VENGANZA CONSUMADA (Capítulo 1)

Al llegar a casa, lo único que deseaba era tener una buena sesión de sexo con mi esposo, sin embargo él no estaba, pero si que encontré una sorpresa que me dejó aturdida.

Capítulo 1. La sospecha

Para tí, amiga “L”, con mis más sincero agradecimiento por compartir conmigo y confiarme tus más íntimos secretos inconfesables.

Regresé de mi último vuelo más cachonda que nunca. Se puede decir que mi trabajo como azafata no es siempre así, ni mucho menos, ni tampoco se producen situaciones ni historias tan cachondas y sensuales como lo pintan en las películas, pero en aquella ocasión, el hecho de llevar casi tres meses sin sexo, un vuelo transoceánico y un pasajero guapísimo, turbaron mi mente y ese viaje me trajo por la calle de la amargura. Aquel hombre vestido tan elegantemente no dejaba de mirarme con sus impresionantes ojos y sonreír cada vez que pasaba a su lado o le ofrecía alguna cosa, en mi labor de atenta azafata. Sus atrevidas miradas me sonaban a insinuaciones continuas pero cuando literalmente mojé mis braguitas fue cuando me dijo:

−    Es usted preciosa, Lorena. Hasta su nombre es precioso… Gracias por hacerme tan agradable este vuelo - me dijo cuando abandonaba la cabina, muy sonriente leyendo el cartelito que señalaba mi nombre sobre mi pecho. - pocas veces me he sentido tan bien en un avión. - añadió.

−    Gracias por volar con nosotros - contesté casi maquinalmente con una gran sonrisa y notando mi corazón palpitar con fuerza en mi pecho.

Aunque otras muchas veces me han piropeado los pasajeros, aquel día yo estaba más receptiva y más cachonda que nunca.  Saliendo de la terminal lo único que deseaba era llegar a casa para que mi marido me quitara aquella calentura de una maldita vez.

Esperé en la cola de la parada de taxis pacientemente pero a medida que pasaba el tiempo, mi intranquilidad y nerviosismo iban en aumento. Me miré a la cristalera de la terminal que ofrecía el reflejo de mi cuerpo. Veía mi propia sonrisa, mis ojos azules, el pelo rubio, largo y rizado, mi busto prominente y  una figura estilizada con aquel ceñido uniforme ofrecían una imagen de la que me sentía realmente orgullosa “Lorena, hija, todavía estás muy buena a pesar de haber cumplido los cuarenta, no sé por qué te extrañas de que te piropeen” - me dije a mi misma, alentando mi ego y sin que rebajase mi calor interior, sino más bien al contrario.

Al fin pude tomar un taxi para dirigirme a casa cuanto antes. Al pasar mi mano sobre la fina tela de la blusa de mi uniforme noté la dureza de mis pezones, indicativo de mi gran calor interno y ese gesto pareció gustarle demasiado al taxista a tenor de la gran sonrisa que mostraba a través del retrovisor. Me puse colorada, pero aquel acto de pillarme fuera de juego, me encendió más, si cabe. ¿Cómo sería su polla?, ¿La tendría dura por mi culpa? Eran mis primeros pensamientos lascivos al ver a ese fuertote taxista. ¡Dios qué locura!

No quiero que con esto se me malinterprete. Soy una mujer casada y muy fiel a su esposo, nunca le engañé con nadie, lo que ocurre es que últimamente, al no tener casi contacto físico entre nosotros, me llevaba a fantasear más de la cuenta y a estar también mucho más caliente. Ramiro, mi marido, es un hombre ocupado en la política y últimamente más todavía, pues se encontraba desde hacía más de un mes preparando la precampaña electoral, así que no le culpé de la situación, era lógica su falta de tiempo para atenderme, pero en cambio yo sí que deseaba poder tener algunos momentos íntimos para nosotros dos, más a menudo. Entendía que la candidatura de Ramiro para ser el nuevo alcalde de la ciudad le quitaba más tiempo del que yo deseaba...

Al llegar a nuestro chalet, me encontré con Sergio, nuestro jovencísimo jardinero que estaba segando el césped. Estaba impresionante, como siempre, con su ajustado pantalón vaquero y su torso desnudo, dibujando ante mi alterada vista, unos preciosas abdominales, bien depilados y unos músculos portentosos. Noté que mi sexo dio unos pequeños latidos ante aquella imagen. ¡Vaya revolcón te daba guapito! - pensé para mis adentros sin poder remediar mi excitación, pero luego volví a recordarme que debía guardar la compostura de mujer casada y fiel, al menos en la parte física, porque en la del pensamiento, era imposible de evitar. Y es que ese chico, que por edad, con sus veinte añitos, podría ser mi hijo, es todo un portento, además de la envidia de todas mis amigas cuando vienen a casa, sin embargo, a pesar de que a mi también me pone y muchísimo, intenté que no me notara lo cachonda que estaba, guardando las oportunas distancias y mirándole como mi joven empleado que es, pero es imposible no reconocer que el chico tiene un polvazo, es muy guapo, con un cuerpo perfecto, atento, educado… sin embargo mis pensamientos iban a imaginarlo desnudo, viéndole follando sobre mi cuerpo, notando su fuerza y su juventud cabalgándome, sintiendo esos músculos tensarse mientras mis dedos juegan con su pecho… En mi cabeza solo se dibujaba una enorme polla taladrandome y llenándome entera. ¿Sería así de grande como yo la imaginaba?. No es que tuviera queja de mi marido, pero siempre he pensado que mi joven jardinero la tiene que tener más grande.

Sergio comenzó a trabajar a nuestro servicio hace más de un año y no solo haciendo labores de jardinero, también se encargó siempre de la reparación de cosas en la casa y es que es un manitas pues se le da muy bien la albañilería, la electricidad, vamos, lo arregla todo. Es un buen partido que más de una se llevaría al huerto.

−    Hola, Sergio, ¿No has visto a Ramiro? - le pregunté por mi esposo.

−    Salió hace un rato - contestó el chico, que levantaba su mirada con cierto disimulo, pero escaneando todo mi cuerpo. Yo me sabía observada, tanto en mi escote como la forma que dibujaba la falda de tubo de mi uniforme de azafata.

−    Vale, si llega, le dices que estoy en la habitación.

Me metí en la casa y me maldije a mí misma porque mi marido no estuviera allí en ese momento, porque lo que menos me apetecía era tener que masturbarme yo sola con todo ese fuego dentro.

Decidí tomar un baño relajante y esperar a mi esposo, pero metida en mis pensamientos libidinosos debí quedarme dormida en aquella enorme bañera redonda repleta de espuma y burbujas del jacuzzi.

Me puse el albornoz y bajé al salón en busca de Ramiro, pero no había ni rastro de él.

−    ¿Sergio, ha vuelto mi esposo? - pregunté al jardinero asomándome al ventanal que da al jardín mientras este limpiaba de hojas la piscina.

−    No, aun no. - respondió el chico, permitiéndome ver una vez más ese torso desnudo y sus vaqueros ajustados mostrando un culito digno de enmarcar.

“Si supieras que no llevo nada bajo este albornoz” - pensé para mí, pero luego quise borrar ese pensamiento de mi cabeza, aunque también le gusta a una ser la atracción de un hombre joven, claro. Inevitablemente noté enseguida la humedad de mi chochito.

De siempre he sabido que gusto a ese chico, una se da cuenta de esas cosas, por su forma de mirarme, se palpa el deseo y las cosas que deberá imaginar haciendo conmigo. Yo al mismo tiempo siempre he imaginado que se masturba pensando en mí y tengo que reconocer que también me he masturbado pensando en él en más de una ocasión. Sé que soy una mujer casada y no debería pensar ciertas cosas, pero no soy de piedra y no puedo evitar sentirme atraída por ese joven jardinero, tan fuerte y viril. Al mismo tiempo, también me gusta exhibirme, algunas veces más provocativa de lo que debiera. Pero, como dice una amiga mía, que siempre envidia mi cuerpo: “Lo que se van a comer los gusanos, que lo disfruten los humanos” y siempre me anima a que luzca palmito cuando salimos por ahí. A mis 40 años, conservo una figura estilizada y un cuerpo cuidado y trabajado, ya que siempre le he dedicado el tiempo que se merece para sentirme joven y atractiva. Seguramente, el hecho de ser rubia ha provocado mayor atracción a los hombres y debo reconocer que me gusta ser ese objeto de deseo de todas las miradas, incluyendo por supuesto, las de Sergio, mi guapo jardinero, sin embargo nunca he dado motivos a mi marido para sentirse celoso y siempre he tenido claro que solo él podría tocarme.

Me serví una copa y me puse a ojear una revista en el sofá esperando a Ramiro, deseando que llegase el momento de quitarme el albornoz y tirarme sobre la cama desnuda, dispuesta a una buena sesión de sexo salvaje. Llevábamos tanto tiempo sin hacer el amor, que casi ni me acuerdo. Me esmeré en depilarme totalmente y de perfumarme para que mi marido notase además de ese perfume, mi aroma de hembra caliente. Lo cierto es que casi no me importaban los preámbulos, sólo quería era follar de una vez. Soy mucho más fogosa que él, lo reconozco y no niego que me gustaría que fuera más activo de lo que es.

En eso estaba, distraída en mis libidinosos pensamientos, cuando observé que debajo del sofá asomaba una prenda de color lila. Tiré de ella y ví que se trataba de un pequeño tanga con florecitas moradas, casi transparente. Por más que lo estuve mirando, sabía que aquella braguita no era una de las mías y me quedé muda, pensando cómo podía haber llegado hasta allí. De pronto me acordé de Sergio y de su novia. Entonces me di cuenta de que seguramente habrían estado “jugando” en alguna de nuestras ausencias en la casa.

−    ¡Sergio, ven aquí!- dije gritando, haciendo señas desde el ventanal.

El chico levantó la cabeza acercándose sorprendido por mis gritos, quedando al otro lado del cristal. Mi cuerpo sintió un escalofrío al ver a ese chico tan fuertote ahí plantado. Extendí mi mano y le mostré la braguita que colgaba de mi dedo:

−    Sergio, pasa. - le hice en un gesto.

Mi jardinero se sintió algo apurado y entró al fin en el salón cabizbajo. A pesar de estar mosqueada pensando en su atrevimiento de haber traído su novia a casa, aproveché para deleitarme con esos abdominales tan marcados, esos brazotes fuertes y ese bulto que se marcaba bajo el pantalón. Me repuse de esos pensamientos respirando profundamente para que él no me notara nada.

−    ¿Me puedes explicar qué significa esto? - le pregunté muy seria, acercando la prenda hasta ponerla a la altura de su cara.

El chico se quedó mudo durante un rato, incapaz de reconocer su desliz y supongo que pensando en alguna buena excusa.

−    ¿Te vas a quedar ahí como un pasmarote, Sergio? ¿Qué es esto? - insistí furiosa.

−    No lo sé, señora… un tanga...

−    Vamos, eso ya lo sé. No me tomes por tonta.

−    Yo…

−    ¿Tú qué? Estoy esperando una explicación. - insistí.

−    ¿No es suya? - preguntó levantando tímidamente los ojos.

−    ¿Mia? Estas braguitas no son mías. Tengo algo de mejor gusto- respondí altanera, pues lo cierto es que me gusta llevar prendas caras, incluyendo la lencería más fina y elegante.

Mi pie descalzo martilleaba la tarima flotante esperando la contestación de mi empleado y yo no podía evitar mirar de reojo a mi apuesto jardinero y la de veces que fantaseé con ese cuerpo tan bien formado, tan alejado por cierto del de mi esposo. Soñaba siempre en cómo debía sentirse una, abrazada por semejante fiera, notar sus pechos contra los míos, esas manazas agarradas a mi culo y esa pelvis clavada en la mía. Veía en su mirada una fierecilla, un hombre joven, con mucha marcha... de esos que se desfogan contigo, agarrándote del pelo mientras te folla a lo perrito. Incluso llegué a fantasear alguna vez que entraba en casa para violarme y eso aunque sonaba repugnante, era una fantasía tremendamente excitante. Al fin y al cabo era solo una fantasía.

−    Verá señora, seguramente, de una fiesta… - comenzó él por fin, pero dubitativo.

Tras echarle una mirada seria a aquellos grandes ojos que portaba el muchacho, me puse más cerca de él para decirle:

−    Mira, si tu novia y tú queréis echar un polvo, me parece bien, os vais a un hotel o en vuestro coche, pero esta casa es sagrada, ¿entiendes? - le recriminé.

Yo imaginaba que el chico no tenía muchas posibilidades para irse a un hotel, pero me molestaba mucho que su novia viniera a mi casa y follasen en cualquier parte, no estaba dispuesta a admitirlo. Me sentía invadida y no sé hasta qué punto celosa, por no ser yo la que hubiese sido despojada de las braguitas en el salón por ese atractivo joven.

−    Perdone, pero eso no es mío, señora… - apuntó él.

−    No, claro, ya me imagino. Será de tu chica...

−    No, tampoco. - respondió bajando de nuevo la cabeza.

Me quedé en silencio durante unos segundos.

−    ¿No te habrás traído a una puta? - dije ya con el tono muy encolerizado pues esa idea me irritaba aún más.

−    ¡No, por Dios! Yo solo estoy aquí para trabajar. - añadió levantando la vista pero manteniendo su cabeza gacha.

−    Pues te trabajas a alguna en mi salon y eso no lo puedo permitir. Sergio, si no me dices de quién es esto, voy a tener que hablar con mi esposo y despedirte, ¿es lo que quieres?

Al decir eso me sentí algo mal por el chico, pues es un buen trabajador, muy servicial, limpio y educado, pero no estaba dispuesta a que utilizara cualquier estancia de mi casa para sus escarceos, ni con su novia ni mucho menos con una fulana.

−    Señora, eso no es mío, ni de mi novia, ni he estado en su salón con ninguna mujer… - afirmaba él muy apurado y nervioso cuando oyó la palabra despido.

−    Pues este tanguita tampoco es mío. Ya me dirás cómo ha podido llegar hasta aquí.

El chico miró para otro lado. Estaba con su cara totalmente desencajada y notaba que me ocultaba algo.

−    ¿Qué tienes que decirme Sergio? No puedo creerte, tu nerviosismo te delata. Prefiero que me digas la verdad, será más fácil. Confiesa de una vez - le desafié sosteniendo su barbilla con mi dedo para que no retirara su mirada de la mía.

−    No puedo, señora.

−    ¿Cómo que no puedes? - repetí con furia.

−    Le juro que esa braguita no es mía ni de mi novia… si tampoco es suya, será de otra persona. - añadió tartamudeando.

Esa frase me confundió aún más y tuve que sentarme en el sofá, porque lo que insinuaba estaba empezando a tomar un color que no me gustaba absolutamente nada. Lo primero fue pensar en la señora que venía a limpiar, pero desde luego esa braguita tan pequeña no podía ser suya, pues la señora es bastante mayor y entrada en carnes. No podía ser. La opción que me quedaba no me gustaba ni un pelo.

−    ¿Qué estás intentando decirme Sergio?, ¿Qué esto es cosa de mi esposo y de alguna de las mujeres que vienen aquí a trabajar? - pregunté con gran nerviosismo.

Silencio total por su parte y también por la mía, pues intentaba racionalizar lo que ese chico acababa de insinuarme. Lo primero era asimilar que mi marido era incapaz de engañarme y lo segundo que mucho menos lo hiciera en mi propia casa. No, definitivamente, no podía ser...

−    Mira Sergio, prefiero que reconozcas tu culpa y no empeores las cosas. Si quieres decirme que has tenido algo con una chica en mi casa, tu novia u otra, vale, no me gusta, pero te lo voy a perdonar, hablaré con mi marido y le diré que no lo tenga en cuenta.

−    No, no hable con él, yo no quiero líos, de verdad.

−    Siéntate. - le dije dando unas palmadas en el sofá para que se pusiera a mi lado.

−    Señora, yo…

Solo tuve que hacer un gesto imperativo con el dedo y obedeció sentándose junto a mí.

−    Ahora, cuéntame tu historia que de entrada no tiene ni pies ni cabeza. Espero que le puedas dar algún sentido, porque sino, será yo la que te despida en este mismo instante, ¿Me comprendes? - dije muy seria.

El chico alzó la vista a mis ojos mordiéndose un labio y luego bajó la vista al canalillo que ofrecía mi bata abierta, que tapé inmediatamente. Me gustó una vez más esa forma de mirarme con deseo, pero ambos teníamos que guardar las formas y más en ese momento donde yo había pasado a ponerme, más que nerviosa, histérica.

−    ¿Me lo cuentas o te voy preparando el finiquito? - repetí clavando mi mirada en sus ojazos negros.

El chico, dudó unos instantes, pero “despido y finiquito” no debían ser palabras de su agrado, así que por fin se arrancó.

−    El señor viene aquí con su secretaria alguna vez y se pasan horas en el despacho o en otros sitios.

−    ¿Cómo? - grité descompuesta, pues mi pregunta era para él y para mí misma, pues no daba crédito a sus palabras.

−    Bueno, yo no sé si ese tanga es de su secretaria o de otras compañeras del partido.

Me puse en pie de repente dejando al chico asustado, como si yo le fuera a pegar o algo parecido.

−    A ver, a ver, Sergio… ¿Me estas diciendo que mi esposo, se trae a su secretaria o a alguna de sus compañeras y no a trabajar precisamente?

−    Yo no sé...

−    ¿Entonces? ¿Por qué lo dices?, ¿Qué es, según tú, exactamente lo que vienen a hacer? - dije empezando a imaginar cosas que me resultaban repugnantes.

−    Yo no he visto nada.  Quizás haya alguna otra explicación que desconozco...

No le creí, en principio porque no quería creerle y además porque si había algo de verdad yo quería saberlo de una maldita vez.

−    Sergio, espero que no me estés engañando, pero no creo que mi esposo… tenga… vamos, que no, que él siempre me ha sido fiel y no. - me reafirmaba a mi misma.

−    Por eso, que yo no sé nada, señora. - reafirmaba nervioso.

Anduve por todo el salón dando largos paseos mientras mi empleado seguía sentado en el sofá cabizbajo sin saber qué decir.

−    Si lo que dices tiene algo de verdad, es algo grave… muy grave. ¿Te das cuenta? - dije al fin.

−    Yo…

−    Si por el contrario es falso, - continué encolerizada - no te quiero contar lo que puedo hacer contigo, primero echándote a la calle y haciendo todo lo posible para que no consigas empleo en toda la ciudad, te lo juro.

−    Señora…

−    Vamos a hacer una cosa. Tu sabes como va el tema de cámaras de vigilancia.

−    ¿Yo?

−    Trabajaste en ello, ¿No es cierto?

−    Sí, claro. - respondió el chico azorado.

−    Te vas a comprar unas cámaras espías y las vas a colocar en toda la casa, en lugares donde no puedan verse. Quiero que las pongas, en el despacho, en el salón y en mi dormitorio, donde veas que se puede producir esa barbaridad que me acabas de insinuar. ¿Me has entendido?

−    Pero yo no…

−    No es una petición. Es una orden. ¿Te queda claro? Quiero dejar de tener las dudas que martillean mi cabeza y estoy casi segura de que me mientes, así que más te vale que aparezca algo en las grabaciones, porque me encargaré de echarte a patadas y que  tengas que ir a buscar trabajo al mismísimo infierno. - añadí furiosa.

Creo que nunca le había hablado así a nadie, mucho menos a Sergio, que siempre se comportó con mucha educación y respeto, pero estaba más que encolerizada y no podía admitir el engaño por parte de mi esposo. Quería pensar que era una excusa absurda de mi empleado, sin embargo algo por dentro me decía que no era todo una invención.

−    Señora, pero yo no puedo hacerle eso al señor… - comentó nervioso.

−    Entonces todo lo que me has dicho es falso. - añadí.

−    No.

−    Pues no hay más que hablar. Mañana quiero que estén instaladas las cámaras y que lo tengas todo listo para grabar cualquier cosa que te parezca sospechosa. ¿De acuerdo?

No le di derecho a réplica. Sergio se quedó ahí sentado y yo me dirigí a mi habitación, con una gran confusión, repitiéndome a mi misma que lo que acababa de insinuar Sergio, no era más que un malentendido, que quizás no pasaba nada y era todo fruto de su imaginación, algún tipo de broma o algo parecido. La sola idea de haber sido engañada por mi marido y en mi propia casa me hacía sentirme fatal. Me tomé unas pastillas para dormir sin querer ver la cara de mi esposo cuando regresara.

Al día siguiente bajé a la cocina y encontré a Ramiro desayunando y ojeando unos cuantos periódicos como de costumbre. Yo no quise que sospechara nada raro en mi comportamiento y no dejaba de repetirme que todo tenía una explicación, pero tampoco pude evitar sentir una punzada en mi estómago pensando en que lo que me había contado Sergio pudiera ser cierto. Miré a Ramiro que ni levantó la vista, sino que siguió leyendo los titulares de los diarios. ¿Habría algo de verdad? ¿Se habría traído a alguna de sus compañeras a casa para otra cosa que no era trabajar y preparar la campaña? ¿Habría una explicación lógica y menos torturadora de la que empezaba a pensar?

−    Bueno, me voy. Cariño, ¿Al final tienes vuelo hoy? - me preguntó mi esposo después de cerrar el último diario.

−    Sí, salgo dentro de tres horas. Estaré dos días fuera.

−    Ah. Vale. - respondió dándome un beso casto en la frente.

El hecho de que me preguntara por mi nuevo vuelo, me hizo sospechar que podría estar buscando un momento para engañarme, pero yo seguía repitiéndome que no, que todo era fruto de la imaginación de mi empleado o de la casualidad o de cualquier otra cosa, pero nunca que fuera un engaño de Ramiro. Si no tenía sexo conmigo era por su agitada y estresante agenda, no porque tuviera un lío con su secretaria u otra compañera… ¿O sí?

−    ¡Ramiro! - le dije justo antes de que saliera de la cocina.

−    Dime.

−    ¿Me quieres?

−    ¿Y eso a que viene? - me preguntó serio.

Me molestó su pregunta en respuesta a la mía y en otro momento no se hubiera tenido en cuenta, pero en ese instante la punzada se hizo más aguda en mi bajo vientre. Tampoco me dio un beso de despedida y me sentí vacía, olvidada, traicionada, engañada…

Al rato, justo cuando el coche de mi esposo desaparecía por la salida del jardín se acercó Sergio a la cocina.

−    Señora, ya tengo las cámaras.

Observé a mi joven jardinero de arriba a abajo y una vez más quería repetirme a mí misma que era todo un malentendido y que mi marido no había podido ser capaz de engañarme en mi propia casa. Esperaba que todo fuera falso, algo que me llevaría a despedir a mi empleado mentiroso.

−    Pues, venga, ¿A qué esperas para instalarlas? - dije muy borde.

−    Señora, sigo pensando que quizá no sea muy buena idea...

No hizo falta que le respondiera, solo mirarle fijamente bastó para que el chico diera media vuelta y se pusiera en faena. Yo, mientras tanto me fui a la piscina para darme mi baño matutino. Me gusta tirarme una hora nadando y esa mañana lo necesitaba más que nunca, era algo me ayudaría a relajar mis músculos y también a despejar mi mente llena de tensión.

Cuando empecé a notar mis músculos cargados por tanto ejercicio, decidí salir del agua y justo al subir por la escalerilla, Sergio apareció en el jardín poniéndose frente a mí. Una vez más, me observó sus ojos de deseo y reconozco que a pesar de no estar para juergas, me gustó esa forma de escudriñar mi cuerpo. Mis tetas estaban oprimidas por el pequeño sostén del bikini y mis pezones se marcaban ligeramente en la tela al estar empapada, por no hablar de mi braguita que siendo algo pequeña, dibujaba perfectamente la forma de mi pubis y el fino vello que lo adornaba. Me sentí desnuda ante la mirada de Sergio y me puse por encima la toalla algo avergonzada pero realmente excitada al mismo tiempo. Tanto tiempo sin sexo me estaba jugando malas pasadas.

−    Ya está todo listo. - me dijo Sergio timidamente, echando un último vistazo a mis muslos morenos.

−    ¿Ya?

−    Sí, preparadas las cámaras y grabando, como me pidió.

−    Perfecto. Por tu bien, espero que tengas razón… - dije quedándome en silencio unos cuantos segundos - o mejor dicho, espero que no. - dije al fin.

−    ¡Señora! - dijo cuando yo avanzaba hacia la casa.

−    Dime. - respondí parándome y estirando mi pierna y ofrecer mi torneado muslo que salía bajo la toalla, sabiendo cómo le ponía al chico.

−    ¿Está segura de querer hacer esto?

−    ¡Completamente! - respondí airadamente y caminé con paso firme y meneando las caderas ante el chico.

Llegué a mi habitación y dejé caer la toalla sobre la cama. Me miré al espejo observando el reflejo de mi figura bajo aquel bikini. Realmente me gustaba lo que veía y el hecho de atraer a los hombres con mi cuerpo, especialmente el de mi jardinero me gustaba aún más. Me quité la parte de arriba del bikini y amasé ligeramente mis pechos, orgullosa de la consistencia que todavía mantenían. En ese instante me acordé de las cámaras y me tapé las tetas instintivamente. Por un momento me vi observada por miles de ojos… pero luego ese hecho, precisamente, no sé por qué, me produjo un cosquilleo interno muy agradable. Retiré mis manos de mis pechos y anduve por la habitación con la mayor naturalidad, sabiendo que todo quedaría grabado. Inútilmente eché un vistazo por toda la estancia intentando averiguar dónde había colocado las cámaras, pero nada, era imposible encontrarlas. Sin duda había hecho un buen trabajo. Me iba a meter en el baño de la habitación para desnudarme del todo y entonces me dije que podría hacerme la distraída y hacerlo en la habitación, sabiendo que más tarde o más temprano, Sergio visionaría esas imágenes.

Debería estar pensando en lo cornuda que podría llegar a ser y sin embargo, me gustaba la sola idea de que ese chico me pudiera ver desnuda de una forma “aparentemente fortuita”. Me acerqué al espejo, solté los cordones de la braguita del bikini y la última prenda cayó entre mis piernas hasta llegar al suelo.

Podía oír casi mi corazón latiendo sobre mi pecho, sabiendo que al estar así en pelotas, aparentemente sola en mi habitación, estaba ofreciendo un show sorprendente a Sergio, que de seguro lo descubriría en breve tiempo. Me recree durante unos minutos, acariciando mis curvas, como si estuviera sola, pero sabiendo que él estaría ahí, al otro lado.

Caminé hacia el baño meneando mis caderas sabiendo que la grabación habría captado todo perfectamente. Me duché sin poder apagar mi calentura, pues la idea de haber sido observada me ponía todavía más cachonda de lo que ya estaba.

Salí del baño desnuda y volví a ralentizar intencionadamente mis movimientos, notando como mis pezones estaban duros como piedras y como mi sexo estaba mojadito sabiéndome observada por las cámaras que en algún momento serían revisadas por Sergio. Me entretuve para vestirme, haciéndolo despacio, aunque tampoco podría entretenerme más, pues tenía que salir al aeropuerto en unos minutos. Me senté en la cama, me puse las braguitas lentamente, luego el sostén, las medias, la blusa y finalmente la falda, haciendo que todos mis movimientos, aparentemente normales, estuvieran cargados de erotismo.

Cuando abandoné mi habitación estaba encendidísima, pasé por el jardín y vi a Sergio, que clavó una vez más su mirada en mi culo. ¿Habría visto las imágenes? Si no lo había hecho, ¿Qué pensaría al verlas? ¿Aumentaría su deseo sobre mí? ¿Se masturbaría pensando en mi cuerpo desnudo?

Lo mejor de todo, es que durante mi show se me olvidó por completo el presunto engaño de Ramiro. Me metí en el taxi, notando mis braguitas empapadas.

−    A la terminal B del aeropuerto - dije al taxista que también me miró de forma lasciva, o al menos eso me pareció, pero me encantó ser el centro de todas las miradas.

Juliaki

CONTINUARÁ…