Vaya par de cabronas

(Ilustrado). Un viaje con mis amigos, un hotel de lujo, todos los gastos pagados. Lo único que faltaba era una tía para echar un buen polvo.

Vaya par de cabronas

(Ilustrado). Un viaje con mis amigos, un hotel de lujo, todos los gastos pagados. Lo único que faltaba una tía para echar un buen polvo.

Es posible que muchos de los que lean este relato, principalmente si compran algún periódico deportivo gallego, se hicieran eco de una noticia que apareció en los mismos a finales del pasado mes de septiembre.

Un modesto equipo amateur de la provincia de Lugo, formado mayoritariamente por amigos que se ganan la vida cuidando y ordeñando vacas, contra todo pronostico, ganaba un trofeo futbolístico a nivel regional, poniendo en evidencia a varios conjuntos punteros de La Coruña y de Vigo.

Pues bien, yo formaba parte de ese equipo, y una de las consecuencias de vencer dicho torneo, fue la invitación por parte de uno de los clubes más importantes del país a visitar sus instalaciones y disputar un partido amistoso contra ellos. Ni más ni menos que el F. C. Barcelona.

Jugaríamos con el equipo juvenil en el "Mini Estadi", observados minuciosamente por los técnicos deportivos del club catalán, que tras nuestra proeza, decían estar interesados en varios de los jugadores de mi equipo, aunque por desgracia yo no me encontraba entre las estrellas del club.

Para empezar, os diré que ni siquiera soy muy "futbolero", mas bien estoy en el equipo por la amistad que me une con varios amigos que juegan allí. Odio ir a los entrenamientos, y eso que el campo me queda relativamente cerca de casa, y me jode mucho, que jugando para divertirme, me cosan a patadas los domingos por la tarde y tenga las piernas doloridas los lunes a la hora de comenzar a trabajar.

Como la mayoría de mis compañeros, compagino los estudios con el trabajo en una pequeña granja de vacas propiedad de mis padres. Vivimos de la venta de leche, y nos deslomamos cuidando a los animales. El fútbol es una manera de desconectarse un rato y salir de la rutina diaria.

Pero, ¡Joder!, un viaje a Barcelona, con todos los gastos pagados, en un hotel de lujo, visitar el "Camp Nou", ver el museo del Barça, incluso, con un poco de suerte, hasta conoceríamos a algunos de los jugadores del primer equipo, vamos, una pasada. Por descontado, no era el momento de explicar que yo principalmente siempre había sido más bien "merengon".

Y así fue como a principio de febrero, nos presentamos en la ciudad condal, todos con chándal nuevo, algunos incluso con la ilusión de ser fichados por el club catalán, y la mayoría dispuestos a pasar tres días inolvidables donde lo menos importante era el dichoso partido.

Todos los componentes del equipo somos mayores de edad, pero solo tres, entre los que me incluyo, tenemos menos de veinte años, y quizás por la similitud en la edad, además de la cercanía de nuestra casa, solemos ir juntos a los entrenamientos y a los partidos, y por supuesto, en este viaje también íbamos juntos a todas partes. Incluso habíamos conseguido estar los tres en la misma habitación.

Nuestro primer día en Barcelona lo pasamos recorriendo la ciudad. Visitamos las instalaciones del Camp Nou y el museo del Barça, donde unos cuantos de mis compañeros de equipo se dejaron la mitad de su presupuesto comprando camisetas y otros artículos a precios abusivos.

¡Joder, tíos! A mi esto me parece un robo. – Acabe comentándoles a dos compañeros de viaje. – Encima de que les haces publicidad, te cobran un ojo de la cara por las camisetas, mas bien debería de ser al contrario, tendrían que regalarlas.

En fin, tanto yo como mis dos compañeros de habitación, preferíamos gastarnos la pasta en juergas y no contribuimos a enriquecer aun más las arcas del club catalán. Así que tras salir de la concurrida tienda, y en vista de que teníamos el resto de la jornada libre, decidimos conocer un poco mas de la ciudad condal.

Nos metimos en un restaurante de comida rápida del centro, que resulto ser casi tan caro en comparación con la cantidad de comida que te dan como la jodida tienda de las camisetas, y ya con el estomago lleno y el bolsillo bastante mas vacío, nos pusimos a recorrer las famosas ramblas.

Al menos, en el conocido paseo no te cobraban por mirar, y lo cierto es que alegramos bastante la vista contemplando a la gran cantidad de mozas que deambulan arriba y abajo, unas solas, otras en grupos, y las mas, acompañadas de sus parejas, o lo que fueran.

A ultima hora de la tarde, con los pies mas doloridos que si hubiéramos hecho el Camino de Santiago, decidimos coger un taxi que nos acercara al hotel, al cual llegamos justo cuando se abría el comedor para la cena, y como allí lo teníamos todo pagado, pues eso, a cenar de gorra.

Mientras dejábamos los platos vacíos, estuvimos comentando como habíamos pasado el día, la impresión que nos había causado la ciudad, en general bastante buena, y si nuestra escasa economía daría para un nuevo paseo nocturno por la zona marchosa de Barcelona.

Al final decidimos que antes de salir, estaría bien pasarnos un rato por el bar del hotel a tomar unas copas, ya que podíamos cargarlas al número de habitación. No estábamos seguros de si al final tendríamos que pagarlas o correrían a cuenta de nuestros invitadores, pero decidimos arriesgarnos.

Para nuestra sorpresa, cuando salimos del salón comedor, nos encontramos en el bar con un grupo de aproximadamente una docena de chicas, todas uniformadas, con pinta de azafatas, y con sus equipajes todavía alrededor.

Rápidamente nos instalamos en la barra y empezamos a beber alcohol, considerando a cada sorbo la posibilidad de encontrar marcha sin salir del hotel y observando detenidamente al grupo de mozas que tomaba refrescos a escasos metros de nosotros.

Como ya dije, nosotros tres formábamos el grupo mas joven del equipo, y por más que mirábamos, no encontrábamos entre el grupo de féminas algunas de nuestra edad o inferior, ya que todas aparentaban de veinte años para arriba.

Con subliminales preguntas tanto a los camareros del bar como a otros clientes del hotel, al final descubrimos que se trataba de un grupo de azafatas de convenciones, que se encontraban en la ciudad para trabajar durante unos días en una feria de hosteleria o algo parecido, y habían llegado hacia poco rato desde Madrid.

Algunos compañeros mayores que nosotros probaron suerte con alguna de las chicas, pero estas no parecían estar interesadas en "rollos" nada mas llegar. Además, ya nos habían informado de que a la mañana siguiente empezaba su trabajo en el recinto ferial de la ciudad, y posiblemente tenían pensado acostarse temprano, y lo que es peor, solas.

Tampoco es que hubiera ninguna maravilla entre ellas, la verdad es que para ser azafatas de congresos, yo me las esperaba más "buenorras". Sin embargo, a cada copa que me tomaba, ciertamente empezaba a ver a alguna de ellas verdaderamente deseable. Serian cosas del alcohol.

Al final, con mi copa en la mano, le entre a una morena de tetas grandes, mas que nada porque estaba en un pequeño grupo con otras dos, y como nosotros también éramos tres, lo mismo sonaba la campana, pero lo único que conseguí es que me diera la mano de una forma excesivamente formal y me dijera que se llamaba Mónica sin hacerme mas caso.

El caso es que la tía tenía morbo. Morena, de pelo liso, con su uniforme típico de las chicas que reparten folletos en las ferias, falda clásica por encima de la rodilla y chaqueta a juego, una blusa blanca con los dos últimos botones sueltos dejando a la vista un nada provocativo escote, tras el que te podías imaginar unos pechos casi tan grandes como algunas de las ubres de las vacas de mi padre.

Para completar la vestimenta, todas llevaban un coqueto sombrerito tipo legionario, que les daba un aire de sofisticación. El caso es que volví con mis compañeros, con una sonrisa en los labios pero con el rabo entre las piernas, sin saber que minutos mas tarde se me presentaría una nueva oportunidad.

Yo ya llevaba mas copas en el cuerpo de las que acostumbraba a tomar, y al grupo de chicas donde estaba la citada morena se habían unido otras dos cuando de pronto, tras un involuntario golpe con una pierna, la maleta de Mónica cayo al suelo y de abrió de par en par, esparciendo por el suelo casi todo su contenido.

Estaban justo frente a nosotros cuando varias de ellas se agacharon flexionando las rodillas y se pusieron a recoger la ropa, quedando justo ante mis narices el impresionante trasero de la morena remarcado por la estrechez de la falda y la postura un poco forzada.

Ciertamente era una "tiarrona". Incluso más alta que yo y de complexión fuerte. Sus hombros eran más anchos que los míos, y sus caderas me sacaban al menos tres o cuatro tallas. No era el tipo de mujer que mas me gusta, pero en esos momentos me había despertado la libido.

Sin pensármelo dos veces, me acerque a donde estaba el grupo de chicas, y con la excusa de ayudarla a recoger sus pertenencias, le plante con todo descaro la palma de mi mano en su apetitoso culo, provocando instantáneamente una mirada por su parte que no se sabía muy bien si era de sorpresa o de odio.

Posiblemente, de cada cien veces que hiciera esa misma jugada, en ciento una me responderían con una buena hostia, pero la morena se dedico a mirarme durante unos segundos con expresión seria y como si me estuviera perdonando la vida, hasta que para mi sorpresa termino dedicándome una casi insignificante y corta sonrisa.

A partir de ese momento, conseguí entablar una banal conversación con Mónica. Mis amigos continuaban observándonos a unos metros en la barra del bar, y sus compañeras seguían hablando en un pequeño corro un poco mas separadas de nosotros.

El caso es que poco a poco la fui notando mas receptiva, aunque continuaba con un semblante serio y de vez en cuando me parecía que me miraba como con aires de superioridad. Pero yo estaba cachondo y quería terminar la noche follando, así que poco a poco empecé a tirarle los tejos.

De hecho, en un momento dado, incluso me pareció una chica facilona. Quizás me había dejado llevar por las apariencias del uniforme y me encontraba con una joven como tantas otras, deseosa de echar un buen polvo si se presenta la ocasión. El único problema era que, al igual que yo, ella también compartía su habitación con otra chica.

Con un – No te muevas de aquí. – Se dirigió a una de las azafatas que formaba el corro que la había ayudado a recoger el contenido de su maleta y durante unos segundos estuvo cuchicheándole algo al oído a una de ellas, la cual cada vez sonreía con más frecuencia y movía la cabeza afirmativamente.

Tras un buen rato hablando y bebiendo en la barra del bar, por cierto, todo a cargo de la cuenta de mi habitación, me dijo con una picara sonrisa que no habría ningún problema con su compañera, la cual me fue presentada como Purificación, "Puri" para los amigos. Y con un guiño me invito a que la siguiera.

Su compañera resulto ser una rubia rolliza a la que le sobraban unos kilitos, pero con tal par de tetas que hasta las de Mónica parecían pequeñas. En cierto modo, hasta era lógico que fueran amigas o compañeras, las dos altas, robustas, con buena delantera y generosos traseros, por no hablar del idéntico uniforme que vestían.

Me sorprendió un poco que la rubia nos acompañara cuando nos dirigimos a coger el ascensor, pero como en esos momentos yo ya solo podía pensar con la polla, llevaba la vista fija en las tetas de Mónica, las cuales esperaba empezar a comerme en escasos minutos.

Durante el trayecto del ascensor hasta la quinta planta, La morena se me coloco de frente pegada a mi, arrambandose con su bajo vientre a mi abultado paquete y susurrándome con su cara pegada a la mía lo bien que lo íbamos a pasar juntos, mientras Puri se mantenía a un lado y nos miraba con una maliciosa sonrisa.

Nada mas entrar en su habitación, Mónica dejo su maleta a un lado y me sorprendió agarrandome del cuello y soltándome un largo beso en la boca donde su lengua perforaba literalmente la mía, mientras su mano presionaba mi nuca haciendo que nuestros labios quedaran pegados con una fuerza mayor de la deseada.

Yo pensaba que tras dejar su maleta en la habitación, Puri se volvería al bar del hotel y nos dejaría solos. Sin embargo, tras el sorpresivo y apasionado beso de Mónica, pude observar que la rubia nos miraba sonriente desde el borde de la cama que ocupaba el centro del espacio.

Entonces Mónica me cojeo del brazo y me fue llevando hasta la cama. – Sabes, me ha dicho Puri que le gustas mucho, que desde que habéis llegado al bar se ha estado fijando en ti. – Me comento por el corto trayecto sin dejar de mirarme con esa extraña expresión entre golfa y felina que tenia.

¡Uffff! Como se estaba poniendo la noche. Aunque me sentía un poco mareado debido a la gran cantidad de alcohol ingerido, estaba convencido de que podía ocuparme de las dos mozas, a parte de que ahora ya estaba más que seguro de que eran un par de zorras que iban locas cor hacerse con una buena polla.

El caso es que entre sonrisas y miradas de complicidad, me senté en el borde de la cama y Mónica hizo lo mismo a mi lado, y sin dejar de aventura que iba a ser una noche inolvidable para mi, comenzó a quitarme la chaqueta del chándal mientras la rubia continuaba en pie frente a nosotros mirándonos con una amplia sonrisa.

Tras el chándal también fue la camiseta, y mientras la morena piropeaba mis músculos pectorales y mis brazos, Puri no dejaba de repetirme que iban a pasar toda la noche jugando conmigo y que me esperaban sensaciones que ni siquiera podía imaginar.

Cuando ya me tuvieron desnudo de cintura para arriba y la rubia no se corto ni un pelo al lanzar su boca contra uno de mis pezones para lamerlo libinidosamente, Mónica ya se ocupaba de soltar el nudo que sujetaba mis pantalones, haciéndolos bajar de un brusco tiron junto con los gallumbos hasta mis tobillos, mostrándoles una tranca tan empalmada como pocas veces antes lo había estado.

A continuación, entre las dos me despojaron de las zapatillas deportivas y los calcetines, terminando así de quitarme tanto los pantalones como los calzoncillos y dejándome en pelota picada ante ellas dos, que no perdieron un segundo en comenzar a recorrer todos los rincones de mi piel con sus suaves manos.

Yo aun continuaba sentado en el borde de la cama, con las piernas abiertas, mientras las dos chicas, arrodilladas ante mi, no dejaban de meterme mano en los huevos, el pene y la parte interior de los muslos, mientras me miraban con expresión golfa y me repetían que me iban a follar hasta la extenuación.

En aquellos momentos sin duda me sentía el chaval mas afortunado del mundo, con dos zorras pajeandome y acariciándome las pelotas afanosamente, mi polla mirando al techo y el convencimiento de que la iba a meter en todos y cada uno de los agujeros de las dos mozas.

Estaba a punto de preguntarles cual de las dos me la quería chupar primero cuando la rubia me insinuó algo que casi me hizo perder la concentración. – Vas a ser nuestro puto esclavo. – No recuerdo las palabras exactas pero sonaron algo parecido, y justo en ese momento me dieron la vuelta y me tumbaron boca abajo sobre la cama.

Un poco desconcertado, deje que me acariciaran la espalda, que sus uñas recorrieran mis nalgas y que sus manos volvieran a introducirse por entre mis piernas para continuar manoseándome los cojones, mientras iba recibiendo esporádicos y cortos mordisquitos en mis hombros y mi cuello.

Ellas no dejaban de simular gemidos y exclamaciones de placer mientras recorrían todo mi cuerpo, y a los pocos segundos yo me encontraba de nuevo en la gloria, con la cabeza hundida en la cama, mordiéndome el labio inferior y disfrutando de un extraño masaje que la morena aplicaba a mis genitales a base se pequeños apretones que me producían un extraño pero placentero dolor.

Yo me dejaba llevar, y unos instantes después, mientras Mónica volvía a obsequiarme con pequeños mordiscos en el cuello, note como la rubia, agarrando mis muñecas, que continuaban a mi espalda, hacia deslizar mis manos por la parte interna de sus muslos, subiendo lentamente arriba y abajo, pero reteniendo mis brazos cuando intentaba llegar a su entrepierna.

De pronto note como algo suave se ceñía a mi piel y me impedía separar los brazos. Gire mi cabeza todo lo que pude para mirar mis manos y una punzada de miedo me atravesó el cuerpo cuando vi que Puri había aprovechado el juego de deslizar mis dedos por entre sus piernas para colocarme unas esposas recubiertas con una especie de funda de tela negra.

Me di rápidamente la vuelta sobre la cama, quedando tendido sobre ella, mirando temerosamente a las dos zorras que me observaban riéndose a carcajadas en pie a la derecha del lecho, y con mi pene desinflándose tan rápidamente como se había empinado hacia solo unos minutos.

Me entro un mal rollo en el cuerpo imposible de describir, pero las dos chicas únicamente se preocupaban de reírse mirando como se me desinflaba la polla y me repetían que no me preocupara de nada, que solo íbamos a jugar al juego de "el puto esclavo".

Por mi cabeza ya pasaba la idea de intentar levantarme y arremeter contra las dos tías e intentar salir por patas de la habitación, pero me retenía el hecho de estar completamente desnudo y con las manos esposadas a la espalda. En ese momento ni siquiera caí en la cuenta de que me seria imposible abrir la cerradura de la puerta.

Estaba totalmente acojonado, a la expectativa, cuando las dos zorras se pusieron a acariciarse los pechos por encima de la ropa muy acarameladamente ante mis narices, haciéndose de vez en cuando obscenos gestos con la lengua y dedicándome rápidas miradas a la entrepierna.

Con la boca abierta e inmóvil sobre la cama, observe como se quitaban una a otra las chaquetas, y sus enormes pechos, principalmente los de la rubia, tensaban peligrosamente la tela de sus blancas blusas, que transparentaban tenuemente el perfil de sus sujetadores.

No estaba seguro de creer lo que mis ojos veían, los efectos del alcohol seguían latentes en mi cabeza. - ¡Hostia puta! ¿No seréis tortilleras? – Acerté a decir cuando las dos se disponían a ir desabrochando los botones de las blusas y se mofaban de lo pequeña que se me había quedado la picha.

Pero cuando las prendas superiores de las dos tías se abrieron ante mis ojos y aparecieron ante mi aquellos dos pares de tetas comencé a ponerme nuevamente berraco, lo que acrecentó aun mas si cabe sus ya casi histéricas risotadas, para acabar diciéndome Mónica que no me perdiera ni un solo detalle del espectáculo.

En esos instantes yo no sabia si quería salir corriendo o si deseaba que aquellas dos mozas me hundieran sus grandes tetas en la cara para lamer todo lo que pudiera y mas, pero cuando Puri se termino de quitar la blusa y observe en su brazo izquierdo un tatuaje de mas de treinta centímetros semejante a una extraña mascara africana, volvió a darme muy mal rollo. No era lo que esperaba ver bajo la ropa de una azafata.

Las dos llevaban los sujetadores más grandes y de estilo antiguo que yo había visto en mi vida. El de Mónica parecía mas grande, y le abarcaba todo el pecho mostrándolo como dos campanas puntiagudas, pero el de la rubia parecía de unas tallas menores de lo que realmente necesitaba y por encima de los bordes sobresalía algo de carne fofa que no cogia dentro de la copa.

Mientras yo estaba pendiente de aquella impresionante delantera, las dos chavalas procedían a soltar los corchetes de sus faldas, e instantes después estas se deslizaban a lo largo de sus musculosas piernas hasta quedar en el suelo, mostrándome unas bragas tan obsoletas como los sujetadores.

Lo que mas me llamo la atención es que las dos llevaban una de esas prendas que se colocan en la cintura y que mediante dos tiras flexibles sirven para sujetar las medias por encima de los muslos. No tenia ni la menor idea de cómo se llama ese artilugio ni lo había visto puesto a ninguna chica antes de ese día.

A continuación, y diciéndome Mónica que quería volver a ver como se me trempaba la polla, comenzaron las dos a magrearse, a acariciarse las tetas, a tocarse el culo una a la otra, y a darse apasionados morreos mientras entrelazaban sus piernas y de vez en cuando me dirigían una furtiva mirada para ver lo que había crecido mi pene.

Aunque yo aun no las tenia todas conmigo, lo cierto es que mi pene no las defraudo, y unos segundos después de estar mirando como se daban el lote entre ellas, mi tranca ya volvía a tener una extensión y un grosor considerable, lo que las animaba a aumentar sus magreos.

Así pasaron unos cuantos minutos más. Mónica parecía ser la que dirigía aquel particular espectáculo, y de vez en cuando dejaban de meterse mano mutuamente y se dedicaban durante un corto espacio de tiempo a pajearme la polla, a veces lo hacia Puri, y las mas, la morena me agarraba la tranca tan vigorosamente que llegaba a producirme dolor.

En tales circunstancias, yo no sabia si aquellas dos eran lesbianas que querían jugar un poco conmigo o lo que deseaban era ponerme aun mas cachondo restregándose una contra la otra. Lo cierto es que cuando me masturbaban lo hacían de una forma frenética, incluso apretando los dientes, y mas que darme placer, comenzaba a dolerme la polla.

Estaba acostumbrándome a la situación e iba loco por que cualquiera de ellas me hiciera una buena mamada, pero con el ímpetu sexual que aparentaban, incluso me daba miedo que en un arranque de locura me soltara un bocado en el pene, y de momento me limitaba a observar como Mónica metía una de sus manos entre las piernas de la rubia.

Ellas continuaban exagerando sus gemidos y jadeos y en ningún momento me parecieron reales. Era cierto que se aplastaban los pechos una contra otra, que se sobaban las nalgas clavándose casi las uñas en la piel y que se tocaban mutuamente el coño por encima de las bragas, pero principalmente seguían riéndose y mirándome la cara de bobo que yo debía de tener.

Me preguntaron varias veces si me estaba gustando el numerito, a lo que yo respondía afirmativamente con la cabeza casi por miedo, sobre todo cuando se colocaban cada una a un lado de la cama y mientras Puri me destrozaba la polla a base de fuertes meneos, la morena me sobaba y me apretaba los cojones con mas fuerza de lo que a mi me hubiera gustado.

Empezaba a sentir cierta incomodidad por mi forzada postura, sobre todo en los hombros y los brazos, que continuaban esposados a mi espalda cuando en un pequeño lapsus de morreos Mónica se dirigió a su maleta y se puso a buscar algo en su interior.

Se me pusieron los ojos como platos cuando vi en sus manos un largo y grueso consolador negro provisto de correas para sujetarlo a la cintura, el cual meneaba ante su cara sin apartar los ojos de los míos y recorriéndolo con su lengua en toda su extensión, mientras la rubia preguntaba mimosamente a mi derecha si aquel juguetito era para ella.

Lo primero que hizo entonces la morena fue gatear desde los pies de la cama por entre mis piernas hasta colocar el dildo al lado de mi pene para compararlos, lo cual aun me ridiculizaba mas, ya que el aparatito ganaba con creces a mi estándar herramienta, que además en esos instantes no estaba en su mejor momento.

Cuando quise reaccionar, Puri volvía a pajearme frenéticamente haciendo que mi anterior dolor de polla volviera a acentuarse, mientras la morena mantenía sujetos mis huevos tan fuertemente que ya no debía de correr la sangre por ellos, mientras me animaba a que consiguiera empinarme tanto como abultaba el negro consolador.

Así me tuvieron unos minutos, pero eran tan brutas masturbándome que lo único que conseguían era que mi tranca fuera disminuyendo de tamaño debido al dolor, no obstante he de reconocer que hubiera sido imposible rivalizar don el dildo aunque entre las dos se hubieran turnado a mamarme la polla durante toda la noche.

En vistas del fracaso, las dos cabronas desistieron en su empeño y colocándose en el margen derecho de la cama, la morena comenzó a colocarse el dildo, ayudada por Puri que le hecho una mano a enganchar las hebillas de la parte posterior.

Una vez Mónica se hubo colocado el juguete, nuevamente se enzarzaron en sus libinidosos juegos. La rubia se arrodillo obscenamente ante su compañera, y mientras se restregaba las manos por todo lo largo y ancho de sus enormes pechos, se puso a chupar y lamer el negro consolador al tiempo que Mónica meneaba sus caderas con exagerados gestos sexuales.

Algunas veces también imitaba los típicos movimientos que haría si estuviera masturbando una verdadera polla, y se llevaba una mano a su entrepierna mientras la morena se acariciaba todo el cuerpo y le hacia obscenos gestos con la lengua.

¿Quieres ver como me la follo? ¿Te gustaría ver como le hundo mi juguetito en su coño mientras mi amiga te chupa la polla? – Me decía la morena moviendo su pelvis contra la cara de Puri y hundiéndole completamente el dildo en la boca. Y como yo solo miraba y no le contestaba al final me soltó: - ¿Por qué no contestas? ¿No serás una puta maricona que solo sabes tocarle el culo a las tías?

Dicho esto, y tras un escueto: - Vamos a follarnos a esta nenaza. – Por parte de Mónica, las dos tías se vinieron nuevamente hacia la cama, me cogieron una por el brazo y la rubia por la pierna izquierda y bruscamente me dieron la vuelta dejándome de nuevo boca abajo.

Intente girar la cabeza con una expresión de terror en los ojos justo en el momento en que Puri se sentaba a horcajadas sobre mi trasero inmovilizándome con su peso y sujetándome las muñecas esposadas. Mientras, pude distinguir como la morena se dirigía a la maleta y revolvía en su interior.

Ya no se trataba de mal rollo ni de leches. Comencé a decirles, o a suplicarles casi, que me soltaran, que quería marcharme de allí y que ya no tenia ganas de follar ni de juegos ni de nada mas que no fuera perder de vista a esas dos locas.

Pero su única respuesta fue que segundos mas tarde, mientras la rubia me obligaba a torcer hacia atrás la cabeza debido a un fuerte tiron de pelo, Mónica hacia pasar lo que me parecieron unas bragas a través de ella y me las colocaba en la boca a modo de mordaza mientras me comentaba riéndose: - Esto te va a doler un poco, chavalito.

Una vez que tuve la boca tapada y solo podía emitir ininteligibles sonidos, Puri se retiro de encima de mí y lo siguiente que note es que dos pares de manos se aferraban a mis tobillos y tiraban de mí hacia los pies de la cama, hasta colocarme casi arrodillado sobre un estrecho banco colocado allí para quitarse los zapatos.

Temiéndome lo que iba a suceder a continuación, comencé a mover la cabeza a uno y otro lado en señal de negación, pero inmediatamente, los fuertes brazos de la rubia agarraron la cadena de las esposas y me hizo levantar las manos hasta que un fuerte dolor atenazo mis hombros por la forzada postura, al tiempo que Mónica me soltaba un tremendo cachete en una de mis nalgas que debió de dejarme el trasero completamente colorado.

Mientras intentaba hundir lo máximo posible la cabeza entre las ropas de la cama para disminuir el dolor de mis hombros, pude notar como la morena metía sus piernas entre las mías, obligándome a abrirlas hasta llegar casi a un ángulo de noventa grados, mientras sin parar de reírse me decía que me iba a follar hasta el fondo, que ese era el precio por haberle tocado el culo.

Yo intentaba por todos los medios salir de aquella situación, deslizarme hacia delante sobre la cama para quitar mi culo de su alcance, pero Puri me sujetaba firmemente los brazos totalmente doblados hacia atrás y su mano libre se aferraba a mi pelo sin dejarme mover la cabeza.

Un segundo después, ya note como la punta del consolador se apoyaba en mi trasero entre risas y carcajadas de las dos putas, y colocando una de sus manos en mi muslo izquierdo, con una penetración que apenas duro dos segundos, Mónica me metió el negro dildo hasta el fondo, notando como sus ingles topaban con mis nalgas.

¡Joder! El dolor fue fortísimo, como si una barra de hierro al rojo vivo hubiera entrado por mi culo y llegara hasta mis intestinos, sentí una especie de fogonazo por dentro que creo que me llego hasta el pecho, y en ese momento no podría decir que es lo que estaba mas abierto, si mi culo o mis ojos.

¿Te gusta, maricona? Si que te gusta, lo noto en tus gruñidos. – Me gritaba la morena cuando empezó a menear sus caderas y a follar mi culo como si de un tío se tratara. – Más vale que te guste, porque te voy a estar follando hasta que sea de día, hijo de puta.

Agarrada a mis caderas, me embestía cada vez con más fuerza, y yo sentía que tenía una fogata encendida dentro de mi cuerpo. Además, empezaba a perder la sensibilidad en los hombros debido a la fuerza que la rubia hacia sobre ellos. Por suerte, ya no me tiraba del pelo y ahora se conformaba con sujetarme la nuca fuertemente contra la cama.

No se cuanto tiempo estuvo aquella hija de puta dándome por culo, pero si recuerdo que tras lo que a mi me pareció una eternidad, ya no tuve fuerzas para resistirme, y con los ojos llenos de lagrimas solo deseaba que terminara de una vez con su venganza y me dejaran salir de allí.

Sin embargo, Mónica parecía cada vez mas en forma y en modo alguno disminuían sus embestidas, repitiéndome una y otra vez que le dijera que me gustaba, que quería que me rompiera el culo, mientras entre las dos se turnaban en darme cachetes en el trasero hasta el punto de que me dolía como si en el me hubieran clavado un millón de alfileres.

Al final, con el grueso consolador perforando mi culo una y otra vez sin descanso, perdí todas mis fuerzas y me di por vencido. Llore de dolor, llore de impotencia y llore de humillación a moco tendido, pero para lo único que me sirvió fue para que se rieran aun mas de mi y continuaran insultándome, llamándome puta maricona, nenaza y chulo gilipollas.

Cuando aquellas dos cabronas notaron que ya no me resistía, Puri dejo de aplastarme la cara contra la cara, lo que fue un pequeño alivio, aunque las bragas que me habían puesto en la boca a modo de mordaza, empapadas ya completamente de mi propia saliva, comenzaban a dificultarme la respiración.

Momentos mas tarde, no se le ocurrió otra cosa a la jodida rubia que meter su mano bajo mi vientre y comenzar a darme tirones en la polla como si me estuviera ordeñando a lo bestia. Eran tan fuertes las sacudidas que me daba, que si le hubiera hecho lo mismo a una de las vacas de mi padre, el animal rápidamente le hubiera soltado tal patada que la habría mandado a varios metros de distancia.

Esto aun animo mas a Mónica, que sujetándome por la cadena de las esposas, se apoyaba en ellas para coger impulso y embestirme con una fuerza que jamás hubiera imaginado que podría tener una mujer, impidiendo además, por el modo de agarrarme, que pudiera echarme hacia adelante para disminuir un poco los terribles empujones de dildo que me propinaba.

Como os podréis imaginar, por mucho que la rubia me ordeñara, mi tranca estaba totalmente flácida, y no contribuía en absoluto a animarla las palmadas que la rubia me daba de tanto en tanto en los cojones, casi siempre coincidiendo con nuevas embestidas de la morena.

De pronto, Puri se desentendió de mis pelotas y al momento la vi pasar fugazmente por detrás de su compañera de habitación. Creí que se había cansado de humillarme, pero a los pocos segundos volvió a aparecer a la izquierda de la cama, y no pude menos que horrorizarme al ver que se estaba colocando en la cintura otro consolador parecido al de Mónica.

Yo me desanimaba y me hundía por momentos, y mas al oírlas reírse y decirme que iban a hacer un sándwich conmigo, mientras la rubia, ya con el dildo colocado en su pelvis, se subía a la cama y se arrodillaba ante mi cabeza.

Ya me habían convertido en una especie de muñeco sumiso cuando Puri se dispuso a sacarme las empapadas bragas de la boca, lo cual me permitió coger una bocanada de aire y reavivar un poco mis fuerzas, aunque la humillación sufrida me había dejado desecho anímicamente.

Pero una vez que tuve la boca libre, Mónica me tomo de los brazos y me los levanto de tal modo a mi espalda que para no sufrir una luxación en los hombros, no me quedo otro remedio que incorporarme de la cama y quedar únicamente arrodillado entre las dos, quedando frente a frente con la rubia, que arrodillada en la cama, se reía y me miraba con cara de golfa.

En esa forzada posición, la morena comenzó a darme por el culo de la forma más brutal que os podáis imaginar. – Venga, carbón, dime que te folle, hijo de puta, dime que te rompa el culo. – Me repetía sin cesar ahora que ya no había impedimento en mi boca para que hablara. – Vamos… carbón… Dime… que… te… gusta

Mientras pronunciaba esta ultima frase, entre cada palabra, un fuerte golpe de caderas introducía el consolador en lo mas profundo de mi trasero. Fueron media docena de embestidas tan dolorosas que nuevamente hicieron que las lagrimas brotaran de mis ojos, lo que produjo nuevas carcajadas por parte de Puri.

Aprovechando que Mónica me tenia arrodillado, la rubia me sorprendió colocando la almohada doblada bajo mi pecho, lo que implicaba que su compañera ya no tenia que hacer fuerza para sujetarme en la postura deseada y podía seguir follandome a su antojo, pero rápidamente me di cuenta que las intenciones de Puri eran completamente distintas.

Agarrandome fuertemente del pelo, me hizo levantar la cara al tiempo que ella se desplazaba hacia delante metiendo sus muslos prácticamente a la altura de mis mejillas, quedando mi cabeza entre sus piernas, y con el negro dildo justo delante de mis narices apuntándome amenazadoramente.

Entonces, y mientras Mónica seguía follandome el culo sin compasión, la rubia intento varias veces introducirme su consolador en la boca, pero yo apreté tanto los dientes, que lo único que pudo hacer fue golpearme con el instrumento repetidas veces en los labios y las mejillas ordenándome que se lo chupara.

Tras unos segundos de resistencia, fue Mónica la que mediante un fuerte tiron de pelo, me hizo doblar tan bruscamente el cuello hacia atrás, que no pude menos que abrir la boca para emitir un lastimero grito, lo que rápidamente aprovecho la rubia para introducirme su juguete hasta la garganta.

Ella también empezó a mover sus caderas follandome la boca con aquel chisme, metiéndomelo tan adentro que mi nariz chocaba contra la pieza de cuero que lo sujetaba su bajo vientre y produciéndome incluso arcadas cuando la punta de este llegaba a mi garganta.

Hasta ese momento pensaba que Puri era menos espectacular y habladora que su compañera, ya que los insultos procedían principalmente de Mónica, pero cuando mi cabeza se hundía entre sus muslos para chuparle el consolador pareció animarse. – Chupa, zorra maricona, llénalo bien de saliva, porque esto es lo siguiente que va a entrar en tu culo, carbón. – Me decía mientras me sujetaba por la nuca e inmovilizaba mi cabeza.

Entretanto, Mónica no descuidaba ni un segundo su enculada. Seguía metiéndome su aparato con brusquedad, produciendo con sus empujones que el consolador que me follaba la boca se introdujera aun más en mi garganta y me produjera unos lagrimones que ya me habían empapado completamente las mejillas.

A veces, la morena se dedicaba unos segundos a meter una de sus manos por bajo mi vientre, me agarraba sin la mas mínima contemplación el pene, y me daba unos cuantos tirones a modo de rápida paja que no conseguían mas que aumentar mi dolor, ya que mi herramienta continuaba completamente flácida.

Así me tuvieron un tiempo que a mi se me antojo eterno. Puri parecía disfrutar como una loca metiéndome su dildo en la boca mientras mi culo ya debía de tener una abertura del tamaño de una botella a causa de los empujones de la morena, que además se había aficionado a sacudirme cachetes en el trasero al ritmo de la follada y me lo había puesto colorado como un tomate.

Era tal la humillación y vergüenza que sentía en esos momentos, que me había convertido en un perro sumiso y sin voluntad entre aquellas dos cabronas. Ya no me resistía, solo lloraba. Ni siquiera podía suplicarles que me soltaras de una vez, ya que la zorra rubia no sacaba el consolador de mi boca en ningún momento.

Supongo que en un momento dado, ellas fueron conscientes de mi estado de sumisión, ya que para mi sorpresa, note como Mónica manipulaba las esposas hasta liberar mis muñecas, al tiempo que la rubia me sacaba el consolador de la boca y se desplazaba hacia el lado izquierdo de la cama.

Cuando la morena soltó mis manos, y aun con su consolador metido en mi culo, lo primero que hice fue echar hacia delante mis brazos para relajar mis doloridos hombros, y segundos después el dildo salía de mi culo con casi tanto dolor como cuando había entrado.

Aun me quede durante unos segundos en la misma posición, arrodillado y con el trasero en pompa, pensando que por fin había terminado mi calvario, cuando bruscamente una de las manos de Mónica me agarro del cabello y me arrastro hasta tenderme de espaldas atravesado en la cama.

No se si fue a causa de la sorpresa que apenas me di cuenta de que la rubia volvía a sujetarme las manos, ahora sin esposas, y me hacia levantarlas por encima de la cabeza, mientras que Mónica, haciendo lo mismo con mis tobillos, me abría las piernas y me las flexionaba dejando mis huevos y el pene totalmente expuesto ante sus ojos.

Entonces, la muy zorra, de un tiron me coloco con el trasero justo en el borde de la cama, y sin previo aviso, tal como hiciera la primera vez, volvió a hundirme el consolador en el culo de un solo golpe, arrancándome un nuevo grito de dolor mientras su compañera me sujetaba los brazos.

Y otra vez comenzó la muy puta a follarme el culo sin compasión, con la diferencia de que ahora su bajo vientre chocaba con mis cojones cada vez que ella me embestía. – Mírame como te follo, maricona. Mira como disfruto dando por culo a cabrones como tu. – Me decía con rabia mientras sus penetraciones se hacían cada vez mas violentas.

Mantenía mis piernas semiflexionadas en alto, sujetándome por los tobillos, y en ocasiones soltaba una de ellas y me sacudía un tremendo bofetón en una de mis nalgas, mientras Puri atenazaba mis manos y su dildo, colocado aun en su cintura, bamboneaba sobre mis narices a causa del movimiento.

Como ya he dicho, hacia rato que yo me había convertido en un pelele, y no oponía la menor resistencia a la enculada ni a sus vejaciones e insultos. Tan solo continuaba llorando como un niño al que le están dando una azotaina.

Así continuaron humillándome durante un buen rato, después de que la rubia me hiciera colocar las manos detrás de mi nuca para así sujetarme mas cómodamente, aunque de vez en cuando me cogia del cabello y me hacia levantar la cabeza para obligarme a mirar como Mónica seguía dándome por culo, repitiéndome una y otra vez que mirara como me follaba.

A esas alturas, incluso Mónica sudaba ya como una cerda a causa del ejercicio, lo que me hacia pensar que pronto me dejaría en paz. Lo que me atormentaba es que la rubia, que continuaba con su consolador en la cintura, estuviera esperando para ocupar su puesto y me diera su particular ración de penetración anal.

¿Qué, has tenido bastante, carbón de mierda? ¿Quieres irte corriendo a llorarle a tu mamaíta, hijote puta? – Me soltó de pronto la morena deteniendo sus movimientos de cadera y sacando el consolador de mi culo. – Solo nos queda una perrería más por hacerte. Cuando hayas terminado te echaremos de aquí. – Concluyo diciendo cuando ya se separaba un poco de mi.

Jamás hubiera imaginado lo que aquellas dos cabronas me tenían reservado para su particular fin de fiesta. Querían que me masturbara. Me dijeron que no me dejarían salir de allí hasta que no me hiciera una soberana paja y vieran como mi leche salía de mi polla.

Yo me quede estupefacto, tenía el pene tan desinflado como en medio de un partido de fútbol y no veía el modo de hacerla crecer ni un mísero milímetro en el estado en que me encontraba. Pero ellas no opinaban lo mismo, y antes de que pudiera salir de mi asombro ya las tenía a las dos frente a mí junto a la cama.

Mientras me ordenaban que comenzara a masturbarme prácticamente a grito pelado, Mónica me volvió a espatarrar advirtiéndome que por nada del mundo cerrara las piernas, y yo comencé un tímido movimiento ascendente y descendente sobre mí malogrado pene con mucha más lentitud de lo que seria ideal.

En vistas del triste resultado, tras unos instantes la morena decidió volver a agarrarme los huevos, diciéndome que como no empezara a ver progresos en el tamaño de mi herramienta, me los iba a estrujar de tal modo que mi leche saldría a consecuencia de la explosión de los mismos.

En ocasiones, alguna de ellas me agarraba el miembro y me lo meneaba con tanta brusquedad que más bien parecía que estuviera usando un martillo, principalmente Mónica, que ejercía tanta fuerza sobre mi polla y sus dedos me la apretaban tanto que hacia que se me amoratara la punta del capullo.

Aun hoy no me explico como conseguí, a base de muñeca arriba y muñeca abajo, que mi polla llegara a un estado cercano a "morcillona", mientras Mónica, mas que sujetarme los cojones, casi se dedicaba a arañármelos con sus uñas, entre risas e irónicos ánimos por parte de su compañera.

El caso es que por fin, tras varios minutos machacándome la polla, un mas que escaso y viscoso liquido blanquecino apareció por la punta de mi capullo para regocijo de las dos guarras, que celebraron la proeza como si hubieran hecho pleno en una quiniela deportiva. Incluso me dedicaron un irónico aplauso tras mi implacentera corrida.

Luego, sin darme apenas tiempo a que soltara la tranca de mi mano, la morena me agarro del pelo con todas sus fuerzas y me arrastro hasta la puerta de la habitación. Tras abrirla, de un empujón me mando hasta el pasillo, completamente desnudo y con las manos en la cabeza a causa del dolor causado por el tiron de pelo.

Un par de segundos mas tarde, volvió a abrirse la puerta y Puri me lanzo desde ella toda mi ropa a la cabeza en medio de sonoras risotadas por parte de ambas. Cuando la volvieron a cerrar, me puse rápidamente el chándal, sin calcetines ni zapatillas, y salí corriendo hacia el ascensor con destino a mi habitación.

Cuando llegue, y por suerte para mi, ninguno de mis compañeros se encontraba en ella. Luego me entere de que habían salido por la ciudad junto con otros miembros del equipo y no les había ido nada mal en lo que a cuestión de faldas se refiere. Los dos habían mojado.

Yo me metí en la ducha y estuve bajo el agua más de hora y media, con un dolor insoportable en el trasero y la sensación de que cada poro de mi cuerpo olía a las dos putas que me habían humillado y violado hasta la extenuación.

Al día siguiente, cuando mis compañeros me preguntaron que tal me había ido con las azafatas, les mentí diciéndoles que eran un par de estrechas y que ni se les pasara por la cabeza perder el tiempo con ellas si nos las volvíamos a encontrar.

Ya por la tarde, a la hora del partido, le dije al entrenador que no me encontraba bien, que alguna comida me debía de haber sentado mal, y que no estaba en condiciones de saltar al campo para jugar el partido, que dicho sea de paso, perdimos por cinco a cero.

No vimos esa noche a ninguna de las azafatas en el hotel, lo cual resulto un alivio para mí. No llegue a saber si estaban trabajando o si habían cambiado de alojamiento. A la mañana siguiente, en el viaje de regreso, permanecí prácticamente sin abrir la boca, hasta tal punto que la mayoría de mis compañeros me preguntaban si me pasaba algo, pero yo continué con la excusa de la comida.

Aun ahora, que ya han pasado unas semanas de lo anteriormente relatado, no pasa un solo día en que no sienta amargura al recordar los hechos ocurridos en ese viaje, y estoy seguro de que por mucho tiempo que pase, no olvidare la cara de aquellas dos zorras. Todos los días me repito lo mismo. ¡Vaya par de cabronas!

FIN

Si os ha gustado este relato, o si no os ha gustado, agradecería comentarios en mi dirección de correo. Prometo contestar a todos y todas.

v_galan_g@yahoo.es

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Saludos, Víctor Galán.