Venus a la Deriva [Lucrecia] (03).

Flotando en la Corriente.

Capítulo 3.

Flotando en la Corriente.

Jueves 27 de Marzo, 2014.

-1-

Sin pretenderlo, le di dos días de descanso a mi torturada psiquis. No pensé en cuestiones sexuales ni medité acerca de mis posibles inclinaciones lésbicas. Supongo que esto se debió a la culpa que sentí por haberme ausentado en la universidad durante un día completo. Los dos días que siguieron a mi rebeldía académica me los pasé estudiando y prestando exagerada atención a lo que explicaban los profesores. Supuse que mi rutina diaria se encargaría de tapar mis dudas y dejarlas sepultadas en el olvido; pero me equivocaba al presumir que mis vacilaciones sexuales estarían dispuestas a ser asesinadas sin oponer resistencia.

Una mañana en la que transitaba por los pasillos de la universidad me llevé una sorpresa al ver a una chica, a la cual no conocía, inclinada hacia adelante, buscando algo en la mochila que estaba en el suelo, lo impactante fue ver cómo el pantalón de la jovencita se había bajado un poco permitiéndome ver el triangulito de su tanga asomándose. No me detuve y continué caminando, pero mis ojos se quedaron fijos todo el tiempo en esa colita apretada por el ajustado pantalón. ¡Dios! ¡Estaba reaccionando igual que un hombre! ¿Cómo podía ser que me quedara hipnotizada mirándole la cola a una chica?

Lo peor fue cuando, minutos más tarde, en la cafetería, me pasó algo similar, mis ojos se posaron en un par de redondeadas nalgas perfectamente encajadas en un gastado pantalón de jean, cuando la dueña de tan llamativas posaderas se dio vuelta, me saludó con una gran sonrisa.

―Hola Lara ―respondí a su saludo; rogando que ella no hubiera notado mi desliz.

Nos sentamos en una de las mesas de la cafetería a charlar un rato sobre temas vanales, pero yo no podía concentrarme, un involuntario y repentino calor me estaba invadiendo. «Son solamente colas, Lucrecia, vos tenés una igual», me decía a mí misma; sin embargo no podía quitarme de la cabeza esas sugerentes siluetas femeninas. Me fijé en varias mujeres que compartían mesas contiguas, ninguna de ellas me llamaba la atención... hasta que vi una con un amplio escote. Mis ojos se perdieron en la cavidad que formaban esos senos gemelos. Conocía a esa chica, era Jorgelina, una de mis amigas, la que tenía fama de ser muy promiscua... y su atuendo no la ayudaba mucho a desmentir esos rumores.

Minutos más tarde Lara se despidió de mí, me dio un beso en la mejilla, demasiado cerca de la boca, y una ola de calor bajó desde el sitio en el que ella estrelló sus labios, hasta la boca de mi estómago. Cuando ella se perdió de vista me dije a mí misma que debía irme a casa y darme una ducha fría... o masturbarme; pero esto último lo haría sólo si era estrictamente necesario e intentaría apartar de mi imaginación todo lo que tuviera que ver con el sexo femenino.

Mis planes de huida se arruinaron por completo cuando, a pocos metros del hall de entrada, me crucé con Tatiana. La saludé con la mano y ella dejó de hablar con un chico para acercarse a mí.

―¿Cómo estás, Lucre? ¿Lograste algún avance con... ese temita? ―bajó la voz para que nadie pudiera oírnos.

―No, para nada... sigo con muchas dudas... creo que no hice bien mi tarea.

―¿Querés que vayamos a algún lugar más privado, para hablar?

Evalué esa posibilidad, no era para nada mala, mi cabeza seguía hecha una jungla llena de confusiones y la única persona con la que me sentía cómoda para hablar del tema, era Tatiana.

―Está bien, vamos ―acepté.

-2-

Otra vez nos encerramos en el vestuario, allí no sólo podíamos hablar sin que nadie nos escuchara sino que también estábamos lejos de la vista de cualquier curioso.

―Contame qué novedades hubo ―me dijo sentándose muy cerca, justo delante de mí.

―No hay novedades. No hice nada de nada. Hasta intenté no pensar... pero es muy difícil no pensar en nada. Cada vez que me quiero distraer, me aparece otra vez la imagen de... ―me quedé callada porque me di cuenta de que estaba hablando de más.

―De esa chica misteriosa que te está volviendo loca ―Tati completó la oración por mí―. Llamémosla... no sé... ¿Lara?

La miré sorprendida y avergonzada, como si me hubiera atrapado robando algún objeto de su casa.

―¿Cómo sabés?

―No soy tonta, Lucrecia. Anduve por los mismos caminos que vos, hace ya un par de años. Casualmente viniste a contarme todo esto justo después del asunto del beso con Lara, además ustedes siempre andan juntas, no fue muy difícil llegar a esa conclusión. Pero quedate tranquila –su cálida mano se posó en mi rodilla derecha–, no le voy a contar a nadie, esto es un secreto entre nosotras dos.

―Agradezco eso... y en parte me tranquiliza un poco poder confesárselo a alguien.

―Lara es una chica hermosa, no me extraña que te hayas fijado en ella.

―No sólo es hermosa, sino que también es muy simpática, divertida e inteligente. Son tres cualidades que me encantan de las personas y ella las tiene en gran medida. A veces puede ser un poco fría y distante, pero eso la hace aún más intrigante.

―Hablás de ella como si estuvieras describiendo al amor de tu vida ―me dijo con una gran sonrisa.

Me ruboricé y esquivé su mirada. Miré alrededor en busca de algún sitio para esconderme, podría meterme dentro de algún casillero, pero quedaría como una completa estúpida. No podía hacer otra cosa que afrontar la vergüenza.

―No lo llamaría así... no sé cómo llamaría a todo esto...

―Y eso nos lleva de nuevo al inicio del problema. Vos tenés que resolver esa duda, de alguna forma. Puede que no sea más que una confusión... como puede que estés ante una nueva vida.

―¿Nueva vida? ―pregunté.

―Sí, Lucre. Creeme que si llegás a darte cuenta que sos lesbiana, la vida te va a cambiar completamente. La mía lo hizo.

―No quiero que mi vida cambie ―esa fue una de las mentiras más grandes que me escuché decir.

―Eso a veces no se puede evitar. Sé que el cambio asusta, pero a veces termina sorprendiéndote la cantidad de cosas buenas que puede traerte.

―Y malas... a vos te fue mal con Cintia...

―Lo sé, pero es un riesgo que asumí hace tiempo. Si eso tuvo que pasar para que yo aceptara mi condición... entonces, bienvenido sea. Dolió muchísimo, pero ahora miro todo desde una perspectiva muy diferente. Cintia debe sufrir mucho más que yo, porque ella nunca aceptó ser lesbiana.

―Pero... pudo ser un desliz... algo del momento...

―Sí, pudo ser... pero no lo vi así, mucho menos ahora, que lo analizo en retrospectiva. ¿Nunca escuchaste hablar del detector de homosexuales?

―¿Qué es eso? ―ella se rio de mí, debí haber hecho alguna mueca muy cómica, pero totalmente involuntaria.

―A mí se me activó cuando acepté mi condición lésbica. Fue algo muy raro, no sé cómo explicártelo; pero tiene un mecanismo muy sencillo... cuando estoy íntimamente con una chica puedo darme cuenta si ella sólo está “experimentando” o realmente es lesbiana. Casi nunca me falla.

―Entonces, con Cintia...

―Tengo la certeza de que Cintia es lesbiana, se le notó mucho... tal vez ese día no me di cuenta, pero más adelante lo supe.

Comencé a evaluar todo lo que me había dicho Tatiana. ¿Sería cierto que era capaz de identificar si una chica es lesbiana o no? Tal vez sea su propio subconsciente quien le envié las señales al estar íntimamente con una chica... tal vez ella sea capaz de notar ciertos gestos, expresiones o deseos... de algo estaba segura, Tati tenía como un sexo sentido para saber cuándo la gente estaba triste o no, y no me refiero solamente a las últimas dos charlas que tuve con ella, en las que se dio cuenta desde el principio que algo malo me pasaba, sino que también podía recordar una mañana, durante los últimos meses del año pasado, en la que me encontraba estudiando en la biblioteca de la universidad, sumergida entre gruesos libros y pilas de apuntes y notas, cuando ella se me acercó y me dijo: «Lucre, ¿te sentís bien?». Me dejó sorprendida porque yo ni siquiera creía estar manifestando que algo malo me ocurriera, pero había algo que me tenía muy preocupada: la pornografía. La noche anterior había descubierto que mis padres pusieron un bloqueo en internet, en el que no se podía acceder a páginas para adultos, a no ser que se ingresara una contraseña. Eso me aterró ya que imaginé que habían descubierto que yo recorría ese tipo de páginas y, sin decirme nada al respecto, porque yo era su hijita perfecta, pusieron ese bloqueo. Aquella mañana le expliqué a Tati que había tenido una discusión con mis padres y ella me dejó tranquila con mi pena; pero yo estuve varias semanas sintiéndome muy avergonzada por mi propio comportamiento y por la medida disciplinaria tomada por mis padres. Sin embargo fue gracias a esto que logré controlar mi ansiedad por mirar pornografía.

―Tati... ―dije dubitativa― ¿Podrías emplear ese método conmigo, de alguna forma?

―Sí que podría ―respondió con una brillante sonrisa―, pero el método podría no gustarte... pero ―levantó la mano para que yo no hablara―, si algo te incomoda entonces se termina todo y damos el “experimento” por concluido.

―¿Experimento?

―Sí... si lo tomás de esa forma tal vez te resulte más fácil aceptarlo. Tuviste la primera prueba la última vez que estuvimos acá. Al menos ya sé que sos capaz de detener todo, si así lo querés.

Sin dejarme responder, volvió a posar su mano sobre mi pierna. Tuve un breve “ flashback ” recordando lo que había ocurrido la última vez, ella pareció notar mi estado nervioso.

―Tranquilizate, Lucrecia. Tomalo como un simple examen... uno en el que podés irte en cuanto quieras.

Asentí con la cabeza, pero no me había tranquilizado en absoluto, sino todo lo contrario. Su mano comenzó a trepar suavemente por mi pierna, hasta perderse debajo de mi pollera. Era un momento sumamente intenso para mí, nunca nadie me había tocado de esa forma, ni siquiera el chico con el que tuve mi primera vez, quien se limitó a penetrarme. Esto era un mundo nuevo... suave, delicado y erótico. Me estaba acalorando y no sabía si mis reacciones se debían al simple contacto humano, al que estaba tan desacostumbrada, o al contacto femenino. La detuve agarrándole el brazo. No me molestaba lo que hacía, pero me ponía tan nerviosa que me costaba controlarme.

―¿Esto es solamente una prueba cierto? ―le pregunté con voz temblorosa.

―Sí, Lucre, una prueba y nada más. Te repito, si te desagrada avisame, tal vez eso quiera decir que no te gusta que otra mujer te toque. No soy psicóloga pero sé que se siente muy diferente si te toca alguien que no te gusta, ya sea por ser mujer o por cualquier otro motivo.

Liberé su brazo y sus dedos exploradores llegaron hasta la zona más íntima de mi anatomía. Un súbito relámpago de placer atravesó mi cuerpo. Tati me acarició suavemente la entrepierna por arriba de la bombacha. Todo el tiempo nos miramos a los ojos, yo estaba petrificada y sabía que ella estaba analizando cada una de mis reacciones. Sus dedos circundaban mi clítoris y a veces recorrían la línea que dividía mi vagina. Era una sensación increíble... como masturbarse, pero mil veces más intensa, ya que no podía anticipar cómo me tocaría después.

―¿Te molesta? ―me preguntó con ternura.

Negué con la cabeza lentamente.

Con su mano libre sujetó una de las mías y la colocó entre sus voluminosas piernas, mi corazón latió deprisa y la tensión en el ambiente era tanta que un simple ruido me hubiera ocasionado un infarto. Pensé que sólo se limitaría a tocarme, lo cual ya era demasiado, pero el sentir la suavidad de su piel me hizo sentir aún más extraña.

―¿Te gusta?

La pregunta cambió drásticamente de enfoque, era mucho más fácil responder que no me molestaba, que afirmar que me gustaba. No dije nada pero subí mi mano hasta dar con sus partes erógenas. Ella también llevaba una bombacha, pero no podía verla. Tati encontró otra vez mi abultado botoncito sexual y lo masajeó con gran delicadeza sin apartar la tela, en ese instante un escalofrío cruzó por la espalda, pero fue algo muy agradable. Intenté dar con el de ella, separó un poco las piernas para facilitarme la tarea.

¿De verdad esto me ayudaría a determinar si me gustaban las mujeres o no?

Desde el primer contacto con su clítoris supe que ella lo tenía más grande y grueso y que… me agradaba mucho tocarlo. Resultaba morbosamente entretenido. Me estaba mojando, temía que ella lo notara, pero tampoco me animaba a pedirle que se detuviera. Sus ojos marrones estaban más bellos que nunca, podía sentir su suave aliento chocando contra mi mejilla derecha.

―Si pensás que estoy yendo muy lejos, avisame.

Acto seguido apartó mi bombacha hacia un lado y sentí la tibieza de sus dedos justo sobre el área más húmeda de mi vagina. Sabía que tenía el poder de detener todo esto cuando quisiera, pero una fuerza en mi interior me impedía hacerlo. Torpemente hice a un lado su ropa interior y apreté mis dedos contra su clítoris.

―¡Auch! Despacito ―se quejó.

―Perdón es que… ―era una completa novata en prácticas sexuales y ni siquiera supe cómo disculparme, además estaba aterrada.

―Todo bien, no pasa nada ―sus dedos me estaban revisando los genitales con maestría. Me costaba mantenerme serena, mi respiración se estaba agitando cada vez más―. ¿Te gusta? ―volvió a preguntar.

―Sí, me gusta ―no pude mentir... esta vez no.

―Sé que no sos virgen... eso me permitiría llegar un poco más lejos. ¿Estás lista?

Me costaba creer que la situación hubiera llegado a tal punto y tendría que haber adivinado por qué me preguntaba eso. Mi impacto emocional al sentir uno de sus dedos penetrándome fue tan grande que separé más las piernas, todo lo contrario a lo que mi sentido común me ordenaba hacer. En lugar de quejarme, quise hacer lo mismo con ella, busqué a tientas su agujerito decidida a seguir adelante con este extraño experimento. Noté un poco de líquido viscoso cubriendo sus tibios labios vaginales.

―Todavía no, esperá a que lubrique bien ―me sonrió como si fuera una dulce maestra enseñando a su joven alumna. Me hizo sonreír involuntariamente.

Moví los dedos sobre su sexo imitando lo que ella había hecho y empleando mis limitados conocimientos en masturbación. De a poco fui sintiendo la zona cada vez más húmeda. De verdad estaba excitando a una mujer… y ella me estaba haciendo lo mismo. Su dedito entraba y salía suavemente, no me dolía para nada y se sentía mucho mejor que aquellas veces en las que lo hice yo misma. Cuando me metió un segundo dedo se me escapó un gemido.

―Metelo ahora.

Hice exactamente lo que me pidió. Hundí mi dedo mayor en su vagina, nunca había tocado, por dentro, una que no fuera la mía, se sentía muy diferente, era más espaciosa... por no decir abierta. Me animé a meter un segundo dedo y al parecer fue una decisión acertada.

―Uy, eso me gustó –dijo apoyando la cabeza en mi hombro derecho.

El movimiento de sus dedos se hizo cada vez más intenso. No sólo los movía por dentro, eventualmente los sacaba y frotaba mi clítoris, al estar tan bien lubricada se sentía todo de maravilla. Comencé a gemir directamente en su oreja.

La imité con cada paso que dio, intentando hacerlo lo mejor posible. También apoyé la frente en su hombro y allí estábamos las dos, masturbándonos mutuamente y, a esta altura del partido, ya no me importaba mucho si se trataba de una prueba o no, lo estaba disfrutando mucho. Se acercó más a mí y me rodeó con su brazo libre. Su cálido abrazo me reconfortó y al mismo tiempo me incentivó. Debía hacer lo mismo, lo necesitaba. El hacerlo me conmovió bastante, no sólo por el placer que estaba recibiendo de forma directa sino también porque hacía muchísimo tiempo que no abrazaba a alguien de esa forma. Estaba muy, pero muy, excitada. No tenía comparación con la masturbación en solitario, además recibía la satisfacción extra de estar brindándole el mismo placer a otra persona... aunque esa persona fuera mujer.

Recordé los suaves labios de Lara, los de la vagina y los de su boca. También recordé ese lindo beso que me había dado aquella mañana, aunque hubiera sido algo corto. No había besado muchas personas en mi vida y mucho menos mujeres.

Giré mi cara hacia la derecha, mi nariz y mi boca pasaron sobre la mejilla de Tatiana, me moví insegura pero ella adivinó mis intenciones y medio segundo después ya estábamos besándonos. El beso comenzó tan súbitamente que ni siquiera podía recordar el primer momento en el que nuestras bocas se tocaron, sólo podía disfrutar lo que ocurría.

Sus dedos escarbaron más profundo y su lengua hizo lo mismo dentro de mi boca. Nunca había recibido un beso tan intenso, los pocos que había dado en mi vida fueron con la boca casi completamente cerrada, pero este era muy diferente. Podía sentir cómo mi saliva humedecía sus labios y ella los míos. Su vagina era suave y acolchonada, me encantaba esa sensación al tacto, además el olor a sexo femenino ya estaba llegando hasta mis fosas nasales. Era un aroma prohibido y embriagador.

Pocas veces en mi vida había sentido tanta lujuria y una de esas veces fue justamente la noche con Lara. En ese instante supuse que mi vida cambiaría drásticamente, tal y como Tatiana lo había vaticinado; sin embargo no me detuve, al contrario, me esforcé el doble por satisfacer a la chica que tenía frente a mí.

Toqué su clítoris, con más suavidad que la última vez, pero ejerciendo un poco de presión. A continuación metí los dedos y los saqué cubiertos de viscoso fluido vaginal, ella tenía la mano aún peor que la mía.

Nuestra exaltación iba en aumento, su boca bajó hasta mi cuello. Luego sacó los dedos de mi sexo y los lamió durante unos segundos para luego volver a introducírmelos. Busqué su boca desesperadamente y sentí una estimulante mezcla de su saliva con mis propios jugos vaginales.

Comenzó a empujarme suavemente hacia mi izquierda con el peso de su cuerpo, no dejamos de meternos los dedos. Quedé acostada boca arriba sobre el banco de madera. Ella se quitó la bombacha y rápidamente pasó una pierna por encima de mi cuerpo y se colocó justo arriba de mi cara. Allí fue cuando la vi.

Su vagina era regordeta, tenía labios voluminosos. Estaba cubierta por algunos hilos de flujo, podía ver su orificio abierto, la tenía justo sobre mi cara y cada vez se acercaba más.

―¡No, eso no! ―grité; sentía que era un monstruo de pesadillas que venía a comerme.

―Está bien, no hay problema ―me dijo, apartándose―. ¿Ves? Tenés tus límites. Eso es bueno… al menos para vos.

Me puse de pie rápidamente y acomodé mi ropa. Me di cuenta de que estaba temblando como una hoja en otoño.

―¿Querés hacer algo más? ―dudé unos instantes ante su pregunta.

―¿Te puedo ver desnuda? ―sugerí tímidamente, creyendo que me había excedido.

―¡Claro! Sería todo un honor para mí ―su sonrisa, poblada de dientes blancos como teclas de piano, era realmente sincera.

Se despojó de su pollera en un abrir y cerrar de ojos y casi al instante se sacó la blusa mostrándome un grueso corpiño gris que apenas podía cubrir sus voluminosos pechos. Al desprenderlo sus tetas rebotaron, pude ver, una vez más, esas dos grandes areolas con oscuros pezones muy bien definidos. Las curvas de su cuerpo eran pronunciadas, diferentes de la sutileza que caracterizaba el cuerpo de Lara. Pude ver que su pubis estaba completamente depilado y manchado con flujos sexuales.

―¿Qué te parece? ―me preguntó adoptando una pose sensual.

―Sos hermosa, Tatiana ―respondí en voz baja.

Estaba anonadada, era la primera vez que una mujer me permitía verla desnuda, con intenciones sexuales de por medio. Se abalanzó sobre mí y me hizo retroceder hasta chocar contra un casillero metálico. Metió otra vez sus habilidosos dedos bajo mi pollera. Nos besamos y continué masturbándola con mucha más libertad gracias a su completa desnudez.

Puedo ser muy mojigata e ingenua, pero me di cuenta de inmediato que la intención era hacer acabar a la otra, eso se evidenciaba en nuestros intensos y rápidos movimientos. Podía escuchar el chasquido húmedo que producían nuestros sexos al ser frotados o penetrados por dedos firmes y decididos. Intentábamos respirar por la nariz ya que nuestras bocas se negaban rotundamente a separarse. Me ardía el clítoris, pero era un ardor grato, placentero... quería más... pero no podía resistir más.

La primera en llegar al orgasmo fui yo, era obvio que ocurriría de esa forma, ella sabía muy bien lo que hacía. No dejó de tocarme ni por un segundo mientras mi sexo se inundaba con el líquido lujurioso del placer y mis pulmones luchaban por recuperar el aire perdido en los gemidos que murieron dentro de la boca de Tatiana.

Justo cuando sus toqueteos estaban por parecerme incómodos, apartó la mano. Me sorprendió que midiera tan bien el tiempo de mi orgasmo, el cual fue intenso y delicioso, el primero que tuve provocado por otra persona.

La miré con una sonrisa tallada en mi rostro y en forma de agradecimiento seguí tocándola durante un par de minutos, ya me estaba preocupando, me creía una inútil incapaz de llevarla al clímax sexual, pero éste llegó y sus gemidos me lo hicieron saber. Me besó con fuerza y lo toqué mientras me mojaba todavía más la mano. Ella jugaba con mi lengua mientras yo presionaba su clítoris con el pulgar, no me quedé allí eternamente, sino que aparté la mano cuando lo creí apropiado.

Al separarnos quedamos mirándonos a los ojos. Me puse incómoda, ya que estaba volviendo a la realidad. La cabeza me daba vueltas con mil ideas y todas estaban relacionadas con mujeres. Fui hasta el lavamanos y me lavé bien, también enjuagué mi entrepierna. Ella hizo lo mismo a mi lado.

―Estuvo muy bueno, fue muy intenso ―me dijo mientras se lavaba―. Te juro que nunca imaginé que te animarías a llegar tan lejos.

―Este, Tati… yo, lo del beso… no pienses que… me pasa algo con vos, o sea, fue lindo… pero yo… no estoy lista para que seamos…

―¿Para que seamos qué? ―Me miró a los ojos y de pronto estalló en carcajadas; me puse roja de la vergüenza―. Vení, Lucre, sentate. Te voy a decir algo ―tomé asiento y aguardé―. No te tomes todo tan en serio, chiquita, mucho menos un beso. No pienses que porque nos besamos y nos tocamos un poquito ya vamos a casarnos. ¿Nunca besaste a un chico en una discoteca? ―Nunca lo había hecho pero ella no esperó mi respuesta―. Esto es lo mismo. Te besás con alguien que no conocés, la pasas bien y después no lo ves nunca más. No pasa nada. Además te dije que todo esto era un experimento, una simple prueba. La verdad es que ahora estás un poquito más comprometida que antes, pero tampoco es el fin del mundo nena. Todavía ni siquiera podes asegurar que te gusten las mujeres, si supieras la cantidad de chicas que hay por ahí, acá mismo en la Universidad, que probaron con mujeres y no les gustó ―eso fue una revelación total, no me imaginaba a ninguna de las chicas de la facultad acostándose con mujeres―. Te lo digo por experiencia, en tres o cuatro ocasiones me acosté con mujeres que la pasaron bien pero nunca quisieron repetirlo, y no hablo de Cintia. Vos todavía estás un poquito verde en la materia lésbica. Te falta mucho por aprender y por experimentar antes de que asegures algo.

―Pero... ¿llegaste a algún veredicto sobre mi sexualidad? ―no era tan tonta, ella me estaba hablando de generalidades, pero no decía nada específico sobre mí.

―Sí, ya tengo un veredicto, su señoría ―se burló de mí.

―¿Y cuál es?

–Secreto de sumario. Si te lo digo ahora vas a dejarte llevar por mi opinión y puede que me equivoque. Antes tenés que pasar por muchas otras cosas... te lo digo después.

―Eso no vale ―me quejé―, vos podés cambiar el veredicto dependiendo de lo que yo haga más adelante, es hacer trampa... ya estoy dudando de tu “detector de homosexuales”.

―Nunca dudes de él ―me señaló con el índice―. Pero lo que te dije es cierto, Lucrecia. Mi opinión podría cambiar tu comportamiento para intentar adaptarte a la misma y no quiero que sea una sentencia.

―Eso no me dice nada... podrías estar refiriéndote a cualquier cosa que daría lo mismo.

―Exactamente. Podría ser que sí... podría ser que no... podría ser un tal vez... podrían ser tantas cosas... por eso no te lo quiero decir.

―Tramposa ―fruncí la boca y el entrecejo inflando mis cachetes con aire.

―Oh... la nena está haciendo pucherito... ¡qué ternura! Podemos hacer una cosa...

Dio media vuelta y comenzó a buscar algo dentro de su bolso, de adentro de una carpeta extrajo un pequeño sobre, color azul marino.

―Esta es la invitación al cumpleaños de quince de mi primita, ya no necesito el sobre –me dijo–. Si querés yo anoto el veredicto en un papel y cierro el sobre. Cuando estés lista, podés ver lo que escribí. Podrías llegar a sorprenderte.

―¿Y cómo sé que no vas a cambiar el papel?

―¿Siempre sos tan desconfiada, Lucrecia?

―No... pero tampoco soy tan estúpida.

―Está bien... ―extrajo un pequeño papelito de su bolso―. Firmalo... así vas a saber que usé el mismo.

La miré dubitativa y de pronto le sonreí. El jueguito me divertía... por más que allí pudiera estar en juego mi destino, me entretenía. Firmé el papel, tal como me lo pidió y luego ella escribió, sin permitirme ver, su veredicto. Luego lo metió dentro del sobre, lamió la solapa con pegamento y lo cerró.

―Listo... acá la respuesta a todos tus problemas.

―¡Maldita! No me digas eso que me hacés desesperar.

―Tranquila, Lucrecia... aún te queda mucho por experimentar hasta que vos estés segura.

―¿Qué más tendría que experimentar? ―a mí ya me parecía un exceso enorme lo que habíamos hecho.

―Por ahí estás en una etapa de calentura, puede que sea sólo un desliz momentáneo.

―Vos ya sabés la respuesta a eso, me imagino ―la miré acusadoramente.

―Puede que sí, pero ya te lo dije... primero tenés que saberlo vos, sino es hacer trampa. En definitiva, hasta no probar una concha no podés asegurarte ―la palabra “concha” siempre me molestó ya que la consideraba sucia, pero no dije nada―. Bueno, ese sería el último paso. ¿Nunca miraste porno?

Me dejó helada con su pregunta, fue como un cachetazo repentino propinado por una madre en el preciso instante que pescaba a uno de sus hijos o hijas mirando pornografía.

―Sí... sí miré.

―¿Y qué pasó? ¿Te gustó? ¿Viste cosas entre chicas?

―Vi un poco de todo... pero eso fue hace tiempo ―en realidad no había pasado tanto tiempo, pero en mi mente tenía la sensación de que así lo era.

―Entonces deberías mirar otra vez... mirá hombres, mujeres... todo lo que se te ocurra... y compará lo que sentís con cada cosa.

―Puede ser ―la idea me parecía buena―, pero en mi casa bloquearon todas las páginas para adultos. No puedo volver a mirarlas.

―¿Dónde vivís, amiga? ¿En Guantánamo? ―pensé en la polémica prisión estadounidense y me encogí de hombros.

―Creo que mi casa se parece un poquito a eso, en ciertas ocasiones.

―Qué triste... pero no te preocupes, todo tiene solución. Acá a dos cuadras hay un cibercafé muy discreto. Nadie ve lo que estás haciendo, si querés podés ir y sacarte la duda. Mirá fotos de lo que se te ocurra, por ahí si ves un par de hombres desnudos te das cuenta que eso es lo que te gusta.

―Está bien, cuando pueda lo voy a hacer.

―Me entristece un poco todo esto Lucre, siento que tus padres no te dejaron vivir.

―A veces yo pienso lo mismo ―el mundo me estaba abrumando con información nueva que no podía controlar, pero todo esto no sería nuevo si mis padres no hubieran limitado tanto mi vida-. Me gustaría que todo eso cambie de una vez.

―Veo que ya estás aceptando el cambio. Si llegás a darte cuenta que sos lesbiana, prometeme que vas a salir conmigo, al menos una noche. No como novias ―me aclaró―, sino como amigas... íntimas.

―¿De verdad querés salir conmigo? ―tengo que admitir que eso levantó un poco mi pisoteado ego.

―Obvio, sos hermosa y una mina muy buena. Además besás muy bien ―eso sí me sorprendió, era mi primer beso con lengua, ni siquiera sabía si lo había hecho bien.

―Está bien, te lo prometo ―le dediqué la mejor de mis sonrisas.

-3-

Salimos a hurtadillas del vestuario. Me sentía alegre y viva. Tenía la sensación de haber ganado una gran amiga, que sería una persona muy importante en mi vida.

Siempre me creí una tonta que se perdía de las cosas buenas de la vida mientras mis amigas se divertían y se metían en problemas; pero esta vez fui yo la que hizo una “travesura” por los pasillos de la universidad. Me sentía culpable pero a la vez me agradaba mucho todo esto, me llenaba de adrenalina.

Aún me quedaba un largo camino por recorrer. Ni me imaginaba las cosas que vendrían después.