Velocirraptor

Una noche calurosa, un intruso. Y las reflexiones posteriores.

Velocirraptor

La noche era calurosa demás para ser noviembre. Había salido del club hacía poco más de tres cuartos de hora, y la temperatura agradable me había provocado caminar en lugar de tomar un autobús que en quince minutos me dejaría frente al edificio en el que vivo. Como venía transpirado y con la ropa prácticamente pegada al cuerpo, decidí entrar por la puerta trasera. Con la mano y una sonrisa saludé al portero nocturno, que en un televisor de pequeño tamaño veía un programa popular sentado a su escritorio en el vestíbulo del condominio. Iba hacia los fondos cuando me sorprendió un ruido casi inaudible en medio de los setos de separación del edificio vecino, pero sin dudar un instante supuse que sería una pareja de gatos aprovechando la primavera calurosa y seguí camino.

Coloqué la llave en la cerradura de la puerta y abrí para dirigirme a las escaleras cuando fui empujado con fuerza y rapidez fulminante. Una mano me tapó la boca mientras una voz desconocida me susurró al oído:

-"Una sola palabra, un grito de auxilio, y te desnuco aquí mismo".

Quedé anonadado, sin lograr hacer un solo movimiento. La voz era perentoria y no ofrecía lugar para dudas. En el bolso de mano no había otra cosa que un par de chinelas de baño, una toalla húmeda y una jabonera de plástico. En el bolsillo del pantalón de gimnasia el dinero no alcanzaría mucho más que para dos o tres boletos de ómnibus y un agua mineral, de modo que me inquietó el hecho de que el desconocido, contrariado por la falta de efectivo, pretendiera que lo condujese a mi departamento donde sí podría encontrar algunas cosas de valor.

El corazón bombeaba a mil por hora nada más al pensar en la posibilidad de un copamiento domiciliario, tan común lamentablemente en estos días. Decidí tranquilizarme y no ofrecer resistencia alguna.

-"Estás todo sudado, parece…"- dijo la voz a mi oído. "Así será mucho mejor."

Lejos de tranquilizarme, la última sugerencia me dejó peor: se trataba entonces de un maniático, de esos tipos que acechan a las personas solas y las abordan en los lugares solitarios para vejarlas. Sólo que nunca pensé que eso podría ocurrirme a mí y en la propia entrada auxiliar de mi casa, por donde los vecinos sacan sus bolsas de basura para llenar el contenedor de desechos

Una mano fuerte atenazando mi cuello y la otra, ávida y áspera, deslizándose por debajo de mi pantalón de cintura elástica hacia mis nalgas sudadas y tensas.

-"Voy a soltarte el cuello, pero si te das vuelta hacia mi o intentas resistir te lo quiebro o te parto la cabeza contra el escalón. Decide." - dijo el desconocido.

Pensé que decía la verdad: alguien que se atreve a entrar en un edificio siguiendo a otra persona debía estar dispuesto a todo con tal de salir tan rápido como había entrado. Moví la cabeza en señal afirmativa y el brazo que me oprimía la garganta cedió su presión. La otra mano hurgaba con experiencia mi ano, rígido por la situación y dolorido por la insistencia del dedo del atacante.

-"Afloja, vamos. Que no tenemos tanto tiempo."- ordenó, bajándome el pantalón hasta la mitad del muslo. El suspensor que yo llevaba puesto no era de ninguna ayuda, porque sólo tenía un triángulo de tela en su delantera mientras las tiras elásticas sostenían las nalgas. El culo quedaba así descubierto, expuesto, inerme. El dedo ayudado por mi propio sudor entró en mi recto proporcionándome un encontrado par de sensaciones; por un lado un tremendo sentimiento de asco por la situación, por otro, un creciente deseo de que todo lo que tuviese que suceder sucediera rápido y el tipo se fuera hacia la misma nada de la que había venido.

El dedo salió después de haber explorado a gusto y tras un escaso minuto de espera sentí que mi culo era partido en dos por una verga de tamaño considerable. Más, a juzgar por el dolor al penetrar y por el esfuerzo de mi violador, era de un tamaño enorme.

Pensé en las opciones que tenía frente a mí. Una vez había leído que los violadores sólo gozan con el terror ajeno y lo que les excita es la resistencia de la víctima. De ser así, que me entregase sin reservas le haría desistir, o por lo menos le humillaría al punto de quedarse fláccido y frustrado. Mientras yo me debatía en el pensamiento sin poder decidirme, sentí un chorro fuerte y caliente de esperma inundarme el recto. De un solo movimiento el atacante sacó su miembro, lo limpió en mi pantalón de gimnasia y me dijo en una voz apenas audible:

"-Espera un minuto para levantarte porque si lo haces antes eres hombre muerto".

El miedo a la amenaza latente en su voz y el dolor de mi recto me volvieron a paralizar. Sentí a tres metros el batir de la puerta, un correteo hacia los setos y las piernas flojas y exhaustas. Me incorporé trabajosamente, arrastrándome hacia la puerta de la escalera y revisé mi bolso del que no faltaba nada. El billete del bolsillo lateral del pantalón estaba aún en él. Tomé el manojo de llaves y abrí la cerradura de mi departamento sin encender la luz. Mientras sentado en el inodoro sentía correr de mi intestino la eyaculación del desconocido decidí integrarme a la campaña de pedido de aumento de la vigilancia nocturna en las calles de la ciudad

Pero unos minutos después, bajo el agua apenas tibia de la ducha, mientras trataba de aflojar todos los músculos contraídos durante el ataque, decidí que era mejor no sumarme a ese petitorio. Tal vez si no se le encontrase merodeando por el barrio mi desconocido podría ofrecerme una nueva sorpresa para la que iría convenientemente preparado.

No, no piensen que pondría en mi mochila un revólver. Sí llevaría siempre en ella un frasco de lubricante, por si acaso