Vanessa y mi perro Max

Todo por jugar con el pie, Vanessa, eres una zorrita que recibiste tu merecido

-¡Hola!

-¡Hola, pasa, estoy en la cocina!

-¿Aún no has desayunado? ¿Cuánto has dormido?

-Bueno, me acosté a las 4. Estuve viendo películas y haciendote cosas.

Cómo no, siempre hacías lo mismo, cada jueves quedábamos para vernos al día siguiente en tu casa y tú te quedabas todas las noches hasta las tantas en el ordenador.

-A ver si no me vas a rendir- te regañé con una sonrisa.

Mientras estábamos sentados en la cocina tu perro Max husmeaba como siempre a ver si le caía algo que llevarse a la boca. Tras unos cuantos minutos sin que le hiciéramos caso optó por tumbarse en el suelo panza arriba y

taparse los ojos con las patas delanteras. Lo miré un rato. "Qué mono", pensé. Me fijé en su miembro. Estaba al descubierto. De repente me entraron ganas de tocarlo, aunque me daba un poco de reparo. Decidí hacerlo con el pie cuando no estuvieras mirando, me daba vergüenza hacerlo, así que saqué el pie de la sandalia y comencé a acariciarlo. El perro quitó las patas de la cara pero no se retiró. Continué al comprobar que su verga crecía. Me hizo tanta gracia que no reparé en que me estabas mirando.

-¿Qué haces guarri?

-¿Eh? Nada - retiré el pie rápidamente y te miré apurada.

El pobre perro debió de quedarse con ganas de más, pues se incorporó y se acercó a mí con cierta excitación.

-Mira lo que has hecho, pobre, ¿le vas a dejar así ahora?

-Anda, vamos al cuarto.

Subimos las escaleras con el perro pegado a nuestros talones y llegamos a tu habitación. Nada más llegar te tumbaste en la cama como de costumbre.

-Bueno, ¿no me vas a dejar sitio? - me quedé parada, de pie, con lo que el perro aprovechó para ponerse a dos patas y comenzar a frotarse contra mi pierna.

-¡Eh! - dije -, ¡quieto!

-¡Jaja! ¿Qué esperabas? Ahora no puedes dejarlo así.

-¿Y qué pretendes que haga?

-No sé, tócasela más.

-No pienso hacerlo.

-Pues a mí me pondría verlo.

-No pienso hacerlo, Alejandro, olvídate.

-A mí me pondría, en serio - te levantaste y te acercaste a mí.

Comenzaste a besarme en la boca y el cuello y después me quitaste la camiseta y el sujetador.

-Vamos, quítate los pantalones y deja que te mire.

Lo hice. Me quedé desnuda ante ti.

-Ponte de espaldas, déjame verte el culo. Eso, muévete un poco. El perro continuaba mirando e intentando acercarse, pero yo lo apartaba con la mano. En ese momento, con el culo en pompa mirando hacia ti, noté

tus dedos entre mis piernas subiendo por el muslo suavemente. Me sentía tan vulnerable que comencé a mojar y me puse más húmeda todavía cuando me acariciaste todo el coño, de arriba a abajo.

-Estás mojadita, ¿eh, guarri? ¿Te gusta estar así delante de mí?

-Me da un poco de vergüenza.

-No lo creo, mira qué guarri que eres. Espera, vamos a hacer algo que te

va a gustar. Ven, acércate a Max, acerca tu coño a su boca.

-¿Qué dices? Vaya guarrada.

-No, en serio, te gustará -. Dejé que me acercaras a él y éste se puso a olisquear y luego comenzó a lamer mi coñito mojado. Me hizo cosquillas y me gustó, lamía muy suave, tanto que me excitó pensando en que necesitaba que me diera más caña y no me la daba. Me abrí un poco más de piernas para que el animal pudiera lamer más superficie.

-¿Te gusta?

-Sí, no está mal.

-Mira que eres puta, te has abierto más de piernas y todo.

-Pero mejor hazme tú algo, que estoy empezando a calentarme.

-Vale, ven a la cama, vas a ver lo que te hago.

Dejé que me condujeras y me colocaras en la posición que más te gustara, que consistía en ponerme a cuatro patas con la cabeza cerca del colchón y el culito saliendo hacia afuera.

-Ahora te voy a atar para poder hacerte lo que quiera.

Eso me puso mogollón y me dejé hacer. Me encantaba esa posición en la que me follabas como si fuera una perra y estaba deseando que me la metieras, tanto que noté cómo resbalaba mi flujo por la parte interior

de mi muslo derecho.

-Espera, que te voy a subir al perro para que te lo lama un poco más.

-Sí, hombre, a ver si me la va a querer meter.

-No, no, que sólo te lamerá, ya verás qué gusto.

Realmente me gustó cuando lo hizo. El perro me lamió todo, hasta el ano incluido y sin ningún reparo y yo empezaba a estar que explotaba de las ganas de que me follaran. Como si el perro hubiera leído mis

pensamientos, colocó sus patas delanteras sobre mi culo ¡e intentó penetrarme!

-¡Alejandro, apártalo de mí!

-No, espera.

-¡Alejandro por favor!

-Voy a dejar que te folle como a una perra, ya que eso es lo que eres.

-¿¿¿Qué estás diciendo??? ¡Quítamelo de encima! - el perro ya había comenzado a penetrarme.

-Que te calles, zorra. Eres mía y hago contigo lo que quiero. ¡Si quiero te humillo y ya está!

Estaba tan asustada que empecé a llorar mientras el perro me daba empellones con sus caderas y jadeaba. ¡El bicho se lo estaba pasando en grande!

Tú a tu vez no podías dejar de mirarnos, me mirabas las tetas, cómo se movían al ritmo de los empujones, colgando y me mirabas el culo, empujado una y otra vez hacia delante. Te sacaste la poya y comenzaste a

masturbarte. Tanto ritmo estaba empezando a gustarme y de las lágrimas pasé a los gemidos. Al oírlos, te pusiste más cachondo todavía:

-Dios, eres una auténtica zorra, tía, ¡te está follando un perro y lo estás disfrutando!

-Ooooooh, Alejandro, me siento como una perra, como una puta barata...

Aaaaaaaaaah, Dioooooos

Estabas tan cachondo que rápidamente acercaste tu polla a mi cara y te corriste sobre ella. En ese mismo momento, también el perro se debió de correr, pues gimió más fuerte que antes y enseguida se retiró y se bajó

de la cama. Me sentí muy avergonzada, como la más pequeña de las cucarachas. No podía mirarte a la cara. Sin embargo estaba todavía cachonda, así que empecé a lamerte la polla mojada de semen. No quería decírtelo, pero me sentía más tuya que nunca y no dejaba de pensar que eras mi amo. Jugué con el semen de mi cara por todo mi cuerpo y mirándote a los ojos con la esperanza de ponerte cachondo de nuevo...