Venus a la Deriva [Lucrecia] (06).

El Archivo Abigail.

Capítulo 6.

El archivo Abigail.

Sábado 12 de Abril, 2014.

-1-

Casi una semana después del altercado con Sofía, ocurrió algo poco frecuente: me quedé sola en casa. Casi siempre había al menos dos miembros de mi familia rondando por el lugar. A mi padre se lo veía con poca frecuencia, ya que su trabajo administrativo en el campo le demandaba muchas horas semanales, pero mi madre se las ingeniaba para estar cerca cuando uno menos lo quería; sin embargo esta vez tuvo que salir de improviso para mostrar una propiedad a un cliente potencial, no sin antes quejarse de que la hicieran trabajar un sábado. Mi hermanita tenía clases de inglés, en su instituto y frecuentemente le tocaba cursar durante los sábados.

Nunca supe muy bien cómo aprovechar los días en los que tenía la casa toda para mí, por lo general solía quedarme en la sala mirando televisión, disfrutando un poco de aquellos espacios que siempre estaban ocupados; pero esta vez el aburrimiento me ganó y comencé a deambular por todos lados, pensé en llamar a Lara para que viniera a visitarme pero no quería tentarme con la idea de que estuviéramos las dos solas.

Mientras caminaba hacia mi cuarto pasé junto a la puerta del dormitorio de Abigail, por lo general ella la dejaba cerrada para que mi madre no husmeara entre sus pertenencias, y lo bien que hacía, ya que mi madre no tenía respeto alguno por la privacidad del prójimo. Su lema era: “Si no hacés nada malo, entonces no tenés nada malo que ocultar”, sin embargo ella no comprendió nunca que no se trata de ocultar cosas malas, sino de tener un poco de intimidad. A ella no le agradó nada cuando Abigail y yo optamos por cerrar nuestros dormitorios con llave, cada vez que abandonamos la casa, o cuando queremos estar tranquilas; a mi madre le agradaba mucho menos que Abigail cerrara su dormitorio con llave, ya que en cualquier momento podría sufrir alguno de sus episodios, y no podríamos asistirla. Tengo que reconocer que en este punto ella tenía razón, pero se me ocurrió una solución muy práctica: la única que tenía una copia de la llave de Abigail, era yo. A su vez, ella poseía una copia de la llave de mi dormitorio. En caso de que ocurriera algo malo, podríamos abrir inmediatamente.

Me quedé mirando la puerta del cuarto, como si ésta me estuviera llamando. No puedo justificar todos mis actos; algunas de mis acciones son tan espontáneas, que ni siquiera tengo tiempo para evaluarlas, y ésta es una de esas. Supongo que puedo decir que me ganó la curiosidad… o el aburrimiento. Me dirigí a mi propio dormitorio, busqué la copia de la llave, y regresé al de mi hermana.

Al entrar al cuarto pude ver que no había nadie allí dentro más que varios muñequitos troll parados uno a la par de otro en una repisa, mi hermana adoraba esos anticuados muñecos como si fueran sus pequeños amigos, mi madre los detestaba y a veces había llegado a decir que los inofensivos muñequitos parecían engendros del demonio, con esos ojos saltones y cabellos tan extraños y coloridos; pero yo defendía a muerte a Abigail, y argumentaba que si le arrebataban esos muñecos, su estado psicológico podría empeorar mucho; esto atemorizaba a Adela y dejaba en paz a los trolls .

Comencé a explorar el atiborrado refugio de mi hermanita sin ánimo de invadir su privacidad, sólo estaba aburrida y hacía tiempo que no entraba a ese sitio. Como reacción automática abrí una puerta de una cómoda blanca y me encontré con una pila gran de DVDs , eso me dio una idea, allí seguramente habría alguna película interesante para ver.

La mayoría del contenido era sobre animé y a mí el género mucho no me agradaba, aunque tampoco lo descartaba. Tomé una pila de DVDs y fui leyendo los títulos uno por uno, hasta que de pronto me encontré con una impactante imagen. Se trataba de una foto con personas reales, un hombre desnudo estaba manteniendo relaciones con una mujer de pechos exageradamente grandes. Solté el DVD aterrada, no podía creer que hubiera encontrado material de ese tipo dentro del dormitorio de mi dulce hermanita.

Luego de unos segundos de confusión me di cuenta de que yo era una ingenua monumental, había estado mirando pornografía a hurtadillas sintiéndome casi una rebelde por eso cuando mi pequeña hermanita, con tan solo dieciocho años edad ya contaba con una buena colección de material pornográfico. Digo colección porque debajo de ese DVD encontré al menos cuatro más del mismo género, pero hubo uno que llamó mi atención más que el resto. En la portada dos mujeres se besaban descaradamente. ¿Acaso a mi hermana le parecía excitante el sexo lésbico? Puede que me estuviera adelantando a los hechos al pensar eso, tal vez sólo lo había comprado para quitarse la duda o como una simple curiosidad, ya que era el único de esa categoría. El corazón me latía incontrolablemente. ¿Debía hacerlo o no?

Sabía que no tenía mucho tiempo para decidirme, si no lo miraba en esa oportunidad, no volvería a tener otra igual en mucho tiempo. Me llevé el DVD a mi cuarto y me encerré en él. Lo coloqué en el reproductor y aguardé mirando a la pantalla de mi televisor desde la comodidad de mi cama. El video comenzó con una mujer voluptuosa, vistiendo ropa diminuta, abriéndole la puerta a una chica con coletas y atuendo de niña ingenua. La película estaba hablada en inglés y no tenía subtítulos pero no me costó deducir que la más joven de las dos aparentaba ser una amiga de la hija de la dueña de casa. La mayor, que llevaba el cabello rubio, se disculpaba con la muchacha diciéndole que su hija ya se había marchado. Se sentaron a charlar en un sillón y era obvio que la rubia intentaba seducir a la “niña ingenua” quien no era tan “niña”, ya debía ser mayor que yo por al menos tres años. Las actrices eran muy malas, no eran capaces de convencer a nadie, la escena perdía veracidad por lo pobre y absurdo que era el guion, estuve a punto de quitar la película cuando de pronto se besaron, me detuve en seco y observé.

Las manos de la rubia se perdieron bajo la corta pollera de la jovencita y comencé a acalorarme recordando lo que había hecho con Tatiana. No tuve que esperar mucho tiempo para verlas completamente desnudas, ambas tenían cuerpos plásticos y estilizados pero en ese momento no me importó, lo que más me llamaba la atención era cómo la mujer mayor le comía la rajita a la otra. Lo hacía de una forma exagerada pero que permitía ver claramente el movimiento del clítoris bajo la lengua. Como accionada por un interruptor invisible, me quité de prisa el pantalón hasta quedar desnuda de la cintura para abajo. Mi vagina ya estaba humedeciéndose y reaccionó placenteramente al contacto con mis dedos. La excitación no provenía de ver a estas dos mujeres interactuando lésbicamente, sino que yo me imaginaba a mí misma lamiendo esos labios rosados. Lamí mis dedos que me transmitieron el sabor de mi propio sexo y los llevé una vez más hacia abajo, froté mi botoncito de placer sin apartar la vista de la pantalla del televisor, la escena ya había perdido todo diálogo y se centraba únicamente en el acto sexual. Deslicé dos dedos hacia abajo dejando mi clítoris en medio de ellos y lo presioné levemente, mi respiración comenzó a agitarme a medida que yo aceleraba el ritmo con el que subía y bajaba la mano. En el mismo momento en que la más joven de las dos mujeres comenzó a practicarle sexo oral a la otra, introduje un dedo en mi vagina. Entrecerré los ojos y me perdí en el delirio libidinoso imaginando que Lara estaba entre mis piernas, también recordé el contacto de mis dedos con la pequeña protuberancia que toqué entre las piernas de Sofía. Junté mis piernas instintivamente y luego las abrí todo lo que pude al mismo tiempo que arqueaba mi espalda. Mi período menstrual había terminado hacía apenas un día y mis hormonas estaban alteradas, mi cuerpo entero agradecía cada roce, cada caricia.

Miré atentamente como la muchachita, parecía estar succionando el clítoris de la madre de su amiga, grabé esa escena en mi memoria como si quisiera aprender de ella. Sentí el jugo sexual deslizándose entre mis muslos y no me detuve ni por un segundo. Cuando llegó el momento del clímax no pude evitar dejar salir varios gemidos, sentía que mi alma se liberaba con cada uno de ellos. Continué tocándome suavemente durante un par de minutos hasta que mis pulsaciones fueron volviendo lentamente a la normalidad.

Fui al baño y me lavé para luego vestirme apresuradamente, debía devolver el video antes de que Abigail llegara. Lo guardé en su caja y me dirigí al cuarto de mi hermana. Por culpa de mi apuro y mis malditos nervios tiré media pila de DVDs al piso. Me encontraba acomodándolos uno por uno en su sitio rogando que fuera el orden correcto cuando sentí una aguda voz femenina que provenía de la puerta.

—¡Lucrecia! ¿Qué haces en mi cuarto?

—¡Hola Abi! Perdón, estaba buscando alguna peli para mirar… vos siempre tenés alguna buena peli —contesté poniéndome roja de la vergüenza—,  se me cayó todo pero ahora lo junto —esta vez fue ella la que se sonrojó.

—¿Qué tipo de película buscabas? —preguntó abriendo grande los ojos.

Me percaté de que miraba mis manos, cuando vi la película que estaba sosteniendo me encontré con una imagen de sexo explícito en la portada.

—Creo que vamos a tener que hablar claramente —le dije sabiendo que ambas estábamos en un aprieto.

Abigail giró su cabeza hacia la puerta asegurándose de que no había nadie en el pasillo, dio un paso hacia adentro y cerró la puerta del cuarto. Me senté sobre la cama sin soltar la película pornográfica. No me animaba a romper el silencio y ella parecía tan insegura como yo. Se sentó en una silla que estaba frente a un escritorio, donde estaba su gran computadora, la cual era uno de sus objetos más preciados.

—Este es un tema difícil —comencé diciendo—, no sé cómo hablar de esto con vos Abi.

—No hace falta hablar nada ¿pensás contarle a mamá que tengo esas películas? Porque si hacés eso, me voy a enojar mucho con vos, especialmente por haber entrado a mi cuarto sin permiso.

—No, no le voy a contar a mamá, eso sí que no, porque te las sacaría de inmediato y seguramente te castigaría hasta el día del juicio final —sonrió al saber que no la delataría—. Te pido disculpas por haber entrado a tu cuarto, es que estaba muy aburrida… sé que es la peor excusa del mundo, pero es la única que se me ocurre.

—Está bien, si es por eso, te puedo perdonar. Yo también suelo hacer locuras cuando estoy aburrida.

—Y cuando no lo estás, también —ella sonrió—. La verdad es que me sorprendió mucho que tengas este tipo de… material.

—¿Por qué te sorprende? No creo que tenga nada de malo mirar porno de vez en cuando.

—Supongo que no, sólo que vos sos tan chiquita…

—Podré ser chiquita, pero no soy ingenua, Lucrecia. ¿Alguna vez miraste alguna? —Me puse tensa y ella notó algo raro— ¿Viste alguna de mis películas? —sonrió mientras yo me mordía el labio inferior.

—Sí, vi una, hace un rato. Estaba devolviéndola cuando se me cayó todo —me resultaba muy difícil mentirle a mi hermana, ella tenía un don especial que le permitía leerme como si yo fuera un libro abierto. Sospecho que la mayoría de los locos pueden hacer eso… o tal vez es sólo idea mía—. Tengo que confesarte que no son muy buenas.

—Lo sé, algunas son bastante estúpidas, pero sí que se ponen calientes.

—Eso no te lo discuto. Digamos que cumplen con el objetivo.

—¿Y ese sería…? —me preguntó como si no conociera la respuesta.

—Bueno… vos ya sabés… no me hagas decirlo —nos reímos juntas.

—Me sorprendés Lucre, pensé que eras más reservada... por no decir pelotuda.

—¡Hey! Eso me ofende, no soy tan pelotuda como parezco.

—No te ofendas, es que pensé que eras más como... como mamá.

—No quiero ser como mamá —tal vez eso era lo que me hacía experimentar tantas cosas absurdas, intentar ser diferente a mi madre, quien estaba llena de complejos, especialmente en lo referente a la sexualidad—. Yo quiero disfrutar mi vida y si la paso bien mirando una película de estas, entonces es problema mío, yo no lastimo a nadie al hacerlo.

—¡Tenés razón! Eso mismo es lo que pienso yo —se puso de pie de un salto, tomando la postura de un político dando un discurso ante miles de personas—. ¿Qué tiene de malo hacerse una buena paja de vez en cuando?

—¡Che! Tampoco es para que lo estés diciendo así —me puse roja de la vergüenza.

—Bueno, perdón —se sentó a mi lado en la cama—. No tiene nada de malo tocarse un poquito, es completamente natural, todas mis amigas lo hacen y seguramente las tuyas también. Incluso esas de la iglesia.

—Sí que lo hacen —no podía confirmarlo con todas, pero estaba segura de que Lara sí lo hacía—, sólo que muchas no lo admiten.

—Yo no tengo problema en admitirlo, la que tiene problemas es mamá. Ella nunca nos deja vivir como queremos, si hacemos algo que nos gusta, enseguida nos arruina todos los planes. Siempre le encuentra algo malo a todo. Por eso es que ya no le cuento nada de lo que hago, vos deberías hacer lo mismo, hermana… también deberías buscarte un novio, así no recurrís tanto a estas películas… no es que no te las quiera prestar, podés pedirme las que quieras, pero vos ya tenés edad como para andar de novia sin que mamá se meta en tu vida. Sé que lo que te pasó la primera vez no fue nada lindo, pero ya pasaron años de eso... imagino que ya lo habrás superado.

—Supongo que sí —me quedé taciturna, no podía pensar en novios, era como si esa palabra no encajara conmigo; con mi nueva “yo”—. El problema es encontrar al indicado.

—Pero podés disfrutar de los “no indicados” mientras llega ese —me guiñó un ojo y no pude evitar reírme.

—¿Te imaginás cómo se pondría mamá si hago eso?

—Sí que me imagino, por eso es tan gracioso.

Miré hacia mi izquierda y vi la película lésbica tirada en el piso, la recogí y se la enseñé a mi hermana, se puso tensa de inmediato.

—¿Y ésta película qué significa? —Le pregunté, intentando no ponerla demasiado nerviosa.

—¿Por qué debería significar algo? Es una película porno, como las demás.

—No es como las demás... acá veo puras mujeres —me sentía extraña mirando fotos de mujeres desnudas junto a mi hermana, pero me carcomía la curiosidad—. Pensé que podía significar otra cosa.

—No me gustan las mujeres, si es lo que pensás; pero hay que admitir que es un poco caliente ver dos chicas haciéndolo ¿a vos no te pasa? —Me quedé muda, su pregunta me tomó por sorpresa—. Eso no quiere decir que yo vaya a hacer lo mismo, a mí me gusta la verg…

—Está bien, no hace falta que lo digas —la interrumpí—. Tenés razón, es bastante caliente ver dos chicas juntas y no tiene por qué significar que te gusten las mujeres —tenía la sensación de haber respondido a una de mis más grandes dudas internas.

—¿Querés verla? Te la presto.

—Ya la vi —le sonreí— es la que venía a devolver.

—¡Lucrecia! No te imaginaba en esas, pensé que habías agarrado de las otras.

—Como vos dijiste, no significa nada, simplemente me dio curiosidad.

—¿Y te calentaste? —En sus ojos vi la llama de la curiosidad, eso era algo que teníamos en común.

—No me siento muy cómoda hablando de eso con mi hermana.

—Hey, si no lo hablás conmigo ¿con quién más lo vas a hablar? Para eso somos hermanas —a veces pensaba que ella era la mayor, a pesar de su condición psicológica podía llegar a ser muy sensata... cuando se encontraba estabilizada por los medicamentos, por supuesto.

—En eso tenés razón. Sí me… calenté bastante, pero no…

—No significa nada, ya sé. Estaba pensando en comprar alguna más de ese mismo género, cuando la compre te la presto. Me recomendaron una muy buena en la que dos amigas se van de viaje y...

—Abi, ¿te puedo hacer una pregunta muy personal? —La interrumpí.

—¿Más personal que la masturbación? —Me hizo reír, aunque todavía me sentía incómoda.

—No sé.

—Preguntá lo que quieras.

—¿Alguna vez besaste a una chica?

—Ah, pensé que era algo más serio —hice una mueca con la boca, expresando mi incredulidad— Sí, besé a dos chicas —me quedé completamente boquiabierta al escuchar esa respuesta.

—¿Por qué lo hiciste? —Balbuceé.

—Porque tenía ganas de probar. Quería saber qué se sentía y mis amigas también pensaban igual.

—¿Amigas? No sabía que tenías amigas.

—Puedo ser muy antisocial, o asocial… como se diga; pero sí tengo amigas y son muy lindas, si querés te presento alguna.

—¿Y para qué voy a querer que me presentes alguna de tus amigas? —Pregunté nerviosa.

—No sé, sólo decía… sólo tomalo como sugerencia. ¿A vos qué chica te besó?

—¿Por qué asumís que me besó una chica?

—Porque de lo contrario no preguntarías, además no hubieras elegido esa película. Te conozco Lucrecia, algo tiene que haber pasado para que actúes de esa manera. Podés contarme, te prometo no decirle a nadie.

Había días en los que prefería que Abigail tuviera alguno de sus ataques, los cuales no le permitían pensar con claridad, ya que cuando su mente estaba despejada, podía ser sumamente perspicaz.

—Está bien, fue con una amiga, también. Me besó en los vestuarios de la universidad —decidí omitir los detalles obscenos.

—Eso te dejó confundida ¿cierto?

—Sí, mucho.

—No tenés por qué alarmarte Lucrecia. Yo también besé mujeres y eso no quiere decir que los hombres no me gusten, tal vez estaría con una chica, no te lo niego, pero sólo por curiosidad, y no cambiaría a los hombres por nada del mundo. A vos te falta experiencia hermanita, le hacés demasiado caso a mamá.

—Eso es cierto, últimamente siento que no sé nada de la vida —en mi cabeza retumbaban las palabras de mi hermana ¿Cómo ella podía afirmar con tanta naturalidad que se acostaría con una mujer?— Siento que no viví la vida a pleno.

—Y que no te cogiste a nadie.

—¡Abi!

—Pero es la verdad, todo el mundo sabe que no te acostas con nadie, porque siempre contás todo. Esto de tu amiga me sorprende y me alegra que me lo hayas contado, pero no se lo cuentes a nadie más. Dejate cosas para vos, así nadie se puede meter en tu vida. Mamá no sabe ni la mitad de las cosas que pasan en mi vida, vos tampoco las sabés.

—No te ofendas Abi, pero vos te la pasás encerrada acá adentro.

—Eso es lo que ustedes creen.

—¿A qué te referís con eso?

—Mejor dejalo así Lucrecia. Prefiero no hablar del tema, no vaya a ser que un día te entre la culpa y termines contándole todo a mamá.

—Podés confiar en mí, Abigail.

—No puedo, lo sabés muy bien. Sos el perrito faldero de mamá —estuve a punto de enojarme con ella pero tenía razón, por más conflictos que tuviera con mi madre, tarde o temprano ella se las ingeniaba para sacarme toda la información... o al menos la mayor parte.

—Te prometo que no voy a ser más su “perrito faldero”. De ahora en adelante voy a vivir mi propia vida... y que ella se vaya a la mierda.

—¿Una vida paralela? —Preguntó sonriendo.

—Eso mismo. Gracias por escucharme hermanita, a veces decís muchas verdades.

—Es que los locos siempre decimos la verdad.

—No estás loca.

—Sí lo estoy, pero no me molesta. Yo soy feliz con mi locura, vos deberías ser feliz con la tuya, y no ignorarla tanto.

—¿Pensás que también estoy loca?

—Casi tanto como yo, sólo que tu locura es diferente.

—¿Y cómo es mi locura? —Me divertía mucho la charla, hacía tiempo que no nos sincerábamos tanto.

—Averigualo, la tenés cerca todos los días. Aprovechala, descubrila y aceptala.

—Abi, ¿estás segura de que vos tenés solamente dieciocho años?

—Creo que sí, a no ser que hayan funcionado las cremas de rejuvenecimiento que le robé a mamá. Por cierto, si te pregunta por esas cremas, vos no sabés nada —me señaló con un dedo, de forma amenazante.

—¿Y vos para que querías cremas de rejuvenecimiento?

—Eso mejor te lo cuento otro día. No es apto para menores —me guiñó un ojo.

—¡Ay, Dios mío! —Exclamé y comencé a reírme cubriéndome la boca con una mano—. No me quiero ni imaginar qué cosas habrás hecho.

—Podría contarte…

—Menos sabe Dios, y perdona.

—¡Ya me tienen harta con las frases religiosas! Mamá y papá las repiten como loros, no empieces vos también.

—Perdón, tenés razón, a mí también me cansan bastante con la religión —de pronto Abigail abrió mucho sus ojos.

—¿Quién sos vos y qué hiciste con mi hermana? —Tuve que taparme la boca para no comenzar a reírme como tarada.

—Soy la misma Lucrecia de siempre, pero estoy… evolucionando.

—¿Acaso sos un Pokémon? Podrías ser la “Pokeboluda”.

—¡Tarada! —Volví a reírme, lo que me causaba más gracia era que mi hermana tenía la misma capacidad que yo para decir idioteces. Posiblemente ese irónico sentido del humor era nuestro mecanismo de defensa ante una vida prácticamente dominada por padres autoritarios—. Lo digo en serio, estoy cambiando; quiero cambiar. Me harté de ser “la nena de mamá”. Quiero vivir un poco mi vida, a mi manera.

—Hacelo, Lucrecia. Por favor, hacelo. Tal vez así vos puedas librarte de las opresiones de mamá y papá… tal vez a vos no puedan meterte en esa secta.

Me quedé muda durante un segundo, la mirada temblorosa de mi hermana me exigía una corroboración, un asentimiento, algo que yo no podía dar. Odiaba cada vez que ella tocaba el tema de la secta, no sabía cómo reaccionar ante ello.

—Papá y mamá no están en ninguna secta, Abi.

Uno de los delirios más recurrentes de mi hermana era que nuestros padres pertenecían a una especie de secta híper religiosa a la que sólo podía entrar un grupo muy selecto de adeptos a Cristo. Nuestros padres podrían ser autoritarios y poco demostrativos emocionalmente, pero no formaban parte de ninguna secta religiosa.

—Te digo que sí —insistió.

—Bueno, mejor eso lo dejamos para otro momento —me estaba poniendo realmente incómoda, quería marcharme de allí; busqué un pretexto para cambiar de tema, vi sobre la pila desparramada de películas porno una en la que una voluptuosa morocha estaba siendo penetrada por un hombre, al mismo tiempo que besaba a otra mujer—. ¿Me prestás esta película? —la pregunta la dejó algo desconcertada.

—¿Eh? Sí, bueno, dale.

—Gracias, hermanita. Después te la devuelvo.

Salí rápidamente del dormitorio, sin mirar atrás. Me dolía en el alma huir tan cobardemente de los problemas mentales de mi hermanita, pero sabía, por experiencia, que si empezábamos a discutir por el asunto de la secta, terminaríamos peleando y ella quedaría con una enorme confusión, que la podía llevar a uno de sus “ataques”.

-2-

No tenía intención de mirar la película que había sustraído del cuarto de mi hermana, por lo que la dejé sobre la cama y fui en busca de mis carpetas, para retomar mis estudios.

Estaba concentrada en un tema muy interesante, sobre la Teoría General de los Sistemas y su aplicación en la administración de empresas, cuando la portada de la película porno captó mi atención. Algo me resultaba extraño en esa escena tan explícita. Me levanté y fui en busca de ella, al mirarla detenidamente me percaté de que la muchacha estaba siendo penetrada por el ano por un pene largo y venoso. No era tan ingenua como para desconocer el sexo anal; pero jamás había visto una imagen que lo representara de semejante forma, y a esto sumándole la escena lésbica que se desarrollaba en simultáneo. Guiada por la curiosidad, cargué el DVD en mi reproductor y me recosté en la cama para ver qué ocurría.

Bastaron apenas cinco minutos de diálogos sin sentido entre la protagonista y su amiga para que ambas terminaran manoseándose. Me resultaba muy bonita la chica de pelo castaño, ya que tenía una carita de muchachita ingenua, muy diferente a la de la protagonista que tenía todas las cualidades de una actriz porno, una mujer que lucía provocativa en cada mínimo gesto o movimiento.

Mi mano se perdió dentro de mi pantalón mientras en la pantalla las dos mujeres se chupaban las vaginas mutuamente. Gracias a las escenas en primer plano podía ver cómo esas lenguas hurgaban en toda la cavidad femenina y jugaban con esos labios completamente lampiños. Algunas lamidas me parecían exageradas, me imaginaba que yo no perdería tanto tiempo jugando con la punta de mi lengua, yo intentaría abarcar toda la vagina con mi boca y chuparla…

Me di cuenta de que realmente estaba fantaseando con la idea de lamer una vagina, inclusive llegando al punto de imaginar de qué forma me gustaría chuparla. Tuve que dar rienda suelta a mis dedos, que se concentraban en presionar mi clítoris y frotarlo tanto como les era posible en el reducido espacio que quedaba entre mi sexo y el pantalón. Decidí quitarme la ropa, al fin y al cabo ya estaba en plena masturbación y la película seguía su curso, sería absurdo detenerse.

Una vez que estuve desnuda separé mis piernas y contemplé mi rosada vulva humedecida, la abrí con dos dedos, intentando imaginar que se trataba de la vagina de otra mujer. Imaginando que se trataba de la de Lara. Para poder imaginarla (o recordarla) mejor, cerré mis ojos y me dejé sumergir en ese mundo de fantasías lésbicas. Podía estar violando varias normas de la religión católica en ese preciso momento, pero… ¡Qué bien se sentía! Toda la sangre de mi cuerpo parecía fluir hacia mi vagina, que cada vez se acaloraba y se humedecía más.

Al abrir los ojos me encontré con que la escena del televisor había cambiado considerablemente. Un tipo había entrado a la habitación en algún momento. Por alguna extraña razón ya estaba desnudo, con su enorme pene ya erecto, apuntando hacia el culo de la mujer madura quien, a su vez, recibía lamidas en el clítoris por parte de la muchachita.

Detuve mis dedos al quedar impresionada por la forma en la que ese pene ingresó en el ano de la mujer. Lo hizo con tanta facilidad que por un momento creí que sería algún truco de edición; pero no, allí estaba realmente, dentro de su cola. Ella mostraba grandes signos de goce. Debo admitir que el pene de hombre no me excitó en lo más mínimo, pero sí lo hizo el imaginar lo que esa mujer estaría sintiendo en ese momento, al ser penetrada de esa forma. La mujer saltaba sin miedo, cayendo una y otra vez en ese miembro masculino que se perdía velozmente en su orificio anal y volvía a aparecer como por arte de magia.

Mi maldita curiosidad me hizo ir más lejos. Necesitaba saber qué se sentía. Separé mis piernas y a tientas busqué mi culito. Cuando lo encontré intenté introducir el dedo, pero sólo me causé ardor. Usé mi cabeza por un par de segundos y llegué a la conclusión de que necesitaba lubricación, por eso lamí mis dedos y volví a intentarlo. Esta vez el resultado fue mucho mejor. Conseguí introducir parte del dedo. No se sintió nada bien, ardía y me daba miedo lastimarme; sin embargo no quise renunciar tan rápido, esa mujer estaba disfrutándolo, por alguna razón, y yo quería averiguar cuál era.

Volví a lubricar mi dedo y al introducirlo sentí un gran alivio; la sensación estaba mejorando. Reanudé las caricias sobre mi clítoris, usando la otra mano; esto me ayudó a relajarme y mantener mi calentura. Cerré los ojos una vez más y me imaginé que el dedo que intentaba abrirse camino por mi culito, era el de Lara. ¡Qué fácil se volvía todo cuando pensaba en ella! Si bien una parte de mí me decía que hacía mal en masturbarme pensando en mi amiga, por el otro lado me producía un remolino agradable en la boca del estómago.

Después de masturbarme por un rato, y meter un poco el dedo en mi cola, me consideré satisfecha. Apagué la tele y me quedé mirando el techo, recuperando el aliento. Me ardía un poco el ano, pero no había estado tan mal. Me sentía liberada. Estaba descubriendo mi propio cuerpo como nunca lo había hecho. Estaba disfrutando de mi cuerpo… y del de Lara.

No sabía qué tan lejos llegaría con todo esto. En algún momento mis propios miedos y la culpa me limitarían; sin embargo en ese momento no tenía ganas de arrepentirme de nada. Me dejé en paz por una vez y sonreí. La había pasado bien y nadie había resultado lastimado, eso era todo lo que me importaba.