Vendida

Las tragedias en mi vida no parecen terminar y una vez más me veo obligada a regresar con el señor Hernandez. El viejo ya había pagado mucho por mi virginidad pero ahora tenía algo mucho más interesante para comprar. A mí. Todo de mí.

Recomiendo leer la trilogía "A la venta" antes de esta historia. No es completamente necesario pero sirve para entender cómo comenzó todo.

"VENDIDA"

Pasaron tres meses desde que el señor Hernandez me desvirgó.

La primera semana fue un tormento. Me sentía sucia y avergonzada. El coño me había escocido incluso días después de la brutal follada y la piel de mis pechos mostraba las marcas amoratadas de sus mordiscos. Cada marca me recordaba mi vergüenza. No era solo por haber vendido mi cuerpo ni por haber sido usada como una muñeca sexual, sino porque lo había disfrutado. El señor Hernandez me había llamado puta y con cada uno de mis orgasmos, yo le probé que lo era.

Pero conforme los días pasaron me sentí mejor, hasta que por fin me atreví a sacar el álbum de fotografías que el viejo me había regalado. Había llegado a mi casa tres días después de nuestro encuentro, por mensajería, en un sobre sellado dirigido especialmente a mí.

Por días me esforcé en ignorarlo hasta que se tornó en una tentación pecaminosa. Pasaba horas mirándolo. Al principio había encontrado que las fotografías eran grotescas y humillantes, pero eventualmente descubrí lo excitantes que eran.

Un día empecé a masturbarme con ellas y no hubo vuelta atrás. Al verlas recordaba la sensación de la boca, la lengua y la polla del viejo violentando mis cuerpo. Mi primera polla había sido sensacional. Dura, gruesa e incansable. Recordaba el escozor de mi vagina ensanchándose a su tamaño. Esa mezcla de dolor y placer que potenció mis orgasmos. Me quedada la sensación de su leche caliente disparándose dentro de mi. Ver mi coño abierto y escupiendo su esperma me recordaba lo mucho que había disfrutado de convertirme en su hembra. Me di cuenta que necesitaba una verga que me hiciera sentir así de nuevo. Quería sentir esa polla gruesa, dura, caliente y húmeda violentando mi interior, y robándome orgasmo tras orgasmo. Pero tan pronto la calentura pasaba, mi primer pensamiento me recordaba que estaba actuando como la puta que no deseaba ser.

Al retomar la escuela todo se calmó y mi cabeza volvió a la normalidad. No tenía tiempo para nada más que no fueran los estudios. Eran exigentes y yo debía aplicarme. Agradecí por aquel remanso de paz para mi cuerpo.

Pero un día todo se complicó.

Roberto, mi hermano mayor, al que todos llamamos Robi, se metió en un problema. Su novia le había demandado por violencia doméstica y abuso sexual. Él juraba inocencia, aludiendo que la relación había sido consensual y que las magulladuras que ella mostraba eran resultado de un experimento sadomasoquista que había salido mal. Pero Robi tenía un historial muy oscuro sobre sus hombros que atraía todos los dedos sobre él, declarándole culpable. Sus problemas con el abuso de drogas no ayudaban en nada.

El abogado asignado por la corte era un niño recién salido de la universidad que se dio por vencido antes de iniciar la pelea. Al menos había sido honesto admitiendo que no veía modo de ganar la demanda. Robi tendría que pagar una enorme fianza o pasar años en prisión.

La única forma de ayudarle era consiguiendo ayuda legal más calificada pero que no podíamos pagar.

Mi madre había tenido un ataque de ansiedad. Mi padre había montado en cólera. Después de todo, Robi no era ni siquiera su hijo. Era el resultado del primer matrimonio de mi madre. Su padre había muerto varios años atrás.

Pero yo lo quería como a nadie. Sin importar sus problemas siempre había sido bueno conmigo. Yo era su hermana pequeña, a la que cuidaba y adoraba.

Pasé muchas noches en vela pensando que debía hacer. Tenía el dinero que había ganado al venderme. Sería suficiente para conseguir un buen abogado o para pagar la fianza a cambio de la libertad de mi hermano. Sin embargo, yo no quería dejar la universidad de nuevo. Tampoco podría explicarle a mis padres de donde provenía semejante cantidad de dinero. Si se enteraban de lo que había hecho, estaría en mayores problemas que Robi.

Así que tras pensarlo bien y con el tiempo corriendo en contra, hice lo único que quedaba por hacer. Volví con el señor Hernandez.

Reuní valor para enfrentarlo de nuevo a pesar de que me moría de vergüenza. Decidí ir a su oficina en horario de trabajo para no levantar sospechas y para que tampoco me atrapara de sorpresa. Fui, hablé con la secretaria, expliqué que quería consultar un problema legal con él y esperé por mi turno.

Su oficina era sobria pero elegante. El viejo era uno de los hombres más respetados de la ciudad en lo referente a derecho. Decían que tenía amigos en puestos importantes. También tenía reputación de ser un tanto patán; manejaba bien la política, y era un genio ofreciendo y dando sobornos. Pero lo más importante era que la mayor parte de las veces ganaba sus casos. Era un abogado con el que nadie quería enfrentarse.

-Puedes pasar. –me dijo la secretaria.

-Gracias.

Me levanté muy lento. Estaba asustada y las piernas me temblaban. Pero en secreto y debajo de los jeans, mi coño se estaba humedeciendo. Era un locura.

Su despacho estaba al fondo de la oficina, cruzando por un largo y solitario pasillo repleto de diplomas y fotografías de sus glorias que colgaban en la pared. Estaba aislado del resto del lugar y le daba suficiente paz y privacidad para sus negocios turbios.

Entré a su privado en silencio. Su secretaria cerró la puerta tras de mi y rápidamente me senté en la silla de visitantes. Traté de mantener la mirada baja porque no me sentía capaz de enfrentarlo. Pero cuando levanté la cara y lo vi de frente, tenía esa misma mirada perturbadora en los ojos. Me estaba desnudando con la vista, imaginando todo lo que podría hacer con una chica dócil pero emputecida como yo. Revivía cada detalle de nuestra aventura.

-Hola, Elisa. No pensé que volverías tan pronto. ¿En qué puedo ayudarte?

-Tengo un problema.

-¿Y quieres asesoría legal?

-Si.

-Has venido al lugar correcto pero recuerda que mis servicios son caros. En eso nos parecemos. -sabía que hablaba del precio que había puesto a mi primera noche de sexo.

-Lo se, de eso quería hablarle.

-Tú dirás.

-Es mi hermano, Robi. Está en un grave aprieto y no se como ayudarlo. –el señor Hernandez no habló. Me escuchó en silencio. –Lo han acusado de violación y violencia doméstica contra su novia. Él dice que es mentira pero estaba drogado. El abogado de oficio nos ha dicho que el caso está perdido.

-Ya veo, ya veo. –entrelazó las manos y lamió sus labios. Si hubiese podido se me habría lanzado encima ahí mismo. -¿Quieres que yo lo defienda?

-Si, pero…

-¿Pero? –los ojos le brillaron. Igual que la vez anterior imaginaba el motivo de mi visita.

-No tengo dinero para pagarle. Es decir… tengo el dinero pero no puedo usarlo. Mis padres sospecharían y…

-Soy una buena persona, Elisa. Entiendo tus problemas y quiero ayudarte. –dijo. –Podríamos negociar otra forma de pago. Nuestra noche juntos me tiene alucinando y sigo encaprichado con poseer cada agujero de ese cuerpecito tuyo. Todavía hay muchas cosas que quisiera hacerte. –yo me sonrojé de solo pensar en lo que tenía planeado para mi. Pero no me eché para atrás. Para eso estaba ahí. –Tendríamos que discutir bien los términos de nuestro acuerdo pero ya sabes lo que quiero. ¿Estarías dispuesta a pagarme con tu cuerpo?

-Si, señor. No tengo más con que pagar. –admití.  Bajé la mirada otra vez. El viejo sonrió con lujuria al contemplarme completamente sometida a él.

-Perfecto. Pero primero debes responderme algo, Elisa. ¿Has estado con otros hombres desde nuestro encuentro?

-No. Con nadie.

-Bien. ¿Tu culito sigue siendo virgen o te has metido algo ya?

-Solo sus dedos la última vez.

-Eso me gusta más. Voy a abrirte el culo como se debe y cuantas veces quiera. –se acercó a mi, se paró detrás y me habló al oído. –Después volveré a esa rajita tuya a la que le gusta mucho mi leche. Voy a ahogarla con mi lefa.

Yo suspiré. Si mi coño había comenzado a humedecerse antes de entrar, ahora ya estaba inundado de jugos.

El sexo anal me atemorizaba. Pero desde que el señor Hernandez había hablado de ello, yo había pasado horas en la computadora buscando por videos de culos desvirgados. La conjunción de dolor y de placer que había encontrado en los rostros de esas mujeres ensartadas era una fantasía culposa que experimentaría pronto en las manos del viejo… o en su polla.

La imagen de mi cuerpo retorciéndose bajo el castigo de su verga vino a mi. Gorda y dura me partiría en dos mientras sucumbía ante una nueva clase de orgasmo. El morbo podía más que mi miedo.

-¿Cuándo quiere que lo hagamos? –solo deseaba que no me dijera que fuera de inmediato. No estaba preparada.

-¿Tantas ganas tienes de meterte una verga por el culo? –dijo entre risas. –Te prometo que cuando termine contigo, a tu culo le cabrán tres vergas juntas. –eso era lo que me asustaba. El viejo tenía un fetiche con dilatar mis orificios. –Pero antes hay otras cosas de que preocuparse. En vista de que no estas preñada, estoy seguro de que te has tomado la píldora de emergencia. –yo asentí. –Eso no será suficiente esta vez. Serás mi puta personal de ahora en adelante. No puedes vivir tomando esas pastillas para siempre.

-¿Qué? ¡No! Pensé que solamente sería sexo anal y…

-¿Solo una vez? Ay, Elisa. No. Para evitar que el culo de tu querido hermano sea taladrado por alguien en la cárcel, tú tendrás que ofrecerme el tuyo y muchas veces. También me ofrecerás tu panochita y esa boca tan bonita y sucia para venirme en ella. En otras palabras: si quieres ayudar a tu hermano, tendrás que emputecerte un poco más. Serás mi propio contenedor de semen.

Me quedé atónita. Esa no era la idea que tenía en mente cuando acudí a él. Esperaba que fuera una noche de sexo y nada más, tal como la primera vez. Debí haber imaginado que el señor Hernandez querría más. Siempre ganaba y ahora yo era la víctima.

No tenía opción. El viejo tenía razón. Si yo no aceptaba mi hermano iría a prisión y todo tipo de desgracias le sucederían ahí.

-¿Qué dices? ¿Aceptas? –preguntó. Tardé en responder pero solo había una respuesta correcta.

-Esta bien. –sentí miedo pero también excitación. ¿Qué pasaba conmigo?

-Que buena putita. Ya verás lo bien que la pasamos y los beneficios que trae convertirse en mi hembra. Por ahora tenemos cosas que planear. –me dio una tarjeta. –Quiero que vayas con este ginecólogo. Es mi amigo, me debe varios favores y te atenderá bien. Te prescribirá algún tratamiento anticonceptivo para que tu coñito pueda tragar cuanta leche quiera sin problemas. Mi nueva muñeca no está lista para salir preñada. Todavía no. También te daré dinero para que compres ropa íntima. Me gustan las tanguitas de hilo. Mientras más diminutas, mejor. Quiero los sujetadores a juego y tan pequeños como las tangas. ¿Alguna duda?

-¿Nos veremos en el departamento?

-Ahora que eres mi puta personal puedo tomarte donde quiera. Así que nos veremos aquí en dos semanas después de la hora de cierre. Traerás tu ropa sexy debajo y antes de venir te harás un buen enema.

-¿Un enema? ¿Tengo que hacerlo?

-Si. No quiero mierda en mi polla y tú tampoco la querrás cuando tengas que mamármela después de que esté dentro de tu culo.

-No quiero hacer eso…

-Pero lo harás. No sabes lo dura que se me pone cuando veo a una mujercita como tú chupándola como a un caramelo después de haber estado en su culo. –no quise seguir insistiendo. No tenía caso oponerme. –Recuerda también que me gustan los coños sin pelito. Te quiero bien depilada para comerte a gusto.

-Si, señor.

-Puedes irte ahora. Tienes mucho que hacer y recuerda que nos veremos en dos sábados. Cerramos al mediodía, así que a la una de la tarde estará bien. Déjame los papeles del caso.

Sin nada más que discutir me puse de pie con parsimonia. Las piernas me temblaban. No sabía si era de excitación o de temor por lo que acababa de acordar. Llegué ahí siendo una mujer libre y me iba como la puta de un viejo depravado. A pesar del miedo, no podía esperar por el momento en que me hiciera su perra de su nuevo. Solo esperaba que el viejo no lo notara, pero no tuve tanta suerte.

Antes de irme, asenté el expediente de mi hermano sobre su escritorio de tal modo que prácticamente me lo arrebató para echarle un ojo. Cuando lo abrió y se concentró en él pensé que mi escape era seguro. Pero estaba equivocada.

-¿Elisa? Espera un momento. –me llamó

-¿Si?

-Mi siguiente cita es dentro de una hora y quisiera comenzar a enfocarme en el caso de Robi. Para hacer eso, necesito un adelanto de mis honorarios. –lo vi relamerse los labios e imaginé lo que quería. –Ven aquí y ponte de rodillas.  Nuestra conversación me la ha puesto dura y necesito desfogarme. Chúpamela.

Empujó su silla para separarse un poco de su escritorio y esperó porque fuera a acomodarme a sus pies. Titubeé. Pero sin oportunidad de negarme, hice como me ordenó.

Me escabullí en el espacio hueco del escritorio. El señor Hernandez abrió sus piernas y sonrió con burla cuando me tuvo de rodillas. El bulto en su pantalón quedó a la altura de mis ojos. Su barriga prominente lo aplastaba un poco pero era fácil adivinar la gran erección que se ocultaba debajo de la tela. No había mentido.

Desabotoné su pantalón y bajé el cierre. Su verga estaba apretujada en la tela de su calzoncillo. Las gotas de precum lo habían manchado.

El viejo se incorporó rápidamente y sus pantalones resbalaron hasta el piso. Yo no podía apartar mis ojos de ese trozo de carne embutido bajo la ropa. Bajé los calzones antes de que tuviera que indicármelo y su verga respingada quedó al aire. Mordí mis labios al sentir el olor de su sexo. Jamás podría olvidarme de su aroma ni de su sabor. Tragué saliva. El señor Hernandez volvió a acomodarse en su silla, permitiéndome tocarla.

-¿Qué esperas? –dijo.

La rodeé con mis manos. Estaba caliente y dura, tan gruesa como la recordaba. Notaba las protuberancias de las venas que pulsaban con el flujo de sangre. Sus testículos colgaban más abajo, gordos y pesados. Pensé en toda la leche que producían y en como mi cuerpo terminaría bañado por ella.

-¿Te trae recuerdos, Elisa?

-Algunos. –respondí con sinceridad.

-Vamos. Chúpala. Quiero follarte la boquita.

Relamí mis labios para humedecerlos aunque mi boca estaba seca de la impresión. De un solo movimiento metí la polla tan dentro como mi reflejo gutural me lo permitió.

-¡Aaaaaaaaaaaah! –suspiró. -Por dios, Elisa, solo el calor de tu coño supera al de tu boca. –dijo el viejo cuando buena parte de su miembro se perdió entre mis labios.

El sabor del líquido seminal seguía siendo el mismo que saboreé en nuestro primer encuentro: una mezcla de amargura y acidez a la que no era difícil acostumbrarse. Lo sentí impregnándose en mi lengua.

El grosor de su verga se sentía impresionante dentro de mi boca, a tal punto que me hacía cuestionarme el como conseguía encajar semejante trozo de carne dentro de mi coño y, aun peor, como conseguiría que mi ano cediera ante semejante invasión.

Pero mientras más lo pensaba más me excitaba.

Sin darme cuenta comencé a repetir todo lo que el señor Hernandez me había enseñado la primera vez.

Sujeté la base de su miembro con una mano mientras con la otra jugaba con su testículos. Mi boca iba y venía sobre esa polla bien erecta. Poco a poco la resequedad de mis labios desapareció y la saliva empapó su verga mezclada con su precum. Mi lengua acariciaba su piel. Recorría cada centímetro del pollón tratando de compensar el hecho de que meterlo todo era imposible para mi.

Subía y bajaba por el, embarrándolo de mi saliva. Parecía imposible pero la verga se engrosaba con cada chupada. El precum manaba del agujero en la cabeza gorda de su polla y yo lo sorbía con desesperación. La mezcla de nuestros fluidos resbaló por mi mandíbula.

Y mi boca no era la única que chorreaba. El agujero entre mis piernas parecía una llave abierta. Mis panties estaban empapadas de mis jugos. El olor a macho del señor Hernandez despertaba a la hembra en mi, ansiosa por copular. Mi coño suplicaba por ser llenado por la polla de mi dueño.

-¡Aaaaaaaaah! ¡Mmmmm…! ¡Ooooooh! Así me gusta, Elisa. ¡Pero que rico boquita tienes! –gimió el viejo. -¡Sigue! ¡Sigue! ¡Métela más! ¡Abre más esa boca de puta tuya! –ordenó. Levantó las caderas de golpe y forzó su verga hasta tocar el fondo de mi garganta.

El movimiento fue tan repentino que las nauseas me vinieron y retrocedí. Traté de toser y sacarlo pero el viejo fue más rápido que yo.

Sujetó mi cabeza obligándome a permanecer en la misma posición. Enredó sus manos en mi pelo y empujó de nuevo para penetrarme.

-¡Mmmmgggg…! -con la boca llena no pude gritar. Me asfixiaba. –¡Mmmmggggggg…!

-¡Aaaaaaaaaaah! ¡Que rico! ¡Que rico mamas, putita mía! ¡Que boca de hembra tienes! –repetía mientras taladraba mi garganta.

Traté desesperadamente de apartarlo pero su cadera se mecía con tal violencia que era imposible. Su verga entraba cada vez con mayor profundidad. Yo sentía que me ahogaba.

La saliva y su precum era cada vez más abundantes y se mezclaban con las lágrimas que salían de mis ojos.

El chapuceo de cada embestida sonaba cada vez más fuerte. Mis gemidos también. El señor Hernandez bufaba como una bestia enardecida. Pensé que en cualquier momento la mandíbula se me desencajaría. La violencia con la que me empujaba contra su entrepierna estaba sobrepasándome. Pero cuando empezaba a pensar que ya no soportaría más, sentí el primer chorro de leche caliente golpeando contra mi garganta.

-¡Me corro! ¡Me corro! ¡Trágate toda mi leche, Elisa! ¡No desperdicies nada!

-¡Mmmmmgggggggggg…!

Me sujetó con más fuerza hundiendo su pene entero en mi boca. Yo no podía respirar.

Tres chorro más de líquido hirviendo reventaron dentro de mi boca. Su lefa corrió por mi garganta, caliente y abundante, pero ninguna gota fue desperdiciada como él ordenó. Beberla era también mi placer.

-¡Ay Elisa! ¡Ay! ¡Pero que buena putita que eres! Te lo has tragado todo…. -me dirigió una última mirada mientras aún permanecía de rodillas entre sus piernas y ensartada por la boca con su verga. Después me dejó ir. –Tu boca es tan follable como la recordaba. La he extrañado mucho y por lo que veo, ella extrañaba a mi polla.

-No diga eso… No es verdad… -tosí. Mi voz sonaba ahogada.

-¡Por supuesto que es verdad! Y más vale que te acostumbres. Te diré cosas peores y ninguna será mentira.

Decidí no quejarme más. No tenía caso.

Me lleve la mano al cuello que me dolía por la posición forzada en que el viejo me había mantenido. El sabor fuerte de su semen estaba por toda mi lengua.

Como pude me levanté del piso.

Tenía las piernas dormidas por la posición. Toda la excitación que sentí al principio se había esfumado. Estaba asustada por el modo en que el viejo violentó mi boca hasta el punto de asfixiarme. Por lo menos había terminado. Todo lo que quería era recoger mi poca dignidad e irme a casa.

Me dirigí hacia mi silla para tomar mis cosas. Lo hice deliberadamente lento porque el cuerpo me dolía y porque esperaba recuperarme un poco antes de salir.

Pero de nuevo el señor Hernandez me detuvo. No pude huir.

-¿A dónde crees que vas? No hemos terminado.

-¡¿Qué?!

-Aún tenemos tiempo. Quítate los jeans.

-Pensé que no iba a follarme. –protesté.

-No me contestes y haz como te dije. De ahora en adelante eres mi puta. Así que acostúmbrate a obedecer porque tu cuerpo me pertenece y haré lo que quiera con él. Quítate los jeans. –repitió. –Ahora quiero jugar con tu raja.

-Pero…

-No me hagas repetírtelo, Elisa. –alzó la voz y se puso autoritario. Me asusté. Estaba segura de que no iba a repetir su orden una tercera vez.

Sin más remedio que seguir sus órdenes, me desabotoné el pantalón. Me lo quité poco a poco, temerosa de lo que iba a seguir.

Cuando mi pantalón resbaló de mis piernas y cayó al piso, lo vi sonreír.

Ese día me había puesto unas bragas rosas de algodón. Fue una mala idea porque me estaban dejando evidencia: una gran mancha de humedad dibujaba mi raja en los calzones.

-¡Estás mojada! –el viejo estaba encantado y yo me sentía morir de vergüenza. –Eres tan puta que te has mojado mientras me comías las polla y te violaba la boca.

-No es cierto.

-Admítelo, Elisa. Eres una putita de primera clase a la que le encanta la verga de un macho como yo, que te posee con fuerza. Te fascina ser mi perra.

Mis mejillas ardían de vergüenza y también de excitación. Aunque una parte de mi se sentía ofendida, no podía negar que las palabras del señor Hernandez llevaban cierta verdad.

Detestaba pensarlo pero cuando me tomaba por la fuerza lo disfrutaba.

-Ven aquí. Anda. –volvió a ordenar. Quitó la computadora de su escritorio y lo despejó. Se acomodó de nuevo en la silla aún con la polla al aire. Estaba flácida pero era obvio que no estaría así por mucho tiempo.

Tenía en los labios una de esas sonrisas que me preocupaba. Eran perversas y delataban sus intenciones. Yo seguía en bragas frente a el. Pero por el modo que me miraba sabía que ya me imaginaba desnuda.

-Te estoy hablando. -palmeó la enorme mesa de madera indicándome lo que quería que hiciera para él. Le obedecí y me acerqué con pasos lentos. Llevaba las manos apretadas por el nerviosismo. El corazón me latía con fuerza y mi vagina empezaba a despertar de nuevo, pues sentía mi excitación volviéndose líquida entre mis piernas. –Siéntate aquí. –me tomó de la cintura y me sentó a la orilla de su escritorio con las piernas colgando frente a él. –Ahora túmbate.

Hice como me ordenó. Me acosté boca arriba y fijé los ojos en el techo. Me estaba ahogando de los nervios.

Sentí sus manos sobre mis caderas y muy despacio empezó a bajarme las bragas. Centímetro tras centímetro, muy lento, fue descubriendo mi cuerpo. Con cada segundo que pasaba, mi raja se volvía una cascada de flujos. Me moría de vergüenza de tan solo pensar en lo que diría cuando viera directamente mi humedad. La piel se me erizaba.

Escuché su risa irónica cuando me quitó los calzones. Lo miré justo en el momento en que se los llevaba a la nariz para olerlos. Mi aroma de perra en celo los empapaba.

Pasó sus dedos por toda mi raja y los jugos los mojaron. Después abrió y cerró los dedos de tal modo que los hilos de mi mucosidad se formaron entre ellos.

Me mordi los labios y contuve el aliento mientras lo hacía. Estaba a su merced.

-No haga eso. –pedí.

-Hago lo que yo quiera. Me encanta ver que al menos has mantenido depilada tu cosita. Mira esto. –me mostró el interior de las bragas. Durante todo ese día, con la expectación de pensar en visitarle, mi coño había estado húmedo. Los primeros mocos vaginales se habían secado y manchaban mi ropa interior de un blanco característico. –Alguien ha sido una zorra muy caliente hoy y la falta de pelitos hace que los mocos resbalen más fácilmente a tus braguitas.

-Es que…

-¿Qué, Elisa? –fue imposible que le respondiera. -Eres una putita muy tímida y eso me encanta. Pero tu cuerpo no te deja mentir: te encanta ser follada. Solo hay que mirar aquí dentro. –y dejando atrás mis bragas, se posicionó entre mis piernas. Llevó sus manos a mis labios vaginales y los abrió. Acercó su cara a mi coño tanto como pudo para mirarlo de cerca. Lo olfateó y suspiró con satisfacción. Me sentí morir. –Estás empapada y tu clítoris esta mas erecto que mi verga. El pobre necesita cariño. –sin que lo viera venir, su lengua frotó mi clítoris.

-¡Ummmmmmmmmm...! –gemí con desesperación.

La caricia despertó a mi instinto y levanté las caderas como la hembra que busca acoplarse con la polla de su macho. Excepto que todo lo que tenía era la lengua del viejo Hernandez.

El abogado se carcajeó.

-¡Estás muy sensible! Es por la falta de sexo. Estos meses te ha faltado polla. Quizás debamos jugar un poquito para relajarte. ¿Quieres que te coma el coño? –no respondí. Solo me mordí los labios. –No te escucho, putita. ¿Quieres que te coma?

-Si… -no tuve que decírselo dos veces. Se abalanzó sobre mi raja y hundió su nariz en ella. –¡Oooooooooooooooh…! –frotó su boca contra mi apertura con fuerza. Sorbió mis jugos escandalosamente. Los sonidos húmedos de su boca y mi coño eran obscenos. Yo gemí como un poseída. -¡Que rico! ¡Ooooooooooooooh! ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaah! ¡Asiiiiiiiiiiiiiií por favoooooooooor! ¡Maaaaaaaaaaaaás! –susurraba, esperando que nadie pudiera escucharnos afuera.

Sus manos forzaron hasta el máximo a mis labios vaginales y entre la apertura de ellos, mi clítoris se irguió. El señor Hernandez lo apresó con su boca. Lo chupó y lo lamió cada vez más salvajemente. Yo me volvía loca.

De repente lo mordió y tuve que luchar por no gritar.

-¡Mmmmmmmmmmm…! -me agarré con fuerza de los bordes de la mesa y me retorcí. Pero jamás cerré la piernas. El viejo volvió a morderlo. Mi cuerpo convulsionó. –¡Aaaaaaaaaaaaaaaaayyyyyy!

-¡Ah, pero que perra! ¡Que perra tan magnífica! –lo escuché susurrar entre chupadas.

-¡No pare, por favor…! ¡Por pare...! –supliqué.

Ya no me importaba lo que me hiciera mientras fuera placentero.

Volvió a concentrarse en mi panocha. Esta vez buscó mi agujero y hundió su lengua tanto como pudo dentro de él. La usó para sacar cuanto jugo pudiera. Lo devoraba como si fuera el dulce más delicioso que jamás hubiera probado. Bebía de mi cuerpo con desesperación. Yo no me quejaba

-Estás deliciosa. Te comería todo el día. –balbuceó sin alejar su boca de mi raja.

-Hágalo. ¡Hágaloooo! ¡Oooooooooh!

Fue cuando sentí el primero de sus dedos hundirse en mi canal. Mis paredes vaginales lo recibieron con gusto.

Me mordí los labios y disfruté de la sensación. No se sentía igual cuando era yo quien me dedeaba. Sus dedos eran perfectos: gordos y largos. A mi coño le fascinaban.

Un segundo dedo entró rápidamente. Su índice y dedo corazón estaban en mis entrañas. Hubiera deseado que fuera su polla. Pero por el momento me bastaba con ellos y su lengua.

El señor Hernandez levantó la cara y pude ver su boca y nariz cubiertos en mis  caldos. También podía sentir la humedad que corría entre mis nalgas, prueba de lo mucho que disfrutaba de sus juegos. Estaba empapada.

-Voy a darte durísimo con los dedos. Trata de no gritar demasiado o todo el mundo se enterará de lo puta que eres. ¿Estás lista?

-Estoy lista. Fólleme con sus dedos. ¡Por favor! –me mordí los labios, abrí las piernas tanto como me fue posible y me sujeté de la mesa lo mejor que pude. El corazón se me iba a salir de lo excitada que estaba. El señor Hernandez iba a destrozarme el coño con las manos y yo moría porque lo hiciera. Solo quería ser follada. Quería ser un perra de nuevo. Necesitaba un orgasmo.

-Aquí vamos…

Entonces empezó el mete y saca a una velocidad impresionante. Sus dedos me penetraban con potencia y rapidez. Mi coño chapoteaban entre sus propios jugos. Yo convulsionaba de placer mientras me mordía los labios para no gritar. La sensación era impresionante. El orgasmo se construía y amenazaba con llegar a toda fuerza.

-¡Mmmmmmmmmm…! ¡Mmmmmmmmmmm! –gemía. –¡Mmmmmmmmmmmm…! ¡Voy a corrermeeeeeeeee…! -dije entre gemidos. La potencia de las penetraciones aceleraba el orgasmo.

-¡Aguanta un poco más! ¡El coño te hierve! ¡Puedo sentir tus contracciones! ¡Voy a darte más duro!

Y así lo hizo. Cuando alcanzó mi punto G terminé de enloquecer. Mi cuerpo reaccionó y los fluidos de mi primer squirt empaparon las manos benditas del viejo.

-¡Ooooooooooooooooh! ¡Mmmmmmmmmmmmmm! ¡Dios, que bueno! ¡Aaaaaaaaaaaaaah! ¡Maaaaaaaaaaás…! ¡Aaaaaaaaaaaaaaah!

-¡Estas eyaculando! ¡Mi putita está eyaculando! ¡Esto es maravilloso!

No pude responderle. Todo el cuerpo me temblaba. Sentí que la cabeza y el corazón me explotaban. Nunca antes experimenté nada igual. Era como tocar el cielo. El orgasmo más violento de mi corta vida.

Caí sobre el escritorio sin aliento. Me faltaba aire en los pulmones y escuchaba los latidos de mi corazón acelerado. El cuerpo no me respondía. Estaba entumecido de placer.

-¡Por dios, Elisa! ¡Por dios! ¡Vaya pedazo de hembra que me he conseguido contigo! –el señor Hernandez celebraba. Se chupaba los dedos empapados con mis jugos. Yo jadeaba por oxígeno. -¡Mira como me has dejado las manos! ¡Y el escritorio! ¡Eres la diosa de las putas!

-Eso fue… -susurré. No podía describirlo, pero me había encantado.

-¡Fabuloso! Tendremos que intentarlo más seguido.

-Me arde un poco…. –conforme el entumecimiento del orgasmo se perdía otras sensaciones afloraban. Me incorporé y pude ver lo que sucedía. Tenía la entrada vaginal roja y escocida por la violencia de las penetraciones. Un hilo de mucosidad blanca salió del agujero dilatado.

-Tuve que ser un poco rudo. Pero valió la pena.

-Me gustó. –acaricié con cuidado mi coño maltrecho. Sin embargo no pude evitar sonreír.

El viejo abogado también estaba satisfecho. Podía notarlo en su sonrisa y la rigidez del pollón entre sus piernas.

Él notó que lo veía. Sonrió. Su mirada me dijo que no habíamos terminado.

-Se nos gasta el tiempo, perrita mía. Aprovechemos para un último juego, ¿si?

-¡¿Más?! –no me sentía capaz de soportar más abuso ni más placer. Estaba cansada y la raja me ardía. –Pensé que ya habíamos terminado.

-Un juego más y podrás irte.

-Está bien. –dije con resignación. Parecía satisfecho con mi respuesta, aunque yo sabía que lo que menos importaba era mi opinión.

-Quítate la camiseta y el sujetador.

Sentada aún sobre el escritorio no retrasé más lo inevitable. En un segundo estaba completamente desnuda para mi nuevo dueño.

-Tienes unas tetas bonitas. –el viejo Hernandez las apretujó y se las llevó a la boca.

-¡Oooooooh…! –gemí. Mis pechos eran pequeños pero mis pezones estaban erguidos y ansiosos de caricias. Mamó de ellos desesperada y toscamente. Sus caricias siempre eran salvajes. Después los mordisqueó, primero suave y después más duro. –¡Uuuuuughmmmmm…! -ahogué un quejido. Sin embargo mis pezones se endurecieron más.

-Les gusta ser maltratados. –se rió el viejo. –Seamos más malvados con ellos.

-¡¿Qué va a hacer?! –mi voz sonó preocupada pero a él no le importó.

Abrió una de las gavetas de su escritorio y rebuscó escandalosamente dentro de ella. Al encontrar lo que buscaba una sonrisa perversa apareció en su cara.

-Esto va a doler un poquito. –dijo. Me mostró un par de pinzas de papelería que había encontrado. –No grites.

-¡Por favor, no…! ¡No…! ¡Aaaaaayyy! –chillé cuando tiró de mi pezón y lo pellizcó con la pinza. Los ojos se me humedecieron. Antes de que pudiera moverme hizo lo mismo con el otro. -¡Aaaaayyyy! ¡Nooo! ¡Noooo! ¡Que me dueleeee!

-Aguanta un poco y pronto dejará de doler. Verás como empiezas a disfrutarlo. –siguió buscando en las gavetas y encontró una par de pinzas más. –Estas son para tu rajita.

-¡¿Qué?! ¡No!

-Ábrete de piernas para que pueda ponértelas. –ignoró mis súplicas.

-No. ¡Por favor…! -lloriqueaba pero no me opuse a sus órdenes. A pesar de mis propias quejas separé los muslos para él.

El viejo tanteó mi apertura vaginal con la punta de los dedos para extraer un poco de humedad. La untó en la pinza.

-Es una pena que no pueda abrirte el agujero con mi polla, Elisa. –susurró mientras se concentraba en sacar a mi clítoris de su capuchón. –Tu coño está hecho para romperlo a pollazos y llenarlo de leche.

Acarició mi clítoris con brusquedad. La sensibilidad de mi reciente orgasmo hizo que me doliera. Pero la naturaleza pudo más y mi diminuto punto de placer volvió a erguirse.

El señor Hernandez aprovechó los principios de excitación para colocarme las pinzas. Puso una en cada labio vaginal. Yo tiré la cabeza para atrás y tuve que morderme los labios con más fuerza que nunca para no gritar. Algunas lágrimas se me escaparon de los ojos.

El abogado tiró de las pinzas para separar mi raja con facilidad. Los tirones hicieron que llorara más.

-No te preocupes. Pronto dejará de doler.

-¡No puedo…! -lloriqueé de nuevo. –¡Están muy apretadas!

-¿Qué caso tendrían sino? Se caerían con toda la baba que te escupe el coño. –volvió a tirar de ellas para dejarme completamente expuesta. –Te daré un premio por no gritar. –y sin avisar, empezó a chuparme todo el sexo.

Con mi abertura expuesta solo para él, lamió desde mi culo hasta mi clítoris. Lo hizo una y otra vez recogiendo toda la humedad que la masturbación previa había creado. Mi coño volvió a segregar fluidos y los tirones en mis labios dejaron de importar.

Cada lamida me hacía olvidar el dolor que sentía y me arrastraba hacia el lado oscuro del placer.

Antes de que me diera cuenta estaba gimiendo al ritmo de sus lamidas.

Volví a tumbarme sobre el escritorio abandonándome al placer. Apoyé mis piernas en sus hombros y llevé mis manos hacia su cabeza casi calva para evitar que se alejara.

Mis caderas empezaron a moverse en coordinación con su lengua que aguijoneaba mi coño. Sentirla en mi interior solo me hacía desear porque algo más grande me llenara. Su polla de preferencia.

-¡Ay… dios…! ¡Que rico…! -suspiré. Gemí. Jadeé. –¡Quiero más…! ¡Asiiií…! ¡Quieroooo maaaaaaás…! ¡Me vengo, me vengoooooo…! -mi orgasmo se construía lentamente. Deseaba correrme siendo su perra. Pero de pronto se detuvo.

-Te dije que iba a gustarte. –dijo burlón. Sacó su cabeza de entre mis piernas y me miró. No me molestó tanto su sonrisa como el hecho de que paró.

-¡Por favor, por favor! –supliqué. –¡Fólleme…! –respiraba a duras penas y estaba tan cerca del orgasmo que negármelo era un tortura.

-No, Elisa. No. –sabía que mis ruegos lo excitaban. Su polla estaba tan dura que parecía a punto de estallar. –Aunque me muero de ganas de tomarte por el coño no voy a hacerlo.

-¡¿Por qué?!

-Porque tendría que venirme dentro de ti y no quiero que quedes preñada.

-Hay formas…

-Te dije que no.

-Entonces use sus dedos. ¡Por favor, necesito algo dentro! Quiero correrme sintiéndome llena. –intenté masturbarme yo misma. Pero el señor Hernandez tomó mis manos y me detuvo.

-¡Ay, mi pequeña putita! Eres la clase de hembra que me enloquece. –me dio un par de palmadas en la mejilla. Fue un gesto humillante pero no me importó. –Voy a ser bueno contigo y a cumplir tu deseo. Baja de ahí. –sonreí al pensar que iba a cogerme ahí mismo. El corazón me latía a toda velocidad. Sentía los latidos en mi pecho y también en mi coño. –Voy a acomodarte. -me levanté a toda prisa del escritorio y permití que hiciera conmigo lo que quisiera.

-Gracias. Gracias…

Lo primero que hizo fue tumbarme de nuevo contra el escritorio, esta vez boca abajo. Mi culo quedó al aire y mis pies tocaba el piso. Mi coño se le ofrecía como una ofrenda.

Me dio un par de azotes en las nalgas que me prendieron más de lo que estaba.

-Toma los extremos de las pinzas y ábrete el coño por mi, ¿si? –guió mis manos y obedecí. Cualquier cosa con tal de tener su polla en mi interior. Tiré lo más que pude de mis labios. Quería que viera mi agujero bien abierto, tal como le gustaba. Podía sentir que chorreaba ante tanta excitación. Lo vi llevarse la mano a la polla y jalársela. Le gustaba lo que veía. –Así me gusta, perrita. Ahora quiero que mires al frente. No importa lo que hagas, no voltees hasta que te diga. Si te veo espiar, tu coño va a quedarse con hambre. ¿Me comprendes?

-Comprendo. –respondí de inmediato.

-Muy bien. Ábrete bien y recuerda que debes ser silenciosa.

Sin embargo mi cabeza solo pensaba en follar. Necesitaba ese orgasmo y pronto. Estaba empezando a enloquecer.

Hubo una larga pausa en la que lo único que escuchaba era la sangre que corría desesperadamente por mis venas. Me pareció oír que el viejo Hernandez hurgaba en sus cajones pero al no poder voltear asumí que estaba buscando por un condón.

Estaba a punto de suplicarle porque se apresurara cuando algo invadió mi coño sin aviso y sin misericordia. Entró en mi coño con fuerza y llegó tan profundo que brinqué al sentir el golpe contra mi cervix. Era duro y frío. Abrí la boca para gritar pero solo pude tragarme mi propio grito.

-¡¿Qué es…?! –intenté preguntar pero los movimientos del abogado me impidieron seguir hablando. Sacó el objeto de mi y volvió a introducirlo con la misma potencia de la primera vez. -¡Aaaaaaaaaaaayyyyy! –susurré. Mis pies incluso se pusieron en puntas tratando de aminorar los golpes de la penetración que llegaba hasta mi fondo. -¡Por dioooooossss! –apreté los dientes con el siguiente empujón. -¡¿Qué me está hacieeeeeeendooo?! ¡Aaaaaaaaaaayyyy!

-Te estoy follando, putita mía. –respondió. Rió. –Estoy llenando tu panocha de perra. Justo como pediste.

-¡Uuuuuufffffff! ¡No así! ¡Por dioooooos! ¡Va a romperme! ¡¿Qué me está metiendoooooooooo?!

-La mejor botella de whisky que has podido probar. Solo lo más fino para mi hembra.

-¡¿Qué?!

Volteé a verlo y encontré en su cara la sonrisa más vil que le había visto hasta entonces. Estaba desparramado en su silla, lo más cerca posible de mí. Con una mano se jalaba la verga y con la otra, aunque no alcanzaba a verlo, me follaba con la botella.

-Ojalá pudieras ver lo que yo veo, Elisa. ¡Te encantaría! ¡Ufffff! ¡Mmmmmmm…! –me dijo entre gemidos. –Tu coño se traga la boca de la botella. Tus jugos están chorreando por ella… ¡Aaaaaaaaaaaah! Son preciosos. ¡Me encanta ese caldo tuyo! ¡Es blanco y cremoso!

-¡Aaaaaaayyyy! ¡Aaaaaaaayyy! ¡Por favoooooor! ¡Maaaaaaás despaaaaaacioooo! –me esforzaba por no gritar pero no estaba funcionando.

-¿No te gusta? ¡Uffffffff! –alcancé a ver como la mano con la que se masturbaba estaba mojada por el fluido seminal de su polla.

-¡Está duro! ¡Ooooooooh! ¡Mmmmmmmm!

-Mentirosa. ¡Te está encantando! Tu vagina succiona la botella con tanta fuerza que va a arrancármela de la mano. ¡En verdad querías ser follada! –volvió a reírse.

Me mordí los labios para no gritar.

-¡Uggggghmmmmmm! ¡Ugggggghmmmmmm! –a duras penas me tragaba los gritos a cada estocada. –¡No cabe más! ¡Ya no cabe maaaaaaaaaás! ¡Oooooooooooh!

Pero era mentira. Cada vez entraba más fácilmente en mi abertura gracias mis jugos vaginales que chorreaban por la botella como una cascada. También me gustaba cada vez más la inserción.

Llegó el punto en que chapuceo de mi vagina hambrienta competía con mis gemidos y con los del señor Hernandez. Empecé a mover el culo para arriba y abajo al ritmo de las embestidas del viejo. A su perverso modo me tenía satisfecha. Lleno y abierto, mi coño era feliz. Estaba siendo follada y eso era lo que quería. El señor Hernandez me estaba poseyendo. No con su polla sino con su morbo. Pero me gustaba y a él también. Disfrutaba conmigo del placer.

-¡Mmmmmmmmmmmmm! ¡Aaaaaaaaaaaaaaaah! ¡Asiiiiiiiiiiiií! –subía y bajaba sobre la boca de la botella. Mis jugos hacían cada vez más fácil la entrada y mi interior apretaba el cristal que ardía gracias a mi propio calor. -¡Maaaaaaaaaás! ¡Que rico! ¡Aaaaaaaaaaaaahh! ¡Asiiiiiiiiiiií!

-¡Uuuuuuuufffffffff, Elisa! ¡Uyyyy, que putita! ¡Que bella! ¡Me enloqueces cuando te mueves de esa forma! ¡Eres toda un hembra! ¡Toda una perra a la que le gusta follar!

Enloquecido por mi calentura, el viejo arreció la fuerza de las penetraciones. Yo estaba alucinada y sentía mi orgasmo acercándose.

Mis secreciones eran tan abundantes y yo tiraba con tanta fuerza que las pinzas de los labios vaginales resbalaron y cayeron. Con las manos libres busqué mi clítoris para sobarlo salvajemente. Mis dedos resbalaban entre el exceso de jugos haciendo fácil la masturbación. Con mi coño lleno y mi clítoris a punto de explotar estaba en el cielo.

-¡No pareeeeeeeee! ¡Mas duroooooooo! ¡Ya casi! ¡Ya casiiiiiiiiiiii! –estaba loca. Quería correrme y no faltaba mucho.

-¡Córrete mi puta! ¡Córrete conmigo! –el abogado se jalaba la verga a todo lo que daba con la mano libre. Su cara estaba roja de excitación. La polla le palpitaba.

-¡Yaaaaaaaaaaaaaaa! ¡Oooooooooooooh! –aullé cuando el orgasmo terminó de emputecerme. -¡Aaaaaaaaaaaaaah! ¡Mmmmmmmmmmmmmmmmm! –la botella se clavó en mi una última vez. Las contracciones de mi coño la apretujaron para que no abandonara mi canal. Mi vagina la exprimía como si fuera un polla y suplicaba por un poco de lefa para alimentarse.

-¡Aquí voy, Elisaaaaa! ¡Aquí vooooy! ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaah! –el señor Hernandez se corrió también. Su polla escupió semen blanco y espeso. Sentí su leche caliente caer sobre mis nalgas y resbalar entre raja. Mi único lamento era que dicho manjar se desperdiciaba.

Quedé tendida bocabajo sobre su escritorio. Estaba sudada y exhausta. El orgasmo había sido potente y apenas podía respirar. Pero sonreía. Como la buena putita que era, estaba sonriendo.

Me quité con cuidado las pinzas de los pezones. Estaban entumidos y no sentí ningún dolor. El placer del orgasmo minimizaba el daño.

Sentí la botella abandonar mi orificio poco después. El viejo la retiró de golpe y el sonido húmedo de mi coño despidiéndola se escuchó en el silencio. El señor Hernandez soltó una risa perversa. Volteé a verlo y su sonrisa iba de oreja a oreja.

-Ya lo dije antes, Elisa. Eres la reina de las putas. ¡Y pensar que hasta hace poco eras virgen! –me sonroje de pensar en ello. -¡Ufffff! Me he corrido delicioso. Mira como te he dejado. –pasó su mano y untó su leche sobre mis nalgas. Después llevó su mano hacia mi cara e hizo que le lamiera los dedos llenos de semen. –Prueba un poco. ¿Te gustó nuestra aventura?

-Si. Mucho… -y no estaba mintiendo.

-Se nota. –alzó la botella que chorreaba con mi humedad. Después la olió. –Cuando te eche de menos en la oficina voy a oler esto una y otra vez, putita mía. –lamió la botella recolectando mis mocos vaginales con su lengua. Los paladeó y sonrió con satisfacción. –¡Eres deliciosa!

Cuando hablaba de ese modo yo albergaba emociones encontradas. Por un lado me asqueaba que me tratara como a una muñeca sexual. Pero por otro la idea de que disfrutara de mi era como un halago.

Me alejé de la mesa con el coño adolorido y abierto. Todavía supuraba la crema vaginal. Recogí de a poco mi ropa y noté que los jugos había corrido por mis muslos formando una mezcla de humedad y sudor. Mi pelo y cara estaban hechos una desgracia. Pero al menos estaba tranquila porque el viejo no me impidió que tratara de huir en esa ocasión Significaba que realmente terminamos por ese día.

-Usa el baño para arreglarte un poco. –dijo. –Puede que seas mi puta pero no quiero que nadie te vea así. Solo yo puedo contemplar tu esencia de perra.

-Si… gracias… -ni siquiera sabía porque agradecía.

-Apresúrate que apenas hay tiempo para poner un poco de orden aquí. Será difícil concentrarme en lo que queda del día. Aunque quizás examine el caso de Robi con mayor detenimiento ahora. ¡Ojala todos los clientes pagaran como tú, Elisa!

-Solo ayude a mi hermano. ¿Si?

-Mientras me dejes follarte así haré lo que quieras. –rió sin ninguna vergüenza. –Y debes prepararte porque la próxima vez que nos veamos voy a usarte hasta que no puedas caminar. ¿Has entendido!

-Entiendo. –y en ese momento, con la tranquilidad del orgasmo que se esfumaba, volví a sentir temor. El señor Hernandez iba a destrozarme y por mucho que me gustara, el cargo de conciencia posterior era terrible.

-Ahora vístete, arréglate y largo de aquí. Cuida a ese coñito mío.

Cerré la puerta del baño y traté de recomponerme tanto como me fue posible. Me aseé del mejor modo en que pude pero me pareció que el olor a sexo jamás iba a desprenderse de mi piel.

Escuché como el viejo, al otro lado de la puerta, se jaló la polla una vez más. Mientras lo hacía me miré en el espejo. Encontré a un puta de verdad.

Empecé vendiendo mi virginidad pero ahora había empeñado mi vida y cuerpo a un hombre dispuesto a enseñarme que mi propósito era ser su hembra. Copular con él sería mi misión a partir de entonces. Satisfacerlo en todo lo que quisiera. El señor Hernandez era mi dueño y por increíble y aterrador que fuera, estaba emocionada.

Las dos semanas que pasarían antes de nuestro siguiente encuentro resultarían eternas.