Vendrás vestida de nubes
Levantaste la mirada y sus ojos se estrellaron en tus pechos... sentiste que tus pezones se inflamaban queriendo der vistos
Vendrás vestida de nubes a cantar conmigo y en mi cuerpo buscarás, afanosa, el infinito elixir que te alimenta.
Cómo decirte que permaneces en el aire de mi entorno y en cada vértice de este cuarto iluminado apenas por mis velas blancas que, aunque estás ausente, dibujan cuidadosamente tu silueta en movimiento tus pechos, que oscilan acompasando el tic-tac mudo de un reloj que se detuvo cuando te fuiste, mostrando arrogantemente la eterna perfección de tus pezones oscuros, perfectos y sólidos como diamantes, tus nalgas caprichosamente esféricas, coquetas, desafiantes, que embisten con deliciosa furia mi verga erecta en la calidez de tu vientre, tu cabello negro, frondoso, brillante de luces siempre nuevas volando sin pudor al ritmo de tus pensamientos.
Púdicos o pudibundos, castos o libertinos, secretos o confesos, pero tus pensamientos. Esos que translucen en tus ojos negros el rictus inspirado en tus amores y no ocultan los fantasmas de tus pasiones ni los vívidos recuerdos de otras manos y otros cuerpos derramándose en tus poros. Sientes, entonces, tu rostro enrojecido ante tus primeros pasos por senderos prohibidos elevaste tu rostro y unos ojos se estrellaron en tus pechos antes de clavarse, impertinentes, en el fondo de tus iris casi presintiendo el fuego de tu carne. No hubo preguntas, quizás sólo respuestas. Sentiste, pese a tu lucha interna, que tus pechos confundidos se embotijaban al contacto de esos ojos. Tus pezones se inflamaban gritando ser notados y, más allá, acariciados, tocados, manoseados antes de que esas manos descubrieran la lujuria oculta de tu vulva y fueras cabalgada como loba en celo por toda la manada.
Aún veo tu inquieto despertar de esa mañana. Los destellos de tus ojos, la sonrisa húmeda de tus labios entreabiertos, tus dedos afanosos dibujando elipses en tus pechos y tu pubis azabache convulsionándose en mi miembro. Tus besos intensos mordiéndome los labios, tus ojos fugitivos perdidos en la nada, el arco de tu espalda ofreciendo tu honda gruta al morbo de otras llamas. Jadeando como primeriza, gozando como experimentada, gocé de tus orgasmos, de tu leche derramada, de tus gritos de angustia deliciosa por sentirte penetrada, cogida, tomada y por querer, con ansias locas, abandonarlo todo y ser violada.
La fantasía del tiempo se hizo eterna en tus noches agitadas. Tu cuerpo sonámbulo sudando en esas manos, tu lengua de áspid recorriendo su falo, tus pechos de nácar abiertos a todas las miradas, la humedad de tu culo rogando ser follada. De sus manos a otras manos, de manos reunidas, de oscuridad, de luces, de falos encumbrados, de lenguas oradando tu cueva, de mil orgasmos, de tu cuerpo de niña vendido en el mercado. Y en mi limbo, mis manos como garfios clavados en tu carne, mi boca enceguecida atragantada en el mar de tus entrañas, mi verga taladrando el último confín de culo orgulloso de ser sodomizado y, al final del túnel, sus ojos esperando tus pechos fieros, su falo henchido prediciendo tu posesión y el inicio sin retorno de tus sueños desbocados.
Se puede ser tan violento de la carne como del espíritu. Talvez, así se explica haberte entregado con rabia y con placer. El dolor del alma se conjugaba con el dolor de tu cuerpo al imaginarte penetrada, mis dedos crispados dedicaron sus cabriolas a mi falo condenado a masturbarse soñando tus mieles vertiéndose como cántaros en músculos pétreos listos sin límite a poseerte hasta siempre. Contarlo pausada, lentamente, a medida que crecen tus suspiros y, con ellos, tus pechos huyendo tu sostén negro mientras tus dedos suplican la magia del orgasmo de tu clítoris indómito, fue vivirlo, fue gozarlo
La música humeando el ambiente, tus senos contoneando sus ojos, un lerdo juntarte su cuerpo seguro y la merced de tus muslos abriéndose dóciles a la fuerza de su mástil. Un vaivén que moja tus pelos enmarañados en tu pubis suplicante, unas manos que estrujan con nueva delicia tus firmes caderas bajando a tu culo para clavar tus pechos, tu ombligo y tu gruta al disfrute pleno de su carne palpitante. Tu orgasmo cediendo a su lengua, tu boca dispuesta, la asistencia gozando tu goce y tú ofreciendo, sin pena ninguna, tu divino cuerpo a la deliciosa lujuria del sexo sin límite
El tiempo no es tiempo. El tiempo no existe. Tu cuerpo se aparta, otro cuerpo se junta. Al compás del viento tus labios se abren y esperan su falo, lo atrapan, lo hunden en toda tu entraña, sus manos aprietan con afán tus pechos ansiosos y tu cuerpo vuela en miles de espasmos sin poder esperar el instante esperado. De nuevo regresa, tampoco él espera pero, en su carrera, otras ganas trae
Minutos, segundos eternos, el momento llega. La puerta se cierra, los dos la avasallan, sus pechos se pierden en bocas y manos, su sexo revienta en mil pulsaciones como los botones de su blusa blanca, sus muslos relucen al caer su falda y su sexo aparece de azabache y malva, a merced total de una luna clara. No están mis velas blancas y el reloj aún no habla, pero está la luz de la luna clara. Impetuosamente las manos te atan, tus pechos oscilan
entre rodillas varias, tu boca se abre a su necesidad inmediata y su falo se pierde en toda tu garganta mientras, tras de ti, los dedos fogosos atenazan tus pezones oscuros, perfectos y sólidos como diamantes y tus nalgas caprichosamente esféricas, coquetas, desafiantes se yerguen y ofrecen, con necesidad urgente, tu ano divino al corcel domado. Con gestos precisos, pasos calculados, te encula con fuerza ocultando tu grito que chupa con ansia un falo soñado. El tiempo no es tiempo. El tiempo no importa. En vilo te izan, amarizas en almohadas, tu mente no piensa, tu cuerpo te llama y a galope frenético te clavas su estaca arqueando tu cuerpo, hambriento de ríos en todas tus arcas.
Tu cuerpo de mar, la luz de la luna reflejando las olas de todas tus formas perdidas en manos, en muslos y bocas y en vergas sedientas que rompen tus carnes y bajan y suben por todos tus cauces. Exhaustos los cuerpos se miran bajo el pálido reflejo del alba que anuncia otro día y, al tiempo, sus ojos se estrellan en sus blancos pechos que oscilan de nuevo suspirando ansias.