Velvet: Jengibre (Capítulo 7)

Educando...

Inspiró profundamente cuándo se encontró nuevamente ante la verja metálica del destartalado edificio. Eran las nueve menos un minuto. Y esta vez se había maquillado levemente, resaltando sus ojos azules. No sabia muy bien porqué lo había hecho, pero quería sentirse guapa para sí misma.

“Lorraine, eres una mentirosa. Te has pintado así porque quieres estar guapa para él”.

Pero, ¿por qué? Si no lo conocía, ¿por qué le importaba ese hombre?

Él la observó a través de los monitores. Ese precioso ángel con el abrigo abrochado al máximo y el pelo recogido en una pulcra coleta rezumaba lujuria por cada poro de su piel. Podía olerla desde dónde estaba. Tenía que reconocer que su aroma lo volvía loco. Pero no era tiempo de dejarse llevar y ser indulgente. Su pequeña zorrita le había llamado “pajillero” entre otras cosas, y no podía dejarla impune por ello. ¡Diablos! Tenía que reconocer que se moría por tenerla bajo su total control, hacerla totalmente suya, marcarla, sentir su sabor... Pulsó el botón que abría la verja cuando el reloj marcó las nueve de la noche en punto.

Lorraine volvió a suspirar atravesando la verja abierta. ¿Cuántas veces más le iba a tocar vivir aquello? Recordó las últimas palabras que el amo le dedicó en el e-mail:

“Que graciosa eres, pequeña. Lástima que tengas que sufrir el castigo. Prepárate para ello”.

¿Qué clase de castigo iba a imponerla? Es más, ¿de qué iba aquello de castigar a alguien por decir la verdad? Sumida en sus pensamientos, subió las escaleras hasta llegar a la misma sala de la noche anterior, con todos los monitores apagados. En el centro de la sala, una máquina de lo más extraño: una especie de camilla con un montón de gomas colgando. Varios escalofríos recorrieron su espalda al ver el artilugio tan extraño.

“Este es ya mi castigo. Tener que venir aquí, vivir a expensas de lo que un pervertido quiere...”

-Buenas noche, Lori.

-Buenas noches -respondió, manteniéndose a la defensiva cruzada de brazos, con el abrigo aún puesto.

Él sonrió satisfecho al ver su actitud. Aún se atrevía a mantener esa altivez que tan dura se la ponía, marcando una distancia que él sabía perfectamente cómo acortarla. Para él, por mucho que Lorraine Velvet se empeñara, no existía ninguna distancia.

-Ponte cómoda, por favor -le dijo, dejando a un lado ya la voz falsa del ordenador. La joven intentó buscar mentalmente un esquema de la voz que coincidiera con él. Pero... era una voz tan común... - Recuerda la cortesía respondiendo con “Amo”.

Lorraine arqueó la ceja y alzó un poco el mentón.

-Estoy muy cómoda así, Amo -respondió, sin mover ni un músculo.

Chica dura, cómo te gusta poner las cosas más difíciles de lo que están. Me gusta”.

-Quitate el abrigo -le ordenó de manera más seca.

Ella no se hizo de rogar demasiado, recordando nuevamente porqué estaba ahí. Su futuro, el futuro de su familia estaba en las manos de ese pervertido, quién ya había dicho que la castigaría. Lo último que quería era un castigo nuevo, sea cual fuere.

  • ¿Así está bien, Amo?

El Amo observó la figura femenina embutida en aquel traje de látex negro. Le quedaba asombrosamente bien, aunque tampoco esperaba menos de ella. Todas las mujeres deberían ir así vestida por la calle. Así, pecar, no sería tan complicado.

-Eso es, Lori. Acércate a la máquina y túmbate sobre la camilla.

La voz del Amo sonó sospechosamente dulce, provocando que todos los sentidos de la joven se pusieran en alerta. Con paso vacilante, caminó hacia la máquina, tumbándose sobre ella, sin mediar palabra, intentando controlar los latidos de su debocado corazón.

Lorraine distinguió moverse al Amo, como una sombra casi, por la habitación. Veía su silueta pero no podía discernir ningún rasgo suyo.

El Amo cortó algo sobre una mesita, desde su posición no lograba saber que era, y su corazón parecía que se iba a salir de su pecho. Se encontraba asustada, sentía ansiedad por saber qué era lo que iba hacerle. Con el cuchillo, él comenzó a quitarle la piel a lo que parecía una rama seca, alisándolo por completo. No parecía ni pequeño ni grande. Unos diez o doce centímetros. Lo hacía de manera lenta, recreándose en el deslizar de la fina cuchilla sobre la superficie. De vez en cuando lo sumergía en lo que parecía una cubitera. ¿Eso sería agua caliente o agua fría?

Un aroma familiar inundó los pulmones de Lorraine. Olía a cocina a oriental. Cálido, incisivo, exótico... dulzón... JENGIBRE. Lo que el Amo estaba preparando era una raíz de jengibre, pero ¿para qué? Movió las piernas nerviosas en la camilla, frotándoselas entre ellas. ¿De verdad volvía a estar excitada con la situación?

El Amo metió durante un instante el jengibre en la cubitera y se giró para mirarla. No veía nada de él, pero Lorraine hubiera jurado que sonreía. Cogió la cubitera y caminó hasta la máquina en la que se encontraba la chica.

-Ponte de rodillas de espaldas a mi, sobre la cama, desabrochándote el traje un poco.

La joven lo miró con desconfianza pero se colocó como le dijo, abriendo la cremallera trasera de su disfraz. La sedosa piel blanca deslumbraba en contraste con el látex negro. Él se mordió el labio sin poder evitar que sus ojos verdes reflejaran un deseo y una lujuria sobre humana.

Lo siguiente que Lorraine notó era como el Amo dejaba caer un poco más su disfraz, sus manos heladas acariciando su espalda, hacia abajo, introduciéndose por el interior de su tanga de encaje negro.

Cómo le gustaba la sensación de poder que tenía sobre esa carita de ángel. Podía sentir cómo temblaba con su caricia, cómo su piel se erizaba y su corazón se aceleraba más y más, ansioso por querer anticiparse a sus movimientos.

Lorraine notó cómo el dedo... no, la rama de jengibre, se abría paso en su interior por aquel lugar del que nunca se había imaginado que le daría una utilidad así. Se tensó con el contacto, cerrándose lo más que podía.

El Amo sonrió divertido.

-Relajate, preciosa -le susurró al oído, inclinándose sobre ella, obligando a que cediera más terreno, apoyándola más contra la camilla- Hazme caso... o tendré que ponerte otro castigo.

Lorraine intentó obedecer en la medida que podía. Quiso no pensar en lo que estaba pasando, no prestar atención a las lágrimas que amenazaban con caer de manera descontrolada por sus mejillas. Poco a poco, u a pesar del dolor y la incómoda sensación, el agujero fue cediendo hasta recibir por completo al intruso. Después colocó una nueva rama preparada, helada, junto al sensible clítoris de la chica. Iba a ser un espectáculo digno de todos los deseos carnales de cualquier ser humano.

-Buena chica -le dijo el amo, volviendo a subir la cremallera del traje -Alza más el trasero... y note muevas de esa posición a menos que yo te lo indique.

La cabeza rubia se movió en gesto afirmativo.

-Como desees, Amo -murmuró, obedeciendo en el acto.

-Así me gusta -se separó de ella y desapareció en la oscuridad de la habitación.

Una sensación de picor invadió su ano, los labio de su sexo y su clítoris, en definitiva todo aquello que se encontraba en contacto con el jengibre. La joven ahogó algo parecido entre un gemido y un gruñido de dolor. La raíz comenzaba a desplegar su magia.

La máquina se puso en funcionamiento de golpe y varias cuerdas de plástico comenzaron a darle en el trasero en pompa, acelerando el ritmo, azotándole cada vez más fuerte. Entre el jengibre y los golpes, Lorraine creyó que iba desfallecer. En los primeros golpes, hubo dolor mezclado con aquel picor extraño, pero poco a poco una fuerte sensación de placer iba recorriendo su sexo, de punta a punta. El látex apenas la protegía. Cerró los ojos. No podía ser verdad aquello. Se sentía humillada, quería protegerse de lo que le estaba sucediendo, despertar de aquella pesadilla. Pero, ¿era una pesadilla de verdad?

Su sexo estaba cada vez más lubricado, pidiendo más atenciones, que la llenaran por completo hasta que no pudiera más. Estaba excitada como nunca antes lo había estado.

  • ¿Lo sientes? Poca gente sabe lo que el jengibre es capaz de hacer si se se sabe cómo darle uso. Una lástima, porque es espectáculo es increíble. Deberías de verte ahora, Lori. Tan perra... ¿Quieres que folle? No lo niegues. El aire huele a ti. A perrita en celo... deseosa... y no puedes correrte. No sin mi. Es una orden, y vas a obedecer.

La única respuesta que tuvo por parte de la chica fueron varios gemidos. No dejó que el castigo se prolongara mucho más. No la quería corriéndose y desperdiciando esa energía. La quería deseosa, muriéndose por él, porque la follara de manera salvaje, bebiendo de ella toda la lujuria albergada tras veinte años de castidad e inocencia. La maquina paró.

-Has sido una buena chica. Quitate el jengibre -Lorraine respiraba de manera agitada. Las piernas le temblaban. Introdujo su mano temblorosa por el interior de su traje, liberando a su cuerpo de aquel toque lujurioso. Notaba su sexo chorreante y caliente. Estaba enferma. Tan enferma cómo él -Muy bien. En la esquina de la sala hay una caja con dinero. Cógelo y ve a un sex shop que hay cerca de aquí. Quiero que compres un gel lubricante y una bragas vibradoras. Creo que las tuyas están demasiado mojadas... Cuando lo hayas hecho, volverás aquí con las nuevas braguitas puestas. ¿Lo has entendido todo?

La chica volvió a asentir, aunque él tenía dudas sobre si realmente le escuchaba. Estaba preciosa, sonrojada, con esos ojos azules llenos de palpitante deseo. Desde luego sabía que esa noche iba a ser divertida. Ahora estaba seguro de que sería inolvidable para ambos.

-Es sábado, y es tarde. ¿Estará abierto, Amo? -preguntó, tambaleándose un poco al levantarse, adolorida por los azotes y aún sensible por aquella especie de tortura afrodisíaca.

-No vas a tener ningún problema. Te espero impaciente.

Lorraine se acercó a dónde él le había indicado para coger el dinero de la caja, se puso su abrigo y salió de la habitación sin decir nada más.