Venus a la Deriva [Lucrecia] (09.
Afrodita.
Capítulo 9. Afrodita.
Viernes 18 de Abril, 2014.
-1-
Me levanté muy tarde. Al mirar el reloj caí en la cuenta de que había faltado a clases. En otro contexto, esto me hubiera alterado mucho; pero luego de la hermosa mañana que pasé con Lara, nada me importaba. Estaba feliz, mi vida había dado un giro inmenso, me llevaría un tiempo asimilar todos los cambios que traería consigo lo que había ocurrido; pero me sentía tan optimista, que todo el panorama me parecía espléndido. Había corrido un riesgo inmenso al actuar de esa forma con mi mejor amiga y por un breve espacio de tiempo, creí que nuestra amistad llegaría a su fin, creí que el peor de todos los casos posibles; me alegraba haberme equivocado. Lara demostró ser una chica sumamente comprensiva… y cariñosa. Aún podía sentir el calor de sus besos contra mi cuerpo.
Me levanté, fui al baño y me lavé la cara. La chica que me miró desde el espejo estaba toda despeinada, sus largos mechones castaños saltaban para todos lados; pero tenía una sonrisa de oreja a oreja que parecía ser indeleble.
Hasta cuando me cepillé los dientes sonreí como una estúpida.
Regresé a mi cama y vi que una lucecita titilaba en mi celular, indicándome que había recibido un nuevo mensaje. Lo revisé y encontré un mensaje de Lara, me emocioné mucho y me apresuré por leerlo.
«Amiga, me es muy difícil escribirte esto después de lo que pasó; pero tengo que hacerlo, aunque me duela en el alma. Te pido disculpas. Me dejé llevar por el momento, espero no haberte ilusionado y por favor no te enojes conmigo. La realidad es que yo no puedo estar con una mujer, y no quiero perderte como amiga. Preferiría que todo volviera a ser igual que antes. Después te llamo y hablamos bien. Te quiero».
Me quedé mirando la pantalla boquiabierta y desilusionada. Todas mis ilusiones se destrozaron en mil pedazos. No sólo me estaba diciendo que no tendríamos otro encuentro sexual, sino q se había arrepentido. Para ella todo había sido un error. Algo que debía ser borrado completamente, como si nunca hubiera ocurrido.
Estaba desecha, ni siquiera pude llorar. Con toda mi ilusión escapando por la ventana, me tendí en la cama. Sólo quería que el día terminara; que el fin de semana terminara y, de ser posible, que mi vida terminara.
-2-
Un par de horas más tarde, Lara me llamó, como había prometido; pero no quise contestar. Di vueltas por mi cuarto, sin rumbo fijo. Quería escapar, pero no sabía dónde ir. Me senté a mirar el enorme patio, por la ventana; una vista que siempre me reconfortaba y que ahora no lograba hacerlo. Llegó un nuevo mensaje de texto. Era de Anabella, la monjita. Ya me había olvidado de ella, sólo podía pensar en Lara.
«Hola, Lucrecia, ¿Cómo estás? ¿Pudiste resolver tus conflictos?» ―me preguntaba.
«Hola, Anabella. No pude resolverlos, creo que los empeoré».
«¿Por qué, qué pasó?»
«Hice algo estúpido con una amiga y ella se arrepintió. Tengo miedo de que eso afecte nuestra amistad».
«Si es tu amiga de verdad, sabrá comprenderte. Deberías intentar hablar con ella francamente».
«Gracias Anabella. Espero que así sea. Te prometo ir a visitarte cuanto antes, aún tenemos muchos temas para hablar».
«Podés visitarme cuando quieras. Si querés podés venir mañana, no tengo ninguna actividad para esa tarde y seguramente voy a estar aburrida».
Medité su propuesta por unos segundos, no podía quedarme en mi casa y hundirme en pozo depresivo durante todo el fin de semana. Tal vez al hablar con alguien como Anabella podría distenderme un poco.
«Está bien, te prometo que voy a ir. Yo tampoco tengo planes, y me haría bien tener a alguien con quién conversar».
-3-
A las tres y media de la tarde del día siguiente, estuve lista para salir. Para no perder más tiempo, tomé un taxi hasta la Universidad; ya estaba llegando tarde, la monja me esperaba para las tres en punto. Agradecí que Anabella me estuviera esperando de pie en el umbral de la puerta de la capilla, enfundada en sus hábitos, ya que no recordaba qué camino debía seguir para llegar a su cuarto. A duras penas recordaba su nombre, siempre fui pésima recordando nombres. Resultaba de gran ayuda tenerlo guardado entre los contactos de mi celular.
―Es un día muy bello ―me dijo luego de que la saludé―. No tengo ganas de estar encerrada ¿te gustaría que vayamos a un sitio al aire libre? ―al parecer no le molestaba mi demora.
―Sí, me encantaría. Vos decime dónde y yo te sigo.
―Está bien. Como hoy es sábado no hay tanta actividad, podríamos ir patio externo de la Universidad.
No tuvimos que caminar más de veinte metros para llegar a ese sitio. Se lo llamaba “patio externo” porque daba a la calle; sin embargo estaba cercado por altas rejas negras, las cuales sólo se cerraban durante la noche. Nos sentamos en un banco de madera recientemente pintado de blanco, el patio contaba con algunos arbolitos y un césped de verde intenso prolijamente recortado.
―¿Qué fue lo que ocurrió con tu amiga? ―me preguntó con su suave vocecita.
Yo estaba acostumbrada a hablar en volumen alto y de forma clara. Esperaba que las personas me respondieran de la misma forma; pero Anabella era tan tranquila al hablar que debía forzar un poco mis oídos para escuchar claramente sus palabras.
―Me da mucha vergüenza contarlo, es un tema muy delicado.
―Está bien, no es mi intención inmiscuirme en tu vida.
―No, ese no es el problema. Creeme. Solamente no quiero espantarte. Creo que si supieras la mitad de las cosas que pasan por mi mente dejarías de hablarme en este mismo instante.
―Cada mente es un mundo, Lucrecia, con luz y oscuridad.
―Puede ser, en mi mente últimamente hay más oscuridad que otra cosa. Nos soy una mujer luminosa y radiante como vos ―sonrió por mi halago.
―¿Por qué decís que hay mucha oscuridad en vos? No te veo de esa forma.
―Es que últimamente confundo todo, tiendo a malinterpretar cualquier tipo de señal femenina. No sólo me pasó con mi amiga sino que también cometí un grave error con una chica a la que ni siquiera conocía. Hice una estupidez, me dejé llevar por mis impulsos. Mi mamá siempre me dijo que soy una mujer muy impulsiva… enfermizamente impulsiva; pero se refiere a mi forma de responderle y llevarle la contra. Sin embargo esto es muy diferente. Son impulsos que me llevan a actuar de una forma inapropiada.
―Comprendo… o no. No lo sé. Me cuesta asimilar lo que me estás contando. No logro comprender tu atracción por el sexo femenino.
―Yo tampoco la comprendo Anabella, eso es lo que más me asusta. No sé hasta qué punto podría llegar.
―Eso dependerá de tu capacidad para controlarte.
―Qué bueno ―suspiré―. Al menos no dijiste que tenía que controlarlo rezando.
―Era exactamente lo que iba a decirte después. ¿Hay algún problema con eso? ―posó una mirada de lechuza vigía sobre mí. ¿Me estaría poniendo a prueba?
―Normalmente no tendría ningún problema con eso, suelo rezar mucho; paro desde hace un tiempo siento que eso no me está ayudando para nada.
―¿Acaso estás perdiendo la fe?
―No, para nada ―me apresuré a responder―. Ni un poco, creeme. Pero creo que esto es algo que tengo que solucionar yo misma. No puedo pedirle a Dios que, milagrosamente, arregle todo lo malo en mí.
―En eso tenés mucha razón, Dios ayuda a los que se ayudan. Es un viejo refrán, pero es muy cierto.
En ese momento mi teléfono celular comenzó a sonar anunciando una llamada entrante. Miré la pantalla sólo para corroborar que se trataba de Lara, luego volví a guardarlo en mi bolsillo, dejándolo sonar libremente.
―Imagino que la que te está llamando es la misma amiga que mencionaste ayer ―dijo la monja.
―Sí, pero no quiero hablar con ella en este momento.
―Deberías hacerlo. No sé qué habrá pasado entre ustedes, pero si ella te está llamando es porque quiere arreglar el problema.
―Eso es lo que me da miedo, que quiera “arreglarlo”.
―No comprendo ―me miró confundida.
―No te preocupes, voy a hablar con ella, pero más tarde. Primero necesito aclarar mi mente un poco. ¿Podemos hablar de otro tema?
―Por mí está bien ¿de qué tema te gustaría hablar?
―Cualquiera que no esté relacionado con mujeres.
La charla se desvió hacia el tema de la religión, el cual cumplía muy bien con el objetivo de mantener mi mente despejada. Sin embargo mis ojos comenzaron a traicionarme, se posaron en su bello rostro y en el resto de su cuerpo. No pude evitar preguntarme qué tan hermosa sería debajo de sus hábitos. Me di cuenta de que Anabella solía mantener las manos quietas al hablar, lo cual me permitía contemplarlas a mi antojo. Las tenía muy suaves y bellas. Éste era un rasgo que solía captar mi atención en cuanto a mujeres se trataba y en esta ocasión llegó a distraerme tanto que la monjita tuvo que volver sobre sus palabras en dos ocasiones y repetirme otra vez los pasajes bíblicos que estaba recitando.
―¿Se comprende lo que quiero decir, Lucrecia?
―¿Eh? ―pregunté, espabilando.
―¿Me estás escuchando? Porque me da la impresión de que estoy hablándole a la pared.
―No hay muchas paredes por acá cerca. Hubieras podido decir que estabas hablándole a ese arbolito ―lo señalé.
―No me tomes el pelo ―dijo con una sonrisa―. Si te aburre mi charla, podés decírmelo. No me ofendo. Sé que a mucha gente le aburre hablar de religión.
―No me estás aburriendo, Anabella. Para nada ―no pensaba confesarle que lo que me entretenía era admirar su belleza―. Lo que pasa es que hoy ando un poco distraída, te pido disculpas.
―¿Distraída pensando en mujeres?
La miré con los ojos muy abiertos. ¿Acaso la monja podía leer mi mente?
―¿Soy tan transparente? ―pregunté temerosa de que ella se hubiera dado cuenta de la forma en que la miraba.
―Bastante. El asunto de tu amiga te preocupa más de lo que imaginaba.
Si podía leerme la mente, lo hacía sólo en parte. No hizo mención a mis pensamientos inadecuados hacia ella.
―Lo que pasa es que ella es mi mejor amiga, y después de lo que ocurrió no sé qué va a pasar con nuestra amistad.
―Quedate tranquila ―puso una de sus suaves manos sobre la mía; todo el cuerpo se me electrificó―. Ya te dije que si ella es una amiga de verdad, las cosas se van a solucionar. Puede que vuelvan a ser tan amigas como lo eran antes de ese inconveniente.
―¿Y si yo no quisiera que las cosas vuelvan a ser como antes?
―Otra de tus preguntas crípticas, y creo que ya sé por dónde vienen los tiros. Ahí ya no puedo aconsejarte.
―¿Por qué no? ―sentí una leve presión de su mano.
―Porque no te agradaría escucharlo.
―De todas formas prefiero que me lo digas. Vos sos una persona muy sensata, Anabella. Tal vez vos me hagas poner los pies en la tierra.
―Lo dudo, tengo la impresión de que sos demasiado volátil; pero bueno, allá va. Te aconsejo que no te involucres con mujeres, de forma romántica o sexual. Dios nos creó machos y hembras, hombres y mujeres, por una razón. Esa razón es para que podamos unirnos y dar vida. De lo contrario la unión sería antinatural.
―¿Eso quiere decir que si una unión entre dos personas no puede generar vida, está mal? ―pregunté―. ¿Y qué pasa con esas personas que no pueden tener hijos… o las que no quieren?
―No me estás comprendiendo, Lucrecia. No me refería sólo al acto de reproducción, sé muy bien que hay personas que no pueden tener hijos o prefieren no tenerlos. Sin embargo siguen respetando lo estipulado por la ley natural de Dios. La unión entre un hombre y una mujer.
―Tenías razón. No me gustó escucharlo.
―Lo supuse. Sabía que te molestaría que te cortara las esperanzas de estar con tu amiga.
―No, eso no es lo que me molestó.
―¿Qué te molestó entonces?
―No imaginaba que fueras homofóbica.
Súbitamente giró su cabeza y me miró, parecía asustada.
―Yo no…
―Está bien, Anabella. Sé que me vas a salir con el discursito explicándome que no sos homofóbica. Pero eso no cambia lo que ya me dijiste. No te agrada para nada la unión entre dos personas del mismo sexo.
―Eso es cierto; pero tengo mis razones. Sin embargo no significa que voy a estar atacando a homosexuales. Ni siquiera me interpondría entre ellos. A lo sumo intentaría darles mi opinión, si me la piden.
―¿Eso lo decís por mí? Podré tener dudas, pero no soy homosexual, Anabella.
―¿Ahora quién es la fóbica?
Entablamos un silencioso duelo de miradas. Si alguien hubiera puesto su mano entre nosotras, se hubiera llevado uno o dos mordiscos.
―Disculpame, Anabella ―cedí―. No quiero pelear con vos. Entiendo perfectamente tu postura, y en parte la comparto. Sólo me puse sensible porque me da miedo que me juzguen.
―Está bien. No pretendo juzgarte, sólo ayudarte.
―Sinceramente, la paso muy bien charlando con vos ―aseguré―. Ahora tengo que irme, necesito aclarar mi mente. Pero te prometo que voy a volver a visitarte ―ella sonrió, toda su furia se disipó en un instante.
―Y yo te voy a estar esperando, con mucho gusto. Vení cuando quieras.
La tarde junto a ella fue muy esclarecedora y reflexiva, no quería que se terminara; pero debía volver a mi casa antes de que oscurezca o mi madre comenzaría a preocuparse. Además era cierto que necesitaba tiempo para ordenar mis pensamientos.
Me despedí de ella con un beso en la mejilla.
―Espero que lleguemos a ser buenas amigas ―me dijo antes de que me marchara.
―Yo también.
-4-
Cuando regresé a mi casa evité todo contacto con los miembros de mi familia y me encerré una vez más en mi cuarto. Pensé que había pasado desapercibida y que nadie me molestaría; pero poco después de entrar, escuché que llamaban a la puerta. Era mi madre, portando una extraña sonrisa. En realidad era una sonrisa normal, lo extraño era verla sonreír. Por lo general ella irradiaba la alegría de un velorio y la simpatía de un verdugo.
―Llamó tu amiguita, Lara ―me dijo, vi que sostenía el teléfono inalámbrico en una mano―. Qué buena chica, qué amable es ―ahora sí que no entendía nada, ¿mi madre hablando bien de una de mis amigas? ¿Qué seguía? ¿Judíos alabando a Jesús?―. Me ayudó a conseguir el número de teléfono de unos organizadores de fiestas y eventos, para el cumpleaños de mi amiga Silvina. Ah sí, también me dijo que la llames, tiene que decirte algo importante.
Se despidió y me dejó el teléfono. Tomé aire y lo exhalé. Debía ser fuerte y afrontar la realidad. Lara podría haber cambiado de opinión.
«Tal vez haya cambiado de opinión». Vaya manera de afrontar la realidad.
Marqué su número y me atendió de inmediato.
―Hola Lara ―saludé con poco entusiasmo.
―¡Lucrecia! ¡Al fin! No podía dar con vos.
―Es que no estuve en mi casa ―mi excusa era pésima.
―Pero te llamé a tu celular, varias veces ―por eso mismo mi excusa era tan mala.
―Mi mamá me contó que la ayudaste con la organización de una fiesta ―cambié de tema.
―Ah sí. Es que me pareció buena idea caerle bien en el caso de que se entere de que… ya sabés. Que soy judía. Pero digamos que también es una prueba para ella.
―Sí, es buena idea lo de caerle bien ―la tristeza en mi voz era evidente―. ¿Una prueba para ella?
―Emmm… sí. Pero eso no viene al caso ahora mismo; en otro momento te lo explico ―guardamos silencio durante unos segundos―. Lucre, quería decirte… lo que pasó la otra noche fue lindo, de verdad; pero no creo estar lista para encarar algo así. Espero que eso no afecte nuestra amistad. Preferiría dejar todo como estaba antes. Sé que es mi culpa, por un montón de motivos; pero cuando me senté a pensar las cosas con mayor claridad, me di cuenta de que todo fue una locura.
―Está bien Lara, no te preocupes ―mis ojos se llenaron de lágrimas―. Sí, fue muy lindo. Fuiste muy buena conmigo amiga; pero ya pasó. No se va a volver a repetir. Tenés razón, fue una completa locura.
«Pero una locura que me hizo feliz», pensé.
―Bueno sí… pero yo quería que todo quedara en claro.
―Y lo está, en serio. No te preocupes Lara ―saqué un pañuelo de un cajón de mi ropero y me sequé las lágrimas con él―. Vos sos mi mejor amiga, y no quiero que nada cambie eso.
―Gracias por entender, Lucre.
―Te hago una sola pregunta más, y podemos dar el tema por cerrado.
―Decime.
―¿Te arrepentís de lo que pasó?
―No, en realidad no. Eso pasó y no puedo negarlo. Me hizo sentir bien, en ese momento. Lucre, todavía no puedo creer que tuve mi primera relación sexual, y que fue con vos. Fue maravilloso y siempre lo voy a recordar. Te agradezco mucho que hayas compartido ese lindo momento conmigo ―logró hacerme sonreír―. Pero eso no significa que debamos repetirlo. Puede traernos demasiadas complicaciones.
―Sí, pienso exactamente igual que vos.
No fui totalmente honesta. Era cierto que pensaba que todo era una locura y que nos traería complicaciones; pero me dolía en el alma saber que ella no estaba dispuesta a afrontar ese riesgo conmigo. Al menos para que ambas pudiéramos estar seguras de que eso que nos pasó fue una simple calentura… o algo mucho más profundo. Por más que me doliera, no podía obligarla a que aceptara estar con una mujer, menos cuando yo misma tenía dudas al respecto.
Hablamos un rato más sobre otros temas, sólo para demostrarnos que podíamos seguir siendo buenas amigas. Intercambiamos opiniones sobre el libro El Señor de los Anillos, el cual me estaba gustando mucho; me era muy útil para mantener la mente ocupada y lejos de este mundo. Prometimos vernos el lunes en la facultad y almorzar juntas.
-5-
Me pasé las siguientes horas llorando y culpándome a mí misma. Debía tomar una decisión con respecto a mi gusto por las mujeres, el cual se estaba haciendo cada vez más evidente. Sin embargo me asustaba, era algo que contradecía a toda mi crianza y mis pensamientos. Tal vez estos sentimientos habían estado dormidos en mí durante muchos años y ahora estaban emergiendo, rebalsándome y sofocándome. Pensé mucho en eso, me estaba volviendo loca, yo que siempre supe poner límites y reprimir mi libido, de pronto me encontraba en una encrucijada sexual.
Cuando llegó la hora de cenar casi no toqué mi plato. No tenía apetito. Volví a mi cuarto, dándole puntapiés a mi estado de ánimo, que se arrastraba lastimosamente por el piso. Me di cuenta de que no sólo estaba dolida por el rechazo de Lara sino también por haber perdido la oportunidad de tener sexo con una mujer. Bueno, tenerlo en forma completa, sin ningún tipo de interrupciones.
Debía admitirlo, lesbiana o no, eso era lo que quería. Me moría de ganas de acostarme con una mujer, experimentar en carne propia lo que se sentía.
Enojada conmigo misma, por haberme reprimido tanto durante años, decidí darme una noche libre y romper todos los límites. Mandar todo al carajo. Pero antes debía pensar cómo actuar sin que nadie se diera cuenta. No quería ser yo la que mandaran al carajo.
-6-
Planifiqué todo cuidadosamente.
Mentira, ni yo me lo creo.
Pensé rápido y actué de forma impulsiva, como siempre.
Avisé a mi madre que usaría el auto y que iría a casa de Lara, ella no protestó para nada ni le resultó extraño que saliera tan tarde. El auto era prácticamente mío, ya que mis padres tenían otros dos, uno para cada uno. El tercero se usaba en raras ocasiones, yo no era muy amante del volante y prefería manejarme en taxi; pero esta noche necesitaba mi propio vehículo.
Lo abordé ya pasadas las once de la noche, llevando conmigo una pequeña mochila.
Conduje unas cuantas cuadras hasta que encontré un sitio poco frecuentado y estacioné. Abrí la mochila y extraje un pequeño vestido amarillo, una de mis pocas vestimentas sexy, la cual me la regaló una tía un tanto liberal que casi provoca un fallo cardíaco a mi madre. Nunca lo había usado y me parecía que ésta era la noche perfecta para estrenarlo. Me desvestí dentro del auto, no fue una tarea fácil. Apagué la luz, para evitar la mirada de algún potencial curioso. Como acto de rebeldía, decidí despojarme de toda mi ropa interior. Era un acto contra el sistema y la represión a la mujer, contra la injusticia y la desigualdad… y también porque estaba muy caliente y quería andar sin nada que me cubriera la almejita. El vestido se sentía raro, era como estar con una ajustada toalla. No tenía nada más. Un simple rectángulo ceñido a mi cuerpo, el cual a duras penas cubría mis vergüenzas. El vestido era más corto de lo que yo recordaba. Encendí la luz del interior del vehículo y me maquillé sutilmente mirándome al espejo retrovisor. Tuve cuidado de no excederme ya que no acostumbraba maquillarme y tenía miedo de quedar como un payaso aficionado a los prostíbulos. Para finalizar me puse par de zapatos de taco alto, color negro. Olvidé traer un bolso de mano, pero prefería estar ligera. Coloqué algo de dinero entre mis pechos… ahora sí parecía toda una prostituta.
Me puse en marcha otra vez, no sabía dónde ir. Recorrí la zona de las discotecas, pubs y clubes nocturnos. Nada me convencía, todos estaban atiborrados de gente que me inspiraba poca confianza. De haber salido acompañada no hubiera dudado en entrar al primero que viera; pero al estar sola, y con tan poca ropa, debía ser precavida. Llegué a un sitio un tanto del resto de las discotecas. Se llamaba Afrodita. «Perfecto ―me dije―, mitología griega».
Recordé que esa era una discoteca gay, debido a varios chistes que se hacían en la facultad al respecto. Si alguien llegara a verme entrando era cadáver, pero esa noche no me importaba nada. Estaba jugada. Aun así mantuve mi cabeza gacha, como si mi madre estuviera patrullando las calles de la ciudad… cosa que no me sorprendería.
Cuando logré estacionar me acerqué al boliche. Éste tenía un amplio cartel negro, con el nombre en letras color rosado intenso y una bonita ilustración de la diosa griega, Afrodita. No tuve que hacer cola para entrar ya que no había mucha gente. La entrada era gratuita, pero antes de permitírmela, un par de guardias de seguridad me miraron de arriba abajo. Pude entrar sin mayores problemas, tal vez ya se leía en mi frente el cartel de “Lesbiana en potencia”.
Avancé con timidez, de inmediato noté que muchas miradas se clavaban en mi cuerpo. Me arrepentí de llevar un vestido tan llamativo. Me sentía un pavo real entre gansos, no por la belleza, sino por lo escandalosa. Había grupos diseminados por todo el lugar, la mayoría de ellos reunía gente de un mismo sexo. También estaban aquellos que iban solos, como yo. Di un par de vueltas, disimulando como un payaso en un velorio. La música sonaba a buen volumen y las luces parecían posarse todas en mi vestido amarillo. Luego me di cuenta de que sólo estaba siendo paranoica. No sabía qué hacer, pero sabía que al deambular llamaba aún más la atención, por eso me acerqué a la barra y pedí el primer trago de la noche. Creí que bastaría con decir: “Deme un trago”, como ocurría en las tabernas de las películas del oeste; pero aquí, al decir eso, te extendían una carta con decenas de nombres completamente rocambolescos. Terminé decidiéndome por uno llamado “ Sex on the beach ”, me llamó la atención, como si la palabra “Sexo” me fuera a traer buena suerte. Hasta me pareció simpático el gajo de naranja que decoraba el vaso.
Bebí con calma, escaneando el entorno. Había mujeres que parecían hombres y hombres que parecían mujeres. Debía tener cuidado, no quería llevarme una sorpresa. No pude evitar notar que muchas chicas se fijaban en mí. El maldito vestido amarillo me hacía demasiado visible, y aumentaba la ilusión de soledad que yo transmitía mientras daba cortos sorbos al vaso, sin dejar de mover mis ojos para todos lados; como un niño en una juguetería.
La noche fue avanzando y el lugar comenzó a llenarse de gente. Algunas de las mujeres que me observaban me parecieron bonitas, pero me daba pánico acercarme a ellas y hablarles, por lo que me limité a pedir un trago tras, otro sin alejarme de la barra. Tampoco sabía qué carajo hacer con los gajitos de naranja, los cuales se fueron acumulando sobre una servilleta; para disgusto del barman que se veía obligado a colocar nuevos en cada vaso sólo para que yo los apartara una y otra vez. Intenté explicarle que no era necesario que los pusiera; pero debido al ruido y a la cantidad de gente que le pedía cosas, no llegó a comprenderme.
En un momento se me acercó una de esas chicas que yo no quería ver. Llevaba el cabello ondulado muy corto, tenía hombros anchos y prácticamente iba vestida como mi primo cuando juega al fútbol con los amigos.
―Hola gatita ―me saludó, con socarronería.
―¿Acaso te parezco un gato?
―Tenés todo el aspecto de ser una fiera en la cama ―se acercó y me acarició el pelo con un movimiento tosco.
―Y vos tenés todo el aspecto de Diego Maradona ―estaba enojada, quería que se fuera.
―¿Hey, que mierda te pasa, putita?
Me empujó, volcando parte del contenido de mi vaso. Casi me meo encima del susto. Si esa “chica” me golpeaba, me mataría. Gracias a Dios un par de guardias de seguridad la vieron. La sacaron del establecimiento a base de amenazas, que no pude oír. Tragué el resto del contenido del vaso, para tranquilizarme, eso me pegó como gancho de boxeador. No fue una buena idea, provocó que todo el lugar comenzara a tambalearse. Las potentes luces de colores, comenzaron a provocarme nauseas, por lo que me quedé mirando fijamente los gajitos de naranja sobre la barra; éstos se movían menos.
A los pocos segundos escuché una voz femenina saludándome, intenté divisar de quién se trataba, pero el alcohol seguía dándome martillazos en el cerebro.
―¿Estás sola? ―me preguntó la misteriosa mujer.
Cuando por fin pude fijar la mirada en ella, me di cuenta de que era un trillón de veces más linda que la anterior. Tenía el cabello negro suelto y formando hermosas y brillantes ondas. Sus labios carmesí me recordaban a los de Lara, al igual que esos ojos negros.
¡No puede ser! ¡Es Lara!
¿Qué carajo estaba haciendo Lara allí?
No, no era ella. Falsa alarma.
El alcohol y mi subconsciente estaban jugándome una broma pesada. Maldito cerebro. Pensé en vengarme de él acribillándolo con tragos fuertes, pero ahora necesitaba saber qué intenciones tenía esa hermosa mujer, que se parecía levemente a Lara.
―Sí, estoy sola ―le contesté―. Si vos también me vas a decir “gatita”, sola me quedaré ―se rio mostrándome sus blancos dientes.
―No te preocupes, como mucho te podré decir que sos la chica más hermosa que hay aquí dentro.
―Sé que decís eso porque todavía no encontraste ningún espejo ―nueva sonrisa, el alcohol me desinhibía. Hasta me hacía creer estrella de cine porno. Sí, de esas películas que yo nunca miré y que jamás volveré a mirar otra vez.
Mientras la charla avanzaba aproveché para examinarla mejor, ella llevaba un vestido parecido al mío; pero en color blanco. Ideal para una chica con el cabello tan oscuro, al menos en mi humilde opinión. Analicé sus curvas y ella hizo lo mismo con las mías. Hablamos de temas típicos de barra y boliche. Supe que teníamos la misma edad y luego siguieron el resto de las preguntas típicas de levante: «¿Viniste muchas veces a este lugar?»; «¿Te parecen buenos los tragos»; «¿Tenés pareja?»; «¿Estudiás o trabajás?»; «¿Te gustan las mujeres?». Bueno, tal vez esa última pregunta no fuera tan típica; pero en este sito sí debía serlo.
―¿Les o bi? ―preguntó.
Con mi increíblemente magra experiencia callejera, y mi tacto hacia las sutilezas, tuve que pensar dos veces para saber a qué se refería; bueno el alcohol también cargaba con un poco de culpa.
―¿Es necesario ser una de las dos? ¿No puedo estar simplemente de paso?
―Sí, podés. De hecho mucha gente viene sólo a mirar, de curiosos. Otros prueban una vez y no vuelven. ¿Vos de cuáles serías?
―Diría que soy de las que vienen a probar y después no vuelven ―mi respuesta la alegró.
―¡Qué bien! ¿Y con quién te gustaría probar?
―Con la primera mujer que no parezca jugador del fútbol profesional.
―¿Y yo qué parezco? ―se paró frente a mí y dio una vueltita, estaba muy buena. Tenía los pechos más grandes que los míos.
―Vos parecés alcanzapelotas ―hice un gesto con las manos, refiriéndome a sus enormes tetas.
Comenzó a reírse y me tomó de la mano de forma casual. En cuanto me di cuenta me estaba guiando hacia quién sabe dónde. La seguí como si fuera un barrilete siendo arrastrado por el viento. Aunque yo nunca había visto que el viento tuviera tetas tan grandes y un culito respingado, en forma de corazón.
Llegamos hasta un pequeño lugar que se asemejaba a los probadores de ropa, aunque éstos eran un poco más grandes y tenían asientos, pegados a las tres paredes. Me senté y ella corrió una pesada cortina roja, ocultándonos de la vista del resto de la gente. No pasó ni medio segundo que ya estábamos besándonos.
«Lucrecia, ésta es tu oportunidad ―me dije a mí misma―. Si te acobardás ahora, te vas a arrepentir». Mandé el mundo a la mierda y me le tiré encima. Manoseé sus tetas con ganas mientras le ofrecía toda mi boca. No quería tanto sentimentalismo, quería sexo. Necesitaba sexo. Por una vez en mi vida necesitaba dejar salir todos mis impulsos sexuales, de lo contrario explotarían en mi interior.
Bajé la cabeza y busqué una de sus tetas, la cual ya había sacado del vestido. Le chupé el pezón, era el primero que probaba en mi vida y estaba delicioso. Al principio me sorprendió la suavidad que éste tenía, pero luego sentí cómo se ponía duro dentro de mi boca. Succioné como una desaforada, estaba fuera de mí. No podía controlar mi cuerpo, actuaba por pura impulsividad sexual.
Metí una mano entre sus piernas y me encontré con su tanga. No podía creer que ya estuviera allí, a punto de tener relaciones con una mujer. Comencé a apartar su ropa interior buscando el tesoro que ésta escondía.
―¡Ay mamita! ―Exclamó―. Vos no andás con vueltas. ¡Eso me pone loca! Sacamela. Sacame la tanga.
La despojé de su ropa interior sin necesidad de levantarle mucho el vestido. Volví a chupar sus grandes tetas y apliqué mis magros conocimientos en sexo lésbico. Toqué suavemente su rajita hasta que pude sentir la humedad. Luego lubriqué su clítoris y lo masajeé lentamente durante unos segundos.
Estaba borracha, descontrolada y excitada. Ella parecía estar en las mismas condiciones que yo.
Pasé la lengua a lo ancho de su boca, luego succioné su grueso labio inferior.
―¡Ay mamita! Si así de rico me la vas a chupar…
―Te la voy a comer toda ―le aseguré.
La Lucrecia mojigata de siempre estaba atada y amordazada en algún recóndito rincón de mi mente, suplicando por su liberación; pero la nueva y lujuriosa Lucrecia era mucho más fuerte. No la liberaría fácilmente, mucho menos en este momento.
Me arrodillé en el suelo, esta vez no habría interrupciones ni dudas, iría directamente al grano, ya lo tenía decidido. Ella levantó las piernas poniéndolas en el sillón y pude ver su hermosa vagina cubierta por un lindo triangulito de pelitos negros. Cuando me acerqué quedé embriagada por su olor, si es que todavía podía embriagarme más de lo que ya estaba. Me mandé de lleno a chuparla.
El sabor a sexo femenino me llenó la boca al instante. Sus labios se ondularon dentro de mi boca y cedieron ante la presión de mi lengua. ¡Qué rica estaba! Incluso me pareció aún más rica que la de Lara; pero tal vez esto se debía al morbo frenético que me transmitía la situación. La lamí toda y di fuertes chupones a su clítoris. Repetí esa misma acción varias veces. Luego le metí un dedo, supe que esta chica era tan virgen como esas que alquilan su cuerpo en las esquinas. Introduje un segundo dedo y los moví dentro, siempre con mi boca centrada en su clítoris. Podía escuchar sus gemidos, a pesar de la música. Me aplastó la cara contra su sexo y me vi obligada a respirar por la nariz. Esto me produjo un asfixiante placer. Moriría ahogada en un mar de vello púbico y jugos vaginales, y eso me hacía feliz.
―Chupame la colita, hermosa ―me pidió unos minutos después, entre jadeos.
En una ocasión normal me hubiera negado rotundamente, pero esta noche no había límites. Lamí su ano con la punta de la lengua, por suerte no fue para nada desagradable. A los pocos segundos ya lo estaba chupando con ganas, como había hecho con su vagina. Fui intercalando entre los dos agujeritos mientras ella se retorcía de gusto. Froté rápido su clítoris mientras mi lengua jugaba en su asterisco y por sus bruscos movimientos supe que había llegado al orgasmo. No me detuve para nada, al contrario, puse más ímpetu en mis acciones. Rodeó mi cabeza con sus piernas y el fluido vaginal comenzó a empaparme la cara, no podía creer que se estuviera mojando tanto. Lo disfruté mucho, sorbí esos líquidos hasta que ella fue calmándose. La que no podía calmarse, era yo.
Me puse de pie y apoyé mi espalda contra la pared, levanté mi vestido y ella se zambulló como un nadador olímpico, entre mis piernas. No tuve tiempo para meditar lo que iba a ocurrir y me tomó por sorpresa. No estaba lista para semejante sensación. Su lengua se incrustó contra mi sexo, fue demasiado intenso. Nunca nadie me la había chupado. Comencé a gemir sin medirme, separé más las piernas y apreté su cabeza. Me resultó más que obvio que la chica tenía experiencia en el sexo con mujeres. Me la estaba comiendo de maravilla. Metió dos dedos en mi agujerito y los movió hasta que quedaron bien húmedos, luego me apretó una nalga, me abrió la cola y me metió un dedo por atrás. Me dolió, su uña larga me incomodó, pero estaba tan caliente que no podía decirle que lo quitara. Sin dejar de darme placer por delante, fue metiendo y sacando el dedo por detrás, con cierta dificultad. Mi culito se quejaba y mi vagina estaba de fiesta. Lo cierto es que la combinación de sensaciones me produjo un fuerte orgasmo en cuestión de segundos. En lugar de soltarme, metió un segundo dedo en mi cola, grité de dolor y sentí su lengua dentro de mi intimidad femenina. Un segundo orgasmo, más intenso que el primero.
«¡Dios mío! ¡Me está matando! ¡Me voy a morir! ¡Adiós mundo cruel! ¡Lucrecia se va en un orgasmo… o en dos! ¡Pero se va…y se va feliz!»
Los dedos en mi colita me provocaban ardor, por suerte los retiró antes de que las olas de placer menguaran. Respiré agitadamente, mi corazón rebotaba contra mis tetas, amenazando con hacerlas saltar fuera de mi cuerpo en cualquier momento. Se puso de pie y me besó. La abracé y me perdí en sus labios durante unos instantes, hasta que me tranquilicé. Me dolía la boca de tanto besarla, pero su lengua estaba imbuida por el sabor de mi vagina, y viceversa.
―Eso fue genial ―le dije cuando nos separamos.
―¿Cómo te llamas hermosa?
―Perdón, pero no puedo decirte mi nombre. Estoy de paso, que no se te olvide.
―¿Eso quiere decir que no te voy a volver a ver?
―Eso mismo. Pero de verdad la pasé genial con vos, sos hermosa.
Me despedí de ella mientras me suplicaba por mi número de teléfono. Ganas de dárselo no me faltaban, pero me aterraba la idea de que la gente supiera que tuve sexo con una completa desconocida. Ni yo me lo creía.
«Cochina Lucrecia, te cogiste a una mujer que ni siquiera conocías». Me reí de ese pensamiento, hace apenas unos días era una mojigata total que lo único que hacía era tragar apuntes de facultad. Ahora abusaba sexualmente de mis amigas, escapaba por la ventana durante la noche, me toqueteaba con otra en los vestuarios y tenía sexo lésbico con desconocidas. Me estaba enamorando de esta nueva Lucrecia, que sí sabía disfrutar de la vida.
-7-
Regresé a mi auto y manejé muy despacio hasta mi casa. Estaba bastante alcoholizada, eso sí que fue lo más imprudente de la noche.
En cuanto logré llegar sana y salva a mi casa, me dije que la próxima vez no bebería tanto si tenía que manejar. Me quité los zapatos y fui en puntitas de pie hasta mi cuarto.
El mayor inconveniente fue encontrarme con un pasillo completamente loco, que no dejaba de bambolearse de un lado a otro. Hasta las paredes me atacaban, pegándome en la cabeza y en las rodillas. Mi propia casa se había vuelto en mi contra.
Defendiéndome a empujones, logré llegar a mi cuarto. Una vez dentro, me desnudé completamente; Bueno, sólo debía quitarme el vestido.
Me tendí en la cama y actué sin pensar en nada, por pura inercia. Inercia lésbica, la llamaría yo. Activé la cámara de filmar en mi celular y comencé a masturbarme locamente, me sacudí en la cama y gemí suavemente, procurando no alertar a mis padres o a mi hermana, fue lo único sensato que hice.
Me metí los dedos indiscriminadamente y me froté el clítoris. En ese momento me prometí que nunca más me sentiría culpable al masturbarme. Hacerlo era demasiado placentero y no lastimaba a nadie, no entendía cómo algo tan lindo podía estar mal.
«¡A la mierda todo! Yo me voy a pajear a gusto».
Y así lo hice.
Me toqué durante unos quince minutos, hasta que tuve el tercer orgasmo de la noche. Manché todas mis sábanas con jugos vaginales, pero no me importó.
Actuando sin pensar, envié el video a Lara con una nota: « Así de caliente estoy por vos, hermosa ».
Caí rendida. Me quedé dormida al instante, con el teléfono en mano.
-8-
No sé exactamente cuántas horas dormí, pero sé que me despertó la vibración del teléfono. Se trataba de un mensaje de texto. Froté mis ojos y lo leí:
«¿Estás segura de que ese video era para mí?»
Firmado: Anabella.