Vecinos - 4.0 El Amo

Ricardo finalmente conoce al desconocido que lo metió en ese juego del gato y el ratón. Aceptará convertirse en su esclavo?

Después de recibir las instrucciones del desconocido, Ricardo pasó las siguientes horas pensando e imaginando cómo sería conocerlo.

Lo imaginó joven, lo imaginó maduro, lo imaginó con cabello castaño y esa voz dominante. O rapado y barbón, como un master de película porno.

Ricardo tragó saliva, mientras leía las instrucciones que le había indicado el desconocido…

Esta vez la cita era a las 14:00. Y esta vez Ricardo ya estaba lubricando de pura emoción. Tenía todo dispuesto. La puerta principal sin llave. La cama matrimonial tendida. Una botella de vino tinto con una copa sobre el buró, junto con un cigarro de la marca que le habían indicado. Ricardo bien bañado, totalmente depilado. Pocos minutos antes se puso en posición. Con el antifaz cubriendo sus ojos, el collar de perro puesto y uno de los dildos ya metido en el fondo de su ansioso culo, se montó en la cama a 4 patas, gateó a la cabecera, la tomó con las manos, alzando el culo y hacia afuera y la cabeza agachada. Espero.

Un ligero chirrido en la sala. La puerta se había abierto. Pasos. Ricardo contuvo la respiración. Unas manos comenzaron a acariciar sus nalgas, provocándole un escalofrío. Se sentía tan bien ser acariciado asi. Tan entregado y tan puto, pensó. De pronto, le dieron una fuerte nalgada. Ricardo resopló un poco pero se cuidó de emitir siquiera un gemido. Las instrucciones era claras: No podía emitir ningún sonido ni hablar hasta que le dieran permiso. Un ruido de metal. Una sensación fría en sus muñecas. Esposas, que lo ataban a la cabecera de su propia cama. Luego un breve silencio y la sensación de alguien atrás de él.,

Las manos comenzaron a acariciar sus flancos, desde su cadera, hasta sus axilas, usando sólo la punta de los dedos, primero suavemente, luego con más fuerza, especialmente en el área de las costillas, sin llegar a arañarlo y luego suave de nuevo. Eso hizo que la piel de Ricardo se erizara de placer. Siempre había reaccionado ante ese tipo de caricias. Empezó a estremecerse por culpa de esa sensación a medio camino entre cosquillas, excitación y dolor. Inconscientemente comenzó a mover el culo, lo que provocó que el dildo en su interior se frotara. El placer fue aumentando hasta que de pronto las manos incrementaron su velocidad, tomando a Ricardo desprevenido. Respingó y sin querer lanzó un fuerte gemido de placer.

El castigo no se hizo esperar, le dieron 4 fuertes nalgadas, 2 en cada glúteo. Inmediatamente después, empezaron a mover el dildo incrustado en sus entrañas, en una mezcla sublime de dolor por el castigo y placer por la estimulación anal. Hubo una pausa. Le retiraron el dildo y Ricardo sintió movimiento.

  • Abre el hocico, perro, abre grande -escuchó.

Ricardo abrió la boca y sintió que le metian algo. Algo metálico. Era algo grande o parecía, ya que tuvo que abrir la boca aún más. Hubo un jalón a ambos lados de la boca y luego presión en su nuca. Estaba abrochando algo. Cuando el anónimo terminó, Ricardo quedó imposibilitado para cerrar la boca. Luego otro ruido de metal y un jalón en el cuello. Estaban atando algo al collar de perro que llevaba puesto. El jalón se convirtió en algo permanente, que no cedía.

  • Intenta hablar, perro. Dime que quieres mi verga en tu culo.

Ricardo obedeció pero solo salieron ruidos incoherentes.

  • Listo. Ahora si, puedes gemir lo que quieras, putito. Escúchame bien. Te voy a quitar el antifaz pero no intentes voltear. De cualquier modo no podrás hacerlo pero debes saber acatar órdenes, ¿de acuerdo?

Ricardo asintió con la cabeza, apenas pudiendo moverla con dificultad. Le quitó el antifaz y pudo ver la razón: Le había atado una cadena desde el collar hasta la cabecera, de forma que apenas podía mover la cabeza un poco hacia arriba y abajo y casi nada a los lados. Se dio cuenta que con el cuello y las muñecas atadas a la cabecera, su movilidad estaba severamente limitada, cosa que seguramente el anónimo aprovecharía. Y no se equivocaba. Las manos volvieron a acariciar sus nalgas lampiñas. Por momentos se introducían en su raja y acariciaban ligeramente su hoyito ansioso y vacío.

  • Eres un putito rico. Tienes el culo deseoso de verga, ¿verdad?

Ricardo apenas podía asentir ligeramente con la cabeza. Sintió como una mano se deslizaba más hacia abajo de su culo, por su perineo, hasta alcanzar sus huevos colgantes. Los dedos se cerraron fuertemente por encima de ellos y comenzaron a jalar hacia atrás. Ricardo gimió. Quiso liberarse pero tuvo que controlarse. Si se agitaba, el jalón podría ser peor. Luchó por quedarse quieto mientras le jalaban los huevos hacia abajo y hacia atrás. El anónimo dejó de jalar pero mantuvo el escroto tenso durante varios segundos, luego lo soltó e inmediatamente le dió una fuerte nalgada.

  • No estuvo mal. Aguantaste aceptablemente. Pero tu escroto es muy pequeño. Tendremos que trabajar con eso después. Me gusta que a mis perros les cuelguen bien los huevos. Ahora vamos a ver otra parte tuya.

Ricardo sintió al anónimo subirse sobre él. Podía sentir su piel caliente y desnuda en contacto con su espalda. Las manos alcanzaron sus pezones y empezaron a pellizcar. La presión no era tan fuerte en el pezón izquierdo, pues el piercing no lo permitía pero comprimió el derecho con gran fuerza. Ricardo se estremeció de dolor y de placer. El estar sometido y no ser capaz de defenderse era frustrante pero ese mismo sometimiento le provocaba una morbosa excitación. Su verga estaba totalmente erecta y rezumaba líquido. Finalmente se detuvo la tortura.

A continuación le propinaron una serie de nalgadas. Ricardo contó al menos 10 en cada glúteo. Sonaron fuertemente contra su musculoso culo, un culo bien trabajado en el gimnasio y que a Ricardo siempre le había causado orgullo. Ahora en cambio, eran dos grandes globos enrojecidos. Al terminar, sintió que le aplicaban algo, una especie de loción, que se sintió muy fría sobre sus nalgas, que estaban calientes a causa de los golpes. Sintió un dedo ingresar en su culo, aplicándole el mismo líquido. El dedo le repasó la pared interna de su recto, moviéndose en círculos. Pasaron algunos minutos y esa extraña sensación fría en su culo se disipó poco a poco pero en su lugar empezó a sentir una leve picazón que aumentó por momentos. Empezó a mover las cadera, en un intento de calmar ese ardor que seguía aumentando. Instintivamente intentó liberar las manos para poder rascarse pero estaba bien sujeto. El ardor aumentaba, en sus nalgas pero especialmente dentro del culo, le entraban ganas incontrolables de rascarse. Empezó a respirar agitadamente. El movimiento de su cadera se hizo más frenético pues ahora la sensación era intensa. Se movía desesperadamente, tratando de liberarse, tratando de frotar sus nalgas contra lo que fuera. Incluso intentó alzar uno de sus talones para frotarse pero apenas conseguía tocarse levemente los glúteos, sin el menor alivio. Escuchaba cómo el anónimo se reía de él, carcajadas sonoras y profundas con esa voz varonil que tanto le gustaba.

  • Eso, puto, me encanta cómo mueves la cola. Debes estar ansioso de que te la meta. Te pica el culo, ¿verdad? Mueres de ganas de que alivie tu necesidad de vergas.

Ricardo respiraba entrecortadamente, pedía ayuda pero el aro de metal convertía sus súplicas en gemidos, mugidos y alaridos de bestia en celo. Como tenía la boca abierta, la saliva le escurría como si fuera un perro hambriento. Le ardía el culo y necesitaba alivio.

Finalmente su Amo se apiadó de él. Sintió la caricia de sus fuertes manos alrededor de ambos glúteos. A pesar de que su piel estaba roja e irritada por las nalgadas que había recibido recién, la necesidad de calmar el ardor era tanta que inmediatamente se sintió aliviado con las caricias de su Amo. Ricardo se sorprendió al darse cuenta cómo había empezado casi automáticamente en pensar en el anónimo como en su Amo. El frote de las manos de su Amo calmó parcialmente sus ansias y dejo de mover las nalgas con tanto frenesí

  • Te gusta, verdad? Ya intuyes que te voy a dar lo que necesitas. La verga de tu Amo en tu culo de puto. A ver, quiero que me digas si quieres verga. Mueve la cola.

Ricardo agitó el cuerpo obscena e indignamente, tal era su necesidad de ser penetrado. Sin embargo, recibió una fuerte nalgada como respuesta

  • Asi no, no muevas el tronco, flexiona la cadera para que sólo se mueva tu culo, como buen perrito.

Ricardo intentó nuevamente, esta vez, doblando la cadera a izquierda y derecha y tratando de mantener el cuerpo quieto desde el ombligo hacia arriba. Debió hacerlo mejor porque esta vez recibió una caricia en su trasero enrojecido. Acto seguido, sintió y oyó cómo su Amo se le acercaba y pronto sintió la cabeza de esa verga que tanto le gustaba rozar su culo, que aún necesitaba alivio interno. Se mantuvo expectante, conteniendo la respiración. El gran glande de su Amo se abrió camino entre sus entrañas, frotando placenteramente su recto y aliviando casi de golpe el ardor que lo consumía. Ricardo soltó un bufido reconfortante. Se sentía tan bien cuando ese falo comenzó a bombearlo, raspando su interior, aliviando su sufrimiento. Su verga y todo su cuerpo reaccionaban, generando oleadas de placer que le hacían gemir gozosamente. En la medida que su limitada movilidad lo permitía, empezó a agitar el culo para clavarse más.

  • Excelente, putito, muévete asi. Date verga tú solo -dijo el Amo, burlándose de la putez del muchacho, de su necesidad de llenarse el culo.

El Amo siguió bombeando a Ricardo un buen rato. La recámara resonaba con los gemidos del muchacho, quien, a pesar de la incomodidad y el cansancio de estar atado y con la boca abierta y babeante, no dejaba de bufar de gusto. Finalmente el Amo anunció:

  • Estás listo, puto? Voy  a llenar tu cola con mi semen de hombre.

El bombeo aumentó y finalmente el gran falo se descargó sobre el hambriento culo de Ricardo. El morbo de saberse lleno de la leche de su dueño, junto con la prolongada estimulación, le hizo tener una breve eyaculación. No fue un orgasmo pero sí una expulsión de semen que se unió a la gran mancha de precum que mojaba todo el colchón. El Amo sacó su verga del culo de Ricardo, que escurrió el semen recién ordeñado. Ricardo sintió el líquido caliente resbalando por sus huevos y le provocó un escalofrío de gozo saberse lleno de mecos.

  • Eres muy buen material para puta, perrito. Creo que aceptaré ser tu Amo. Cierra los ojos un momento.

Ricardo obedeció y su Amo le desató las muñecas y el cuello de la cabecera de la cama. También le quitó la mordaza. Una gran cantidad de saliva le cayó de la boca, adolorida por estar abierta tanto tiempo.

  • Ahora escucha bien, quiero que te des vuelta, manteniéndote en 4 patas como el perro que eres. Mantendrás la cabeza baja y vas a suplicarme ser mi perro, obedecerme y complacerme. Sólo hasta que yo te diga podrás abrir los ojos.

Ricardo asintió en silencio. Se volteó sin abrir los ojos y con la cabeza agachada. Sabía que frente a él estaba ese hombre, ese desconocido que de alguna manera lo había dominado, desde el dia que le llamó por teléfono. Sin entenderlo, Ricardo lo había aceptado. Ese hombre era su Amo y él debía aceptar su dominio.

  • Amo, por favor. Soy sólo un puto que necesita verga para estar feliz. No valgo nada pero necesito que me permita ser su perro, su esclavo. No importa si me usa o me abusa, yo estaré feliz de complacerlo y obecederlo.

Las palabras salieron naturalmente de su boca, sin esfuerzo. Los dos sabían que era así.

  • Muy bien, esclavo. Aceptaré ser tu Amo. Obecederás mis órdenes y mis deseos y a cambio te daré un poco de ese placer que los putos necesitan. Quiero que levantes la cabeza y me veas. Que veas lo que es ser un macho de verdad.

Ricardo abrió los ojos y finalmente conoció a su Amo. Frente a él estaba ese poderoso hombre. Ese cuerpo moreno y lampiño, de espaldas anchas y músculos bien definidos, muslos gruesos y potentes, brazos formidables. Y finalmente su cara. Era un hombre de edad media, quizá 35 o 36 años, de mandibula cuadrada y nariz afilada, cejas pobladas y cabello negro corto y lacio. Sus ojos oscuros lo veían con ese mismo dominio que emanaba de todo su ser. Su sonrisa torcida era fácil de explicar: Ahi estaba él, fuerte y poderoso, mientras que Ricardo estaba arrodillado y sumiso. No podía ser de otro modo. Sin que se lo ordenaran, Ricardo abrió la boca y engulló la verga de su Amo, para limpiarla de semen. La acción fue bien aceptada. Su Amo lo acarició suavemente la cabeza, como el buen perro que era...


Dudas y sugerencias, bienvenidas. Espero les guste la historia de Ricardo. Próximamente, veremos qué sucede con Ramiro también.