Veneno (IV)
De cómo el vicio te persigue de cualquiera de las maneras
IV
Había pasado mucho tiempo de aquellos días frenéticos de sexo en la playa. La rutina, como cada invierno, se había apoderado de mi vida. Sólo mi visita periódica al gimnasio rompía medianamente el aburrimiento de la jornada laboral.
Pese a llevar bastante tiempo en él, durante largo tiempo nunca me percaté que éste tenía una piscina, convirtiéndose entonces en el pequeño gran descubrimiento. Para mayor rareza de mi tardanza, cabía decir que además era bastante fácil llegar a ella desde el vestuario y que además estaba casi siempre repleta de usuarios. No obstante, aquel día parecía ser la excepción: fuera en la calle, frío, lluvia y viento se habían aliado para desanimar a gran parte de los socios el gimnasio; sólo los más infatigables permanecían en las salas de máquinas, fieles a su duro entrenamiento diario. Sin embargo, al dirigirme a la piscina, ésta se encontraba completamente vacía.
Saludé con cierta timidez a las dos socorristas, las cuales, se hallaban en una de las esquinas de la gran sala, junto a las duchas. A diferencia de las otras veces, se las veía relajadas, sentadas en dos sillas e plástico y hablando de sus cosas. No dudaron en la saludarme, esbozando ambas una gran sonrisa. Cabía decir que ambas resultaban a mi gusto bastante atractivas: la primera debería ser unos años más mayor que yo, habiendo superado ligeramente la mitad de la treintena. Su cuerpo aparentemente no parecía especialmente desarrollado, en comparación con la gran mayoría de las monitoras de gimnasio, pero sus musculosas y tersas piernas bien merecían la adoración de cualquier fetichista. Su sonrisa era también una que atrapa, dejando prácticamente anonadado. Junto a ella, su compañera, posiblemente con veinticuatro o veinticinco, una cara muy dulce y cuerpecito delgado y frágil. Si tuviera que elegir entre las dos, seguramente me decantaría por la segunda, aunque no con cierto periodo de dudas. Llegado este momento, me hice la gran pregunta ¿qué demonios hacía figurándome un flirteo con ellas? ¿Acaso tendría alguna posibilidad?
Me duché rápidamente y me lancé de cabeza a la primera calle que vi. En condiciones normales habría estado contando el número de largos; la calidad del ejercicio o inclusive cronometrando los tiempos, más no era ese día. Mi mente sólo rondaba la realidad que me rondaba desde prácticamente aquellos días de verano: el largo tiempo que llevaba sin follar. El sector femenino una veces llega en multitud, y uno desea asentar una relación, cuando surgen otras opciones tremendamente libidinosas; pero basta declarare un breve tiempo en total soltería, para la sequía se prolongue hasta momentos insospechados. Por el otro lado estaba el sector masculino, a mi criterio muy fácil de lograr, pero que sin embargo había vetado – esa y no más – pensaba mientras nadaba y nadaba, pretendiendo olvidar. No obstante asomaba la cabeza y contemplaba las piernas de la socorrista morena o la sonrisa de la castaña; hundía la cabeza bajo el agua y éstas me recordaban los últimos momentos de la playa, recibiendo aquellos generosos chorreones de leche en mi pecho y en la cara. Completaba el largo y vuelta, pensando en aquella polla introducirse en mi boca.
Nada me hacía pasar el tremendo calentón que sufrían mis carnes. No tardó en despertar, para vergüenza mía, cierto miembro, haciendo cada vez más y más presión en el bañador deportivo; uno de esos que se ciñe completamente a tu cuerpo y deja marcado el trasero y todo el paquete ¿cómo demonios iba a salir de la piscina si aquello no bajaba? Seguí y seguí nadando, permaneciendo incluso más tiempo del que normalmente frecuentaba. Cuando aquello finalmente pareció relajarse, salí rápidamente para hacer unos estiramientos rápidos y huir a la ducha de los vestuarios. Ambas parecían mirarme con una sonrisa pícara en el momento de despedirme; inclusive las oí cuchichear y reírse entre ellas; seguramente se habían percatado de que el paquete que marcaba era más grande de lo habitual.
Al llegar a los vestuarios, aquello era un completo desierto. En cierto modo aliviado, inclusive dejé la toalla fuera del espacio de las duchas y me dirigí completamente desnudo, con el bañador en la mano. En efecto, mi pene lucía un tamaño apetecible. Se encontraba colgante, pero bien morcillona. Una vez bajo el grifo, dejé que el agua caliente fluyese y fluyese, tratando de aliviar el calentón contraído; no había tomado en ningún momento la decisión de masturbarme, más, casi inconscientemente, recurría a sobarme mis partes más veces de la cuenta.
De repente, la puerta de la ducha se abrió, y frente a mí, se hallaba con cara de circunstancia la socorrista morena.
Perdona, siento las molestias – argumentó, mientras yo trataba de coger el bañador de un colgador de toalla y situarlo sin ponerle frente y mi pene - ¿Por casualidad has visto por los vestuarios unas gafas de bucear? Un usuario nos lo ha demandado por teléfono y estaba empezando a buscar, pensando que aquí ya no había nadie.
Lo siento, pero no.
No te preocupes – contestó – disfruta de la ducha – se despidió, lanzando una mirada incisiva a mis partes y sonriendo con lascivia. Lejos de excitarme, dicha situación me había avergonzado.
Terminé así de ducharme y salí a los vestuarios, donde me sequé, me vestí y salí de allí. Sin embargo, una vez en el pasillo, escuché unas risas procedentes del cuarto de mantenimiento. La puerta estaba entreabierta y la luz encendida. La curiosidad me había llamado, y asomándome con sigilo, me encontré con aquella visión celestial. Allí se encontraban las dos socorristas, con la camiseta del uniforme puesta, pero nada debajo. La morena se encontraba frente a mí, en el otro extremo de la habitación y sentada sobre una mesa, con las piernas completamente abiertas y enseñándome todo su conejo, con vello, pero muy bien cuidado y con apenas longitud. A su izquierda se encontraba la socorrista castaña, de perfil a mí, con sus finas y delgadas piernas también abiertas, y los ojos entrecerrados, al estar masturbándose.
- ¿Terminaste con la ducha guapo? – preguntó la morena, mordiéndose el labio. Asentí - ¿Por qué no te unes a la fiesta? – la monitora más joven, al verme, me lanzó una mirada muy sensual, a la par que se introducía dos dedos hasta el fondo de su depilada rajita y abría los labios, presa del placer. Dejé la bolsa con la ropa usada en el suelo y me aproximé a ellas. También la socorrista morena comenzó a masturbarse ligeramente, frotando con la palma de su mano la plenitud de sus labios - ¿Por qué no te quitas la ropa? Si prácticamente en la piscina ya te lo hemos visto todo. Sin embargo mi cuerpo no emitía reacción alguna, más que lo duro que se estaba poniendo mi paquete. Me quedé ensimismado, a pocos metros de ellas, contemplando cómo se masturbaban las dos. Especialmente la más joven, la cual no paraba de meter y sacarse el dedo por su coñito mientras me miraba fijamente a los ojos. La segunda socorrista, visto que no actuaba, se aproximó justo tras mi espalda, para empezar a sobar me todo el cuerpo, introduciendo sus manos bajo mi camiseta.
Cuando vine a darme cuenta, sólo me encontraba en calzoncillos, prácticamente en la misma posición, mientras aquella que me había desnudado no dudaba en frotar su cuerpo con mi espalda, mientras sobaba con su mano derecha mi paquete, con el bóxer aún de por medio.
- Se te ve con hambre – continuó la morena - ¿Por qué no pruebas un poquito de su almeja? – Presionando mi cabeza, me dirigió directamente hasta la rajita depilada de su compañera. El sabor de aquel coñito era increíble, cual se encontraba completamente empapado, tal como si se hubiera echado agua encima. Con afán lamía y relamía su clítoris, no sin olvidarme de aquellos apetecibles labios de color rosado. Mi ropa interior por aquel momento ya se encontraba casi a la altura de las rodillas, y aquella que se encontraba presionando su pelvis contra mi culo, no dudaba en sobarme con ambas manos tanto el paquete como la raja del trasero, excitándome más y más cada vez que sus dedos acariciaban mi ano – Cómo te gusta que te hagan de todo – exclamó. Fue entonces cuando dijo aquello que perturbó por completo aquella misma escena – Vamos ¿Por qué no me comes ahora el rabo? – Sobresaltado mire atrás, y cuando vine a darme cuenta me estaba viendo en tercera persona, de rodillas y mamando una gran polla, que cubría completamente el perímetro de mi boca. Fue entonces cuando desperté.
Lamentablemente, todo había sido un sueño. Nada quedaba de esas increíbles monitoras ni nada de aquel gran pollón; tan sólo un tremendo calentón a primeras horas de la mañana. Mantas y sábanas mostraban una gran pirámide en el centro de la cama; una pirámide que necesitaba aliviarse y sin embargo no sabía cómo.
Una cosa era cierta en el sueño: hacía mucho que no disfrutaba de una buena ración de sexo, fuera con el género que fuera. Revisé la agenda y no había ninguna candidata con la que hubiera de inicio opciones de algo; el otro sector prefería no tocarlo. Pero ¿cómo pasar por alto la imagen de ese gran pene casi obturando mi boca? La erección era casi dolorosa y no era mi mano la que deseaba que relajara mi miembro. Recordé entonces cierto chat donde hubo un tiempo en el que me conectaba y buscaba conversaciones eróticas con hombres. Nunca había quedado, si bien el mero hecho de hablar con alguien real de cosas tan explícitas era más que suficiente para masturbarme y tener una gran corrida.
Me levanté y encendí el ordenador, para acceder a dicho chat. Siendo tan temprano dudaba que éste se encontrara lleno, pero, una vez la ventana de conversación se abrió, la lista de usuarios era mucho mayor de lo que esperaba. En esa lista había una gran cantidad de casados, en busca de relajación antes de entrar en el trabajo. Los mensajes eran muy directos: pajas, mamadas, corridas… todo un elenco de posibilidades muy explícitas bajo el sello de la discreción. Por un momento me imaginé en un espacio indeterminado masturbándome con otro y la idea resultaba muy excitante ¿pero no había jurado no tener contacto alguno con otro hombre? ¿Y si sólo era una paja y punto? Mejor no; sólo chatear y calentarte. Escribí un mensaje, buscando a alguien morboso para una conversación subida de tono. De inicio nadie respondía; todos ellos parecían estar interesados únicamente en el encuentro rápido y directo ¿Quién tenía tiempo para charlas, estando la hora de entrada al trabajo tan próxima? Fui abriendo también un video porno ante la ausencia de respuestas, pero justo cuando estaba a punto de cerrar el mismo chat por falta de interés, llegó el primer mensaje.
La conversación en un inicio era rutinaria, con las clásicas preguntas de edad, físico y lugar donde vivía. A continuación hablamos de gustos y del motivo por el cual estábamos tan tempranamente conectados a dicho chat. Esta segunda parte fue mucho más interesados. Confesé de inicio que no buscaba quedar, sino de tener un chat excitante; sin embargo, llegado el punto en el que él me estaba contando sus fantasías, éstas me estaban excitando sobremanera. Inclusive, me había sacado mi polla por encima del pijama y comencé a masturbarme. No tardó en preguntarme por qué tardaba tanto en responder: abiertamente, le contesté que me estaba tocando. Subimos y subimos de tono más la conversación, siendo ahora nosotros los protagonistas de nuestras fantasías, tal y como si realmente hubiéramos quedado. Mis ganas de correrme eran inminentes; las suyas aparentemente también. Estaba a punto de escribírselo…
Me corr…
¿Y si terminamos juntos? – Tras una larga conversación erótica, la simple idea de tener un encuentro real más con un hombre me pareció altamente excitante. Sin embargo, si esto debía de ocurrir, tendría que ser en mi casa ¿Tendría el valor de traer a un hombre para tener sexo con él? ¿Y si se enteraba alguno de mis vecinos? La lógica me decía que no; el veneno, se encargó del resto. Una vez le di la dirección, el destino se encargaría del resto.
Aproveché el margen de tiempo que quedaba para darme una ducha rápida, siendo consciente de que poco después querría volver para limpiarme las manchas de semen. Tal y como me pidió, me puse un pantalón suave y ancho, tipo deportivo, pero nada debajo. Arriba una camiseta de manga larga bastaban. Encendí la calefacción de la vivienda y… cuando ya estuvo lo suficientemente caldeada, sonó al fin el timbre. Un ligero escalofrío recorrió mi cuerpo, alternando morbo con nervios.
Al abrir la puerta, un hombre algo más maduro de lo que me esperaba se encontraba detrás. Rondaba los cincuenta años, si bien aún no habría llegado a ellos. No hubo saludo hasta que cerré la puerta.
Así que tú eres el que me has puesto tan cachondo – dije.
Así es – sin mediar más palabras, comenzamos a quitarnos la ropa de arriba hasta quedarnos los dos sólo con los pantalones. Luego hizo ademán de que me acercara. Obedecí y acto seguido comenzamos a sobar nuestros paquetes. Sus jadeos correspondían a los de alguien que había estado fraguando su deseo durante largo rato.
No tardé en apresurarme en desabrochar su pantalón; tras él lucía su ropa interior de color blanca, decorada con un bulto en el centro, con una pequeña mancha de humedad. Era sin duda el líquido pre seminal, producto de la excitación. De rodillas, seguí acariciando su paquete con mis dos manos, manteniendo la mirada muy próxima a su miembro. Sin aviso, me cogió de la cabeza para restregar mi cara en sus partes. Lejos de sentirme humillado, aquella sensación me estaba encantando. Así, llegó el momento en que andaba sobando sus huevos con mi boca, mientras con mis manos había logrado sacar su polla de la ropa interior. Él no paraba de gemir de placer, lo que en cierto modo me preocupaba por si se enteraban los vecinos.
Guiado por la fuerza de sus manos, cuando vine a darme cuenta, no eran los calzoncillos los que andaba sobando, sino directamente sus testículos, haciéndome que los lamiera lentamente. Mi polla se encontraba completamente dura a la espera de que le dieran uso, mas él no estaba por la labor. Me colocó de espaldas, apoyando mis brazos sobre la mesa y arqueando la espalda. Fue así cuando empecé a sentir su hinchado bulto chocar contra mi pantalón; una y otra vez, como si me estuviera follando – me tienes como a una puta – exclamé con la voz entrecortada. Él, seguía rozándose y golpeando con más fuerza su polla, como pretendiendo romper la tela y atravesarme. Bajó mis pantalones y no dudó un momento en posar su polla sobre mi ano.
- Un día de estos te follaré. Cambiando la polla por su mano, introdujo uno de sus gruesos dedos y empezó a follarme ¿Cuánta diferencia entre los suyos y los de mi amiga? Tal era la excitación que apenas sentí dolor al penetrarme; por el contrario, su mete y saca transmitía un cosquilleo jamás sentido en mi vientre. Aún con el dedo dentro, tiró de mí hacia atrás llevándome a la cama, tumbándose él previamente – ponme un condón y mámamela como en un sesenta y nueve. Obedecí, le coloqué la goma y me tumbé sobre él. Sin más, me metí aquel miembro de tamaño medio en mi boca. No era demasiado grande, pero sí suficiente como para que disfrutara con ella. Él por el contrario, no era mi pene lo que buscaba sino mi ano, el cual siguió castigando con su dedo. Los minutos pasaban y la temperatura ascendía. Ambos jadeábamos sin control de volumen alguno; nuestros orgasmos se hallaban muy cerca. Cada a vez que aumentaba la agitación de su dedo en mi culo, mi sed de vicio era mucho mayor y más me afanaba en la mamada. Cuando pensaba que no podía sentir mayor lujuria y placer, de pronto comencé a sentir su otra mano, bien ensalivada, jugando con mi glande. Aquello me estaba poniendo fuera de control. Aún con su polla clavada en mi boca, mis gemidos eran bien fuerte. Sin poderlo controlar más, me fui, liberando todo mi semen sobre su barriga – joder – exclamó – yo me corro también – con gran velocidad apartó su pene de mi boca y se quitó el condón, haciendo que recibiera una gran corrida caliente y líquida en mi cara - ¿Así que no querías quedar eh? Normalmente me conecto a la hora que empezamos a hablar; escríbeme cuando te plazca.
El tiempo haría que nos viésemos más de una vez. Por suerte o desgracia, no sería de la manera que más esperara.