Venecia era un juego... 2. La orgía

Pablo disfrazado como una enigmática dama se adentra en una fiesta que lo excitará hasta el límite y se verá forzado a intervenir... como si fuese una mujer.

Para que los que no han leído el relato anterior se pongan en situación recordaré que Pablo se disfraza como una enigmática mujer, disfrutando del proceso, y acude a una misteriosa fiesta de disfraces en un palacio veneciano. A partir de aquí la situación se vuelve muy caliente. Disfrutad de la lectura, agradezco los comenterios.

Gracias a quienes comentaron el anterior por sus palabras y a quienes lo leyeron por hacerlo.

Despertó, inquieto. Seguía a oscuras pero pudo ver gracias a la claridad que se colaba por debajo de la puerta que la bandeja con los restos de su cena ya no estaba. No sabía cuánto tiempo había estado durmiendo y temió que se hubiera hecho demasiado tarde. De repente notó que el palacio no estaba en calma. Se oían voces, risas y una música lejanas. Resolvió salir de aquella sala, dejar su refugio y encontrarse con aquello que había venido a buscar.

Salió al corredor escuchando una música ligera cada vez más audible a medida que avanzaba hacia el interior de palacio hasta que, unos metros después identificó claramente que el sonido procedía de una gran puerta, de más de tres metros de altura, entreabierta al fondo del pasillo justo antes de una esquina. Desde la abertura se derramaba luz sobre el rellano y pudo ver un canapé tapizado en rojo

con pinta de antiguo

pero casi oculto por varias prendas. Acertó a distinguir una capa y una falda con sus enaguas cuando ya casi tocaba la puerta. Justo en ese instante tomó conciencia de que la música viajaba hasta sus oídos mezclada con una melodía mucho más incitante. De repente estaba oyendo fuertes jadeos que escapaban por la puerta entornada. No eran nada recatados sino auténticos gritos de placer desatado emitidos por alguien entregado a un orgasmo desbridado y auténtico.

Se le erizó el vello de la nuca.

Justo cuando posaba la mano sobre el tirador del enorme portón le sorprendió la primera escena. Se lo había imaginado nítidamente en la ducha, mientras se enjabonaba; y antes, al idear este plan, y estaba preparado para mantener la cabeza, y otras cosas, lo más fríos posible ante ese tipo de escenas sexuales, al menos por algún tiempo. Pero no se había preparado para escuchar, en medio de su propia excitación por lo que iba a presenciar, el susurro de dos personas fornicando en la oscuridad.

El gemido cálido de una mujer –joven por la voz- le sobrecogió. Se sintió completamente perdido, descubierto, por un instante hasta que tras unos fuertes golpeteos cada vez más rápidos, de carne chocando con otra carne, y un quejido sostenido y largo notó que una pareja aceleraba su amor hasta un inminente orgasmo.

Agarró de nuevo el tirador y abrió la puerta iluminando el perfil de un hombre desnudo de espaldas a él que de pie en el pasillo intimaba su verga por detrás a una mujer mucho más gruesa con un enorme culo negro, recostada sobre una firme consola de madera.

Al entrar se mantuvo a un par de pasos de la puerta, junto a una de las columnas del enorme atrio en el que se estaba desarrollando la fiesta. Nadie le prestó atención pese a que a simple vista la estancia parecía casi vacía. Había imaginado que habría más parejas pero apenas si veía media docena de personas en una pequeña alberca transformada en piscina. Todos ellos estaban desnudos pero conservaban la máscara de carnaval excepto uno de los hombres que se la había colocado sobre la frente mientras metía la cabeza entre las piernas de una mujer madura con una máscara dorada, a la que lamía el sexo con evidente regocijo de ambos. A su lado se abrazaban recostadas de lado sobre el borde de la piscina dos mujeres bastante gruesas, también maduras, mientras dos hombres mayores y pesados intentaban meterles a la vez en sus bocas los penes flojos y pequeños. Se veía claramente que eran dos parejas practicando poco más que un intercambio morboso y casi inocente.

Parecía que la piscina era el lugar de encuentro de los más maduros y pensó que el agua caliente sería agradable para los más veteranos y haría más manejables sus carnes. Era, además, la zona más iluminada del gran salón habilitado en el atrio por lo que todas las miradas convergían allí. Esos ‘viejos verdes’ eran los exhibicionistas.

Pero los gemidos más audibles venían de la pared de la izquierda. Avanzó hacia la derecha y en centro, orillando la piscina sin alejarse mucho de la columnata y poco a poco fue viendo la escena que aparecía detrás de una barra de bar que le ocultaba parte de la zona caliente. Había otra barra enfrente de ésta bajo la arcada de columnas derecha y se aproximó hasta colocarse detrás. Tomó una copa de champán –no había otra cosa- y se la llevó a los labios mientras iba percibiendo el movimiento de los bultos humanos al otro lado de la sala.

Muchos estaban desnudos y otros sólo en parte. Pero todos estaban follando sobre unos largos sofás que cubrían todo el lateral de la sala. En grupos de dos: hombres y mujeres, hombres con hombres, mujeres con otras hembras; tríos; varias mujeres con una sola polla a compartir; y hasta un hombre entre un grupito de personas que se abrazaban de pie lamiendo falos y vaginas sin parar, en cuclillas, mientras su ama le golpeaba el culo con saña.

Se dio cuenta de que llegaba tarde cuando muchos de los amantes masculinos empezaron a correrse sonoramente bañando de semen a sus parejas. Uno de los chicos más jóvenes, un macho alto de fuerte espalda, se puso sobre un sofá y se corrió en las caras de un maduro y una mujer, posiblemente la suya, que abrían la boca ansiosos de los fuertes chorros de esperma que derramaba el enorme miembro del macizo, que se lo agarraba por la base y apretaba mientras jadeaba al compás de las contracciones de su rabo. Se derramó más de seis veces sobre la pareja que se lamían la máscara el uno al otro y se masturbaban fieramente.

Muchos de los invitados a la fiesta lucían ese tipo de máscara que deja los labios a la vista con la evidente intención de hacer uso de sus bocas en el sexo oral, una precaución que le pareció muy útil.

Las corridas, se iban sucediendo y cada vez olía más a sexo en el ambiente. Hasta la barra donde se había acodado llegaba ahora un intenso aroma a esperma caliente que junto a la sinfonía de jadeos que le mecía los oídos desde que entró estaban empezando a excitarle sobremanera. Se volvió para ver a las parejas que fornicaban a sus espaldas y vio a un negro enorme que enterraba su mastil en el sexo rasurado de una mujer de grandes tetas y un cuerpo estupendo para su edad, puesto que se notaba, y no sólo por la cicatriz de una cesárea, que no era jovencita. Cabalgaba sentada de espaldas a la cara del negro que estaba tumbado sobre el sofá con la cabeza entre las piernas de una chica muy flaca que, a su vez, lamía los huevos y el culo de un tipo arrodillado a cuatro patas en el asiento y éste tenía entre los labios el pene de un hombre muy peludo. Ese trenecito del placer era el único ocupante del sofá del lado derecho y parecían demasiado ocupados para notar su presencia. Cuando los examinó lo suficiente cambió de ubicación. Aún no había visto ningún cuerpo que pudiera reconocer como el de Lidia.

Caminó unos pasos por detrás de la fila de columnas hacia la pared del lado opuesto a la puerta y giró hacía el lado derecho de la sala. Ahora se encontraba junto a una segunda puerta en una zona en la que no había ningún sofá. Avanzó un poco más y, de repente, sintió que le cogían de la mano.

Se estremeció y retiró la suya con rapidez. Al girarse vio a un hombre enmascarado completamente desnudo que le cogía de las manos tratando de acercarlo a él. Hizo amago de retirarse hacia la oscuridad de la columnata pero el desconocido le retuvo. El forcejeó acabó por molestar al viejo empalmado que protestó en alemán. Al ver que no obtenía respuesta interpretó que esa máscara tan femenina que tenía delante no hablaba su idioma y dijo en inglés:

Tu y yo… follar. Tú mi número. Yo espero horas para ti.

El viejo señalaba con su índice arrugado el embozo de mi capa. –Tú mi número-. Insistía. Finalmente bajé la vista y me di cuenta de que prendida en mi capa lucía una pegatina con el número 22 que alguien me habría colocado mientras dormía sin que yo hubiera reparado en ella. El viejo tenía una igual, con el mismo número, pegada en su cadera y la señalaba con su mano derecha mientras alzaba la izquierda hacía mi pecho. Intuyó que yo había comprendido el significado de los números y me rodeó con su brazo mientras me obligaba a caminar hacia los sofás del fondo. Nuestra conversación había llamado la atención de algunos de los enmascarados que ya se habían corrido y que observaban a los demás mientras seguían acariciándose sus lánguidas pollas para que volvieran a ponerse duras.

Acompañé al viejo para no levantar sospechas y vi que nos dirigíamos al meollo de la orgía. El viejo quería colocarse donde se arremolinaban los más cachondos, dónde más gemidos se escapaban de bocas llenas de pollas y coños constantemente penetrados y lamidos. La escena era tan tórrida que se la pondría dura a cualquiera y el viejo quería formar parte de ese intercambio desatado. Como no había sitio en el sofá nos detuvimos un momento de pie al lado de

dos pedazo de tíos

musculosos y altos a los que se las estaban chupando una mujer y un hombre en dura competición por ver quien ensalivaba más y mejor la polla que se metía hasta la garganta. La mujer era penetrada por detrás por un gordo –seguramente su marido- mientras se daba el gustazo de comerse una buena polla de hombre joven y macho. El hombre que tragaba su lado, era un enmascarado de bigote gris que lamía con gusto la polla tremendamente ancha del otro macizo mientras una mujer -¿la suya?- le rompía el culo con un strapon negro y grande.

Al ver la escena de cerca, el pene del viejo dio un respingo y se le quedó horizontal, en paralelo al suelo. A mi me hizo gracia vérsela así pues estaba seguro de que si yo me sacase en ese momento la polla la punta me miraría directamente a los ojos pidiendo entrar en acción. -La edad no perdona-, pensé-. Al momento me di cuenta de que podría aprovechar la ocasión para quitarme de encima al viejo y seguir buscando a Lidia. Pero sabía que el alemán esperaba sexo de mí así que no se me ocurrió otra cosa que agarrarle la polla con la mano derecha y empezar a pajearle mientras le pasaba la mano por detrás. El viejo verde se mostró encantado con el tratamiento y empezó a bambolearse mientras yo, con la mano enguantada, le estaba haciendo un pajote de campeonato.

Las otras parejas iban llegando al clímax aumentando la excitación del alemán que jadeaba con la boca abierta sin quitar la vista de la corrida del joven de la polla gorda sobre la cara del maduro maricón que le comía la verga y su cornuda esposa. Nos movimos hacia su lado cuando deshicieron su postura y recogí el strapon que la mujer había dejado sobre el sofá. Noté que estaba bien lubricado y quise metérselo a mi viejo para que disfrutara y se quedara contento. No tenía ninguna gana de que se pusiera demasiado cachondo y quisiera que yo le comiera la polla. Esa no. Quizá no le hiciera ascos a alguna de esas vergas duras y brillantes de fluidos que había visto a pocos centímetros de mi cara si estuviera suficientemente cachondo, pero no me comería la del alemán. En ese momento me di cuenta de que me sentía capaz de dejar atrás cualquier barrera psicológica o moral y atreverme con cualquier práctica sexual, sin tabúes. Disfrutando de esa excitación subyugante y contagiosa que animaba aquella sala. Pero aún no había alcanzado ese límite y, aunque no me asqueaba pajear a aquel viejo, tampoco lo estaba disfrutando. Así que decidí abreviar antes de que las otras parejas terminasen y tuviera que ofrecerles mejor espectáculo que una triste paja a una polla medio floja. Agarré entonces firmemente el dildo del strapon con la mano izquierda y se lo acerqué al viejo por detrás. En cuanto éste notó esa cosa lubricada y dura en su ojete inclinó el cuerpo hacia delante y abrió las piernas. Se notaba que tenía experiencia en sexo anal.

No dejé de maravillarme de la desinhibición de los maduros de esa orgía y la naturalidad con la que aceptaban cualquier juego sexual. Desde que entré en la sala me había fascinado la complicidad con la que esas parejas gozaban del sexo. Sentí una fuerte envidia de la compenetración con la que se hacían disfrutar, de cómo aceptaban, comprendían y facilitaban los deseos del otro porque yo nunca tuve nada igual.

Y de repente supe qué había ido a hacer allí, cuál era el motivo de haber sido introducido a aquella sala en la que en medio de una orgía comprendí que el sexo es complicidad, entrega y excitación.

El alemán me sacó de mi ensoñación. Se estaba impacientando y quería sentir esa polla de plástico metida en su culo cuanto antes. Hacía fuerza hacía abajo y yo decidí empujar para arriba hasta que con cierta facilidad enterré aquel todo pedazo de dildo en su culo. El viejo no cambió el tono del gemido y siguió gruñendo con satisfacción. Se llevó una mano a su polla para acelerar el ritmo de la paja y aproveché para coger el dildo con las dos manos imprimiendo mayor velocidad al metesaca. Al teutón pareció gustarle mi idea y se recostó sobre el sofá con las rodillas sobre el asiento y una mano en el respaldo dejando libre la otra para seguir masajeando su flácido pene que había menguado después de que le metí el consolador por el culo. De hecho parecía gustarle más la estimulación de su próstata y cómo el dildo le abría el culo, que la paja que yo le había estado haciendo; claro que no podía quejarse. Bastante había hecho con meneársela un rato. Los gemidos del viejo captaron la atención de las dos parejas que habían follado con los macizos que empezaron a acariciarse y a tocar al dichoso alemán. Yo aceleraba el movimiento y el consolador entraba y salía de su negro agujero que brillaba por la lubricación.

El viejo estaba a punto de correrse y sudaba a mares; se alzó la máscara pero no pude verle la cara porque estaba concentrado en sacarle el dildo casi fuera de su ojete para clavárselo de nuevo con fuerza. La escena se estaba poniendo tan caliente que una de las mujeres maniobró para echarse debajo del alemán y le tomó una mano para llevársela a su coño. Estaba tan cerca de mí que pude oler la humedad de sus profundidades más íntimas y ver el brillo de su lubricada raja que, al punto, empezó a masajear el del bigote. La otra mujer empezó a morrearse con su vecina y entre las dos soltaban lametones a la polla del viejo que había crecido de nuevo. Paré un momento para ver la escena y descansar los brazos y el otro tipo, el gordo que se follaba a su mujer mientras ella se la comía al jovencito me pidió paso y se colocó detrás del viejo que seguía arrodillado en el sofá. De un tirón le sacó el consolador y apuntó con su polla, que estaba bien tiesa y era de buen tamaño, al negro ojal del afortunado viejillo. De un empujón se la clavó hasta los cojones y empezó a bombear. Al alemán le debió gustar que le enchufaran un buen trozo de salchicha caliente porque retorcía el culo como una colegiala mientras las dos mujeres le chupaban el glande y los huevos y él le metía medio puño a una de ellas y luego pajeaba al marido con la mano lubricada con los jugos de su mujer.

Parecía mentira lo bien que se apañaba el viejo alemán con sus cuatro nuevos amigos así que me puse en pie y me dirigí al bar en busca de champán fresco. Sin darme cuenta y sin intención pasé por delante de todas las parejas a las que examiné sin deseo y casi sin conciencia de hacerlo me di cuenta de que ninguno de aquellos cuerpos desnudos era el de Lidia. Llegué a la barra y tomé una copa. Al llevarla a mis labios para beber alcé la vista y allí, en el quicio de la puerta reconocí ese cuerpo que me obsesionaba. Fue sólo un segundo. Un instante fugaz tras el que suspiré su nombre. –Lidia. Y en ese momento, solo, de pie en medio de la estancia, me di cuenta de que era la única persona completamente vestida en la sala y que todos los demás me estaban mirando.

Aaaarghh!! El vejete alemán se estaba corriendo con una fuerza insólita para alguien tan enjuto pero parecía que gozaba más gritando desaforado mientras soltaba grandes chorros de semen, de pie como estaba, que salpicaban a las dos mujeres que tenía frente a sí. Las máscaras miraban ahora al rincón de la última orgía en consumirse, con el viejo estremeciéndose a la vista de todos por el violento orgasmo, y no vieron cómo yo caminaba de espaldas hacia la puerta sin apartar la vista del atrio del que salí sin hacer ruido y sin ser descubierto. Pronto volverían las fuerzas y la orgía comenzaría de nuevo en alguno de los rincones.

Apenas había pasado un minuto desde que vi salir a Lidia así que no andaría lejos. Giré a la derecha y enseguida percibí una rendija de luz saliendo de una abertura en la pared un poco más alejada de la puerta que la pareja que sorprendí follando antes de entrar al atrio. Seguramente sus cuerpos me la habían ocultado pues ahora era muy llamativo el resplandor que proyectaba en el oscuro corredor. A unos pocos pasos de distancia oí el primer trallazo. Un golpe seco y sonoro. Hubiera adivinado que se había producido al golpear un cuerpo humano aunque no le hubiera seguido un gemido ahogado. Más que ahogado, enmudecido. El que había sufrido el golpe tenía la boca tapada.

En cuanto pude mirar por la abertura supe porqué.

Primero tuve que llegar al lugar en que se abría la oquedad porque la luz engañó a mi vista y el oído me confundía en la distancia. Mis sentidos no percibían con claridad las dimensiones de ese gran palacio oscuro y lleno de ecos. Finalmente localicé la abertura algo por encima de mi cabeza en una hornacina practicada en el muro. Subí tres escalones estrechos y la mirilla, pues de eso se trataba, quedó a la altura de mis ojos.

Lo que vi después me heló la sangre.

Ante mis ojos se presentó una auténtica mazmorra, una sala de torturas completa y bien equipada y en ella seis esclavos recibiendo sumisamente sus castigos. Eran cinco chicas y un chico. Los conté rápidamente porque los tenía atados frente a mis ojos. Al fondo, ignorando al desnudo ganado, un grupo de hombres bebía en lo que parecía el típico pub inglés. Al parecer los esclavos iban a ser la diversión después de las cervezas pero de momento sufrían por la incomoda postura mientras esperaban a ser usados por sus amos. Todos ellos habían sido provistos de collares, muñequeras y tobilleras de cuero. También tenían alrededor de la cintura un arnés de cuero con anillas metálicas, igual que las otras piezas. Una cuerda sujetaba el collar de cada esclava a una argolla en el suelo para que doblasen la cintura hasta colocar su torso en horizontal. Otra cuerda tendida desde el techo las sujetaba por las muñecas, unidas tras la espalda, para que no cayeran hacia delante y para privarlas de sus manos. De este modo sus pechos colgaban hacia el suelo y sus caras quedaban a la altura perfecta para abusar de sus bocas. Desde donde yo me encontraba podía ver perfectamente sus coños y sus culos bien expuestos por la forzada postura, que no podían evitar, además, por culpa de una barra sujeta a sus tobillos.

Me sobrepuse al sobresalto inicial al comprobar que Lidia ya no estaba en esa sala y aunque estaba deseando llegar a ella permanecí algunos momentos atento a la escena. La primera sesión sado que veía en mi vida. El mirón que llevo dentro no podía dejar de registrar lo que allí sucedía.

Continuará...