Vecinos III.

El verano en que me acerqué a mi vecinito. Un fin de semana intenso de paseo.

Hace una semana descubrí que me gustaba mi vecino. Su nombre es Chris, y despertó en mi el lado homosexual que se asoma de cuando en cuando. Las circunstancias se habían dado, los ánimos de ambos se habían complementado, y las altas temperaturas del verano facilitaban todo.

Él y yo estábamos relativamente ocupados ese verano. Comenzaba mi sexto año de medicina y estaba en medio de la primera práctica en un hospital. Mi jornada era variable, pero pocas veces era menor a 8 horas diarias. Abusaban de nosotros los internos; me venía bien cualquier distracción. Por su parte, Chris estaba realizando un taller de verano en la escuela, pues este era su último año antes de la universidad, y le servirían los créditos extra. El aburrimiento lo llevaba a hacer su imaginación volar.

Yo vivía solo desde que vine a la ciudad desde provincia. Él estaba solo porque sus padres y hermanos estaban de vacaciones en su casa en la playa.

A pesar de que el trabajo en el hospital me agotaba bastante, durante la última semana vi a Chris todos los días. La mayoría de las veces, él se quedaba toda la noche en mi depa. Conversábamos, hacíamos el amor, veíamos películas, hacíamos el amor, jugábamos playstation, hacíamos el amor, dormíamos, hacíamos el amor, nadábamos en la piscina (prácticamente desierta en medio de las vacaciones), volvíamos al depa y hacíamos el amor. Por si se me olvida mencionarlo, también hacíamos el amor. Esa semana tuve más sexo que todo el año anterior.

El sexo era muy bueno. Chris no era experto, pero tenía algo de experiencia, lo que lo hacía impudoroso y sagaz, pero maleable en la cama. Y yo, aprovechaba cada gota de esa energía juvenil que exudaba Chris, esa energía inagotable, energía – quizás – excesivamente juvenil. En efecto, Chris era aun menor de edad, si bien por pocos meses. El enamoramiento no me hacía detenerme en ese importantísimo detalle.

El sábado siguiente a nuestro primer encuentro, como ya se había vuelto habitual, despertamos juntos. La mañana estaba bastante avanzada, pero decidimos que iríamos a un paseo de campo. Mi familia poseía un refugio en la montaña. Era un destino poco apetecido en verano, pues su apogeo era el invierno, época en la que se podía esquiar y disfrutar de la nieve; por ello, aquel fin de semana estaba desocupada. Para mi, sin embargo, era el destino perfecto para ir con Chris en este comienzo de aventura; probablemente habría muy poca gente en los alrededores.

-        Chris – dije con voz suave – tienes que ir a por vestuario de cambio.

-        Por qué? – preguntó.

-        En la montaña puede hacer frío en la noche – respondí – trae un pantalón largo, zapatillas y un cortavientos.

La explicación era necesaria, porque en verano – sobre todo en fin de semana – andábamos vestidos casi siempre con shorts y camiseta manga corta (cuando no andábamos solo en boxers).

Tomamos mi auto – un 4x4 que me había regalado mi padre cuando superé el cuarto año de mi carrera, que era el año en que más deserción había en los estudiantes de medicina – y partimos. El viaje duró cerca de 3 horas, en que escuchamos música y conversamos de la vida. Me contó cómo desde muy pequeño se sintió atraído por los chicos, de lo complicado que era la clase de gimnasia, de la primera erección en las duchas de la escuela, de cómo salió con un par de chicas para aparentar, del miedo que tenía de no ser aceptado por su familia. Todos los temas típicos en un gay. Temas por los que no he pasado aún, porque si bien me atraen los hombres, también me gustan las mujeres. De hecho, durante el viaje recordé que tenía novia. Era un hecho que había prácticamente olvidado durante esta semana. No había hablado con ella porque estaba de viaje con sus amigas, y probablemente no había podido llamarme (quien sabe en qué lugar de la selva sudamericana se encuentran). Ese era un tema que no había tocado.

Chris lo sabía, pero no lo habíamos mencionado. Y no lo mencionamos por ahora.

Llegamos al refugio pasada la hora de almuerzo, con el estómago vacío y con el cansancio propio del viaje. Encontramos el lugar, como esperaba, vacío. Abrí las cortinas y saqué del automóvil la comida que habíamos traído. Me dispuse a cocinar algo. Por mientras, Chris recorría el lugar, abriendo las ventanas, pues el calor encerrado era aún peor que en la ciudad. Por eso, lo primero que Chris hizo fue sacarse la camiseta para quedar en shorts. Se paseaba por la cocina ofreciéndome ayuda. Como aún no la necesitaba yo respondía negativamente.

Chris se me acercó por detrás y comenzó a acariciarme el pecho, mientras me abrazaba. Metió la mano por debajo de mi camiseta y me besaba el cuello. Solo en ese instante me di cuenta que Chris era vario centímetros más alto que yo. Me resistí al jugueteo, porque estaba preparando el almuerzo. A decir verdad, además estaba exhausto por el poco sueño de la noche anterior, la acción que significó esa noche, y el viaje recién hecho. Pero Chris no se detenía. Sus manos tocaban mis pezones pellizcándolos, recorrían mi abdomen, llegaban al borde de mi pantalón, y sus dedos se inmiscuían pícaramente en el comienzo de mi pubis. Mientras con su lengua repasaba mi cuello, y jugueteaba con mi oreja derecha. Un par de mordiscos suaves, sus labios que apretaban mi lóbulo… no me había dado cuenta, pero ya no estaba picando el tomate con el que pretendía hacer salsa. Estaba paralizado ante los jugueteos de Chris.

Sentí el sexo de Chris apuñalándome por debajo de sus pantalones. Me di la vuelta, lo tomé por la cintura y lo besé tiernamente. Me sorprendió que en ese minuto luciera tanto más alto que yo. Realmente no había reparado en ello; quizás porque durante la semana pasamos mucho más tiempo en posición horizontal. Chris era para mi una caja de sorpresas. Toqué su espalda mientras nos fundíamos en un beso; me excitaba tocar sus omóplatos, su columna que se traslucía; la diferencia impactante entre la anchura de sus hombros y la de su cintura. El morbo de reparar en que Chris aún estaba en desarrollo me calentaba a niveles insospechados.

Hábilmente Chris se deshizo de mi camiseta. Por enésima vez en estos días nuestros torsos se pegaban. Yo seguía tocando su espalda como si no la hubiera descubierto hasta ahora, y sus besos me tenían obnubilado, tal y como el primero que nos dimos en la sala de mi depa. Chris fue en búsqueda de mi pene con sus manos; metió la mano por debajo de mi pantalón, pasó por la delgada capa de vellos recortados, y se encontró con él. Pero mi pene no se había enterado de la fiesta. No había erección. Chris alejó su cabeza de mi cara y me miró intensamente a los ojos, con una sonrisa medio picarona, medio preocupada. Su mano aún sostenía mi pene por debajo de mis shorts.

Hice un gesto encogiendo los hombros; probablemente aún estaba cansado.

-        Parece que tendrás que ser tu el único hombre esta ocasión – dije tratando de distender el ánimo.

Durante nuestra semana de pasión yo había asumido exclusivamente el rol de activo. Por eso era algo nuevo.

No esperé respuesta, me alejé sin darle la espalda, mientras desabrochaba mis pantalones. Los dejé caer. No llevaba ropa interior. Le di la espalda mientras meneaba mi trasero, y lo miraba por sobre el hombro. Me apoyé en la mesada y abrí las piernas provocativamente.

-        Por si no te has dado cuenta, esto es una invitación – dije en el tono más sexy que pude.

Chris sonrió mostrando todos sus dientes; se despojó de sus shorts, de sus boxers, de los calcetines y zapatillas. Antes de acercarse a mi caminó hacia su mochila. Yo sabía qué buscaba.

-        Por qué no pruebas sin protección? – dije arriesgándome – a esta altura no es necesaria.

-        Pero… - titubeó Chris – OK. Traeré el lubricante de todas formas.

Yo había prevenido la situación, así que mi ducha de esa mañana había sido prolija en la higiene rectal. No quería ningún corta-pasión esta jornada. Chris se me acercó lentamente, con su pene erecto bailando de un lado a otro. Él me giró, se acercó, y posó su pene en mi abdomen. Yo lo tomé con mi mano izquierda mientras nos besábamos. Con la derecha acariciaba su cabello, siempre desordenado.

-        Voy a lubricarte naturalmente – dije con la voz sexy que había descubierto.

Nos giramos, lo apoyé contra la mesa y me arrodillé. Metí su pene en mi boca de una vez procurando bañarlo en mi saliva, aprovechando de saborear aquel miembro joven y duro. Parece que nuevamente me daba cuenta de la corta edad de mi amante.

Luego de un par de minutos, lo saqué de mi boca y subí pasando la lengua por todo el torso de Chris. Le guiñé el ojo y le di un beso tierno en los labios cerrados. Nuevamente me puse de rodillas, pero esta vez dándole la espalda a Chris. Abrí mis piernas e invité con la mano a acercarse. Chris se arrodilló atrás de mi posicionando su pene sobre mi zona lumbar, como preparativo. Apretó mis nalgas, dio un par de golpes. No se si lo hacía imitando alguna película porno, o si la excitación lo llevaba a ese comportamiento, a mi juicio innecesario. Yo meneaba mi trasero incitándolo.

Al fin se decidió, y puso su miembro en la entrada de mi ano. Con una mano, yo separé mis glúteos. Chris no lograba hacerlo entrar. Le señalé que se ayudara con lubricante, extendiéndole aquel que yo había traído y ya tenía a mano, uno natural especialmente diseñado para el contacto directo con la piel sensible del pene. Puse un poco en mi orificio y Chris lo intentó nuevamente. Metió el glande y yo di un gemido inevitable. Me habían penetrado anteriormente, pero solo una vez. La sensación era incómoda, pero placentera. Tan placentera que mi propio pene comenzó a despertar.

Chris introdujo todo su pene en mi ano y comenzó el vaivén. Mantenía el glande dentro para no desviarse. Fue un principio bastante doloroso para mi, pero escuchar la respiración agitada y profunda de Chris me ponía a mil. Comencé a ayudar moviéndome adelante y atrás. Chris estaba disfrutándolo mucho, a decir por el apriete de sus manos en mi cintura y los gemidos que se le escapaban. Miré de reojo y pude verlo con los dientes apretados y sus ojos cerrados. Poco a poco fue aumentando el ritmo. Iba acelerando muy paulatinamente. Mi dolor se esfumó casi por completo, y solo daba paso a esa sensación de liberación y relajación de esfínteres. Reconozco que yo me contenía, porque sentía que en cualquier momento se me escaparía un gas o algo peor.

En cuanto el ritmo de las embestidas de Chris aumentaban, su pene a veces se salía. Al principio se demoraba unos segundos en volver a encontrar el camino, pero pronto descubrió la forma de que volviera a entrar suavemente. Yo sentía que iba a reventar. Chris respiraba agitadamente, lo que impedía que terminara.  (en efecto, la respiración frecuente y regular es una de las mejores fórmulas contra la eyaculación precoz).

No sé cuanto tiempo transcurrió, pero el ritmo se había hecho bastante fuerte. Chris emitía sonidos de placer sin miramiento, y yo lo seguía, a pesar de que no me nacían tan espontáneamente. De pronto, sin más aviso que un fuerte apretón de nalgas, sentí cómo se venía dentro de mi. Fueron varios chorros de descarga, y naturalmente sobrepasaron la cavidad. No quise moverme hasta que Chris salió de mi.

Hizo que me incorporara y me abrazó por la espalda, girando mi cabeza para encontrar nuestras bocas. Parecía que había hecho salir algo de él que Chris mismo no conocía: su lado activo.

-        No se compara a una paja – dijo Chris susurrando – esto es un millón de veces mejor.

-        Te amo – le dije sin pensarlo.

Chris me miró, sus latidos parecieron incrementarse nuevamente; se aferró a mí, apretando mi pecho. Me volvió a besar.

No dijo nada… aún.

(Sus comentarios, críticas o simplemente saludos, escríbanme a wyatt.hall@gmail.com)