Venus a la Deriva [Lucrecia] (14).
Los que aman, traicionan.
Los que Aman, Traicionan.
Jueves 29 de Mayo, 2014.
-1-
Pasaron algunos días y me mantuve cerca de Lara todo lo que pude. Hicimos el amor tantas veces como pudimos, ya sea en mi casa o en la suya. Eso fue un alivio para mí, confirmé que estaba enamorada de ella y ya ni siquiera pensaba en Anabella, al menos no tanto como antes. También me alegraba que mi la relación con Lara marchara tan bien.
Durante estos últimos días sólo le mandé dos fotos a Anabella, mostrándole un par de tangas nuevas que había comprado. Eran fotos de mi culo, en pose sugerente; pero no demasiado pornográficas. Ella me contestó diciéndome que me quedaban muy lindas.
El jueves de esa semana recibí un mensaje de la monjita, me pedía que fuera a verla cuanto antes porque tenía algo muy importante para decirme. No entendí nada.
Esa misma tarde fui hasta el convento hecha un manojo de nervios, no se me ocurría qué era eso tan importante que quería decirme, supuse que me haría trabajar otra vez, para expiar mis pecados.
Llamé a su puerta y me recibió casi al instante. No tenía puesto sus hábitos, pero sí esa aburrida ropa gris que yo tanto odiaba, al menos no traía puesto el velo y podía admirarla con su hermoso cabello. Nos sentamos y me extrañó que ni siquiera preparara el mate.
―¿Qué querías decirme Anabella?
―Ocurrió algo que me dejó anonadada. De verdad, todavía me cuesta creerlo, especialmente viniendo de vos.
―¿De mí? Pero si estuve toda la semana estudiando… y dijiste que las fotos no te molestaban ―vi que sacaba algo de una bolsa de tela, era un teléfono celular, pero no era el suyo.
―Esto se lo saqué hoy a una chica del secundario.
―La que roba sos vos ¿y la culpa la tengo yo?
―No es momento para chistes Lucrecia. No robé nada. Se lo saqué con la promesa de devolvérselo y no contarles a sus padres lo que vi.
―¿Y qué viste?
―Esto:
Puso la pantalla del teléfono frente a mis ojos y me vi a mi misma sonriendo. Me quedé boquiabierta, era el video que grabó Lara mientras yo le chupaba la vagina.
Estaba conmocionada, no sólo por ver el video, sino porque éste estuviera en manos de Anabella. Se me revolvió el estómago, no sólo porque ella me viera practicándole sexo oral a una mujer, sino también porque si había llegado al teléfono de una estudiante del colegio secundario quería decir que mucha gente lo había visto.
―¿Cómo… cómo? No entiendo.
―Me apena decirte que esto se está esparciendo por todas partes ―la voz de la monjita mostraba sincera preocupación―. No sé de dónde salió, ni quién es la chica que está con vos, pero ambas están en un problema.
―¡La voy a matar!
―¿A quién?
―¡A mi novia!
―¿Novia? ―Se quedó helada― ¿Tenés novia?
―Ya no. Después de esto no ―los ojos se me llenaron de lágrimas, me sentía traicionada y humillada.
―Esperá Lucrecia, serenate un poquito. Te va a hacer mal…
Miró el video que continuaba reproduciéndose en el teléfono, justo iba por la parte en que yo lamía la cola de Lara. Los ojos de Anabella parecían dos huevos fritos.
―¿Le estás…?
―Sí, Anabella, eso mismo. No me mires con esa cara. Me hacés sentir peor. Ya me estoy arrepintiendo de todo, de haber estado con ella… de pedirle que fuera mi novia, hasta me arrepiento de que me gusten las mujeres.
―No creo que esto te sirva de mucho, pero yo te aconsejé que no cayeras en esas tentaciones. Las mujeres nos están hechas para mantener relaciones sexuales entre sí. Mucho menos relaciones sentimentales.
―¿Desde cuándo sos una experta en el sexo? No te ofendas Anabella, pero sos la menos indicada para opinar al respecto ―estaba enojada con el mundo.
―Tenés razón. Te pido disculpas ―detuvo el video y guardó el teléfono―. No creas que te mostré esto para que te pelees con tu… novia. Ni siquiera sabía que lo era. Es que sentí la obligación de avisarte.
―Está bien. Hiciste lo correcto. No es tu culpa. De todas formas me hubiera enterado, mejor que sea lo antes posible. Perdón, estoy muy enojada y no quiero agarrármelas con vos.
―De hecho, tengo otra cosa para decirte, y puede que sí te enojes conmigo. Estás en todo tu derecho ―miré el piso con los ojos abiertos al máximo, no estaba lista para recibir otra mala noticia.
―¿De qué se trata? ―pregunté sin mirarla.
―Estuve pensándolo bien y prefiero que ya no vengas a visitarme… y ya no me mandes ese tipo de fotos. No está bien. ―lo de Lara fue una puñalada por la espalda, esta me dio directo en el pecho―. Me puedo meter en graves problemas si ven que pasamos tanto tiempo juntas, más si lo hacemos a solas. No va a pasar mucho tiempo hasta que alguna de las Hermanas comience a pensar mal de nuestra amistad.
―Pero… pero somos amigas. Me dijiste que lo de las fotos estaba bien…
―Lo siento, Lucrecia, pero esto cambia mucho las cosas, y nos puede traer grandes problemas a las dos.
―Te pido por favor Anabella, no me hagas esto. No ahora ―lloraba intensamente esta vez me quería morir en serio.
―Nos conocemos hace poco, Lucrecia… pero como no tengo amigas, me imagino que vos sos la única persona que puedo llamar de esa manera; sin embargo es mejor que cada una siga con su propia vida.
Me enojé mucho más, la rabia me lleno el cuerpo. La miré con una ira asesina.
―¡Vos tenés miedo! ―la señalé con un dedo―. Todo el tiempo tenés miedo. Por eso no vivís. Ahora vas a dejar que el miedo te aleje de tu única amiga. Vos nunca tomás riesgos. Lo malo que te pasó ya quedó en el pasado, pero vos seguís aferrada a una vida vacía y sin emociones.
―Entiendo que estés enojada…
―No me interrumpas, estoy hablando ―enojada era poco, a eso había que sumarle dolida, traicionada, pisoteada, humillada y muchas cosas más―. Este es el momento en que más necesito tu amistad y vos me das la espalda ―recordé unas palabras que mi madre repetía a menudo; aunque nunca las aplicara― ¿A qué te suena si te digo: «
Sobrelleven los unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo
?»
―Gálatas 6:2 ―no lo pensó ni un segundo―. «
No se dejen engañar, las malas compañías corrompen las buenas costumbres»
―ni siquiera sabía de dónde era eso, como no dije nada, lo aclaró― Corintios 15:33
No podía iniciar una competencia de versículos contra una monja que parecía la Wikipedia de las Santas Escrituras; pero al menos pude encontrar las palabras exactas para dejarle bien en claro lo que sentía en ese momento:
―¡Andate a la mierda Anabella! ¡Como amiga sos un fracaso! ―Me fui dando un portazo.
-2-
Esa misma tarde, antes de que la monja me llamara, había acordado verme con Lara en el patio de la Universidad, ya debía estar llegando tarde a mi cita. Fui hasta allá hecha una furia. Si la Madre Superiora se hubiese cruzado en mi camino le hubiera dado una patada en el mentón, sólo por haberme presentado a Anabella.
Llegué al patio sin matar a nadie… de momento. Vi a mi novia… mejor dicho, ex novia, sentada en uno de los bancos de madera, se la veía muy tranquila.
―¡Me cagaste Lara! ―Le grité apenas la tuve cerca― ¿Qué tenés en la cabeza, cómo se te ocurre mandar ese video? ―noté el pánico en su rostro.
―Perdón, Lucrecia, es que yo…
―¡Perdón nada! Ahora todo el mundo va a pensar que soy lesbiana. ¿Te imaginás que pasaría si mis viejos llegan a ver eso? Me mandan a un internado en Groenlandia, hasta que se me congele la concha ―estaba tan enojada que ni me importó gritarle esa palabra.
―No pensé que…
―¡Claro que no pensaste! Total a vos solamente se te ve la concha ―se la dije otra vez sólo para intensificar la sensación de furia―, a la que se le ve la cara es a mí… y bien clarito. No te quiero ver más Lara. Esta no te la perdono ―mi vida se estaba derrumbando súbitamente―. No me hables ni me llames más. Andate de mi vida.
Me alejé de ella a paso furioso, estaba tan descontrolada que se me bajó la presión y tuve que sentarme contra un árbol para no desmayarme. Metí la cabeza entre las piernas y de a poco fui recomponiéndome, pero la bronca y el dolor permanecían intactos.
―¿Flaca estás bien? ―me preguntó una chica. Cuando levanté la cara ella se sorprendió ―vos sos la chica del video…
―¿Me podés dejar en paz? ―no sabía quién era, pero ella ya me conocía. Seguramente al video lo había visto media Universidad y posiblemente ya estaba dando vueltas por toda la ciudad… y por internet.
―Perdón. Es que te vi mal. ¿No querés que llame a alguien?
―No, dejame sola. Solamente me quiero morir.
Por suerte no insistió más con el tema, y se fue. Estuve sentada sin moverme durante unos veinte minutos, al menos mi reloj interno me indicaba que había transcurrido más o menos ese tiempo. Luego me subí a un taxi, fui hasta mi casa y me encerré en mi cuarto a llorar, hasta que me quedé dormida. Había perdido a las dos personas que más quería en cuestión de pocos minutos.
-3-
Me pasé los siguientes días con una depresión profunda. A duras penas me vestía para ir a la facultad, iba despeinada y desalineada; a veces ni siquiera concurría a las clases. Me quedaba en casa leyendo los libros que Lara me prestó, si bien me recordaban mucho a ella la trama me envolvía y me hacía pensar en otra cosa, al menos por un rato. Como si esto fuera poco, el video comenzó a repercutir en mi vida diaria, muchas personas me miraban de forma extraña y susurraban al verme, yo me esmeraba por aparentar total normalidad; pero tengo que reconocer que no era una tarea fácil. Sentir tantos ojos clavados en mi nuca me ponía los nervios de punta.
Una tarde, mientras deambulaba por los pasillos de la universidad, como alma en pena, alguien se me acercó.
―Hola Lucrecia ―me saludó. Se trataba de Gastón, uno de mis compañeros de clase.
―Hola Gasti ―él insistía en que lo llamáramos así, ya que su nombre completo no le agradaba. No lo culpaba, mis nombres tampoco eran de mi agrado.
―Te quería preguntar una cosa... ―esa frase me puso en alerta.
―¿De qué se trata?
―Nada… solamente te quería preguntar si vendrías esta tarde a mi casa.
―Eso no es una pregunta, es una invitación ―le dije con desconfianza.
―Bueno eso… ¿aceptarías?
―¿Para qué querés que vaya? ―miré el reloj de pared que estaba en el vestíbulo, faltaban pocos minutos para que inicie la siguiente clase y esperaba que la campana me salvara, aunque en realidad no tocaran ninguna, más que la de la capilla para anunciar las misas.
―Es que… para pasar el rato… o sea ―comenzó a rascarse la cabeza.
―Nunca antes me habías invitado ―lo examiné atentamente, tenía el cabello ondulado color castaño y ojos celestes demasiado grandes para su cara, algunas chicas del curso lo encontraban atractivo pero a mí no me quitaba ni siquiera un suspiro.
―Pero siempre me caíste bien y quería saber si te gustaría…
―¿Esto tiene que ver con cierto video?
―Este… bueno…
―No me mientas Gastón, o me vas a hacer enojar… y cuando me enojo puedo ser muy jodida.
―Vi el video… pero no tiene nada que ver con eso…
―No te creo ni un poquito, nunca me invitaste a ninguna parte, y de repente me estás pidiendo que vaya a tu casa… quién sabe con qué intenciones. Bueno, la verdad es que me las imagino.
―¿Y eso tiene algo de malo? O sea, vos sos una chica linda y se ve que te gusta…
―Ojo con lo que vas a decir ―le apunté entre ceja y ceja con mi índice―. ¿Acaso pensás que porque se filtró un video mío teniendo sexo con alguien, inmediatamente lo voy a hacer con la primer persona que me lo pida?
―Ese alguien era una mujer… ―dijo con una sonrisa estúpida. En pocos segundos Gastón pasó de ser un compañero más de la universidad a ser un fuerte candidato a una patada en las pelotas.
―¡Con más razón! ¿Qué te hace pensar que estoy interesada en hombres?
―No sé… es que…
―¡Es que nada! ¿Pensaste que por el sólo hecho de que yo me acueste con mujeres iba a ir a tu casa a tener sexo con vos? ¿Pensabas que íbamos a hacer un trío también? ¿Soñabas con invitar a otra chica?
―No, eso no… No te enojes Lucrecia, no fue mi intención…
―Sí que la fue, ahora te pido que ya no me molestes con estas cosas. Últimamente estoy de muy mal humor y no me faltan ganas de darle un buen golpe a alguien ―lo amenacé a pesar de que yo no solía recurrir a la violencia física―. Así que no me jodas más con esto. De ser posible, ni te me acerques. Me sorprende esto de vos Gastón, pensé que eras otra clase de hombre.
―¿Qué clase de hombre pensabas que era?
―Uno que no es tan boludo de encarar a una chica porque la vio teniendo sexo con otra en un puto video, que ni siquiera debería estar dando vueltas públicamente. Ahora dejame en paz. Me harté de que todo el mundo me mire como un bicho raro.
Desde ese momento no volvió a acercarse a mí, ya no insistió con invitarme a su casa pero la gente me miraba de la misma forma. Llegué a pensar en mis acciones durante las últimas semanas y me estaba arrepintiendo de muchas, tal vez lo mejor hubiera sido negarme rotundamente a ser lesbiana y continuar con mi vida normalmente.
A la Lucrecia de años atrás le hubiera aterrado la idea de acostarse con mujeres, pero tengo que reconocer que la antigua Lucrecia era una cobarde que no se animaba a vivir su vida. No sabía qué hacer, más que sentir pena por mí misma y aislarme del mundo lo mejor posible. Me mantenía lejos de la gente, hasta de mis amigas; pero especialmente me mantenía lejos de los hombres, había comenzado a detestarlos, los estaba poniendo a todos dentro de una misma bolsa y me daban ganas de arrojarla a algún río para que se ahogaran.
-4-
Una tarde, creo que era lunes… o jueves, estaba en el patio de mi casa, sentada en posición fetal, con el mentón sobre las rodillas. Escuché pasos detrás de mí, pero ni siquiera me volteé para ver de quién se trataba. Podía ser la mismísima Parca, que venía a llevarse mi alma pecadora… sinceramente me importaba un carajo.
―¿Estás bien, hermana? ―era Abigail, hubiera preferido que sea la Parca; mi apariencia debía ser lamentable como para que ella se acercara a hablarme.
―No, la verdad que no ―ya no podía disimular.
―¿Por qué, qué te pasó? ―se sentó en un sillón frente a mí.
―Me pelé con mi… ―estuve a punto de decir “novia”―, con mi pareja.
―¿Con Lara? ―si me hubieran apretado los pezones con tenazas, no me hubiera sobresaltado tanto―. Qué lástima, con lo mucho que cogían...
―¿Cómo sabés? ―tuve miedo de que ella también hubiera visto el video.
―Es que un par de veces las escuché mientras tenían sexo. Tu cama está contra la pared que da a mi cuarto. Hacían ruidos que no se podían interpretar de otra forma… incluso en una ocasión te escuché decir: «Siiii, Lara, chupámela toda… haceme acabar» ―me puse roja―. ¿Acaso hay otra forma de entender eso?
―No, creo que ya quedó bien claro. ¿Y a vos eso te molestó?
―A veces se ponían un poquito molestos los ruidos, pero…
―Los ruidos no, tarada. Si te molesta que yo me acueste con mujeres.
―No Lucre, para nada. Y hablamos de esto, acepto totalmente que te puedan gustar las mujeres. Me alegra que salgas con ellas ―su sonrisita era preciosa, pero sus ojos se fijaban en uno con una intensidad que espantaba.
―¿Por qué te alegra?
―Así tengo menos competencia. Vos te quedás con las mujeres y yo con los hombres.
―Prometeme que no le vas a contar a nadie, mucho menos a mamá ―asintió con la cabeza―. Yo no quiero muchas mujeres. A mí con una me basta. Sólo la quería a ella.
―¿Segura? ¿No te gusta ninguna otra? ―«Maldita enana», me dije. ¿Acaso podía leer mi mente? No me extrañaría que fuera así―. Ahora estás hecha mierda porque pensás que Lara era el amor de tu vida, que era la única mujer que existía en el mundo… o alguna de esas cursilerías. Pero la verdad es que el mundo está lleno de gente, y siempre vas a conocer a alguien que sea tan o más interesante que ella. Puede que allá afuera haya muchas mujeres mejores que Lara esperando por vos.
―Gracias, hermanita ―estaba sorprendida―. Tus palabras son muy sabias ¿De dónde las sacaste?
―Es lo que le digo a todos esos boludos que se enamoran de mí. Se creen que por un… beso ya me voy a casar con ellos.
―¿Beso? No creo que te estés refiriendo a besos Abi. ¿Qué andás haciendo? Vos sos muy chiquita...
―No soy chiquita, tengo dieciocho, casi diecinueve… y tengo las cosas más en claro que vos. Eso te lo aseguro. Podré estar loca, pero sé sacarle provecho a mi locura. No me obligues a emplearla en tu contra.
Me apuntó a la cara con su dedo índice, su mirada era amenazante, un segundo después ya sonreía con ternura.
«Madre mía, esta chica está como una cabra. Pero bueno, a veces los locos dicen grandes verdades». Sin embargo, a pesar del tiempo que había pasado desde que a mi hermana le diagnosticaron su enfermedad, todavía se me hacía un poquito raro el tener uno de estos locos dando vueltas por mi casa. Pero, a pesar de eso, no la juzgaba, sabía perfectamente que ella no tenía la culpa de nada… ni tenía demonios metidos en el cuerpo, como mis padres habían llegado a pensar.
―Está bien, no es necesario que me cuentes nada. Solamente te pido que te cuides.
―Mejor que se cuiden ellos… ―miró al piso como si estuviera planeando cavar una tumba.
―Este… sí. Supongo que eso también es importante. En fin, voy a intentar ponerme mejor. Gracias por tus palabras.
―¿Querés que vaya a hablar con Lara para hacerla entrar en razón? ―me la imaginé torturando a la pobre muchacha. Colgándola con anzuelos de los pezones o cosas por el estilo.
―No Abi, no es necesario. En serio ―le di un abrazo con la misma calidez y tranquilidad con la que alguien puede abrazar una granada de mano sin seguro―, ya hiciste mucho por mí.
-5-
Tengo que reconocer que me reconfortó mucho hablar con ella, ese día empecé a responderles los mensajes a mis olvidadas amigas. Incluso fui a la casa de una de ellas: Jorgelina. Estuvimos tomando mates y riéndonos durante un buen rato. Como ella es una chica bastante promiscua, sabía que podía hablarle de sexo abiertamente. Es heterosexual al cien por ciento, por lo cual ni siquiera intenté avanzarla. Cuando vio mi video porno no se escandalizó ni dejó de hablarme, le parecía algo muy normal.
―A mí me pasó lo mismo como tres veces ―me contó. La miré atónita.
―¿Quiere decir que hay videos tuyos dando vueltas en internet?
―Sí, hay tres. ¿No sabías?
―Nunca me enteré. ¿Y cómo hiciste para sobrellevarlo?
―La primera vez me enojé mucho, me sentí humillada… hasta lloré. Pero después empecé a la mandar a la mierda a la gente que me trataba de puta, y me quedé con aquellas personas a las que mi video les había gustado. No sé, como que me calentó un poquito saber que se habían hecho tantas pajas pensando en mí. Cuando pasó dos veces más, ya no me molestó tanto… aunque como no di permiso para que los subieran, sí me enojé con la persona que lo hizo. ¿De verdad no viste ninguno de los tres videos?
―No, nunca los vi… no soy de mirar esas cosas. Deben ser muy impactantes…
―Son muy explícitos, los tres… ―dijo con cierta mirada picarona.
―Mmm… me gustaría verlos. ¿Te molesta si lo hago?
―No, para nada. Es más, yo creía que ya los habías visto… y que te habías hecho varias pajas pensando en mí. ―La modestia no era una cualidad de Jorgelina, pero a mí me causaba mucha gracia que fuera así. Era narcisista y promiscua, pero lo tenía aceptado y era feliz con eso.
―¿Te molestaría que yo me pajeara mirando esos videos?
―No, para nada. Me sentiría halagada. No me gustan las mujeres, y mientras no te me insnúes, está todo bien. Lo que sí me gusta es saber que hay gente que se calienta conmigo, sean hombres o mujeres.
―Es una bonita forma de verlo… la verdad es que estás re buena, Jorgelina ―estaba algo excitada, por lo que fui más lejos con mis comentarios―. Más de una vez me quedé mirando tus tetas… son enormes.
―Gracias. ―Ella amasó sus pechos, con una sonrisa libidinosa en los labios―. Después te paso los videos… y tengo algunos otros que no están en internet. Pero a esos no te los voy a pasar.
―Está bien, no se puede tener todo en la vida; pero dejame decirte que jamás los subiría a internet. No después de lo que me pasó a mí. Igual se me hace raro que accedas a mandarme esas cosas… especialmente siendo tan explícitas.
―Ya te dije, me gusta saber que la gente se calienta conmigo… me excita. Así que si te hacés una paja mirando mis videos, decimelo.
―Te lo podría mostar ―levantó una ceja.
―No, Lucre… a mí no me provoca nada ver a una mujer pajeándose. Me basta con saber que pude calentarte. Es medio raro ¿cierto?
―Un poquito, pero viniendo de vos, no me sorprende. Tenés mucho… ego. No lo digo como algo malo, al contrario. Es obvio que te gusta tu cuerpo, y que te gusta sentirte deseada.
―Me encanta mi cuerpo, lo amo… y sí, me calienta mucho sentirme deseada. Pero hay gente que confunde las cosas, y cree que quiero acostarme con ellos… o ellas.
―Quedate tranquila, no voy a confundir nada. Me encantaría ver esos videos, y todo lo que quieras mandarme. Prometo no intentar acostarme con vos.
―Bien, si es así… después te los paso. Pero te aviso que algunos van a ser bastante zarpados.
―¡Mejor! Me encantaría ver cómo te cogen ―no podía creer que estuviera siendo tan directa con ella, pero la calentura me llevaba a serlo―. No te creas que no me voy a calentar por ver una pija.
―Y vas a ver varias… me comí más de una.
Estaba cada vez más caliente… por eso desvié momentáneamente la conversación.
Volviendo un poco al tema original, me comentó que la que armó un escándalo bastante grande fue Cintia, esa chica que había echado a Tatiana de su casa; aunque ésta última parte Jorgelina no la sabía.
Desde que apareció mi video, Cintia se la pasó hablando mal de mí, y de toda lesbiana que hubiera conocido… o no. Me alegré de que no todas mis amigas fueran tan estúpidas como ella. Jorgelina me contó que al final Cintia vio que con sus palabras acusadoras no llegaría muy lejos, por lo que desistió antes de que todas sus amigas se le pusieran en contra; eso explicaba por qué simulaba ser tan simpática conmigo.
Por lo general Jorgelina vestía ropa provocativa y me pasé toda la tarde mirándole las tetas a través del prominente escote de su remera sin mangas. Eren muy grandes, y estaban bien definidas y bronceadas por el sol. Obviamente ella notó que mis ojos quedaban rebotando entre sus melones, pero no me dijo nada. Hasta se inclinaba un poco hacia adelante como si me dijera: «Mirá tranquila, siempre y cuando sea solo mirar». Eso último me lo dejó en claro cuando dijo:
―Lucrecia, te lo repito por las dudas. Si vos en algún momento intentás seducirme, te aseguro que te comés una trompada. Vos podés andar con todas las mujeres del mundo, a mí eso no me importa… pero quiero dejar en claro que conmigo no. Espero no haberte ofendido al decirte esto, sólo quería aclararlo, para que podamos seguir siendo amigas.
―Está bien, Jor, aprecio que seas honesta. Te prometo que no voy a avanzarte… pero si querés facilitarme un poco las cosas… ¿podés taparte las tetas?
―No. Porque no voy a andar tapándome las tetas cada vez que te tenga cerca.
―En eso tenés razón… bueno, supongo que ya me voy a acostumbrar a verlas.
―¿Te gustan? ―las sacudió haciéndolas saltar para todos lados.
―Eh… sí, obvio…
―Bueno, eso me alegra, me gusta que la gente diga que tengo lindas tetas… pero eso no significa que cualquiera las pueda tocar ¿queda claro?
―Muy claro.
―Despúes, en los videos, las vas a poder ver mejor.
―¡Genial!
―Lucrecia, ¿Qué se siente estar con otra mujer? ―me preguntó con genuino interés.
―¿Por qué querés saber? ¿Pensás practicarlo con alguien? ―me hice la ingenua mirando hacia otra parte.
―No, para nada, y dejá de hacerte la pelotuda… ―le sonreí con simpatía―, pero se me hace tan raro que dos mujeres la pasen bien juntas, yo no podría estar con alguien que no sea hombre. Necesito que tengan algo duro entre las piernas, para poder agarrarlo.
―La de las mujeres también se puede agarrar.
―Se puede tocar, que es distinto, pero agarrar ―cerró sus dedos como tenazas en el aire simulando estar agarrando un miembro masculino― con firmeza, no se puede agarrar nada.
―Las tetas.
―¿Eh?
―Las tetas se pueden agarrar… al menos un poco.
―Sí, porque si apretás mucho duele. ¿Pero qué haces con una mujer cuando estás en la cama? Todo es toqueteo y sexo oral.
―Básicamente sí, pero tiene muchas cosas. Me sorprendí lo versátil que puede ser…
―¿Alguna vez estuviste con un hombre?
―Sí, y no fue una experiencia agradable. La culpa fue mía por ser tan ingenua pero ya no permití que eso me vuelva a pasar.
―¿Te gustaría acostarte con un hombre?
―No lo descarto, puede que sí. Ahora que media universidad sabe de mis inclinaciones sexuales, tal vez lo mejor sea hacerme ver con un hombre, pero los que conozco son unos imbéciles. El otro día Gastón se quiso pasar de vivo conmigo.
―¿Pasar de vivo? Por lo que escuché sólo te invitó a la casa.
―Sí, pero con otras intenciones ―se rió de mí.
―Ay Lucrecia, a veces pienso que tenés cien años… o diez ―y yo que me quejaba de Anabella, que aparentaba ochenta―. Te invitó a coger ―esa palabra me erizaba los pelos de los brazos―, de eso no hay dudas; pero Gastón es un lindo chico ¿qué tiene de malo darse un revolcón de vez en cuando?
―No tiene nada de malo, me di varios revolcones en mi vida ―exageré un poco para no quedar como una completa mojigata; en parte era cierto, ya que durante las últimas semanas había tenido sexo con frecuencia, al menos con Lara―. Una vez lo hice con una chica a la que ni siquiera conocía… en un boliche.
―¿De verdad? Eso ni yo lo hice. La verdad que no sos tan ingenua como pensaba, te hacía más… santita.
―¿Y cómo pensás que terminé en ese video? ¿Por fotomontaje?
―Es cierto, pero entonces, ¿por qué lo rechazaste a Gastón?
―No sé… será por la forma en que me lo pidió… o el momento. No estaba de buen humor y él me vino con esa invitación. Tal vez sólo tuvo mala puntería, pero creo que si lo tuviera acá ahora mismo le seguiría diciendo que no.
―¿Te negarías porque es hombre?
―Puede ser, no lo sé… ―mi cabeza daba vueltas para todos lados―. Él no me provoca nada.
―¿Y quién era la chica que estaba con vos en el video?
―Prefiero no decirlo, no me interesa generarle problemas, por más que ella me los haya generado a mí haciendo público ese maldito video. ―Ella no tenía idea de que se trataba de Lara, y prefería que las cosas siguieran así. Estaba enojada con mi ex, pero no quería causarle problemas.
―Está bien, no soy chismosa, solo preguntaba para hablar de algo. A mí lo que me interesa saber es que estás bien, amiga, y que puedas disfrutar de buen sexo, ya sea con hombres o mujeres… eso sí, si querés hombres, no busques a los míos…
―Entonces me voy a tener que mudar de ciudad, porque acá no me dejaste a ninguno.
―¡Hey! Tampoco soy tan… ligerita.
―Tan…y no sé si “ligerita” sea el término apropiado.
―Está bien, lo admito… soy un poco puta; pero me gusta serlo. Y creo que vos también podrías llegar a serlo, al menos con mujeres.
―¿Si fuera promiscua con mujeres también sería una puta?
―No sé, eso depende de lo que vos entiendas como “Puta”. Yo no me tomo a mal la palabra, no lo veo como un insulto; pero hay gente que sí lo hace. A mí me calienta que me digan “puta” mientras me cogen.
―A mí no me gustaría que me lo dijeran… pero como que sí me calentaría ver cuando te lo dicen a vos.
―Lo vas a ver… en uno de los videos eso queda bastante explícito.
―Hey, Jor ¿te puedo hacer otra pregunta inapropiada?
―Sí, dale… de vos no me molestan esas preguntas. Me estás demostrando que tenés una mente mucho más abierta de lo que yo imaginaba.
―Sí, eso también me sorprendió a mí misma. Lo que te quería preguntar es por ese rumor que circuló por la universidad… dicen que una vez te dejaste coger por tres tipos a la vez.
―Ah, te fuiste directo al tema más delicado… bueno, no voy a negar ni admitir nada. Ahora mismo no me creerías si te dijera que sí o que no. Cuando nos tengamos más confianza, te lo respondo.
―Bien, me quedaré con la duda. Es cierto, ahora no sé si te creería, aunque dijeras que no. Pero quiero que sepas que, de ser verdad, no lo vería como algo malo. Es más, me gusta la fantasía… aunque tal vez me gustaría más si fuera con mujeres.
―Es una linda fantasía.
Después de eso la charla derivó hacia otros temas, pero no puedo recordarlos muy bien, porque toda mi atención volvió a ser absorbida por ese hermoso escote. Oía la voz de Jorgelina, y veía sus labios moviéndose; pero yo sólo podía escuchar que decía: «Tetas, tetas, tetas, tetas, tetas, tetas…»
-6-
Me hizo muy bien el poder pasar una tarde con una amiga y saber que me apoyaba con mis inclinaciones sexuales, eso me facilitaba mucho la aceptación; tenía a Tatiana, a mi hermana y a Jorgelina a mi favor. Incluso la misma Lara estaba totalmente de acuerdo en que me gustaran las mujeres, aunque después se encargara de difundirlo por toda la universidad. También me reconfortó mucho saber que algunas de mis amigas más cercanas no me atacaban por lo sucedido.
El único ataque que recibí fue, irónicamente, de otra lesbiana. Ni siquiera sé su nombre, pero me vio hablando con la que debía ser su pareja, mientras esperábamos a ser atendidas en la fotocopiadora de la universidad. Esta chica llegó de la nada y comenzó a insultarme frente a todo el mundo, asegurándome que yo nunca me podría robar a su novia, por más que lo intentara. Al principio me dio un poco de gracia, porque su novia no me resultaba atractiva; pero luego me di cuenta de que hablaba en serio y que no se calmaría hasta que yo desapareciera de su vista. Como la niña cobarde que soy, tuve que postergar las fotocopias para más tarde; a pesar de que las necesitaba inmediatamente.
Durante la noche memoré la charla con Jorgelina… bueno, en realidad sólo pensé en sus tetas. Intenté masturbarme pensando en ellas, pero no logré concentrarme. Fue muy frustrante. Creí que un poco de sexo, aunque fuera conmigo misma, me haría sentir mejor; pero al parecer ya no disfrutaba tanto de la autosatisfacción, o no estaba de humor como para hacerlo. También podía ser que me sintiera culpable por estar pensando en mi amiga heterosexual, pero luego recordé la vez que me masturbé pensando en Anabella y si en ese momento la culpa no me había impedido llegar al clímax, ahora tampoco debería hacerlo… menos sabiendo lo promiscua que es Jorgelina.
Definitivamente no era algo que podía hacer de forma forzada, por más que me lo propusiera. Comencé a recapitular todas mis acciones en los últimos tiempos, mi vida dio giros bruscos e inesperados. Tal vez todo sea mi culpa por ir tan rápido, por no medirme. Salté de cabeza hacia un mundo desconocido. O tal vez mi único error fue confiar en Lara… y creer que Anabella valoraba nuestra amistad. Estuve a punto de llorar una vez más cuando mi celular me anunció la entrada de un nuevo mensaje de texto, era de Tatiana:
~Hola Lucre, ¿Cómo te sentís? ¿Ya estás un poco mejor?
Ella también vio el famoso video y quedó indignada por la actitud de Lara, tanto que dejó de hablarle. A mí no me molestaba que mis amigas le hablaran, pero ellas lo decidieron así, aparentemente todas se pusieron de mi parte, excepto Cintia que se puso en contra de todas las lesbianas; pero de forma pasiva. Tener el apoyo de mis amigas ante esta situación, era reconfortante.
~Hola Tati, todavía estoy un poco triste; por eso me alegra mucho que me escribas.
No quería llamar la atención pero tampoco quería mentirle. Si le decía que estaba espléndida no me creería.
~Me imaginé. Tenés que hacer algo Lucre, divertirte un poco. ¿Hace cuánto no salís?
~Hoy visité a Jorgelina, la pasé muy bien.
~Sí, me contó. Pero me refiero a salir a bailar, a tomar algo. A dar una vuelta. A divertirte.
~Hace mucho que no hago eso.
Mi última salida fue al boliche gay, Afrodita, la noche en que tuve sexo con una desconocida, el recordarlo me estimuló un poco y comencé a frotarme otra vez. Pasados unos segundos me di cuenta de que podía mantener un buen ritmo. Me alegré por eso y me esforcé por recordar el sabor de esa vagina anónima. Me causó un poco de gracia el imaginar que Tatiana pudiera verme en este estado, acostada transversalmente en mi cama con las piernas levantadas apoyadas contra la pared, sin nada de ropa que me cubriera de la cintura para abajo; pero arriba iba completamente vestida, hasta con corpiño. Seguí tocándome, más por hacer algo con las manos que por verdadera excitación.
~Tenés que salir amiga. Divertirte un poco, aprovechá que hoy es sábado.
No recordaba en qué día de la semana estábamos.
~No sé, no estoy de ánimo. Con decirte que no puedo ni masturbarme, hace rato que estoy probando. Voy bien un ratito y después decaigo.
No me molestaba hablar de temas sexuales con ella, Tati era básicamente mi tutora, mi sexóloga, sentía que podía contarle casi cualquier cosa y si ella no entendía mi problema, nadie lo haría.
~Justamente tengo algo para darte. A ver si esto te levanta el ánimo y te estimula para tu masturbación.
Me envió una foto, a primera vista supe de qué se trataba. Era una vagina, abierta con dos dedos y llena de pelitos prolijamente cortados. La piel era más pálida que la de Tatiana así que de inmediato supe que no era ella.
~¡Qué buena foto! ¿Quién es?
~Una de tus admiradoras secretas. No sé quién es, sólo me pidió que te hiciera llegar la foto. Ya cumplí.
~¿De verdad? ¡Qué loco!
~Si, después te cuento bien cómo fue. Che, vos me prometiste que saldrías conmigo al menos una vez, si te definías como lesbiana.
Lo recordaba muy bien, no es que estuviera cien por ciento definida como lesbiana, pero no era argumento suficiente como para quebrantar una promesa.
~Está bien, me convenciste, vamos a salir. Esta noche paso a buscarte por tu casa.
~¡Dale! Qué bueno. Igual salimos como amigas, no te sientas obligada a hacer nada.
~Gracias, es bueno saberlo. Me deja más tranquila.
Arreglamos los últimos detalles para nuestra salida y me puse a mirar esa foto. La vagina era muy hermosa, estaba húmeda, señal de que estaba masturbándose en el momento que la tomó. No sabía quién podía ser pero me recordó a la chica llamada Samantha, la que me dejó su número de teléfono en el baño de la universidad. Tal vez había averiguado quién era yo, con esto del video me volví toda una celebridad.
Introduje dos dedos en mi húmeda y delicada cuevita fantaseando con esa chica. La imagen no tenía una resolución perfecta, se notaba que había sido tomada con un celular, y con poca luz; sin embargo se veía lo suficientemente bien como para poder apreciarla. No sabía cómo era su rostro, pero si era tan lindo como su vagina, sería preciosa. Ese clítoris rosado asomándose me fascinaba… o tal vez lo que me volvía loca era saber que pertenecía a una “admiradora secreta”, esto era totalmente nuevo para mí. No podía dejar de imaginar cómo sería esa mujer mientras aceleraba el ritmo con el que acariciaba mis partes íntimas. Separé más las piernas y lamí mis dedos, no sólo para lubricarlos sino también para recordar qué sabor puede tener una vagina, eso me ayudaba mucho a estimularme. Me alegré de poder encontrar el ritmo deseado, sentía que todas mis penas se iban disipando de a poco, perdiendo importancia, y que la vida me sonreía una vez más.
Masturbarme y llegar al orgasmo me levantó mucho el ánimo y me alegró el día, además la idea de tener una admiradora secreta me emocionaba y me levantaba el ego, que tan necesitado estaba de algo como esto. Agradecí mentalmente a Tatiana por haberme hecho llegar esa foto y me dije a mi misma que al menos debía hacer mi mayor esfuerzo por tener una noche divertida.
Me bañé y me arreglé un poco. Me puse la pollera más corta que tenía. Había estado guardada tanto tiempo que ya ni siquiera la recordaba, la encontré de pura casualidad. Me gustó mucho al verme al espejo, era negra y se ajustaba muy bien a mi cuerpo, marcaba muy bien mis largas piernas. También me puse una linda y diminuta tanga negra. Me había comprado ropa interior sexy para estar con Lara, pero nunca tuve la oportunidad de usarla con ella. Una blusa negra tipo corset completó mi vestimenta, ésta también me agradó mucho ya que marcaba bien mis pechos. Sonreí al verme al espejo. Me sentí un poco narcisista, pero la verdad es que estaba bonita, lo único que no me agradaba era el color de mi cabello. Me encantaría que fuera negro, como toda la ropa que llevaba puesta.
Retoqué un poco mi rostro con algo de maquillaje, sólo le di brillo a mis labios, rubor en las mejillas y arqueé mis cejas para que mis ojos resaltaran más, ayudándolos también con un poco de sombra en los párpados; no quería parecer un personaje de “Los Locos Adams”, por lo que lo hice de forma sutil.
Cuando estuve lista me di cuenta de que mi madre podría verme vestida de forma “inapropiada”, y seguramente me preguntaría a dónde iba; pensé rápido, debía encontrar la forma de llegar hasta el auto sin que me viera. Una vez que lo pusiera en marcha, podría salir como corredor de Fórmula Uno, y ella no podría seguirme el rastro. Le envié un mensaje de texto a mi hermana, pidiéndole que, por favor, viniera a mi cuarto. No recibí respuesta alguna y aguardé impaciente hasta que un par de minutos más tarde golpearon la puerta.
―¿Quién es?
―Soy yo, boluda, ¿para qué me llamaste? ―me apresuré a abrirle la puerta y la hice pasar.
―Hablá bajito ―le dije mientras volvía a cerrar la puerta.
―¡Qué linda estás, hermana! ―hablar en voz baja no era una de sus cualidades―. ¿En qué esquina vas a trabajar esta noche?
―¿Tan escandalosa estoy? ―me miré una vez más en el espejo, la pollera era más corta de lo que había imaginado, pero podía correr ese riesgo.
―Para ser Lucrecia… estás hecha una loca, pero conozco minas que se visten de una forma en la que vos parecerías una monja ―mi guardia se levantó en cuando escuché la palabra monja, pero luego recordé que Abigail no sabía nada de Anabella. También dudaba de que esas amigas fueran reales, pero no le dije nada al respecto.
―Entonces está bien, esta noche no quiero verme como Lucrecia.
―¿Vas a salir a romper todo? ―me contagió con su sonrisa.
―Se podría decir que sí, pero primero necesito que me hagas un gran favor.
―Ya me imagino cuál es… ¿mamá?
―Así es, necesito que la distraigas por un rato mientras yo salgo.
―Está bien, lo voy a hacer.
―¿Qué querés a cambio?
―¿Por quién me tomás, hermana? Sólo por saber que vas a salir a divertirte, te haría el favor ―la miré como si no creyera en sus palabras―. Además, el ver sufrir un poco a mamá paga todo, con intereses.
―No dije que la hagas sufrir… sólo que la distraigas…
―Muy tarde, ya tengo una idea.
―No Abi, esperá ¿qué vas a hacer? ―intenté detenerla pero ella fue más rápida que yo. La vi alejándose por el pasillo. Yo no podía salir, si pretendía esquivar a mi madre; solamente me quedaba rezar para que no la matara de un disgusto… o compara que no hiciera algo tan descabellado como intentar quemar la casa… otra vez.
La mocosa salió tan rápido de mi cuarto que ni siquiera me dijo si debía esperar a alguna señal. Pocos segundos después la vi aparecer en el patio, las luces estaban prendidas por lo que se veía perfectamente, estaba sola. Miró hacia mi cuarto, sonrió y guiñó un ojo, luego tomó aire como si fuera un deportista a punto de correr una maratón. No entendía nada, pero seguí mirándola. En ese momento comenzó a gritar a todo pulmón.
―¡NO MAMÁ NO! ¡NO ME PEGUES MÁS! ¡BASTA MAMÁ, POR FAVOR, ME DUELE! ―abrí tanto los ojos que creí que se saldrían de sus cuencas. Apenas unos instantes después apareció mi madre en el patio, se estaba secando las manos con un trapo y miraba sorprendida a su hija.
―¡Abigail! ¿Qué te pasa? ―preguntó incrédula.
―¡NO MAMÁ BASTA! ―Gritó como si nunca hubiera visto llegar a su madre, sus gritos eran tan fuertes y aterradores que se me puso la piel de gallina―. ¡BASTA POR FAVOR, BASTA!
―¡Abigail, callate que te van a escuchar los vecinos! ―definitivamente deberían estar escuchándola.
―¡
AY NO, NO ME PEGUES CON ESO, NO! ¡ME DUELE
! ―tengo que reconocer que su actuación era espeluznantemente convincente.
―¡Hija basta! ¿Qué estás haciendo? ―mi madre intentó agarrarla, pero la pequeña fue más rápida y se escapó sonriéndole macabramente.
―¡AY NO, MIRÁ CÓMO ME DEJASTE, ME SALE SANGRE! ¡BASTA MAMÁ POR FAVOR! ―comencé a reírme como una estúpida. Si bien la escena era demasiado exagerada para mi gusto, me encantaba ver a mi madre sufriendo de esa manera, probablemente algún vecino ya estaría llamando a la policía.
―¡Basta Abigail! ¿Estás loca?
―¡NO ME DIGAS LOCA MAMÁ, ES UNA ENFERMEDAD! ¡NO ME TENES QUE PEGAR POR ESO! ¡ENTENDELO, MAMÁ! ¡NO, BASTA! ¡AY, ME DUELE!
―¡No te estoy haciendo nada, hija, por favor calmate! ―Adela estaba al borde de las lágrimas, pero sabía que no era porque a su hija le estuviera dando un ataque de locura, lo que a ella le preocupaba era qué pensarían los vecinos.
Me hubiera encantado quedarme a ver cómo se desarrollaba ese macabro espectáculo, pero no podía desaprovechar mi oportunidad para huir de casa. Apagué la luz de mi cuarto y salí de allí tan rápido como las piernas me lo permitieron, siempre riéndome cada vez que escuchaba un nuevo grito proveniente del patio. Agradecí que mi padre no estuviera en casa, él hubiera obligado a Abigail a calmarse; pero mi madre no era capaz de controlarla. Por suerte la distracción me dio tiempo de sobra y ni siquiera tuve que manejar muy rápido para dejar mi casa fuera de la vista.