Velas, champagne y una caja.
Una habitación llena de velas, música de fondo y una caja negra sobre una mesa de cristal.
Abre la puerta y todo el pasillo de acceso a la habitación está marcado con velas de color rojo y negro. Huele a fresa y a cítricos. De fondo suena Bryan Ferry, Slave to love.
Al final del camino enmarcado por la tenue luz de esas velas hay una mesa de cristal, sobre la que además de unas velas que encuadran su contorno ve una caja negra en su centro, con un lazo rojo alrededor.
Avanza por ese pasillo de luz y calor para acercarse a la caja. Es de piel negra. Encima de la misma hay un pequeño sobre rojo.
El sobre, únicamente contiene una pequeña tarjeta, de color negro, con letras de plateadas. Son unas instrucciones de lo más sencillo. Las lee.
Todavía no puedes abrir la caja. Siéntate en el sofá y verás que a tu izquierda hay una botella de champagne y unas copas. Sírvete una copa y piensa qué puede haber en ella.
¿Ya has acabado tu copa? ¿Qué crees que puede ser? Tómate otra copa y sigue pensándolo, tienes tiempo.
Abre la caja.
La música ha cambiado, ya no es Bryan Ferry, ahora tiene un toque Rythmn'n blues. Es una voz masculina, quizás Dennis Edwards, Freddy Johhnston o Billy Paul.
Decide abrir la caja, soltando el lazo rojo, que se desata sin dificultad, cayendo encima de la mesa de cristal.
La caja contiene otro sobre, también rojo. Lo abre, dentro también hay únicamente una tarjeta, igualmente escrita en letras plateadas sobre fondo negro. Una única frase escrita en ella: Ponte todo lo que hay en esta caja.
Un escalofrío recorre su espalda como un rayo. Así que es algo de ropa, piensa ella. Deshace el papel satinado que cubre hay debajo de la tarjeta y que no deja ver lo que hay en el interior la caja.
Efectivamente, hay ropa. Ropa negra. Cuidadosamente comienza a sacar el contenido de la caja y a depositarlo encima del sofá.
Lo primero que aparece es un corsé de encaje negro. Después, un tanga pequeño y muy transparente. También hay un liguero y unas medias a juego, todo ello también de encaje.
Lo deposita encima del sofá y sigue buscando en la caja, cada vez más intrigada. Ahora aparecen unos guantes negros de satén, largos, hasta más arriba del codo.
Al final de la caja, están unos zapatos de tacón estrecho y muy alto, de por lo menos 12 centímetros. Brillan a la luz de las velas.
Sorpresa, hay todavía algo más en la caja. Es una pequeña bolsa de tela suave, de color rojo. La abre. No puede creerse lo que hay en ella. Es un We Vibe, un vibrador que había visto en televisión y que estimula el clítoris y el punto G. También hay un pequeño bote de lubricante.
Sonríe, me parece que no me va a hacer falta, piensa.
Así que tiene que ponerse todo lo de la caja. Interesante.
La música ha vuelto a cambiar, como si hubiera medido los tiempos o como si le estuvieran observando. Ahora lo que suena tiene un toque más de balada, más soul. Parece ser Gordon Haskell.
Piensa en esa idea, que la esté observando. La idea le atrae. ¿La estará observando de verdad?
La habitación es cálida y acogedora. La luz de las velas ha creado una atmósfera serena, atractiva. Decide apurar la copa de champagne y seguir las instrucciones.
Se sienta en el borde de la cama y comienza quitándose sus zapatos de oficina. Después, se deshace de su blusa blanca, botón por botón, fantaseando cada vez más con que la esté mirando. Deja la blusa bien doblada encima de la cama, recreándose en la lentitud de los movimientos, imaginándose que le tortura con ellos.
Desabrocha la cremallera de la falda, dejándola caer al suelo, disfrutando del sonido que hace al caer. La recoge doblándose hacia adelante, pensando en si la estará viendo al hacer ese gesto.
Ya solamente le queda la ropa interior. Desabrocha su sujetador, blanco y cómodo para el día a día, mientras piensa en ese corsé negro, que parece -desde luego- menos cómodo. Finalmente, metiendo un dedo en cada tirante de sus bragas, las baja hasta los pies y las pone junto al resto de la ropa.
Desnuda, toma conciencia del entorno. Se encuentra sin ropa, a punto de ponerse lencería de encaje siguiendo unas instrucciones en una caja. Cuando subía en el ascensor ni se le hubiera pasado por la cabeza que media hora más tarde se iba a encontrar en esa situación. Cualquiera que la conozca no se creería que vaya a hacer lo que le dicen, y eso aún la excita más. No es ella, es otra persona la que va a vestirse así. Mmm, ¿seguro que no es ella? ¿o quizás la que no es ella es la persona que subía en el ascensor?
Se pasa un dedo por su coño. Decide llamar a las cosas por su nombre, incluso en su cabeza. Total, va a meterse un vibrador y a vestirse de puta. Es lo que corresponde. Está completamente mojado. Y el juego aún no ha hecho más que empezar.
Lo primero que hace es meterse el vibrador. Lo enciende y se lo introduce, colocándolo en una postura que masajea tanto su clítoris como su interior. Lo pone al dos, tiempo habrá de subir el tono.
Mira con una sonrisa sardónica el botecito de lubricante y se sorprende a sí misma con el pensamiento que cruza su mente. Es evidente que no lo necesita para su coño, pero quién sabe si lo utilizará para otra parte de su cuerpo. Hoy se siente preparada.
Comienza a vestirse. Primero se pone el tanga, subiéndolo despacio y disfrutando de la idea de ser observada y más aún de no saber si es cierta o no. A continuación se pone el corsé. Es más un corpiño con forma de corsé. Estiliza su torso, fijando sus tetas, que por otro lado quedan bastante expuestas.
Poco a poco comienza a subir las medias y las fija al liguero. Después, se pone los zapatos. Efectivamente, son de un tacón altísimo, al menos para ella, que lo más que se pone habitualmente son 6 centímetros.
Finalmente, se pone los guantes. El toque final. Los ajusta y los sube hasta su antebrazo, disfrutando de su tacto, suave y sedoso.
Se mira en el espejo de la habitación. Se encuentra terriblemente atractiva, sexy, un poco puta. Su excitación es cada vez mayor. Si no fuera porque sabe lo que viene después, se masturbaría ahora mismo. Debe ser la mezcla del juego y de la acción del vibrador, que ya lleva unos minutos trabajando.
De repente, la música cambia y deja de ser lenta para ser oscura, intrigante. La reconoce, es Massive Attack. Presiente que algo va a pasar.
Efectivamente, salido de la oscuridad, aparece él, vestido con un traje negro, camisa oscura y corbata negra y estrecha.
Lo primero que sale de su boca no se lo espera.
- Ponte de rodillas.
Su cuerpo le obedece inmediatamente, mucho más rápido que su cabeza, que aún está aturdida y se sorprende cuando se da cuenta que ya se encuentra arrodillada, encima de la alfombra.
- Sácame la polla.
Esta vez sí, su mente es más rápida, pero está plenamente de acuerdo con su cuerpo. Su coño prácticamente chorrea de lo excitada que está. Arrodillada, en lencería negra y a punto de sacarle la polla con unos guantes de satén.
Sabe lo que va a venir a continuación y le gusta. Lo espera. Desea que se lo ordenen. Suelta el cinturón de cuero negro, desabrocha el botón y le baja la cremallera. Suavemente, mete una de sus manos en su boxer, también negro, mientras con la otra, mantiene estirado el pantalón.
Su polla sale con vida propia del boxer y del pantalón, quedándole a la altura de su cara. Se prepara para lo que viene,
- Chúpamela.
La orden cae como una descarga en su cuerpo. El vibrador parece que hace magia, está tan excitada que no puede, no quiere pensar. Solamente quiere metérsela en la boca. Así que sin esperar ni un segundo se la acerca a los labios, la saborea, juega con su lengua y una vez ha comprobado que es real, que la tiene entre sus manos y junto a su boca, se la introduce todo lo que puede.
Es la primera vez que intenta tragársela entera. Necesita tenerla dentro, que le llegue lo más adentro posible. Comienza a comérsela, casi esperando que le folle la boca, no quiere delicadezas, quiere sentirla fuerte y salvaje.
El contraste entre la delicadeza, el detalle con el que ha preparado la situación y la rudeza de la mamada. Se da cuenta de ello, lo disfruta.
En un momento, él para. Le coge la cara con las manos y la aleja de su polla. La coge de los hombros y la anima a levantarse. Ella obedece. La conduce a la cama, poniéndola a cuatro patas. También sabe qué viene ahora. Es su postura favorita, le encanta que la penetren por detrás.
Él acaricia sus caderas, sus medias, los tacones. Sin mediar palabra, separa ligeramente el tanga y le mete su polla, completamente erecta. Entra sin ninguna dificultad, a pesar de tener el vibrador. Está completamente húmeda y el tanga está empapado. No puede contener los gemidos, mientras se toca. Sube la intensidad del vibrador. El orgasmo es inmediato.
Sin embargo, sucede algo nuevo. No tiene suficiente. Por primera vez es consciente de que puede volver a correrse. Él parece saberlo y conocer que hoy no le negará nada, que está en sus manos.
Él saca una pequeña tira de bolas. Se las enseña. Ella comprende.
- Lubrícalas
Coge el bote, se extiende algo de producto en los dedos y las empapa del gel viscoso. Sabe qué es lo que va a pasar y no le importa. Le tiende las bolas de nuevo y sin que le digan nada, vuelve a ponerse a cuatro patas.
Por toda respuesta, él le da un azote en el culo. He acertado, piensa ella.
Él le va introduciendo las bolas en su culo poco a poco, ayudándose de uno de sus dedos, también empapado en lubricante. Es una sensación extraña, pero la situación de estar arrodillada, así vestida, habiéndose corrido pero necesitando otro orgasmo es superior a ella y comienza a moverse para notar aún más como las bolas entran y salen de su otro agujero.
Mientras, él ha vuelto a meterle la polla, lubricándola con los fluidos de su coño. Ella sabe que no va a pasar mucho tiempo ahí. Cuando saca a la vez las bolas y la polla sabe lo que viene a continuación, pero lo que no espera son sus palabras.
- Pídemelo.
En su vida hubiera pensado que pronunciaría esas palabras, pero hay algo dentro de ella que habla antes de que su mente pueda procesar lo que está pasando. Es su cuerpo el que ha tomado el control y antes de que comprenda lo que pasa, se oye diciendo:
- Dame por el culo.
Él sonríe y como premio se acerca, le agarra fuertemente las tetas, y mientras juega con uno de sus pezones, le muerde el cuello. Ella gime.
Él se incorpora, y poco a poco se la va introduciendo en el culo. Entre el lubricante, las bolas y lo mojada que le ha dejado la polla, ésta entra sin demasiada dificultad. Poco a poco, comienza a moverse y sin sacársela empieza a encularla.
Ella apoya todo su cuerpo sobre su cabeza en la cama, dejando libres sus manos para acariciarse con una un pezón y con la otra para jugar con su clítoris.
Es increíble, piensa, voy a correrme mientras me dan por el culo vestida de zorra. Y efectivamente, de forma brutal le viene su segundo orgasmo, definitivo, con la cabeza en la cama y una polla en el culo. Se corre hasta no poder más.
Unos segundos después se encuentra en condiciones de reincorporarse. Él ha dejado de metérsela y le mira a los ojos. Solamente unas palabras salen de sus labios.
- En la boca.
Sabe a lo que se refiere. No lo ha hecho nunca, pero hoy es el día de las excepciones. Se arrodilla al borde de la cama y le coge la polla con la mano, haciéndole una paja con los guantes de satén.
En un par de minutos todo acaba. Lo presiente, nota como viene el semen desde los huevos al glande y se prepara para recibirlo. Abre la boca y saca ligeramente la lengua. El primer chorro le cruza la cara. Los siguientes consigue que acaben en su boca.
Desde abajo le enseña el cargamento en su lengua y con la cara más viciosa que es capaz de poner, cierra la boca y se lo traga.
Nunca un tratamiento recomendado por un doctor había sido tan divertido.