Vecinito 3

Penúltima entrega de el trío con mi vecinito y mi mujer

Mi madura esposa y el jovencito empezaron unos movimientos parsimoniosos, sin pasión. Con un susurro de mi voz fue suficiente para que le pusieran más empeño, más intención.

A Ulva, como buena fémina no le costaba contener el orgasmo, no así al muchacho al que se le veían los denodados esfuerzos por contener la eyaculación. Me impacienté, quería correrme y se me ocurrió algo más divertido. Gateé hasta los pies de la cama bajándome de la misma y dije:

-Ahora voy a daros la espalda, dentro de un rato me daré la vuelta, cuando os vuelva a mirar el que esté encima me recibirá por el culo.

Pude ver sus caras de asombro, y sus intenciones de decir que no, pero en el tiempo que hacia que vivía con Ulva jamás me había visto con aquella expresión, como me dijo después ella misma parecía que algún diablo me hubiera poseído. Continué hablando:

-Pero tenéis que continuar follando los dos, si cuando os vuelva a mirar no estáis follando o ninguno de vosotros está encima... ¡me cabrearé mucho!.

Si yo hubiera gritado no habría obtenido un efecto tan fulminante. Mi voz presa del morbo y la rabia contenida, sonaba calmada pero con un aire demencial en el tono, como si todo en mi fuera rabia y sexo.

Decidí jugar al escondite con ellos, conté mentalmente hasta cien, disfruté escuchando los ruidos de el somier y los esfuerzos de ambos por colocar encima de la follada al otro.

Cuando me giré, lo que vi me hizo gracia y me excitó en igual medida: Ulva se movía como presa de un ataque encima de Pablo, que la tenía asida por la cintura con los dos brazos. Me interesaron poderosamente los movimientos que hacían las nalgas de mi esposa tratando de zafarse del masculino abrazo. El pollon del joven se hallaba más metido que nunca en el interior de la vagina femenina.

Entre dientes musite:

-El que no este escondido, su tiempo ha perdido...

-¡No...! - dijo secamente Ulva continuando con sus esfuerzos.

-Shhhh... tranquila cariño – dije subiéndome la la cama de un salto y apretando las femeninas nalgas contra la pelvis del jovenzuelo – lo haré dulcemente.

Mis palabras la relajaron. Empece a dejar de empujar sobre aquellas blancas nalgas al tiempo que las separaba con suavidad, conteniendo todo el chorro de sensaciones que me impulsaba a ser salvaje. Vi aquel ano, no por conocido menos bonito, color rosado pálido, cerrado, apretado, contrayéndose por los movimientos que hacía mi mujer sobre su jovencisimo amante.

Inicié el beso negro más profundo que halla dado en mi vida, pasando mi lengua por toda la espina dorsal de Ulva, concentrándome más en el camino que iba recorriendo que en el destino que deseaba alcanzar.

Aquellas nalgas no paraban de moverse haciéndome difícil el paso de la zona lumbar al ano. Cuando por fin llegué lengüeteé con abundante saliva para ablandar la zona. Volviendo a apretar las nalgas hacia abajo, evitando el movimiento recorrí con mi lengua del ano ella a los testículos de él. En el aire solo habían suspiros y quejidos, hasta ese momento.

-Ahhh... me chupa los huevos... mmmmm... me corro... me corro... mmmm... - dijo en chico suspirando

-Nooooo... - gritó Ulva – aguantaaaaaaa.... un poc-pocoooo... mmmmmm.....

Pablo acompañó sus palabras con una levantando sus caderas de forma exagerada, haciendo que sus testículos amenazaran con entrar en el refugio solo reservado para el pene. En lugar de ello me los introduje yo en la boca, dándoles una intensa succión, lo cual intensifico el orgasmo de Pablo.

-¡Joder! - gruñó Ulva - ¡Creí que te había enseñado a aguantar!

El que no aguanté fui yo, escupiendo varias veces en mi mano, me lubriqué el glande con abundante saliva y colocándome en cuclillas apunte mi erección al ofrecido ano. Ulva se revolvió como una serpiente intentando evitar la penetración, pero mis manos sobre sus omóplatos le impedían la tarea pero sus movimientos me hacían imposible la penetración.

-¡NO!¡POR EL CULO NO! -gritaba mi esposa

-¡CALLATE!¡JODER! - le grité a ella – Pablito, anda, se bueno y ábrele las nalgas a esta puta.

-Si.. claro... - dijo entrecortadamente el aludido.

Mientras el chico le abría salvajemente las nalgas a Ulva, casi clavando las uñas en las marmórea carne, yo la sostenía por los hombros, apuntando mi verga al apretado ano sin emplear las manos. La verdad es que me costó un mundo que la punta entrara, pero una vez entró no tuve miramientos, de una sola y potente estocada perforé el ano que tantas veces mi conciencia me había negado a mi mismo.

-Mmmmmm.... que apretado.... aaaaah... que apretado tienes el culoooooooohhh... aaaaaahhh.... toda la polla dentro... aaaaaaaaaahhhhg – dije con el ansia reflejada en mi voz.

Ulva apoyaba su mejilla en el hombro de nuestro joven amante, abría y cerraba la boca sin decir nada, con los ojos fuertemente cerrados y las lagrimas brillando en su rostro. Por un momento me dio pena, pero mi instinto de venganza no me permitió liberarla. Martilleé aquel ano con fuerza y velocidad creciente, con más ansia por hacer daño que por sentir yo placer. La voz de Pablito interrumpió mi martilleo.

-N-no... no puedo... resp... respirar... m-me.... me ahogo...

No era para menos, el jovenzuelo estaba soportando el peso de mi mujer y el mio. La poca conciencia que me quedaba me hizo ver que mi ansia por provocar dolor no debía llegar al extremo de dañar a nadie irreparablemente. Pero yo deseaba perforar aquel ano.

Coloqué mis brazos entre Ulva y Pablo, uno a la altura de los enormes senos, estrujando uno de ellos con fuerza, el otro a la altura de la barriga de mi esposa. Con un fuerte golpe de riñones introduje mi cipote al máximo, hasta los testículos, en el distendido ano que aún hacia fuerzas para echar la carne invasora que tenia dentro.

De un movimiento brusco, conseguí quedar tumbado boca arriba, con mi esposa sobre mí. Pasaró unos segundos antes de que Ulva se diera cuenta de que tenía cierta libertad de movimientos, durante esos segundos se quedó quieta, dando fuertes contracciones involuntarias con su esfinter, esas contracciones me aproximaron peligrosamente al orgasmo.

Previendo que mi esposa empezaría a moverse la sujeté fuertemente por las caderas, manteniendo sus nalgas pegadas a mi pelvis y mi hombría dentro de aquel apretado tubo de carne. Para cuando empezó a moverse lo único que conseguía era un irregular movimiento de mete y saca que me mantenía en los límites del aguante.

Giré mi cabeza a la izquierda encontrándome la cara de Pablo a solo un par de centímetros de la mía. Tenía los ojos entrecerrados y su respiración era lenta y profunda, como recuperándose de un gran esfuerzo. Aquellos ojos entrecerrados, plenos de satisfacción me impulsaron a darle un beso de piquito en los labios.

-No te quedes quieto chaval. Haz algo

-¿El que? - contestó Pablito indicándome con la vista su entrepierna, húmeda de jugos y esperma, pero ausente de erección.

-Porrrr... favor... - oí el inconfundible acento de Ulva que hablaba sollozando – sac... sácame la p-polla

-¡CALLATE! - grité alzando mis caderas para forzar más la enculada - ¡JODER!...

-N-no seas así- balbuceó Pablito – le haces daño

-¡No empieces tu también! - dije lanzando mi mirada más agresiva - ¿quieres hace algo por ella?

-Si... claro..

-Pues empieza a comerle el chocho.

Pablito no dijo nada solo me miró con cara de repugnancia.

-¿Que?¿No querías sexo? Pues el sexo aveces es así. Venga empieza.

Al mismo tiempo que el muchacho se levantaba para tomar posición, yo separé las piernas de mi esposa colocando mis rodillas entre las de ella y separandolas luego. Los intentos de Ulva pos liberarse de la enculada cada vez eran con menos energía.

Los movimientos de la cama me indicaron que el chaval se había colocado de rodillas entre nuestras piernas.

Durante unos instantes no hubo movimiento alguno, incluso llegué a pensar que Pablo no lo podría hacerlo. De pronto oí su voz, hablando casi en un imperceptible y sollozante susurro, diciendo:

-Es... es tan bonito Ulva. Lo... lo siento. Tu culo... tan... tan abierto.... con esa... polla dentro.... sus huevos... están tan... tan separados...

Los dedos del muchacho, de piel fina, me acariciaron levemente los testículos por un solo momento. Mis sentimientos encontrados hicieron que saliera a flote un control sobre mi orgasmo como el que jamas había tenido. No obstante si la caricia hubiera durado un poco más yo habría eyaculado sin remisión.

Pasaron largos minutos antes de que empezara a notar la humedad de la asquerosa mezcla de saliva, flujos y esperma que manaba de la vagina de Ulva. Solo unos segundos más tarde mi hombría, que hasta ese momento había estado erecta, totalmente introducida en el recto de Ulva, pero sin que se percibiera movimiento alguno, empezó a sentir las fuertes contracciones del ano de mi esposa, al mismo tiempo que sus caderas empezaban a moverse de arriba a bajo, al principio con mucha lentitud.

Perdí de vista el mundo, todo mi ser parecía estar en mis genitales, en el control de mi orgasmo. Solo oía la voz de Ulva, lejana, como si la estuviera escuchando a través de un tabique de ladrillo.

-Así... a la pipita... ahora mete la lengua dentro.... mmmm... sacala... aaaaaaaahhhhh... asssssí... arrastala... por la pipitaaaaaaahhhh... mmmmmmm.... aaaaaaaahhhhh...

El muchacho, de tanto en tanto, dejaba su trabajo buco-genital para repetir, una y otra vez, embargado en un sollozo:

-Que... bonito... pero que bonito es esto...

El tiempo se contrae cuando lo pasas bien, cuando lo pasas como yo en aquel momento el tiempo queda en nada. Las contracciones del ahora abierto ano de Ulva se tornaron cada vez más fuertes y más continuas. Hasta que pasó lo que tenia que pasar:

Ulva levantó sus caderas para que la lamida de Pablo fuera más profunda. Casi al instante yo levanté las mías para poder sentir las poderosas contracciones orgasmos de Ulva en toda la superficie de mi badajo. Entonces todo estalló. Ulva dio una serie de alaridos repletos de frases obscenas:

-¡PUTOS...!¡CHUPA COÑOS DE MIERDA...! ¡AAAAAAAHHHHH...!¡PUTO MARICON...!¡ME... ME CORROOOOOOOHHHH...!¡CHUPAME MÁÁÁÁÁSSSS...!¡AAAAAAAHHHHH...!

Manteniendo las caderas femeninas un poco separadas de las mías, me fue posible iniciar una serie de penetraciones, rápidas y profundas. Sentía las contracciones orgásmicas tan fuertes que resultaban dolorosas, incluso con la lubricación extra procedente de la vagina de mi esposa, que ahora encharcaba mi paquete genital por completo.

Cuando noté que las contracciones empezaban a aflojar decidí que era el momento de liberar toda la excitación y la rabia de aquella noche.

-Pablito, chupame los huevos... vamos, ahora.... me quiero correr ya... chupalos...

El jovenzuelo no esperó nada para cumplir mi solicitud. Uno de mis testículos fue rodeado por los jóvenes labios. La succión no fue tan potente como lo que yo hubiera querido, pero si fue húmeda, cálida y ansiosa.

Cuando se inicio mi orgasmo mi esposa, por algún motivo, apretó su esfinter y sus nalgas con fuerza al rededor de mi cimbel, impidiéndome todo movimiento.

-Mmmmmmm.... me vengo... ya está... ya... ya... por tu culo.... por tu puto culo.... ya... yaaaaaa... yaaaaaaaaaahhh... mmmmm... toma leche.... por el culoooooh.... mmmmmm....

Es materialmente imposible describir el placer que produce un orgasmo así, solamente aquellos de mis lectores que hallan vivido algo parecido se harán una idea del placer que sentí. No solo fue el placer físico de la descarga sexual, tanto tiempo ansiada, fue también la sensación de placer que produce el liberarse de toda la rabia, del instinto de venganza, a través de un casi doloroso orgasmo. Aunque suene escandaloso fue una experiencia que estaba rozando la religiosidad.

Mi conciencia volvió a mi. En mitad de los resuellos por el esfuerzo sufrido instruí a Pablo para que se retirara y girando sobre mi mismo pasé a colocarme sobre mi esposa, extrayendo inmediatamente mi aun erecto pene de sus intestinos. Aproximé mi cara a las nalgas de Ulva separandolas con cuidado, con temor. Su ano, abierto en forma de gran “O”, se veía repleto de blanco esperma al fondo, pequeñas contracciones lo iban cerrando poco a poco. Se veía muy enrojecido, pero no sangrante, no parecía que en mi arranque de ira se hubiera producido ninguna lesión grave.

Pablo puso su barbilla sobre la nalga derecha de Ulva y besó toda la zona peri-anal con cariño sin parar de repetir:

-Que bonito tienes el ano... pero que bonito... es maravilloso... así todo abierto.

Llevando mi mirada a la entrepierna del muchacho ví su media ereccion. Comprendí en aquel momento que debía compensarlos a ambos por el placer recibido, por haber hecho que me liberara de mis celos, de mi ira. Acerqué mi cara a aquella lampiña barra de carne y...

(CONTINUARÁ)

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