Venganza

Después de años sin verla, Sebastián Urquijo, dueño de unas bodegas, se ve obligado a recoger y a tener en casa a su hija.

-Bueno, ¿qué dices?

-Pues que no.

-¿Perdona?

-No.

Él había dicho no. Pero el juez había dicho sí.

Hacía dieciséis años que su mujer le había puesto las maletas en la puerta. Y durante todos esos años ella le había impedido ver a los hijos que tan imperiosamente le había obligado a adoptar. A su hijo lo había seguido viendo, más o menos, pero a su hija la había visto, después de adoptarla, en los juicios y poco más. Él le pasaba una sustanciosa pensión por los dos chicos, el mayor, Sebastián, tenía ya 22 años; y Sofía, la pequeña, a la que habían llamado así al adoptarla en Bulgaria, tenía los mismos años que lugar había tenido su separación.

Su hijo vivía independizado, pero su hija no. Y la golfa de su ex-mujer había decidido, al fin, liberarlo de su carga y enganchar a otro hombre, ahora que le quedaba poco tiempo de disfrutar de su pensión. Pero ella no hacía las cosas como el resto, ella las hacía a joder. Así que le había empaquetado a la cría.

No solo era una desconocida total, sino que además se veía obligada a abandonar su Madrid, por un cortijo en un pueblo riojano, donde él tenía las bodegas que le daban, no solo de comer, sino la vida. Sebastián Urquijo tenía una única esperanza: que su hija culpase a su madre y no lo odiase a él por llevársela al culo de España.

Aunque no quería ni verla, pensó que lo mejor era ir él mismo a por la muchacha. ¿En tren? ¿En coche? Las dos cosas. Viajó a la capital en tren, donde alquiló un coche para volver a La Rioja.

Al despedirse de su madre, que era un mar de lágrimas fingida, Sofía apartó la cara cuando ésta intentó besarla, y con disgusto se subió al coche, donde permaneció en silencio.

Durante cinco horas, Sebastián intentó ponerla al día sobre quién era él, y prevenirla del lugar al que iban.

-El instituto está bien, te llevaré por las mañanas. Tu madre quería que fuese uno católico, así que tendremos que conducir un rato más que si me hubiese permitido matricularte en el público-Hubo un silencio largo-Siento que te haya hecho esto.  Tus amigas pueden venir a verte, yo pagaré el billete para que lo hagan-le garantizó-Y si tienes novio, él también puede venir. ¿Quieres escuchar música? ¿Pongo…?-pero se calló cuando ella encendió el móvil y se puso sus propios cascos-Ya. Esto va a ser genial.

-Esto es la casa, y aquello la bodega. Ahora no hay nadie, pero mañana estará lleno de gente. Rosario es una mujer del pueblo que viene tres días a la semana para limpiar, aunque me gustaría que mantuvieras tu cuarto ordenado. Pasa-le abrió la puerta-Te he hecho una llave, para que entres y salgas cuando te dé la gana. El pueblo es pequeño, pero tiene vida, y está a veinte minutos caminando. Puedes coger una bici-Sofía lo miró con cara de pocos amigos-¿Sabes ir en bici? ¡Pues es una cosa que puedes aprender! Hay animales, si te gustan. Perros, gatos, huevos frescos siempre que quieras y… ¡un caballo!-Sofía pareció ganar interés-Es muy bueno, ya va para viejo, como yo, pero es dócil.

-Esto es el salón… mi despacho… la cocina… por este pasillo se va al garaje, y esta puerta es el baño de abajo-Subieron unas escaleras-Este es mi dormitorio. Hay otros tres, elige el que quieras, aunque te he preparado el de invitados, que es el mayor. Puedes decorarlo a tu gusto. Un baño y otro baño aquí. Usa el que quieras y yo me quedaré con el otro. ¿Quieres cenar?-Negó con la cabeza.

-Quiero dormir.

-Enciéndete la calefacción si quieres. Así. Te he dejado la contraseña de la WIFI en la mesa… y tienes todo lo que puedas querer. Hablé con el director del Instituto y… puedes incorporarte inmediatamente. De todas maneras, espérate unos días si no te apetece. Bueno, te dejo. Buenas noches.

-Gracias-le dijo justo cuando cerraba la puerta.

A lo mejor salía bien.

El caballo, un cachorro de pastor alemán y una camada de gatitos de cinco meses hicieron el resto.

-Han pasado ya tres semanas. Las cosas no van mal ¿no?

-No-contestó ella-Me gusta el instituto y aunque a veces me aburro, también me gusta montar a caballo por lo viñedos.

-Bueno, algo es algo. El fin de semana, si quieres, podemos ir a Logroño. Había pensado ir el fin de semana del veintiséis, dentro de dos semanas, a Madrid, para que veas a tu hermano.

-Bien. Y así podré recoger algunas cosas que me olvidé en casa de mamá.

-Muy bien. ¿Ya has terminado?

-Sí, me voy a estudiar que tengo examen de física.

-Perfecto.

No todo fue perfecto. Arrancando unas viñas secas habían salido un par de liebres, y Sebastián asó una para cenar, y le dio la otra a la señora Rosario. A su hija no le hizo mucha gracia la comida campestre y se fue indignada a su habitación, practicamente sin cenar.

Durante las tres semanas que Sofía llevaba en la casa, Sebastián no había tenido mucho tiempo para él mismo, lo que quería decir que se había saltado sus citas del miércoles con cierta persona.

Sofía salió de la habitación descalza. Su padre ya debía de estar durmiendo. Bajó las escaleras pensando en hacerse un vaso de leche con galletas, pero al abrir la nevera cambió de idea. Se bebió un vaso de mosto casero y cogió unas croquetas que habían sobrado de la comida de la mañana. En Madrid tenían cocinera, pero la señora Rosario hacía comidas mucho más humildes, cosas a las que ella no estaba acostumbrada, pero a las que era fácil acostumbrarse. Quizás debería haber probado la liebre.

Subió las escaleras, de nuevo, tan silenciosamente como las había bajado. Abrió la puerta del baño antes de percatarse de que se colaba luz por la rendija. Sofía se quedó parada en el sitio, mirando lo que acababa de descubrir. Con una mano apoyada en el cristal de la mampara, su padre se masturbaba con violencia.

Sebastián tardó dos segundos en reaccionar y darse la vuelta avergonzado, mientras trataba de tirar de la toalla para taparse. Pero era tarde, su hija lo había visto.

Sofía salió del baño sin decir nada, y Sebastián solo atinó a balbucear un sinsentido. Qué vergüenza. ¿Podía pasar algo peor?

Sofía pasó a su cuarto y cerró la puerta tras de sí, apoyándose en la madera. ¡Menudo pollón! ¿Cómo era posible? Jadeó y notó que empezaba a mojarse las braguitas. No podía decirse que a sus casi cincuenta su padre fuese como Brad Pitt, pero tampoco era un asco. Estaba delgado, en buena forma, saludable, y conservaba su pelo, aunque canoso. Pero ¿eso? Lo tenía todo. Larga y gruesa. Y dura.

Se sentó en el escritorio para seguir estudiando, pero tuvo que dejarlo. Se echó en la cama, y se hizo un dedo.

Al día siguiente no vio a su padre. Llegó muy tarde de la bodega y a medio día dio aviso de que no comería con ella.

Sebastián se moría de la vergüenza. Y hacía bien, porque a Sofía no se le iba de la cabeza. No solo se había masturbado después de verlo, sino que se despertó de madrugada, gimiendo, y tuvo que volver a tocarse, apretándose los pechos y las piernas, con sus flujos derramándose por los muslos. Cuando se despertó fue al baño donde lo había visto y se duchó. No solo era el agua lo que la hacía chorrear.

Sofía dejó la puerta de su habitación abierta para  oír el momento en que llegase él y poder hablar. Sebastián, también quería explicarse a su hija lo que había pasado. Un día de reflexión le había dado perspectiva. Estaba seguro que ninguno de los dos olvidaría algo tan bochornoso, pero ella había entrado sin llamar, y él no estaba haciendo nada que no hiciera todo el mundo. Le pediría disculpas y ya. Con el corazón a mil se acercó a la habitación donde dormía ella para hablarle.

Sofía quería hablar con él, pero el recuerdo de todo había vuelto a hacer de su chochete un mar de humedad. Ella le había visto. Qué menos que él también la viese a ella. Sebastián vio la puerta abierta, y se asomó para ver si ella dormía, pero lo que encontró fue muy diferente.

Su hija se retorcía en la cama totalmente desnuda . Con la mano derecha entre las piernas largas y delgadas, se masturbaba con fruición, y con la otra mano se acariciaba todo el cuerpo. A Sebastián casi le da un paro cardíaco al verla, se ocultó para que no lo descubriera y tuviese ella algo de lo que avergonzarse también.

-Papá… ¡oh papá!-la oyó gemir.

Sebastián se quedó en el sitio, con el corazón martilleándole. Volvió a echar un vistazo. Su cuerpor menudo, delgado, ligeramente bronceado se hallaba sobre la cama deshecha. Gemía, jadeaba y lo llamaba mientras con sus dos dedos se acariciaba el suave clítoris. Estaba toda depilada, y se estrujaba las tetas, de pezones pequeños pero duros, con la otra. Notó cómo la polla se le estiraba en los pantalones. Cerró los ojos, pero no evitó escuchar los gemidos. Sebastián Urquijo se sacó la polla, y al lado de la puerta, se la cascó con violencia.

A la mañana siguiente quiso salir temprano, pero ella también madrugó.

-Buenos días-lo saludó.

-Bu…bu…buenos días.

-Papá

-Sofía-la interrumpió-Siento mucho que me pillaras la otra noche, que me vieras…

-No pasa nada-le contestó ella-No lo sientas. Me gustó-le confesó como si nada-¿Y a ti te gustó?

-¿Qué? Claro que no me gustó que me vieras.

-¿Te gustó verme a mí?

-Yo…yo…-siento haberte visto-¿En paz, eh? Vergüenza para los dos-sonrió nervioso.

-Prefiero ir este fin de semana a Madrid-le dijo cambiando de tema-Es el cumpleaños de una amiga.

-Bien, bien. Iremos en mi coche.

Durante todo ese tiempo no se dijo nada. Sebastián la llevó a Madrid. Todo el sábado lo pasó de cumpleaños con unas amigas en un chalet en la sierra. Y el domingo comió con ella y su otro hijo en un restaurante famoso que acababa de ganar una estrella michelín.

-¿Estás segura de que no te dejas nada? Porque hasta dentro de un tiempo no vendremos otra vez.

-Lo llevo todo, creo-dijo-Le he mangado las pinturas caras a la bruja de mamá.

-No digas eso, anda.  ¿Qué buscas?-le preguntó al verla peleándose con su bolso, dos horas de marcha después.

-El cacao de los labios. Creo que me lo he dejado en mi habitación del hotel. Mecachis.

-Apúntamelo en el móvil y mañana le diré a Rosario que te compre.

-En casa tengo más-cogió el neceser que le había quitado a su madre y resbucó entre las cosas. Sacó un brillo labial y se lo puso para hidratarse-Mejor. ¿Sabes lo que hay aquí?

-Cosas carísimas que he pagado yo-dijo con acritud.

-Además. Está embalado aún, ni siquiera lo ha estrenado.

-¿El qué?-preguntó con curiosidad.

-¡Un vibrador!-se rió-¡Papá!-gritó asustada cuando él dio un volantazo espantado por la noticia.

-Guárdalo y se lo devuelves-dijo un rato después, recuperada la compostura.

-Ni hablar-dijo ella. Y se soltó la coleta rubia-Es de estos que llevan mando a distancia. Mira.

-¿QUÉ?-gritó lleno de pánico. Sofía le puso un aparato en forma de capucha de bolígrafo, pero algo más grande, en la mano del volante, y lo sintió vibrar-Bueno, bueno, guárdalo.

-Toma el mando-se lo metió en el bolsillo de la chaqueta y guardó el vibrador en la caja.

Sofía conectó el móvil al bluetooth del aparato de música y escucharon su música durante un buen rato. Hora y media antes de llegar a Logroño, su padre hizo una parada para ir al baño y cenar algo antes de que se hiciese demasiado tarde. Comieron una ensalada y un sándwich mixto, nada que ver con la comida del mediodía. Y volvieron al coche.

Sofía se puso el cinturón y miró a su padre.

-He pasado al baño y me he colocado el vibrador-Sebastián la miró estático, sin poder terminar de abrocharse el cinturón. Ella le ayudó-Tú tienes el mando.

-Me voy a cabrear con tanta bromita, eh-arrancó con rabia y salieron del aparcamiento.

-No es coña. Lo llevo en la braguita.

-Pon tu música y cállate, anda.

No hablaron más del tema. Llegaron a casa, descargaron y Sofá subió corriendo al baño después de haberse bebido una lata de refresco durante el último tramo del viaje.

-Acuéstate ya que mañana tienes clase-le dijo Sebastián-Buenas noches-le dijo, y no la dejó decir nada más porque se metió a darse una ducha, una buena ducha de agua fría. Aunque después de tantas horas de conducción deseaba el agua caliente tanto como deseaba a… no.

Salió en albornoz del cuarto de baño. La luz del cuarto de Sofía estaba apagada, y la puerta cerrada. Le había hecho caso. Pasó a su dormitorio y se encontró con el mando a distancia del vibrador en la cama. ¿Y si lo activaba? ¿Lo llevaría cerca de su chochete?

No. No podía. Pero le dio al on.

Sofía en su cuarto abrió un ojo y echó mano a la mesita. No era el móvil. Era el vibrador.

Lo apretó en la mano, con excitación, pero se detuvo. Quizás lo había activado sin querer.

Pero volvió a ponerse en marcha. Se quitó las braguitas, abrió las piernas, y se acercó el lápiz vibrando al clítoris.

-Mmmm. Mmmmm Ahhhh. Ohhhh

Temblando, Sebastián la oía desde la pared de su habitación. Le dio la máxima potencia, y la escuchó gimiendo…

-Papaaaaa!!! Ahhhh!

Se sacó el rabo, se escupió en la mano, y se hizo una gloriosa paja. Estuviese bien o no, su hija le ponía el nardo como una tubería.

Las pajas siempre le daban paz para dormir. Pero no aquella vez. No porque sabía que tendría que enfrentarse a ella.

-¡Buenos días!-canturreó Sofía nada más entrar en la cocina-Se acercó a él, le dio un beso en la mejilla, y luego se sacó una taza de desayuno del armario. La llenó de leche y la metió en el microondas-Lo de anoche fue brutal.

-No…no podemos hacerlo más. Estuvo mal, Sofía.

-Pero ¿por qué?

-¿Cómo que por qué? ¿Pero tú te has olvidado quién soy yo?

-No-suspiró-Escucha, es una tontería. Estábamos en habitaciones diferentes. Además, que ni siquiera nos hemos tocado. Mira, yo estoy usando el microondas después que tú. ¿Qué hay de malo en eso?

-Eso es diferente.

-¿Por qué? Es solo un aparato. No pasa nada mientras solo sea eso.

-Ya.

-Hoy como en el instituto, que tengo clase de francés-le dijo en el coche cuando la llevó a clase.

-Toma dinero.

-Con diez es suficiente.

A las cinco de la tarde Sebastián esperaba con el Mercedes en la puerta del centro. La vio despedirse de sus compañeros y acercarse al coche. Bajó el cristal del copiloto para que viera que iba acompañado y tenía que subir detrás.

-Buenas tardes.

-Hola, guapa.

-Este es un cliente, lo acerco a su casa en Ausejo y nos vamos a casa.

Sebastián condujo mientras hablaba de negocios con su cliente, y ella escuchaba música detrás. Sofía se quitó el cinturón para cambiarse al asiento de delante cuando dejaron al paquete, pero Sebastián la interrumpió.

-No, quédate ahí.

-¿Por qué?-Y entonces él le dio el vibrador.

-Colócatelo debajo de la falda. Llevo aquí el mando a distancia-Sofía se quedó seria, y luego le dejó ver una sonrisa.

-Vale-Por el retrovisor la vio pelearse con la falda del uniforme, y unos segundos después, lo desafiaba con la mirada a través del espejo. Arrancó el coche y puso música. Sofía se mordió el labio. ¿Y si se arrepentía? Se había arrepentido. Ya casi estaban en casa y seguía con la música clásica puesta. Unos cientos de metros antes de coger el desvío que los llevaba a su finca de los viñedos, su padre quitó la música, abrió el cenicero, sacó el mandó y le dio al ON.

-Mmmmm. Ohhhhh-Sofía gimió y se concentró en el placer. Abrió los ojos cuando escuchó el ruido de una cremallera. Su padre la miró por el espejo, seguía conduciendo su automático con una mano, pero con la otra se meneaba la polla.

-OHHHH-gimió él-OHHHHHHHHHH

-Quiero vértela-le dijo ella.

-No. No podemos tocarnos, ¿recuerdas? Así está bien. Así no hacemos nada malo, ¿verdad? Uohhhh-se soltó la polla, cogió el mando, y le dio máxima potencia.

-AHHHHHH.

Sebastián metió el coche en la cochera y apagó el motor. En el coche ya solo se oían sus gemidos, el suave rumor del vibrador complaciendo el chochete de Sofía, y los chasquidos que emitía la polla de Sebastián cada vez que su mano subía y bajaba.

-Me voy a correr…-avisó-Me corro, papá.

-Sí, cariño, yo también. Ohhhh UOHHHHHH. Me corrooooo, córrete, pequeña.

-AHHHHHHHH Ummmmmm

-¡Eso es!-Sofía se soltó el cinturón a tiempo para ver cómo él soltaba toda su leche sobre el volante. Se echó sobre el asiento del conductor, y pegó su cara a la de él.

-UOHHHHH UOHHHHHH OHHHHHH

-Mmmm, papi. ¡Así! Sebastián aún jadeaba, mientras Sofía le susurraba al oído. Levantó la mano, y le acarició la cara con dedos manchados de semen.

-No puede volver a pasar.

-Chist

-No puede ser.

-Chist.

Continuará