Vecindario - al final del dia
Primero de los relatos en una escalera muy peculiar
Juan subía la empinada escalera de su domicilio con la cara congestionada por el esfuerzo. No es que a sus 60 años no pudiera con aquellos cuatro pisos, era la ausencia de un motivo para subir lo que provocaba aquella desgana.
Hasta donde alcanzaba su memoria siempre había sido muy activo, en todos los aspectos, con su difunta mujer corrió aventuras de todo tipo. Ella había fallecido de aquella maldita enfermedad que la torturó durante más de 10 años, dejando a Juan con la sensación de que le quedaban muchas aventuras por vivir, pero sin tener con quien no le apetecían en solitario.
En el rellano del segundo piso se cruzó con aquel hombre que bajaba raudamente la escalera, con la cabeza gacha, que mirando solo el suelo, musitó un “buenas tardes”. Juan no pudo evitar una media sonrisa. “Otro cliente de Anita” pensó. Juan no entendía porque los clientes de las prostitutas se empeñaran en tratar de ocultarse de esa manera, en aquel viejo barrio se sabia quienes venían a cambiar su dinero por sexo precisamente por esa actitud.
Nunca le había molestado que Anita, aquella joven de 25 años, vecina de la vivienda debajo de la suya, se dedicara al oficio más antiguo del mundo. Sobre todo porque, en ocasiones, su mujer y él, habían aprovechado el sonido procedente del suelo para excitarse tanto que habían acabado haciendo el amor como posesos.
Al llegar al tercero miró la segunda de las cuatro puertas del rellano, la vivienda de Anita. Pensó en llamar a la puerta y preguntarle cuanto le cobraría por una sesión completa, pero no, no lo haría. No lo haría no por que la chica no fuera físicamente de su agrado, por supuesto que le gustaba. El motivo era más sutil, lo que realmente excitaba a Juan era sentirse sinceramente deseado. Ademas solo hacía 40 días que era viudo, consideró que era demasiado pronto.
Al otro lado de aquella puerta, en la alcoba de la vivienda, Anita cubría su despampanante cuerpo mojado con una gran toalla de baño, Sentada en la cama frente al gran espejo del ropero, se miró en el pensando aún le quedaba bastante dedicarse a aquel oficio con cierta dignidad. Miró el reloj de la mesilla, las ocho y media, en media hora llegaría el próximo cliente. Cuando iba a levantarse llamaron su atención los ruidos procedentes de la alcoba del piso superior, miró hacia arriba y el espejo del techo le devolvió su propia imagen.
El ruido de aquellos pies calzados con botas de trabajo era inconfundible, lo había oído miles de veces. Continuaron los ruidos de el armario ropero al abrirse, los pasos calzados con zapatillas dirigiéndote al cuarto de baño, los ruidos del agua de la ducha al caer. Todo muy familiar
La veterana pero joven meretriz no perdió el tiempo tratando de escuchar más, se deshizo de la toalla arrojándola al suelo, dejando su magnifico cuerpo expuesto al tibio aire del dormitorio. Adecentó la cama, la necesitaría para el próximo cliente, mientras lo hacia admiraba su generoso cuerpo, pechos abundantes con pezones marcados, nalgas redondeadas, vientre plano ingles depiladas a la brasileña.
Anita se dirigió a la cocina, desnuda, segura de su propia intimidad, los cristales ahumados de las ventanas no habían sido baratos cada ventana le había costado un par de servicios. Mientras se servia el primer café de su jornada, escuchó como Juan cerraba el agua de la ducha. Siempre le había molestado que sus vecinos de arriba disfrutaran del matrimonio mientras ella atendía a algún cliente, pero ahora añoraba aquellos ruidos, eran ruidos de amor, de sexo disfrutado sin tapujos. “Ojala yo pudiera oírlos a los dos una vez más” se dijo a si misma en voz alta y dio un suspiro. Pero ya nunca más volverían aquellos sonidos,
Juan se miró en el espejo del baño entrecerrando los ojos, lo que marcó más las arrugas del borde de sus ojos. Analizó aquella cara que le mostraba el espejo. Nunca fue guapo y con la edad tampoco le había mejorado. A su prominente nariz le habían salido un par de pequeñas verrugas, su barba de tres días era entrecana y los parpados empezaban a ser colgajos de carne. Terminó de secarse saliendo al pasillo llevando en la mano la húmeda toalla y las sudadas ropas de trabajo.
Igual de desnudo que siempre, Juan, pasó por la cocina y entró en el pequeño balcón interior en el que estaba la lavadora. La barandilla no tapaba nada de su desnudez, pero no le importó en el aquel piso las únicas personas que le podían verle ya estaban acostumbradas a verle pasear desnudo por su casa. Concentrado en tratar de poner la lavadora como Mercedes, la que fuera su esposa, le enseñó no percibió la sombra que se movía en el balcón de enfrente.
En la segunda puerta de aquel mismo piso la señora Lola estaba en su cocina, con la luz apagada, como siempre a aquella hora, esperando atisbar aquel cuerpo que desde hacía más de diez años se le mostraba con tanto detalle.
A sus casi 80 años, viuda desde hacía más de 20 años, se engañaba a si misma diciéndose que no había nada malo en mirar, que si solo miraba no ofendía la memoria del que fue su marido. La minúscula barriga de aquel hombre, poblada de canas, aquellos brazos robustos, aquellos pectorales cincelados por el duro trabajo físico, por no mencionar aquel colgajo de carne que la hacía enrojecer cada vez que miraba. Como siempre miró solo unos segundos, después marcho corriendo al comedor, presa, también como siempre de un sentimiento de culpabilidad sin limites.
Cuando Lola llegó al comedor se sentó, mirando la vieja foto del que fue su marido. Miraba sin ver, la única imagen que ocupaba su mente era la de aquel pene, que incluso en reposo tenía el doble de tamaño que el del hombre de aquella raída foto,
La anciana no fue consciente de como su gata, Zindy, se subía en su regazo. Su mente divagaba entre los recuerdos, pero no eran los recuerdos de su marido, el único hombre que había amado, el único al que se había entregado, los recuerdos se fijaban en aquella maldita noche, aquella noche de hacía algo más de diez años: se había despertado sudorosa y sedienta, encendió la luz del dormitorio, también la del pasillo, pero ¿por que no encendió la de la cocina? ni ella misma lo sabia. El ruido del centrifugado de la lavadora de Mercedes llamó su atención y lo que vio la cambio para siempre.
El balcón de enfrente estaba iluminado por la mortecina luz instalada en el balcón de sus vecinos. Totalmente en cueros, encima de la lavadora estaba Mercedes, con Juan entre sus piernas. Lola pudo ver claramente como los enormes pechos de sus vecina se movían rítmicamente con el centrifugado, pero lo que la le reseco aún más la garganta lo que le produjo aquel acaloramiento en su zona lumbar, lo que humedeció su entrepierna fue ver el tamaño del instrumento que estaba penetrando a su vecina.
Su vecino no es que fuera Priapo, simplemente era que el difunto marido de la anciana no estaba para nada dotado.
Lola siguió recordando como aquella hombría penetraba a su vecina, recordó los mugidos de la pareja, la velocidad frenética de aquella copula, la brillante barra de carne que castigaba la femenina vagina. Creyó volver a oir los gritos de Mercedes en el paroxismo de su orgasmo:
-Aaaaaahh.... aaaaaahhh.... dam-dammmme.. dame pollaaaaaaaahj...
Volvió a ver como Juan forzaba a Mercedes a arrodillarse en el suelo, mientras este se masturbaba en su cara, por solo unos instantes, luego los berridos de él:
-Toma... toma... toma... leche... guarraaaaaahj... gaaaaaaahhhh..
La respetable señora Lola revivió la salida de aquellos disparos de esperma dirigidos a la cara de su vecina, revivió como Mercedes frotaba todo aquel néctar por su cara, revivió el humedecerse de sus bragas, revivió el orgasmo que aquella imagen le provocó. Lo revivió todo con tanta intensidad que su mano derecha se dirigió a su entrepierna por si sola. Con ello solo consiguió que su mano se posara encima de Zindy. “¿Pero que estoy haciendo?” pensó, echó a la gata parda de su regazo y mirando la foto de su difunto dijo en voz alta:
-Siempre te seré fiel... Nadie nos separará jamas
Naturalmente la sonriente cara en blanco y negro no le contestó
Anita abrió la puerta vestida con un largo salto de cama de satén rojo y una sonrisa
-Hola cariño. Eres Toni ¿no?
-Si soy Toni, ¿como estás? ¿eres Ana?
-Puedes llamarme Anita... o como tú quieras
Como buena profesional no dejó que el fastidio que le provocaba aquel nuevo cliente se manifestara en su cara. El tal Toni media un poco más que ella, 1,59 mts, y no pesaría más de 40 kilos. La cara de aquel tipo era una sucesión de arrugas, ella calculó que Toni tendría como unos 80 años.
Los ancianos que visitaban a Anita eran de dos tipos de los que querían hablar o de los que querían meter. Si querían hablar se tomaban su tiempo pero pagaban bien. Si querían meter se tomaban más tiempo aún tiempo que trataban de no pagar, eso si conseguían terminar, las más de las veces no terminaban y la culpaban a ella. Anita esperaba que este fuera de los primeros. Tardó poco en descubrir que este quería meter, lo descubrió cuando al besarla en la mejilla noto los huesudos dedos de Toni clavándose en sus prietas nalgas.
-¿Recuerdas lo que hablamos por teléfono? - preguntó Toni
-Si, claro a ti lo que te gusta es el griego ¿no?
-¿Perdón?
-El griego... por detrás vamos
-Ah, si, eso... También me gusta que me alaguen mis... dimensiones.
-Como a todos los hombre cariño. Pero lo primero es lo primero.
-Por su puesto – contestó el anciano sacando su billetero del bolsillo interior de la americana - ¿Dijimos 50?
-No chato. Ya te dije que el griego son 70 €uros
-Bueno pues 70, ese culito lo merece.
Anita recogió los billetes en un puño encaminándose al dormitorio, seguida de Toni que no paraba de sobarle las nalgas.
Una vez en la alcoba ayudó a desvestirse a Toni. De lo hablado con él por teléfono dedujo que no estaba muy bien dotado, pero solo su profesionalidad le hizo evitar una carcajada. El buen anciano parecía que acababa de salir de algún reportaje de los campos de exterminio, solo era piel y huesos. Al bajar aquellos calzoncillos de algodón, se encontró con una exigua pelambrera de largas canas, los testículos del tamaño de cacahuetes fueron lo primero que vio, en cuanto al pene, Anita había estado con mujeres que tenían el clítoris más largo y grueso.
Juan se había acostado sin cenar, no tenia poca hambre y aun menos ganas de hacerse la cena. Estaba viendo las noticias del día en el viejo televisor portátil. Recesión económica decían, pues a él aquella recesión le iba a costar el empleo, plan de jubilaciones anticipadas lo llamaban. Apagó el televisor y cayo en un duerme-vela, se sentía relajado, pero algo lo sacó de aquel trance. Le apreció oír a Mercedes diciéndole que la cena estaba lista. Aguzó el oido pero la voz no se repitió.
Lo que si llegó hasta él fue, fue la voz de Anita procedente del piso de abajo.
-Joder, que pollon te cargas tío – la escuchó decir
-Coño, pues si que la tienes grande tronco. - dijo Juan en voz alta
-No me cabe casi ni en la boca
En la soledad de su cuarto, Juan fue consciente de la erección que sufría.
-¿Y por que no? - siguió pensando en voz alta
Se mojó los dedos con saliva empezando la dulce caricia que le llevaría al éxtasis. Se sobó a conciencia el cárdeno glande, prestando especial atención a la tira de piel que unía el glande al tronco de su pene. Nunca se creyó un super-dotado, pero en una ocasión, jugando con Mercedes esta se lo midió: algo más de 19 ctms y el grosor de un tubo fluorescente. Según ella lo suficiente para satisfacerla y no tanto como para hacerle daño. El tamaño justo.
Se recreó acariciando el tronco de su bicho.
-¿Me vas a dar por el culo?
-Joder, eso si, romperle el culo a esa puta...
Sus dedos ensalivados adquirieron mayor velocidad por toda la superficie de aquel endurecido miembro. Rodeó todo el palo de carne con su mano empezando unos movimientos demenciales de sube y baja.
-Aaaaaagh... ¡Mi culo! - gritó Anita - ¡Me rompes!
-Ssiiiiiiiii... revientale el culo... revientaselo a pollazos...
Anita solo sentía una leve presión en su esfinter, se había metido en el culo supositorios más grandes. Pero no dejaba de moverse como si la quemaran viva, prestando especial cuidado en que aquel exiguo instrumento no se saliera de sus entrañas y lo fastidiara todo.
-¡Que culo tienes! - decía Toni arrodillado tras la chica, clavado sus dedos en aquellas marmóreas caderas, viendo el bamboleo de los juveniles pechos reflejado en la luna del armario ropero - ¡Pero que culo más apretado tienesssssss..!
En el piso de arriba a Antonio solo le faltaban un par de sacudidas a aquel miembro de marcadas venas, un par de sacudidas y eyacularía.
-Correte cabrón... - sonaba la femenina voz desde el suelo – correte que no aguantooooohjjj...
-¡Dale...! ¡Dale fuerte...! - gritó Juan - ¡Correte en su estomagoooohjj...!
La eyaculación de Juan no se hizo esperar más, un potente chorro de esperma salió disparado y fue a parar a su propia barbilla, los tres siguientes se repartieron por los entrecanos pecho y vientre.
Toni se corrió casi al unisono.
-¡Toma...!¡Toma leche...!¡Por tu puto culo....!¡Gaaaaaagh...!¡Por tú culo bendito...!
-Aaaagh... -chilló la meretriz - ¡Mmmmm...!¡Me quemaaaaaahhhj!.... ¿estás bien?
-Si... estoy bien – respondió Toni
Pese a sus gritos, lo único que Anita había sentido había sido la preocupación de que aquel tipo se le muriera de un ataque cardíaco allí mismo.
Cuando Juan consiguió regularizar su respiracion, miró los efectos de su orgasmo, se sento en la cama y mirando la foto de Mercedes que tenía en la mesilla y siguió pensando en voz alta. Su voz le hacia compañía
-Voy a tener que ducharme otra vez. Lo siento cariño
Durante toda su vida conyugal Juan había sido un hombre fiel hasta la obsesión, naturalmente durante la larga enfermedad de su esposa se había masturbado infinidad de veces, pero aquella era la primera vez que se había masturbado pensando en alguien distinto a Mercedes.
Mientras se duchaba se miraba la bajante erección diciéndose a si mismo que tampoco estaba tan mal dotado, que Mercedes hubiera querido que el siguiera viviendo.
-Puede que lo intente – dijo en un susurro mientras terminaba el aseo de sus genitales.
Tras acompañar a Toni a la puerta, Anita se dirigió al baño para limpiarse en el bidé. Pensando en que le hubiera gustado tener condones para Toni, pero de ese tamaño eran difíciles de encontrar. Mientras se aseaba escuchó el ruido de la ducha en el piso de arriba. “Solo he oído a Juan ducharse dos veces en una tarde cuando follaba con su mujer” - pensó Anita extrañada - “y en el piso solo le he oído a él” no tardó demasiado en deducir lo que había ocurrido, Se sintió satisfecha de si misma y no sabia porque, solo sabía que Juan y Mercedes siempre habían sido respetuosos con ella y que el bueno de Juan, después de 10 años de sufrimiento se merecía empezar a vivir, aunque fuera a su edad.
FIN