VanSeck, internado para niñas malas (1)

Paula, una guapísima chica rebelde de 18 años, es enviada a un internado para mejorar su comportammiento. Pero allí se dará cuenta de que los métodos usados para la disciplina no son los que ella esperaba...

Introducción:

Cuando Paula supo que sus padres por fin habían decidido meterla en un internado no lo podía creer. Llevaba años dando motivos para ello, ya que desde muy pequeña empezó a darles muchos problemas a sus padres para controlarla. Estos no creían que los castigos físicos mejorarían la conducta de la pequeña, al menos ellos mismos eran contrarios a aplicárselos, por lo que decidieron gastarse una considerable suma de su cuantiosa fortuna en psicólogos durante más de 7 años, pero sin obtener ningún resultado. Ahora Paula, que ya tenía 18 años, contaba con un agraciado y esbelto cuerpo de señorita, largo cabello castaño claro y ojos verdes penetrantes, además de unos pechos muy bien colocados. Hacía tres meses que había empezado 4º de secundaria en el instituto al que había ido siempre, en el centro de Madrid, y por el cual había pasado una media de tres veces por semana al despacho del director, del que sólo había recibido castigos de horas extras de clase y notas para sus padres, ya que en el instituto tampoco aplicaban castigos físicos. Los padres de Paula, ya cansados, decidieron probar a un último psicólogo que habían conocido en uno de sus frecuentes viajes de negocios. Este, tras examinar los informes de Paula, decidió que lo mejor era mandarla a un internado. Era el mismo consejo que habían recibido los señores Páez decenas de veces, salvo que el internado que ofrecía el Sr. Ramírez aplicaba la disciplina de una forma diferente. Tras dos meses de recapacitación por parte de los padres de Paula, éstos creyeron que sería conveniente enviarla al Internado VanSeck, el ofrecido por el psicólogo, localizado muy en las afueras de Madrid. Paula no lo aceptó demasiado bien, pero terminó resignarse, pues sabía que acabaría pasando eso. Lo que la chica no podía imaginar era la clase de internado en la que la acababan de meter.

La llegada al internado.

Paula no quiso que sus padres la acompañaran al colegio. Fue el chófer de la familia el que la llevó y la dejó en la entrada, junto con dos maletas grandísimas. Desde fuera, parecía una especie de museo, aunque mucho más alto y rodeado de jardines, árboles, fuentes y zonas deportivas. Paula esperó en la puerta, observando a los alumnos que jugaban o paseaban por el patio. Se fijó y vio que era mixto. Hasta entonces, no sabía ningún dato sobre el internado VanSeck, pero se había dado cuenta, tras leerlo en un cartel, de que era una institución para alumnos entre 5 y 18 años, y que además del edificio central, debía de haber otros que funcionaban como residencias, pero que ella no veía desde allí. Mientras observaba algunos detalles, un hombre arreglado, con pinta de severo y de unos 45 años, se acercó desde la puerta principal hasta donde ella estaba.

-Buenos días,-saludó- debes de ser Paula, ¿no?

  • Sí, y tú debes de ser el director de esta mierda de sitio, ¿no?-contestó Paula con todo burlón.

Dicho esto, el director le dio un bofetón que le hizo saltar las lágrimas.

-Me habían advertido de que eras difícil Paula-dijo sin levantar la voz.-Pero aquí vas a aprender a ser una señorita de verdad, del modo que tú elijas. No sé si tus padres te habrán informado, pero aquí usamos los castigos físicos para aplicar la disciplina, aunque creo que eso ya te lo he demostrado-dijo señalando la mejilla de la chica.- Bueno, si haces el favor de seguirme, te presentaré a tus profesores y señalaré tu residencia…ah, y te daré tu uniforme.

  • ¿Uniforme?- preguntó Paula. Era verdad, todos llevaban uniforme, pero ella nunca lo había usado, es más, no tenía intensión de ponérselo, pero por el momento no dijo nada.

  • Sí, uniforme. Obligado todos los días salvo los fines de semana, excepto si estás castigada. Te aviso de que somos muy estrictos en cuanto al uniforme, te aconsejo que lo tengas en cuenta.

  • Ajá, muy bien-dijo por lo bajo.

Caminaron hasta llegar a la puerta principal del colegio. Paula arrastraba las dos maletas, mientras se sentía observada por los alumnos que estaban en el patio en ese momento, especialmente por los chicos, que hacían comentarios respecto a su físico y sus encantos. Paula, más que acostumbrada, les guiñaba un ojo cuando sabía que el director no miraba. Una vez en la puerta, León, que así se llamaba el director, le dijo a Paula que dejase allí las maletas; algún encargado se las llevaría luego a su habitación. Mientras, Subieron uno dos pisos de escaleras de madera pulcras y refinadas. En sí, todo el colegio era de madera y estaba impecable. Paula iba cerca del director, pero lo suficientemente lejos por si hacía alguno de sus comentarios impropios, y que el director no llegara a darle otro bofetón, puesto que todavía estaba conmocionada por el que había recibido antes.

  • Por aquí, Paula –dijo León señalando una puerta algo más grande que las demás, en la que había un cartel que ponía "sala de profesores". Entraron en silencio, primero León y luego la chica.

Allí estaban los que debían ser los demás profesores: Cristina, la de matemáticas; Raúl, educación física; Mateo, sociales; Sandra, lengua; Elisa, ciencias; Alejandro, lenguas; y Arturo, profesor de arte y música. Aparte de ellos, León daba clase de ética y religiones.

  • Señores-dijo el director-, les presento a Paula Páez, la nueva alumna de 4º de eso- y la dejó pasar.

  • Ho…hola…encantada de estar aquí- mintió-. Espero no darles ningún problema.

  • Hombre, está bien educada la nueva, ¿no os parece?- rió Raúl, y los demás le acompañaron.- Bueno León, ¿ay que explicarle algo o que lo descubra sobre la marcha?

  • Mmmmmm…dejemos que lo descubra ella-dijo, mirándola- sé que tiene las capacidades necesarias. Venga, ya te puedes largar. Tienes las indicaciones en tu buzón abajo, búscalo y ve a tu residencia. Allí tendrás todo.

Paula salió sin decir nada. Estaba demasiado aturdida como para saber lo que acababa de pasar. Los profesores de ese estúpido colegio se acababan de burlar de ella y no había dicho nada…no se lo podía creer. Bajó por donde había venido, sin encontrarse a nadie por los pasillos (estaban en el recreo), y llegó cerca de la puerta. Allí había cientos de buzones, clasificados según el curso. Buscó la hilera de 4º, y se fijó en que no había más de 15 buzones. Encontró rápido el suyo y cogió las instrucciones de cómo llegar a su residencia. Era un mapa de todo el recinto. Vio que, a parte del centro principal, había otros 3, los cuales eran las residencias de varones, mujeres y el tercero era un pabellón con piscina. Además, los terrenos eran muy amplios.

Salió rápido al patio y dio un rodeo al colegio. Por el camino, volvió a ver a chicos que le lanzaban piropos y ella contestaba con guiños y miradas sensuales, ya que esta vez iba sola. Las chicas la miraban y hablaban de su ropa, pues la mini apenas le tapaba las bragas y la camisa tenía un escote grandísimo; y estas niñas estaban acostumbradas a formas más "serias" de vestir.

Llego a su residencia y tuvo que subir 5 pisos para encontrar su habitación. Entró y allí estaban sus maletas juntó a 4 camas, supuso que dormiría con otras tres chicas. Encima de la suya, tenía un horario de clases y el uniforme, compuesto por una minifalda más baja que la suya, casi hasta las rodillas, de cuadros azul cielo y blancos, una camisa blanca y la corbata a juego con la falda, además de los calcetines hasta las rodillas y los zapatos negros. Junto al horario encontró una pequeña nota: "esta tarde tienes que asistir a las dos clases después de comer".

<>, pensó Paula. Eran las 2, y la primera clase sería a las 3, así que le quedaba una hora libre, y como no tenía hambre, decidió ordenar su armario.

Cuando acabó sólo habían pasado 15 minutos, así que decidió acostarse en la cama y oír música hasta las 3. Así lo hizo, y a las 3 menos diez se levantó y salió de la habitación, sin el uniforme, y con la misma mini y la misma camisa que había traído.

La clase de matemáticas.

Paula bajó hasta el patio y entró junto con los otros alumnos, que no paraban de mirarla. Buscó a alumnos que parecieran de su edad. Había un grupo de chicos que le parecieron de su clase, y les preguntó si eran de 4º

  • No somos de tu curso, guapa- dijo el que parecía el líder-, pero estamos aquí para servirte…o para que nos sirvas tú a nosotros, jajajaja.

  • Vale guapo, cuando quieras quedamos.

  • Te tomo la palabra nena- y se marchó, no sin antes darle una palmadita en el culo a Paula.

Tras preguntar a otros cinco grupos de personas, con casi las mismas respuestas y comentarios, decidió buscar la clase de matemáticas por su cuenta. Esperó a que todos los alumnos entraran en sus clases, y luego siguió buscando. Tras diez minutos, por lo que ya llegaba tarde, encontró un letrero casi al fondo de un mal iluminado pasillo. "Clase de matemáticas ESO". Entró sin vacilar.

La clase se quedó aún más callada de lo que ya estaba. Todos los chicos que aún no habían visto a Paula quedaron babeando, y las que ya la habían visto, se fijaron bien en su figura y también quedaron igual. Las chicas, por su parte, empezaron con los conocidos murmullos. En cambio, Paula lo primero que hizo fue fijarse en la clase. Era bastante grande, aunque sólo había quince alumnos. Era muy oscura y fría, y el ambiente no era para nada alentador al estudio. Pero lo más sorprendente era que había decenas de instrumentos de castigo colgados de las paredes sin disimulación ninguna: reglas de todos los tamaños, cinturones de cuero, paletas y otros instrumentos con pinchos, aún peores que los otros. Decidió quedarse parada en la puerta, mientras la mayor parte de la clase la desnudaba con la mirada. De pronto, la Srt. Cristina se levantó y la agarró por un brazo, arrastrándola sin ningún cuidado hasta el escritorio al frente de la clase, mientras algunos de la última fila, ya que la profesora no miraba, se dedicaban a lanzarle piropos.

  • Bueno, aquí tienen a la nueva alumna de la que les estaba hablando- dijo zarandeándola.- ¿Sabes que tenías que haber llegado hace un rato, ¿verdad Paula? Además, ¿qué haces vestida de ese modo?

Paola, que al parecer había recobrado su insolencia, se libró del brazo de la profesora.

  • Sé que debía de haber llegado hace un rato; pero en este estúpido sitio no hay nadie que me indique a dónde tengo que ir. Y no llevo el uniforme porque no me sale de los huevos ponerme esa mierda de ropa.

  • Mierda de ropa es lo que tú llevas puesto, pedazo de guarra- y acompañó las palabras con dos buenos bofetones-, y si lo que quieres es que todos te veamos las bragas, podías habérnoslo dicho antes- y de un tirón, bajó la microfalda de Paula, que quedó solo con un tanguita rosa mal colocado, que no le tapaba absolutamente nada. Notó como la profesora intentaba bajarle el tanga, pero ella intentó impedirlo, por lo que recibió un fuerte azote.

-¡Suéltame joder!

  • Cállate y quédate quieta. Apoya las manos en la mesa. ¡Venga, no tengo todo el día!- y una vez Paula estuvo colocada sacó una regla de madera larguísima de detrás del escritorio-. Ahora, putita, te vas a estar quieta y te voy a dar lo que te has ganado.-Dijo sujetándola con una mano en su espalda.- Quiero que cuentes los azotes en voz alta. Van a ser 30, y si te mueves, vuelvo a empezar, ¿te quedó claro?

  • Empieza ya, sin tantas ganas de azotarme tienes.

  • Muy bien, zorra, serán 40 azotes; y deja de decir gilipolleces si no quieres que me quede azotándote toda la hora- y dicho esto, comenzó con los azotes.

Paula, que estaba decidida a no contar los azotes, intentó ponerse en pié, pero Cristina la tenía tan bien agarrada que le fue imposible moverse ni lo mínimo. Mientras intentaba escapar, calló el prime azote. Zassssss. A Paula, que nunca la habían azotado, aquello le dolió a horrores, pero no contó.

  • No ha valido. Cuéntalo.

Zasssssssss

Paula no contó.

Zassssssss, zassssssssss, zasssssssss, zassssssssss, zassssssss, zasssssssssss, zassssssssss, zasssssssssss, zassssssssssss, zassssssssss.

Paula ya había empezado a llorar, aunque no había contado ni un solo azote.

  • Ya estoy cansada- dijo Cristina soltando la regla-, vamos a tener que ser más duros contigo- Dicho esto, cogió un cinturón bastante largo que estaba colgado de la pared, lo dobló por la mitad y, antes de empezar a azotar a Paula, decidió dale pellizcos en el culo hasta conseguir que le salieran algunos cardenales. Tras esto, cogió en cinturón y, levantándolo, dijo- ahora te vas a joder y voy a estar los 20 minutos que quedan azotándote; si no quieres contarlo, no cuentes, pero peor para ti.

Zasssssssssssssssssss, zassssssssssssssssssssssssssssss, zasssssssssssssssssssssss, zassssssssssssssssssssss, zassssssssssssssssssssssssssss, zassssssssssssssssssssssss, zassssssssssssssssssss, zassssssssssssssssssssssssssss, zasssssssssssssssssssssssss,

Zasssssssssssssssssss, zassssssssssssssssssssssssss, zassssssssssssssssssssssssssss, zassssssssssssssssss, zassssssssssssssssssssssssssssss, zasssssssssssssssssssssssss, zassssssssssssssssss, zasssssssssssssssssss, zasssssssssssssssssss

Y así pasaron los 20 minutos de la clase, entre el ruido del cinturón estrellándose contra el culo ya de color casi morado de Paula, y las lágrimas y los gritos de la chica. Lo más sorprendente era la naturalidad con la que observaban el castigo los compañeros, al parecer, acostumbrados a los continuos castigos; algunos incluso ya ni miraban el espectáculo. Cuando sonó el timbre, Cristina dio permiso para salir, y mientras Paula se ponía en pié y cogía su faldita, la profesora le dio otro azote y le entregó una carpeta con folios, mientras le decía que el castigo no físico era escribir 1000 veces "no seré una puta guarra desobediente". Paula se marchó a su siguiente clase, aunque tenía como orden ir a la habitación y ponerse el uniforme, cosa que pensaba hacer. Pero, al salir, había un grupo de compañeros esperándola