Veneno (III)
De cómo una ex-novia me incitó a explorar los caminos de la bisexualidad
III
Existe una gran diferencia entre ir a una playa nudista por el mero hecho de estar cómodo y bañarse en la playa desnudo, al de ir con claras intenciones sexuales. En el primero de los casos uno siente absoluto relax; en el segundo un cosquilleo y una presión nerviosa por todo el pecho. Faltaría sólo una hora de sol, cuando hice presencia en dicha playa naturista.
Tal como mi amiga había vaticinado el día que hablamos en la misma playa, pocos usuarios quedaban esparcidos por la playa a estas horas, pero bastantes por las dunas. Todos ellos vestidos o no, pero con el común de llevar gafas de sol. Unos bajaban y subían desde la playa hasta lo alto de las dunas; otros deambulaban entre pinos y arbustos; algunos simplemente se mantenían erguidos en un montículo de arena, con la salvedad de que en vez de contemplar la mar, se hallaban totalmente de espaldas a ella, pendientes sólo del trasiego de hombres hambrientos de sexo. Si bien dicha escena me resultaba bastante cómica, también me parecía altamente excitante.
No obstante, la vergüenza y las dudas inicialmente hicieron decantarme por la playa, donde nada de este espectáculo acontecía. Me despojé pues de bañador y camiseta y rápidamente me tumbé en la toalla, permitiéndome cierto ángulo de visión sobre las dunas. Los hombres torres eran bien visibles, al igual que eventuales cabezas que asomaban entre matorrales y montañas de arena. Pocos habían reparado en mí, debido a la distancia, a excepción de los hombres ascensor, quienes de vez en cuando descendían hasta la orilla para mojarse los pies y pasaban sospechosamente junto a mi toalla. No mucho tenían que ver, pues los nervios y el cansancio se habían aliado para mostrar la versión más pequeña de mi pene. Por el contrario, los pocos que se cruzaron lucían seres monstruosos o al menos bien vistosos, pese a no estar erectos ¿Cómo lo harían?
Sea como fuere, mi cabeza no paraba de dar vueltas sobre qué hacer ¿Cómo es que, después de haber tenido un fin de semana de sexo desenfrenado aún pretendía buscar más? ¿En serio estaba dispuesto a dar el salto y probar sexo con un hombre? ¿Hasta dónde estaba dispuesto? ¿Me arrepentiría luego? Cuánta diferencia había entre hacerse unas pajas en casa viendo algún video porno gay a estar tratando de hacer realidad algunas de mis fantasías ¿Cómo sería tener una polla ajena entre mis manos? ¿Qué se sentiría al metérmela en la boca? ¿Dónde me pondría más que se corriera en mi cuerpo? Mis hormonas del placer se excitaban tanto como las del miedo. Tras quince minutos o más de dudas, finalmente llegué a una primera conclusión – Voy a darme un baño – dije en voz alta, aunque nadie me escuchara.
Me dirigí al agua fría para calmar el brío y tratar de sentar la cabeza ¿Por qué las hormanas me estaban jugando tan mala pasada?¡Joder! ¿Desde cuándo te has parado a mirarle el culo a tío? ¿Con la cantidad de mujeres que hay en el mundo? ¿Qué haces aquí, pensando en probar carne, amando tanto el pescado? Nadaba y nadaba, tratando de apagar las pocas energías que mi amiga me había dejado ¿Y si me seco y me marcho? Ya nos pajearemos luego en casa, piense en lo que piense. Semejante galimatías habían hecho que apenas disfrutara del placer de estar bañándome desnudo; sin el incómodo roce ni la presión del bañador ¿En qué momento de la evolución decidió taparse el ser humano? ¿Qué ganaba, salvo el abrigo, con ello?
Decidí finalmente salir del agua, aún sin tener demasiado claro qué iba a hacer. Si la versión de mi polla anteriormente era pequeña, el agua aún se había esforzado en reducirla más – ¿Es con esto con lo que realmente quieres pasearte por ahí? – pensé, riéndome inevitablemente. Cogí la toalla para secarme, frotando con cierta viveza mis partes, con ánimo de que aquello tuviera un aspecto más honroso.
Nadie quedaba ya en la playa, salvo algunas personas muy dispersas, a cientos de metros de distancia. Las dunas habían comenzado a hacer sombra sobre la planicie de arena, y si algo deseaba calentarme, habría de trasladarme al verdadero coto de caza ¿Y si iba sólo a mirar? Desde más cerca. La cuartada estaba servida, con la orilla próxima a la penumbra – Venga, es sólo mirar y ya te pajeas en casa – Llegado a este punto, no sabía si bien la cuartada era para enmascararme entre ellos, o bien para engañarme a mí mismo.
Busqué el punto de la duna donde sospechaba que más tardaría el sol en desaparecer. Esto me tuvo unos cuantos cientos de metros de paseo, con toalla colgando de mi hombro izquierdo y ropa sujetas por mi mano. Una vez en las dunas, los hombres torre y alguno que otro que paseaban junto a mí, sí que me echaban el ojo. Eran especialmente aquellos vigías los que no disimulaban en frotarse el pene con sus manos, haciendo una especie de saludo que parecía buscar respuesta. Hallado el lugar idóneo, decidí estirar la toalla y dejar la ropa a modo de almohada, escondiendo tras ellas las llaves del coche; el resto de mis enseres permanecían a salvo en el vehículo.
Me tumbé bocarriba y tapé mis ojos con parte de la camiseta, con el fin de que el Sol no me molestara. A la vista estaba de dos de los hombres torres y de uno andante, de considerable polla, que se aproximaba. Así, acepté la ceguera, siendo consciente de que estaba siendo impunemente observado. Mis oídos eran mi más excitante referencia: aquel señor, posiblemente en el ecuador de sus cuarenta, parecía haber reducido sus pasos y detenerse, a escasos tres metros de mi toalla. Permanecí inmóvil, como si fuera ajeno a su lascivo juicio; sin embargo, al no obtener respuesta, siguió de largo, si bien minutos después le sentí volver, pasando mucho más cerca.
Algo más calmado de nervios, y también más seco y entrado en calor, decidí reincorporarme un poco, apoyándome con un codo. Ésta vez, los únicos dos hombres torre que me tenían de vista habían cambiado de posición, buscando dos elevaciones mucho más cercanas. El mero hecho de sentirme indiscretamente observado, lejos de incomodarme, me excitó aún más. Recordé además más de alguna de las escenas que había vivido con mi amiga; aquellas en las que había sentido el calor de sus dedos atravesar mi esfínter; o cada una de sus felaciones, en las que por un momento imaginé que era yo quien mamaba una polla ¿Qué había de aquel sesenta y nueve en el que fantaseé que era la boca de un tío la que jugaba con mi polla, mientras yo me seguía afanando en su cálido coñito. Mordí mis labios y me llevé una mano a mi polla, para apretarla con fuerza y hacer que se pusiera más grande. Justo en ese momento, otro hombre apareció en escena, llegando incluso a saludarme y marchándose, ocultándose entre los arbustos. También uno de los mirones decidió bajarse de la duna para aproximarse y dejar que viera sus dos enormes testículos. No tuve ningún reparo en mirar sus partes; todo lo contrario a las veces que me hallaba en los vestuarios de un gimnasio, donde, a pesar de ya haber sentido el morbo de mirar un rabo, lo hacía de la manera más discreta y rápida posible. Fuera como fuere, no iba a ser el tipo con el que me decidiera a iniciar algo. Al fin y al cabo, era demasiado viejo como para que pudiera a llegar a excitarme hasta tal punto.
Los minutos pasaban y mi calentura iba a más; llegado un momento en el que pensaba que no miraba nadie, miré mi pene algo hinchado, pero flácido, y decidí agarrarlo para menearlo. Poco a poco aquella terapia de reanimación se estaba convirtiendo en una placentera paja. Nuevamente sentí que llegaban pasos por mi espalda; solté mi pene rápidamente y lo dejé plenamente visible y erguido. Quien vino a pararse sí que se aproximaba a mis más ocultas fantasías: maduro, superando escasamente los cuarenta y con un considerable rabo morcillón completamente depilado. El resto del físico, poco me importaba. Si algo he aprendido en este tiempo de experiencias, es que lo único que me atrae del hombre es su miembro y todo aquello que no puedo hacer con una mujer. No obstante, guardaba cierta forma física, pese a no estar cien por cien delgado ni musculado.
¿Disfrutando de los últimos rayos de Sol? – me preguntó, como si no le despistara en demasía mi pene semi-erecto.
Así es – contesté algo tímido – Pensaba regresar a la ciudad, pero finalmente me animé a un último baño en la playa nudista.
Ya veo ¿Vienes por aquí mucho?
Lo cierto es que no; sólo de vez en cuando, pero la verdad es que me gusta venir – contesté – Poder estar desnudo aquí es un gustazo.
No puedo estar más de acuerdo – afirmó – ¿Te importa que me siente un rato a tu lado? Si no te molesta, vaya.
Para nada – contesté, si bien seguramente aquel hombre advirtió cierta tensión en mi mirada. Repitiendo el mismo ritual que yo, sin prisas, aquel hombre acomodó la toalla justo a la izquierda de la mía, sentándose a mi lado y contemplando el paisaje.
¿Has visto a todos esos hombres que habían por aquí antes? – Afirmé – A más de uno los he pillado bajo los pinos follando.
Algo me he dado cuenta de lo que aquí se cuece – dije en tono irónico.
¿Algo? – preguntó, mirando fijamente a mis ojos - ¿Acaso tú no buscas eso? – por un momento me quedé sin palabras.
Si te digo la verdad, no sé lo que busco – me sinceré – Desde luego si buscara algo, ésta sería mi primera vez.
¿En serio? – Exclamó con una sonrisa algo lasciva – Una cosa es seguro: con esa cosa que tienes entre las piernas, o como la tenías hace un momento, te aseguro que algo te llevas – tal vez en otra ocasión habría sentido la mayor de las vergüenzas, más esta vez ese vicioso que llevaba en mi interior no tardó en soltar una respuesta.
Tú tampoco puedes quejarte; de hecho me da que empalmado va a ser más grande que el mío – nuevamente sonrió, llevándose su mano izquierda a su capullo semienvuelto y acariciándolo.
¿Te gustaría verlo así?
La verdad es que sí; nunca he visto una polla desde tan cerca y me daría morbo que se te empalme.
Yo también querría ver la tuya bien dura – No había defensa posible. Sin más, aquel hombre extendió su mano para acariciar mis huevos. Un ligero jadeo brotó de mis labios con el roce de sus dedos – Ummmm… parece que han tenido buen uso este fin de semana.
No te equivocas – las caricias se estaban convirtiendo en masaje; uno muy placentero, el cual estaba reanimando visiblemente mi polla.
¡Qué cabrón! Tú tampoco tienes mala polla – exclamó, ascendiendo su mano suavemente hacia el tronco y recorriéndolo entero de arriba a abajo – Veamos ese capullo ¡Ummmm! Joder, qué cabezón – sus dedos comenzaron a acariciarlo, haciéndome jadear de nuevo.
Mientras, su polla también pedía sumarse a la fiesta. Extendí mi mano izquierda como pude para alcanzar su rabo, fijando mi mirada en él – Eso es; pajéame tú también ¡Joder! Qué bien me estás meneando la polla – Tal y como sospechaba, su pene era ligeramente más grande que el mío ¿Qué habría sido de una fiesta entre mi amiga, él y yo? Regresando a la escena, nuestras pollas bien erectas seguían disfrutando de una lenta, pero reconfortante paja. Tratando de buscar una postura más cómoda y excitante, decidimos ponernos uno frente al otro, cruzando mutuamente nuestras piernas y con nuestros penes casi rozándose. Bien ávido de mi deseo, decidí apartar sus manos y usar las dos mías para juntar nuestras pollas y masturbarlas al unísono. El Sol ya se había puesto. pero había aún luz suficiente. Con sus manos libres, rápidamente aprovechó el despiste para llevar una de ellas a mi pecho y otra a mi entrepierna, para encontrarse nuevamente con mis huevos – Cómo me estás poniendo – Me decía – Sigue así y vas a hacer que me corra pronto.
¿Dónde te gustaría correrte? – pregunté sin más preámbulos. Sin duda deseaba sentir su leche; ser la parte pasiva de tantos y tantos videos de corridas. Ver su polla en primer plano…
Me encantaría hacerlo en tu boca.
¡Qué vicioso! Pero va a ser mi primera corrida; me gustaría poder verla.
Ok, entonces lo haré fuera ¿Pero no te gustaría probarla antes? – las dudas me invadieron por un instante, pero qué podían hacer éstas frente al morbo. Rápidamente él se había puesto en pie y yo, algo más lento, de rodillas. Frente a mí tenía aquella polla enorme, con la punta ligeramente embadurnada de líquido pre seminal.
Coloqué nuevamente mi mano sobre su miembro, pajeándolo muy lentamente. Puse mis ojos a la altura de su glande, contemplándolo en todo su esplendor ¡Cuánto me excitaba tener una polla tan cerca de mi cara! Me la acerqué aún más y posé mis labios sobre su tronco, acariciándolo. Mi mano derecha también lo acariciaba por el otro lado. Dudé tan sólo un instante, y finalmente me la metí en la boca con gran placer, degustando con detalle el sabor de sus fluidos. Poco distaba de aquellas veces que había probado el mío. Corto, pero intenso, me afané en su rabo de la misma manera que en cualquier peli porno; quizás fuera por eso que él estaba a punto de estallar – Qué bien me lo estás haciendo ¡Vas a hacer que me corra pronto! – Mientras seguía mamando; succionando, tal y como imaginaba que se debía succionar; jugando con mi lengua en su glande y a menudo sacándola para lamer su tronco desde los huevos hasta la punta. Otras veces no era yo quien movía la cabeza sino él el que me follaba la boca, excitándome de tal manera que me llevé las manos a mi polla para masturbarme lo más rápido que podía. Pues yo también estaba deseando correrme. Unos últimos gemidos más altos de la cuenta me avisaron de lo que estaba a punto de venir. Solté aquel pollón de mi boca y lo masturbé frente a mí, hasta que la deseada lluvia blanca brotó de su rabo, incidiendo aquellos ardientes chorreones en mi pecho y algunos en mi cara – Cómo me gusta verte cubierto de leche – y a mí también, pensé, al contemplar mis pectorales repletos de salpicones blancos y sentir su calor – Túmbate, que te ayude – Obedecí, mostrándome bocarriba sin haberme limpiado. Agarrando fuertemente mi pene, comenzó a masturbarlo rápidamente, mientras que con su otra mano presionaba y acariciaba mis huevos. Segundos después, mi barriga también estaba decorada con un baño de leche; no demasiada después del largo ajetreo del fin de semana, pero sí la suficiente para recordar con mucho morbo, la primera vez que mi cuerpo estuvo lleno del dulce néctar.
No tardamos mucho en despedirnos, siendo conscientes de que probablemente jamás volveríamos a vernos. Transcurrido eso, recordé todos los chorreones de semen que persistían en mi cuerpo. Corrí al mar y me bañé a conciencia, sabiendo que me esperaban casi dos horas de viaje. Llegué al coche, me cambié de ropa y marché… recordando cada detalle de lo que había sucedido. Más tarde llegaría el arrepentimiento; mientras, rumbo a la ciudad, la adrenalina parecía haber regresado y el calentón era tan elevado, que justo a mitad de camino, paré el coche en un área oscura y solitaria de descanso para masturbarme y correrme de nuevo.
Así concluyó uno de los fines de semana más morbosos que recuerdo. Pero ¿acaso había logrado saciar mi sed de sexo con hombres? Mucho había jurado que así sería: la primera y última vez decía ¡Qué equivocado estaba!
CONTINUARÁ...