Vendida por mi marido

Sin consultarme, mi marido me obliga a estar con unos jóvenes y sus padres para salvar nuestro negocio. Tendré que someterme a todos sus caprichos para salvar la economía familiar

Quedábamos frecuentemente con aquellos conocidos, casi amigos, que estaban relacionados con el trabajo de Fran, mi marido. Eran proveedores de nuestro negocio. Nos juntábamos los fines de semana, bien por las tardes hasta la hora de la cena, en la que hacíamos una barbacoa, o incluso todo el día. Casi siempre íbamos a la casa de Roberto, un precioso chalé en las afueras, con una enorme piscina. Roberto tenía dos hijos, uno más joven y otro mayor que el nuestro, Ricardo, que a veces venía con nosotros a aquellas barbacoas con piscina aunque no eran de su agrado. Siempre pensó que los chicos eran unos estirados y no se encontraba a gusto en el entorno.

Aquel sábado todo fue raro. Mi teléfono no aparecía. Estaba desconectada aunque no tenía tampoco necesidad. La última vez que lo había utilizado era la noche anterior, había sido en casa y no había vuelto a sacarlo, por lo que debería estar allí.

Soy una mujer de cuarentaytantos, rubia, con un pecho generoso. Me conservo bien, tengo buen tipo aunque no soy muy alta.

A media mañana Fran me dijo que le había llamado Roberto para ir a su casa y pasar la tarde allí. Después prepararían una barbacoa para cenar. Le noté más serio que de costumbre, pero al preguntarle me dijo que no le pasaba nada, que había dormido mal por la noche, pero que estaba animado.

Luli, Sandra y Raquel eran las mujeres de Goyo, Roberto y David, respectivamente. Sabía que tenían un nivel adquisitivo muy superior al nuestro pero nos llevábamos bien. Se podía decir que era una relación de amistad. La semana anterior habíamos comentado la posibilidad de vernos, aunque no llegamos a concretar nada, por lo que la invitación a casa de Roberto y Sandra no era descabellada.

Fran me dijo que no comiésemos en casa, que nos fuésemos al centro comercial y comprase un bikini bonito para la tarde. Lo hicimos. Compré un bikini azul celeste, comimos y desde allí nos dirigimos al chalé de Roberto.

Cuando llegamos, estaban los tres hombres adultos y los cuatro chicos. No estaban las chicas, las mujeres y madres de ellos. Al preguntar me dijeron que habían ido a hacer unas compras pero que no tardarían. No le di la mayor importancia.

Me dirigí a la habitación que nos dejaban siempre para cambiarnos. Esta vez, la cama estaba centrada. Iba vestida con una falda corta blanca y una camiseta. Me la quité, me desnudé completamente, me puse el bikini con un pareo tapando la braguita y cogí la toalla.

Salí en dirección a la piscina y me tumbé en una de las hamacas que utilizábamos para tomar el sol. Sería en torno a las cinco de la tarde y aún hacía calor. Coloqué una sombrilla para que me diera la sombra sólo en la cara y broncear el resto del cuerpo. Me tumbé, esperando que viniesen las chicas.

Aron era el hijo mayor de Roberto y Sandra, y Rubén el pequeño, más joven que mi hijo Ricardo. Jorge el hijo de David y Pablo el de Goyo, ambos un poco más jóvenes que Aron pero mucho más inmaduros, al menos esa impresión tenía hasta ese día.

Mi marido se fue a hablar con Roberto, David y Goyo, que nos ofrecieron una copa. Mientras la preparaba veía cómo me miraban, pero una vez más no le di demasiada importancia. Incluso miré el bikini recién complado, por si tenía alguna tara que no hubiese visto.

  • Inma, un gin tonic flojito, como siempre?
  • Claro. Gracias.

Di un sorbo al combinado y seguí tumbada, con mis gafas de sol y mirando hacia el techo de la sombrilla para que no cegarme. Podía escuchar a los chicos cerca de donde yo estaba y a los hombres un poco más alejados, al otro lado de la piscina, al lado de la barra que imitaba a un pequeño bar.

  • Inma, puedes venir un momento? – Preguntó Aron. – Puedes acercarte?

Estaba junto a la ducha, como arreglando algo. Me acerqué, confiada, dispuesta a ayudarle. Maniobraba el grifo, cerrándolo y abriéndolo. Estaba como a un metro del borde de la piscina pero al acercarme me dio un fuerte empujón y terminé en el agua. De inmediato, Rubén, Jorge, Pablo y el propio Aron se tiraron también al agua y se acercaron donde estaba.

  • Estoy bien, tranquilos. – Espeté al acercarse los chicos.

Comenzaron a jugar. La broma no me había hecho ninguna gracia. Las gafas de sol se habían hundido en la piscina.

  • Las gafas¡¡¡ A ver si las pisamos y nos cortamos. – Protesté con seriedad.

Rubén se sumergió y las rescató. Aunque tendí la mano para que me las devolviese, las dejó fuera de la piscina. Me dirigí hacia las escaleras para salir de allí pero Rubén y Pablo comenzaron a echarme agua en la cabeza.

Intentaba mantener la compostura pero no soportaba que me mojasen el pelo y los ojos por lo que me enfadé.

  • Dejadme salir, chicos. – Dije en tono serio y guardando las distancias.

Al llegar a la escalera noté como tiraban de mí hacia el centro de la piscina y una mano desabrochaba el sujetador de mi bikini. Me llevaron hacia adentro. Sólo acertaba a apretar las copas para que no se saliese el sujetador.

  • Soltadme – Protesté entrándome agua en la boca.

Vi como Jorge intentaba quitármelo No daba crédito a lo que estaba sucediendo. Unas manos sujetaron mis brazos para atrás y no pude impedir que mis pechos quedasen al descubierto. Tiró el sujetador al agua mientras sentía manos que los magreaban. Intenté ir a por él pero no me dejaron. Otras manos tocaban mi culo. Olvidé la prenda que flotaba sobre el agua y decidí escapar de la piscina. De nuevo me volvieron a sujetar, supongo que eran de dos chicos distintos, me agarraron.

  • Solt...adme¡¡¡ – Acerté a decir mientras metían mi cabeza en la piscina.

Cuando la sacaban tomaba aire e intentaba de nuevo pedir ayuda pero volvían a introducirla. La cuarta vez que lo hicieron tragué agua y al sacarme la cabeza comencé a toser.

No hacía pie en la piscina y sentí como una mano mantenía mi cabeza fuera del agua. Tosía hasta que sentí unas manos que me apretaban la cintura. De ahí descendieron al elástico de la braga del bikini y comenzó a bajarla. No tenía fuerzas para protestar ni negarme. Mi prenda fue bajando por los muslos, piernas hasta ser apartada de mi cuerpo por los pies. Me soltaron las manos y cuando pude ver, observé que Aron y Rubén estaban fuera de la piscina. Noté una mano por detrás, que acariciaba mi vagina, mi vello púbico y un dedo que se intentaba introducir dentro de mí.

Estaba completamente desnuda. Ahora sentí como de nuevo, dos chicos, uno a cada lado, me encaminaban hacia el borde de la piscina. Al llegar junto a la pared noté como me ponían las manos en el culo y me elevaban. Aron y Rubén me cogieron de mis antebrazos y me sacaron de la piscina.

Los otros dos chicos salieron también. Los cuatro me rodeaban. Me sentía aún un poco desorientada por las ahogadillas, aunque sabía perfectamente lo que estaba pasando. Que estaba desnuda ante los cuatro jóvenes. Mi marido se acercó con la toalla y comenzó a secarme. No entendía nada más allá de la humillación que estaba sufriendo.

  • Por qué me han hecho esto? – Pregunté entre lágrimas. – Me han desnudado.

  • Cariño. He tenido que permitirlo. No podía hacer frente al siguiente pedido y teníamos que cerrar si no facilitaba esto. La alternativa era que te mostrases complaciente esta tarde. Por favor, hazlo por tu hijo, por tí. No digo que lo hagas por mí.

  • Cómo puedes estar haciéndome esto? Con qué permiso? Con qué autorización? Eres un canalla.

Mientras le insultaba, Aron se dirigió a él y le dio mi bikini mojado y él lo dejó en una pequeña mesa, junto a la hamaca, mientras yo era expuesta ante todos, incluido mi marido que colaboraba con la situación.

  • Mirad, no es rubia natural Tiene el coño más negro que el carbón. – Comentó Roberto con sorna, humillándome. – Inma. Si no accedes a lo que queremos vais a tener problemas económicos serios. Tal vez perdáis todo lo que poseéis. – Se dirigió a mí, hablándome. – Por cierto, chicos, me gusta mucho como es su coño, bien depilado, rectangular y sobre todo muy negro, que contrasta con el blanco de la parte de la braga del bikini.

Quedé descolocada. Sabiendo que la amenaza, viniendo de un hombre del poder de Roberto, no parecía una broma. A menudo, Fran decía que si perdíamos el negocio con ellos tendríamos que cerrar. Aún así, miré con rabia a mi marido y volví a insistirle.

  • Eres un cabrón. Cuando esto acabe no te quiero volver a ver en mi vida.

Cerré los ojos e intenté olvidarme de todo lo que estaba viviendo en ese momento y a lo que no podía dar crédito.

  • Iros a la habitación y cuando acabéis... ya sabes¡¡¡. – Explicó a su hijo. – Y tú, Inma, espero que los chicos se lo pasen bien.

Aron era el mayor de los chicos, no sólo de edad, si no también de corpulencia. Rubén el más joven mientras que Jorge y Pablo eran un poco más jóvenes que mi hijo. Completamente desnuda me agarraron entre los cuatro por las piernas, los antebrazos y la espalda para llevarme en volandas dentro de la casa. A la habitación donde me había cambiado cuando llegamos a la casa.

Me tiraron sobre la cama. Aron se lanzó también, situándose sobre mi cabeza, levantándola y situándola entre sus piernas. Jorge y Pablo se colocaron a mis pies y me separaron las piernas, cosa que hicieron sin dificultad ya que no oponía resistencia.

  • Vamos, hermanito. Estrénate. Cómete el coño de una mujer. Cómete el de Inma.

Rubén colocó la cabeza entre mis piernas. Podía sentir el aliento de su boca sobre mi sexo. Lo tocó de manera torpe, con curiosidad, poniendo sobre mi clítoris el dedo pulgar, acariciando mi vello y después introduciendo el índice.

Me estremecí. Eché la cabeza hacia atrás, cayendo aún más hacia donde estaba Aron que mesaba mi pelo aún mojado por el agua de la piscina y me dio un beso en la frente.

  • Quieres saber cómo se nos ocurrió esto, Inma? – Preguntó el mayor de los jóvenes.

El joven comenzó a explicarme, mientra masajeaba mis pechos, lo que había sucedido el pasado fin de semana, en el que iba vestida con una falda rosa y una camiseta durante la barbacoa que prepararon para cenar. Aquel día estaba Ricardo, mi hijo, pero nos fuimos pronto ya que al día siguiente habíamos quedado con mi familia para pasar un día en el campo. Al parecer les había gustado mucho. Excitado sería más correcto. Nada más irnos nosotros, las chicas, madres y mujeres de todos ellos, se habían ido a tomar algo al pueblo, a una terraza donde yo había ido alguna vez con ellas, mientras todos los hombres, adultos y jóvenes se quedaron en la casa y hablaron de aprovecharse de nosotros, de mí.

  • Voy a comerle el coño. – Expresó Rubén.
  • Hazlo. – Respondió su hermano.
  • Por favor, no, no me hagáis nada.

Su padre comentó que estábamos en una situación delicada y si no nos echaban una mano nuestro negocio se vendría abajo y prácticamente quedaríamos en la ruina. Todos empezaron a sentir pena por nosotros, irónicamente, claro, hasta que a él mismo, a Aron, se le ocurrió que nos podrían ayudar, eso sí, a cambio de algo.

Mientras el joven me hablaba al oído, mis piernas estaban abiertas, completamente y mi sexo se mostraba complaciente ante el chico, que disfrutaba de su primera vez pasando la lengua en un órgano femenino.

Sus dos amigos, le apoyaban, separando mis labios para que la lengua del muchacho llegase sin dificultad mientras que su hermano mayor continuaba masajeando y pellizcando mis pechos.

Mientras me iba contando cómo habían provocado aquella situación mis ojos se iban mojando cada vez más, en la que como madre y esposa sacrificada, estaba manteniendo los ingresos de la familia y evitando su desmoronamiento económico.

  • Te gusta, Rubén?
  • Hermano, sólo consigo que se me ponga dura pero quiero algo más fuerte.

Me movía de manera temblorosa, como intentado evitar lo inevitable, que me tocasen los pechos y mis labios vaginales y que la lengua de Rubén llegase hasta el fondo.

  • Por favor, parad¡¡¡ – Solicité a Aron que era quien parecía llevar la voz cantante. – Soy madre de vuestro amigo y mi marido está fuera.
  • Sabemos que eres la madre de Ricardo, aunque no es nuestro amigo, también que estás casada, y desde luego, tu marido está al corriente de todo lo que está pasando. De hecho está de acuerdo. No recuerdas lo que te ha dicho antes? Quieres que venga a verte? Necesitas su apoyo?

Me limité a negar con la cabeza.

  • Inma, estáis en la ruina, sólo nosotros os podemos sacar de ella y tú eres parte de ese trato. Necesitáis que os fiemos el género. Sólo tenéis esa posibilidad. Debes dar las gracias por gustarnos tanto y que hayamos accedido a este pacto. No tenéis alternativa. Venga, bésame. – Terminó diciendo mientras su boca se juntaba con la mía.

Expuesta, abatida, la humillación era aún mayor al tener que sentirme agradecida por tener la oportunidad de salvar a mi familia. En esos momentos, el menor de los hermanos se había levantado, había dejado de hacer el cunnilingus y se mostraba de pie, completamente desnudo. Su miembro era enorme para su edad. Me limité a abrir mi boca para que su lengua campase por ella mientras su hermano jugaba con mi sexo.

  • Vamos, hermanito. Vas a hacerte hombre.

Comencé a hacer pucheros, sabiendo que la situación en la que me encontraba y que el joven iba buscar algo más fuerte, aún no sabía el qué aunque podía imaginarlo.

Jorge y Pablo seguían sujetándome las piernas. El joven se situó entre ellas y con torpeza buscó mi vagina y me introdujo su miembro. Se movía excitado, sin saber muy bien que hacer. Me hacía daño, me daba vergüenza. Yo que había conocido a Fran a los 16 años y sólo había estado con él, ahora estaba siendo mancillada, vendida como carne por mi propio marido, para la satisfacción de aquellos chicos.

  • Rubén. Todavía no has aprendido a follar. – Recriminó su hermano entre las risas de los demás. – Para, para. Vamos a hacerlo de otra forma. Te va a gustar más.

Se levantó, aún con el miembro completamente erecto, con cierto fastidio por la interrupción de su hermano. Después me agarró del brazo y se levantó también él, ayudándome a mí a hacer lo mismo.

Le indicó a su hermano que se tumbase sobre la cama, ocupando el espacio que yo había utilizado, tumbándose mirando hacia el techo.

  • Inma, colabora, ponte encima de él. Cabalga.

Entre los tres chicos me colocaron sobre Rubén. El joven mantenía su miembro erecto, y a pesar del parón no se le había bajado la excitación ni un ápice. El chico colocó su pene erecto y sólo tuve que dejarme caer para que entrase dentro de mí de nuevo. Su hermano se acercó para empujar mi espalda y que mi cuerpo se fuese hacia adelante. Rubén me agarró los pechos y comenzó a morderlos, sin delicadeza, haciéndome algo de daño.

  • Rubén, te acuerdas de la canción que nos cantaba papá cuando íbamos al tiovivo?
  • Corre, corre... caballito¡¡¡ – Comenzó a cantar.
  • Corre, corre... - Continuaron cantando el resto, a coro.

Me sentía tan humillada y angustiada que las lágrimas rodaban por mi mejilla sin ruido. El joven me seguía haciéndome suya. Me apretaba, agarrándome por la cintura hacia él y después me separaba, entrando y saliendo de mi interior.

Su hermano tiró de mi pelo hacia atrás, para que me clavase más en él, o quizá más él en mí. A pesar de estar debajo de mí, Rubén se movía libremente,subiendo y bajando, haciendo más placentera su penetración.

Jorge y Pablo se colocaron a ambos lados de la cama. Me sujetaron por los antebrazos y comenzaron a tocarme los pechos, pellizcando y tocando a su antojo. Entre los tres hacían que me arquease para beneficio y disfrute de Rubén, que permanecía debajo de mí.

  • Hermanito. Seguro que entre todas las candidatas a desvirgarte, la última que te hubieras imaginado que sería a Inma aunque si hubieras podido elegir...
  • La habría elegido a ella.

El joven seguía concentrado en hacerme el amor, o mejor dicho, en penetrarme y tener un sexo brutal conmigo. De vez en cuando me agarraba del cuello para obligar a bajar mi cabeza, mi cuerpo, y entonces morder mis pechos.

  • Muévete. Mi hermano tiene que disfrutar. Es un día que no olvidará jamás. Es su día.

Si Rubén no olvidaría el día, yo tampoco. Yo era la primera mujer para él y él era el primer hombre, después de mi marido para mí, aunque el ánimo de cada uno de nosotros era muy diferente. No conocía otro hombre que no hubiera sido él. Llegué virgen al matrimonio, por convencimiento, y jamás se me pasó por la cabeza ser infiel.

El joven continuaba moviéndose y levantándome, ahora a un mayor ritmo, por lo que empezaba a intuir que en breve llegaría al climax que yo misma le provocaba.

  • Me voy a correr¡¡¡ – Susurró casi de manera inperceptible.
  • Sal fuera, por favor...
  • Si mi hermano quiere correrse dentro de tu coño, que lo haga. Tú estás para satisfacerle.

No respondí. Ahora ya se aferró a mi cintura. Me manejaba a su antojo, subiendo y bajando. Su respiración agitada me hacía suponer que era cuestión de segundos que descargase todo su semen dentro de mí. El joven empezó a gemir con la respiración agitada. Empecé a sentir cómo bombeaba su semen a mi útero, en varios golpes que parecían no terminar. A los pocos segundos, Rubén me apartó de él y comencé a notar cómo su semen se salía de entre mis piernas.

  • Hermanito. La has dejado perdida.
  • Y qué más te da, si a ti te gusta su culito.
  • Levanta un momento, Inma. Quiero que poses con mi hermano, que siempre recuerde la primera mujer con la quien estuvo. Rubén, ponte el bañador, tú no, estás más guapa sin ropa.

Me asusté. Me puse a llorar. Sabía que iban a abusar de mí a placer, a su antojo, de la manera que quisieran y cuanto quisieran. Me levanté y Rubén se colocó a mi lado. No dejaron que me vistiese. Notaba como su semen me bajaba entre las piernas. Aron comenzó a hacerme fotos.

  • Nosotros también queremos. Podemos?
  • Venga, poneos uno a uno y después todos. Y ahora me hacéis una a mí con ella.

Me hicieron varias fotos, hasta terminar una en automático con todos ellos conmigo, Aron y Pablo, los más altos detrás mío y Rubén y Jorge a mis dos lados.

Aron me hizo volver a la cama. Me dio la vuelta y me colocó de rodillas, sobre la cama. Se situó detrás de mí, me dio un fuerte azote y llevo su miembro hasta la entrada de mi ano.

  • Aron, te va a caber la polla en ese agujerito tan pequeño? – Preguntó Pablo entre risas.
  • Verás como sí. – Respondió.

Afortunadamente, tuvo cuidado de hacerme el menor daño posible, al menos de manera física, llevándolo lentamente hasta el final.

  • Inma. Cuando habéis llegado esta tarde, no podía dejar de mirarte. Ese culito... Pensé, en un rato, me lo voy a follar.

Mis lágrimas empezaron a rodar de nuevo. Pensaba en lo tonta que había sido aquella tarde, donde todos, todos los que allí estaban, incluido mi marido, habían manipulado la situación para que esa tarde me convirtiera en la mujer que estaba a disposición de todos ellos.

  • Se lo he dicho a tu marido. Tu mujer viene preciosa esta tarde. La vamos a disfrutar. Como así está siendo.

Su hermano pequeño se alejó un poco de la cama. El mayor continuó sodomizándome. Se tiró sobre mí. Se acercó y apretó mis pechos con sus manos. Ahora, para forzar sus embestidas, en vez de mis caderas, usaba los pechos para impulsarse. Mis manos estaban apoyadas en el propio colchón, dejando que el joven accediera a mí a su antojo.

Jorge y Pablo me agarraron las manos y las situaron frente al cabecero de la cama. Eso hizo que mis pechos quedasen libres para que sus manos se pudieran posar sobre ellos y comenzar a tocarlos.

  • Por qué hacéis esto? – Pregunté suplicando entre lágrimas. – Parad.
  • Simplemente estás buena, nos pones a todo y teníamos la posibilidad aprovecharlo. No tenías elección. – Contestó Jorge ahora.

La espada de Aron me penetraba una otra vez ante la admiración de sus dos amigos que se limitaban a jugar con mis pechos, supongo que ansiosos para que llegase su turno.

  • Cómo sientes su culito? – Preguntó Pablo.
  • Tal y como lo imaginaba. Apretadito. – Respondió agitado en el habla.

Cambiaba de ritmo a su conveniencia. De ir despacio, como lo había iniciado, ahora se agitaba, dando fuertes embestidas y haciendo que mi ano sufriera las consecuencias y me provocase un fuerte dolor rectal.

Los golpes hacían que mi garganta produjese sonidos o quejidos que se hacían sonoros y provocaban las risas de todos los jóvenes, incluido el hermano menor, que seguía próximo a la puerta.

  • Joder. Que ganas que nos toque¡¡ – Exclamó Pablo.
  • Estoy a punto de terminar. Seguid tocándole las tetas. Eso me pone.

Seguían manoseando mis pechos, casi como un juego, estrujándolas como si fuese una madre recién parida, intentando sacar la leche.

  • Cómo le cuelgan las tetas. Luego podemos probar una cubana. – Añadió Jorge.

Aron seguía a lo suyo. Al igual que anteriormente su hermano, podía sentir como se iba excitando y que en breve llegaría al final. En aquella situación tan sólo deseaba que terminase.

  • Uff. Cómo me pones, Inma. No sabes la de pajas que me hecho pensando en algo como esto.

Sus amigos seguían manoseando mis pechos y él dirigió su mano a mi sexo, acariciando mi clítoris y supongo que impregnándose la mano del semen de su hermano ya que al volver a poner la mano en mi cadera, sentí que estaba mojada de un líquido viscos

  • Ya me queda poco¡¡¡ – Expresó en voz alta.

Me cogió por la cintura, con mucha fuerza, abrazándome, llevándome hacia él. Me hacía daño, me escocía ya el ano y cada vez el ritmo era mayor, más fuerte.

  • Ahhh. Ya, ya.... – Gritó mientras volvía a sentir el bombeo de semen entrando en mi cuerpo, en esta vez en mi ano.

Quedé tumbada en la cama. Notaba el escozor de mi ano y el líquido caliente que salía de él tras la eyaculación. El joven había terminado pero yo estaba abatida física y moralmente. No podía dar crédito a todo lo que estaba viviendo aquella noche y a que mi marido me hubiese vendido de aquella forma, para atender a los instintos más bajos de aquellos jóvenes y también, según él, para la viabilidad del negocio y el sustento de la familia.

  • Ya nos toca, Jorge. – Afirmó Pablo.

Yo estaba tumbada sobre la cama, tal y como me había dejado Aron que acababa de terminar conmigo.

  • Lo hacemos como dijimos?
  • Sí, joder, lo que hemos hablado me da mucho morbo.

Me dieron la vuelta y de nuevo mis ojos miraron al techo. Completamente expuesta y sobre todo a disposición de todos sus caprichos sobre mí.

  • Por favor. Sois más jóvenes que mi hijo. Soy una mujer casada, respetable...

Estábamos sólo los tres sobre la cama. Jorge me separó las piernas y se colocó entre ellas.

  • Joder. Todavía le sale del coño la leche de Rubén.
  • La quieres limpiar?
  • No, total, se va a volver a manchar. – Respondió Jorge ante las risas de su compañero.

Pablo se dirigió al cabecero de la cama. Acercó su mano a mi mejilla más alejada y volvió mi cabeza a donde estaba él, ya completamente desnudo.

Sin decirme nada, llevó su miembro a mis labios. Instintivamente abrí la boca y comencé a succionarlo. A la vez, noté como su amigo comenzaba a penetrarme.

Después del impacto inicial, aunque seguía negándome y era un auténtico ultraje, intentaba asimilar la situación, lo que me había pedido mi marido y lo que probablemente nunca le perdonaría.

Ambos jóvenes estaban muy excitados, el haber contemplado las acciones de sus amigos y los tocamientos que ellos mismos habían llevado a cabo, habían provocado aquella situación.

El joven que me penetraba se movía. Me agarraba los cachetes del culo para levantarme ligeramente, algo que hacía sin ninguna dificultad, mientras que Pablo me sujetaba del pelo y manejaba mi cabeza haciendo que su pene entrase y saliese de mi boca.

  • Cambiamos de posición? – Preguntó Jorge a su amigo.
  • Quiero probar su coño. – Respondió sacando su pene de mi boca y apartándose.
  • Y yo su culo.
  • No, por favor¡¡¡ – Supliqué con miedo.

Jorge me hizo levantar y se tumbó en la cama. Después me llevó hacia él, situando mi ano a la altura de su sexo. Su amigo le ayudó, levantándome y llevando el centro de mi trasero hacia su miembro, situándolo a la entrada de mi ano.

  • Tranquila, Inma. Ya tienes que estar dilatada. Aron te la ha clavado bien. – Añadió riendo jocosamente.

De nuevo, a pesar de que todo era una pesadilla, la vergüenza hizo que mis lágrimas volviesen a rodar por mi mejilla.

  • No llores, preciosa. Te la voy a clavar para que tu coño se alegre.

Mis piernas estaba abiertas bordeando el cuerpo de Jorge que estaba debajo de mí, ya con su miembro clavado en mi ano.

  • Preciosa, te va a gustar. – Espetó Pablo mientras se iba acomodando entre mis piernas. – Ufff. – Soltó en el momento de penetrarme.

Comenzaron a moverme con dificultad, entre los dos. Jorge me mantenía clavada y pasaba sus manos por mis pechos mientras que Pablo lo hacía vaginalmente y los besaba y mordía.

  • No sabes la de veces que he soñado con esto. – Susurró Jorge en mi oído. – Tienes un pelo precioso y huele muy bien. – Añadió mientras besaba mi cabello.

Apretaba con fuerza mis pechos mientras besaba mi mejilla, mi pelo y continuaba susurrándome lo bien que lo estaba pasando y la oportunidad que se les había blindado de estar conmigo.

  • Sabes? Ya sé donde me voy a correr. – Volvió a decirme al oído.

Pablo seguía forzando mi vagina una y otra vez, a su antojo. Me miraba a los ojos y llevaba su boca junto a la mía, pegando nuestros labios e intentando meter su lengua, cosa que conseguía en numerosas ocasiones y sin dificultad.

Para ser dos jóvenes, más o menos primerizos, se lo tomaban con mucha calma, como si todo lo que estuvieran haciendo se lo hubieran preparado y siguiesen un guión. Notaba ambos miembros, cada vez más excitados. Deseaba, quería que llegasen cuanto antes y terminasen con aquello, pero de nuevo pidieron cambiar. Esta vez fue Jorge.

  • Quiero su boca. – Dijo el joven
  • Yo seguiré con su coño. Me pone mucho verla de frente.

El joven que estaba anclado a mí por detrás se levantó, lo que obligó a su amigo a hacer lo mismo. Al volver a mi posición, Pablo volvió a embestirme por delante, exactamente igual que lo había hecho unos instantes antes, antes que su compañero le obligase a levantarse.

Jorge colocó sus rodillas bordeando mi antebrazo izquierdo y pegadas a mis costillas y cabeza. Al igual que había hecho Pablo anteriormente, llevó mis labios a la entrada de su miembro y lo introdujo en mi boca. Le sentí gemir cuando entraba en mi boca.

  • No hay nada como follarse a una mujer madura. – Añadió Pablo.
  • Te habrás follado tú a muchas, no te jode¡¡¡ – Respondió riendo. – Tú, con tener una raja en donde meter, te da igual la edad.

Me atragantaba de la velocidad con la que metía el miembro en mi boca y hasta donde la metía. Me producía fuertes arcadas y ganas de vomitar. Ambos seguían al unísono, usando mi boca y mi vagina.

En una de las embestidas, Pablo sacó su miembro por completo y al volverlo a introducir se rozó con mi vello púbico. Noté como se estremecía y le daba un placer inmenso.

Me daba igual cómo lo hiciera. Había sido humillada por todos los orificios de mi cuerpo y a esas alturas sólo deseaba que terminase y si un roce, un tocamiento anticipaba su orgasmo, estaría de acuerdo en que así fuese.

El joven descubrió el placer, seguramente porque no acertó a meterla, pero comenzó a rozar su pene en mi vello. Pasaba la cabeza de su miembro, haciendo círculos sobre mi sexo.

  • Qué haces? – Preguntó Jorge.
  • Tío, me pone mucho esto. Voy a correrme haciéndolo.
  • Sí, le pincha un poco. Es porque se ha depilado no hace mucho. Seguro que hoy mismo, sabiendo que venía a la piscina.
  • Seguro... y que iba a estar con nosotros. – Terminó respondiendo ante las risas de los dos.

Los jóvenes siguieron a lo suyo, concentrándose en terminar hasta que escuché abrirse la puerta y gritar a Rubén.

  • Dice mi padre que si termináis ya. Que no tienen toda la tarde.

Los dos chicos se esmeraron en concentrarse para terminar su faena. Pablo estaba nervioso, ansioso y sabía que estaría a punto de llegar a pesar de no sentirle dentro de mí. En mi boca. Jorge se iba excitando cada vez más.

Sentí un chorro enorme de semen que caía sobre mi vello púbico acompañado de un gemido del joven que se vaciaba sobre mi vagina. Afortunadamente no dentro de ella. Sin darle tiempo a acabar, su amigo sacó su miembro de mi boca e hizo lo propio, manchando mi pelo, mi cara y mis labios, que me encargué de cerrar para evitar que entrase en mi boca.

Ambos terminaron en la parte externa de mi cuerpo pero todo ello no hacía que me sintiese menos humillada. Había vivido la tarde más dura de mi vida, más aún que cuando murió mi abuela a quien adoraba. Me quedé en la cama, abatida, llorando. Les odiaba a todos. Su machismo, lo que habían sido capaz de hacerle a una pobre mujer y a mi marido, bueno, mi marido. En esos momentos estaba convencida que no seguiríamos casados después de aquella tarde.

Me habían dejado sola. Rubén y Jorge habían salido de la habitación al igual que habían hecho anteriormente los hermanos. Llevé mis manos estaban sobre mi cara, que se pringaban del semen de Jorge, que prácticamente me había cubierto la cara. Estaba manchada, mancillada y sucia por dentro y por fuera.

De repente la puerta se abrió y entraron los cuatro chicos. Vi que Rubén se acercaba a mi bolso y rebuscaba en él. No tenía fuerzas para decirle nada. Los otros tres chicos me ayudaron a levantarme de la cama y me dijeron que les acompañase.

  • No, no quiero ir. Quireo irme a casa. – Ahora sí protesté.
  • En breve te irás. Os iréis. – Respondió Aron. – Ayudad levantarla.

Entre dos me sujetaron los antebrazos y me sacaron de la habitación. Giramos por el pasillo, dos vueltas y de nuevo vi la luz de la zona descubierta donde estaba la piscina. Los cuatro adultos, incluido mi marido, se encontraban allí. Vi como Rubén le entregaba algo a mi marido, sin ver en ese momento lo que era.

Pensé que me llevarían hacia donde estaban ellos, pero lejos de ello me tiraron a la piscina, sin contemplación y los cuatro se tiraron junto a mí. Yo continuaba completamente desnuda mientras que ellos ya se habían puesto su bañador, como cuando llegaron a la piscina.

  • Venga chicos. Lavadla bien. Sin miedo. La depuradora limpiará los residuos. Mañana el agua estará completamente limpia. – Gritó Roberto.

Noté muchas manos que tocaban mi cuerpo, por todos lados, sin poder adivinar de quien era cada una de ellas.

Volvieron a sumergirme, esta vez sólo para mojarme la cara y limpiarme. Aron me sujetó por detrás mientras que Jorge y Pablo me separaron las piernas, dejando semidescubierto entre el agua y el aire mi sexo, para que Rubén metiese el dedo dentro de él para “limpiarlo”, según había dicho su padre.

Me dieron la vuelta. Ahora fue Rubén quien me agarró los brazos. Aron buceó por debajo de mi y pasó detrás, para limpiar mi ano, también, siguiendo las instrucciones de su progenitor. En realidad era más un juego que un acto de limpieza de mi cuerpo. Los dos hermanos salieron de la piscina para que Pablo y Jorge me magrearan de cabeza a piernas para dejarme “limpita”.

  • Parece que la habéis dejado “limpita”, intacta, bueno, casi intacta. – Expuso Roberto riendo. – Venga, Inma. Sal de la piscina.

No me atrevía a salir sin saber la siguiente aberración que me esperaría, pero mi marido se acercó con una toalla a la altura de la escalera de la piscina. Le miré con odio, no podía evitarlo. Me había traicionado a unos niveles que jamás habría podido imaginar y de lo que seguro no me repondría jamás. Lo que estaba pasando esa tarde marcaría no sólo nuestras vidas, si no también nuestra relación, si es que al final continuábamos con ella.

Al verle y pedirme los hombres que saliese, me acerqué a la piscina, pensando que todo ya había terminado y podría irme a casa, a enjugar mis lágrimas y comerme la humillación que había soportado.

Subí las escaleras. Fran me esperaba con la toalla. Me rodeó con ella y empezó a frotar mi cuerpo.

  • Eres un canalla. – Dije con odio pero aguantando mis lágrimas.
  • No tenía alternativa. Cuando salgamos de aquí nos olvidaremos de todo lo que ha pasado. A partir de ahora nuestro negocio mejorará.
  • Tú crees que voy a olvidar esto algún día?

Apreté la toalla para cubrir mi desnudez. Fran me dio algo en la mano. Al verlo observé que era la braga brasileña con la que había ido, confiada, a aquella tarde de piscina.

  • Póntelas, cariño.
  • No me llames cariño. Soy Inma. – Respondí cortante.

Me agaché y metí mi prenda más íntima por los tobillos y me las subí, no sin antes darme la vuelta para no darle opción a que vieran nada más de mi cuerpo.

  • Espero que estés más tranquila, Inma. No lo tomes a mal, pero lo de hoy no deja de ser un trato, un acuerdo. Tu marido es más práctico que tú. En caso de no haber tenido esta colaboración por tu parte, habríais perdido todo.

Le escuché altiva, fingiendo que no lo hacía. Cogí las zapatillas que estaban junto a la tumbona justo antes que me tirasen al agua y me desnudasen allí, e hice intención de ir a la habitación donde estaba mi ropa y también el la que se habían aprovechado de mí los cuatro jóvenes.

  • A dónde vas, Inma? – Preguntó Roberto.

Le miré pero no le contesté. Iba a continuar hacia la habitación pero mi marido me paró.

  • Espera, cielo¡¡¡
  • Que no me llames cielo, ni cariño, ni nada amoroso. Llámame puta, es lo que soy para ti y para todos ellos. – Contesté, ahora sí, rompiendo a llorar de nuevo.

Fran me agarró. Me sujetó a pesar de mi resistencia mientras que por mi impotencia no paraba de llorar. Mis manos se aferraban a la toalla. Aunque ahora tapaba mi desnudez, seguía sintiéndome completamente humillada, sobre todo viendo a Roberto y más a lo lejos, a los chicos con quienes había sido obligada a estar.

Me abrazó fuerte y aunque le odiaba profundamente por lo que había ocasionado, ese abrazo me resultó cálido, acogedor. Dejamos de hablar los dos. Apoyé mi mano sobre su brazo. En ese momento vi como me empujaba y me arrebataba la toalla.

  • Estás igual de guapa con braguitas que sin ellas. – Señaló Roberto al verme otra vez semidesnuda.
  • Qué queréis ahora? No habéis tenido bastante? – Pregunté tapándome los pechos.

En esos momentos me di cuenta que aquello no había terminado como presuponía. Roberto se acercó. Me cogió suavemente la nuca y me habló al oído.

  • Nosotros también somos hombres y tenemos derecho...

Le miré con odio. Mi martirio iba a comenzar otra vez. Miré a los tres con un tremendo asco.

  • Tranquila. No tienes que follar con nosotros. No vamos a tardar mucho.

David me agarró por la cintura y Goyo y Roberto por debajo y por encima de las piernas y me volvieron a llevar dentro. Ahora me llevaron al salón y me situaron sobre la mesa.

  • Pocas mujeres de tu edad me han dado el morbo que me das tú.

Al tumbarme sobre la mesa volví a llevar mis manos a la cara. Estaba desesperada. Roberto agarró mis bragas y las bajó ligeramente, hasta la mitad de los muslos, volviendo a dejar mi sexo al descubierto otra vez.

  • Antes de nada. Vamos a quitarte un poco de pelo del coño. Lo vamos a guardar como recuerdo los tres que estamos aquí. A tu marido no le hace falta. Te tiene siempre a su disposición.

Encendió un cortapelos pequeño y noté el cosquilleo al cortarme una parte de mi vello púbico por los laterales. Los otros dos hombres comenzaron a tocarme los pechos, pellizcándolos y acariciándolos. Lo hizo por ambos lados, y tuvo un especial cuidado, recogiéndolo con una hoja de papel los pelos que se habían desprendido de mi piel, e introduciéndolo en tres pequeños frasquitos, entregando dos a sus amigos y quedándose él con otro

  • Fran. A ti no te lo regalo, por motivos obvios.

Apartó mis piernas, hasta el límite que permitían mis bragas, semibajadas a la altura de los muslos.

  • Vamos a hacer un bukkake. Por si no sabes lo que es, nos vamos a correr todos sobre tí. No te tapes, pon las manos detrás de tu cabeza y empezamos. Por supuesto, tú también, Fran. Lo haremos los cuatro.

Los cuatro, incluido mi marido, sacaron sus miembros y comenzaron a masturbarse mientras me tocaban. Roberto se centraba en mi sexo mientras que los otros dos en mis pechos. Mi marido sólo miraba.

Estaban muy próximos a mí. Me tocaban con sus miembros y con sus manos, buscando su excitación. Comentaban mi cuerpo.

  • Es muy morboso ver que el pelo de su cabeza es rubio pero tiene un coño tan negro. Le queda muy bien. Es precioso. Además resalta con la marca del bikini.
  • Un coño bien negro sobre el blanco del bikini siempre es excitante. – Respondió Goyo.
  • Las tetas blancas también lo son. Demuestra que no hace top less. – Añadió David con las risas acompañadas de los otros dos hombres.

Sentía los sonidos de su masturbación además de las conversaciones. Escuchaba los gemidos y los ruidos de sus penes al maniobrar.

El primero fue Goyo, que me manchó uno de mis pechos. Después David, manchándome la cara. El tercero fue el anfitrión, que acercó su pene a mis bragas para dejarlas impregnadas de semen.

Mi marido tardó un poco. Supongo que dentro de lo malo no estaba disfrutando tanto de la situación. Aún así, terminó eyaculando sobre mí, en el estómago.

  • Sólo voy a pedirte una cosa más. – Indicó Roberto. – Quiero tus bragas. Quedármelas como recuerdo.

Sólo podía llorar. Roberto no me preguntó y bajó mis bragas, sacándolas, algo a lo que no me negué.

  • Bien, puedes ducharte. Estás perdida de semen. Por cierto, tu falda es corta y abierta. Fran, ten cuidado que no haya una golpe de aire y muestre lo que no quiere.
  • Bueno, ya ha mostrado todo durante toda la tarde. – Respondió Goyo riendo.

Mi marido me ayudó a incorporarme. Me llevó al cuarto de baño, abrió el grifo de la ducha y me metió dentro. Automáticamente le eché, quería estar sola.

Pensé en ponerme la braga del bikini, pero tenía que salir a por ella a la piscina, ya que estaban junto a la tumbona, donde lo había dejado mi esposo. Me puse la falda, el sujetador y la camiseta y sin decir nada salí por la puerta destino al coche.

Fran apareció al momento. Sin decir nada arrancó el coche y nos dirigimos a casa. Afortunadamente, nuestro hijo no estaba en casa.

Fran me dio el móvil, que intencionadamente había extraviado para que mis amigas, ya siempre examigas, no pudieran decirme que no irían a la piscina y que me invitaban a ir a pasar la noche al pueblo de Sandra, la mujer de Roberto y madre de Arón y Rubén. Tenía varias llamadas perdidas y varios mensajes. Incluso habían intentado ponerse en contacto con mi marido para que fuese con ellas al no poder localizarme.

  • Lo siento. Tenía que hacerlo. Tenías que ir a casa de Roberto. Espero que ahora los negocios nos vayan mejor.
  • Por qué accediste? Cómo lo planeasteis? – Pregunté llorando.
  • Bueno, me lo pusieron mal, sin alternativa, no nos daban más crédito, no nos vendían más si no pagágamos. Los bancos no nos daban ningún préstamo y la solución me la propuso Roberto. Parece ser que les gustabas mucho a los chicos, bueno, y a ellos. Si accedíamos, nuestro negocio no quedaría en bancarrota.
  • Acceder? Accediste tú. A mí no me preguntaste. Vete a dormir al sofá y espero que en una semana no estés viviendo aquí. Un marido que cede a su esposa, que hace que se acueste con otros hombres, sin su consentimiento, es un cabrón. Es lo que pienso de ti.

Mi marido salió de la habitación. Un par de horas después entró mi hijo en casa. Estuvieron hablando, pero no escuché la conversación.