Vecinas

Historia real y muy morbosa de dos amas de casa en los años ochenta en España

Esta historia ocurrió a principios de los años 80 en una ciudad española, concretamente en su extrarradio, en uno de esos bloques de edificios tristes y anodinos.

A aquel bloque de edificios llegó Carmen, una mujer de  35 años, sola, independiente y con las ideas muy claras, algo no muy habitual por desgracia en las mujeres de la época.

Su vecina de rellano era Soledad, una mujer de 28 años, casada, tímida y totalmente dominada por su marido, un sinvergüenza 15 años mayor, que la engatusó con mentiras desde el primer día.

Carmen trabaja por las tardes, por lo que estaba todas las mañanas en su casa, una de aquellas mañanas coincidió con su vecina, ambas se presentaron y Carmen le dijo.

-¿Por qué no nos tomamos un café en mi casa a ver si nos quitamos un poco el frío que hace en este maldito edificio?

Y Soledad tras dudar un poco, aceptó.

Entre café y café ambas vecinas se fueron conociendo, y Carmen pronto se dio cuenta que su vecina era una mujer maltratada por el impresentable de su marido, que además de eso, apenas traía dinero a casa. Un día en el que se habían pasado con el anís en el café y ambas tenían la lengua suelta, Carmen le preguntó sin rodeos.

-Dime una cosa, ¿tu marido te pega?

-No, no me pega, no tiene huevos ni para eso.

-Uy uy uy, pero que tenemos aquí, por fin te relajas hablando conmigo, sigue por favor, cuéntame lo que te apetezca, estoy seguro de que te hará bien.

-La culpa en el fondo es mía, yo no le puedo dar hijos, y eso lo pone furioso, y es normal que esté cabreado conmigo.

-¿Y cómo sabes que la culpa es tuya, lo mismo el que tiene el problema es él?

-La verdad es que no sé muy bien de quien es el problema, porque a la hora de la verdad… snif..

Soledad empezó a sollozar, y no pudo acabar la frase, empezó a llorar como una Magdalena, tanto que su vecina y amiga, se tuvo que levantar para abrazarla y consolarla, algo que no fue nada fácil, Soledad acabó abrazada a su nueva y casi única amiga sollozando en su cuello, y Carmen se sintió muy excitada al notar las grandes tetas de su joven vecina pegadas a las de ella, Soledad tenía unas tetas grandes pero estrechas, es decir que le abultaban hacia delante, no hacia los lados, algo que avergonzaba a la pobre chica.

Poco a poco Carmen fue tranquilizando a su amiga, y le dijo que se quedara a comer en su casa, Soledad aceptó encantada ya que su marido no venía a comer.

Mientras preparaban la comida y ponían la mesa, Soledad se desahogó y le contó a su amiga todas las clases de vejaciones, insultos, y humillaciones que sufría a manos del cerdo de su marido, que  por un lado le decía que no valía nada como mujer y que no era nada atractiva, y por otro lado cuando los hombres la miraban por la calle, la trataba de furcia, buscona, con lo que la pobre Soledad estaba absolutamente desquiciada y hecha unos zorros.

Ya terminado la comida Carmen le dijo a su amiga.

-Mira Sole, te puedo llamar Sole?

-Ahí sí, a mi me encanta, pero mi marido me decía que era un nombre de puta.

-Mira tu marido además de ser un malnacido, es un gilipollas.

-Jajajajaja. El anís primero y el vino después habían relajado el ánimo de Sole , que se sentía en el séptimo cielo con su amiga, nunca se hubiera reído así al oír insultar así a su marido, aunque ella sabía que era verdad, incluso que le podría decir mucho más.

-Mira Sole te voy a decir una cosa, quiero que sepas que tú por ser mujer no eres menos que ese payaso que tienes por marido, y no quiero que te vuelvas a infravalorar.¿ Recuerdas que te lo dije el otro día?

-Sí, que nadie es más nadie.

-Exacto, pues quiero que te lo apliques, en primer lugar respetándote y valorándote a ti misma, y ya te dije que cuando quieras abandonar a ese tipejo, yo te ayudaré, ya veremos la manera.

Una cosa era la teoría, y otra la práctica y aún más en aquella España tardofranquista, el caso es que Carmen obligó a Sole a no dejarse intimidar por su marido, y valorarse ella misma como mujer, al decirle aquello, la cogió por el brazo y Sole la miró con una especie de sumisión que la hizo bajar la mirada. Ambas mujeres se turbaron, Carmen que era muy temperamental se dio cuenta que estaba apretando el brazo de su amiga, y aflojó su mano y acarició aquel brazo antes apretado.

Al día siguiente en la mesa de la cocina donde tomaban el café, Sole empezó a decir.

-Anoche lo intentó otra vez, y no supe hacerlo bien, porque tampoco pudo …

-Tampoco pudo follarte, dilo, no pasa nada por decirlo… y quiero que te enteres que tú puedes poner más o menos de tu parte,  pero si tu marido no puede consumar el acto, la culpa es de él, no tuya, debe tener problemas de impotencia, o de lo que sea, pero el problema es suyo, no tuyo, tú eres una mujer de bandera Sole entérate, muchísimos hombres suspirarían por ti.

-No digas eso, soy fea, y tengo este pecho, que parezco un putón, además soy pobre…

-Cállate, en mi casa no digas más tonterías. Mira, hace tiempo te dije que me gustaría ayudarte, y tú me dijiste que te encantaría que te ayudara, pero tú no estás cumpliendo tu parte Sole , tú misma te sigues maltratando, así no se soluciona nada.

Sole empezó de nuevo a llorar, a moco tendido como la anterior vez, y de nuevo ambas amigas acabaron fundidas en un abrazo, de pie en medio de la cocina, Carmen se sentía cada vez más excitada sintiendo los pechos de su amiga presionando los suyos, y Sole se sentía tan segura en los brazos de su amiga que se hubiera ido con ella al fin del mundo. Estando ambas abrazadas, Carmen empezó a acariciar el pelo largo de Sole, se separó un poco de ella,  y sin soltarla  le dijo.

-Tienes un pelo precioso, y si vuelves a decir que eres fea, te pego una paliza que te acuerdas mientras vivas.

Carmen dijo aquello en broma, pero notó como su vecina se estremeció entre sus brazos al oír aquella sentencia, no supo identificar muy bien, el motivo de su estremecimiento, pero juraría que se produjo cuando dijo lo de la paliza, en realidad lo había dicho como una frase hecha, sin mucha más intención, pero ahora que lo pensaba, la ponía cachondísima darle unos buenos azotes a aquel ángel.

Por su parte Sole al oír aquello de boca de su amiga, sintió una punción en su vagina, que hizo que mojara las bragas de manera inmediata.

Ninguna de las dos mujeres era lesbiana, pero…

Una semana más tarde de aquel suceso, en una fría mañana antes de Navidad, volvían las amigas a estar sentadas alrededor de la mesa de cocina de Carmen moviendo un triste café encima de un hule de cuadros.

Sole llevaba un vestido feo marrón que le llegaba por debajo de las rodillas y que aunque lo pretendía no podía esconder aquel espectacular pechamen de su dueña, también llevaba unas medias color carne, con unas zapatillas azules de invierno para combatir el frio, y una chaqueta de punto granate, mientras que Carmen llevaba una falda negra, jersey rojo , medias negras y unas zapatillas chinelas verde oliva, que pese a estar abiertas por detrás, eran abrigadas tanto por la felpa como por la gruesa suela de goma.

-Anoche fracasé otra vez, definitivamente no valgo como mujer.

La mano de Carmen cruzó como un rayo hasta la cara de su amiga, y le pegó un bofetón que le revolvió el pelo a la vez que volvió la cara.

Sole se cogió la cara mientras miraba atónita  su amiga, y su sorpresa fue a más cuando la vio levantarse como una centella, la agarró del brazo y la llevó a azotazo limpio hasta un rincón de la cocina, una vez que la tuvo allí, le remangó el vestido sin miramientos, y levantando su pierna derecha se quitó aquella zapatilla verde y empezó con una sinfonía de zapatillazos sobre las bragas de su amiga que se quedó loca, loca de sorpresa, de dolor y de placer.

-Sujétate el vestido

Sole se apresuró a hacerlo, entonces Carmen de un tirón le bajó las bragas, y se las dejó por los muslos, y le dijo.

-Saca ese culo.

Sole se sintió como una puta teniendo que sacar el culo para que fuera mejor azotado por su vecina, pero lo hizo encantada, en aquel momento se hubiera tirado a un pozo si ella se lo hubiera pedido.

Carmen empezó de nuevo a azotar el desnudo, y precioso culo de su vecina, se le veían las marcas de zapatilla recientes, y aquello la excitó más, y empezó a azotar metódica y concienzudamente las nalgas de su amiga, los chasquidos que producía aquella suela amarilla al impactar con las níveas carnes de Sole eran deliciosas para ambas mujeres.

Le dió una que no se sentó bien en dos semanas, Sole se corrió como nunca, y encima más de una vez, acabó con las bragas por los tobillos, y con los muslos chorreando.

Cuando la paliza llegó a su fin , Carmen dejó caer su zapatilla al suelo, se calzó y le dijo a su amiga.

-Sabes porque te he pegado verdad?

-Sí

-Muy bien, pues ya puedes subirte las bragas.

Sole se las subió como una centella, y muerta de vergüenza, tanta, que después de subirse las bragas y bajarse el vestido, se quedó en el rincón paralizada.

Tras un minuto que se hizo eterno donde Sole no se movía de su rincón como su fuera una niña castigada, le preguntó a su amiga.

-¿Me puedo ir a mi casa?

-Si, vete.

Entonces totalmente avergonzada y sin atreverse a mirarla a la cara abandonó aquella casa, no podía sentirse más abochornada, se había corrido al son de los zapatillazos que le había propinado su amiga, había sacado el culo para que le pegara mejor, y encima al final de la zurra le había pedido permiso para salir de allí, no se podía sentir más humillada, pero aquella humillación a manos de su vecina le provocaba una excitación que casi le impedía respirar, cuando salió de aquella casa llevaba la cara aún más roja que el culo, lo cual no era nada pero nada fácil.

Pasaron los días y Sole evitaba a su vecina, no sabía qué hacer ni que decirle, y decidió el camino más cobarde que era evitarla. Incluso se cruzaron en el mercado, y Sole volvió a esconderse de su amiga, e incluso se fue a casa sin comprar para no cruzarse con ella.

Carmen ya harta de la absurda situación decidió tomar el toro por los cuernos, y un día que vio a su vecina llegar al portal del edificio, la esperó a que subiera y la abordó en el rellano de la casa de ambas.

-Tengo café caliente, ¿no quieres?

-Si, dijo tímidamente Sole.

Entonces Carmen la hizo pasar por su puerta mientras ella la flanqueaba, ambas mujeres se rozaron en la entrada, sólo se oían sus agitadas respiraciones, el ambiente era denso, se podría cortar con un serrucho.

Ambas llegaron a la cocina, Sole se sentó donde se sentaba siempre, y su vecina le preguntó mientras echaba los cafés.

-¿Lo quieres con leche?

-Lo quiero con zapatilla...