Vaya suerte

Cuando el deseo se impone el pecado es inevitable, entonces pasa lo que pasa. Tal vez con un poco de suerte, todo puede salir bien. (Historia de una infidelidad)

  • No sabés cómo extraño tus besos, tus caricias… no sabés las ganas que te tengo

  • Ay cariño, yo también te tengo muchas ganas. Me estás tentando

  • Dejate tentar, amor, que yo ya tengo mi mano… ya sabés dónde.

  • Uff… estás haciendo que me ponga malita… ¿la tienes dura ya?

  • No sabés cuánto.

  • Mmmmmm!! ¡Cómo me gusta cuando se te pone así!

  • Se me pone así por vos, preciosa.

  • Ay cariño, lo siento mucho pero ahora no va a poder ser.

  • ¿Qué pasa?

  • Tengo que ir a clase y María ya está aquí. Viene a buscarme para ir juntas. Te llamo pasado mañana, ¿vale?

  • Vale, está bien, no te preocupes. Hasta entonces, bebé. Te amo.

  • Y yo a ti, cielo. Adiós

Hacía casi un mes que Ana se había ido a estudiar al extranjero y todavía le quedaban dos meses antes de regresar a casa. Manteníamos charlas telefónicas casi a diario y de vez en cuando teníamos sexo por teléfono para calmar nuestra calentura, pero aún así la echaba mucho de menos, entonces se me había ocurrido darle una sorpresa. Arreglé todo para poder ir ese mismo fin de semana a Edimburgo y visitarla unos días, sabía que era algo que le haría mucha ilusión.

Apenas colgué, el teléfono volvió a sonar y lo primero que pensé fue que se había olvidado de decirme algo.

  • Hola. Sí, ya sé, te olvidaste de decirme a qué hora pasado mañana.- le dije.

  • A las 10 de la mañana… vas a venir por mí, ¿verdad?

Error. Esa no era la voz de mi novia, pero yo conocía esa voz.

  • ¿Ceci? ¿Sos vos? – pregunté sorprendido

  • ¡¡¡Sí!!! ¡Me reconociste! ¿Cómo estás? – gritó ella con esa alocada alegría que la caracterizó siempre.

Habían pasado casi cuatro años desde que me había radicado en España y en ese lapso mi contacto con Cecilia se había limitado a algún que otro e-mail esporádico para saludarnos por los cumpleaños, y poco más. Con Ceci somos amigos desde la cuna. Nuestros padres son de un pequeño pueblo del interior de la Argentina y son amigos de la infancia. Cuando se mudaron a Buenos Aires para buscarse la vida en la gran ciudad, su amistad se afianzó más, así que tanto para mí sus padres como para ella los míos han tenido prácticamente la categoría de tíos, por ende se podría decir que Ceci y yo éramos casi primos. Ella era dos años menor que yo así que siempre la había visto como una niña, sin embargo ya estando los dos un poco más creciditos, se convirtió en una mujer muy hermosa y además muy alegre, entonces aparecieron en mí sentimientos nuevos; pero justo el día en que estaba por declararle mi amor, ella llegó con la noticia de que se había puesto de novia con un compañero de uni. Obviamente este golpe me marcó profundamente y fue por entonces que empecé a proyectar la idea de cruzar el gran charco para buscar mi destino en la vieja Europa. Un par de años después ya lo tenía todo arreglado y cuando estaba casi con un pie en el avión, Cecilia me confesó que estaba enamorada de mí, que no quería que me fuera. Me tocó en lo más hondo, pero aún así no podía echarme para atrás con el viaje y tampoco podía empezar una relación con ella en ese momento, así que entre lágrimas y promesas nos despedimos esperanzados en que más adelante tendríamos otra oportunidad y que el amor que sentíamos nunca se apagaría.

Lo cierto es que el desarraigo ya es demasiado duro de por sí como para además tener que cargar con el dolor de un corazón roto, así que una vez instalado en Barcelona simplemente traté de olvidarme de ella. Al poco tiempo conocí a Ana, una catalana muy guapa, muy cariñosa y de una pasión muy intensa, tanto en la cama como en la vida. Me enamoré perdidamente de ella. Me acompañó en todo momento durante los tres maravillosos años de noviazgo que vivimos y hasta habíamos estado pensando seriamente en matrimonio, cuando Cecilia apareció con esa llamada telefónica desde Argentina, diciéndome que vendría a Barcelona por dos semanas y pidiéndome que fuera al aeropuerto a recogerla.

Traté de actuar lo más naturalmente posible, aunque era inevitable que mi corazón se acelerara en vista de la situación, porque tenía el presentimiento de que estaba a punto de meterme en un lío; pero fui al aeropuerto a recibirla. Ahí estaba ella, tan bonita como siempre y con esa sonrisa que contagiaba. En ese momento me sentí contento de verla, hasta llegué a pensar que era bueno que estuviera aquí.

No tenía reservación en ningún hotel, así que la invité a quedarse en mi casa, después de todo éramos prácticamente familia, o más bien esa fue la excusa. Lo cierto es que en ese momento no entendí muy bien por qué lo hice y mucho menos idea tenía de cómo se lo iba a explicar a mi novia. Para mi desgracia, Ceci aceptó encantada; así que después de dar unas vueltas por la ciudad y de llevarla a comer y hacerla probar el arròs negre, fuimos hacia mi casa para que se instalara, se duchara y descansara un poco.

Mientras Ceci estaba en la ducha revisé los mensajes de mi contestador. Tenía uno:

  • Hola mi amor ¿Dónde te has metido? Te llamo al móvil y no atiendes. Bueno, quería decirte que estaba solita, desnudita y con ganas de escucharte, pero veo que tendrá que ser otro día. Te extraño y que pienso mucho en ti. Hoy es el cumpleaños de mi compañera Sylvie y esta noche da una pequeña fiesta en su casa así que ya hablaremos mañana, ¿si? Te amo.

Efectivamente había tomado la precaución de poner en silencio el móvil para no atender su llamado, solo para no tener que explicarle dónde y con quién estaba. Sé que fue una tontería puesto que no estaba haciendo nada malo, pero por alguna razón en ese momento preferí hacerlo de esa manera. Solo que al escuchar su voz en el contestador estaba entrándome un gran cargo de consciencia. A Ana la amo y de verdad odiaba mentirle. Estaba pensando en esto cuando veo a Ceci salir del baño, con todo el pelo mojado y envuelta en una toalla que cubría desde su pecho hasta apenas sus nalgas, dejándome ver unos muslos perfectos, unas piernas bien torneadas y una figura que se adivinaba de escándalo debajo de ese toallón que la rodeaba. Estaba mucho más buena de lo que yo recordaba. Su sonrisa me trajo de nuevo a la realidad, evidentemente la estaba mirando embobado y ella se había dado cuenta.

  • ¿Todo bien? – me preguntó.

  • Sí…sí – respondí sin saber exactamente a qué se refería.

  • ¿A dónde me llevarás ahora?

  • No se… ¿no vas a querer dormir un poco? El viaje ha sido largo.

  • No estoy cansada, quiero ir a conocer lugares.

Se vistió con una camiseta ajustada que marcaba sus tetas, no muy grandes pero sí exquisitamente redonditas y paradas, y unos jeans que dejaban apreciar lo mejor de su cuerpo, un culo que podría enloquecer a cualquiera.

No tendría sentido describir el recorrido turístico que hicimos esa tarde, pero puedo decir que no fue tan amplio como el recorrido que mis ojos hacían por su cuerpo cada vez que podía. La pasamos muy bien, poco a poco fuimos recuperando la confianza que nos habíamos tenido años atrás, especialmente yo, ya que ella desde que llegó actuaba con asombrosa naturalidad. Lo único que por momentos me perturbaba era pensar en Ana, en el viaje de fin de semana que tenía planeado hacer en escasos dos días y en la manera de explicarle a ella quién era Cecilia y qué hacía en mi casa.

Esa noche cenamos en un restaurante muy tranquilo en el que pudimos charlar un buen rato durante la cena. Me puso al día con todas las novedades de nuestra gente conocida en Argentina, de su familia, de amigos en común, y también de ella misma.

  • ¿Y qué hay del romance? – le pregunté - ¿dejaste algún enamorado en Baires?

  • No – me respondió con una mirada pícara en sus ojos – Vine a buscarlo acá.

Esta respuesta no me la esperaba. Luego de un incómodo silencio, ella echó a reír como si acabara de hacer una gran broma, pero yo no pude reírme. Estaba nervioso, sentía mi corazón correr alocado y solo pude mirarla seriamente. Ella cambió entonces el tono de su voz.

  • ¿Te acordás cuando nos despedimos hace cuatro años? – me preguntó.

  • Sí.

  • La verdad es que vine a buscar la oportunidad que dejé escapar aquella vez cuando te dejé ir.

Quedé pasmado, helado. Acababa de llegar, estaba parando en mi casa, no había pasado ni un día y aquella mina, Ceci, con la que compartí prácticamente toda mi infancia y mi adolescencia, estaba declarándose de aquella manera, trayéndome recuerdos que nunca pensé que ahora podrían afectarme y lo que es peor, despertando una llama de deseo en mí que no podía ignorar aunque lo quisiera. Era claro: estaba caliente con Cecilia.

  • Pero… Ceci… yo no

  • ¿Qué pasa? Vos me olvidaste, ¿no? Es eso – me preguntó bajando la mirada.

  • No, Ceci, claro que no te olvidé.

  • Entonces hay otra chica, ¿tenés novia?

  • No, Ceci, no es eso.

¿No es eso? Claro que era eso. No se qué me llevó a darle esa respuesta. No sé qué pasó por mi mente en ese momento. Quizás la culpa por el hecho de que yo mismo propicié que la charla llegara hasta este punto. Quizás si solo hubiera sonreído ante su broma ahora estaríamos hablando de otra cosa; pero yo mismo estaba complicando las cosas. Y las seguiría complicando.

  • Está bien, perdoname – me dijo ella – no tendría que haberte dicho eso. Olvidalo por favor.

  • Todo bien – le dije mientras tomaba su mano – vamos, que es tarde, ¿si?

Salimos del restaurante y nos dirigimos a mi casa en silencio. Conducía pensativo, ninguno decía una palabra. Cuando llegamos le dije que ella durmiera en mi cuarto, donde tengo una cama de dos plazas, y que yo dormiría en el sofá. Ella aceptó y me dio las buenas noches. Algo había cambiado en ella desde la charla de la cena. Se había ido su alegría, no me habló más que lo justo. Cuando entró en el baño aproveché para ver que en la habitación todo estuviera en orden. Impulsivamente retiré todas las fotos de mi novia que había a la vista, no sabría decir ahora mismo por qué lo hice, pero así fue.

Luego preparé la cama del sofá, me desvestí dejándome solo el bóxer, me puse la camiseta de dormir y me acosté. Trataba de pensar en Ana, que en dos días iba a ir a verla y que estaría con ella, y que además saciaría el apetito sexual acumulado durante este mes que ya duraba su ausencia. Trataba, pero no podía. Solamente reproducía en mi cabeza la imagen de Cecilia saliendo de la ducha envuelta en esa toalla, el sonido de su risa, y aquella mirada del restaurante mientras me decía que estaba aquí por mí. Mi cabeza daba mil vueltas y mientras esos pensamientos me invadían, escucho que Ceci sale del cuarto y se dirige a la cocina. Me incorporo un poco y veo por un espejo que enciende la luz y abre el refrigerador, seguramente buscando algo de beber. Llevaba puesto un camisón cortito que la hacía ver muy sexy, y su piel, de un natural bronceado permanente, me resultaba sumamente atractiva. No pude más. Me levanté y me dirigí a la cocina. Cuando llegué y me paré en la puerta, la primera imagen que tuve fue ella de espaldas a mí, con ese camisoncito que se le transparentaba y dejaba apreciar una diminuta braguita blanca que se perdía entre los cachetes de su culo perfecto. Tuve una erección inmediata. La estaba deseando con locura.

  • Mañana buscaremos un hotel para quedarme, ¿está bien? – me dijo sin voltearse a verme.

  • No, Ceci, no vamos a hacer eso – le respondí acercándome a ella y tocándole el hombro.

Ella se volteó y me miró con sus ojos hinchados. Se ve que había estado llorando. Sentí culpa por lo que estaba a punto de hacer. Por las dos, por ella y por Ana. Pero era demasiado tarde para cualquier intento de represión de mis deseos. Ella era mi manzana prohibida y yo estaba a punto de comérmela, no podía evitarlo. La besé. Al principio ella solo recibió pasiva mi beso, pero enseguida empezó a corresponderme con mucha pasión. Era un beso que se había hecho esperar años y eso se notaba. Mis brazos rodeaban su cuerpo y mis dedos se hundieron en la carne de sus nalgas que eran de ensueño. La apreté hacia mi cuerpo y pude notar cómo mi sexo totalmente erecto se presionaba contra su pubis. Sentía mi respiración agitarse.

  • Vamos a la pieza – le dije. Ella solo asintió y así como estábamos empezamos a desplazarnos hasta la habitación, sin dejar de besarnos, de tocarnos. Cuando llegamos a la cama yo ya había perdido mi camiseta y ella su camisón, dejando al descubierto esas tetas preciosas, con unos pezones duros rodeados de una oscura aureola que enseguida me puse a chupar como un desesperado. Ella gemía mientras ponía las manos en mi cabeza y yo mordisqueaba y lamía esos pezones con gran deseo.

  • Ah, ¿te gustan mis tetas? ¡Qué bien me las comés, mi amor!

"Mi amor"… esas palabras… Ana me dice "mi amor". Pero no estaba con Ana. Estaba siéndole infiel. De todas las novias que tuve, Ana debe ser la que menos se merecía una cosa así, pero era demasiado tarde ya para ataques de consciencia. Demasiado.

  • Me encantan, Ceci, me encantan tus tetas, siempre me encantaron.

Bajé por su cuerpo con mis besos al mismo tiempo que mis manos bajaban por sus piernas con sus bragas. Interné mi lengua entre los pelitos recortados de su pubis y la llevé hasta su conchita que escurría jugosa. La besé, la lamí, la saboreé y ella solo gemía de placer pidiendo más y más.

  • Por Dios… qué lengua… tan maravillosa tenés… cómo me gusta…ah… mmmm….

Escucharla solo me hacía perder la cabeza, estaba muy caliente. Le di duro a su clítoris con mi lengua hasta que la sentí tener su primer orgasmo. Entonces me quité el bóxer mientras la contemplaba. Se veía tan tentadora, tan bella, ¡cuánto la deseaba! Me acosté al lado suyo y empecé a besarla mientras ella bajó su mano hasta mi verga que estaba como un hierro caliente. Me masturbó un rato así para luego darme una de las mejores mamadas de mi vida. Chupaba con una entrega, con unas ganas, con un vicio, que me volvía loco. La detuve antes de que me hiciera acabar.

  • Quiero metértela, Ceci, Te deseo.

  • ¡Si! Hacéme tuya, por favor, yo también te deseo mucho, vení acá cariño – diciendo esto se acostó boca arriba en la cama separando las piernas y tocándose su vagina como invitándome a poseerla.

Cariño. Otra palabra de Ana. No se por qué a esta altura pensar en Ana no solo no me hacía arrepentirme de lo que estaba haciendo, sino que me excitaba aún más. Me coloqué un condón mientras la miraba lujurioso. Me acomodé encima de ella y la penetré lentamente pero sin detenerme, disfrutando milímetro a milímetro cómo iba entrando mi sexo en su jugosa cavidad. Ella gemía de placer.

  • Ay, amor, no sabes cuánto deseaba esto – me dijo al oído.

Yo no respondí, solo comencé un mete y saca frenético. La bombeaba con todas mis ganas. Sentía el choque de nuestras pelvis con cada arremetida. Estaba en mi cama, esa en la que tantas veces había hecho el amor con mi novia, cogiéndome a la mina que más veces había deseado durante casi toda mi adolescencia. Era demasiada excitación, demasiado placer. Aceleré el ritmo, cada vez más.

  • ¡Sí! ¡Así… ah… ah… dame… más… no pares…! – exclamaba ella.

El movimiento era desquiciado, salvaje, los muelles de la cama crujían. No aguanté mucho tiempo más y estallé en uno de los orgasmos más intensos que he tenido, mientras ella gozaba del suyo, el segundo para ella. Quedamos abrazados los dos en la cama, agitados y llenos de transpiración. Estaba satisfecho, ido completamente, volando en una nube, cuando de pronto sus palabras me bajaron a la realidad.

  • Te amo – me dijo – en todo este tiempo nunca dejé de amarte.

¿Qué había hecho con Ceci? ¿Cómo decirle ahora que yo sí había dejado de amarla? Que en verdad amaba a otra persona, que estábamos haciendo planes para casarnos, que esto sólo había sido un impulso, un pecado, un… ¿error?

  • Ceci

  • ¿Qué? – me preguntó apoyando la cabeza en mi pecho.

  • Que yo también te amo.

Nos quedamos dormidos. Al día siguiente ella se levantó antes que yo y preparó el desayuno. Yo estaba tratando de resolver en mi mente el lío en el que me había metido. Tenía claro que a la que amaba de verdad era a Ana, pero romperle el corazón a Ceci no era nada fácil. De hecho era consciente de que decirle que no a lo que sea, no me resultaba nada fácil. Lo primero que decidí fue posponer mi viaje a Edimburgo una semana y aprovechar ese tiempo para tratar de poner las cosas en claro con Cecilia.

Lamentablemente lo único que pusimos en claro fue que a los dos nos gustaba el sexo más que el chocolate. Follamos como animales durante esos días, lo hicimos en todas partes y de todas las maneras posibles. Hasta le desvirgué esa delicia de culo que tiene. Parecíamos una pareja de enamorados. Me las arreglé para evitar que Ana llamara a casa y que Ceci pudiera escucharla. La llamaba yo lo mínimo indispensable. Lo malo es que cada pequeña conversación con ella, por pequeña que fuera, me dejaba una horrible sensación de culpa y me tenía horas atormentado pensando en mi pecado. Sabía que me estaba comportando como un auténtico ruin, y tenía que hacer algo, así que lo hice.

Le dije a Cecilia que tendría que viajar por cuestiones de trabajo y que para cuando yo volviera ella ya estaría de regreso en Argentina. De esta manera yo iría a Edimburgo a estar con mi novia el viernes y volvería el martes, Ceci tenía vuelo para el lunes.

  • ¿Y cómo sigue esto? – me preguntó.

  • ¿Qué cosa?

  • Lo nuestro. ¿Vos me querés de verdad?

  • Sí, Ceci, claro que te quiero – cada vez que decía esto escuchaba una vocecita que me repetía lo tramposo, sucio y vil mentiroso que yo era. - Te quiero mucho, Ceci

  • Yo podría venir a vivir acá para que estemos cerca.

  • No, es que… ¿sabés?… yo estoy pensando en volver a la Argentina. La verdad es que extraño bastante.

Vi un brillo de ilusión en sus ojos. La verdad es que sí la quería. Tenía un sentimiento de cariño muy grande hacia ella. Lamentablemente yo estaba enamorado de otra, pero Ceci había sido mi primer amor y le tenía un aprecio inconmensurable. Por eso no pude hacer otra cosa que dejarla conservar esa ilusión y despedirme de ella con una nueva promesa de amor. ¿Cobardía? No se, prefiero llamarlo compasión.

La dejé en mi casa diciéndole que se sintiera como en la suya y que al partir me deje las llaves con el portero. Era un tipo discreto y además amigo mío así que sabía que por ese lado no iba a tener ningún problema. Nos despedimos y me fui para Edimburgo a ver por fin a mi querida Ana, feliz por cómo habían resultado las cosas. Solo era cuestión de disfrutar los siguientes cuatro días con ella, tratando de que no me atormente la culpa y que todo esto quede como si nunca hubiera sucedido. Entonces al regresar todo volvería a ser como antes.

Ella no me esperaba así que sería toda una sorpresa y eso me emocionaba bastante aunque por momentos temía que se diera cuenta de todo. Que mis ojos delaten mi pecado ante ella y no poder evitar quebrarme. Pero serían solo cuatro días, tenía que poder. Era por el bien de los dos y de la hermosa relación que teníamos.

El viernes por la noche llegué a la residencia estudiantil donde estaba viviendo y aprovechando que no había nadie en la recepción subí directamente hasta la puerta de su habitación para que la sorpresa sea aún mayor. Iba a golpear cuando escuché unos sonidos extraños que provenían de adentro. Al acercar el oído a la puerta no tuve dudas, había una pareja haciendo el amor en el cuarto. Por un momento mi corazón dio un salto, pero luego recordé que Ana compartía habitación con María, una amiga que estaba con ella y que yo conocía, así que me tranquilicé riendo de mis tontos arrebatos y volví a la recepción. Grande fue mi sorpresa cuando en la recepción vi entrar de la calle a Maria que al verme puso una expresión en su cara mezcla de desconcierto y preocupación. Iba a decirme algo pero sin darle tiempo, volví a la habitación hecho una furia, fuera de mí, balbuceando frases como "¡Qué puta de mierda! Vengo a darle una sorpresa y la perra está cogiéndose a un tipo en su propia habitación. Son todas putas, la concha de su madre…" y cosas por el estilo. Me arrepentí hasta de haberme sentido culpable aquellos últimos días. Bastó con un solo topetazo con el hombro para que la insignificante traba cediera y la puerta se abriera, dejándome comprobar una vez más que era un perfecto idiota, puesto que sí había una pareja en la cama, pero ninguno de los dos era mi querida y fiel Anita.

Salí como pude de aquella embarazosa situación, pidiendo disculpas. En el pasillo me encontré a María que venía persiguiéndome desde la recepción.

  • ¿¡Has roto la puerta!? – Me dijo sorprendida – ¡Hombre, pero qué tonto eres! ¿¿Qué haces tú aquí??

  • Nada, vine a darle una sorpresa a Ana y casi me llevo la sorpresa yo – respondí tratando de recuperar la compostura y de reír un poco de la situación.

  • ¡Joder, deberíais poneros de acuerdo para las sorpresas! – dijo María.

  • ¿Dónde está ella?

  • Pues a esta hora, debe estar en tu casa esperándote.

  • ¿¿Cómo??

  • Que sí, que te extrañaba mucho y quiso darte una sorpresa, así que viajó a Barcelona esta misma tarde.

  • ¡Mierda!

  • Ni que lo digas, tío. Vaya suerte.

Me fui de ahí caminando sin rumbo por las calles de Edimburgo. En eso empezó a sonar mi móvil, la llamada provenía desde mi casa. No atendí. Solo seguí caminando mientras en mi cabeza se repetían las últimas palabras que Maria me había dicho. Lo único que se puede decir cuando el último giro de la ruleta sentencia tu destino y lo perdés todo: vaya suerte.