Venganza morbosa 2ª parte
Continua la pesadilla
— ¿Qué esperas de nosotros exactamente?
Ladeó de nuevo la cabeza varias veces, como si quisiera re situar su sien sobre la espalda,
—Vuelves a interrumpirme María, eres incansable.
—Si quieres pasta ya la tienes, yo puedo dártela.
—Ya lo sé Juan, ya lo sé…, pero es que busco algo más: algo que el dinero de Fernando puede comprar versus lo que ningún dinero del mundo podría comprar.
— ¿Por ejemplo?
—Una fiesta liberal: veros follar como conejos, júrame que nunca has deseado a tu cuñada.
María cruzó la mirada con su cuñado un solo instante, como evitando su reacción.
—Estás completamente loco, eres un maldito chantajista.
Se irguió haciendo el gesto de desperezarse.
—Ahora quiero que os desnudéis por completo— se irguió y frotó sus manos con fruición —si alguna de vosotras o vosotros, no lo hace, entenderé que me estáis contradiciendo, y tal vez Juan tenga razón y no me importará nada que no sea la puta pasta. Os juro que la voy a obtener igual y por lo tanto me alegraría mucho no tener que lastimar vuestros egos o vuestra miserable dignidad.
— ¿Qué es exactamente lo que quieres qué hagamos? — María parecía nerviosa y el deje de su voz delataba su estado.
—Nada cariño, sólo espero que obedezcáis mis órdenes hasta el final. Así no tendremos problemas ni tendréis nada que denunciar. Cualquier cosa que hagáis habrá sido consentida y sobre todo, disfrutada.
—No te acabo de entender: entras en nuestra casa como un ladrón y pretendes que te obedezcamos como putas marionetas. No tiene ningún sentido.
—Escucha Juan— se atusó la nuca nuevamente alzando su mirada al infinito —yo no te he preguntado… sólo ordeno— observó a Carla con deleite —empezaras tú, muñeca, quiero que deshagas de este camisón que tanto te incomoda.
Carla lo observó aterrorizada.
—Cuando todos se hayan desnudado te situarás frente a los demás y te desharás de tu ropa lentamente, dejando que todos nos deleitemos con tu cuerpo. Los cuatro os acomodareis en el sofá muy juntitos, por el momento no hace falta que hagáis nada más, quiero que la coreografía sea perfecta, ¿entendido?
Cruzaron sus miradas entre sí con evidente desazón y María se armó de valor para intervenir una vez más.
—Si piensa que vamos a hacer esto está usted loco…
—Bien, entonces Twyter se ocupará de Paula y de Carla en tu habitación, pero te advierto que la experiencia puede resultarles muy traumática.
El joven asintió con la cabeza con expresión enfermiza.
María se puso en pie y empezó a desnudarse con evidente rubor mientras el resto la imitaba.
—No quiero oír una sola palabra más hasta nuevo aviso.
Con gesto trémulo desanudó el pareo dejando que este resbalase por sus caderas y desabotonó su blusa quedando con unas tenues braguitas de satén azul y un sujetador a juego. Todos intentaban no cruzar sus miradas en aquella sicalíptica escena. Paula ocultaba su desnudez como podía sin atreverse a gesticular sonido alguno y Pablo parecía el más abochornado. Cuando todos estuvieron totalmente desnudos tomaron asiento en el sofá, cruzando las piernas en un vano intento de que sus cuerpos no rozasen entre sí. Ante la sorpresa general Twyter y Verónica situaron sendas cámaras y varios focos en puntos estratégicos de la habitación.
—Muy bien, es tu turno Carla.
La chica lloraba y su expresión denotaba una incontrolada furia, pero no se atrevió a desobedecer a aquel monstruo. Se situó frente a ellos y con gesto frívolo se deshizo del camisón y cubrió sus pechos y su sexo con los brazos, Verónica se situó tras ella y sujetó sus puños obligándola a colocar los brazos hacia atrás. Todos evitaban ver aquello y dirigían sus miradas a algún punto de la sala. Carlos y Juan no parecían reaccionar a ningún tipo de estímulo y sus flácidos falos así lo delataban. La voz de su captor irrumpió de nuevo en sus cerebros.
—Demuestras muy poca profesionalidad niña, nadie pagaría por ver un espectáculo así. Vamos a caldear el ambiente ¿os parece?
Lanzó una mirada a Twyter y este fue hasta la cocina para volver con una bandeja en la que se apoyaban varios vasos de cristal y media docena de botellas de licor. Con la mayor parsimonia los colocó sobre la mesa de cristal y procedió a escanciar en ellos aquellos licores de forma aleatoria, hasta llenarlos por la mitad. Todos permanecían nerviosos y expectantes intentando comprender el significado de aquello, pero les paralizó el observar como el hombre introducía en cada uno de los vasos unas capsulas naranjas que se diluyeron al instante.
—Ahora quiero que cada uno de vosotros ingiera este líquido sin derramar ni una sola gota, ¿lo habéis entendido?
— ¿Piensas drogarnos?— María esbozó una sonrisa forzada — Sabe perfectamente que eso agravará el delito, acabarán con sus huesos en la cárcel…
—Bien María, gracias por preocuparte de nosotros, ahora obedeced— de nuevo miró a su compinche y éste les mostró sendas jeringuillas de considerable tamaño —si no lo hacéis me veré obligado a inyectaros esto uno a uno y mi pulso no es muy firme, suelo tener que pinchar varias veces hasta que consigo inyectarlo todo.
De nuevo una ola de calor recorrió sus cuerpos pero esta vez nadie se atrevió a contradecir al hombre. Todos fueron hasta la mesa e ingirieron aquel líquido rojizo que rasgó sus paladares hasta provocarles arcadas. Por un instante creyeron desvanecer, pero de inmediato una sensación de calidez recorrió sus arterias desde los pies a la cabeza, fue como cientos de pequeñas descargas eléctricas se sucediesen en segundos irrigando cada poro de sus pieles hasta sumirles en una especie de sopor debilitante pero cálido. Los rostros de todos perdieron la notable palidez para pigmentarse exageradamente y sus cerebros parecieron divagar impidiéndoles enfocar la realidad de su entorno.
—Ahora María, quiero que cojas con tus manos al pene de tu cuñado y ejecutes una lenta masturbación, quiero que concentréis vuestras miradas en Verónica y en Carla… que no dejéis de observarlas ni un solo instante. Y tú, Paula, harás lo mismo con tu hermano. Si ninguna de las dos no consigue hacer excitar a su partner respectivo buscaremos otras formas de hacerlos reaccionar.
Verónica adoptó una postura febril para acariciar el torso de Carla mientras esta cubría su desnudez en vanos y forzados gestos para evitar aquellas caricias. Lisonjeaba sus pechos mientras buscaba la boca de la niña con sus labios, obligándola a doblar el cuello y a girar el rostro y haciendo qué esta se contornease exponiendo su desnudez más lasciva ante su improvisado auditorio. La joven sentía como aquel lascivo movimiento sobre sus pechos laceraban su piel y su orgullo y sin embargo sentía una calidez que jamás en su vida había manifestado. Odiaba aquello. María había optado por asir el miembro de su cuñado entre sus dedos, evitando cruzar su mirada con la de él y Paula la imitó rozando tenuemente el falo de su hermano para masturbarlo quedamente, era la primera vez que ambos experimentaban una relación sexual, y ello se hacía evidente en sus reacciones. Ninguno respondía a estímulo alguno y los dos trataban de inhibirse por completo, pero la naturaleza y aquella maldita química hacían que todo ello fuese inútil. Pablo, sintió aquel roce en su pene, mientras era obligado a observar como su hermana mayor se convertía en el objeto de lascivia de aquella puta lesbiana y su pene reaccionaba a su pesar en forma de una colosal excitación. Virginia pellizcaba febrilmente los rosados pezones de Verónica y el dolor hacía que emitiese entrecortados quejidos de impotencia y forzase sus gestos.
—Creo que la cosa no va bien— Raúl observaba la escena sin atisbo de pudor —quizás no he sabido explicarme con suficiente claridad, quiero ver una orgía real, no a un puñado de mojigatos dejándose magrear como fantoches.
María lo observó con expresión asqueada.
—Somos familia ¿sabes?
—Por supuesto, esto lo hace aún más interesante. Veamos, voy a hacerte una propuesta María— se atusó la barbilla como si pensara mientras hablaba —si Juan y tú os encerráis en la habitación con Verónica y conmigo, Twyter se quedará a cargo de tus hijos y no les pondrá una mano encima.
—Estás completamente loco— Juan parecía nervioso y el hombre ignoró su comentario.
—Siempre, claro está, que obedezcáis todas y cada una de nuestras órdenes, es decir, que seáis nuestros esclavos unas horas.
María no pudo evitar que sendas lágrimas surcaran sus mejillas.
—No nos obligues a hacer eso— fue un ruego más que una petición.
—Está bien, os sustituiremos por tus hijos, nos encerraremos con ellos en la habitación.
—Espera… vamos con vosotros— María asió la mano de Juan y ambos entraron en el dormitorio de esta precedidos por Raúl y Verónica y cerrando la puerta tras de sí. Ya no les sorprendió que también allí hubiesen instalado sendas cámaras de video profesional y varios focos.
—Ahora quiero que os abracéis muy fuertemente, que vuestras caderas oscilen lentamente, que os beséis muy tiernamente, como si lo hubieseis deseado siempre.
La completa desnudez de sus cuerpos les aterraba, como si aquel maldito baile pudiese excitarles de algún modo para deleite de aquellos monstruos, pero María pasó sus brazos tras la nuca de Juan e inició un cálido beso uniendo sus labios con los de él. Raúl observaba aquella escena y parecía satisfecho, Verónica intuyó su excitación e introdujo su mano en su cintura hasta palpar el miembro de su cuñado, sintió como el pene rozaba su bajo vientre y adquiría una relevante proporción, pero muy a su pesar mantuvo unidas sus caderas con las de él sin dejar de contornearse suavemente, haciendo que su vello púbico rozase el prepucio del hombre, intentando sacar de su cabeza el hecho de que se trataba en realidad del hermano de su marido. Ahora ya no parecía un gesto forzado, sino que prolongaban aquel beso mientras sus lenguas se rozaban con un atisbo libidinoso.
—María, tenemos que acabar esto cuanto antes— susurraba a su oído con acusado nerviosismo.
—Esto es una locura Juan, pero debemos proteger a los niños…
—Supongo que estaréis hablando de sexo.
Dirigieron sus miradas hacia el sin dejar de abrazarse
—Llévala hasta la cama, quiero verla gozar.
—Obedécele Juan— de nuevo un susurro
Lentamente la condujo hasta allí acompañando su cintura con el brazo y María se acomodó sobre la colcha entreabriendo sus piernas frente a Raúl y su hermana. Ambos observaron ensimismados cada gesto, mientras se deshacían de sus ropas. El rostro de María parecía tenso, la visión de aquel cuerpo perfecto sobre la cama gigantesca, sus cabellos rubios despeinados ocultando su cara parcialmente, sus proporcionados pechos cuyos pezones resaltaban sobre las aureolas desafiantes y su sexo, poblado de una escaso y rizado vello púbico les subyugaban. Cuando Juan penetró por primera vez a su cuñada lo hizo con denostada precaución pero instantes después cabalgaba sobre ella sin atisbo de cualquier prejuicio entre gritos ahogados y palabras entrecortadas por suspiros de María que aceleraba la cadencia con el vaivén de su cintura obligándole a que la penetrase hasta el fondo de su sexo.
CONTINUARÁ