Vanesa, la jardinera
No hay mejor forma de despertarse que con un asombroso 69 con una desconocida.
Vanesa, la jardinera
No suelo madrugar demasiado pero si hubiera sabido antes lo que me perdía, lo habría hecho más a menudo. Cierta mañana calurosa, el sol que entraba a través de la ventana no me dejaba dormir y, ciertamente, el trinar de los pájaros tampoco ayudaba. Estaba completamente desvelado y decidí abandonar la cama a pesar de ser las nueve de la mañana.
Me asomé a la ventana para ver si desde allí podía atinarle una pedrada a alguno de esos putos cantarines pero lo que vi fue alguno muy distinto. Arrodillada entre los rosales estaba una muchacha de tez morena y larga melena negra. Gotas de sudor perlaban su bonita cara mientras se afanaba en su trabajo. Vestía un mono verde de trabajo aunque la parte superior se la había quitado y le colgaba por la cintura. Arriba, un ajustado top negro arrejuntaba y elevaba sus pechos apetecibles.
No sé por qué, tal vez fuera una simple erección mañanera, pero lo cierto es que estaba visiblemente empalmado y ver aquel cuerpo tostado bajo los rayos de sol no era el mejor remedio para dejar de estarlo. La joven chica parecía bastante entregada en su trabajo. Pensé que quizá tuviera sed con tanto duro trabajo. Tomé una botella de agua fría de la nevera y bajé al jardín para ofrecérsela.
- Disculpa.
La morenita se volvió y me miró de arriba abajo, deteniéndose en ciertos lugares. Qué tonto por mi parte haberme olvidado de poner los pantalones.
- Oh, lo siento, no me di cuenta de que estaba semidesnudo. Perdón.
Es curioso, uno nunca sabe la ruin sarta de mentiras que su boca puede emitir hasta que lo hace.
- Pensé que quizá te apetecía tomar algo de agua para refrescarte.
La chica era muy maja, lo cual no significa, al menos en este caso, que fuera fea; era maja de verdad. Animosa y conversadora, con una sonrisa realmente encantadora y, por qué no decirlo, unas tetas que de cerca se veían mucho mejor que desde la ventana. Vanesa, que así dijo llamarse, era de familia gitana y estaba trabajando como jardinera gracias a un proyecto de inserción laboral. A pesar de fijar descaradamente mis ojos en el canalillo de su camiseta de tirantes, con tanta verborrea mi polla se había ido relajando. Tras unos diez minutos de conversación, noté que la gitanilla comenzaba a dar evasivas para continuar trabajando. Pensé que, dadas las circunstancias, no era momento de andarse con rodeos.
- Oye mira, llevo tiempo pensándolo y tengo que decírtelo. Me encantan tus tetas. Son fantásticas. No son de esas enormes que no caben en la mano pero...
Hice el gesto de acercar la mano con la palma bien abierta hacia su pecho.
- ... ya lo creo, son increíbles.
- Pero tú de qué vas?
Mierda. Al final iba a resultar que iba de dura. Las perspectivas de pegar un polvo mañanero se disolvían por momentos. Ataqué con fuerza.
- Venga, tía, no vayas ahora de inocente, que me he dado cuenta de las miraditas que le echabas a mi paquete.
Me llevé la mano al mismo como para reafirmar mi afirmación, aunque en parte también por si se le ocurría soltarme una patada en mis partes nobles, que las gitanas nunca se sabe por dónde te van a salir.
- Con que esas tenemos, eh?
Fue ver su sonrisa maliciosa y empalmarme de inmediato.
- Si tan increíbles crees que son, por qué no los tocas?
Y los toqué, vaya si los toqué. Vanesa debió sorprenderse de la velocidad con la que mis manos se adueñaron de sus pechos. La tela del top estaba húmeda por efecto del sudor y sus pezones se marcaban de forma visible, sobre todo después de estrujarlos fuertemente. La chiquilla no era manca tampoco y me sobaba continuamente todo el cuerpo, prestando especial atención al bulto que se formaba en mi ropa interior y a mi culo bien formado. Yo también estimé oportuno dedicarle algo de atención a su culito, hasta ese momento oculto bajo el mono de trabajo. Me deshice de él y vi que llevaba un ceñido culotte negro de lycra. Un pequeño tatuaje de un delfín se mostraba cerca de la goma del culotte, pero lo que realmente acaparó mi atenció fue la forma en que los labios del coño se le marcaban bajo la tela. Mis manos no pudieron esperar el momento de tocar aquellos caprichosos pliegues y a ello se dedicaron con presteza.
No recuerdo cómo ni en qué momento, pero cuando quise darme cuenta, ella estaba de espaldas sobre la tierra y yo encima de ella en posición contraria, mi verga en su boca y su coño en la mía. Creo oportuno describir aquella gruta húmeda pues realmente lo merece. Tenía unos labios gordezuelos y delicados, hinchados y rosados, a pesar de su piel oscura. Una pequeña matita cuidada de pelo coronaba la parte superior de aquel conejito sabroso, y digo sabroso porque estaba realmente rico. Siendo francos, corre cada guarra por ahí que más que conejo lleva un pescado muerto entre las patas. Sin embargo, este no era el caso, y aquel conejito despedía una suave fragancia embriagadora. Un clítoris inicialmente asustadizo pero que cuando vio que había fiesta se desmelenó y aparecía visible en primera línea, dispuesto a recibir caricias de quien fuera necesario.
Me enfrasqué en una larga comida de coño como hacía tiempo que no hacía. El fluir de líquidos vaginales era incesante pero también lo eran mis ganas de sorber aquellos mágicos caldos. Mis dedos separaban aquellos labios carnosos para una mejor maniobra de mi lengua juguetona. Cada cierto tiempo, esos mismos dedos se aventuraban en las profundidades de aquella oscura cavidad, arrancando algún que otro improvisado gemido de la dueña de tan expléndida raja.
A pesar de mi dedicación oral, era imposible pasar por alto el impecable trabajo que Vanesa estaba realizando con mis genitales. Mis huevos no habían recibido caricias y masajes similares en su vida y su lengua lamía curiosa cualquier rincón de mi polla venosa. La boca de aquella muchacha parecía no tener fondo, y frecuentes eran las penetraciones hasta lo más profundo de su garganta sin que siquiera se inmutase por ello. Sus manos, por otro lado, obraban milagros y cada centímetro de piel que tocaban se erizaba al instante por la excitación que ejercían.
Sucedió entonces uno de esas inusuales casualidades que suceden de tanto en cuanto, como un eclipse o un alineamiento de planetas. Nos corrimos a la vez. Haciendo honor a la verdad no fue exactamente a la vez. Yo sentía inminente mi orgasmo y me dediqué a trabajarle el coño con las mejores artimañas disponibles. Sus gemidos crecieron exponencialmente acercándose a la definición de grito indicándome el éxito que tenía mi labor. Cuando estos se hicieron más roncos y espaciados, señal del orgasmo de la gitanilla junto a las vibraciones de su vagina, me dejé llevar por el éxtasis y me vine por completo en su boca. Si el esperma era espeso o no es algo que nunca supe, pues nada salió de aquella boquita experta.
Nos fumamos un pitillo a medias, desnudos en el jardín a la sombra de un almendro, guardando silencio y recuperando la respiración. Nos despedimos sin demasiada efusividad. Ella regresó a sus tareas como jardinera y yo regresé a mi casa. Tras la espectacular mamada de aquella gitana algo guarrilla estaba verdaderamente agotado, de modo que opté por volver a la cama y dormir un par de horas más.