VENGANZA CONSUMADA (Capítulo 2)
El hecho de ser vigilada por las cámaras y visionada por mi jardinero era algo que me excitaba sobremanera, pero había una sorpresa inesperada que nunca hubiera imaginado.
Capítulo 2. La evidencia
Reconozco que pasé dos días intranquila, dándole vueltas a mi cabeza, pensando que todo lo que me había comentado Sergio sobre mi esposo pudiera ser cierto, pero había una coraza dentro de mí que me impedía reconocer tal hecho. Estaba deseosa de regresar a casa y confirmar esa idea totalmente descabellada que era el hecho de ser engañada por Ramiro.
Justo el día antes de emprender mi regreso a casa y con cierto nerviosismo le envié un mensaje al móvil a Sergio para saber cómo iba todo.
− “Hola Sergio, hay alguna novedad” - le escribí.
− “Ninguna, señora” - me contestó él en otro mensaje unos minutos después.
− “¿Las cámaras no han grabado nada?” - volví a insistir.
− “Nada”
− “¿Pero has visionado todo?” - pregunté para asegurarme.
Sergio tardó mucho más en contestar, entonces recordé la exhibición minuciosa que le ofrecí justo antes de salir de viaje, cuando le mostré mi desnudez ante las cámaras. En ese instante me sentí realmente avergonzada, no sabía ni cómo había llegado a dejarme llevar por ese instinto tan salvaje y ahora temía que esas imágenes pudieran estar corriendo por ahí, con algún amigo de Sergio… y yo totalmente desnuda.
− “Tranquila señora, he visionado todo y está PERFECTO” - rezaba su siguiente mensaje, justo cuando mi imaginación me desbordaba.
El hecho de que hubiera puesto “PERFECTO” con letras mayúsculas indicaba que ciertamente lo había visto todo, es decir, mi cuerpo desnudo. Y que remarcara ese adjetivo, significaba que lo que había visto le había gustado mucho… aunque, evidentemente a mí también. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al saberme observada desde diversos ángulos, en diversas ocasiones, porque estaba segura de que lo habría visto varias veces.
− “Gracias Sergio” - contesté sin saber muy bien si era al hecho de haber visto nada o precisamente de haberlo visto todo.
− “Tranquila señora, que estaré atento” - añadió su texto al cabo de un rato.
Esa noche me bajé al bar de mi hotel y me tomé un par de copas, primero para celebrar que mi marido no había hecho ninguna fechoría como me había dado a entender Sergio y segundo por el hecho de haberme exhibido desnuda delante de mi empleado, eso me provocaba una sensación extraña en mi cuerpo pero extremadamente placentera al mismo tiempo. Era una especie de juego prohibido y morboso que me superaba.
Al día siguiente, al llegar a casa saludé a Sergio, que estaba aspirando la piscina, siempre con su atuendo de pantalón vaquero como única prenda.
− Hola Sergio. - le saludé.
− Buenos días, señora. Su esposo está en su despacho. - dijo algo apurado, supongo que en gran parte avergonzado por haberme visto desnuda e intuyendo que yo lo sabía.
− Gracias - respondí con una sonrisa.
Llegué al despacho de Ramiro y le abracé por detrás mientras hablaba por teléfono. Tenía necesidad de sentirle más cerca de mí que nunca.
− Perdona cariño, estoy muy liado. - respondió seco, como hacía últimamente.
Me hubiera gustado un abrazo cariñoso o un simple: “¿qué tal el viaje?” pero supe que no había nada que hacer. Volví a perdonarle una vez más, comprendiendo que la campaña electoral estaba muy cerca y Ramiro no debía tener ninguna distracción.
Me subí a mi habitación y empecé a despojarme de la ropa y de nuevo recordé que todo quedaría grabado. Hice con toda la intención, muy pausados mis movimientos, exagerando incluso para que estos fueran más sensuales de lo necesario, porque estaba tan contenta que quería al menos ofrecer lo mejor de mí a alguien sediento de mi cuerpo y sin duda ese chico, lo estaba. Retiré mi blusa botón a botón, haciendo que resaltara el volumen de mi pecho aprisionado bajo el pequeño sostén. Bajé la cremallera de mi falda y esta descendió por mis muslos a golpes de circulares movimientos de cadera. Apoyé mi pie sobre la cama y me deshice de mis medias, como si estuviera en un local de streaptease. Al fin y al cabo era una exhibicionista a todas luces, que estaba siendo grabada para una sesión privada que disfrutaría mi jardinero posteriormente o quizás en ese mismo momento, en vivo y en directo… Eso me excitó aún más.
Solté los corchetes de mi sujetador y girando mi cuerpo ofrecí ante las cámaras mis tetas… después caminé lentamente por la habitación, agachándome en los cajones buscando algo, pero realmente lo que hacía era mostrarme impúdicamente. Nunca antes me había comportado así, pero me estaba gustando cada vez más, sintiendo escalofríos por mi cuerpo y una calentura brutal en mi sexo. Pasé mi lengua por mis labios, amasé ligeramente mis pechos y sin doblar las rodillas bajé mis braguitas por mis piernas hasta quedar completamente desnuda y expuesta a las cámaras. Permanecí en esa pose ofreciendo mi sexo a mi admirador cuando de repente… alguien llamó a la puerta.
Me dí un susto de muerte y sentí una vergüenza enorme creyendo que había sido descubierta por mi marido, pero la voz al otro lado de la puerta no era la suya.
− Señora, ¿puede salir un momento? - era la voz de Sergio la que me hablaba, con un tono nervioso.
− Sí… esto… espera un momento - contesté dándome cuenta de que estaba desnuda al otro lado, pero sabiendo que las cámaras seguían grabando.
Cogí la pequeña bata china roja de fina seda que tenía a los pies de mi cama, me la puse, anudándola a mi cintura y abrí la puerta.
La imagen del otro lado me pareció casi como una aparición pero es que mi calentura no me dejaba pensar con racionalidad y ver allí a Sergio, con su torso desnudo, sus brazos, todos sus músculos… y el brillo que marcaba el sudor sobre su piel… ufff, qué imagen!
Él se entretuvo unos segundos observarme de arriba a abajo. Lógicamente le debí impactar una vez más, pues la imagen de mi cuerpo apenas tapado por la pequeña y fina batita, debía resultarle cuando menos sugerente, ya que mostraba todos mis muslos y un generoso escote, con el añadido de que debajo no había nada más. Seguramente ya me habría visto desnuda en mi nueva sesión y el hombre vendría totalmente desbocado. Era tanta mi calentura en ese momento, tras mi show ante las cámaras, que llegué a pensar que Sergio venía a violarme y si lo hubiera hecho en ese momento, me hubiera dejado... no aguantaba más tiempo sin sexo.
− Señora, discúlpeme. - dijo al fin sacándome de mis fantasías.
− Dime Sergio, ¿Qué ocurre?
− Verá, el señor ha salido por una hora y quiero enseñarle algo.
− Pero…
− Sí, venga. - añadió nervioso.
En ese instante Sergio estiró su mano y tiró de la mía con fuerza haciendo que le siguiera casi a la carrera. No sabía a dónde me llevaba pero me gustaba estar siendo arrastrada a lo desconocido por aquel hombre del que podía ver su enorme espalda y su redondísimo culo. ¿Que iba a hacer conmigo? ¿Era que mi cuerpo desnudo le impactó demasiado y no se podía resistir a follarme?
Escaleras abajo, me sacó al jardín. A duras penas podía seguir sus zancadas hasta que llegamos a la pequeña casita de madera donde se guardan las herramientas del jardín y entonces pensé lo peor. Estaba claro que ese hombre no había podido aguantar más y ante la ausencia de mi marido, tras haber visto mi guarra exhibición en las diversas grabaciones, iba a forzarme en aquel mugriento cuartito. Podía haber gritado, golpear su cabeza, arañarle la espalda y la cara, sin embargo estaba dispuesta a dejarme llevar por los instintos más salvajes de ese hombre, totalmente entregada para ser violada por él..
− Siéntese ahí señora. - dijo ofreciéndome un pequeño banco.
Mi cabeza no dejaba de pensar en cosas…. ahora me desnudaría, chuparía mis pezones, mordería mis muslos, pondría su miembro en mi cara, me obligaría a chupárselo, me follaría sobre aquel pequeño banco.
− Creo que las cámaras han grabado algo. Han detectado movimiento - dijo volviéndose a mí mirándome fijamente a los ojos y también al escote y a mis piernas que temblaban sobre el pequeño banco.
− ¿Cómo? - pregunté totalmente confusa, pues no me esperaba eso.
No respondió, pero se limitó a quitar una gran lona que cubría un monitor, que se encendió de inmediato, ofreciendo una imagen que reconocí de al instante, que no era otra que una gran perspectiva de mi habitación. Se veía claramente la puerta de entrada, la del baño, mi tocador, las mesillas y mi gran cama en el centro. La nitidez de la imágen era máxima. El fragmento estaba detenido con el “PAUSE”.
Me sonreí a mi misma, primero por haber imaginado cosas extrañas, por estar allí a solas con ese joven que seguramente lo que quería era que viéramos juntos las imágenes de mi cuerpo desnudo y mis reacciones. Yo no estaba muy segura de poder aguantar más con esa calentura.
− ¿Qué has grabado, Sergio? - pregunté haciéndome la ingenua.
− No sé si está preparada para verlo, pero disponemos de muy poco tiempo. - añadió el chico con la voz temblorosa.
Dios, aquello era tan excitante, no podía más que seguir imaginando qué pasaría a continuación cuando apareciese mi cuerpo desnudo y él estuviera allí tan cerca y no se pudiera reprimir por más tiempo y lógicamente yo tampoco. Soy fiel, pero no de piedra y ese chico es una maravilla de la naturaleza.
Sergio pulsó el “PLAY” y la imagen empezó a moverse. Se sentó a mi lado observando mi escote una vez más. No le sonreí, pero me hubiera gustado hacerlo, decirle cuánto deseaba que me follase con todas las ganas. “Viólame ya” - pensé para mis adentros admirando sus fuertes brazos.
Entonces, al girar mi vista al monitor, algo me dejó descolocada: lo que apareció fue bien distinto a lo esperado, pues no era yo la que aparecía en la imagen, sino Ramiro… mi esposo. Tardé unos segundos en asimilar ese cambio repentino de lo que estaba viendo. Tras mi marido, entraron en la habitación dos mujeres, que no me costó identificar: Eran Charo y Gema, sus dos “fieles” colaboradoras del partido.
Todo mi calor desapareció en un instante. Mi cuerpo se paralizó al completo, como si no tuviera constantes vitales... como si me hubiera convertido en estatua de piedra esperándome ver lo peor a continuación. ¿Qué hacían esas dos mujeres en mi habitación?
Sergio me miró directamente a los ojos, supongo que queriendo ver mis reacciones, aunque yo volví a clavar la mirada del monitor observando detenidamente las escenas que estaban reproduciéndose.
En ese momento, Sergio estiró su brazo con el mando a distancia y detuvo la imagen.
− ¿Señora, está segura de querer verlo? - preguntó apurado.
A pesar de que era evidente lo que sucedía y lo que vendría a continuación, me seguía repitiendo a mí misma que no podía ser, que ese no era Ramiro, que no era mi habitación, que todo era un sueño… pero aquello era demasiado real, demasiado evidente.
Arrebaté casi de un manotazo el mando que tenía Sergio en su mano y pulsé yo misma el “PLAY” para seguir viendo las imàgenes cada vez más explícitas: Ramiro despojaba a Charo de su vestido y esta no llevaba nada más debajo, mientras que la otra, Gema, su secretaria personal, que siempre me pareció tan tímida y modosita estaba desabrochando la bragueta a mi esposo con una sonrisa de auténtica zorra.
Sergio me observaba, lo podía percibir de reojo a pesar de estar con la vista fija en aquella grabación y aun estando mis ojos llenos de lágrimas.
Ramiro, completamente tumbado sobre la cama, era desnudado con impaciencia por ambas mujeres. La primera desnuda también, se tumbó sobre su cuerpo, para besarle frenéticamente mientras el cerdo de mi esposo amasaba su redondo y blanco culo. La otra, al mismo tiempo, se iba despojando de su ropa, para quedar desnuda junto a los otros dos. Tras varios besos y caricias, ambas mujeres se arrodillaron a los pies de mi esposo que ya lucía una evidente erecciòn, para no esperar más tiempo y comenzar una tremenda mamada a dúo. ¡No podía creérmelo!
− ¡Qué hijo de puta! - dije al ver aquello, aunque no estoy muy segura de que saliera de mi boca o simplemente lo pensé.
La escena era propia de película porno: Ramiro, bufaba extasiado por las habilidosas bocas de aquellas dos zorras, mientras él intentaba llegar a sus pechos. Gema se levantó para ponerse a horcajadas sobre al cara de mi marido, apoyando todo su empapado sexo en la boca de él que degustaba su coño con total entrega, al tiempo que la otra seguía chupando su verga arrodillada a sus pies. Sergio detuvo el video de nuevo quitándome el mando de mi mano helada.
− Creo que con eso tiene más que suficiente, señora. - dijo él sosteniendo mi mano entre las suyas.
Le miré con mis ojos empapados en lágrimas, queriendo entender cómo podía haber pasado aquello, haciéndome miles de preguntas, incluso si yo había tenido alguna culpa para que mi esposo me engañase de esa forma tan despiadamente cruel y ¡En mi propia cama!
− No Sergio, quiero verlo todo… por favor. - le rogué entre sollozos, con dos regueros de lágrimas se derramaran por mis mejillas.
Tras recuperar el mando, el video ofrecía de nuevo el movimiento que se desarrollaba en mi habitación donde mi marido seguía disfrutando sin pudor de aquel trío maldito con sus dos compañeras de partido con las que no compartía trabajo ni informes, ni planificaciones, ni proyectos… sino un trío en toda regla.
Cuantas veces me confesó estar concentrado o cansado para tener sexo conmigo y yo siempre entendí que lo primero era su trabajo, quedándome con las ganas en tantas ocasiones, pensando que él necesitaba su espacio y ninguna distracción y ahora… ahora estaba con dos mujeres desnudas sobre nuestra cama de matrimonio.
Las escenas se sucedían deprisa, pero no perdía detalle de ninguna de ellas. La boca de Ramiro no daba abasto para chupar los fluídos que emanaban del sexo de una cuando la otra seguía mamándosela con ahínco.
Después de un frenético movimiento durante unos eternos minutos, los tres fueron cambiando de postura, mientras Charo le comía la boca a Ramiro y le recogía los restos que le había depositado sobre su cara la otra puta.
Mi mano sostenía firmemente el mando y Sergio me miraba con cierta lástima, como si quisiese regresar en el tiempo, arrepentido, sin duda de haber mostrado aquella desagradable grabación. En el video las tres bocas se comían mutuamente, desesperadamente, casi como si no hubiera mañana. Luego, mientras una masturbaba a mi esposo, la otra le lamía la oreja o le mordía los pezones. De pronto Ramiro se levantó y tras dar un azotazo fuerte a Gema, le ordenó que se tumbara boca arriba sobre la cama. Cogió su miembro con firmeza y tras dar dos golpes sobre los inflamados labios del sexo de la chica, le introdujo salvajemente su polla hasta lo más profundo de su coño y ¡sin protección!. Ella gritaba, hasta que la otra apagó sus chillidos comiéndole la boca a la primera e intercambiando saliva que era recogida por mi esposo en otro frenético beso, de una forma asquerosamente obscena y depravada. Ramiro estaba desconocido… pues nunca actuó así conmigo.
Me costó seguir visionando aquellas escenas, donde Ramiro seguía martilleando el sexo de Gema y la otra le lamía las pelotas por detrás, o le daba mordiscos por todo su trasero. Aquello era un no parar, un desenfreno total. En ese momento recordé lo de las braguitas bajo el sofá, entendiendo que era de una de esas dos cerdas. ¿Cuántas veces habría sido engañada?, ¿Con cuantas putas?, ¿En cuantos sitios..? Ahora lo estaban haciendo delante de mis ojos llorosos ¡En mi cama!
Al cabo de unos minutos de folleteo frenético, se volvieron a cambiar de postura y era Charo la que se ponía a cuatro patas sobre la cama. Mi esposo se ubicó tras ella, para agarrarse a sus caderas y follársela con ganas a lo perrito, besando al mismo tiempo a la otra. Un sinfín de posturas y escenas más propias de una peli porno.
No daba crédito a lo que veía y no era un sexo apacible y normal, era un sexo cerdo y depravado, como estaba viendo a mi desconocido esposo, alguien del que yo no había sospechado ni por lo más remoto que me hiciera esto, si no lo estuviera viendo en vivo frente al monitor, no hubiera creído nada de lo que me contaran. Ahora en la imagen, ese marido aparentemente fiel, penetraba a una o le comía las tetas a la otra, para después cambiar de pareja, chuparse, lamerse por todas partes, sin ningún reparo, con todas las ganas y follar en todas las posturas del repertorio del kamasutra y no de las dos o tres básicas que practicaba conmigo.
Cuando Charo llegó al orgasmo, la otra se dispuso a cuatro patas, igual que la anterior, preparada para otro folleteo de lo más enérgico, pero para mi sorpresa, Ramiro tras pasar su verga por el sexo de la chica unas cuantas veces, puso la punta de su pene en el agujero posterior y con un movimiento rápido de su pelvis le introdujo el pene bruscamente, ante la sorpresa de Gema que no se esperaba eso y gritaba de dolor. Nunca había visto a mi esposo comportarse de esa manera, pero además de su crudeza, de su brutalidad en un sexo irreconocible para mí, se empleaba a fondo perforando el culo de la chica y disfrutando de lleno con ello, mientras la otra reía a su lado. Me resultaba asqueroso, sórdido, humillante....
Recordé la de veces que yo le pedí que probásemos sexo anal y él se negó otras tantas, diciendo que eso era indecoroso, cerdo e impropio de personas decentes. Ahora estaba haciéndolo de forma salvaje en mi cama, pero no conmigo, sino con su secretaria, sin que esta le hubiera invitado, algo que pareció encantarle y acabar disfrutando como un auténtico cabrón.
Mi esposo sacó la polla del inflamado culo de su secretaria y apuntando a la cara de Charo, le lanzó unos cuantos chorros que salieron enérgicos cayendo sobre su pelo, sus ojos y sus tetas.
− ¡Trágalo puta! - dijo agarrándola por el pelo, algo que a ella no le quedo otra que recibir uno y tras otros los chorros de mi esposo en su boca.
La de veces que le dije a Ramiro que se corriera en mi boca, para sentir ese sabor y siempre me negó tal cosa, diciendo que eso era “cosa de putas”.
En ese instante, paré el vídeo, no quise ver más, no podía soportar por más tiempo aquella tortura del engaño. Apoyé mis codos sobre las rodillas y tapando mi cara empecé a llorar como una niña.
No sé cuánto tiempo estuve así, llorando desconsolada, totalmente compungida sin casi acordarme de que tenía a Sergio a mi lado. De pronto noté su mano sobre mi espalda y como me acariciaba de arriba a abajo. Con su otra mano abarcó las mías, mostrando con cariño un consuelo que necesitaba. Inmediatamente me aferré a su cuello y totalmente hundida sollocé sobre su duro y desnudo pecho, todas mis penas, todo mi dolor, toda mi humillación y mi vergüenza.
Tras un buen rato llorando desconsolada sobre mi empleado que no solo no se aprovechó de mí, sino que se comportó como un hombre, totalmente entregado a su labor de apoyo y consuelo a una mujer dolida y engañada.
− Señora, siento mucho todo - dijo acariciando mi pelo y mi espalda cubierta por la fina tela de la bata de seda.
Agradecí mucho tenerle a mi lado en ese momento, porque de otro modo, seguramente hubiera cometido una locura. Por mi cabeza no dejaban de pasar las escenas de mi habitación en las que un totalmente desconocido Ramiro se follaba a sus compañeras. No parecía mi esposo... mi fiel esposo, que se enfadaba conmigo por llevar una falda demasiado corta o porque hablaba más de la cuenta con mis compañeros de trabajo, ese tan santo, tan religioso, tan amante de la familia, la lealtad, la fidelidad, ese hombre al que yo amaba profundamente. Ahora me estaba traicionando de forma cruel… Y no, no era precisamente lo que se llama “una canita al aire”, algo que seguramente le hubiera perdonado con el tiempo, se trataba de algo mucho más fuerte de lo que cabía esperar… y de lo que yo podía soportar.
− ¿Por qué... por qué? - me preguntaba en voz alta entre sollozos.
Sergio no respondía, tan solo se limitaba a abrazarme, a dejar que mi rabia y mi frustración se diluyeran con mis lágrimas.
Me sentía engañada, traicionada y humillada… pero sobre todo furiosa, tremendamente furiosa, tanto, que si mi esposo hubiera estado delante en ese preciso momento, le hubiera matado con mis propias manos.
− ¡Me quiero morir! - dije llorando apretando mi cara contra el torso desnudo de Sergio.
− ¡No diga eso, señora, por Dios! - me repetía él, mesando mi cabello.
Levanté mi cara, mirando fijamente a los ojos de mi apuesto jardinero para decirle entre hipidos.
− No puedo soportarlo.
A continuación me levanté, quedando vacía de un abrazo tan reparador, pero necesitaba salir de allí, me sentía sucia, como si fuera yo misma quien hubiera protagonizado las escenas más cruentas de aquella grabación.
− Señora… siento mucho haberle enseñado…
En ese momento Sergio volvió a abrazarme, esta vez estando ambos en pie y pudiendo notar por entero todo su musculado cuerpo abrazando el mío. Me sentía chiquitita ante ese hombre tan grande y fuerte, pero al mismo tiempo muy reconfortada con su abrazo cariñoso. Olía tan bien… ¡A hombre!
Mi cuerpo sentía algo más que ese cariño y podía percibir mis tetas pegadas a ese pecho y eso me gustaba, lo mismo que su pelvis sobre mi vientre notando claramente la dureza de algo que no se podía ocultar, por mucho que él lo intentase retirando esa parte de mi, pero yo me agarré a su espalda para atraerle más a mí y sentirle de lleno, incluso su erección, aunque no fuera el momento más propicio para sentirla, pero no pude evitar un estremecimiento por todo mi cuerpo.
− No, Sergio, tenías que hacerlo y te lo agradezco. - dije al fin limpiando mis lágrimas con el dorso de mi mano.
− Me duele verla así. - añadió acariciando mis brazos y mi pelo.
Me separé un momento de ese abrazo para mirarle fijamente a los ojos y después a su pecho que tenía a escasos centímetros de mí. Mis latidos iban en aumento, pero no estaba segura si por todo lo sucedido o por tener una tensión sexual que ahora me ofrecía estar tan cerca de un hombre perfecto.
− Gracias Sergio - y perdóname. - dije reponiéndome a duras penas.
− ¿Perdonarle? ¿El qué?
− Que no te haya creído, que haya dudado de tu palabra y que hubiera pensado mal de ti, de tu novia… - añadí sosteniendo sus manos.
La mirada de mi jardinero iba de mis ojos al canalillo ligeramente abierto de mi bata. No sé si él sabía que debajo estaba desnuda, pero la idea me excitaba a mí. Su turbación y su tensión debían ser similares a la mía. Instintivamente me abracé a ese cuerpo que tenía delante, el de ese hombre que ahora deseaba más que nunca, tanto o más que lo que me deseaba él a mí. Pensé en besarle, es lo que más deseaba en ese momento, cuando de pronto se oyó el motor del coche de mi esposo que llegaba y ambos nos quedamos paralizados.
Entonces volví a la realidad entendiendo que todo no era fruto de una pesadilla, sino algo muy real.
− ¡Hijo puta! - dije de nuevo pensando en Ramiro y dispuesta a salir corriendo para matarle.
Justo en el instante en el que me disponía a abrir la puerta de aquella casita del jardín y salir disparada para descargar toda mi frustración y mi enojo sobre mi esposo, Sergio me abrazó por detrás, deteniendo mi impulso furioso. Pude sentir su gran cuerpo pegado a mi espalda, su torso, sus brazos rodeando mi pequeño cuerpo, su pelvis pegada en mi culo… y la dureza más que evidente de su miembro. Sus manos acariciaron mi cintura, muy cerca de mis pechos, que descansaban sobre esos fuertes antebrazos. Pegó su boca a mi oído y mi cuerpo recibió una descarga y un estremecimiento extraño pero muy agradable. ¡Cómo me gustaba estar así abrazada a ese hombre!
− Señora, no cometa ninguna locura. - dijo al fin susurrando en mi oído.
Giré mi cabeza y esta vez fui yo la que pegó mi cara contra la suya, hasta dejar mi boca en su oído. ¡Qué gusto sentir ese olor tan varonil! - pensé.
− ¿Crees que estoy loca por querer matarle? - pregunté rabiosa pero a gusto al estar sostenida fuertemente por esos fuertes brazos.
− No dudo que esté furiosa, señora, yo lo estaría, pero tiene que pensar en frío… no en caliente.
Es curioso, pero sí que era verdad que estaba caliente, aunque no sabía muy bien si por todo lo vivido minutos antes o por ese abrazo del que yo no podía ni quería escapar. Ahora mi cabeza no pensaba con criterio alguno. Para colmo sus manos se deslizaban por mi vientre en una suave caricia, muy cerca de la lazada que mantenía mi bata atada. Recordé que estaba desnuda debajo y me mantuve quieta, pensando que en cualquier momento desataría ese nudo quedando expuesta a su merced... al menos eso anhelaba yo.
− ¿Está más tranquila? - me preguntó de nuevo pegando su cara a la mía.
− Sí. - respondí notando de nuevo ese estremecimiento por todo mi cuerpo.
− ¿Puedo soltarla sabiendo que no cometerá ninguna locura? - preguntó con su grave y tranquilizadora voz.
− Sí, Sergio. Tienes razón, debo pensar en frío todo esto. Gracias.
En ese instante soltó sus brazos y me dejó libre. Me hubiera gustado seguir atrapada en aquella deliciosa trampa y no podía dejar de pensar en porqué no había soltado la lazada de mi bata y desnudarme ante él. Nadie se lo iba a impedir… Cuánto me hubiera gustado estar empotrada contra la pared y me diera una buena tunda con esa polla que yo había notado tan dura sobre mi culo. Gire mi cabeza y de nuevo vi su boca muy cerca de la mía. Ambos nos miramos y le di un pequeño beso en la mejilla, despidiéndome de él.
− Gracias, Sergio.
Juliaki
CONTINUARÁ...