Sí, ya sé que te gustan las mujeres, pero me imagino que todavía no descartaste a los hombres de tu lista.

―Es cierto, no lo hice. Quién sabe, puede que mi próxima pareja sea hombre ―eso lo dije más para convencerme a mí misma, que por cualquier otro motivo.

―Entonces ¿qué problema hay? Por ahí el chico te gusta y terminan juntos. ―En ese momento pensé que mi vida sería mucho más fácil si tuviera un novio, varón, común y corriente, como cualquier otra chica de mi edad. Un chico lindo, simpático y agradable. No más fantasías lésbicas.

―Está bien, voy con vos ―me decidí.

―¡Gracias hermanita, sos la mejor! ―me abrazó con fuerza―; pero te tengo que pedir dos favorcitos más, son chiquitos así que no te preocupes.

―Está bien.

―El primero es que vas a tener que manejar, yo no puedo… ya sabés por qué ―mis padres no consideraban apropiado permitirle manejar a mi hermanita, considerando que algún día podría tener alguno de sus ataques al volante y comenzara a atropellar personas como en un videojuego.

―Ok, eso no me molesta. ¿Cuál es el otro?

―No sé cómo decírtelo… es que vos… por lo general… a pesar de que sos una chica linda…

―¿Qué Abi? No te entiendo.

―Que te vestís para la mierda Lucre ―la miré sorprendida y comencé a reírme, me recordaba a alguna de mis charlas con Anabella.

―No creo que me vista tan mal.

―Puede que no “tan” mal… pero sí de forma poco atractiva… yo me visto mucho mejor que vos. ―Eso tenía que reconocerlo, mi hermana tenía buen estilo para vestirse, siempre parecía jovial, moderna y atractiva.

―No te entiendo Abi, sé que no me visto como vos; pero de verdad no veo nada de malo en mi ropa, a veces uso algo un tanto sensual y no me escandalizo.

―Tal vez… anoche estabas muy linda. Tampoco pido que vayas vestida así, pero no te mataría usar algún escote de vez en cuando.

―No me gustan mucho.

―Tenés más tetas que yo Lucre, si yo las tuviera así estaría todo el día mostrándolas.

―¿Y por qué debería hacerlo?

―Para que el chico te encuentre más atractiva, no es un favor para mí, es un favor que te hacés a vos misma.

―No, ni hablar. Te recuerdo que sólo voy para acompañarte, no tengo ninguna intención de llegar a algo con este chico, ni siquiera lo conozco.

―Vamos Lucre, por favor. Por una vez en tu vida, no te lo pido nunca más.

―No puedo hacerlo aunque quisiera, no tengo nada con escote. Lo único que tengo de ese estilo son un par de vestidos para salir de noche.

―Eso puedo solucionarlo yo. Esperá un momentito ―salió disparada de mi cuarto como si la casa estuviera en llamas, a continuación escuché un traqueteo de cajones de madera y alguna cosa que se caía al piso, ella insultando y justo antes de que fuera a verificar que estaba todo bien, regresó con una blusa color rojo intenso en la mano―. Probate esto ―me dijo alcanzándomela―, dale Lucre, por favor, quiero causarle buena impresión a este chico; creo que me gusta en serio, y si llego con una chica linda para su amigo, voy a sumar muchos puntos.

Recordé lo difícil que debía ser todo esto para ella, si fracasaba con este muchacho posiblemente no tendría otra oportunidad igual en mucho tiempo, decidí dejar mi pudor de lado y probarme la blusa que me ofrecía. Al fin y al cabo no podía estar haciéndome mucho la santa, ya me había acostado con mujeres… incluso tuve sexo con una desconocida ¿y pretendía hacer mucho escándalo por un simple escote? Di media vuelta, dándole la espalda a mi hermana, y me quité la remera que tenía puesta, dejándome el mismo corpiño me puse arriba la blusa roja. En cuanto me miré al espejo quedé impactada. No sólo el escote era mucho más indiscreto de lo que había imaginado, sino que además se me veía el ombligo.

―Esto me queda re chico Abigail, acordate que yo soy más alta que vos.

―No Lucre, se usa así. Te queda hermosa, creeme ―me estaba comprando con su sonrisa.

―Yo no voy a salir con esto a la calle.

―No seas exagerada, tampoco es para tanto. Dale hermanita, por favor, no te jodo nunca más.

―Bueno, está bien ―acepté mientras giraba para mirarme al espejo desde todos los ángulos, el escote era tan prominente que dejaba buena parte de mis pechos a la vista y un borde de tela de encaje negra que correspondía a mi corpiño―. Pero te aviso que si el chico se quiere pasar de vivo conmigo, le voy a pegar.

―Si se pasa de vivo, le pego yo primero.

―Está bien Abi ―suspiré resignada, ya no quería discutir más sobre el asunto― ¿A qué hora vamos?

―Ahora mismo.

―¿Ya?

―Sí, es que… te avisé a último momento… porque no me animaba. Es más, ya se nos está haciendo tarde y tenemos que salir ahora, mamá se fue. ―Eso significaba que ella no podría vernos salir, cosa que me aliviaba un poco.

―Ok, está bien Abi ―de nuevo la misma resignación―, voy al auto ―dije tomando mi celular y un monedero con algo de dinero―. Buscá lo que te haga falta y vamos.

Con una sonrisa y un saltito de algarabía me dio un fuerte abrazo.

―¡Gracias, Lucre! Sos la mejor hermana del mundo.

― 2 ―

Nos llevó veinte minutos llegar a la casa del amigo de Abigail. De entrada me di cuenta de que se trataba de un chico de clase media alta, algo que a mí no me importaba en absoluto; sin embargo, en el caso de que mi hermana iniciara una relación con él, su clase social sería un punto a favor a los ojos de nuestros padres.

Abi se apresuró a tocar timbre, y esperó caminando de un lado a otro.

―Tranquila, Abi ―le dije en voz baja―, que el chico no note tu desesperación.

Ella sonrió y se tranquilizó un poco, estaba muy linda, tenía una blusa similar a la mía, pero en color amarillo. Además tenía puesto un ajustado pantalón blanco que no sólo la hacía parecer más grande, sino que además resaltaba su cola y sus piernas.

La puerta se abrió y vi a un rico delgado, de mi estatura. Tenía el cabello castaño ondulado, algo desprolijo, y ojos verdes. Su sonrisa era agradable, al igual que el resto de las facciones en su rostro. No me sorprendía que mi hermana lo encontrara atractivo; de hecho hasta yo lo encontraba atractivo.

―Hola Sergio ―dijo Abi al verlo, me di cuenta de que estaba haciendo un gran esfuerzo para mantenerse calmada―. Ésta es mi hermana, Lucrecia. ¿Está Lucas, o te dejó sólo otra vez?

―No, está adentro, preparando algo para tomar. Pasen ―el chico nos saludó con un beso en la mejilla a cada una.

Entramos y nos sentamos en un sofá del living, el chico dijo que ya venía y desapareció por una puerta.

―¿Y? ¿Qué te parece? ―Me preguntó Abi.

―Es un lindo chico, tenés buen ojo.

―Ese no es “mi chico”, es el tuyo.

―¿Qué? ¿De verdad? Creí que era el dueño de casa…

―No, es el amigo de Lucas. ¿Así que te gustó?

―Bueno, no puedo negar que es lindo ―algo extraño se activó en mí; había bloqueado a ese chico porque pensé que era el que le gustaba a mi hermana; pero al saber que sería mi “pareja” durante esa tarde, sentí un agradable cosquilleo en la boca del estómago. De verdad me parecía lindo. “Tal vez no soy tan lesbiana como imaginé”, me dije.

Sergio volvió acompañado de otro chico, que debía ser Lucas. Éste no me pareció nada lindo. Era algo corpulento y tenía nariz de boxeador, además por su cara, no parecía ser un tipo muy inteligente. Mi hermana me miró como diciéndome “¿Y qué te parece mi chico?”. Tuve que sonreírle como si le contestara “Es muy lindo”, a pesar de que no lo fuera.

A partir de ese momento, todo fue muy rápido. Al parecer mi hermana había ido con una clara intención, y no quería perder el tiempo. Cuando Lucas le dijo a Abi que le quería mostrar la colección de esculturas que tenía en la pieza, ella aceptó de forma inmediata. Hice un leve amago de acompañarla, pero volví a sentarme porque ella me fulminó con la mirada. De haber tenido el poder de hacerlo, me hubiera prendido fuego. No soy muy despierta para ese tipo de situaciones, pero hasta yo entendí que lo de las esculturas no era más que una excusa.

Se encerraron en el cuarto de Lucas, y me dejaron sola con Sergio. El chico me miró con una atractiva sonrisa, tenía que admitir que el chico era encantador. Para evitar silencios incómodos, le pedí que me contara cómo había conocido a Abigail; aunque ya supiera la historia. De pronto empezamos a escuchar ruidos raros, como de muebles moviéndose. Me puse pálida, para colmo tenía a Lucas sentado al lado mío, y me miró con picardía. Me hice la boluda, y tomé un sorbo de jugo. Intenté disimular, sacando otro tema de conversación; pero mi hermanita estaba dispuesta a hacerme pasar un momento muy incómodo. Empezó a gemir de forma tan explícita, que no hubo ni una sola duda de que se la estaban cogiendo.

Me puse de pie de un salto… se estaban cogiendo a mi hermanita.

Sergio me tomó de la mano, sin hacer demasiada fuerza.

―Creo que tu hermana se enojaría mucho con vos, si la interrumpís ahora ―dijo.

Volví a sentarme.

―Tenés razón… lo que pasa es que…

―Es que es tu hermana, y te da miedo que pueda pasarle algo malo. Pero no te preocupes por eso, Lucas es un tipo que se sabe comportar.

―La que no se sabe comportar es Abigail ―le dije. Los gemidos de mi hermana seguían llegándonos como si estuviera cogiendo dentro de la misma habitación en la que estábamos―. Me imaginé que ella tenía estas intenciones, pero no creí que fuera a pasar a la acción tan rápido.

―No sé si fue tan rápido, esos dos llevan tiempo aguantándose las ganas.

―¿Ah sí? Eso no me lo contó.

―Sí, por lo que tengo entendido, se estuvieron mandando muchos mensajes, y varias fotos… ya sabés a lo que me refiero.

Entendí perfectamente. Mi hermana le había estado mandado fotos desnuda a Lucas, y él también le pasó unas cuantas. No podía enojarme con Abi sin ser la hermana más hipócrita del mundo, me bastaba con recordar lo que le había mandado a la monja para entender por qué Abi se animó a hacerlo.

―Está bien ―dije―, puedo entender que estos dos estén re calientes… ¿pero tienen que coger de esa manera?

―Emm… ¿y cómo lo harías vos si estuvieras por primera vez con una persona que te gusta desde hace tiempo? ―Lo miré, sorprendida. Seguramente él notó mi desconcierto, porque se apresuró a añadir―: No pido que me contestes, es que…

―Sí, ya entendí. Bueno, si de verdad se gustan tanto… no soy nadie para prohibirles que lo hagan. Además ―hice silencio para escuchar los gemidos que llegaban desde la pieza―, es obvio que Abigail la está pasando muy bien.

―Eso pensaba yo, se nota que lo está disfrutando… y mucho ―bajé la mirada y me encontré con el bulto en el pantalón de Sergio. Era obvio que tenía la verga muy dura―. Em… perdón… es que…

―Está bien, no pasa nada… Abi está gritando tanto que no me extrañaría que todos los tipos de la cuadra estén como vos. ―A pesar de mis palabras, me puse un poco incómoda. Había pasado mucho desde la última vez que había visto a un hombre con una erección. Aunque eso ya era historia pasada, y en ese momento, no me disgustó. Tal vez se deba a que Sergio me parecía un tipo atractivo, o a que él era muy amable, y eso me inspiraba cierta confianza―. Decime la verdad… la intención de ustedes, y en esto incluyo a Abi, no era que nosotros dos nos conozcamos; sino que terminemos… ya sabés…

Sergio empezó a mirar para todos lados, como si estuviera buscando una respuesta, o una ruta de escape.

―Puede ser… ―dijo―. ¿Te molestaría si así fuera?

―A ver, no me puedo enojar con mi hermana, porque ella seguramente lo hizo con buenas intenciones. Sabe que ahora estoy mal, porque hace poco corté una relación… y seguramente pensó que ésto me animaría un poco.

―Ah, no me dijo nada de eso…

―¿Y qué fue lo que te dijo de mí?

―Dijo que eras muy linda, eso es cierto… también me dijo que a vos te gusta mucho el sexo, y que no te ibas a negar.

―¿Que? ¡La voy a matar! ―Mi ira no era tan genuina; me causaba un poco de gracia que Abi hubiera dicho eso. Seguramente debía pensar que yo soy promiscua… y no puedo culparla, porque me estoy dando cuenta de que lo soy… al menos con mujeres―. ¿Y ella te contó algo sobre mis… preferencias sexuales?

―No… ¿a qué te referís con eso? ¿Es que no te acostas con gente que no conozcas?

―A ver… no puedo decir eso, la verdad es que sí lo hice con alguien que no conocía de nada. ―Sus ojos brillaron―. Pero me refería a que a mí me gustan las mujeres. ―Me miró, atónito.

―¿De verdad? No tenés pinta de…

―¿Lesbiana? No me acostumbro a esa palabra. A veces pienso que me queda bien, y otras veces, que no me define nada.

―¿Eso quiere decir que también te gustan los hombres?

Era obvio que él se estaba acalorando, por los incesantes gemidos de Abigail; y a mí me estaba pasando lo mismo. Si bien ella es mi hermana, y eso no me provoca nada; el saber que había dos personas teniendo sexo en ese momento, me estaba poniendo cachonda.

―No descarto los hombres… pero eso no significa que esté preparada para ascostarme con uno.

―¿Y qué haría falta para que te sintieras preparada?

―No sé… es que me da la sensación de que si estuviera a punto de hacer eso con un hombre… no me animaría. Ver un pene me pondría nerviosa.

―¿Eso quiere decir que si yo te mostrara el mío, te enojarías y te irías?

―Emm… no, creo que no. Pero eso no significa que vaya a hacer algo con vos.

Decir eso tal vez fue un error, porque provocó que Sergio se desprendiera el pantalón y exhibiera todo su grueso pene erecto. Me quedé helada, pero no podía enojarme con él, porque fui sincera con lo que dije. Además, aunque me costara admitirlo, me daba cierta curiosidad ver cómo era su verga. Ahora que en mi vida había pasado se ser la boluda que se la pasa estudiando, a una chica que se siente atractiva y es sexualmente activa, mi perspectiva ante el sexo era muy diferente. Sergio, sin decir nada, empezó a masturbarse lentamente. Desde la pieza nos seguía llegando el clímax sexual, los gemidos de mi hermana se habían vuelto más agudos. Por mi mente cruzó una pregunta: “¿Habría algo de malo en probar?”. Sergio estaba dispuesto a hacerlo, aunque yo tenía mis dudas.

Pasaron unos segundos, y yo no dije nada; no hice más que mirar cómo se acariciaba la verga. Debía admitir que era un buen ejemplar masculino. Llegaron a mi cuerpo los ecos de la calentura que me produjo ver algunos videos de Abigail, en los que había algunas escenas de sexo hétero, con hombres de vergas grandes. Recuerdo lo mucho que me calentó ver a una mujer chupándole la vagina a otra, mientras un hombre la penetraba. Me pregunté si debía ser ese mi camino a seguir en el sexo… no de estar con dos personas en la cama (aunque no lo descarto), sino a estar con hombres y mujeres por igual.

Estiré la mano lentamente, y cuando estuve a punto de tocar ese pene, me detuve.

―Perdón ―dije―, pero no lo voy  hacer. Esto es algo que debería hacer sin tener ninguna duda, y ahora tengo muchas. ―Me puse de pie―. Decile a mi hermana que la espero en el auto.

Sergio fue lo suficientemente ubicado para volver a meter su verga en el pantalón, y dejarme salir, sin emitir ni una sola queja. Noté cierta desilusión en su rostro, pero no parecía enojado.

Me senté dentro del auto, y puse algo de música. Nada en especial, solamente dejé que sonaran canciones para cubrir el silencio.

Había intentado convencerme a mí misma de que debía estar con un hombre; y si lo iba a hacer, no debía ser bajo esas circunstancias. Si me acostaba con un hombre, debía ser con uno que pudiera provocarme tanta calentura como las mujeres con las que me acosté; de lo contrario prefería dedicar mi atención sólo en el sexo femenino.

Abigail tardó unos treinta minutos en salir. Vi una radiante sonrisa en sus labios, pero esto era lo único en su apariencia que me daba a entender que había pasado un gran momento sexual. Entró al auto y se sentó a mi lado.

Le sonreí de la misma manera, y le di un fuerte abrazo.

―Espero que la hayas pasado lindo ―le dije.

―Creí que ibas a estar enojada conmigo.

―¿Por qué? ¿Por haberle dicho a ese chico que me iba a acostar con él?

―Por eso… y por lo que hice con Lucas.

―No estoy enojada. No siempre comparto tus métodos, pero se notó que la pasaste muy lindo, y no quiero arruinarte el momento.

Esta vez fue ella la que me abrazó.

―Gracias, sos la mejor hermana del mundo, Lucre.

―Eso sí, la próxima vez me gustaría que fueras totalmente honesta conmigo. Si tenés ganas de coger con alguien, me lo decís y listo… yo te hago el aguante.

―¿De verdad? Me sorprende que me digas eso.

―Vos sabés muy bien que yo me estoy acostando con mujeres… y la estoy pasando de maravilla… bueno, a veces la paso mal; pero ese es otro tema. El punto es que las dos necesitamos salir un poco de casa, y disfrutar de la vida…

―Y del sexo…

―Sí, siempre que te cuides, y sepas lo que hacés; podés tener todo el sexo que quieras. De verdad. Yo te voy a apoyar, y te voy a ayudar cada vez que lo necesites. Pero te pido un favor…

―El que quieras.

―La próxima vez que organices una cita doble, buscá una chica linda para mí; nada de hombres.

―Entendido. Tomo nota. Conozco un par de chicas lindas que te podrían interesar.

―Genial, cuando quieras presentármelas, yo estoy disponible.

Volvió a abrazarme.

―Te quiero, hermana. Gracias por todo.

―Yo también te quiero, Abi.

Puse en marcha el auto, y volvimos a casa. Recordé que no debía esperar mucho para conocer a una nueva mujer; al día siguiente tendría mi primer encuentro con la misteriosa Samantha.