Vecinos, compañeros de trabajo y ... amantes

Esta historia sucedió fuera de nuestras fronteras y en ella cuento como una pareja de vecinos que, a su vez, eran compañeros de trabajo acabaron liándose sentimentalmente. Espero que sea del agrado de mis lectores.

Ivette es una alta, delgada y escultural fémina de ascendencia nórdica provista de un cabello muy rubio que lleva a media melena que siempre ha intentado sacar el mayor provecho posible al excepcional físico del que se encuentra dotada por lo que, vistiendo con elegancia, utiliza ropa y sobre todo pantalones, ceñida que la permita lucir sus curvas. Dispone de una cara risueña con unos bellos y llamativos ojos verdes y una boca sensual en la que casi siempre se refleja una sonrisa. Jean Pierre, por su parte, es un alto y atractivo varón de complexión atlética y cabello moreno.

Ambos tienen muchas cosas en común ya que viven en el mismo edificio, trabajan en la misma empresa y su edad, en torno a los treinta y cinco años, es similar aunque Ivette es algo más joven. Los dos están casados pero mientras la hembra no tiene hijos, el hombre se dio bastante prisa en engendrar dos prácticamente seguidos a su pareja.

El residir en el mismo edificio hizo que Jean Pierre se ofreciera a llevar y a traer a Ivette del trabajo, quedando en encontrarse en la puerta de acceso a la plaza de garaje de la que dispone en el sótano de su domicilio, puesto que lo mismo tenía que efectuar el desplazamiento si iba sólo ó acompañado por la mujer que, al no disponer de coche propio, había usado hasta entonces el transporte público urbano. Los primeros en meter cizaña fueron sus propios compañeros que, al verles llegar y salir siempre juntos, comenzaron a decirles que hacían muy buena pareja y que “se les caía la baba” cada vez que se miraban aunque ellos hacían caso omiso a esos comentarios ó alegaban que, estando casados, no existía la menor posibilidad de que surgiera ningún tipo de romance.

Pero lo que ninguno de los dos podía evitar era sentirse atraído por el otro y con el paso del tiempo, Ivette comenzó a darse cuenta de que Jean Pierre estaba de lo más potable y era lo suficientemente guapo como para pensar en “echar una cana al aire” ó tener una aventura por lo que, aprovechando los desplazamientos que realizaban para ir y volver de su trabajo, empezó a caldear el ambiente hablándole de que durante su juventud había mantenido una actividad sexual de lo más intensa que la había llevado a verse involucrada en un buen número de fiestas y saraos; a posar totalmente desnuda para una conocida revista y a que determinadas fotografías suyas en actitudes bastante comprometidas hubieran pasado de mano en mano entre sus amistades. Aunque sus padres no ganaban para disgustos con aquella forma tan sumamente liberal que tenía de vivir la vida, nunca había tomado ni un solo anticonceptivo y a pesar de que todos se la “clavaban a pelo” y la echaban la leche con total libertad dentro de la almeja, ninguno había sido capaz de hacerla un “bombo” sin que la llegara a preocupar el conocer los motivos de su falta de fecundidad. Su primer trabajo lo desarrolló como ayudante de dos amigos suyos, con una clara tendencia bisexual, que habían montado una clínica dental y pensaron que Ivette, luciendo escote y piernas, podía “cascársela” a más de uno y se convertiría en un buen reclamo para atraer a su clientela masculina. Cuándo comenzó a trabajar en su ocupación laboral actual y sobre todo, a partir del momento en que contrajo matrimonio, su cabeza se asentó bastante reduciendo su actividad sexual a la que mantenía con su marido que, al principio, la cubría y se la cepillaba con frecuencia pero, con el paso del tiempo, el furor inicial había ido decreciendo y en la actualidad, se limitaba a echarla dos ó tres polvos semanales para que, luego, le chupara la “minga” durante bastante tiempo con intención de que, una veces con éxito y otras sin él, le sacara por segunda vez la leche para, en cuanto la soltaba, darse prisa en ir al cuarto de baño en donde echaba una larga meada llena de espuma.

Jean Pierre, por su parte, la comentó que su vida sexual había sido siempre muy normal y que, aunque había mantenido varias relaciones durante su juventud, ninguna había durado demasiado hasta que conoció a Agnes, la que acabaría convirtiéndose en su esposa, que resultó ser una chica realmente guarra y viciosa en la cama. Pero tuvo la mala suerte de no tardar en hacerla un “bombo” y no le quedó más remedio que casarse con ella siendo aún muy joven. Durante la gestación surgieron un montón de problemas que ocasionaron que no pudieran mantener una actividad sexual tan frecuente como a ambos les hubiera gustado. Pensaba que, en cuanto pariera, todo volvería a ser como antes pero, de nuevo, la dejó preñada con rapidez ocasionando que su actividad sexual se redujera de manera considerable pero esta vez sin posibilidad de recuperarla puesto que Agnes, victima de una depresión post parto, había perdido su apetencia y diciéndole que la dolía la cabeza ó que estaba muy cansada después de trabajar, atender a sus hijos y a la casa, evitaba cualquier contacto sexual situación que mantenía en la actualidad puesto que, al no desear que sus descendientes les pudieran pillar “in fraganti” durante el acto sexual, lo más que hacía era “cascársela” manualmente y con prisas ciertos días en que sus hijos no se encontraban en casa ó permitir que algún sábado por la noche se la metiera vaginalmente, eso sí provisto de condón ya que no quería que la volviera a dejar en estado, lo que originaba que llevara bastante tiempo sintiendo una imperiosa necesidad sexual.

Conociendo aquello, Ivette decidió vestirse de una manera mucho más provocativa y seductora y olvidándose de sus habituales pantalones comenzó a ponerse unas faldas tan ajustadas y finas, con intención de que se la marcara hasta la raja del culo y favorecer las transparencias, como cortas junto a botas altas por encima de las rodillas que, como ella misma reconocía, la daban una apariencia de golfa viciosa deseosa de sexo pero viendo que, por más que coqueteara, se insinuara y se lo pusiera fácil, Jean Pierre no acababa de decidirse, optó por tomar la iniciativa y como, para entonces, conocía hasta el menor de los movimientos que su compañero realizaba al entrar en el garaje en el que dejaba su vehículo, una tarde y en cuanto detuvo el motor, accionó el interruptor que cerraba y bloqueaba la puerta de acceso a aquella plaza de estacionamiento y a oscuras, acercó sus labios a los del hombre que no tardó en abrazarla y juntar los suyos para besarse. Ivette aprovechó aquellos momentos para, con la ayuda de sus dedos, localizar en el pantalón de Jean Pierre el contorno de su chorra percatándose de que se encontraba empalmado y que con limitarse a tocársela a través de la prenda, en escasos segundos y aunque no llegaban a ser descomunales, adquirió unas dimensiones que cualquier fémina entendería como más de aceptables. Ivette se dio cuenta de que era bastante más gorda y ligeramente más larga que la de su marido al mismo tiempo que se percató de que Jean Pierre se estaba poniendo demasiado deprisa e iba a “explotar” de un momento a otro. Al no parecerla apropiado que soltara la lefa vestido y sin que ella pudiera ver como la echaba, separó sus labios de los del hombre, procedió a abrirle el pantalón, echó los asientos hacía atrás y haciendo que levantara ligeramente el culo le bajó el pantalón y el calzoncillo dejando su erecto cipote al aire. Ivette, dando la luz interior del vehículo, se lo miró con detenimiento observando que el capullo se encontraba muy abierto y se lo tocó reiteradamente antes de bajarle toda la piel y proceder a “cascárselo” muy despacio mientras que, con la mano que la quedaba libre, le acariciaba los gordos y prietos cojones. La agradó sentirse envuelta en aquella fuerte y penetrante fragancia a nabo masculino y aunque sus movimientos fueron lentos, Jean Pierre no fue capaz de aguantar aquellos estímulos más de un minuto y sintiendo un gusto tremendo, soltó una abundantísima cantidad de espesos y largos chorros de leche que fueron depositándose en la luna delantera, en el salpicadero y en el volante del vehículo. Su eyaculación pilló a Ivette un tanto desprevenida ya que no se esperaba que fuera a ser tan rápida pero la encantó observar que se producía de una forma tan masiva reconociendo que nunca había visto echar tanta cantidad de lefa. Decidió incrementar el ritmo de sus movimientos manuales mientras su compañero soltaba los últimos chorros de semen con lo que logró que el pene se mantuviera totalmente tieso durante unos minutos lo que la permitió recrearse viendo su excepcional capullo bien abierto pero, finalmente, empezó a perder la erección y la hembra, tras indicarle que evidentemente tenía muchísimas ganas de correrse, optó por dejar de meneársela para localizar unos pañuelos de papel en la guantera y proceder a asearse las manos antes de limpiar a Jean Pierre y recoger los chorros de leche que se habían depositado en el interior del coche. Cuándo su amigo, visiblemente satisfecho, procedió a cubrir su miembro viril con el calzoncillo, observó que, a pesar de que había perdido buena parte de su erección, todavía se mantenía en unas dimensiones bastante aceptables.

Jean Pierre la comentó que aquella paja le había resultado sumamente gratificante y de lo más placentera e Ivette se comprometió a “cascársela” a diario pero, desde la tarde siguiente, estuvo muy pendiente de su eyaculación, que siempre era rápida, para proceder a chuparle la picha mientras sentía el gusto previo de manera de que, en vez de ponerlo todo perdido, la echara la leche en la boca y en la garganta con lo que, además de recibirla en cantidad, la pudo “degustar” y saber que estaba realmente sabrosa. A pesar de que la mujer quería ir ampliando más su relación sexual entendió que Jean Pierre se excitaba tanto y tan rápido con ella que era imposible plantearse tal posibilidad hasta que sus eyaculaciones no tardaran bastante más en producirse.

Una tarde, tras habérsela tocado y meneado durante unos segundos haciendo que se le pusiera a tope, decidió abrir la puerta del coche y ponerse de rodillas sobre el asiento para proceder a chupársela despacio y con esmero cuándo, como a ella la agradaba, la pilila acumulaba un fuerte olor a hombre y pis. El que se la mamara de aquella forma pareció encantarle a Jean Pierre que se decidió a tocarla las tetas a través de la ropa mientras Ivette verificaba que, cuándo se la chupaba, necesitaba emplear algo más de tiempo para soltar la leche por lo que, desde ese día, se prodigó bastante más en comérsela que en “cascársela”. Pero como la fémina también se ponía cachonda y las eyaculaciones de Jean Pierre seguían produciéndose con mucha más celeridad de la que a Ivette la hubiera gustado, le dijo que ella también quería disfrutar y que, a cambio de chupársela, tendría que “hacerla unos dedos”. El hombre accedió a ello visiblemente complacido por lo que la tarde siguiente, después de que le sacara la leche y advertirle que durante la masturbación solía soltar mucho flujo con el que podía manchar el tapizado del vehículo, salieron del coche, la hembra se desnudó por completo y poniéndose en cuclillas muy abierta de piernas en un rincón permitió que Jean Pierre, luciendo su aún erecta pirula, procediera a masturbarla introduciéndola tres dedos en su depilado chocho al mismo tiempo que se turnaba para apretarla las tetas con la mano que tenía libre. Ivette “rompió” casi con tanta celeridad como él y en medio de unas impresionantes convulsiones pélvicas, expulsó una cantidad ingente de “baba” vaginal. Jean Pierre pensó que aquella “jaca” evidenciaba ser bastante cerda y viciosa y entendiendo que no iba a quedar plenamente satisfecha con un único orgasmo la continuó masturbando, a pesar de que la mujer no dejaba de decirle que ya se había corrido, haciéndola llegar por segunda y tercera vez al clímax y cada vez con mayor intensidad y disfrutando del gusto durante más tiempo. La fémina acababa de alcanzar su tercer orgasmo cuándo no pudo evitar mearse de manera abundante y al más puro estilo fuente. El verla hacer pis le agradó de tal manera que, colocándose entre sus piernas y abriéndola todo lo que puso los labios vaginales con sus dedos, no dudó en acercar sus labios al coño de la hembra para tomar contacto con su micción mientras Ivette, agarrándole de la cabeza, le obligaba a mantener su boca bien apretada contra su raja vaginal. La mujer, un tanto avergonzada aunque bastante complacida tras haberle visto beberse su pis, le indicó al terminar que no podía evitar mearse de gusto cuándo estaba muy excitada y llegaba por tercera vez al clímax y Jean Pierre la respondió que le había excitado muchísimo verla hacer pis y poder beberse buena parte de su micción por lo que le encantaría que, a partir de aquel momento, empapara sus diminutos tangas en pis cada vez que meara para, después, dárselos y poder conservarlos bien húmedos como recuerdo a lo que Ivette accedió.

Unas semanas más tarde, después de que Ivette le hubiera sacado la leche y de que el hombre la efectuara una de sus exhaustivas masturbaciones, disfrutara de una espléndida y larga meada de la mujer que, como siempre, se bebió casi íntegra y haberla sobado hasta la saciedad su caldosa y empapada seta, Jean Pierre se decidió a comprobar la reacción que tenía la fémina al perforarla el culo. Para ello, nada mejor que impregnar sus dedos en la gran humedad vaginal de la hembra y aprovechar que, mientras permanecía en cuclillas y muy abierta de piernas, el ojete se mantenía bien aperturado para introducirla enteros dos de sus apéndices al mismo tiempo que la mamaba y succionaba las tetas. Por un momento le pareció que la mujer iba a protestar y de forma enérgica al considerar que se los había introducido sin avisarla y de una manera un tanto bárbara pero, tras aquella reacción inicial, en cuanto comenzó a acariciarla la almeja con su mano extendida no tardó en comprobar que la agradaba que la hurgaran en el ano llegando a colaborar mientras le pedía que intentara meterla los dedos aún más profundos al mismo tiempo que ella apretaba con lo que, enseguida, empezó a defecar. En cuanto la mierda entró en contacto con los dedos del hombre, este se recreó sacándosela lentamente con la punta de sus apéndices para examinarla, olerla y finalmente, comérsela, cosa que a Ivette la revolvió, hasta que, tras volver a forzarla al máximo durante un par de minutos, la extrajo de golpe los dedos y poniéndola debajo una bolsa de plástico, Ivette soltó en tromba una copiosa cagada, totalmente líquida. En cuanto acabó de defecar Jean Pierre la limpió meticulosamente el ojete con su lengua y mientras contemplaba entusiasmado la gran cantidad de caca que se había depositado en la bolsa, Ivette le indicó que, aunque la repugnaba que se comiera la caca, la había agradado tanto que la hurgara analmente que quería que se lo hiciera todos los días puesto que, con ello, la ayudaría a superar los periodos de estreñimiento crónico que solía sufrir. Desde aquel día Jean Pierre la perforó el trasero con sus dedos hasta provocarla la cagada que unas veces la iba sacando lentamente con sus dedos y otras la hacía echar en tromba pero que, casi siempre y a pesar de que a Ivette no la agradaba que lo hiciera, ingería en su mayor parte.

Pero, tras disfrutar de los monumentales orgasmos, de un par de meadas bastante seguidas y de la copiosa defecación de Ivette, el pito de Jean Pierre se encontraba otra vez bien tieso por lo que la fémina le hacía echarse sobre el capó del coche con las piernas abiertas con el propósito de poder movérselo y chupárselo durante un montón de tiempo al mismo tiempo que le hurgaba con dos dedos en el culo, cosa que sabía que excitaba mucho a los hombres. Aunque siempre la parecía que en dos ó tres ocasiones era eminente que su amigo echara la segunda eyaculación, al final, la leche se resistía tanto a salir que Ivette se veía obligada a desistir pero, a pesar de ello, ambos acababan cada una de las sesiones muy complacidos y satisfechos.

Ivette, resignada a que su amigo sólo fuera capaz de eyacular en una única ocasión, pensó que lo que podía intentar era hacerle echar la leche varias veces al día lo que resultaría mucho más excitante que si la soltaba tres ó cuatro polvos en cada contacto que llevaran a cabo por lo que decidió probar hasta donde llegaba la potencia sexual de Jean Pierre. Manteniendo su habitual encuentro en el garaje cuándo regresaban a sus domicilios después de acabar su jornada laboral, hizo que, al llegar por la mañana a la oficina, la acompañara al cuarto de baño en el que solía repasar su maquillaje para, levantándose la falda, permitir que el hombre restregara la polla contra la raja de su culo a través de su diminuto tanga hasta que la daba la impresión de que iba a “explotar”, momento en el que se desnudaban de cintura para abajo y se colocaban de manera que Jean Pierre pudiera “clavársela” por vía vaginal desde detrás de ella y se la follara hasta echarla uno de sus abundantes y largos polvos en el interior del chocho con lo que Ivette “rompía” y se meaba inmersa en un gusto increíble. Pero aquella postura favoreció que una mañana el hombre la abriera el ojete con sus dedos y que, tras ponerla la punta del rabo en el orificio, la agarrara de la cintura y la obligara a apretar al mismo tiempo que él de forma que la verga entró por completo dentro de su trasero. El que Jean Pierre se hubiera decidido a poseerla por el culo pareció entusiasmar a Ivette que le dijo:

“Métemela mucho más profunda, rómpeme el trasero, no dejes de golpearme el coño con tus gordos cojones y haz que me cague de gusto”

Jean Pierre no tenía demasiada experiencia en el sexo anal puesto que sólo había conseguido “clavársela” por detrás en un par de ocasiones a su pareja, que en ninguna de ellas le había dejado culminar, pero se encontraba muy motivado porque el ojete de la hembra, evidenciando que la habían dado por el culo en más de una ocasión, que estaba acostumbrada y que el sexo anal la resultaba grato y placentero, había dilatado perfectamente, la chorra la había penetrado sin problemas e Ivette no dejaba de animarle para que hiciera aún más presión y se la introdujera hasta los cojones. Con tales ánimos Jean Pierre procedió a encularla con movimientos muy rápidos como si hubiera estado deseando darla por el culo durante mucho tiempo mientras la mujer no se cansaba de decirle que quería que la hiciera sentirse una autentica puta. Mientras el hombre la pegaba unos soberbios envites, la fémina colaboró moviéndose adecuadamente y apretando con fuerza sus paredes réctales contra el cipote de Jean Pierre sabiendo que, de esa manera, aumentaba el grado de excitación de su amigo al igual que hacía cuándo le mojaba los huevos con los cortos pero intensos chorros de pis que se la salían sin poder hacer nada por evitarlo mientras este, echado sobre su espalda, la mantenía fuertemente apretadas las tetas al mismo tiempo que tiraba de ellas y de sus pezones hacía abajo como si pretendiera ordeñarla. Jean Pierre se encontraba en la gloría por lo que deseaba que aquello durara y lo cierto es que duró lo suficiente como para que ambos disfrutaran a tope hasta que, al no poder contenerse más, la echó una espesísima ración de leche dentro del culo. Ivette la recibió con sumo agrado y le instó a seguir enculándola hasta que lograra provocarla la cagada cosa que tardó pocos minutos en producirse. En cuanto la sacó el nabo impregnado en la caca de la hembra, Ivette hizo intención de acomodarse en el inodoro pero Jean Pierre la agarró con fuerza para que continuara en la misma posición, la lamió el ano y la puso la boca en el ojete. La mujer, sintiendo que iba a soltar una gran cantidad de caca, intentó aguantar pero, al no ser capaz de retenerla, no tardó en defecar. La mierda se depositó directamente en la boca de Jean Pierre que la “degustó” e ingirió ante las más que evidentes muestras de desaprobación y repugnancia de Ivette que lo sigue considerando asqueroso a pesar de que se ha tenido que habituar a que su amigo se prodigue en poner la boca en su ojete siempre que tiene ocasión para que, sin importarle que sea líquida ó sólida, le suelte la mierda con el propósito de poder comérsela y decirla que, al igual que su pis, está realmente buena y es un manjar delicioso.

A medía mañana y si la temperatura lo permitía se desplazaban hasta algún descampado donde Ivette se desnudaba por completo y se tumbaba boca arriba en el capó del coche permitiendo que su amigo pudiera comerla la seta durante un buen rato mientras la apretaba las tetas con sus manos hasta que, en cuanto alcanzaba su tercer orgasmo, se meaba en la boca de su amante. Después este procedía a “clavársela” para echarla un nuevo polvo. Lo más habitual era que, si a primera hora de la mañana se la había tirado vaginalmente, en esta ocasión la diera por el culo al aire libre y colocada a cuatro patas y viceversa. Cuándo la temperatura era más fresca y no les parecía apropiado salir al exterior y menos teniendo la intención de desnudarse, se encerraban en un archivo ó en un cuarto de baño donde Ivette le realizaba una buena cabalgada ó le “cascaba” el pene y le acariciaba y apretaba los cojones delante de un espejo permaneciendo detrás de él lo que la permitía restregar su almeja contra la masa glútea del hombre. Al terminar de comer, cosa que solían hacer antes que el resto de sus compañeros para tener la seguridad de que estarían prácticamente solos en la oficina durante medía hora, a Ivette la agradaba chuparle muy lentamente la picha antes de efectuarle una nueva cabalgada vaginal ó colocarse a cuatro patas para que pudiera “clavársela” por el chocho y se la follara hasta que la echaba el tercer polvo del día y la mayoría de las tardes se la “cascaba” con intención de ver como se le iba poniendo bien tiesa, mirársela en todo su esplendor con el capullo muy abierto y no perderse el menor detalle de la salida de una de esas extraordinarias raciones de lefa que echaba y que tanto la encantaban.

Una vez consolidados aquellos cuatro ó cinco polvos diarios, Ivette se encontraba dispuesta a convertirse en el “coñete” de Jean Pierre siempre que aquella relación no afectara a sus respectivos matrimonios. El hombre aceptó con la condición de que pudiera darla por el culo una vez al día, a primera hora de la mañana ó al mediodía después de comer, entendiendo que el ofrecimiento que le había hecho la fémina era una clara invitación a cepillársela sin el menor compromiso siempre que quisiera. Unos meses después empezaron a aprovechar los viajes que, con cierta frecuencia y por motivos laborales, el marido de Ivette se veía obligado a efectuar para mantener contactos sexuales en el domicilio, en la habitación y en la cama de la hembra a la que, en aquellas circunstancias, la gustaba que se la follara colocada a cuatro patas ó echado sobre ella y metiéndola la pilila bien profunda para que, cuándo la echaba la leche, pudiera notar como la mojaba y la caía directamente en los ovarios. Ivette le comentaba que no se preocupara puesto que, en el hipotético caso de que consiguiera hacerla un “bombo”, se lo enjeretaría a su marido que, una noche y al volver antes de lo previsto de uno de sus viajes, estuvo a punto de pillarles “in fraganti”. Aunque Ivette no lo dio mucha importancia, Jean Pierre se vio en la obligación de permanecer escondido debajo de la cama durante un buen rato, desnudo y totalmente acojonado, por lo que, desde entonces, no se mostró partidario de volver a acostarse con la mujer en su domicilio. Ivette le indicó que aquel no era ningún problema puesto que su pareja disponía de un apartamento totalmente amueblado que se encontraba desocupado. Cuándo fueron a visitarlo descubrieron que el marido no trabajaba tanto como decía ya que lo estaba usando y con asiduidad como “picadero” lo que a Ivette no pareció importarla mucho puesto que consideraba que tenía plena libertad para tirarse a todas las golfas que pudiera. Lo que no la hizo demasiada gracia fue encontrarse en la habitación con cadenas colgadas de la pared y del techo, un buen surtido de prendas íntimas femeninas amontonadas y con determinados artilugios que parecían preparados para abrir al máximo, perforar e incluso desgarrar la seta y el culo a las infelices que entraban allí además de varios extractores urinarios, edemas y peras laxantes ni enterarse de que a su marido le gustaba liarse con hembras más bien jóvenes no demasiado favorecidas, marginadas ó con deficiencias físicas ó psíquicas a las que llegaba a convencer de que, al no disponer de atractivos, la que las ofrecía iba a ser la única posibilidad que tenían de disfrutar del sexo. Después de probarlas en varias ocasiones haciéndolas de todo procedía a humillarlas y vejarlas en presencia de sus amigos antes de que, cuándo se encontraban totalmente entregadas, les dejara que se las trajinaran uno tras otro. Cuándo se cansaban de una de aquellas cerdas siempre tenía preparada a la sustituta al mismo tiempo que, a través de alguno de sus amigos ó conocidos, ponía a la anterior al servicio de hombres solteros, separados ó viudos deseosos de cobijar en su domicilio a una dócil perrita de la que obtener un gran placer sexual. El ver que su marido estaba metido de lleno en la explotación sexual de aquellas desdichadas hizo que Ivette se empezara a plantear el separarse para vivir con Jean Pierre y sirvió para que hablara con él y le pudiera presionar hasta que logró su compromiso de que, a cambio de dejar que siguiera desarrollando su sádica actividad sexual en el apartamento, nunca interferiría en las relaciones que llevara a cabo en su domicilio con su amante.

Jean Pierre tardó pocos meses en proponerla que se separaran de sus respectivas parejas para poder vivir juntos sin necesidad de casarse. Ivette, en otras circunstancias, le hubiera contestado que les iba muy bien como amantes y que podían seguir así indefinidamente pero, ante la insistencia de Jean Pierre y conociendo la actividad sexual que estaba desarrollando su marido, decidió proponerle pasar un fin de semana lejos de su lugar de residencia y que accedería a separarse para vivir con él si durante aquel viaje conseguía echarla un par de polvos seguidos y culminar meándose dentro de su almeja. Dos semanas más tarde llevaron a cabo aquel desplazamiento. La primera noche y en la habitación del hotel en la que se alojaron, Ivette se prodigó en cortarle en varias ocasiones la eyaculación cuándo estaba a punto de producirse haciendo una fuerte presión en la base de la pirula con sus dedos en forma de tijera para, más tarde, cabalgarle y hacer que la echara una tremenda cantidad de leche con lo que ambos sintieron un gusto increíble pero, por más que la mujer insistió e insistió y cambiaron de posición, la segunda eyaculación no se produjo y terminó agotada moviéndose despacio echada sobre él. Unas horas más tarde volvieron a repetir la experiencia y aunque, en esta ocasión, Jean Pierre se la “clavó” colocada a cuatro patas el resultado fue similar. Al despertarse por la mañana, Ivette se encontró con que el miembro viril de Jean Pierre presentaba unas dimensiones como para quitar el hipo a cualquier fémina por lo que pensó que era la ocasión propicia para vaciarle por completo los huevos y tras chupársela durante un montón de tiempo, recibiendo en la boca su primera micción matinal y volviéndole a cortar la eyaculación una y otra vez, se acostó boca arriba a lo ancho de la cama y doblando las piernas sobre si misma, dejó que se la cepillara. Una vez más y en esta ocasión con más celeridad, la echó una impresionante y larga cantidad de leche mientras Ivette, con la cabeza más elevada que el cuerpo, observaba como se la follaba, como la daba unos buenos envites y como entraba y salía el pito de su chocho pero por más que siguió tirándosela y de que, al ver que no lo conseguía así, volvió a cabalgarle para incrementar el grado de excitación de Jean Pierre no hubo forma de que la lefa volviera a hacer acto de presencia. Para poder recuperarse estuvieron acostados hasta la hora de comer e Ivette, tras ducharse, decidió salir a la calle sin ropa interior y con un vestido tan sumamente corto que, al menor descuido, dejaba su coño y su culo al descubierto con la intención de que más de uno se excitara viéndola y sobre todo Jean Pierre, al que permitió que la metiera mano en múltiples ocasiones para que se fuera poniendo a tope durante la tarde para que por la noche, después de cenar, llegara al hotel con la polla deseosa de cepillársela. Una noche más se hinchó a chuparle con esmero y ganas el rabo y a cortarle, una vez tras otra, la eyaculación para asegurarse de que, cuándo la echara la leche, lo hiciera con unas ganas y en una cantidad impresionantes. Cuándo la pareció que los cojones de Jean Pierre iban a reventar de tanto cortarle la eyaculación volvió a cabalgarle. Como siempre el hombre se portó de maravilla dándola un placer inmenso, haciéndola sentir la punta de la verga en contacto con su estómago después de atravesarla por completo el útero y echándola un montón de leche casi al mismo tiempo en que Ivette “rompía” y alcanzaba un monumental orgasmo. Poco después de haber recibido tan soberbia “descarga” la hembra le pidió que se la siguiera follando acostado sobre ella. En cuanto Jean Pierre la volvió a “clavar” la chorra, Ivette le agarró con fuerza de los glúteos, le apretó contra ella y le comentó que así conseguiría metérsela más profunda y le obligaría a continuar con sus movimientos de mete y saca durante y después de eyacular. La pareció que Jean Pierre se encontraba lo suficientemente entonado y al cabo de un montón de tiempo, sintió que las gotas de lubricación previas hacían su aparición por la “boca” del cipote de su amante por lo que, sin pensárselo, le metió dos dedos en el ojete y procedió a hurgarle con todas sus fuerzas. Unos segundos más tarde notó que la lefa de Jean Pierre salía por segunda vez y de que manera, hasta inundarla el interior de la seta haciéndola llegar al clímax en dos ocasiones consecutivas para culminar echándola una copiosa y larga meada repleta de espuma con la que Ivette alcanzó un  nuevo orgasmo y se hizo pis de autentico gusto. La mujer, entre jadeos de placer, le indicó que no sabía si la había dado más gusto con la leche ó con el pis pero que desde ese momento quería que la micción de ambos estuviera muy presente durante el acto sexual. Ivette le pidió que siguiera tirándosela lo que el hombre hizo hasta que, después de alcanzar su enésimo orgasmo, se volvió a hacer pis echando una meada que fue eterna puesto que la micción sólo podía salir al exterior cuándo los movimientos de mete y saca de Jean Pierre se producían hacía afuera. La fémina terminó exhausta y sufriendo los molestos efectos de una incontinencia urinaria que la había provocado la excitación lo que ocasionó que el resto de la noche no dejara de echar cortos chorros de micción y se meara, al más puro estilo fuente, en cuanto Jean Pierre la hacía colocarse en el borde de la cama, la mantenía bien cerrada la raja vaginal con sus dedos y la apretaba la vejiga urinaria desde el exterior con lo que el pis formaba un buen charco en el suelo. A la mañana siguiente y sin apenas dormir, Ivette, que continuaba con sus continuas pérdidas de orina, se encontró, de nuevo, con el nabo de Jean Pierre en un estado de lo más apetecible. El hombre tenía muchas ganas de mear por lo que Ivette le dijo que se echara sobre ella y se la “clavara” por vía vaginal para echarla el pis al mismo tiempo que se la cepillaba. La hembra pensaba que no la quedaba más flujo en su interior pero no tardó en “romper”, para repetir con frecuencia y regularidad, al sentir que Jean Pierre la estaba mojando con su micción. Unos minutos más tarde, recibió otra esplendida ración de leche y un poco después, el hombre se la sacó y haciendo que se acostara boca abajo y con las piernas muy abiertas, la colocó el pene en el ojete y echándose de golpe sobre ella se lo introdujo entero por el culo de una manera bastante bárbara. A pesar de que aquella forma de penetrarla la hizo gritar de dolor y junto a que la volviera a echar otros dos polvos seguidos, el que la poseyera por el culo era lo que más deseaba en aquellos momentos y sin poder evitar que la micción se la saliera constantemente, intentó colaborar lo más que pudo hasta que, al cabo de más de diez minutos, notó que Jean Pierre la estaba mojando con su leche el interior del culo y que pocos segundos más tarde la soltaba su pis lo que ocasionó que a ella, incapaz de controlar su vejiga urinaria, se la salieran unos cuantos chorros de pis con los que empapó toda la cama lo que obligó a Jean Pierre a sacarla la picha para poder levantarse, asearse, y vestirse. El hombre tuvo que salir del hotel para comprarla unos salva slips y un par de tangas con un poco más de tela que los que solía usar habitualmente, antes de abandonar el hotel y regresar a su lugar de residencia en donde comieron juntos antes de pasar la tarde durmiendo y reponiéndose en sus respectivos domicilios.

De acuerdo con lo acordado Ivette y Jean Pierre se separaron de sus respectivas parejas. El hombre tuvo algunos problemas más, puesto que su esposa logró quedarse con la vivienda, la custodia de sus hijos, que pasan con ellos algunos fines de semana y un mes durante el verano y una pensión mensual, que Ivette ya que su marido, que cada día estaba más entusiasmado explotando sexualmente a mujeres sin demasiados atractivos, no la puso la menor pega. Pocos meses más tarde comenzaron a vivir juntos en una vivienda que adquirió la fémina en una zona residencial situada a las afueras de la ciudad, lejos de las que habían sido sus respectivas parejas e Ivette consideró que, a través de su vida en común, debía de intentar incrementar más la potencia sexual de Jean Pierre por lo que pensó que la mejor forma de obtener éxito era volver a prodigarse en “cascársela” con asiduidad hasta que logró que echara tres polvazos y su consiguiente meada después del segundo, con absoluta normalidad aunque la segunda y tercera salida de la leche tardara considerablemente más en producirse que la primera.

La situación de la pareja se mantiene en la actualidad sin demasiados cambios puesto que Jean Pierre ha encontrado la “horma de su zapato” en Ivette, a la que considera una hembra golfa, guarra y viciosa con muchos atractivos físicos mientras está entiende que ha dado con el semental perfecto para mantenerla siempre húmeda y satisfecha y que, aparte de joderla, le encanta beberse su pis, comerse su caca y coleccionar sus prendas íntimas por lo que tanto su convivencia como su actividad sexual es para ambos sumamente satisfactoria.