Vengándome de Jennifer 02

No podía dejar de pensar en lo que acababa de pasar en casa de mi vecina y las ganas de volver cada ves eran mayores. ¿Habrá aprendido la lección y estará haciendo los ejercicios o tendré que castigarla otra vez?

El tiempo se me estaba pasando muy despacio y no veía la hora de ir otra vez a ver a la niñata de Jennifer. Aun no me podía creer lo que había pasado hace unas horas y sin duda quería disfrutarlo otra vez. Cené corriendo y me fui para la casa de mi vecinita a ver si había hecho los ejercicios que le mandé. Estaba delante del portalón de su casa y parecía un niño pequeño que estaba esperando a que le dejasen pasar a ver los regalos de Papa Noel.

  • ¿Quién es? – preguntó Jennifer por el telefonillo.

  • Hora de corregir los ejercicios.

La puerta se abrió y pasé rápidamente. Jennifer me esperaba en el salón vestida con unos leggins negros y una camiseta y sin duda se había dado una ducha. Se le veía muy tensa, sin atreverse a mirarme a la cara.

  • No pude hacerlos todos. – me dijo señalándome unas hojas que tenía encima de la mesa.

  • ¿Por qué no has podido hacerlos todos? – le pregunté acercándome a ella. - ¿Has estado otra vez tomando el sol?

  • No. – me contestó con un tono que me hacía sospechar que su rebeldía y chulería habían vuelto. – Tres de ellos no sé hacerlos y no he encontrado nada en el libro que me ayude.

  • ¿Y el resto te han salido? – le pregunté mientras empezaba a corregirlos.

  • Si, son parecidos a los ejemplos del libro.

  • Parece que el castigo de esta tarde ha servido para que te tomes el trabajo en serio. – le dije muy sorprendido al ver que los ejercicios parecían estar bien. – Ves que cuando quieres sabes hacer las cosas.

  • Por favor, te he hecho caso e hice los ejercicios. – empezó a suplicarme Jennifer. – Borra el video, por favor.

  • Tengo que reconocer que me has sorprendido. – le decía mientras me acercaba a ella. – Pero aun te queda que aprender para dejar de ser una niña consentida y maleducada.

  • Me dijiste que los hiciese y los hice. – me respondió mal humorada.- Yo he cumplido.

  • Los ejercicios están bien. – le dije ignorando lo que ella me decía. – Pero que fue lo que te dije antes de irme por la tarde.

  • ¿Por la tarde? – la cara de Jennifer cambio ya que se imaginaba que la respuesta no le iba a gustar. – Que si hacía los ejercicios no me castigarías.

  • ¡Que los hicieses bien!

  • Pero has dicho que están bien hechos.

  • ¿Están todos bien hechos? – le pregunté bastante serio.

Jennifer se imaginaba de qué estaba hablando, pero sabía que responder a mi pregunta significaría recibir un castigo. Su cara empezaba a mostrar el mismo enfado que esta tarde antes de recibir su castigo.

  • No. –me contestó muy bajito, mirando para otro lado.

  • No te oigo y no me hagas repetir la pregunta.

  • No… me faltan tres. – la niñata me miraba buscando algo de piedad. – Pero no es mi culpa que no haya explicación en el libro.

  • Nunca es culpa tuya. – le conteste burlonamente. – Que raro, la niña malcriada no es culpable de lo que hace mal.

  • ¡No me llames así! – me contestó como si esa palabras la enfureciesen.

  • ¿Y cuál es el castigo por cada ejercicio que no está bien? – le pregunté ignorando lo que me decía.

Jennifer empezó a dar vueltas por el salón, sin dejar de mirarme con odio. Si las miradas matasen, ya me habría fulminado hace un rato.

  • ¡No pienso seguir con este juego! – se dirigió hacia la puerta de su casa. – ¡Vete!

  • Sólo lo diré una vez. – le dije sentándome cómodamente en el sofá. – Si salgo por esa puerta tu video y la foto estarán en la red.

  • ¡Te meterás en un lio!

  • ¿Estás segura? – le pregunte mientras ponía el video en mi móvil. – Con esta cara de placer nadie se va a creer que te he forzado.

  • ¡No te atreverás! – me empezó a gritar mientras se acercaba a mí.

  • Tú serás conocida como una guarrilla por toda la ciudad.

Jennifer se batía entre su orgullo y el miedo a que ese video saliese a la luz. Sabía que si obedecía le esperaba un castigo y aun le dolía el culo de esta tarde.

  • Te vuelvo a preguntar. ¿Están todos bien hechos?

  • No, por favor. Yo lo intenté, pero no sabía cómo hacerlo. – me contestó la niñata que ya no parecía tan chulita.

  • Te he hecho una pregunta. – Jennifer se dio cuenta que estaba enserio y que no iba a tener ninguna piedad por mi parte.

  • Me… me azotarías con el… el cinturón.

  • ¡Exacto! Cinco azotes por cada ejercicio que no esté bien. – le agarré con la mano la cara para que me mirase. – Échate sobre la mesa.

Jennifer empezó a gimotear mientras me decía no con la cabeza como una niña pequeña que no quería que la castigasen y se iba alejando de mí.

  • Ven aquí.

  • No… no voy a dejar que me pegues otra vez. – me dijo mientras se apretaba el culo. – aun me duele de esta tarde.

Jennifer tenía pinta de estar a punto de salir corriendo, ya que era la única salida que le quedaba para no recibir su castigo. Y en efecto fue lo que hizo. Empezó a correr escaleras arriba hacia su habitación y yo salí detrás de ella. Por suerte Jennifer no era muy rápida y su habitación era la más lejana, conque en el pasillo la pude alcanzar. La agarré de un brazo y se lo retorcí un poco para inmovilizarla. Jennifer se giro para intentar pegarme pero no se lo permití agarrándole los dos brazos. La metí en su cuarto y empecé a pensar donde ataría a la niñata, porque sin duda no iba a aceptar el castigo sumisamente. Al fondo del cuarto la niñata tenía un perchero de pared lleno de pañuelo y sombreros. La llevé hasta el perchero y use los pañuelos para atarle las muñecas a los ganchos.

  • ¡Suéltame! – me empezó a chillar. -¡Suéltame!

  • Pareces una gata. – le dije burlonamente. – Te recomiendo que te hagas a la idea de que vas a recibir el castigo.

  • No… no por favor. – me suplicó a ver cómo me sacaba el cinturón.

  • ¿Cuántos azotes te has ganado?

  • Heee… 15.

  • Muy bien pues empecemos. – Le dije mientras me colocaba detrás de ella.

Esta vez no tendría ninguna piedad con la niñata, tenía que aprender a aceptar sus castigos. El primer correazo resonó e hizo que Jennifer se quedase muda. Me miró y empezó a decir que dolía mucho. Continué azotando su redondeado culito, mientras Jennifer no dejaba de quejarse.

  • ¡Para hijo de puta! – me chillo toda enfurecida.

  • ¿Qué me has llamado? – le pregunté muy serio.

Jennifer se había dado cuenta que acababa de cruzar una línea y que las consecuencias no le iban a gustar nada. No me podía echar a tras, sino nuca podría domar a este niñata. Me acerqué a ella para susurrarle al oído.

  • ¿Qué me has llamado?

  • Per… perdón...

Antes de que pudiera terminar la frase le bajé los leggins de un tirón hasta los tobillos. Al tirar de la goma de los leggins también me lleve las braguitas amarillas que tenía puestas. La imagen me estaba poniendo muchísimo, ya que en la posición que estaba Jennifer se le podía ver su rico coñito y como dos orzuelo que se le formaban al final de la espalda a cada lado de su columna. Las ganas que me estaban dando de meterle la polla y abrirle ese cerradito coño, eran como un tsunami.

  • No por favor, que ya me duele mucho el culo. – me suplicaba Jennifer.

Se podían contar perfectamente los cuatro correazos que le había dado ya. Tenía cuatro marcas alargadas que cubrían sus dos cachetes, que de lo rojas que estaban parecían que estaban ardiendo. Agarré el cinturón y le di otro azote en su desnudo culo. Jennifer dio un salto y empezó a lloriquear. Los azotes fueron cayendo sin hacer caso de las suplicas de la niñata, que sin duda lo iba a pasar mal al día siguiente para sentarse en clase.

  • Para… para por… favor – me suplicó al darle el séptimo correazo. – No puedo… más.

  • Pues aun te quedan. – le dije acariciando su dolorido culo. – Sólo llevas 7 y erran 15 azotes por los ejercicios mal hechos.

  • No… no… - me suplicaba Jennifer. – No me azotes más.

  • Tienes que aprender a obedecer.

  • Esto no lo aguanto más. – pude notar un punto de debilidad que tenía que aprovechar.

  • ¿Y qué me propones como castigo?

Jennifer se me quedó mirando, en su cabeza se imaginaba lo que estaba deseando pero eso tampoco lo quería hacer.

  • No… no sé. – me contestó en voz baja.

  • Bueno pues seguiremos con el cinturón. –le amenacé mientras preparaba el cinturón para otro azote.

  • ¡Vale! Te la chuparé. – me contestó con rabia.

  • Suena como si me estuvieses haciendo un favor. – le dije burlonamente. - ¿Así es como pides las cosas?

  • ¿Qué…? – la cara de Jennifer no se podía creer la humillación que le estaba haciendo pasar. – ¿Puedo… puedo chupártela… por favor?

  • ¡Menuda guarrilla eres! – le dije burlonamente mientras me acerba para susurrarle al oído – Cuéntame lo que quieres hacerme.

  • ¿Cómo?... Me da vergüenza. – me contestó roja como un tomate.

  • ¿Qué prefieres pasar vergüenza o no poder sentarte mañana? – le pregunté mientras le acariciaba su enrojecido culo, lo que le hizo dar un pequeño respingo.

  • Pufff… Quiero chuparte… chuparte la polla. – me contestaba avergonzada de lo que estaba diciendo.

  • Muy bien zorrita, espero que te esfuerces sino te volveré a atar y seguiremos con el cinturón.

Fui subiendo la mano desde su culo hasta sus brazos para desatarla, mientras acariciaba suavemente su piel con l punta de los dedos. Las suaves caricias no parecían disgustarle a Jennifer, ya que se dejó desatar sin resistirse. La agarré por la cintura y la giré para ponernos uno enfrente del otro. La acerqué tanto a mí que podía notar como sus ricas tetas se aplastaban contra mi pecho.

  • Esta vez no te voy a guiar, ni forzar. – le comente muy tranquilo mientras mis manos la rodeaban para acariciar su redondito culo. – Si me gusta la mamada se terminó el castigo, pero si no, te volveré a atar al perchero.

Jennifer con cara de niña buena hizo el último intento de buscar algo de compasión, pero al ver que no la encontraba asintió con la cabeza y empezó a agacharse. Se colocó de rodillas dejando su cara justo a la altura de mi pene, que ya no había manera de disimular que estaba empalmado. Empezó a desabrocharme el pantalón, mirándome de vez en cuando, como si esperase el perdón por mi parte. Sacó mi pene de los calzoncillos y se quedó como hipnotizada unos segundos. Tomó aire y se lo introdujo en la boca, mientras su cara le delataba que no le estaba gustando nada.

Menuda gozada era la sensación que estaba teniendo. Jennifer me estaba chupando la polla despacio pero muy bien, sacándola fuera de su boca de vez en cuando para lamer todo el tronco con su lengua. Me estaba excitando mucho más que la primera vez y me tenía que concentrar más para no correrme enseguida. Sin duda Jennifer no quería que le volviese a azotar con el cinturón, porque la niñata se estaba currando una mamada increíble.

No podía mantener la concentración y me iba a correr, pero quería seguir disfrutando de aquella vista que tenía, con mi zorrita a mis pies disfrutando como una loca de mi polla. Le agarré del pelo y la separé de un tirón de mi polla. Jennifer estaba confundida y se le notaba preocupada por si volviésemos con los azotes. Sin hacerle caso me fui quitando el pantalón y me dirigí a su cama. Me senté en su cama con la espalda apoyada en el cabecero y le hice una indicación para que se acercase. Jennifer se levantó y comenzó a caminar hacia mí.

  • No… No… ven a cuatro patas como una perrita. – le dije sin bacilar. – Y quítate toda la ropa.

Jennifer dudo un segundo, pero en cuanto sus ojos se fijaron en el cinturón que estaba tirado cerca de ella, empezó a desnudarse. Esta no era mi primera vez viéndola desnuda, pero me sorprendía mucho el cuerpo tan bien definido que tenía, sin que nada llamase excesivamente la atención pero que hacían un conjunto que te dejaba alucinado. Sus tetas no eran muy grandes pero eran redonditas y perfectamente colocadas, una visión que estaba haciendo que mi polla se me pusiese más dura aun. La niñata se colocó a cuatro patas y empezó a acercarse a la cama. Le indiqué que se subiese para seguir chupándome la polla. Y el placer volvió con la primera chupada de mi perrita, que volvía hacer que me costase mantenerme centrado. No pude resistirme y empecé a acariciar uno de los pechos de Jennifer, que eran más blanditas de lo que pensaba. Tenía un tacto muy rico, que no te dejaba parar de masajearla. Cuando empecé a jugar con el pezoncito a Jennifer se le escapó un “que cabrón eres” entre sonrisas, sin poder disimular que lo que estaba haciendo le estaba poniendo muy cachonda. Con la excitación que tenía Jennifer por mis juegos empezó a chuparme la polla mucho más rápido e intentando meterla más al fondo. Yo estaba en a gloria, recostado en la cama disfrutando de una mamada a años luz de la que me hizo por la tarde.

  • ¡Como… pares ahora… te voy a… castigar hasta que… se rompa… el cinto! – le dije casi a punto de correrme.

Pareció que mis palabras fueran el pistoletazo de salida de una carrera para Jennifer, que empezó con un movimiento frenético, haciendo que mi resistencia llegase a su fin. Sin previo aviso me corrí dentro de la boca de Jennifer que al notar mi corrida se apartó y empezó a toser. Estaba exhausto, la perrita de mi vecina había conseguido chuparme hasta la última gota de energía.

  • ¡Cabrón… te has corrido… dentro de mi… mi boca! – me dijo entre arcadas.

  • Perrita esta… esta vez te has superado. – le dije intentando recuperar las fueras.

Jennifer salió corriendo hacia su baño y pude escuchar como abría el grifo del agua. Sin duda lo de tragarse mi corrida no le gustó nada, pero por el resto fue una mamada increíble, por lo que decidí que se merecía algún premio, para que se diese cuenta que ser sumisa es lo mejor.

  • ¡Niñata ven aquí! – le ordené mientras me ponía los pantalones.

  • ¿Se terminó… el castigo? – me pregunto saliendo del baño sin fiarse de mí.

  • Si niñata, me has hecho una mamada increíble y para que veas que no soy malo, te voy a dar un premio.

Jennifer se iba acercando poco a poco a mí, pero sin dejar de desconfiar.

  • ¿Tienes crema hidratante? – le pregunté mientras le acariciaba con el dedo entre sus tetas.

  • Si, está encima de la mesa.

  • Muy bien. – me acerqué a coger la crema. – Túmbate boca abajo en la cama.

Jennifer se relajo al verme coger la crema y se echó como le indiqué en la cama. Me coloqué a su lado y empecé a echarle crema por su enrojecido culo. La crema estaba fría, lo que hizo que un escalofrió recorriese todo el cuerpo de la niñata.

  • Lo tienes ardiendo. – le dije al empezar a acariciarle el culo. – Seguro que esta crema te está pareciendo la gloría.

  • Si, está fría – me contestó con una expresión de placer. – Me duele, pero el escozor es lo peor.

Podía notar como Jennifer estaba disfrutando y decidía provecharme de esta situación, para hacer que viese que ser sumisa era mejor que resistirse. Me gusta cuando se resiste, pero lo que quería era que obedeciese todas mis órdenes y me complaciese sin tener que estar discutiendo siempre. Comencé a acercarme con cada caricia hacia su entre pierna y seguí echándole crema para que el masaje fuese más placentero. Jennifer se batía entre la vergüenza y lo cachonda que se estaba poniendo cada vez que mis dedos ce acercaban a su rajita. Pero sin duda esa pelea la gano la lujuria, ya que mi vecinita fue separando poco a poco sus piernas para facilitarme llegar hasta su rajita, que entre la crema y ella empezaba estar muy bien lubricada.

Comencé a acariciar la entrada de su rajita, lo que hizo que la respiración de Jennifer se acelerase. Estaba cachondísima la niñata.

  • ¿Quieres que meta los dedos? – le susurre al oído.

Se giró y mordiéndose el labio mi dijo que si con la cabeza.

  • Quiero oír cómo me lo pides – le volví a susurrar al oído.

  • Por favor… méteme los… los dedos. – me suplicó entre jadeos.

Nada más terminar la frase le metí dos dedos que empezaron a juguetear dentro de su coñito. Jennifer se arqueó y jadeo algo que parecía un “me encanta”. Con la otra mano fui a buscar su clítoris, lo que hizo que Jennifer se colocase con el culo en pompa. Sin duda me quería facilitar el acceso a sus puntos más eróticos. La respiración de Jennifer se empezó a acelerar con sus gemidos, por lo que decidí acelerar también muy dedos.

Casi no entendía lo que decía entre gemidos, pero no tenía pinta de estar pidiéndome que parase. Le entendí algo como que se iba a correr y decidí ayudarla acelerando aun más mis dedos. Eso hizo que Jennifer se corriese en el momento, arqueando la espalda que parecía de goma. Callo redonda en la cama sin fuerzas ni para sonreír.

  • ¿Qué te has quedado bien relajada? – le pregunte mientras recorría con los dedo su rojo culito.

  • Dios… si.

  • ¿Aprendiste algo niñata?

  • Que… que si obedezco… me gusta. – me contesto con una sonrisa picara.

  • Que guarrilla eres. – de dije dándole un cache en el culo. – Hoy te voy a dejar descansar, pero mañana tendrás que decidir si quieres que esté contento o que me tenga que enfadar otra vez.

  • Obedeceré lo prometo.

  • Antes de irme te voy a sacar una foto así, con el culito todo rojo. – le dije sacaba el móvil del bolsillo. – Separa las piernas, que quiero que se te vea el coñito tan rico que tienes.

  • Fotos no, por favor. – me suplico a la vez que me obedecía.

Menuda colección de fotos me estaba haciendo de la guarrilla de Jennifer.

CONTINUARÁ…