Vecinos

Mar va a pasar unos días de vacaciones a la playa y allí coincide con su vecino.

VECINOS

Por fin vacaciones. Después de un extraño verano, Mar se tomaba unas merecidas vacaciones durante la primera semana de septiembre. Desde junio, había pasado muchas horas de pie atendiendo a los viajeros del aeropuerto en aquel puesto de alquiler de coches. Pero ahora llevaba dos días en el piso que sus padres tenían en Atlanterra, en Zahara de los Atunes. Ellos, sus padres, lo habían disfrutado durante todo el verano y ahora, en septiembre, quedaba exclusivamente para ella.

Habían pasado algunas semanas desde el incidente, como ella misma se refería a la tarde en que fue violada en su casa por el tal Hans. Estuvo tentada a denunciar aquella agresión pero después de leer el correo que le dejó entendió que aquello formaba parte del juego extremo que había aceptado cuando contactó con él. Y en el fondo no podía negar que lo había disfrutado. Por más que se había resistido no pudo evitar excitarse con aquella sesión de sexo no consentido.

Durante una semana dejó de leer relatos. Tampoco contactó por correo electrónico con Hans y él no le envió nada. Pero a medida que pasaba el tiempo, y Mar asimilaba que había sido un juego un tanto peligroso (y demasiado extremo) pero un juego, comenzó a volver a leer a su autor de cabecera.

Volvió a leer, cada noche, uno de aquellos relatos de Hans que conseguían transportarla a un nivel de excitación extraordinario. Ayudada por su Satisfyer, se masturbaba imaginándose protagonista de las fantasías sexuales de Hans. Invariablemente alcanzaba unos maravillosos orgasmos en la intimidad de su dormitorio. También volvió a contactar con el autor por correo electrónico. Al principio, la conversación era fría pero poco a poco se volvió al nivel de confidencias original. Mar se sentía atraída por Hans de manera incomprensible. No lo conocía, no lo había visto.

Solamente sabía que utilizaba perfume Egoiste, y eso siempre que aquel desconocido que la siguió y la forzó en su propia casa fuera él y no alguien contratado por él. En cualquier caso, la mujer se sentía atada a la personalidad del autor. Éste volvió a proponerle retos y juegos. Ahora le había pedido una narración de alguna de sus experiencias de sexo anal. Ella no le contestó de inmediato.


Al tercer día de vacaciones, coincidió en el descansillo con su vecino Jaime. Éste llevaba veraneando, junto a sus familia (mujer e hijo pequeño), algunos años en la misma urbanización. Se conocían, por tanto, desde hacía varios veranos. Así que se saludaron de manera amistosa. Jaime era un abogado con muy buen cuerpo. Usaba una estética moderna tipo hipster. Cabeza afeitada y barba, pero bien cuidada. Tenía los ojos azules, era alto y cuidaba su cuerpo. Entre ellos siempre había existido una especie de tensión sexual nunca consumada. Miradas, frases con doble sentido, alabanzas mutuas a sus cuerpos. Y esta vez no fue menos.

Un minuto después apareció Ana, la mujer de Jaime, junto con Pedrito, el hijo de ambos de 4 años. La actitud de Mar y Jaime cambió totalmente. Ana saludó a su vecina y Mar hizo una carantoña al crío. Quedaron en verse en la piscina de la urbanización y entraron cada uno en su propia casa:

-Joder como está el vecino. Cada año está más bueno el cabrón.

Mar se tumbó en el sofá después de comer con intención de descansar un rato pero su mente se lo impedía. No paraba de dar vueltas a los relatos de Hans, el que había leído la noche anterior era especialmente morboso. Una chica joven, vestida de secretaria, acababa calentando a un tipo mayor que ella hasta acabar sodomizada por él. Poco a poco se fue excitando cada vez más hasta que oyó gritos en la piscina. Decidió, entonces, que casi mejor bajaba y se deleitaba con el cuerpo del vecino.

Con una cesta donde guardaba un libro y la toalla Mar apareció por el césped que rodeaba a la piscina. Cubierta con sus gafas de sol saludó a sus vecinos y a otras familias que se colocaban alrededor. Buscó una situación estratégica en la que pudiera observar a Jaime sin ser descubierta. Su vecino no la perdió de vista desde que llegó hasta que decidió ubicarse en una zona cerca de los edificios. Ella le escrutó tras sus gafas de sol.

El tipo estaba con unas gafas de pera, reclinado sobre su brazo derecho, con su pierna izquierda levantada. Su cuerpo era un espectáculo. Se notaba que en el último año se había musculado, se le marcaban los bíceps y los cuadriceps, además de sus perfectos abdominales. Sobre el hombro izquierdo asomaba un tatuaje tribal que terminaban de redondear una imagen de tipo duro impactante.

En medio de las conversaciones de madres por un lado y profesionales entre su vecino y un amigo, Mar se tumbó bocabajo en su toalla, apoyando su cabeza sobre sus brazos a modo de almohada, mirando hacia Jaime que de vez en cuando, y como si pudiera verla a través de sus gafas, le enviaba una sonrisa pícara.

La mujer se decidió a contraatacar. Y le envió un whatsapp alabando su impresionante tableta de chocolate. El vecino respondió agradeciendo la alabanza y preguntándole si le gustaba el tatuaje sobre su hombro. El hombre hizo como que buscaba algo a su lado contrario para darle la espalda y que Mar pudiese admirar la obra. Ella contestó que sí le gustaba, que le daba un aire de tipo duro muy morboso. Jaime no se arrugó y le comentó lo que deseaba ver aquellas maravillosas tetas… La mujer disimuladamente se hizo un selfie desde su hombro en el que se podía apreciar como la braguita negra de su bikini se introducía entre los cachetes de su precioso culo. Luego se tumbó bocarriba para hacerse otro en el que la parte de arriba de su prenda de baño tapaba, algo descolocada, sus maravillosas tetas. Aquel sujetador color salmón dejaba entrever parte de su aureola. Mar envió a su vecino las dos fotografías y esperó la reacción de él.

Medio minuto después Jaime miraba su móvil que había sonado al recibir dos whatsapps. Se quitó las gafas para poder ver bien las fotografías. Una mueca entre asombro y satisfacción se dibujó en su cara. En la distancia Mar le sonreía:

-Ya me podías enviar una foto de las tetas. Se ven maravillosas tras el bikini…

Mar se incorporó ahora sobre sus codos. Disimuladamente se desabrochó la parte de arriba y dejó caer la copa que cubría su teta izquierda. Sin que nadie se diera cuenta fotografió su pecho desnudo. Después volvió a enviar la fotografía a su vecino, que ahora reía y besaba a su mujer. La situación la estaba poniendo mucho, pensar que estaba excitando a su vecino buenorro, mayor que ella, delante de la mujer de este sin que ella se diera cuenta, y todo eso con un par de selfies, era algo que le podía.

Otra vez Jaime buscó su móvil para ver los whatsapps que le habían llegado. No pudo evitar resoplar al ver la fotografía. La chica, que estaba buenísima, estaba excitándolo delante de su mujer. La situación se volvía morbosa por momentos. Su polla se lo hacía saber reaccionando a las imágenes. El hombre se puso de pie e hizo unos estiramientos. Exhibiéndose delante de aquella vecina más joven que él. Tensó sus piernas marcando cuadriceps, luego estiró sus brazos detrás de su espalda antes de lanzarse a la piscina, sin duda para aliviar el calentón.

Nada más lejos. Cuando el hombre volvió a su toalla, una luz intermitente en su iphone 11 le anunciaba que tenía notificaciones de whatsapp por atender. Inmediatamente dirigió su mirada hacia el lugar donde debía estar Mar pero no la localizó. De repente se abrió la puerta del aseo femenino y salió su vecina, sin mirarle. Se tumbó de nuevo sobre la toalla con la cabeza apoyada en sus brazos y, ahora sí, mirando a Jaime. El hombre no dudó en abalanzarse sobre el teléfono para mirar lo que le había mandado ahora.

Abrió la primera fotografía en la que Mar aparecía agarrándose sus maravillosas tetas, pellizcándose y tirando de los pezones. En otra aparecía de espaldas y desnuda mostrando un precioso culo marcado por la zona donde la braguita evitaba el contacto con el sol. En otra, otra vez frontal y desnuda tapándose el monte de Venus con la mano. A Jaime la polla se le iba a salir del bañador.

Ana, su mujer, le comentó que se subía a casa con Pedrito, su hijo. Sus amigos ya habían abandonado las zonas comunes. Jaime le dijo que si no le importaba él se quedaba un rato más. Tras despedirse su mujer, en las zonas comunes que rodeaban a la piscina solamente quedaban Mar y Jaime.

La situación había llegado demasiado lejos en aquella piscina comunitaria y ya no tenía vuelta atrás. Se miraron, se sonrieron y, tras ponerse de pie, se encaminaron hacia el pequeño almacén donde se guardaban las hamacas.

Mar entró por delante. Jaime cerró la puerta tras él. Sin tiempo a acostumbrar la visión a aquel almacén iluminado tan solo por las rejillas de ventilación el hombre agarró a su vecina por detrás y le besó el cuello. Ella se estremeció al notar el cuerpo fibrado de su vecino envolviéndola. Jaime la atraía contra sí apretándole el vientre con fuerza, a Mar le costaba hasta respirar. Notaba la poderosa mano del hombre hundiendo su barriga hasta casi tocar la columna. La chica comenzó a jadear y es que aquel dolor de vientre formaba parte de sus placeres inconfesables. Con la otra mano, Jaime deshizo el nudo de la parte superior de su bikini de color salmón liberando sus tetas de grandes aureolas donde los pezones ya estaban erectos.

Sin dejar de apretar la barriga de Mar, agarró una de sus tetas y pellizcó, retorciéndolo, uno de los pezones. Luego tiró de él hasta más allá de lo lógico. En esta situación, con su vecino agarrándola por detrás hasta casi cortarle la respiración y retorciéndole unos de los pezones hasta provocarle un dolor insoportable, Mar notó como la braguita negra de su bikini comenzaban a inundarse con sus flujos vaginales, lo que denotaba su tremenda excitación ante el castigo recibido. Por fin, Jaime la soltó, Mar pudo tomar aire en un profundo respiro.

Ahora con su dedo corazón, el hombre, comenzó a hacer círculos concéntricos a su ombligo. Con cada pasada, el dedo se acercaba más a su objetivo. En la tercera el hombre tenía el dedo circundando alrededor del ombligo de Mar. A estas alturas la mujer estaba totalmente excitada. Jaime comenzó a introducir su dedo dentro del ombligo. Ella bajó su mirada para contemplar como su cicatriz natal era profanada, primero por una falange, luego por dos. El dolor empezaba a ser como una puñalada en su estómago. Pero Jaime fue un poco más allá y le introdujo la tercera falange llevando la resistencia de su piel hasta el límite. Mar mojaba las bragas más que nunca. Aquel tipo la estaba violando por el ombligo. Comenzó una mete-saca a modo de follada con el dedo. Mar tensaba su cuerpo, respiraba entrecortada y gemía de placer, estuvo a punto de alcanzar un orgasmo.

Antes de llegar, el hombre la llevó hacia donde se apilaban las hamacas. Hizo que se apoyara sobre ellas de manera que el apoyabrazos quedara a la altura de su abdomen. Se colocó tras ella mientras con la mano la obligaba a permanecer inclinada sobre aquellos asientos de piscinas. Su vientre quedó presionado por aquel mobiliario de plástico blanco. El calor en aquel almacén hacía que sus cuerpos sudasen. Mar notó como algunas gotas caían por su frente hasta su nariz. Otras recorrían toda su espalda hasta perderse por entre sus glúteos.

Con la mano en la espalda de su vecina, Jaime utilizó la otra para quitarle los lazos laterales de la braguita negra del bikini y dejar ante él un espectacular culo. Sin dudarlo dio un par de cachetes sobre aquella carne blanca y dejó marcado sus dedos. La mujer dio un grito. Aquello le había dolido, pero también le había gustado. Mar estaba viviendo una de aquellos deseos inconfesables. El ser utilizada y provocarle dolor.

Jaime, sin dejar de presionar la espalda de su vecina, se deshizo de su bañador y restregó su polla erecta por la raja del culo de Mar. Ella la notaba caliente y húmeda. Sin duda, el líquido preseminal anunciaba la excitación de aquel vecino. Totalmente expuesta a la voluntad de él, Mar notó como dos dedos, previamente lubricados en su coño, empezaban a introducirse por su esfínter. Sin ningún cuidado aquel hombre comenzó a horadar su ano hasta el fondo. Sus dos dedos metidos hasta los nudillos hacían estragos en su recto. Comenzó a moverlos en círculos y a separarlos. Pretendía dilatárselo para sodomizarla pero también conseguiría un desgarro anal.

De repente el hombre paró. Ella intentó incorporarse pero otra vez la mano de él lo impidió. Su vientre comenzaba a dolerle demasiado, al igual que su ombligo violado. Las marcas serían inevitables. Jaime le ordenó que se abriera el culo con sus manos. Ella obedeció separando sus glúteos y dejando a la vista una esfínter abierto delatando que no era la primera vez que le daban por culo.

Él colocó el capullo de su polla en el agujero trasero y de un golpe de cadera la penetró. Mar gritó casi sin fuerza por la presión de su abdomen. Su vecino bufaba tras ella, y sin aviso previo volvió a incrustar la polla más adentro. Otro grito ahogadto de ella y sintió como el pubis de él chocaba contra su culo. El hombre volvió a dar un par de cachetes enrojeciendo más aún el culo de Mar.

Desde ese momento, con una mano agarró la cadera y con la otra presionaba la espalda de la mujer contra las hamacas, comenzó a penetrar violentamente el culo de su vecina. Sin descanso, el hombre se esforzaba en penetrarla cada vez más profundamente mientras la mujer dolorida lloraba y pedía que por favor parase. En el fondo lo decía con la boca pequeña porque en lo más profundo de su mente deseaba ser sodomizada hasta el desgarro.

El hombre aceleró el ritmo. La mujer llevó su mano derecha a su clítoris y comenzó a masturbarse con fuerza mientras sus súplicas cambiaron a ruegos para que siguiese con fuerza. Jaime la agarró de la melena castaña y tiró de ella hacia atrás. Apretó su polla contra el culo haciendo que llegase lo más profundo posible y comenzó a correrse dentro de las entrañas de Mar. La mujer, con un grito ahogado por la mano de él sobre su boca, se corrió como hacía mucho tiempo que no lo hacía…

De vuelta en su casa, se metió en la ducha y comenzó a hacer un recuento de desperfectos. Su teta izquierda aparecía arañada y su pezón totalmente irritado debido al pellizco. Su ombligo lucía enrojecido y también irritado por la profanación casi imposible de aquel dedo. Al palparse el vientre sintió su musculatura dolorida, no descartaba que al día siguiente apareciese un moratón.

En sus glúteos se marcaban los dedos de Jaime tras los cachetazos. Al sentarse en el váter se dio cuenta que lo peor estaba en su culo. Con un espejo de mano logró verlo. Aquello era un “bebedero de patos”. El orificio anal latía intentando volver a su tamaño original. Un cerco enrojecido disimulaba algunos hilillos sanguinolentos que brotaban del interior. El escozor se mezclaba con el dolor. No se resistió a introducirse un dedo para hacerse un tacto rectal.

Por dentro la cosa debía ser mucho peor. Se palpó con cuidado y las paredes interiores ardían aún con una sustancia viscosa sobre ellos. Eran restos de semen de Jaime, su vecino, que le acababa de petar el culo como nunca antes nadie…