VanSeck, internado para niñas malas (2)

Continuan las venturas de Paula por su nuevo colegio, y cada vez se sorprenderá más del lugar al que ha ido a parar.

Esta es la segunda parte del relato. Les recomiendo que, si no han leído la primera, lo hagan; y espero que los que ya la hayan leído y les halla gustado, disfruten esta tanto como la anterior.

Pero, al salir, había un grupo de compañeros esperándola…Eran 3 chicas y 2 chicos. A ellas no las había visto en todo el día, pero ellos dos eran los que la habían piropeado cuando entro por primera vez al colegio, hacía sólo unas horas. Paula se quedó mirándolos, aún con la cara hinchada de tanto llorar, pero como no le decían nada (sólo se limitaban a mirar los estragos que eran visibles en sus piernas tras la azotaina), Paula decidió marcharse. En ese momento, una de las chicas le dijo:

-Vaya, vaya…así que tú eres la chica nueva, ¿no?

  • Creo que es evidente, aunque pareces un poco cortita para entenderlo- dijo Paula en tono burlón.

  • Mira niñata, es tu primer día y ya estás fichada; la has cagado pero bien no trayendo el uniforme.

  • Me la suda idiota, y si me disculpas, tengo que ir a una clase, y debo cambiarme antes.

  • Eso es, parece que vas entrando en razón. Nos vemos esta noche- dijo señalándose a ella misma y a las otras dos chicas-; somos tus compañeras de habitación.

Paula fue a la habitación y se cambió lo más rápido que pudo. Tuvo suerte y llegó a tiempo a la otra clase de la tarde, plástica, y procuró ser lo más discreta posible; aunque Arturo, el profesor, parecía el más afable de todos los que había visto aquella mañana.

Así, sin problemas, pasó la tarde de clases. A las 5, cada alumno se fue a su habitación; a esa hora, el vestíbulo del edificio central parecía la estación de metro en hora punta, casi no se podía respirar. Paula quería ir a dar una vuelta por los jardines, pero se aconsejó a si misma ir a su habitación y cumplir el castigo de Cristina (copiar 1000 veces una frase). Llegó allí, y no había nadie. Sacó folios y se puso a copiar. Cuando llevaba cerca de 200 frases, aparecieron las tres chicas que la habían esperado al salir de matemáticas, aunque ya no las acompañaban los dos chicos.

  • Hola Paula - saludó la que había hablado antes, y parecía la líder-. ¿Te llamas Paula, verdad? Bueno, yo soy Sonia, y ellas son Marta y Lorena.

Sonia era la más guapa de las tres, aunque tampoco destacaba mucho. Tenía los pechos más bien pequeños, quizá porque todavía no estaban del todo desarrollados. Era de la misma estatura que Paula, quizá uno o dos centímetros menos; tenía el pelo por los hombres, teñido de negro azulado y los ojos marrones. Sus caderas casi no se notaban; era, simplemente, una especie de palo con minitetas.

Marta era diferente. Altísima, como mínimo, metro 80, por lo que destacaba claramente de sus dos amigas. Era rubia y tenía los ojos negros y grandes, aunque era algo fea. Las tetas eran normales, y la cadera estaba bien marcada, aunque también estaba bastante delgada.

La otra chica, Lorena, era más baja y más gorda que sus amigas. Mediría metro 55 o 60 a lo sumo, y la diferencia de peso con sus otras dos amigas era notable. En cambio, superaba incluso a Paula en las tetas: debía llevar, al menos, una 115. El pelo negro y rizado era corto, sobre el cuello, y la piel morena destacaba sobre los ojos miel, casi hundidos en dos cuencas prominentes.

Una vez Paula las hubo mirado de arriba abajo, y sin contestar, siguió copiando en la hoja "no seré una puta guarra desobediente". Las tres chicas se quedaron quietas en la puerta, ya cerrada. Paula estuvo otros 5 minutos copiando, hasta que se giró y se quedó mirándolas.

-¿Queréis que os deje una foto mía y así me podéis comer con la vista cuando os apetezca?

  • No gracias; preferimos comerte ahora- respondió Marta, con una sonrisa maliciosa.

Paula arqueó las cejas y siguió escribiendo. Todavía le faltaban casi 800 frases. Cogió los cascos del mp3 y se los puso en las orejas. De vez en cuando, echaba un vistazo a sus tres compañeras, que se habían sentado en una cama y habían sacado libros, al parecer, hacían los deberes, aunque Paula sospechaba que no. Una hora y media más tarde, Paula había conseguido acabar las 1000 frases del castigo; así que cogió los 23 folios y los metió en una carpeta, debajo del que parecía su escritorio. Eran ya las 7 y media, y según había leído en su horario, la cena era a las 8, y a las 9 se imponía el "toque de queda". Así que, como al menos el primer día no quería tener más problemas, se arregló un poco el uniforme (se había dado cuenta de que era al menos una talla menos de la que llevaba) y salió sin decir nada de la habitación. Como aún era pronto, y además ya tenía localizado el comedor, decidió ir a dar una vuelta. Cerca del pabellón de deportes, se encontró al grupo de chicos que había visto a primero hora de la tarde, a los que les había preguntado si iban a su curso.

  • ¡Ei guapa! ¡Somos nosotros!- saludó uno de ellos.

Paula, que no tenía otra cosa mejor que hacer, se acercó a ellos.

  • ¿Qué tal la primera clase, preciosa?- Le dijo uno acercándosela con un brazo- ¿Te gusta este sitio?- Al acercársela, el chico le había rozado la parte alta de los muslos, ya tapada por a falda escolar, en donde había sido castigada. Al tocarla, Paula no pudo contener un gritito de dolor.

  • ¿Qué te pasa? – Volvió a preguntar el chico – No me puedo creer que sea tu primer día y ya te hayan castigado, monada.

  • Pues sí, y todo por no querer ponerme este uniforme – Le contestó al chico, sorprendida de decirle que la habían castigado, pues ella siempre había considerado eso algo muy humillante, y más contarlo frente a un grupo de chicos guapos.

  • Bueno…otra rebelde que llega al colegio, jaja- dijo sin haberla soltado -. Si quieres mi opinión, creo que el uniforme te queda muy bien; aparte de que parece que el director cree que te irá mejor una talla menos; por lo menos a nosotros – dijo señalándose a él y a sus amigos -, nos encanta verte así.

Paula llevaba un rato aturdida y bastante seria, pensando en el colegio donde la acababan de meter. Pensó en sus padres, en cómo le habían podido hacer eso, en sus amigos, a los que seguramente no volvería a ver en mucho tiempo

Mientras pensaba, el chico volvió a hablar.

  • Por cierto, yo soy Dani. ¿Tienes con quien ir al comedor?

  • Pues…no- dijo Paula saliendo de su ensimismamiento- ¿Por qué lo dices?

  • Por si quieres ir con nosotros.

Ya casi eran las 8, y siguieron a un gran grupo de alumnos (otra vez volvía a parecer el metro en hora punta) hasta el comedor. El lugar en si estaba bastante bien, más de diez mesas grandísimas, una más pequeña, para los profesores, aunque también muy larga, un servidor que ocupaba algo más de un metro de ancho y como mínimo 20 de largo…aquello parecía un campo de fútbol en el que hubiesen instalado encima mesas y una barra. El suelo, amoquetado y verde, estaba en perfectas condiciones, pero a Paula (dado que estaba empezando a conocer los macabros secretos de aquel internado) le pareció que la forma algo puntiaguda del suelo (como la de un césped que lleva algunos días sin cortarse) no era así por un descuido. Siguió avanzando junto a Dani y sus amigos y, poco después, confirmó sus sospechas. En una zona del comedor habían 2 mesas, iguales que las tras, sólo que a estas parecía que les habían serrado las patas. Eran mucho más bajas, a Paula le llegarían por la cintura. En ellas, cerca de 30 alumnos (todos de diferentes cursos y edades) estaban sentados de rodillas, con las rodillas sin tapar en la moqueta del suelo (los chicos iban sin pantalones, los tenían junto a ellos doblados; las chicas sólo llevaban la falda recogida). Tenían las rodillas pegadas a la moqueta, y a algunos ya les habían empezado a sangrar. Supuso que era un castigo de aquel colegio tan particular. Siguieron de largo hasta una mesa de la esquina, en la que todos parecían mayores que ella. Muchos chicos y chicas saludaron a sus acompañantes mientras se sentaban. Paula no se pudo aguantar, y le preguntó a Dani por el castigo de la moqueta.

  • Pues ese castigo ha estado siempre de moda; yo llevo aquí toda la vida, ya que mis padres siempre están viajando, y siempre lo he visto usar. Es por faltas leves, como no hacer la tarea o cosas así, o si es la primera vez que haces algo malo. Por cierto, Paula, ¿a quién te han asignado de tutor?

  • Pues…- Paula se quedó patinando. ¿Tutor? -…no me han dicho quien es, creo.

  • Bueno, ya te lo dirán. Básicamente, para que te hagas a la idea, lo que ellos hacen es suministrarte los castigos – Paula le miró con perplejidad y él le explicó - ; por ejemplo, si suspendes una examen el profesor de esa asignatura seguramente te dará unos buenos correazos, pero a partir de que tengas tutor, los correazos te los darán los dos, ¿me explico? Se informa a tu tutor de cualquier cosas que hagas, y él es le verdadero encargado de controlarte, aunque todos los profesores tienen poder para "corregirte de la manera que consideren más adecuada".

Paula no quiso preguntar nada más. Cenaron, hablando de temas irrelevantes, como música y cena, con Dani y sus amigos. A las 8 y media, después de una cena sumamente asquerosa (Paula no aguantaba el pescado) se despidieron de ella, todos con dos besos, y Dani con 3, el último especialmente sensual. Paula subió a su habitación y se encontró, de nuevo, sola. Cerró la puerta, pero, cuando lo hizo, notó como alguien se le tiraba encima y calló al suelo. Eran Lorena que, pese a ser Paula más alta que ella, Lorena pesaba mucho más y la consiguió inmovilizar. Al mismo tiempo, Marta y Sonia salían de detrás de un escritorio, ambas vestidas solamente con ropa interior de cuero negra y algunos brazaletes a juego. Marta traía unas esposas en la mano.

  • Bueno, bueno…Casi no llegas perrita. Estábamos esperándote para cenar – dijo Sonia riendo-. A, no, el caso es que tú eres nuestra cena.

Las tres amigas empezaron a reír de forma sádica, y Paula estaba asustada, más asustada de lo que recordaba haber estado nunca. Marta de acercó y le cogió as manos, aplastadas bajo Lorena, y se las esposó, con mucho esfuerzo, a la espalda. Entre las tres chicas levantaron a Paula, que hacía esfuerzos sobrehumanos para tirarse al suelo y evitar que la atraparan. En uno de sus intentos desesperados por escapar, Sonia le agarró el pelo y le dio tal bofetón que la nariz empezó a sangrarle. Tras esto, se esforzaron en quitarle toda la ropa que llevaba; incluido el pequeño tanga. Tras unos minutos de forcejeo, consiguieron dejar a Paula completamente desnuda, inmovilizada y estirada en una de las camas. Mientras Lorena y Sonia le agarraban las piernas y los brazos, Marta cogió unas cuerdas de una gaveta e inmovilizó completamente a Paula, atándola con los brazos y las piernas abiertas a los extremos de la cama, tras quitarle las esposas. Mientras las demás la observaban, Paula decidió concentrarse en pensar que aquello era un mal sueño; estaba desesperada: la habían atado a una cama y, al parecer, las tres sádicas que tenía delante se la pensaban follar. Seguía asustada cuando Sonia habló.

  • Mira, te voy a explicar cómo funcionan las cosas aquí. A partir de ahora, por las noches serás nuestra perra, digas lo que digas; no tienes opción. La otra chica que residía aquí antes que tú- señaló una cama vacía- era nuestra perra, pero como se marchó, tú ocuparás su lugar, y te lo repito, NO tienes opción. Ah, y por supuesto, si te chivas sabrás por qué nuestra antigua perra se marchó. Bueno…se acabó la charla, y mejor quédate calladita.

Paula, que cada vez entendía menos lo que pasaba, recuperó el habla; empezó a gritar y a pedir que la soltaran, pero por respuesta, lo único que obtuvo fue que la amordazaran. Tras esto, las tres amigas se acercaron a la gaveta de donde habían sacado la mordaza, las esposas y las cuerdas, y sacaron ahora un cinturón parecido a aquel con el que la habían azotado por la tarde, un vibrador que, según pensó Paula, no le entraría por el coño sin hacerla sangrar, y también una caja pequeña que contenía pinzas de la ropa, sólo que algo más pequeñas de lo normal. Cada una cogió un instrumento: Lorena, las pinzas; Marta, el vibrador; y Sonia, la más sádica, el cinturón.

En la posición que estaba, Lorena fue la que decidió empezar. Cogió la pequeña caja de pinzas y le colocó una a Paula en cada pezón. Por primera vez, agradeció tener puesta la mordaza, ya que al menos no la oían gritar desesperadamente. Luego, cogió dos pinzas más y las puso en los labios del coño. Luego, una quinta pinza fue puesta en el clítoris de Paula, y por su cara ya resbalaban las lágrimas. Lorena parecía feliz viendo así a Paula, por lo que se sentó y se dedicó a comprobar cómo la chica se convulsionaba y lloraba por las pequeñas pinzas que le acababa de poner. Diez minutos después, ya la cama estaba mojada por las lágrimas de Paula, y también porque se acababa de mear del dolor que sentía. Lorena se levantó y fue a quitarle las pinzas a Paula, dándose cuenta de que se acababa de mear. Riendo, se lo comunicó a sus amigas.

  • ¿Habéis visto? La perrita se acaba de mear. ¿Qué le hacemos ahora?

  • Déjamelo a mí- dijo Sonia, moviendo el cinturón-; ya me ocupo yo cuando llegue mi turno. Ahora vas tú, ¿no Marta?

  • Sí, pero no le quites las pinzas; déjaselas por haberse meado – dijo riendo.

Tras este comentario, Marta cogió en vibrador y, de un empujón, metió más de la mitad en el coño de Paula. Esta vez, ni la mordaza pudo sofocar el grito que dio. Por supuesto, Paula no era virgen, pero aquel vibrador tenía el ancho de dos pollas normales, y de largo como mínimo unos 35 cm. Era materialmente imposible que aquello le entrase por el chocho. Marta se agachó y comenzó a empujar. Paula no estaba nada excitada, por lo que fue aún más difícil que entrara. Lo único que ayudó fue que aún habían resto de orina por sus muslo y el coño, así que funcionó como un lubricante. Pero, tras dos empujones más, como Paula pensó desde que vio el vibrador, sintió un dolor aún más agudo, y consiguió levantar un poco la cabeza para ver que dos finas líneas de sangre le corrían por los muslos. Ya lloraba a lágrima viva, y la mordaza apenas sofocaba los gritos…y aún quedaba lo peor. Sonia se acercó y le quitó las pinzas y también las cuerdas y que la mantenían inmóvil. Tanto ella como Paula sabían que la chica estaba muy cansada, así que no había problemas de que intentara escapar. Paula se quedó quieta en la cama, y Sonia la agarró por los pelos y le dio la vuelta con una brutalidad impresionante. Entonces, quedó boca abajo, llorando y amordazada; además, ahora le rozaban las zonas donde habían estado las pinzas. Sonia cogió el instrumento de tortura que había elegido y se dispuso a castigar a Paula.

  • Paso de quitarte la mordaza, así que hoy puedes pasar sin contarlos; pero te lo advierto, como te muevas mucho empiezo, y me da igual tener que pasarme aquí toda la noche.

En un segundo, Sonia se colocó a un lado de Paula y comenzó a descargar el cinturón, mucho más rígido y grueso que el que le había mordido el culo aquella tarde. Además, Sonia parecía que se dejaba el alma en cada azote que le daba a Paula, por lo que no aguantó más de diez minutos azotándola; aunque fueron suficientes para que los cardenales que tenía Paula de la tarde se triplicaran.

Las tres amigas decidieron que la tortura había sido suficiente como bienvenida; así que por esa noche dejaron a Paula descansar, aunque no pudo vestirse ni cambiar las sábanas de su cama, y la hicieron dormir con la mordaza.