Venecia era un juego... 3. Los esclavos
Tras la orgía, Pablo observa oculto una escatológica escena de humillación sado.
Tras la orgía, Pablo observa oculto una escatológica escena de humillación sado.
A un gesto de uno de los amos tres fámulos semidesnudos dispusieron al único esclavo masculino sobre un sofá especial curvado, bajo y con dos lomos que dejaban un espacio más hundido en el centro. Tumbaron al esclavo boca arriba con la espalda en la hendidura de modo que su cabeza quedaba sobre uno de los lados elevados y sujetaros la argolla de su cuello al sofá para que no se deslizara hacia abajo. Le sujetaron los tobillos al arnés de la cintura de modo que las rodillas le quedaban flexionadas y el orificio de su ano bien expuesto y apuntando hacia arriba. Con una mordaza especial le dejaron la boca completamente abierta y le pinzaron la nariz para que no pudiera respirar por ella. Uno de los fámulos recibió instrucciones de su amo y rápidamente volvió a ese sofá de torturas con uno de esos consoladores hinchables con el que penetró al esclavo sin miramientos y empezó a inflarlo. Desde mi escondite pude ver cómo la piel de su esfínter se tensaba como un tambor y el esclavo se congestionaba a medida que el dildo creció en su interior. Me quedé viendo la escena olvidando que había llegado allí en busca de Lidia.
Los otros dos fámulos separaron a una de las esclavas de las demás. A parecer habían recibido instrucciones para escoger a la más gordita de todas y unirla a la pequeña sesión en el sofá. La colocaron sobre su compañero de miserias; boca abajo. Su vulva quedaba sobre la cara del amordazado. Sus tetas grandes y pesadas, que daba gusto verlas- se apoyaron sobre su estómago y su barbilla justo a la altura del pubis del joven sumiso; a unos milímetros de su pene. La tortura dio comienzo en cuanto los fámulos comprobaron que los dos reos estaban bien atados. Luego se dirigieron a sus amos y esperaron su permiso para desnudarlos.
Los dos amos eran hombres maduros, con gesto de gran seguridad en su poder sobre todos aquellos cuerpos desnudos maniatados y humillados ante sí. No tenían grandes penes pero sí prominentes barrigas, hinchadas seguramente gracias a las cervezas consumidas. Tantas que llegó el momento de orinar así que se colocaron sobre la cara del esclavo con sus penes colgando sobre su boca. Dos de los fámulos cogieron el pene de su respectivo señor y apuntaron al esclavo. Cuando la orina empezó a salir dirigieron los chorros hacia su garganta, el esclavo, con la boca completamente abierta no podía hacer otra cosa que tragar si no quería ahogarse. Los amos orinaban con evidente placer recreándose la vista en el estupendo culo de la esclava más rellenita que tardó poco en recibir los primeros palmetazos, estremecida por los golpes y por no poder ver lo que ocurría a sus espaldas. Una de sus compañeras de tortura, al ver a los amos vaciarse, también empezó a orinarse encima mientras permanecía atada con los demás. Su desobediencia le valió una furiosa azotaina con una fusta por parte del fámulo que permanecía vigilando.
Los dos amos seguían y seguían orinando. El pobre esclavo sufría tratando de no perecer ahogado mientras le llenaban el buche de orina. Le escocían los ojos de la meada que le había caído encima y el peso de la esclava gordita le presionaba su propia vejiga que estaba empezando a hincharse. Después de una eternidad, uno de los amos terminó de orinar. Sin soltarle el pene, el fámulo que se lo sostenía lo condujo al otro lado del sofá y lo acercó a la boca de la esclava para que lo limpiara. Ésta no dudó un segundo en hacerlo consciente de que un poco de orina en la lengua sería una tortura mucho más llevadera que los latigazos que recibiría por desobediente. Enseguida pasó de los lametones en la punta a engullir la verga del amo hasta sus testículos mientras aceleraba el ritmo. Evidentemente a esta esclava el sexo oral no le parecía ninguna tortura.
El segundo amo dejó de orinar por fin y ordenó al fámulo que lo llevará ante la esclava que había sido azotada por hacérselo encima. Tomando su pene con delicadeza lo condujo ante la muchacha, que parecía la más joven de todas, apenas mayor de edad y cogiéndola del pelo alzó su cabeza mientras le aproximaba el miembro de su amo común. La chiquilla hizo amago de apretar aún más la boca pero el tercer fámulo, atento a sus reacciones, le introdujo rápidamente el mango de su látigo por el ano forzando un grito de la muchacha que ya no cerró más la boca y se dejó hacer. Al poco ya estaba chupando como una niña buena para regocijo de la polla de su amo que crecía por momentos.
El esclavo no quedó olvidado. Mientras la muchacha rellenita se daba un festín con la polla de su amo el fámulo que los atendía tomó una jarra y empezó a verter el líquido en la boca del joven que seguía tan abierta como antes. A esas alturas ya había ingerido un par de litros de líquido y seguro que el dildo hinchable y las tetas de la rolliza esclava presionaban fuertemente su vejiga, aunque no podía orinar si no quería exponerse a un castigo aún mayor y más humillante. Se limitaba a seguir tragando pues no podía hacer otra cosa que ceder su voluntad y esperar a que sus amos le consintieran descargar su presión.
Las cosas se iban a poner peor para él. El amo sacó su polla de la boca de la gordita y dio la vuelta a sofá. Se colocó a horcajadas sobre la cara del esclavo y dejó que el fámulo introdujera la punta de su pene primero por la vagina de la muchacha. Esta se acomodó rápidamente y acogió con ganas la verga de su amo en su húmedo interior. Se movía hacia atrás tanto como el amo empujaba hacia delante para penetrarla bien adentro. Era una auténtica viciosa no cabía duda y sus largos gemidos de placer lo demostraban. Estaba disfrutando con el rápido metesaca de su amo cuya polla nervuda la elevaba cada vez más rápido a un orgasmo que ya intuía. La excitación del momento, la visión del pene encogido del esclavo a unos centímetros de su boca, inalcanzable y las acometidas del amo la estaba volviendo loca de deseo. Anhelaba que la penetrara cada vez más fuerte, quería sentir su polla muy adentro y quería sentir el mismo estímulo en su ano. Se había abandonado a la lujuria y si hubiera tenido las manos libres se estaría frotando furiosamente el clítoris con una mano y apretando los pezones con la otra. En cambio permanecía atada, a merced de su amo que imponía el ritmo y la hacía subir y bajar hacia el orgasmo. Sólo se escuchaba el húmedo chapoteo de la polla del amo en su jugoso coño y, de fondo, los lamentos del esclavo al que seguían vertiendo agua en su boca bien abierta.
La escena me tenía más sorprendido que excitado y no reparé apenas en que el otro amo recorría las bocas de las otras esclavas atadas en fila de izquierda a derecha y vuelta a empezar. Ninguna rechazó el regalo de poder lamer la enhiesta verga de su amo mientras el fámulo hurgaba en las puertas de sus anos con el mango de su látigo. Evidentemente el amo pronto iría a visitar aquellas oscuras regiones, sólo era cuestión de seguir lubricándose su aparato con la saliva de las jóvenes esclavas.
El amo más gordo, el que cabalgaba a la muchacha rellenita, decidió que ya era momento de pasar al sexo anal y en un rápido movimiento saltó de un orificio al otro clavando su espadón de una sola estocada hasta que los testículos tocaron las rollizas nalgas de la viciosa esclava que no pudo evitar una exclamación de regocijo. Lo estaba esperando con ganas, pensé. Ese gemido de auténtica viciosa me excitó más que cualquier otra escena y mi pene presionó con fuerza el tanga con el que me había vestido. Palpé la falda y no noté el bulto pero mi glande sí era consciente de que rozaba el suave encaje del tanga y empezó a salivar unas gotitas que mancharon la tela.
El amo gordo se había retrepado sobre el sofá para hincársela hasta el fondo a su esclava. Ahora sí le estaba dando con fuerza y volcaba el peso sobre su grupa empujando una y otra vez, resoplando y notando ya la cercanía del orgasmo. Pero faltaba la puesta en escena para el final.
El fámulo, que había dejado de verter agua en la boca del esclavo en cuanto su amo ensartó el culo de la muchacha, bombeaba ahora el consolador hinchable que se engrandecía en el interior de ano del joven esclavo presionando su esfínter y comprimiéndole la vejiga. Ya no podía faltar mucho. El esclavo sufría y tenía convulsiones por la presión de la orina dentro de sí. Tendría que mear pronto o reventaría, pero no quería hacerlo o recibiría un castigo.
La naturaleza puede más que la voluntad y ya notaba en la punta del pene cómo la orina pugnaba por salir mientras las tetas de la muchacha le seguían presionando a cada empujón del amo, que aceleraba en busca de su orgasmo entre los gemidos de la joven rolliza que se corría una y otra vez con el sexo chorreando flujos por sus muslos, la boca abierta y abandonada al placer. El fámulo, atento a su cara, se empleaba con el consolador en el culo del esclavo presionando fuertemente su vejiga. Cuando el amo abría la boca sintiendo como un orgasmo feroz le cruzaba los testículos hasta su glande, el fámulo cargó su peso sobre el consolador y presionó la vejiga del esclavo que soltó un gran chorro de orina sobre la cara de la joven que inmediatamente dejó de gemir de gusto. El fámulo rápidamente la agarró por la cabeza y la obligó a tragarse la polla del esclavo mientras orinaba un río hacia su garganta. El amo, evidentemente satisfecho por esta fuente sexual compartida retiró su pene del dilatado ano de la esclava y, como premio, dejó que su esperma resbalase por el culo de la gordita a la boca del joven, aún abierta de par en par gracias a la mordaza.
¡Menuda escena! Mi excitación había desaparecido por la sorpresa pero no así la del otro amo que al ver el desenlace del numerito del sofá se acababa de correr en el culo de la esclava pelirroja, cuya larga melena le ocultaba la cara haciendo imposible que la hubiera reconocido.
Sin saber que había visto a Ana, mi mujer, la joven esposa que me había abandonado apenas unas semanas después de habernos casado en busca de un mundo de placeres con Lidia, salí de allí.
Lidia, pensé, tengo que alcanzarla .
Continuará .