Velocidad de Escape
Este un relato con el que participe en el XXIV ejercicio de autores. Para los que les gusta el sexo en lugares poco comunes...
Fen Yue se retrepó en el asiento intentando ponerse lo más cómoda posible dado el escaso espacio que había en la cabina. Las luces de cientos de botones se encendían y apagaban aunque apenas les hacía caso después de haber hecho por segunda vez la lista de comprobación. Sabía que el ordenador se encargaría de todo, así que trató de relajarse a pesar de que, tal como le habían dicho los instructores, aquella experiencia no se parecería en nada a todo lo que había estado entrenando durante más de seis años.
La cuenta atrás dio comienzo. A pesar de que ella no podía verlo, sabía que el cielo estaba despejado y el viento apenas soplaba. Mientras el tiempo corría, no pudo evitar preguntarse qué era lo que habían descubierto en ella para ser la elegida entre más de un millón de candidatos. Recordó como fue superando las distintas pruebas de selección. Nunca fue ni la más lista, ni la más fuerte, ni la más rápida... A veces pensaba que simplemente la habían elegido por superstición, por su nombre, aunque en lo más intimo de su alma pensaba que había sido por su determinación. Su permanente lucha por sobrevivir y prosperar desde que sus padres, a los que nunca llegó a conocer, le abandonasen en aquel arrozal para poder tener otro hijo, un varón.
Criada en un orfanato estatal, consiguió sobrevivir al hambre y las enfermedades y cuando se le presentó la ocasión no lo dudó y se apuntó al programa espacial chino. Diez años de duro trabajo la llevaron a su nombramiento como capitán de la fuerza aérea y a pilotar naves experimentales. Cuando el proyecto Marte se inició, se apuntó sin dudarlo, pero tuvo que empezar de nuevo. De nada sirvieron sus galones y tuvo que luchar codo con codo contra el millón de aspirantes e increíblemente lo había conseguido.
Como premio a una vida de trabajo había conseguido un viaje sin retorno. Esperaba que esos inútiles y decadentes occidentales se hubiesen acordado de todos los suministros y no se diesen cuenta de que faltaba el papel higiénico cuando estuviesen a cuarenta millones de kilómetros de distancia.
No sabía que le daba más vértigo, si romper para siempre el fino cordón umbilical que le unía a su planeta de origen o encontrarse con esos dos narices largas que ya le esperaban en la estación espacial, seguramente fumando porros, escuchando música heavy y haciendo chistes soeces sobre la pequeña chinita que iban a acoger en su nave espacial.
Los americanos estaban muy orgullosos de su cacharro, e incluso fueron ellos los que insistieron en llamarla Halcón Milenario, pero habían sido los chinos los que habían financiado el proyecto casi en su totalidad a cambio del parco derecho de llevar un tripulante en el viaje.
El aviso del último minuto le obligó a apartar todos aquellos pensamientos de su mente y a concentrarse en las pocas tareas que debía realizar a bordo en los últimos segundos.
Por enésima vez comprobó que había ajustado su escafandra y revisó los niveles de combustible y oxígeno para aquel viaje de apenas seis horas. Un viaje del que nunca volvería.
Diez, nueve, ocho... Fen Yue contrajo todo su cuerpo preparándose para el brutal patadón que recibiría al explotar toneladas de hidrogeno bajo ella. Siete, seis, cinco, cuatro... Respiró el fresco oxígeno que estaba entrando en la escafandra y contó a la vez que el micrófono que tenía ajustado a su oído.
—Tres, dos, uno cero...
La gigantesca bestia cargada con varias toneladas de material comenzó a alzarse, primero poco a poco, como no queriendo despegarse de la tierra, luego cogió velocidad hasta que la aceleración hundió a Fen en el fondo de su asiento. La astronauta notó como el aire escapaba de sus pulmones y un punto negro aparecía, creciendo poco a poco en el centro de su campo visual. Intentó mover una mano, pero la aceleración era tan fuerte que ni siquiera los nueve meses de entrenamiento intensivo le permitieron separarla del asiento.
Dos minutos después notó un ligero estremecimiento y otro nuevo empujón, la segunda fase se había iniciado. Durante otros cinco minutos los motores siguieron expulsando gases y empujándola fuera de la atmosfera hasta que la segunda fase se consumió y dio paso a la tercera y última.
Cuatro minutos más y la última fase se desprendió mientras Fen escuchaba aullidos y aplausos en su intercomunicador.
En ese mismo instante sintió como todo su cuerpo flotaba solo contenido por los cinturones que lo sujetaban al asiento, una oleada de náuseas, que a duras penas consiguió contener, le asaltó.
Allí sentada, atada e inmóvil no pudo evitar pensar que le hubiese gustado tener una mirilla para observar la tierra desde allí arriba y así eludir la sensación de claustrofobia que generaba en ella aquella estrecha lata de sardinas.
Fen realizó los test posteriores al despegue y después de ello cerró los ojos y se concentró haciendo unos ejercicios respiratorios para tranquilizarse y acabar con las náuseas.
Poco a poco éstas desaparecieron y al fin Fen pudo sonreír satisfecha. ¡Estaba en el espacio!
John Carpenter tomó impulso y se deslizó con suavidad por el interior de la estación espacial, camino del cuarto de baño. John se sentó y se ató los tobillos mientras conectaba la bomba que absorbería todas sus inmundicias. Allí sentado se preguntó cómo sería la compañera de viaje que estaba al llegar. Iban a formar un tripulación bastante curiosa. Fen Yue, John Carpenter y Jacques Verne. ¿Sería una casualidad o los encargados de la selección habían mostrado por una vez que tenían sentido del humor?
Cuando faltaban veinte minutos se dirigió hacia la cúpula, ya que de los atraques se ocupaba la tripulación de la estación. La cápsula de la nave Soyuz modificada ya se distinguía con claridad encima o debajo de ellos, eso era lo más desconcertante del espacio.
Apoyado en el marco, John observó como la cápsula se hacía cada vez más grande y rápidos chorros emergían provenientes de los cohetes para rectificar la trayectoria.
—Espero que los chinos tengan razón y sean capaces de atracar con suavidad esa mole. —dijo Verne entrando en la cúpula.
—No seas chovinista no solo los franceses sabéis hacer un cohete espacial. —le reprendió John con una sonrisa.
Desde la primera vez que se vieron, los dos hombres se habían caído bien. A pesar de ese ramalazo de yo soy francés y los americanos sois unos ricachones maleducados, era un tipo inteligente, hábil en la improvisación y un gran conversador.
Verne le dio un ligero puñetazo en el codo y se río mientras fijaba sus ojos en la cápsula que se veía cada vez más grande.
—¿Cómo será nuestra compañera? —preguntó Verne limpiando el vaho del cristal con la mano.
—Por lo que me ha dicho es una gran matemática y una comunista convencida.
—Me refiero a lo otro —dijo el francés haciendo una silueta femenina con sus manos. Va a ser la única mujer disponible en cien millones de kilómetros.
—Yo que tú no me emocionaría, será tan sensual como una hormiga obrera —replicó Carpenter escéptico.
Treinta segundos después, el acoplamiento se realizó con éxito y todos se acercaron al módulo de atraque para recibir a su nueva compañera.
La puerta se abrió; el traje impedía a los astronautas adivinar nada respecto al físico de su ocupante, la cosmonauta se escurrió y entró en el módulo de soporte vital. Cuando se quitó el casco Carpenter se quedó incomprensiblemente paralizado.
La joven tenía unos rasgos finos una nariz y una boca pequeña acompañada de unos labios gruesos y rojos. Tenía la piel pálida y el pelo negro, espeso y lacio, cortado en redondo. Carpenter no pudo disimular su interés y los ojos grandes y oscuros y rasgados de la joven se cruzaron un instante con los suyos antes de apartarlos.
—Bienvenida a la Estación Espacial Internacional Capitana. —dijo el comandante Stiwell— Estos son Enrique y Mark y tus compañeros de expedición, John Carpenter de la NASA y Jacques Verne de la ESA.
—Gracias. —respondió la joven sin un ápice de acento oriental—estoy emocionada por esta empresa y espero que formemos un gran equipo.
—A pesar de que su gobierno no ha querido que el equipo se reuniese hasta ahora. —dijo Jacques con un resoplido.
La joven se giró pero no dijo nada y sonriendo se quitó el resto del traje mostrando una figura menuda y atlética que se movía en ausencia de gravedad con sorprendente fluidez para ser una novata.
—Bueno, ¿Qué opinas? —preguntó Jacques mientras dejaban a la cosmonauta china tomar posesión de su litera.
—Que si lo que quieres es follártela no deberías haberte presentado poniendo a parir a sus jefes.
—Alguien tenía que hacer algo ya que tú estabas parado babeando. —replicó el francés.
—Deja ya eso de este-oeste, sabes de sobra que ahora lo que domina es el dinero y la avaricia no los ideales. Es una de las razones por las que me presente voluntario para este viaje sin retorno, no tendré que aguantar a todos esos gilipollas. —dijo John.
—Solo les estás abriendo el camino.
—Sí, pero espero haber muerto a causa de la radiación antes de que ellos lleguen...
Fen Yue apenas deshizo su equipaje ya que estaría en la ISS menos de tres días. Solo de pensar que iba a ir a Marte con esos dos gorilas le entraron escalofríos. No sabía quién le crispaba más los nervios si el americano pelirrojo y larguirucho que le miraba como si no hubiese salido en toda su vida de Omaha, o aquel cochino francés que no se había cortado y había insultado a su país directamente como si fuese una de sus antiguas colonias.
Creía que iba a ser duro compartir el resto de su vida con dos hombres y así se lo había hecho saber a sus superiores pero los dirigentes del politburó estaban empeñados en que fuese una ciudadana china la primera en pisar suelo marciano y sus socios occidentales no habían querido enviar mujeres por "razones técnicas". En fin suponía que era el precio a pagar por formar parte de la historia. Había superado peores situaciones en su vida y no pensaba rendirse ahora.
Le costó dormir aquella noche con su sentido del equilibrio intentando decidir donde era arriba y donde era abajo, así que cuando John llegó a las seis de la mañana para hacerle una visita guiada a la nave que sería su hogar durante mucho tiempo, hasta lo agradeció.
El vehículo que los llevaría hasta allí le recordó a los minisubmarinos que había visto en las viejas películas de Jacques Cousteau. Se desacoplaron de la ISS y con un suave movimiento John se dirigió a la zona superior de la estación espacial.
—¿Puedo? —le preguntó Fen señalando los controles al americano.
—Por supuesto, adelante —dijo John cediéndole el control de la pequeña nave.
El pequeño aparato cabeceó ligeramente hasta que la joven astronauta se hizo con los mandos. El VTP o vehículo de transferencia de personal era bastante sencillo de manejar y John solo tuvo que indicarle a Fen qué dirección tomar. Tras un par de minutos de navegación una oscura estructura se fue haciendo cada vez más grande ante sus ojos.
—En realidad ni es pequeña, ni parece rápida, ni mucho menos maniobrable, no entiendo por qué ese empeño en llamarla Halcón Milenario.—comentó la mujer al ver la enorme estructura alargada rodeada de una especie de enormes contenedores en uno de sus extremos.
—Así que también en China veis los decadentes filmes occidentales. —replicó John socarrón.
Aunque Fen conocía todos los datos técnicos de aquella nave, cuando se acercaron, no pudo evitar sobrecogerse ante el tamaño del ingenio. Sin prisa, recorrió una buena parte de la popa admirando los relativamente pequeños motores de antimateria que les permitirían escapar de la atracción de la tierra, para luego observar los aun más pequeños de los contenedores que les permitirían un aterrizaje controlado en Marte.
Trece años de trabajo incansable en el CERN les había permitido a los europeos producir el combustible justo para llegar y amartizar de manera controlada. Con eso los europeos se habían ganado una plaza en el viaje.
Sin necesidad de que su copiloto le indicase, encontró uno de los puertos de anclaje y realizó el contacto con suavidad.
—Como puedes ver, todos los sistemas de apoyo vital ya están iniciados. Ahora entremos.—dijo John después de haber igualado las presiones a ambos lados de las escotillas.
Los dos astronautas entraron en la nave por el gran pasillo de más de quinientos metros de largo que formaba el eje central.
—Cómo sabrás esta será la zona que contiene el combustible para llegar Marte. Todos los suministros que ves son los que usaremos hasta que lleguemos allí. Los almacenados en los contenedores, salvo lo que hay en la zona de vivienda y el puente de mando, están sellados y sin atmósfera.
—Cuando lleguemos, los contenedores se desprenderán y aterrizarán en la falda norte de Aeolis Mons en una zona previamente cartografiada por la sonda Curiosity. La parte central se quedará orbitando sobre el planeta y servirá de satélite de comunicaciones, lo que nos permitirá un enlace de 500 gigabytes con la tierra. —recitó la joven como una buena alumna.
—Llevamos aproximadamente tres mil toneladas de cargamento. Comida, agua, una factoría para construir materiales basados en silicatos y mineral de hierro, y lo suficiente para montar varias factorías de terraformación.
Empezaron a avanzar a saltos por el pasillo hasta que llegaron a la zona de los contenedores. En ese lugar había siete puertas que llevaban a los siete contenedores. John señaló la número tres.
—Esta es la cabina de mando, aquí viviremos los tres. En cuanto este armatoste se ponga en movimiento los pasillos se desacoplarán permitiendo que los contendores se muevan en torno al eje con la velocidad suficiente para que en su interior haya una gravedad de aproximadamente 0.4 g un poco más de la que hay en Marte.
John le enseñó su nuevo hábitat y le sorprendió por lo espacioso y completo que era. Al contrarió del resto de las naves que había pilotado, allí estaba claro dónde estaba el arriba y el abajo. Volaron lentamente por todas la estancia mientras la mujer reconocía todas las instalaciones que hasta ese momento solo había visto en planos y fotografías.
Terminaron el tour en la cabina de mandos. Al igual que todas las naves espaciales tenían un montón de botones de colores aunque casi todos ellos se activaban automáticamente sin la intervención de sus pilotos.
—Hay un segundo contenedor que a última hora hemos acoplado. —dijo John tirando de su sorprendida compañera.
—Esto es muy irregular, ¿De dónde ha salido la financiación?—protestó Fen— Mi gobierno debió ser informado de...
—Un par de dólares de aquí, unos cuantos euros de allí...—respondió John acercándose a una puerta lateral que unía al hábitat con el contenedor de al lado.
—¿Qué vas a hacer? ¿Y la despresurización? —preguntó Fen al ver como John se acercaba a la puerta.
—Tranquila —dijo el americano sonriendo y apartando el precinto que solo estaba colocado para que pareciese intacto.
—¿Y el precinto? Se supone que este contenedor no debería abrirse antes del amartizaje.
—No hay problema, ni siquiera los funcionarios de tu gobierno están tan locos como para mandar un inspector al espacio exterior a revisar un contenedor que no existe.
—¡Los occidentales y vuestro desdén por las normas...!
Las palabras de la joven murieron en la boca al ver lo que había al otro lado de la compuerta. Una pradera de hierba verde y fragante cuajada de pequeñas flores amarillas crecía en un compartimento circular con el techo en forma de cúpula. En uno de los cuadrantes un pequeño bosquecillo de Bambú llamó la atención de la joven y le hizo sonreír con nostalgia.
—Y esto no es todo. —dijo el americano presionando un interruptor.
En ese momento el techo se deslizó dejando paso a un gigantesco mirador en el que se veía todo el firmamento.
La joven abrió la boca turbada y John no pudo resistir más sus impulsos y la besó. Fen intentó resistirse pero el aroma, la suavidad del beso del desconocido y la belleza del entorno la subyugaron dejándola sin capacidad de respuesta.
John la abrazó de nuevo y la volvió a besar. No dejó de hacerlo hasta que estuvo seguro de que no escaparía.
—Esta es la ecosfera. Fue la última en terminarse, por eso no tenías imágenes de ella. —dijo él—¿Es magnífica verdad? El exterior tiene una capa de grafeno que protege la cúpula de la radiación y los micrometeoritos.
—¡Vamos! —exclamó Carpenter cogiendo a la joven del brazo y dándose impulso.
John abrazó a la joven y ambos volaron por el interior del compartimento suavemente mientras se abrazaban y besaban de nuevo.
—¿Sabes que es la única oportunidad que tendremos de follar en un lugar así, en ausencia de gravedad? —susurró el hombre conspirativo al oído de la joven aprovechando para mordisquearle el lóbulo de la oreja.
Fen sintió una descarga eléctrica al sentir el contacto de la lengua de aquel hombre en su oreja y su cuello y jadeó excitada.
John sonrió y volvió a besar esos ojos oscuros y esos labios gruesos y rojos. El vuelo terminó bruscamente aunque John tuvo reflejos suficientes para amortiguar el golpe con su hombro mientras protegía el menudo cuerpo de la joven.
Agarrados a la estructura con una mano se quitaron la ropa apresuradamente hasta que quedaron totalmente desnudos. Fen sintió como el frío mordía su cuerpo haciendo que se erizasen sus pezones y se le pusiese la piel de gallina, pero casi inmediatamente sintió las cálidas manos del hombre aportándole calor con sus caricias.
Fen repasó el cuerpo desnudo y musculoso del hombre. Era pálido y estaba punteado de innumerables pecas. De entre sus piernas emergía la polla más grande que jamás había visto orlada con una mata vello rojo y rizado. La joven alargó la mano y rozó el miembro del hombre con la punta de sus dedos.
John se estremeció ante el contacto, abrazó el cuerpo menudo y enjuto de la joven y se lanzó de nuevo hacia el centro de la estancia.
Con maestría John se giró ciento ochenta grados y quedó abrazado a las piernas de ella. Antes de que Fen pudiese reaccionar, el americano estaba besando y mordisqueando el interior de sus piernas.
La joven se estremeció y abrió las piernas atrayendo a John hacía su sexo inflamado. John no se hizo de rogar y le acarició la vulva con sus labios arrancando a la joven un sordo y prolongado gemido de placer.
Fen se dobló de placer ante los besos y los lametones de su amante. Intentó agarrarse a algo y lo único que encontró en medio del contenedor fue la polla de John.
Esta vez fue John el que gimió cuando la joven metió la polla en su boca. Las manos del astronauta se agarraron a la cintura de la joven y siguió lamiendo y recibiendo lametones mientras ambos daban lentas volteretas, ingrávidos, en la atmósfera del contenedor.
Poco a poco llegaron a la pared del contenedor y John se agarró a un asidero y se dio la vuelta quedando cara a cara con la joven mientras sus sexos se rozaban hambrientos.
No espero más y acorralando a la joven contra la pared la penetró sin dejar de ahogarse en aquellos grandes ojos negros. Fen se apretó contra él y le rodeó la cintura con sus piernas mientras John la embestía con fuerza haciendo temblar todo su cuerpo.
Fen tuvo que morderse el labio para ahogar un grito al sentir como el miembro del yanqui se abría paso en su sexo estirándolo hasta el límite y colmándola con un intenso placer.
Jonathan siguió empujando y disfrutando del cálido y estrecho sexo de la joven hasta que tuvo que apartarse a punto de correrse. Fen Yue aprovechó para escurrirse y con un poderoso empujón voló directamente hacia el bosquecillo de bambú. Carpenter la siguió un par de segundos después con una sonrisa.
Al llegar a los bambúes Fen extendió los brazos y se agarró a uno de los troncos que se dobló y se bamboleo pero resistió sin problema el impacto.
La planta que eligió John, a pesar de ser una de las más gruesas tuvo mayor dificultad en aguantar la masa del astronauta, pero tras soltar un sonoro crujido se enderezó volviendo a su posición original.
Mientras ella trepaba en dirección al suelo por el bambú, John saltó hasta la planta agarrando a la joven por la espalda y volviendo a penetrarla.
Fen jadeó al notar al hombre de nuevo dentro de ella y se agarró fuerte a la planta mientras era follada boca abajo.
John envolvió a la joven por su envergadura abrazando su torso y acariciando sus pechos mientras seguía follándosela.
Tras unos instantes Fen continuó bajando con su amante encima hasta tocar con sus extremidades la fragante pradera.
Al llegar al suelo John dio la vuelta a la joven y separándola unos centímetros del suelo la volvió a penetrar a la vez que daba un suave empujón.
Fen jadeó y se agarró al hombre que empujaba en sus entrañas a la vez que la hierba acariciaba su espalda. Justo cuando la imagen de la tierra apareció por encima del hombro de John este eyaculó colmando su coño con un líquido espeso y arrasador.
A pesar de ello el hombre no se rindió y agarrándose al suelo se dio la vuelta dejando que fuese ella la que tomase la iniciativa. En ese momento Fen comenzó a ensartarse con la polla aun dura de John sin fuerzas ya para contener sus gemidos.
Tras unos minutos de salvaje cabalgada con una Fen al borde del orgasmo John echó a la joven hacía atrás de un empujón y sin dejar que se separara comenzó a impulsarse hacia un lado consiguiendo que ambos giraran sobre sí mismos como uno solo. Un último impulso los separó del suelo y poco a poco el yanqui fue tirando de ella hacia él, sin dejar de moverse en su interior, acelerando la velocidad de sus giros y consiguiendo que la joven se corriese mientras giraban a una velocidad increíble suspendidos en el espacio.
El cuerpo entero de la joven se crispó en un monumental orgasmo prolongado por la sensación de mareo y una nueva eyaculación del americano en su interior. Fen gritó descontroladamente y tras comerse a besos a su amante soltó sus brazos de los hombros del joven dejando su cuerpo flotar inerte y sintiendo como la velocidad de sus giros decrecía poco a poco sin llegar a pararse.
—¡Uff! —dijo John apartando minúsculas esferas flotantes de sudor y jugos orgásmicos—Después de trece años de proyecto, dos de entrenamiento, un viaje lleno de peligros y una vida de película, probablemente este va a ser el acontecimiento más memorable de mi vida.
Fen se separó y no dijo nada reflexionando mientras miraba la tierra girar lentamente cuatrocientos kilómetros más abajo. Era la primera vez que se saltaba las reglas dejándose llevar por sus impulsos y también era la primera vez que se sentía realmente viva.
—¿No crees que mañana deberíamos hacer una nueva inspección de los contenedores tres y cuatro para verificar que está todo preparado? —dijo John cogiendo un par de las pequeñas flores amarillas y enredándolas en el negro cabello de Fen Yue.