Vecinos

La historia de un muchacho que tiene su primera vez bajo condiciones muy favorables. Este es el primer relato que publico en Internet, asi que espero sus comentarios.

Vecinos

Felipe llegó a su casa esa noche después de la escuela. Se había mudado a ese departamento hacía ya dos meses pero todavía no se acostumbraba al lugar. Era un edificio viejo situado en la colonia San Rafael, una de las más antiguas de la ciudad. Tal vez por eso, el edificio tenía cierto deterioro que podía resultar indeseable. Aún así, tenía la ventaja, de su tamaño. Su departamento era enorme. De hecho, apenas había dos departamentos por piso, cada uno con 3 recámaras, una espaciosa sala y comedor separado, dos baños y un recibidor. Por supuesto, un estudiante como él no habría conseguido ese lugar por sí sólo. El departamento era de su tío, pero este vivía en los Estados Unidos y había acordado con su madre dárselo para que el muchacho experimentara lo que era vivir sólo. Felipe estaba entusiasmado por la idea, pues se imaginaba una vida de independencia y diversión constante. Hasta ahora, sin embargo, no había tenido nada de eso y ya empezaba a creer que estaría condenado a una vida bastante monótona durante al menos 3 años más.

En esa ocasión, Felipe había tenido que quedarse en la biblioteca de la universidad hasta tarde, estudiando para uno de los exámenes de mitad de semestre. Cuando regresó al edificio, ya había oscurecido. Subió cansado las escaleras hasta el tercer piso y buscó sus llaves en los bolsos de sus pantalones con el gesto automático de costumbre. Al instante se percató de que no estaban ahí. Entonces la búsqueda se hizo consciente: Primero a fondo en su pantalón, camisa, chamarra… nada… luego en la mochila… nada, tantos bolsillos, y en ninguno. Una vez más se exploró mientras la memoria repasaba los sucesos del día… La idea llegó a su mente fugaz mas de inmediato regresó más firme: Ese día había tenido práctica de natación; en los vestidores, había dejado su cartera y otras cosas, incluyendo las llaves, en su casillero. De salida, sin embargo, bien pudo haber tomado únicamente la cartera y dejado otras cosas con la idea de viajar ligero. Ahora le resultaba obvio que había dejado las llaves.

Mientras pensaba que hacer, oyó pasos en las escaleras a su espalda. Se volteó para ver a su vecino llegar. Este lo saludó y le sonrió con simpatía y ya se preparaba a entrar a su departamento (las puertas quedaban frente a frente) cuando se percató de que algo pasaba. Preguntó y Felipe le contó brevemente lo que pasaba y que pensaba irse a dormir con algún amigo. Tras un brevísimo silencio, el vecino le dijo que podría pasar la noche con él, así no tendría que volver a salir. Por cortesía, Felipe lo negó, mas en el fondo tenía un par de razones para aceptar. La primera era que efectivamente estaba cansado y no quería salir a la oscuridad e inquietante soledad de una urbe delictiva. Segundo, desde hacía tiempo sentía algo por su vecino, una mezcla de curiosidad y atracción francamente sexual

El hombre se llamaba Roberto, soltero, gerente de un restaurante. Poco más sabía Felipe de él, pues sólo habían platicado en las escasas veces que se encontraban en el edificio o en sus cercanías. Roberto se había mostrado cordial desde el primero momento y Felipe se sentía cohibido por su franca sonrisa, que dejaba al descubierto unos dientes blancos rodeados por un par de delgados labios, y más aún por su mirada, de ojos grises de un hombre joven, de unos 28 años. Siempre que hablaba con él, Felipe desviaba inevitablemente la mirada hacia abajo, sólo para encontrar su torso firme, o más abajo, hacia la cintura delgada y un poco más, hacia la entrepierna, donde la imaginación de Felipe (¿en verdad lo imaginaba?) le hacía ver un abultamiento como corresponde a un hombre saludable y vigoroso

Roberto insistió y para convencerlo, le dijo que también podría cenar con él, que sería agradable comer con compañía de vez en cuando, en especial cuando era una compañía tan excitante… ¿Excitante? La atención de Felipe despertó ante la palabra y su vista subió rápidamente

¿Cómo, perdón…?

Sí, que sería bueno comer acompañado por alguien interesante. Así que, ¿Qué dices, vienes?

Felipe respondió que sí con más seguridad de la que quería, en un intento por evitar que Roberto no se diera cuenta de la confusión que tenía por no saber realmente que había escuchado.

Pasaron al departamento de Roberto, en cierto modo tan igual como opuesto al de Felipe, como la mano derecha es igual y opuesta a la izquierda, un espejo… Pero también había diferencias. Habiendo vivido ahí más tiempo y teniendo más recursos, Roberto había mandado resanar las agrietadas paredes, cambiado las molduras de las ventanas y puesto un confortable piso de madera, dando un aspecto moderno a la vieja estructura. El lugar entero reflejaba la personalidad desenvuelta de su dueño, incluyendo una cierta sensualidad que se dejaba ver en los sugestivos cuadros que colgaban de los muros, en la forma sinuosa de los muebles y en otros detalles igualmente sutiles, tanto que Felipe se preguntó, mas inconscientemente que de forma objetiva, si era sólo su imaginación o si realmente existía esa atmósfera sensual.

La cena demoró un poco, mientras Roberto la preparaba, insistió en que Felipe permaneciera en la sala, si bien la conversación no se veía afectada, pues la cocina tenía una ventana a través de la cual ambos hablaban sin problemas. La plática era la que cualquier par de desconocidos pudiera tener, Felipe preguntando sobre las actividades de Roberto con una mezcla de cortesía y nerviosismo y éste haciendo lo propio, con una mejor muestra de fingido interés. Poco a poco, Roberto movió la conversación hacia temas que, una vez más, hicieron dudar a Felipe sobre un posible doble sentido. Escuchó sobre cómo los nadadores desarrollaban un cuerpo firme y equilibrado, que se conservaba más tiempo que el que se obtenía con otros deportes, aún después de dejar de practicarlo, cosa que Roberto dijo con conocimiento de causa, pues él también había nadado en la escuela. Escuchó cómo Roberto hablaba de los elegantes hombres que acudían a su restaurante, situado en una colonia exclusivista y de tintes liberales

Finalmente la cena estuvo lista y pasaron a la mesa. Dieron cuenta de los platos con gran rapidez, que al fin y al cabo eran hombres y gustaban del buen comer. Al término, Roberto trajo un par de botellas de cerveza oscura y retomaron la conversación en la sala, Felipe en un sillón de altos brazos y Roberto en el sofá en el que Felipe se sentara poco antes. En este punto, Felipe empezaba a sentirse en confianza. Por un lado, la comida había estado deliciosa, Roberto lo había interesado con una conversación mitad madura mitad bromista y el estrés del día había dado paso a una sensación de cansancio agradable que relajaba su cuerpo. Esa sensación se incrementó gradualmente; alguna parte de la mente de Felipe se dio cuenta de esa energía, casi como calor real que llenaba su boca, haciéndolo jadear; sus pezones, duros y sensibles al roce de las ropas; su miembro, saltando por debajo del pantalón y atrás, su culo, deseoso de algo que nunca había probado. La atención de Felipe estaba en ese hombre, que mientras hablaba suavemente se había acercado a su joven amigo y había puesto una mano recia en su muslo frotándolo con premeditada lentitud.

Felipe no podía razonar a la velocidad de los acontecimientos. Antes bien, parecía que a cada paso, su mente se hacía más lenta, más incapaz de procesar lo que pasaba ante lo cual se despojaba de todos los pensamientos, miedos e inquietudes, para concentrarse en algunos puntos clave: La forma en que Roberto se colocaba frente a él, abriendo sus piernas con las suyas, mientras una mano suya le acariciaba la mejilla y la otra… la otra había tomado la mano del propio Felipe y la había colocado sobre el pantalón de Roberto… No… Sobre el bóxer de Roberto, pues en algún punto, este había abierto su cinturón y había dejado una abertura para que Felipe pudiera sentir más de cerca la dureza y calor de su falo erecto. Felipe lo palpaba por encima de la tela de la prenda ajustada, mientras su mente daba vueltas en un mareo que nunca había sentido.

A partir de ese momento, Felipe perdería la noción del tiempo y viviría los acontecimientos focalizados en sí mismo y en Roberto, olvidando en su mayor parte lo que le rodeaba… Roberto lo desnudó rápidamente, besando su piel en diversos puntos: Al quitarle la camisa, beso su cuello; con los zapatos, un tobillo; con el pantalón, los muslos; con la trusa… ahí se detuvo y sólo uso un dedo para rozar sus testículos y su pene hacia arriba, hacia el orificio que a tal provocación dejó escapar una pequeña gota de fluido

Se sintió levantado del sillón, la piel de los brazos en contacto con su cuerpo, pues Roberto también se había desnudado. Fue colocado boca arriba, con las piernas sostenidas hacia arriba de algún modo, no sabía exactamente cómo ni donde estaba… Sólo supo de una caricia en sus nalgas, era Roberto untando lubricante en su culo; y a continuación, un dolor inesperado cuando el miembro fino y largo de su vecino penetró su virginidad sin contemplaciones. Felipe gritó una sola vez y luego sólo gimió, cada vez más débil, mientras la penetración continuaba, cada vez más fuerte, conforme su orificio se relajaba y se dilataba. En cierto momento sintió que la carne que lo invadía se convulsionaba, lista para arrojar en sus entrañas su carga, consumando el acto de posesión, haciendo a Felipe propiedad de Roberto, por haberlo marcado en su interior. Cuando finalmente llegó, el momento se prolongó, fluyendo sin límites como el suspiró que Roberto emitió, junto a la corriente blanca que se abrió paso por sus 17 cm hacia el interior de Felipe

Cuando despertó, le confundió el cuarto en el que estaba, por no conocerlo. Tardó unos instantes en darse cuenta de que estaba en casa de su vecino Roberto, quien la noche anterior le había dado de cenar y luego lo había cogido sin prejuicios, haciéndolo conocer por primera vez lo que era ser tomado por un hombre… ahora estaba ahí, las sábanas a un lado, tan sólo con un bikini negro, pensando en esa realidad que era casi un sueño, cuando entró Roberto, perfectamente vestido, listo para ir a trabajar . Buenosdías, muchacho. Te dejo listo el desayuno. En la regadera, la llave del agua caliente es la de la derecha. Ten muy buen día y ojalá encuentres tus llaves, ¿eh? Felipe sólo pudo decir gracias antes de que Roberto saliera del cuarto. Todavía sintió cuando cerraba la puerta del departamento.

Felipe tuvo un día normal en la escuela ese día. Tomó clases, encontró sus llaves, hizo tareas… Normal salvo que esa noche, en su cama, desnudo y masturbándose, pensaba en Roberto y en la carta que había encontrado bajo su puerta al regresar: Si quieres repetir, déjame un mensaje por debajo de mi puerta cualquier día. En la tarde encontrarás la puerta abierta y puedes esperarme mientras llego

Bueno, después de todo, la vida si daba sorpresas