Veintisiete años

Así fue mi primera experiencia sexual con un hombre, no negaré que ya e gustaban antes pero hasta ese momento jamás había sentido la necesidad de yacer con uno.

Veintisiete años, esos son los que tenía al conocerlo, rubio, de complexión atlética, no grandes músculos marcaban su cuerpo, pero se notaba la acción de toda una vida de trabajo físico en cada rincón de su cuerpo, una cara algo tosca, pero sus ojos verdes suavizaban su rostro y esa sonrisa... Esa sonrisa  enmarcando su expresión le conferían un aire casi angelical. No diré que nunca me habían atraído los hombres, me mentiría a mí mismo, pero lo que sí puedo decir es que hasta ese momento nunca había tenido la necesidad imperiosa de yacer con uno, ¿cómo soy yo? Yo soy un tío normal, del montón, del montón malo, moreno, con entradas, ojos marrones, nada que destacar en mi cuerpo, una cara común nada relevante.

Lo conocí porque decidí hacer algunas chapuzas en mi casa, desde que la compré siempre había querido hacerlas, pero nunca me había decido, hasta esa mañana. Era una inusual y calurosa mañana de abril, una ola de aire subsahariano hacía de las suyas y la arena en suspensión confería al aire un matiz casi insoportable, era sábado y en una semana empezarían mis vacaciones. Sudando y en calzoncillos salí de la cama decido totalmente a acometer las reformas tan deseadas. No controlo nada del mundo de las chapuzas, siempre he sido carne de oficina y los trabajos físicos no se me dan bien, así que decidí mirar por Internet, no puedo decir que me encuentre en la precariedad económica, pero tampoco quería dejarme una pasta en la obra. Tras teclear “chapuzas baratas” en el buscador varias páginas salieron a mi encuentro, las primeras se salían claramente de mi presupuesto, pero tras navegar un rato encontré una en la que se ofertaban varias empresas, me decidí por la más modesta, apunte el teléfono y mientras una gota de sudor recorría mi espalda el primer timbrazo sonaba.

Una voz muy masculina se escuchó al otro lado de la línea telefónica, un acento que reconocí como de Europa del Este anunció el nombre de la empresa y me invitaba a contarle qué chapuza quería realizar, un poco desanimado y no sin algo de reticencia comenté a la voz lo que quería hacer,  me dijo que no habría problema, que sus “chapuzas” eran los mejores de España y que si quería, esa misma tarde, mandaría a uno de sus hombres para ojear la obra y hacerme un presupuesto. Le di mi dirección y acordamos que esa misma tarde después de las cuatro alguien se pasaría por mi casa y concertaríamos los detalles.

Colgué el teléfono aún algo desconcertado, claro que era lo que quería hacer, pero era sábado y la mayoría de los obreros en España no trabajan los sábados por la tarde y esa voz me había provocado algo desconcertante, no sabía muy bien el qué, me había calado hondo y revuelto algo en mí. El calor hacía de las suyas y bajo mi calzoncillo notaba como la sangre recorría las venas de mi rabo provocando una nada despreciable erección. Achaqué la reacción de mi verga al calor y a la falta de sexo, aunque sabía que lo que la había hecho reaccionar era la voz del teléfono, en mi frente brotaban unas gotas de sudor, así que quitándome los calzoncillos, decidí tomar una ducha refrescante, notaba como las gotas de agua jugaban con mi polla y comencé a masajearla, esa voz, las venas de mi polla palpitaban a cada embestida de mi mano, el agua fría caía por mi cuerpo, y yo cada vez estaba más caliente. Exploté en una abundante eyaculación seguida de un gemido de placer atronador mientras la masculina voz misteriosa pululaba por mi cabeza.

Más calmado salí de la ducha. Me puse lo primero que pillé en el armario, algo cómodo, fresco y ligero para andar por casa, la mañana paso en quehaceres rutinarios, y la hora acordada con la voz llego rápidamente, sonó el portero:

  • Soy Laszlo, usted llamó esta mañana y me dijeron que me pasará por aquí hoy – era la voz, la reconocí inmediatamente, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y se centró en mi entrepierna.

Imágenes sugerentes pasaron por mi cabeza, no entendía el por qué, pero había algo que era incuestionable, estaba caliente. Imaginé miles de caras en los dos minutos que tardaba el ascensor hasta llegar a mi piso y mi corazón latía con una fuerza descontrolada. El inconfundible timbre del ascensor me trajo de nuevo a la tierra, debía serenarme, era un hombre cabal, tenía que hacerlo. La puerta del ascensor se abrió lentamente y ante mi apareció lo que a mi entender era un adonis perfecto. Llevaba una camisa blanca de tirantes y un pantalón corto azul, irremediablemente mi mirada se centró en el bulto de su entrepierna, el calor, agobiante, hacia estragos en su cuerpo, y el sudor marcaba sus músculos y lo hacía brillar de una forma casi divina. Un impulso incontrolable hizo que mi verga reaccionara, tendió una mano y me saludó:

-Buenas tardes – dijo y su acento penetró en mi cabeza cual taladro en una pared.

Logré contenerme y algo embotado por la sensación que causaba en mí ese hombre logre estrechar su mano y responder al saludo:

-Buenas, soy Fernando, encantado – le dije mientras un escalofrío eléctrico recorrió todo mi cuerpo al notar el enérgico apretón.

  • ¿Es aquí verdad? – Preguntó con indiferencia.

  • Si vienes por la reforma, sí, es aquí.- contesté en un tono que pretendía ser airado.

  • Sí, sí, claro, lo siento, es que no anotaron bien la dirección – dijo en un tono de disculpa mientras una tímida sonrisa iluminaba su rostro. - ¿Puedo pasar?- preguntó en un tono casi suplicante.

Esa sonrisa había logrado que se me acelerara el corazón aún más, notaba mi propio pulso en la boca de la garganta, ¿qué me estaba pasando? Claro que no era la primera vez que me sentía atraído por un hombre, pero si la primera en la que el deseo de poseerlo inundaba todo mi ser.

Con un gesto de mi mano lo invite a que entrara, aproveché el instante en que cerraba la puerta para colocarme el paquete y adecentar el bulto claramente visible de mi feo y gris pantalón  de andar por casa. Mi cabeza me instaba a serenarme, “serénate” me repetía a mí mismo una y otra vez, tragué aire y note como este seco, casi quemaba en mi garganta, necesitaba algo fresco.

Pasamos al salón, creí ver como miraba mi paquete de refilón, pero no dijo nada, se limitó a mirarme con sus ojos verdes y sonreír, aquella locura tenía que parar, así que decidí tomar las riendas de la situación, lo invite a sentarse:

-¿Quieres algo de tomar?- le ofrecí - la verdad es que este calor es insoportable.-

  • Se lo agradecería.-

  • Por favor, tutéame, no soy tan viejo, ¿quieres una cerveza?, ¿agua?, ¿un refresco? -

  • No suelo beber en horas de trabajo, pero este calor invita a una cerveza, no se lo tomará a mal, ¿verdad? – preguntó mientras esa sonrisa que antes me había parecido tímida reflejaba ahora picardía.

  • No claro que no y por favor, tutéame, no voy a pagarte más porque me trates de usted. – dije en tono burlón.

  • Jejeje, de acuerdo discúlpame, intentaré tutearte – una mezcla de vergüenza y decoro se dibujaba en sus ojos.

Me, levanté y sentí un gran alivio al ver que mi erección había disminuido, su mirada se dirigió también a mi entrepierna, ¿era decepción lo que había en su mirada?, no claro que no. Ya en la cocina abrí la nevera, saqué dos cervezas bien frías y gritando desde allí mismo le pregunté:

-¿Quieres vaso?-

-No muchas gracias, no ensucie nada- dijo.

Mi mente lo imaginó tomando la cerveza a morro, imaginó como la acercaría a su boca y otra vez mi rabo reaccionó cual resorte, sentía los latidos de las venas de mi polla, sentía como la sangre entraba con fuerza y hacía crecer el bulto bajo mi pantalón.

Mi gran sorpresa fue cuando al salir de la cocina encontré a Laszlo casi tumbado en el sofá, se había quitado la camiseta dejando al descubierto un pecho trabajado recorrido por una fina pelusilla rubia:

-Espero que no le importe- dijo mientras frotaba su verga aún debajo del pantalón.

Mi cabeza daba vueltas, era un hombre perfecto, gotitas de sudor recorrían su vientre plano y el bulto de su pantalón aumentaba de tamaño a cada segundo.

-Yo, yo, yo…- Logré balbucear aún con las cervezas en la mano.

  • Acérquese- me ordeno en tono autoritario. – No crea que soy ciego ya me he dado cuenta que le gusto.-

Me acerque y cambio de posición, aún sentado en el sofá desabrochó el cordón de mis pantalones, bajándolos con más fuerza que pericia, acercó su boca a mi calzoncillo mientras me miraba a los ojos y comenzó a chuparlos.

-No estoy seguro…- atiné a decir.

-Cállese por favor- dijo mientras liberaba mi polla de la prisión en la que se habían convertido mis calzoncillos.

Apoyé las cervezas en la mesa del salón. Comenzó a chuparla. Sabía cómo hacerlo, de eso no cabía duda, comenzó comiéndose mi glande, lo metía en su boca y jugaba con su lengua, de vez en cuando hacía movimientos mas profundos, mi polla estaba más dura de lo que jamás la había visto. Las venas junto con su saliva la hacían brillar y ese cuerpo perfecto comiéndomela me ponía totalmente cachondo.

-Tiene una buena pieza.- Me dijo mirándome con lujuria.-Me encanta el rabo de estos españolitos.-

Se levantó y me miró a los ojos, le sonreí, pensé que iba a besarme, pero no lo hizo, por el contrario me arrancó la camiseta y me lanzo contra el sofá. No sabía que sentía, lo único que tenía claro es que quería que continuara. Se acercó lentamente a mi pecho y comenzó a chuparme los pezones, el olor a sudor invadía la habitación dándole al aire un sabor acre, mi corazón se aceleraba a cada lametazo, en un gesto de fuerza consiguió levantarme los brazos y empezó a lengüetear mis sobacos, mis gemidos comenzaron a ser ensordecedores.

-¿Te gusta cabrón? Sii, sé que te gusta. ¿Estas disfrutando?-

-Sí, me gusta- Logré decir entre gemidos de placer.

-Dilo hijo de puta, me gusta oírlo, ¡di que te gusta!-

  • Oh Dios si me gusta, sigue así no pares.-

Me miró directamente a los ojos, sentí como me fulminaban esos, antes vergonzosos, ojos verdes. Recorriendo todo mi cuerpo con su lengua logró ponerse de rodillas y comenzó a comerme el rabo, esta vez su meneo era largo y profundo, sentí tensarse todos los músculos de mi cuerpo y me vine en su boca, el orgasmo hizo que perdiera el control sobre mi cuerpo, y a él parecía encantarle, limpió y tragó cada gota de mi leche, mientras yo sentía como poco a poco volvía a mi cuerpo.

-Es su turno- me dijo mientras me levantaba y limpiaba con su lengua algunas gotas de mi semen que aún tenía en los labios.

-Ehh… bueno…Yo nunca…-

-¿Es su primera vez con un hombre?- preguntó asombrado.

-Sí, lo es.- Asumí con vergüenza.

-No se preocupe, yo le enseñaré.

Bajó sus pantalones azules y pude comprobar que no llevaba nada más debajo, una hermosa polla circuncidada apareció ante mi cara, el vello púbico de un rubio casi aniñado la hacía preciosa. Me arrodillé, me acerqué a ella y me la metí en la boca. Nunca antes había tenido una en la boca, estaba caliente y me gustó su sabor, comencé a paladearla como si de un caramelo se tratase, el líquido pre seminal salía a borbotones de aquel hermoso rabo, el olor era embriagador y su sabor me tenía embelesado, notaba fluir la sangre por las venas de su polla. Sin previo aviso sacó aquel dulce caramelo de mi boca, me enfadé cual niño al que le quitan su juguete favorito de las manos sin previo aviso.

-Quiero que me coma el culo.- dijo mientras se daba la vuelta y contorsionaba su cuerpo de una manera atlética dejando a la vista su apetecible ano, la misma pelusilla rubia que atravesaba su pecho surcaba su culo. Me acerqué y comencé a lamerlo, un gemido cruzó la sala, sacándome de mi estado de ensoñación, de repente me di cuenta de lo que estaba haciendo, me estaba follando a un tío, pero no a cualquier tío, mi sueño más profundo y jamás confesable se estaba haciendo realidad.

Mi polla volvió a reaccionar, la sentía aún más dura si cabe esta vez, daba lametazos a ese culo duro y perfecto mientras notaba como este se iba abriendo, él gemía, y yo introducía mi lengua cada vez más profundamente en su culo.

-Fólleme.- me pidió en un gemido ahogado.

No lo dudé un instante, apoyé su torso contra la mesa del comedor y de una embestida rápida hundí toda mi verga en su culo.

-Ahhhh.- gritó con dolor.

La saque tan rápido como fui capaz.

-No por favor, no lo haga, fólleme duro, me gusta que sea así.- protestó.

Volví a meterla mientras notaba como mi polla iba encontrando menos resistencia a cada embestida. Gemíamos entre gotas de sudor y el tintineo de las cervezas que se encontraban sobre la mesa. Casi extenuado, comencé a vacilar en las embestidas.

-Cabrón ¿estás cansado? ¿o acaso no te gusta mi culito?.-

El sudor recorría su espalda. Se zafó de mis embistes y agarrándome de la polla me sentó en el sofá, se subió en él y comenzó a bajar con su culo directo hacía mi polla, su pecho quedo frente a mi cara y con movimientos cada vez más acompasados comenzó a meneársela, estalló frente a mí, llenando mi pecho de aquel anhelado líquido blanco, al notarlo sobre mi pecho, mi pulso se aceleró y me corrí en su culo, los gemidos de ambos inundaban la casa.

-¿Estas bien?- Le pregunté.

-Perfectamente. Es el mejor polvo que he echado en años.- dijo mientras se levantaba y mi semen salía a borbotones de su culito ahora totalmente abierto.

-¿Debería sentirme alagado?-

-¿estás seguro de que es la primera vez que estas con un hombre?

-Completamente seguro.-

-Joder, ha sido un polvazo.-

-¿Debería sentirme alagado?- volví a preguntar no sin algo de maldad en la pregunta.

Acercó sus labios a mi boca y me besó. Fue un beso corto, nada húmedo, sólo un beso corto.

-Ahora deberías sentirte alagado.-

No sabía cómo responder, dejé que se acurrucara a mi lado, el cansancio pronto superó al calor y nos quedamos dormidos. Al despertar ya no estaba a mi lado, me levanté y vi una nota sobre la mesa junto a una botella de cerveza:

“Gracias por la cerveza, no suelo beber en horas de trabajo, espero que me llame y concretemos los detalles de la reforma.

Un beso:

Laszlo”

-Tutéame.- pensé.