Vayamos a cenar algo picante.

Que tu follamigo te lleve a cenar a un mexicano está bien. Pero la forma en la que ella se lo agradece, aún está mejor.

Miriam hablaba entusiasmada. Mientras que con el grupito de siempre se tomaba un bollito light y el café de media tarde, ella hoy, seguía explicando lo bien que lo había pasado con su novio el otro día.

-        Lo hicimos en un probador del Corte Inglés . – admitió. – ha sido lo más morboso que he hecho en mi vida. Estábamos ahí, sin poder chillar,  porque el centro comercial estaba lleno a rebozar, y me cogía tan fuerte que casi temí que mancháramos la alfombra del suelo.

-        ¿Enserio? ¿Pero no te da… cosa? Que te puedan pillar, digo. – suspiró Araceli, encandilada por esa fantasía – imagínate que llega a entrar una de las dependientas, o cualquier señora que se vaya a probar algo.

-        ¡Esa es la cuestión! Lo que más me daba morbo. – sonrió Miriam. – el temor de que alguien te pueda ver hace que se te suba la adrenalina hasta el cuello.

-        Como una montaña rusa, vamos. – dijo Carla, burlándose.

-        No nena. Una sensación mucho más placentera. – dijo Miriam enseñándole la lengua. Entonces miró a Ginebra. - ¿Y a ti que te pasa? Que no dices nada. – sonrió. – venga, cuéntanos, ¿qué tal con Iván?

-        Pues hablando de él, me tengo que ir. – suspiró. – son las siete y aún tengo que ducharme, arreglarme y pintarme. Que me pasa a buscar a las nueve para ir a cenar juntos.

-        Uo, uo, noche de marcha. – respondió Miriam.

-        ¿Marcha? – se rió Ginebra.

-        Iván está muy bueno. – dijo Carla.

-        Y le gustas muchísimo. – añadió Araceli. – Que vaya bien.- dijo dándole los dos besos de despedida.

-        Si, si, ¡que vaya estupendamente! Pero mañana nos cuentas que tal.

Las cuatro se pusieron a reír. Y Gin asintió con la cabeza, antes de saludarlas por última vez e irse.

*

Ya en casa, Ginebra se dio una ducha fría. La pequeña historia de Miriam la había puesto algo caliente. Ella también tenía esa fantasía. Hacerlo en un lugar público. Le daba ese morbo que decía Miriam. Increíble.

Cogió una toalla y se enjugó. Si no dejaba de pensar en las dichas palabras de su amiga, no le habría servido de nada la ducha.

Se frotó con fuerza la cabeza, dejando unos cuantos enredos en su melena rojiza, pero quitando la humedad con la toalla azul cielo.

Se hecho el pelo hacia atrás y se miró en el gran espejo del pequeño lavabo. Ese piso en un principio le había parecido acogedor. Un piso de solterona, pero muy cuco para ella.

Se centró en la imagen del espejo. Se pasó la toalla grande por los turgentes senos adornados por unas cimas de aureola grande y pezón respingón. Abajó la vista, por su estrecha cintura, sus formadas caderas y sus largas piernas. A veces pensaba que no le sacaba suficiente partido a su bonito cuerpo. Siguió observando sus hombros. Sus brazos. Salpicado de pequeñas pecas que tantas veces había odiado de joven. Se detuvo en el triángulo que yacía entre sus muslos. Servido de un recorte de vello púbico a  la brasileña.

Se subió unas bragas  de encaje negras y se colocó el sujetador push-up el cual hacía que sus pechos parecieran que iban servidos en bandeja.

Sin prisas, la hermosa Gin terminó de vestirse, cogiendo un despampanante minivestido  de color turquesa que resaltaban sus propios ojos y unos Peep-toe a juego con la ropa interior.

*

-      ¿Dónde vas tan guapa? – le dijo Iván dedicándole una de sus preciosas sonrisas. Sus ojos marrones se ensancharon al verla bajar por las escaleras de su portal.-Mi Gin, estás espectacular.

Le dio un pequeño beso en la nariz y luego se decidió a bajar a sus labios. Olía a fresas y lirios. Esa chica enloquecía sus sentidos. Jugueteó con la lengua de ella, succionando su labio inferior. Hasta apartarse y observar que lo había dejado rojo. Le dio una palmadita al culo y los volantes del minivestido se balancearon.

-        Pase usted primero.-dijo abriéndole la puerta del acompañante de su Golf blanco perla. Cerró la puerta tras de ella y se dirigió al lado del conductor.

Con una última mirada encendió el motor. Ginebra  se entretuvo a buscar una emisora de radio. Dejó una  en la que  sonaba algo tranquilo y se apalancó en el asiento, mirando las calles pasar, en la templada noche de la ciudad de Barcelona.

-         ¿Dónde vamos a cenar? – dijo ella sonriente. Siempre tan sonriente.  Con esa cara coqueta, que tanto camelaba a Iván.

-        ¿Te gusta  la  comida mexicana? – dijo alternando la vista, de la carretera a Gin y viceversa.

-        No la he probado aún.  – dijo  ella arqueando una ceja. –Bueno, hace tiempo pedí un menú para  llevar. Creo que unos tacos. – Se quedó dubitativa. – sí, unos tacos.

-        Bueno, eso no es nada con lo bien que vas a comer  hoy. Espero que te guste lo picante. – dijo un poco en segundas. Ginebra pronto captó su indirecta.

Iván aparcó en un hueco que encontró frente a una tienda de ropa que  ya estaba cerrada, como la mayoría por la ciudad.

-        Vamos.-le dijo haciéndole una señal con la cabeza.

Aseguró el coche con el mando inalámbrico y la guió hasta el restaurante mexicano.

-        Hola, buenas noches. –les saludó un  hombre con rasgos sud americanos. -¿Mesa para dos?

-        Si, gracias.- le sonrió Iván.

El camarero los acompañó hasta una mesa, tirando al lado izquierdo del local.  Cada mesa tenía unos separadores al lado para que no vieras a tu vecino comer. Eso en ocasiones resultaba un poco incómodo.

-        Aquí tienen las cartas.- les dio una a cada uno y se dirigió al mostrador de nuevo.

-        Mmh, todo tiene muy buena pinta.  –dijo Ginebra. – creo que me pediré una fajita de pollo.

-        Buena elección.- le contestó Iván. – entonces yo pediré unos nachos con carne.

Ginebra miró hacia atrás y levantó la mano para que se acercara uno de los camareros. El de antes vino con una pequeña  libretita.

-        Y bien, ¿Qué tomarán los señores?

-        Para mí, unos nachos  con carne.- dijo Iván gesticulando cada palabra con las manos.

-        ¿Y para la señorita? – dijo el chico sonriéndole a Ginebra.

-        Para mí una fajita de pollo, gracias.

-        ¿Y para beber?

-        Yo una margarita. – pidió ella.  - ¿y tú quieres otra?

-        Tengo que conducir.  – Iván negó con la cabeza.- tráigame una botella de agua  fresca. Gracias.

El camarero asintió y  con una leve inclinación de cabeza se fue hacia  lo que sería  la  cocina.

-         Que calor hace aquí. – dijo Gin, quitándose la chaquetita negra y dejándola a un lado.

-        Me hacen gracia tus  pecas. -  dijo Iván mirándole el cuello y  los  hombros.

-        Pues yo las odio.

-        ¿Por qué? Son hermosas. Besaría cada y  una de ellas. – Él se inclinó  para pellizcarle una mejilla.-estás divina hoy.

-        Gracias mi amor.

-        Una pelirroja como tu, deja atontado a cualquiera.

Ginebra le iba a contestar que no era para tanto cuando la gran margarita se  plantó frente a  sus narices.  Alzó la mirada para agradecerle con una sonrisa al camarero. Ella paseó su  dedo por el borde adornado con sal. Luego lo chupó, mirando a Iván, que  la  contemplaba cono una mirada fija y penetrante.

Entonces Gin, se acordó de la historia de Miriam. Los  probadores del  Corte Inglés. Hacerlo en un probador de un centro comercial.  Ginebra miró a su alrededor. Aún que tuvo que alzar el cuello para poder ver por encima de los separadores, de  lejos se notaba que había bastante gente. Pero un calor sofocante la empezó a irritar por dentro.  Le encantaría practicar sexo en un restaurante.

Dio un largo sorbo de su licor.  Hacía tanto tiempo que no bebía que se mareó.

-        La fajita para la señorita.-dijo el tipo de antes dejando dos enormes platos encima de la mesa. – Y los nachos para el señor.

-        Gracias. – dijeron ambos al unísono.

Gin se quedó mirando la enorme fajita de pollo. Entre el mareo del alcohol, la atracción por Iván, el ambiente morboso, las palabras de Miriam.  Y ahora esto. ¿Por qué había elegido las fajitas? Alzó la mirada a Iván, que se deleitaba  en su apetitoso plato. Gin observó cómo untaba los triangulitos de maíz con la salsa. Y a la boca.

Perversas imágenes le pasaron por la  cabeza. Acto que hiciera que su braguita de encaje empezara a mojarse. Sonrió. Quería que Ivan se pusiera cachondo a su vez. Cogió la fajita ‘forma fálica’, de donde  por la punta se escapaba un cacho de pollo y lo atrapó con los  dientes. Consiguió lo que quería. La atención de Iván.

Ginebra intentó sacar su lado más sexy y guarro a la vez. Cogió su margarita y paseó  la lengua por el borde lleno de sal. Luego dio un sorbo al licor, mojándose los labios, haciendo que le brillaran.

-        ¿Qué pasa Iván? – le masculló a su ligue. -¿No tienes hambre?

Pero Iván tenía otro tipo de hambre. Y mucha. Observó detenidamente como la cerda de su follamiga sorbía la salsa que se derramaba de su fajita. Cogió con los dedos otro cacho de pollo y… ¡dios! Nunca había visto a nadie comerse con tanto erotismo un cacho de pollo.

Iván no podía dar un bocado más a su plato. Era demasiado entretenido mirar a Ginebra

Dio un respingo al notar como algo apretaba su entrepierna. Miró directamente hacia abajo y se encontró con el pie de Gin. Estaba poniéndolo durísimo. Sentía como la palma del pie de ella lo acariciaba de arriba abajo. Y lo que más lo excitó es que ella seguía comiendo como si nada. Y  como comía…dios santo.

Gin le daba suaves apretones a la empalmada polla de Iván. La ansiaba con fuerza, pero lo único que podría hacer ahí mismo sería calmar un poco lo que ella misma había producido. Sin prisas, como siempre, dejó  lo que quedaba de fajita en el  plato. Cómo había disfrutado de ese plato. Y como disfrutaría ahora. Sonrió, dirigiendo sus ojos almendrados hacia Iván y empezó a chuparse uno por uno los dedos  de la mano derecha, donde aún quedaban restos de salsa.

-        Me  he  puesto perdida. – ronroneó como una gata. Y succionó su dedo índice sin perder el contacto visual con su chico.

Con la izquierda cogió la copa de margarita y se la terminó de golpe.

-        Me pasas una servilleta?- le pidió a él.

Iván movió la cabeza  para volver al mundo real. Se dedicó a terminar la cena y le dio una servilleta a Gin. Ella la tiró a  propósito.

-        Ups.  – dijo con puro teatro. – mira que  soy torpe.

Se agachó a buscarla. Y se escondió debajo de la mesa.

-        Ya cogerás otra. -  dijo Iván metiéndose un nacho en la boca.- será por ser…

Casi se ahoga al sentir como las manos de su Gin le intentaban desabrochar los pantalones.

-        ¿Se puede saber qué haces? -  dijo él susurrando.

Pareció que  las trompetas y la música mexicana sonaban más fuertes.

-         Quiero darte placer. –dijo ella sin ningún tipo de remordimiento. –deja que te la chupe aquí, ahora mismo.

-        Pero Gine… oohh… - jadeó al sentir como le mordisqueaba el tronco por fuera del calzoncillo, delicadamente.- no me hagas esto….

-        Te va a gustar.

Y dicho esto, puso el mantel de la mesa  entre medio de los dos para que  nadie pudiera ver nada. Incluido Iván. Que con la peor maestría del mundo, intentó comer algún otro nacho. Pero no podía. Las manos le empezaron a temblar. Aunque abajo momentos antes había sentido mucha tensión en los huevos, ahora Ginebra lo estaba aliviando a base de bien.

Sintió como succionaba uno de sus huevos. Y él creyó correrse allí mismo, en ese instante. No  podía estar más cachondo. Y su polla no podía estar más tiesa.

Los dientes de Gin volvieron a recorrer dulcemente su tronco, hasta encontrar la cima. Lo que buscaba.  Su sensible glande. Hinchado, rosado.  Para ella. Lo lamió con ímpetu, como si de un polo de fresa se tratara.

Iván necesitaba verlo.  Apartó el mantel de la mesa para encontrarse con la imagen más erótica.

Gin engullía su nabo sin miramientos. Una y otra vez, arriba y abajo. Esos ojos tirando a verdes no dejaban de mirarlo. Él no pudo evitar entreabrir la boca al sentir como tragaba aquella zorra sedienta de polla.

-        Así, así. – susurró Iván. – chúpala, más, trágatela  toda, toda, hasta las pelotas.

Ella se elevó un poco para atracar con su propio miembro. Succionó a la vez que acariciaba decididamente las tensas pelotas de  Iván. Iba a venirse pronto como siguiera a este ritmo.

Y como si pudiera leer sus  pensamientos, ella empezó a mover rítmicamente la cabeza, tan rápido que él pensó que se atragantaría y  los pillarían. La multa que les podía caer por estar haciéndolo en un sitio público era poco… pero ese era el morbo de la situación.

Un pequeño gemido se escapó dela garganta de Gen. Tan ronco y espeso. Iván no podía aguantar más.

-        Vas a tragarte toda mi lefa, putita.- le dijo alzando su cara por la barbilla llena de babas. Iván se sujetó la polla y acarició una de  las mejillas llenas de saliva de Gin con esta. Frotó sus labios con el glande y Gin sacó la lengua para acariciarle aquel fruto maduro una vez más. Él se deleitaba con la imagen… que al fin y al cabo parecía sacada de una peli  porno. – tú has empezado esto, tú lo terminas, cariño, cómemela y trágate toda la leche, ¿sí? Que no caiga ni una gota al suelo.

Gin asintió, súper excitada. Lamió por un rato las venas que se le marcaban alrededor de toda la tranca y seguido la volvió a mamar intensivamente. Iván sintió rozar su campanilla. Vio como Ginebra se estaba masturbando debajo de la mesa.

Entonces no pudo más.

Sus huevos se tensaron más delo que estaban, se le puso la piel de gallina. Apretó los dientes, mientras sentía como su semen caliente empezaba a salir a borbotones de su polla hinchada y mojada por  la saliva de Ginebra. Y ella tragaba. Como una buena  perra  terminando con su trabajo, tragaba todo lo que Iván dejaba ir. Y la corrida fue larga. Vaya que si lo fue. Lo suficiente  para llenar la dulce boca de Gin de puro chorro blanco.

Iván se colocó como pudo su pene de nuevo en los calzoncillos, y luego se abrochó el pantalón. Verdaderamente, estaba más que a gusto. Ginebra se pasó  los dedos por el contorno de los labios para comprobar que  no había rastro del esperma de Iván. Se estiró,  haciendo petar alguno de sus huesos.

Y de pronto llego el camarero. El corazón de Gin se aceleró. Llega a venir un poco antes y los echan a patadas, está claro.

-        ¿Necesitan algo? ¿Están disfrutando de su comida?

Ginebra y Iván se  miran cómplices.  Sonríen.

-         Nada gracias. Y  si, está todo perfecto, la comida esplendida. – dice Gin.  – es el restaurante donde he estado mejor servida.

-        Me alegra oír eso, señorita. – El camarero observó su copa vacía. - ¿Quiere que le recargue la  margarita?

-        Si, gracias.

Se alejó con una bandeja y la copa.

Gin tenía algo bueno… realmente bueno de lo que fardar con sus amigas. E Iván… bien…la comida mexicana había pasado a ser su favorita.