Vane sueña con que un viejo le azote el culo

Descubro los secretos de dos jovencitas: Bea es morbosa, le gusta sentirse deseada por desconocidos, y a Vane le encantaría que un hombre mayor le diera una azotaina en el culo. Me las apaño para cumplir las fantasías más oscuros de las dos chicas.

Todas las noches los jóvenes de la urbanización de la playa en la que resido en verano se sientan apoyados en la valla de mi jardín y hablan y hablan sin parar, también beben y fuman y retozan. Ellos no me ven pero yo desde el otro lado de la pared les escucho. Los voy conociendo al dedillo. Me interesan las chicas, ¿lo comprendéis, no? Hace dos noches había tres que no callaban, estaban solas. Confidencias de mujeres, pensé. No perdí ripio, siempre es bueno estar informado.

—La Bea es una sosa –decía una.

—Y una morbosa –le respondía otra.

Aguce el oído porque coincido con esa Bea todos los días en el gimnasio y el baño turco de un hotel de lujo al que acudo a diario. Ella también tiene un abono.

—¿Morbosa? –intervino una tercera.

—Sí, sí. Le pone que le den arrimones en los transportes públicos y que los tíos mayores le digan barbaridades.

—Eso te ha dicho.

—Te lo juro. Es una tía rarísima.

—Si luego es más callada y parada que una muerta, no la he visto ligar en mi vida.

—Ya te digo: una morbosa. Se come el coco, me juego lo que quieras que está todo el día pensando en pollas.

—Ja, ja, ja, que bruta eres, Marivi.

—Ni bruta ni nada. La que seguro que tiene una polla en la frente es la viuda alemana. No has visto que todas las tardes se va a las dunas paseando y se sienta allí a mirar. Yo ya no voy con Luisma porque me corta.

—A mí me da igual que mire lo que quiera.

—La pobre está necesitada. Esa pasa más hambre que ninguna, si debe llevar más de diez años sin catarlo.

—No como la Vane, que se ha follado a todos.

—Pero está frustrada.

—¿Frustrada?

—Ya te digo. Esa sí que es rara. A mí me cuenta sus fantasías y me deja a cuadros.

—¿Qué fantasías?

—Le va el spanking.

—¿Y eso qué es?

—Que le den azotes en el  culo.

—No me jodas.

—Dice que no parará hasta encontrar un padre de la urba que la azote, siempre que tenga una buena polla.

—Te toma el pelo. ¿Cómo va a querer montárselo con un viejo? Que le pida a uno de los chicos que la dé unos azotitos, jeje.

—No se fía de ellos, dice que son unos brutos y que no saben ni follar.

—Pues yo no me follo a un viejo ni aunque la tenga más gorda que un caballo.

Tomé nota mental de lo que decían. Un filón. Bea, la chica que va al gimnasio, es un yogurín, 19 años, rubita, un culito respingón y unas tetas pequeñitas. A mi edad, acabo de cumplir 57, me conformaba con mirarla. Me parecía inaccesible pero después de lo que he oído a estas chicas... Es bueno saber que le van los achuchones y que le digan barbaridades. Pues me va a oír. Se me ha puesto dura solo de pensarlo. Pero la que me pone a cien es la Vane. Menuda tía, la más buena de esa panda. Morena, alta (si debe medir 1,80), con medidas de modelo, unas tetas poderosas en punta y un culazo apretado. ¡Qué morbo darla una azotaina. Me he hecho una paja a su salud. Y si quiere una polla grande, la mía le vendría bien. Un pollón, os lo juro. La  viuda alemana es otro estilo, una madura jamona de cincuenta años con un culo gordo para hacer guarrerías.

Me marqué a Bea como primer objetivo. Al día siguiente de la charla de las chicas en la valla de mi chalé me la tropecé en el gimnasio a las nueve de la mañana, le sonreí de oreja a oreja. No me hizo ni puto caso. Me dio igual. No separé mis ojos de su chochete y sus muslos. Se dio cuenta. Ese era mi objetivo, que vea que me la como con la mirada. Cuando acabé en el gimnasio me fui al vestuario, me puse un bañador, tipo braguita, muy ajustado, elegido para que se me marcase el paquete. Me metí un rato en el spa y esperé. Al poco tiempo apareció Bea camino del baño turco. La seguí. Recé para que no hubiera nadie. A esa hora suele estar solitario. Bea llevaba un tanguita que dejaba al descubierto los cachetes de su culo. Entró al baño turco y yo detrás. Se colocó sentada en un banco y yo en uno enfrente a unos dos metros de distancia. “Uff, como me he levantado hoy”, dije en voz alta mientras me acomodaba la polla. Ella hizo como si me ignorase. No me importó. Tenía mi plan, puse la toalla en el suelo a sus pies y me tumbé de espaldas, después empecé a mover la cintura de arriba a abajo de forma que mi tienda de campaña resaltase más. Bea no perdía detalles de mis movimientos. Dejé que la puntita de la polla se saliese un poquito por fuera de mi pantalón. “¿Te gusta?”, le pregunte. No respondió pero no dejó de mirar. “Te la puedo restregar por donde más te guste”. “Déjeme en paz”. Se levantó, cogió su toalla e hizo ademán de salir, pero se quedó muy quieta delante de mí. Yo me acerqué por detrás. Puse la polla  contra su culito y se la restregué. Bajé de un tirón su tanguita y le coloqué la polla entre los carrillos de su culito. Delicioso. Ella, quieta, imperturbable, se dejaba hacer. La putada fue que escuché a alguien que se acercaba. Ella se separó y me dijo “hasta mañana”.

—Mañana más –le respondí antes de que saliese del baño turco—. Quiero meter mis dedos en tu chochito de putita.

Salió disparada y yo me quedé con cara de gilipollas. “Lo mismo esta tía se lo cuenta a su padre y encima me llevo un par de hostias”. Pero no se lo dijo. Me quedé salido como una mona y me puse a pensar en la Vane. Necesitaba su teléfono. Lo conseguí en el bar del pueblo en el que para esa pandilla de jovenzuelos. Le pedí su móvil a José Manuel, el chico que sirve las copas.

—Me he dejado el mío en casa y necesito hacer una llamada.

—No hay problemas, colega.

Diana. En su agenda estaban la Vane y su teléfono. Me lo aprendí. Cuando llegué a casa puse en práctica mi plan. Busqué un vídeo cortito de una sesión de spanking y se lo mandé por wasap desde un móvil que tengo para estas aventuras. Sólo le puse: “Se lo pasan bien, ¿eh, Vane?”. Yo también te tengo que dar un día de estos unos azotitos”. Me contestó inmediatamente:

—¿Quién eres?”—me preguntó.

—Pronto lo averiguarás. ¿Con qué prefieres los azotitos? ¿Con la mano, con una fusta, con la correa, con una raquetita? –volví a escribirle.

—Eres tonto –me puso.

Mi respuesta fue enviarle una foto de mi polla en erección.

—¿Y eso te gusta? –escribí.

—Bah. Te tiras en rollo. En internet hay muchas   como esa. Seguro que no es real.

—Te la puedo enseñar cuando quieras, jeje, si te portas bien.

—¿Cuántos años tienes? ¿Eres de la zona?

—57 años y todos los días se me pone dura cuando te veo en la playa.

—Demasiado mayor.

—Más experiencia. ¿Por dónde vas a andar esta noche? –le pregunté.

—Iremos al anochecer a la cabalgata de moros y cristianos y acabaremos por el chiringuito de la playa.

—Lo mismo nos vemos. Prepara el  culo que me voy a llevar la correa.

—Tú estás tonto.

Lo dejé ahí, pero al anochecer estaba ojo avizor en la cabalgata de moros y cristianos. Mucha gente, demasiada. Por la plaza no se podía ni andar. La pandilla de Bea y Vane estaba en los soportales. Cuando empezó el desfile estaban todos apelotonados. Me fui acercando a ellos. Bea me vio y se quedó mirándome muy fijamente. Pero no dijo nada. Había cinco o seis filas de personas apretujadas. Yo me fui situando cerca, muy cerca de Bea, soy un experto en colocarme bien –otro día os cuento mis aventuras en los transportes públicos—, conseguí ponerme a su lado. Detrás de mí, sólo la pared. Delante, Bea y una muralla de gente. Escuché a Vane que decía: “Esto es un rollo, no hay quien vea nada. Vámonos hacia la playa”. Los demás la siguieron. Yo susurrando le dije al oído a Bea: “Quédate aquí”. Entonces ella se dirigió a sus amigos: “Id vosotros que yo iré luego”. “¿Te van los moros o los  cristianos?”, bromeó un larguirucho. “Ahí te quedas, te esperamos en el chiringuito”, le dijo la que se llamaba Mariví.

Bea se quedó muy quieta, yo apoyé mi mano en su cintura. Llevaba puesto un vestido playero amarillo muy corto, de tirantes. Dejé caer mi mano por su culito, se lo acaricié por encima del vestido. Ella miraba hacia delante como si estuviera atenta al desfile de tíos vestidos de moros y cristianos. Puse mi dedo corazón en su rabadilla, al mismo tiempo que comencé a meter mis piernas entre las dos suyas, de forma que mi muslo rozase con el suyo y empezase a notar mi polla erecta. Metí mi mano por debajo de su falda y acaricié sus nalgas por encima de las braguitas. Puse mi polla en medio de su culete, pero la tenía dentro de mi pantalón. Estaba deseando sacarla pero allí no podía ser. Noté que ella también apretaba con su culo hacia atrás. Puse mis labios en su cuello, le lamí con la lengua. Le dije al oído muy bajito: “Ya verás cuando te meta la lengua en el culo, ¿alguien te ha comido el culo, putita?”. Se volvió para mirarme y yo metí la mano entre sus bragas y le acaricié la raja del culo, mi dedo corazón se posó en su ano. Noté que suspiraba. “No, no, aquí no puede ser”, me dijo muy bajito. Mi polla estaba a punto de reventar. “Sal de aquí y vete hacia las dunas, te voy a follar como no lo ha hecho nadie”. “Dame tus bragas, putita”. “Estás loco”. “Dámelas”. Se las quitó con mucho disimulo y yo las metí en la mochila que llevaba a la espalda. “Así me gusta más”, le dije mientras la acariciaba su chochito. “Estás húmeda, putita”. Se dio la vuelta y se restregó contra mí. “Vamos”, le dije. Emprendimos el camino hacia las dunas. Ella iba delante y yo la seguía a muy poca distancia. Yo estaba muy cachondo. Nos acomodamos en una zona solitaria. Saqué una toalla de mi mochila y la extendí en el suelo. Hice a Bea tumbarse de espaldas. La quité el vestido. Sólo llevaba un sujetador minúsculo. Le bese el cuello, fui lamiéndola lentamente mientras con las manos amasaba sus pequeñas tetas. Tenía los pezones duros. Quería ponerla a mil, cachonda perdida.

—Primero te voy a comer el culo, voy a pasar mi lengua por tu espalda hasta llegar a tu rabadilla. Te  voy a dar lametones en la raja del culo.

—Ay, ay, eres un guarro.

—Más de lo que te imaginas, putita.

Abrí los carrillos de su culito con mis manos, mis dedos hacían círculos en su ojete, muy suavemente.

—Primero te voy a meter la lengua y después la polla.

—Ay, ay, nadie me ha follado el culete.

Mi lengua saboreaba su culo, mi lengua hacía circulitos en su culito. La metía y la sacaba, la metía y la sacaba.

—Dime que eres una putita que está deseando que le coma el chocho.

—Sí, sí, por favor.

—Dímelo.

—Sí, sí, soy tu putita y quiero que me comas el chocho.

Estaba tumbado encima de ella con mi polla apuntando a su ano.

—Te la voy a meter un poquito por el culo, putita.

—Hazme lo que quieras.

Saqué un poco de vaselina que había traído para la ocasión y se la extendí con mi dedo.

—¿Qué es eso?

—Una cremita para que se entre más suavemente. Mientras le decía eso empecé a empujar  con mi polla. Primero un poquito, después más y más. La hice ponerse de lado, ya con la polla metida hasta la mitad por su ojete mientras con la mano le acariciaba los labios vaginales y el clítoris. Estaba húmeda y cada vez más excitada. Yo metía sacaba la polla en su culito, primero lentamente y luego con más rapidez. Ella cogía mis manos y se las apretaba contra su chumino.

—Ay, ay, me poner loca.

—¿Quieres que te chupe ese chochazo? –le pregunté mientras con mi polla le taladraba el culo. Ella estaba cachondísima y yo enloquecido.

Y entonces me lo dijo.

—Sí, sí, me encanta que me comas entera, pero antes lo que más me gustaría es que me restregases ese pollón que tienes por todo el chocho, pero sin metérmela. Siempre he tenido la fantasía de que alguien me masturbase con un pollón como el tuyo, los chicos se corren enseguido.

Me lo dijo con una voz entrecortada y jadeante, que tuvo la virtud de ponerme más cachondo todavía. Saqué la polla de su culo, la di la vuelta y la puse en su chumino, con la punta apretando su clítoris. Ella dobló las piernas para tener más contactos. Moví la polla de arriba abajo por toda su raja, la moví como si fuera mi dedo corazón.

—Ay, sigue, sigue así, me pones loca, ay, ay, me estoy corriendo como nunca.

Yo movía mi polla con la mano, la introducía un poquito en su vagina, la llevaba hasta el culo, volvía a subirla, golpeaba en el clítoris. Seguí y seguí hasta que casi se le salieron los ojos de las órbitas.

—Ahora métemela ya, hijo de puta, y córrete.

Se la metí de un empujón. Mi polla era un hierro ardiente que llegaba hasta sus entrañas, mi excitación era máxima, galopé y galopé como un semental. Fue un polvo brutal. Pero no quise correrme dentro. La saqué y la hice que me la chuparas.

—Quiero que te comas toda la leche.

—No, no, eso no me gusta.

La agarré del pelo y puse su boca en mi polla palpitante. Chupo y chupo. Fue una corrida descomunal. Grabé la chupada y el espectacular final con mi teléfono móvil.

—¿Para qué has hecho eso?

—Quiero que lo vea una chica para que sepa lo que la espera. Esta noche no he acabado.

Bea se vistió como pudo y salió disparada hacia su casa. No le devolví sus braguitas. Lo que hice fue enviar a Vane la grabación de la chupada.

—¿Tú lo haces mejor, putita? —le pregunté.

—Ya te gustaría a ti que te la chupase —me respondió.

—Y a ti tener en el chocho una polla  como esta.

—No está mal —reconoció.

—¿Estás en el chiringuito?

—Sí,  con unos amigos.

—Pasaré por allí.

—No creo que a ellos les guste.

No le respondí. Media hora después estaba en la barra del chiringuito. Vi a la Vane sentada en una mesa con dos jovencitos. Parecían colocados los tres. Me senté en la mesa de al lado y pedí un gin tonic, lo mismo que parecían beber ellos.

—Si queréis una copa, yo invito. Hoy tengo un buen día –les dije.

—Vale, colega, nosotros queremos una lo mismo –respondió uno de ellos—. Y siéntate  con nosotros si quieres.

Me coloqué al lado de la Vane. La tía llevaba un pantaloncito corto blanco muy apretada y un top verde. Resaltaban sus soberbias tetas. Estaba impresionante. ¡Qué piernas! Sus muslos prometían la gloria. Uno de los tíos parecía culturista, un tipo trabajado en el gimnasio, el otro era un chiquilicuatre.

—¿Estáis esperando a alguien? —les pregunté cuando acabamos los gin tonic.

—No, no.

—¿Y tú? —me dirigí a la Vane.

—No, iba a venir un tío pero no ha aparecido, creo.

—Entonces tomemos la última en mi barco.

—Sí, sí, vale. ¿Dónde lo tienes?

—Sólo tenemos que ir al puerto deportivo, un paseíto. Tengo ginebra, whisky, champán, lo que queráis.

La Vane se apuntó enseguida. El chiquiliquatre se descolgó. “Yo ya no puedo más”. El fortachón quería seguir bebiendo a mi costa. Nos pusimos en marcha hasta el puerto. La Vane iba delante, cantarina, trastabillando. “Está buena”, me dijo el culturista señalando a la chica. “Buenísima, un cañón de mujer”. “¿Cuál es tu barco?”, preguntó la Vane  cuando entrábamos al puerto. “Aquel, El golfo”. La Vane se adelantó dando una carrera. “Venga, venga”, nos gritaba. Entonces me volví hacia el macarra de gimnasio.

—Me tienes que hacer un favor, colega –le dije.

—¿Qué favor?

—Ves la salida del puerto, allí, al fondo, pues piérdete.

—¿Qué dices?

—Qué te pires tío. En el barco sólo hay  copas para dos, y no vamos a echar a la chica.

Me miro de arriba abajo como si me perdonase la vida.

—Esa tía es demasiado para ti, viejecito.

—Mañana te lo cuento, no te preocupes.

—Oye...

—Piérdete, colega, tengo la vez y el barco es mío.

Por un momento creí que me iba a dar dos hostias, pero en vez de hacerlo dio la vuelta y emprendió el camino de la salida. “Buen chico”, pensé. La Vane seguía gritando. “Venga, venga, pesados…”. Me miró sorprendida cuando la alcancé.

—¿Y Juanma? —me preguntó.

—Ah, se llama Juanma. Me dijo que le dolía la cabeza. No importa. Así te puedo enseñar una cosa.

—¿Qué cosa?

Me abrí el pantalón, saqué la polla y se la enseñé.

—¿No decías que no era real?

—¿Tú? Me lo estaba figurando.

—Vamos dentro, que estoy deseando azotar ese culazo de niña mala que tienes. La agarré de un brazo y la hice subir al barco.

—Pero no me hagas daño, por favor.

Entramos en el salón del barco, me senté en un sofá y le dije: “Ven”. Se acercó a mí como un corderito. La puse encima de mis rodillas con el culo en pompa, un culo capaz de enloquecer a cualquiera. Le bajé el pantalón, llevaba un tanguita verde como el top. Le di un cachete. “Plaff”. Y otro: “plaff, plaff”. Le bajé el tanguita. Su culo era un manjar para mí. Le empecé a dar cachetes rítmicamente. Primero muy despacito.

—Has sido una niña muy mala y te mereces un castigo –le decía mientras veía que sus nalgas se iban enrojeciendo.

Sus tetazas espectaculares descansaban sobre mi muslo. Mientras le daba los cachetes con la mano derecha, con la izquierda agarraba sus tetas. Tenía unos pezones grandes y firmes, que se endurecieron como una piedra. Ella temblaba, gemía, se puso a llorar. “Ay, ay, ay”, repetía.

—Dame más, dame más.

La hice tumbarse en el sofá, con las piernas muy abiertas. Estaba depilada. Su chocho estaba pidiendo cómeme. Saque la fusta que había metido en mi mochila y empecé a golpearla en las tetas, en la cintura, en el chochete. Muy suavemente. Aquello la volvía loca.

—Ay, ay, sigue, sigue, dame más.

—Toma polla, putita mala.

Me había colocado de pie en el extremo del sofá donde descansaba su cabeza. Puse la polla al lado de su boca.

—Seguro que te encanta chupar pollas.

Se metió toda la polla en la boca mientras yo le azotaba la espalda y el culete con la fusta. Estaba excitadísima y yo más todavía.

—Chúpame los huevos también.

—Sí, sí, lo que tu me digas.

Lamía mi polla con desesperación, glotonamente, me chupaba los huevos, me acariciaba el ano.

—Méteme la lengua en el culo –le dije mientras seguía dándole rítmicamente con la fusta. Toda su lengua resbalaba por mi ojete, luego seguía hasta los huevos, volvía a mi pene.

—Me encanta tu polla, ay, ay.

Se la metió toda en la boca, chupó con delectación y yo me corrí salvajemente. Mi semen resbalaba por sus labios y ella lo saboreaba.

—Ay, ay, tienes que follarme muchas veces con ese pollón, por favor, por favor.

Yo estaba rendido pero hacía muchos años que no tenía a mi disposición una tía como aquella, un pivón con pinta de actriz de cine. La hice tumbarse en el sofá y le acaricié las tetas. Sus pezones volvieron a responder. Me tiré sobre ellos. Aprisioné con mi boca esos pezones duros que me habían subyugado desde que los vi. Tenía unas aureolas grandes y oscuras. Le acaricié la punta de los pezones con mis dientes.

—Sí, sí, sí.

Gemía, lloraba, daba gritos histéricos. Le encantaba que mis dientes resbalaran por sus pezones, por sus tetazas. Seguí bajando. Mi lengua se deslizó como una serpiente hacia su ombligo. Tenía una cintura tersa, morena del sol de la playa. Ella empujaba mi cabeza hacia abajo. Y yo seguí la ruta que me indicaba. Mi lengua atravesó su monte de Venus, mientras mis dedos ya hurgaban en su vagina, toqueteaban su clítoris, abrían sus labios vaginales. Chorreaba flujos. Mi lengua incendiaba todas las partes de su cuerpo por la que bajaba. Me detuve en su clítoris. Le di unos lametones al mismo tiempo que mi dedo entraba y salía en su vagina. Primero uno, después dos, después tres. Era un coño impresionante. Agarré entre mis labios su clítoris, mientras la seguía follando con los dedos.

—Ay, ay, ay, por favor, por favor, me voy a correr como una loca.

Repasé con mi lengua sus labios vaginales, ahora metía mi dedo corazón en su culo. Ella se retorcía como una serpiente. Lloraba desesperadamente.

—Dime que quieres que te folle.

—Sí, sí, quiero que me folles, quiero que me metas esa polla, por favor, métemela, métemela.

Yo seguía chupando su coño. Quería llevarla al colmo de la excitación, a los límites del éxtasis. Cuando creí haberlo conseguido, coloqué mi polla sobre su chumino, puse mi glande en la entrada de su vagina para que notase toda su dureza.

—Ayyyyyy, ayyyyy, ayyyyy, sigue, sigue…

Empujé con mis caderas y con todas mis fuerzas, empujé y empujé con el máximo deseo, como si se fuera a acabar el mundo. Sus gritos me excitaban más y más. Su llanto me inflamaba. Mi polla tenía vida propia. Entraba hasta el fondo, percutía como un émbolo incansable. Cuando me corrí fue como un estallido. Vane me dijo después que le pareció ver estrellitas en el techo y como si sonaran miles de campanitas. Yo me quedé seco y ella muy quieta, apretujada en el sofá. Permanecimos como muertos varias horas. Por la mañana ella se levantó cantarina y se despidió con un beso en la polla.

—Esta noche repetimos –le dije.

—Lo estoy deseando.

—Pero vamos a invitar a nuestra fiesta a la viuda alemana que vive en la urba.

—Tú estás loco.

—Nos la vamos a follar los dos, Vane.

Y lo hicimos. Pero esa es otra historia. Ya os la contaré otro día. Admito opiniones y sugerencias. ¿Habéis estado alguna vez con una mujer que le gusta que le azoten el culo?