VENGANZA CONSUMADA (Capítulo 4)
Lo único que deseaba era poder vengarme de mi esposo ante su reiterado engaño, quería pagarle con la misma moneda o más fuerte y además hacerlo con mi joven y fuerte jardinero.
VENGANZA CONSUMADA
Capítulo 4. La sorpresa
Durante esos días preparé nuestra cena de aniversario, aunque lo más difícil todavía no se había podido concretar, que era la misión de convencer a Sergio para que hiciera ese papel de ladrón violador.
A pesar de comentárselo en varias ocasiones, de ofrecerle en mi habitación mi cuerpo desnudo, insinuarme de forma lasciva y provocadora continuamente ante las cámaras, no parecía que aquello surtiera el efecto que yo esperaba. Llegó el viernes y el chico seguía negándose a hacer ese papel, por mucho que yo le rogara y le indicase las ventajas de disfrutar de ese momento. El miedo o la responsabilidad le podían.
Aprovechando que Ramiro se había ido a trabajar, me metí en la piscina a hacer unos largos como cada mañana, salvo que en esa ocasión había elegido un bikini diminuto, tanto, que arriba cubría levemente mis pezones y en la parte inferior ocultaba a duras penas mi pubis con ese tanga que además realzaba mi culo en toda su inmensidad. Salí del agua, sabedora de estar siendo observada por mi empleado. Me puse melosa y sensual en mis movimientos, exagerando cada uno de ellos, sabiendo que el chico caería atrapado en mis redes más tarde o más temprano. Me acerqué hasta él con mis movimientos de caderas más llamativos hasta ponerme muy cerca de su cuerpo. El chico permanecía en pie apoyado en el palo de un rastrillo con el que supuestamente recogía hojas, pero no se había movido ni un centímetro desde el primer momento en el que me vió aparecer con aquel bikini tan sexy.
- ¿Me ayudarás Sergio? - le dije ladeando mi cabeza mientras cepillaba mi pelo, aunque lo que realmente hacía era mostrar mi lado más provocativo.
- Señora, me gustaría mucho, pero yo… - respondió el chico.
En ese momento, me tapé la cara con mis manos totalmente compungida y me eché boca abajo sobre una de las tumbonas del jardín llorando entre hipidos o al menos fingiendo hacerlo para que él se viera obligado a cambiar su actitud.
No sé cuánto tiempo pasó, pero seguramente el chico estaba aturdido, por mi petición, por mis lloriqueos y por tenerme allí tumbada boca abajo sobre la colchoneta de la tumbona mostrándole la redondez de mi culo que se resaltaba considerablemente gracias a aquel reducido tanga.
- Lorena… - dijo él.
Era la primera vez que me llamaba así, algo que me resultó chocante pero al mismo tiempo me encantó. Se notaba que yo le importaba bastante, que él me deseaba y al tiempo quería ayudarme, pero su mente decía todo lo contrario. Me senté y él lo hizo a mi lado, acariciando mi hombro.
- Lo he pensado pero yo… no seré capaz. - se disculpaba mi jardinero con apuro.
- Déjalo, Sergio, entiendo que no quieras. Te compromete demasiado y sé lo responsable que eres. No te preocupes. Pediré el divorcio y ya está, no puedo luchar contra todo. - dije llorando tapando mi cara con las manos.
- ¿Divorcio? - añadió el sorprendido.
- Claro, ¿qué esperas? ¿Que siga viviendo con ese cerdo? Me da asco hasta sentirle a mi lado.
- No, pero… Lorena...
- Ahora mismo solo quiero matarle, así que... o lo hago o sencillamente, me voy. Me da igual perderlo todo.
El chico guardó silencio y siguió acariciando mi hombro y mi cabello, intentando consolar mi llanto, que aunque en principio fingido, era real al verme atrapada sin poder cumplir esa planificada venganza con mi esposo. Yo quería mostrarle que mi rabia, mi impotencia y mis celos, me estaban haciendo daño y esperaba de algún modo, que mis palabras hicieran el efecto deseado en la mente de mi joven empleado.
- Pero yo no quiero que se vaya. - dijo él sosteniendo mi barbilla entre sus dedos con mucha dulzura.
- No me queda otra, Sergio. Es eso o hacer otra locura- respondí mirándole fijamente a los ojos.
- ¿Una locura?
- Sí, ya que no me saldrá este plan, quizás pueda devolvérsela como lo hizo él, con dos o tres tíos y que me follen por todos lados y por supuesto que él lo vea todo.
Nunca empleaba ese lenguaje y mucho menos con Sergio, pero me sentía muy motivada a hacerlo. Él me miraba con cara de auténtico pavor. Estaba segura de que eso tendría que hacer algún tipo de efecto en él.
- No me mires así. Tengo que hacer algo, Sergio o me volveré loca. - le dije mirándole fijamente a los ojos.
- Ya, pero eso... eso no. Con tres desconocidos- respondió él evitando que siguiera con esa idea que no le gustaba nada.
- ¿Entonces me vas a ayudar tú, Sergio? Si es por el dinero puedes quedarte con lo que quieras de la caja, a mí eso me da igual, lo ùnico que yo deseo es darle un gran merecido a Ramiro.
- No es por el dinero, lo haría gratis, Lorena, con tal de ayudarla, porque sin duda su marido se lo merece, pero entiéndame, no puedo hacerlo.
- Solo te pido este favor, Sergio, como algo personal, luego no tendrás que hacer nada.
En ese mismo instante en el que el silencio invadió aquel lugar y ambos nos mirábamos fijamente, el coche de Ramiro entró por la puerta y yo me metí en la casa, dedicándole antes a Sergio una cara de ruego continuo, intentando que se apiadara de mí en el último momento.
Me quedé llena de dudas pensando en lo hablado con Sergio y saber si había podido despejar las suyas. Nada más me haría más feliz, lo primero por devolverle a mi esposo la moneda con creces y segundo por poder hacerlo con ese chico, aquello me resultaba tremendamente morboso y excitante.
Llegó el día fatídico de mi venganza, pero en cambio todo estaba saliendo bien diferente a cómo lo había planificado en mi cabeza. No llegué a recibir la confirmación de Sergio y después de darle unas vueltas y pensándolo en frío, quizás era cierto que esa venganza no era la mejor opción y como decía mi jardinero, podía resultar peligrosa, a pesar de tenerlo todo bien atado. Y también era lógica su negativa a echarme una mano en eso, era comprensible, pues lo que le había pedido insistentemente, no era arreglar un enchufe, precisamente. Me hubiera gustado mucho ver la cara que pudiera poner mi esposo ante una situación límite y dura como aquella. pero también mi corazoncito respondía que eso era una auténtica atrocidad. Decidí que esa noche, tras la cena, le intentaría pedir explicaciones a mi esposo o quizás mejor romper con todo y decirle que lo nuestro, definitivamente, se había terminado. No estaba muy segura de querer contarle lo del visionado de su “aventura” con sus compañeras, quizás eso lo hablaría directamente con mi abogado porque seguramente, eso también le perjudicaría en su carrera política y aunque no era mi gran venganza, pensada del otro modo, algo me resarciría. Es posible que yo fuese la auténtica perdedora de todo, pero no estaba dispuesta a dejarme engañar ni a seguir ni un minuto más con mi esposo.
Esa noche, a pesar de no soltar ese nudo de mi estómago, Ramiro y yo celebramos nuestro aniversario, aunque debió notar mi tirantez durante la cena. Él me hablaba, pero yo no dejaba de pensar en mis opciones para decirle que se fuera a la mierda, que lo nuestro no tenía futuro. También pensé en la situación que se plantearía ante un divorcio: Él se llevaría todo el dinero, pues cuando nos casamos hizo separación de bienes, por lo que me quedaría con una mano delante y otra detrás, pero al menos no perdería mi dignidad.
No dejaba de preguntarme por qué había aguantado hasta entonces. Me maldije y me llamé estúpida a mi misma, por no haberme percatado de esos engaños, ¡en mi propia casa! Es posible que nuestro matrimonio estuviera roto mucho antes y solo yo intentaba mantenerlo vivo, cuando estaba realmente acabado. Era yo la que no tenía una percepción clara y me sentía culpable por ello. Quizás yo tenía el ego subido y dejé de gustar a mi esposo, que seguramente ya no le atraía como antes, que quizás otras mujeres le podían dar algo más de lo que yo podía ofrecerle, a pesar de ser yo la que quería novedades en la cama continuamente y él siempre se negaba, al contrario que con sus dos fulanas a las que les daba todo lo que no me daba mí.
Ramiro me hablaba y yo seguía en mis pensamientos, en saber qué ventajas podría ofrecerme el divorcio, qué abogado buscar, las maneras de poderle sacar lo máximo… si al menos tuviera la combinación de la caja para poder emplear esos papeles en su contra - pensaba rabiosa. Sentía unas enormes ganas de llorar, abatida, humillada e impotente.
Abrimos una botella de cava mientras sonaban las doce campanadas en el viejo carrillón del salón como hiciéramos años antes, tan enamorados... pero hoy era todo tan diferente, tan decepcionante... Tan solo brindé compungida por nuestro peor aniversario, intentando poner orden en mi cabeza, sin dejar de pensar en donde pudo quedar aquel esposo entregado y fiel con el que me casé.
Después de la segunda copa me dije a mi misma que debía pensar en lo positivo, que sí que seguía atrayendo a los hombres, mucho más de lo que yo misma creía, no había más que ver como me miraban mis compañeros o innumerables viajeros, tendría que pensar en una nueva vida y eso me hizo sonreír por dentro, lo mismo que pensar en Sergio, ya él sí que me deseaba, posiblemente tanto o más que yo a él aunque al final se hubiera echado a atrás en nuestro plan, sin poder cumplir mis deseos de venganza, lejos de enfadarme, aquello me relajó, pensando en que tendría que buscar la manera de hacer una separación de otro modo y que la venganza no era la mejor solución. Estaba segura de que tenía posibilidades de encontrar a otro hombre que me respetara, me llenara… me amara.
Debía ser cerca de la una de la madrugada, cuando me disponía a dar por finalizada la velada, fingiendo ante Ramiro un leve dolor de cabeza, pues por una vez, él parecía querer un encuentro íntimo conmigo, después de tanto tiempo y sin embargo en ese momento era yo la que sentía asco, con la sola idea de pensarlo.
Recordé que había desconectado la alarma en mi primer plan y me dirigí a la cocina, dispuesta a conectarla de nuevo, pero al acercarme, un extraño sonido se oyó procedente del jardín. Todo estaba en penumbra y me aproximé a la ventana, muy asustada, intentando ver el origen del ruido, pues no sabía lo que estaba pasando, pero al dar el siguente paso, algo me detuvo en seco en medio del oscuro pasillo. La figura de un hombre vestido totalmente de negro blandiendo un cuchillo de grandes dimensiones chocó contra mi cuerpo. Estuve a punto de gritar, pero no salió ruido alguno de mi garganta, mitad sorprendida y mitad asustada.
A pesar de ese tremendo susto, pues estaba en la idea de que esa noche no sucedería nada extraordinario, empecé a relajarme recordando el plan inicial con mi jardinero y entendí que por fin se había decidido y aunque nerviosa todavía por el susto, toda mi negatividad, todos mis miedos, todas mis frustraciones desaparecieron en un segundo. Mi plan se llevaría a cabo ¡Era él, era Sergio haciendo el papel de atracador!
Permanecimos callados, uno frente al otro durante unos segundos y él debió notar mi cara de alegría, pues tardó en reaccionar. Yo estaba feliz por saber que Sergio por fin me echaría ese ansiado cable y habría roto con sus propios miedos. Por fin podríamos fingir esa violación delante de Ramiro para darle su gran merecido. Estaba segura de que mi joven jardinero lo haría fantásticamente, de hecho, tal y como habíamos hablado, venía ataviado perfectamente con una vestimenta oscura incluyendo sus manos, con guantes de cuero negro y por supuesto su cabeza, oculta bajo un pasamontañas que ocultaba totalmente su rostro. Era imposible reconocerle. Apenas se le veían los ojos por dos estrechas ranuras y otra en su boca. No hizo falta hacerme la asustada pues aun estaba con el shock de encontrarle en el pasillo. Nos miramos unos segundos en los que seguramente ambos pensamos en ese lapso de tiempo si era una buena idea, pero viendo que Sergio podía echarse a atrás, pegué un grito con toda mi alma, aportando mis mejores dotes de actriz. Corrí hacia el salón y Sergio lo hizo tras mis pasos, hasta que ambos llegamos a la estancia en donde mi marido permanecía totalmente inmòvil y perplejo, sin saber qué era lo que estaba ocurriendo.
- ¡Socorro! - grité yo en mi mejor papel de víctima.
- ¡Calla ya, puta! -dijo Sergio a mi espalda agarrándome por la cintura con sus poderosos brazos y poniendo la punta del cuchillo en mi cuello.
El hecho de que dijera aquello me hizo sonreír por dentro, pero mostrando mi cara de susto por fuera, ya que tenía a Ramiro enfrente. ¡Mi sueño se estaba cumpliedo!
Me gustó también que Sergio pusiera ese acento, como si se tratara de un hombre de algún país indefinido del este de Europa. De esa manera Ramiro tampoco podría identificar su voz, mucho menos bajo el pasamontañas que distorsionaba todavía más ese timbre.
Mis manos se agarraron a ese brazo que sostenía mi cintura y estaba encantada de sentir el cuerpo de Sergio tan pegado a mi culo. No pude evitar sentir un escalofrío y no de miedo precisamente.
- Tú, siéntate. - ordenó Sergio a mi esposo con ese acento de lengua eslava que tan acertadamente tenía ensayado.
Podía sentir el calor del cuerpo de mi presunto asaltante pegado a mi espalda y el frío del cuchillo en mi cuello. Yo seguía poniendo mi cara de niña asustada.
- ¿Qué quieres?, ¿Dinero? - le dijo mi marido con una cara de susto que, por cierto, me encantó ver.
- ¡Cállate cabrón y siéntate de una puta vez o la mato! - añadió Sergio con su acento grave bajo el pasamontañas que ocultaba su boca.
Ramiro obedeció, sentándose lentamente en una de las sillas del comedor con sus dos manos levantadas. Yo estaba segura que iba a ser así, pues no esperaba que mi esposo pusiera ningún tipo de resistencia, ni por él y visto lo visto, tampoco por su mujer. Ese era otro de los miedos de Sergio, pero estaba claro: mi marido, además de cabrón, era un auténtico cobarde.
En ese instante, siguiendo el guión, nuestro asaltante aflojó la presión a mi cuerpo y por fin pude girarme y mirar a sus ojos con mayor claridad. Se había puesto lentillas, pues ví el color verde en su mirada. Lo había planeado mejor de lo esperado. Le sonreí furtivamente para agradecerle por su valentía y su decisión. Él me miró fijamente y tras unos segundos me gritó señalando a Ramiro con su cuchillo:
- ¡Desnúdale!
Me extrañó que me pidiera eso de desnudar a mi esposo, pero luego entendí que era mejor, pues de esa manera tendría más controlado a Ramiro ante cualquier ataque. Me gustó saber que mi jardinero improvisaba, pero mejorando, aún más, el pormenorizado guión y los planes previstos.
Me acerqué a Ramiro y le quité la americana observando en sus ojos el miedo, ese que me había atenazado a mí minutos antes, ese que me había paralizado por un momento al ver entrar a Sergio ataviado como el mejor de los atracadores. Ahora disfrutaba de ver el terror en los ojos de mi esposo, por fin se estaba cumpliendo mi fantasía, por un lado la de devolverle con la misma moneda o mayor aún las distintas tropelías que debía estar llevando en nuestro hogar con aquellas zorras y a saber desde cuanto tiempo. Le solté uno a uno los botones de la camisa, mostrando mi mejor cara de susto, pero disfrutando para mis adentros de ver la suya de pánico total.
- ¡Vamos, es para hoy, rubita! - ordenaba Sergio acercándose a mi espalda con su arma.
Me apresuré en soltar el cinturón de mi marido, en bajar sus pantalones y posteriormente sus calzoncillos, dejando a Ramiro desnudo sentado como una piltrafa en aquella silla. ¡Bien! - me dije a mí misma - esto es lo que querías… ¡Ahí tienes lo tuyo, cerdo! - pensé.
- ¡Átale! - dijo Sergio ofreciéndome una cuerda que no sé de dónde sacó.
De nuevo obedecí a cada petición de nuestro jardinero. Por un momento no entendía como Ramiro no podía darse cuenta de que se trataba de su empleado y temí que en cualquier momento lo descubriera, sin embargo este trabajaba con total entrega, con un acento irreconocible y con esas dotes de actor, mejorando mi propia actuación. Mi marido no podía sospechar nada porque tampoco el miedo le dejaba razonar, algo que al mismo tiempo hizo sentirme más relajada. Cumplí el objetivo de atarle, tal y como me iba indicando Sergio: los pies, las manos, la cintura... quedando mi esposo desnudo en aquella silla totalmente aprisionado bajo las cuerdas.
- ¡Bien, aparta zorra! - dijo Sergio empujándome hacia un lado, de forma brusca, pero haciéndolo tan bien que celebré una vez más ese arte suyo en lo teatral. Si hubiera un Óscar a la mejor interpretación, sin duda se lo llevaba él.
Ramiro miraba a ese presunto ladrón a los ojos, intentando pedir clemencia y sin poder descubrir la verdadera identidad de nuestro empleado ataviado con aquel disfraz, ni cómo cambiaba su acento y su tono de voz, ni mucho menos las lentillas verdes en los ojos, que le daban un aspecto totalmente diferente. El presunto atracador comprobó que mi trabajo de atar a mi esposo era tal y como él quería.
- ¡No nos haga daño! - dijo mi marido pidiendo clemencia. - te daremos lo que pidas. - añadió.
- Calla. Como hables te mato y después la mato a ella. - intervino Sergio con voz ronca en un grito amenazante.
A pesar de haber hablado en varias ocasiones del plan de violación con mi empleado, en ese momento estaba realmente sorprendida, primero por ocurrir todo tan precipitadamente pero sobre todo por esa manera inimaginable de actuar de Sergio, que siempre se comportó tan servilmente conmigo y con mi marido, pero en ese instante parecía otro, ya que era un hombre rudo, enérgico y que realmente llevaba las riendas de la situación. Entonces recordé nuestras palabras y admiré su valentía para hacer todo lo posible por ayudarme. Sin duda no era solo mi fiel empleado, sino un gran amigo. En ese momento me hubiera gustado tanto abrazarle…
Intentando no soltar una sonrisa ante la situación, puse mis dotes de actriz en marcha, soltando unas lagrimitas de cocodrilo que parecían hacer su efecto en mi esposo. Mis ojos se cruzaron por un momento con los de mi fiel jardinero, buscando esa complicidad de nuestro plan, pero él en cambio, tan bien metido en su papel me miró de arriba a abajo para después tirar de mi melena y acercar su boca a mi oído.
- ¡Estás muy buena putita y pareces desatendida! - dijo dando un tirón más fuerte de lo normal, haciéndome incluso algo de daño y mirando después a Ramiro que temblaba desnudo en la silla.
- !Llévate lo que quieras! - añadió en ese momento muy nervioso mi marido.
- ¡He dicho que te calles! - le amonestó Sergio dándole un pequeño golpe con el mango del cuchillo en la cabeza sin dejar de sostener mi cabello en su mano.
“Bien hecho”- pensé para mí y una vez más me fijé en el cuerpo robusto de Sergio, al que casi siempre veía con su torso desnudo y ahora estaba totalmente cubierto, pero me daba igual, me seguía resultando tan atrayente…
- ¡Ahora tú!, ¡Desnúdate! - dijo separándose de mí y apuntándome con el arma.
- ¿Yo? - fingí, aunque sabía que era parte del plan trazado por ambos.
- ¿Te lo repito? - añadió Sergio levantando su arma en mi barbilla pudiendo notar el frío acero hincándose levemente en mi piel.
- ¡No, por favor! - le rogué yo empleando mi mejor pose dramática pero deseosa de poder ofrecerle mi desnudez, de una vez por todas, a mi bello jardinero y esta vez en vivo y en directo.
- ¿Quieres que lo haga yo? - añadió Sergio de forma impaciente.
Me quedé inmóvil en medio del salón, esperando ver cual era el siguiente aporte de nuestro empleado y de paso sin perder detalle de la cara de mi esposo que era todo un poema. Seguí haciendo lo mejor posible mi papel de buenecita y asustada esposa, aunque esto último me costaba menos hacerlo, porque el presunto atracador bordaba su personaje, haciéndome creer incluso a mí que todo iba realmente en serio.
Sin duda, el chico lo tenía todo calculado, por algo había trabajado en el sector de seguridad y sabía lo que se hacía sabiéndose todas las triquiñuelas de este mundillo. Hasta ese momento ni yo misma me creía que todo estuviera saliendo tan bien.
Sergio se puso ante mí mirándome fijamente. Aunque no podía verle sonreír bajo el pasamontañas, sin duda que lo debía estar haciendo ya que sus ojos brillaban más que nunca. De pronto metió el cuchillo en uno de los tirantes de mi vestido y de un leve movimiento lo cortó. Luego hizo lo propio con el otro y mi vestido cayó hasta mi cintura donde lo sujeté firmemente. Curiosamente lo primero que pasó por mi cabeza fue el dineral que me había costado aquel vestido de alta costura y ahora Sergio lo había cortado sin remisión, hasta que de pronto se oyó un grito dentro de aquel silencio:
- ¡Déjala! - era mi esposo al ver impotente cómo iban a desnudar a su esposa.
Ramiro intentaba mostrar su dotes de mando, pero en aquella estancia el que llevaba la batuta era sin duda, Sergio. Supongo que ene ese momento, para mi esposo debía resultar una gran tortura, sentirse allí desnudo, atado en una silla, mientras ese desconocido iba a violar a su esposa. Esa sensación de verle ahí postrado, rabioso, temeroso y humillado me encantaba.
- ¿Qué pasa? ¿Que la quieres sólo para tí? - comentó Sergio a mi esposo, empleando fielmente su acento extranjero.
- ¡Déjala por favor!, ¡No me hagas esto! - imploraba esta vez mi esposo.
Cuando dijo un “me” en lugar de “le” resultaba que las palabras de Ramiro parecían querer dar más sentido a su humillación que a la presunta mía.
- ¡No seas egoísta, Yo también quiero disfrutar de esta preciosidad! - dijo de nuevo Sergio con su acento y con su voz más grave.
- Llévate el dinero, ahí mismo tengo mi cartera. - protestaba Ramiro inútilmente.
- ¡Calla, joder, no me distraigas!, ¡No quiero tu calderilla!, ¡Quiero todo el lote! - gritó nuestro atracador.
Mis manos cubrían mi pecho, aunque estaba deseando apartarlas para que por fin Sergio pudiera ver mis tetas en vivo y desde tan cerca. Aquello me iba excitando cada vez más. Ya no solo se trataba de una venganza, sino de mi propio placer, el de ofrecerle a mi empleado el regalo que sin duda se había ganado y que yo estaba deseando entregarle.
- ¡Rubita, estas muy buena!, ¡Tienes un polvazo! - dijo, mientras pasaba la hoja del cuchillo por mis hombros y mis brazos haciéndome sentir un escalofrío.
Además sus palabras me excitaron sobremanera, pues siempre me había tratado con tanto respeto y educación, guardando las distancias, ahora me estaba hablando de forma soez y directa, pero aquello era alucinante. Yo seguí manteniendo mi pose asustadiza, aunque por dentro me iba calentando más y más, deseosa de seguir ofreciéndome por entero a mi fiel empleado, que tan magníficamente se entregaba en aquella obra teatral planificada por ambos.
Apartó mis manos con brusquedad haciendo que estas cayeran a ambos lados de mi cuerpo. Mis pechos hicieron acto de presencia y Sergio se quedó unos segundos admirándolos. ¡Dios como me gustaba esa forma de mirarme y ese brillo de sus ojos!
- ¡Joder qué tetas! - dijo al fin.
Mi marido se movía nervioso en la silla pero poco podía hacer con su cuerpo aprisionado y repleto de sogas. El pobre, debía pensar que aquellas tetas solo habían sido tocadas por él y ahora un ladrón le iba a robar todo, pero sobre todo, su honra.
Sergio se arrodilló ante mí y bajó lentamente el vestido hasta que llegó a mis pies. Me hizo levantar un pie, luego el otro para no caerme al llevar los largos tacones. Esta vez se notó de nuevo su galantería, pues sus manos acariciaron mis piernas de arriba a abajo, mientras yo le observaba detenidamente. Subió la vista lentamente desde mis pies, subiendo por mis rodillas, mis muslos hasta detenerse en el pequeño tanga que apenas cubría mi sexo.
- ¡Date la vuelta, putita mía! - me ordenó a continuación, permaneciendo él de rodillas a escasos centímetros de mí.
En otra ocasión, era inconcebible oírle hablar así a Sergio y seguramente me hubiera alarmado o disgustado, pero en ese momento, me encantó escucharle esas palabras como el hecho de considerarme “su putita” Un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras me giraba lentamente como esa muñeca en la caja de música. Sin duda que ambos hombres pudieron ver mi culo en su plenitud apenas tapado por el tanga. Cuando giré de nuevo vi a los dos hombres mirándome fijamente y eso también me produjo un gusto por todo mi cuerpo indescriptible.
Seguramente Ramiro también estaba alucinado de verme, pues nunca antes había usado un tanga delante de él y debió gustarle, pues cuando me fijé, su polla había crecido y se mostraba en una incipiente erección. Sergio se dio cuenta al ver mis ojos como platos y giró su mirada en dirección a Ramiro.
- ¿Se te ha puesto dura al ver a tu mujercita eh? - dijo entre risas.- ¡Ni que la hubieras visto antes! - añadió.
Sergio volvió a girarse para admirar mi cuerpo y añadir.
- No me extraña tío, a mi tambien se me ha puesto dura. - añadió agarrándose de forma grosera su paquete por encima de su pantalón.
¡Ya basta!. - gritaba inútilmente Ramiro, sabiendo que aquello era solo el principio.
Ahora, rubita, vas a quitarte el tanga, pero no de cualquier manera, sino como la puta que realmente estás hecha.
Era increíble, nunca me habían hablado así y en cambio ahora, metida de lleno en mi papel de mujer indefensa, me gustaba sentir su poder sobre mí, verme sometida, aunque fuera fingido.
- ¿A qué esperas? - dijo él levantándose y poniendo el cuchillo en mi cuello.
Note el filo tan apretado que con un leve movimiento me hubiera cortado. Por fin iba a mostrarle mi cuerpo desnudo a Sergio y todo bajo un plan trazado que nadie podría sospechar, menos mi asustado esposo.
Puse mis manos en los costados del tanga y meneando las caderas me lo quité lentamente tal y como ordenaba en su plan.
- ¡Joder zorrita, eres toda una profesional! - gritó Sergio con ese acento que me hacía tanta gracia, pero que bordaba como un gran actor.
Mi jardinero giró alrededor de mí, para admirar cada curva y se entretuvo todo el tiempo que quiso, desde luego no tenía ninguna prisa.
- Eres preciosa, nena. Y hoy voy a follarte por todos esos preciosos agujeros. - dijo pasando su mano por mi rajita haciéndome temblar.
- ¡Para cabrón!- gritaba Ramiro.
- ¿Qué pasa mamoncete?, ¿Tienes envidia? Pues hoy no te toca. Ya disfrutas a esta zorra cuando quieres. Hoy es mía y me la voy a follar, te guste o no y además no voy a dejar nada sin probar. Incluso le voy a romper ese culito.
Aunque todo era fingido y seguramente lo llevaríamos a cabo en otra habitación para hacer sufrir a mi esposo, la sola idea de que hablara de metérmela por el culo me asustaba. Quizás me pasé ofreciéndole esta oportunidad a Sergio y me sodomizara, por primera vez en mi vida, pues aunque siempre me gustó la idea de probarlo, Ramiro se negó una y otra vez rotundamente, cada vez que se lo proponía, aduciendo que aquello era una indecencia.
- ¡No, eso no! . fue mi esposo el que lo gritó en lugar de yo.
- Tranquilo hombre, primero me follare este chochito y luego le rompo el culo. - añadió Sergio pellizcando mis labios vaginales.
- ¡Por Dios! - grité aunque más que negándome a lo que proclamaba el presunto asaltante, presa de un gusto increíble.
- Muy tierno por cierto este chochito. Y totalmente rasurado como a mí me gusta- añadió la voz grave tras el pasamontañas.
En ese momento vi la cara de Ramiro escudriñando mi sexo, pues nunca me lo había afeitado del todo y ahora me veía ahí, con las manos rudas de ese atacante sobándolo a base de bien y por cierto arrancándome algún gemido que yo intentaba apagar. El gusto por mi parte era doble, primero por sentir las manos de mi empleado acariciando mi coño y segundo por saber que mi marido era humillado de esa forma, que por primera vez ese sexo de su amada esposa, no le pertenecía.
- Bueno, lo primero es lo primero. Quiero todo lo que hay en la caja fuerte. - añadió Sergio con una risa burlona apuntando con ese cuchillo a mi marido.
Ramiro tardó en reaccionar y tras escudriñar mi cuerpo desnudo una vez más y observar mi depilado sexo, debió de compararlo con el de sus putitas del partido, aunque la diferencia en ese momento es que el mío no lo había visto nunca así él, ni tampoco había podido disfrutarlo y esa idea de que me viera diferente, me gustó, me gustó muchísimo...
- No tenemos caja fuerte. - añadió Ramiro revolviéndose en la silla sin despegar su vista de mi sexo.
Sergio me cogió por detrás y se pegó a mi espalda, acarició mis caderas y acercándose a Ramiro, me puso muy cerca de él, sobó mis tetas de forma obscena y ruda.
- ¿Quieres que la haga daño a tu putita o prefieres que te corte los huevos a tí directamente? - añadió desafiante.
- Vale, vale… No nos hagas daño - respondió Ramiro totalmente asustado. La amenaza de Sergio surtió el efecto deseado.
Tras ciertos segundos, debatiéndose en confesar la combinación, mi marido acabó por ceder y decirsela a ese presunto atracador. Sergio tiró de mi mano y me ordenó que le llevase hasta la caja, esa misma caja fuerte que yo había visto en innumerables ocasiones manejada por Ramiro, siempre oculta para mí, desconociendo por completo lo que se escondía dentro.
Ahora, tras marcar yo misma los dígitos de la combinación que asustado había proporcionado Ramiro al ladrón, la abrí con el cuchillo en mi cuello, aunque eso no hacía falta, lógicamente, al tiempo que oía los bufidos de mi esposo en la silla.
Como había imaginado, casi todo el contenido de la caja eran papeles, sin duda muy comprometedores, algunos con la marca “Confidencial” y otros con la de “Alto secreto” y una cantidad de billetes considerable, seguramente dinero negro de sospechosa procedencia.
Sergio lo metió todo en la bolsa de deportes y de la misma forma ruda me llevó otra vez frente a mi esposo.
- Genial, ahora necesito una buena mamada para lubricar bien, antes de partir este chochito - añadió Sergio pellizcando mis labios vaginales, algo que me hizo dar un traspiés y sentir un escalofrío por todo mi cuerpo.
Tras mírame fijamente a los ojos, Sergio tiró de mi pelo y me dejó arrodillada frente a él.
- ¡No, para, cabrón! - gritaba Ramiro desesperado desde su silla.
Por un momento giré mi cara hacia mi esposo y sentí cierta lástima, pero desde luego no iba a echarme a atrás, ya que por fin iba a darle su castigo, su gran merecido. Verle allí desnudo, humillado, viendo a su esposa arrodillada totalmente despelotada, tan solo con sus zapatos de tacón y totalmente preparada para comerle la polla a un desconocido, sin embargo a mi me encantaba la idea de hacerlo, sabiendo además que no era un atracador de verdad, sino mi fiel empleado.
Cuando lo planeamos todo durante la semana, hablamos de fingirlo, incluso planeamos hacerlo lejos, en otra habitación, sin embargo, en ese instante, creo que tanto él como yo deseábamos hacerlo delante de Ramiro, para que sufriera en primera persona todo el daño que me había hecho a mí con aquellas sucias imágenes. A esas alturas yo estaba tan cachonda que no veía el momento de comerme por fin esa polla anhelada. El pantalón negro de mi guapo asaltante tenía un bulto considerable y yo no quitaba la vista de él.
- ¿Tienes ganas de polla, eh zorra? - me dijo él soltando una risa que en otro momento podía sonar desagradable.
En ese instante metió la mano en su bragueta y sacó una polla totalmente tiesa. Mis ojos no se despejaron de ese trozo de carne, que siendo sincera, no vi tan grande como siempre había imaginado, pero sí lo bastante como para llenar mi boca y desde luego de mayor tamaño que la de Ramiro. Su brillante capullo chocó con mis labios y noté por primera vez un sabor diferente al de mi marido, algo que me excitó muchísimo.
- ¡Abre esa boca de zorra y cómetela! - dijo con energía sosteniendo con rudeza mi cabello en su puño.
- ¡No, para! - gritaba Ramiro, pero no se muy bien si me lo decía a mi o al asaltante.
- ¿Qué pasa cornudo?, ¿No ves bien? - dijo Sergio y a continuación tirando de mi pelo me arrastró totalmente entregado en su papel de actor violador, pero sin darse cuenta del daño que me estaba haciendo. En un momento logró que quedáramos casi pegados al cuerpo de mi esposo, que mostraba un temblor fuera de lo normal, pero al mismo tiempo con una evidente erección.
¡No! - gritaba ahogadamente Ramiro.
Así, zorrita, que tu marido quiere ver de cerca como me la chupa la puta de su esposa.
Debería estar aterrada, pero por alguna razón esa forma de llevar el guión por parte de Sergio resultaba tan tremendamente cachondo como divertido y más todavía viendo a mi esposo sufriendo desde tan cerca. La venganza estaba por fin, servida, más que en plato frío, en plato bien caliente.
- Bien, nena, tu marido está listo. Ahora enséñale cómo sabes chuparla y que no tiene la suya en exclusiva, jajaja. - afirmó mi asaltante que seguía tirando de mi pelo lo que me obligó a abrir la boca, algo que por otro lado, estaba deseosa de hacer.
No puedo describir el momento, pero por un lado sentir ese deseo de venganza y por otro meterme el capullo de Sergio en la boca por primera vez, fue algo apoteósico y noté como mi chochito palpitaba al tragarla hasta la mitad.
- ¡Guau, putita, más despacio o me corro ya! - gritó Sergio riendo.
Agarré esa polla con mi mano y mirando a mi esposo poniendo cara de no haber roto un plato y verme metida en un lío del que no podía salir, me volví a meter esa dura verga en mis labios y llegar casi hasta el final.
- ¡Joder tío, esta zorra es realmente buena mamándola!, debes estar orgulloso - añadió Sergio a mi esposo con ese acento tan peculiar.
Creo que mi marido estaba irritado, por un lado por mi sometimiento ante ese desconocido, por otro, que fuera yo misma la que hiciera cosas impensables con una polla en la boca, cosas que nunca antes había hecho con él, al menos de esa manera tan cerda y lasciva, algo que de algún modo, también le excitaba a él.
En ese momento, entre rabiosa y cachonda, seguí mamando con más ganas esa polla mientras sostenía con firmeza su base y miraba directamente a los ojos de Sergio que veía cerrar de vez en cuando mientras su mano se aflojaba en mi pelo. Sin duda que él siempre había soñado ese momento, tanto como yo y ambos estábamos alucinados, de cómo se estaba produciendo.
Saqué ese duro pene de mi boca para empezar a pasar la lengua por toda su longitud y viendo al otro lado los ojos alucinados de mi esposo. Luego volví a metérmela disfrutando por entero de ese trozo de carne tan deseado. Ya no solo me limitaba a seguir las instrucciones del atacante, si no que yo misma actuaba improvisando y entregada de lleno a la mamada, haciendo que los sonidos de mi boca, mi lengua, mis labios, mezclados con mi saliva llenaran toda la habitación.
- Joder, nena, eres toda una actriz porno. ¿Así te lo hace, tío? - preguntó a mi esposo, que intentaba pronunciar alguna frase y sin embargo no salía nada de su boca, solo apretaba sus dientes contra sus labios.
- ¡Eres un hijo puta! - dijo por fin Ramiro.
- ¿Por qué? Es tu mujer la que me la está chupando. La tienes muy descuidada, macho. Tiene hambre de verga y parece que se está desquitando.
En eso también tenía razón, pues hacía mucho que mi esposo y yo no teníamos sexo en condiciones y ahora entre la venganza y esa buena verga, yo estaba cegada.
- ¡Para ya! - gritaba Ramiro revolviéndose en la silla mientras mis manos no dejaban de pajear esa nueva daga que luego me metía hasta la campanilla.
- Tienes razón. ¡Para, puta! - dijo de pronto Sergio, separándose de mí, dándome un brusco empujón.
En ese instante quedé ahí arrodillada mirando balanceante la polla que acababa de comerme mientras de mi boca salían abundantes goterones de mi saliva mezclada con los fluidos de mi atractivo empleado.
Por un momento pensé que todo se iba a quedar así y que Sergio se había arrepentido, pero esa no era su intención. Eran muchas las ganas que me tenía, seguramente tantas como yo.
- Ahora, rubita, voy a follarte bien follada. - intervino Sergio dándome un beso en la frente.
- ¡No, para! - grito Ramiro una vez más.
- Vaya, soy un desconsiderado, lo que pasa, es que tu marido quiere verte la cara mientras te parto en dos. - añadió mi jardinero.
Abrí los ojos de par en par, pues no me creía lo que oía y no era otra cosa que saber que Sergio me iba a follar, pero sin fingirlo en otra habitación. Lo íbamos a hacer y delante de mi esposo. Si había venganza, iba a consumarse de forma increíble.
- Ahora nena, agárrate a las piernas de tu cornudo que va a ver cómo primero le hacen una buena comida de coño a su mujercita.
Obedecí sus indicaciones de Sergio, sin creer lo que iba a pasar. Incliné mi cuerpo hacia el de mi esposo que seguía maniatado a la silla.
- ¡No lo permitas, Lorena! - me gritaba mirándome a los ojos suplicante.
Era increíble lo que escuchaba de la boca de mi esposo, no hablaba a ese hombre para evitar que me vejase o me violase, no se preocupaba de que yo fuera víctima de ese ataque, si no que quería que fuera yo la que no lo permitiera, que pusiese un freno, que desde luego yo no estaba dispuesta a activar. No contesté, solo puse mi mejor cara de pena, como diciendo que aquello no tenía vuelta a atrás y que iba a ver desde bien cerca como me iban a dar la caña que él daba a sus empleadas y que hacía muchísimo tiempo no me daba a mí.
A continuación noté los labios de mi jardinero jugando en mi culo y cómo a continuación su habilidosa lengua recorría de arriba a abajo mi rajita, haciéndome estremecer, entre lametones, mordiscos y chupetones en mis labios vaginales, entre mis ingles, en mi clítoris...
Yo estaba empapada con mis propios fluidos y con su saliva. Nunca antes me habían comido el coño de esa manera y desde luego Ramiro nunca, pues era reacio a hacerlo y ahora estaba viendo cómo se lo hacían a su fiel esposa, con aquella deliciosa boca y maravillosa lengua, que me estaba haciendo ver las estrellas.
La lengua de Sergio seguía afanándose en ese lugar tan sensible y mi cuerpo temblaba recibiendo sus lamidas y chupetones. Cuando abría los ojos veía los de mi esposo, totalmente sorprendido y asustado de verme allí frente a él, mientras aquel atracador me comía el coño sin cesar.
Con tanto frenético movimiento de esa habilidosa lengua, que recorría mi clítoris, mis labios y también mi ano, llegué temblorosa a un orgasmo increíble, sosteniendo con fuerza los pelos de los muslos de Ramiro, que gritaba también, aunque no sé muy bien si por mis pellizcos o tirones de pelo, o porque su mujer se estaba corriendo mientras ese intruso le estaba haciendo la mejor comida de coño de mi vida.
- ¿Has visto como disfruta la muy zorra? Pues no es nada comparado a lo que vas a ver cuando se la meta hasta el fondo. - comentó mi jardinero a mi esposo que seguía con los ojos abiertos como platos, sin creerse lo que tenía delante.
Noté como Sergio se incorporaba y como pegaba su capullo a mi rajita que en ese momento estaba ardiendo. Ya no me importaba hacerlo en otro lugar, ni que mi marido estuviera viendo mi cara de placer. Solo estaba deseosa de ser penetrada por mi jardinero de una vez por todas…
- ¡No!, ¡Eso no! - gritaba Ramiro sin dejar de mirarme, como queriendo que fuera yo la que me negara a esa intromisión en mi sexo, pero en realidad era yo la que deseaba que pasara de una vez.
- Eres un egoísta. ¿No quieres compartir este coño?, pues a mi me apetece mucho meterme en él. Debe ser estrechito… - añadió Sergio pasando su capullo una vez más por rajita mojada, haciéndome temblar.
Yo estaba ansiosa por ser violada, aunque fuera fingido, pero casi tanto o más que la venganza, lo que sin duda yo quería, era tener esa polla dentro de mí...
De pronto se paró y yo quedé expectante pues imaginaba que en cualquier momento me la clavaría con rotundidad y brusquedad.
¿Por qué demonios tardaba tanto? ¡Fóllame! - pensé una vez más, aunque me hubiera gustado decirlo en voz alta.
Juliaki
CONTINUARÁ.