Vampiro: El encuentro de Ariadna

Ariadna, una campesina con poco conocimiento del caos de las ciudades del nuevo mundo tras la pandemia, se encuentra con un agresor que le mostrará centímetro a centímetro un poco de ese mundo.

Desde ese momento nada volvió a ser igual.

Ariadna tenía conocimiento de la existencia de esos seres pero no esperaba encontrarlos. Ni siquiera esperaba que le hicieran lo que le estaban haciendo.

Su agresor la sujetó de la coronilla y le aplastó la cara contra el suelo posiblemente quebrando su mandíbula. Sus rizos castaños se desparramaron sobre toda su cara y entre los yuyales de los campos sembrados cercanos al poblado. Su cuerpo delgado y firme se dejó caer, rendida sobre el suelo. El malviviente la desvistió rompiendo su vestido humilde y rústico en el proceso.

Eran parte de la plaga. Eran aquellos seres aberrantes que habían aparecido con la pandemia. Tan subestimados en un principio, socialmente aceptados cuando comenzaron a ser multitud y ahora repudiados por sus innumerables crímenes contra la humanidad.

Ella intentó observar lo que haría su agresor pero no podía, su cabeza estaba inmovilizada. Sintió la mano libre del sujeto acariciarla con rudeza y toqueteando su vagina y su trasero. Entre todas las cosas que pensó que podrían hacerle si alguna vez tenía la mala suerte de toparse con alguno esa era una que no se le había ocurrido.

Entonces sucedió. Sintió el duro trozo de carne de la bestia forzando su orificio anal y ella con mucho dolor y lágrimas en los ojos tuvo que ceder a la presión y dejarlo entrar para no ser destrozada. Él metió su miembro duro en su ano y poco a poco fue empujando más fuerte para llenarla lo más posible. Ariadna sufría tanto dolor por todas partes de su cuerpo como nunca lo había sentido y ella era una mujer fuerte.

Era joven pero ruda pues se había criado en el campo ayudando a sus padres con el arado y el ordeñe. A costa de vivir en el campo, alejada incluso del pequeño pueblo al que había ido de visita a comprar especias, se convirtió en una chica un poco ingenua, ignorante de los peligros de las grandes ciudades y más de esos extraños sujetos que ahora las dominaban.

—¡AAAAAH! —logró gritar con voz seca y rota cuando sintió una enorme cantidad de centímetros entrar de golpe en su ano y los muslos de su acosador chocando contra sus duras nalgas. Él, al parecer excitado por el grito, empezó a moverse con más velocidad dentro de ella y trató de ir más profundo pero no podía.

¡Iba a matarla! La traspasaría, rompería sus intestinos y dejaría sus entrañas hechas un desastre, sus padres tendrían que encontrarse con su cadáver destruido y humillado como el de un animalito indefenso que se alejó de la manada.

—¡DETENTE! Haz lo que tengas que hacer pero no vayas tan al fondo, por favor, voy a desmayarme de dolor, voy a morir, te lo ruego.

Tragó en seco al oír su voz suplicante, rasposa y balbuceante. Quizá era la primera vez en su vida que rogaba algo.

El vampiro se detuvo un instante. Era un vampiro después de todo. Al menos ellos se habían autodenominado así luego de la pandemia. La sociedad humana no les puso un nombre, eran humanos enfermos aunque luego ellos mismos quisieron adoptar otra raza, ser diferentes, alejarse de la humanidad. Llamarse vampiros les pareció una agradable y aterradora idea.

Lo peor fue el momento en que la enfermedad empezó a convertirlos. Contagiarse era muy difícil y una vez contagiado sobrevivir era aún más difícil por eso en un principio no se le dio mucha importancia al tema. Luego, al ver que el virus se extendía, que cada vez había más se los empezó a estudiar y a integrar, parecía un nuevo paso hacia la evolución, eran humanos después de todo, humanos inmunes a cualquier otra enfermedad, incluso a la obesidad y a la depresión. Llegó un momento donde la sociedad de vampiros determinó que eran superiores a los humanos. Y, desde un punto de vista muy razonable, tenían razón.

El vampiro volvió a embestirla. Seguía dándole con mucha fuerza por atrás y sus uñas se clavaban en la cintura pálida de Ariadna que temblaba de dolor y lloraba como nunca había llorado. Sus tetas de gran tamaño estaban hinchadas y también dolían cuando se aplastaban contra el suelo por las penetraciones del sujeto. Su vagina estaba caliente, goteaba fluido y además podía percibir fluidos aceitosos y venenosos del vampiro.

No supo bien el tiempo que pasó ahí tirada sintiendo como le destrozaba el culo ese tipo pero se dio cuenta en un momento que se había relajado y acostumbrado. Le dolía, le ardía mucho, quería que terminara ese sufrimiento pero también tenía unas intensas ganas de explotar en un orgasmo. Cada vez que la verga del vampiro penetraba raspando con fuerza la pared inferior de su ano su vagina se relamía y soltaba chorritos de jugos en respuesta como un mensaje que indicaba que allí también podría meterse.

El vampiro le soltó la cabeza y uso sus dos manos para sostenerle las nalgas. Ella, un poco más libre hizo lo que puso por girar la cabeza y ver el estado en que estaba su cuerpo. El vampiro era enorme, tenía unos dos metros y parecía estar hecho de carne de acero. Veía sus abdominales hinchados ir y venir mientras le metía su tieso trozo en el culo. Sus ojos rojos, sus dientes afilados y su sonrisa enloquecida le revolvieron la mente. Sintió más ganas de acabar y trató de cerrar los ojos para evitar presenciar su propia humillación.

—¡Ah, ah, ah! Mmm, jum, jum, oh, oh —se sorprendió a si misma con gemidos y jadeos. No estaba segura si eran gritos convertidos en eso por el cansancio o si era su vagina expresándose a través de su boca.

En un momento sintió que el vampiro enloquecía. Empezó a moverse como un potro salvaje metiendo y sacando su verga de su culo sin cuidado, dándole hasta lo más profundo de su recto.

—¡Basta, basta, me duele, ayyyyy! ¡Me estás rompiendo, me lastimas!

Y entonces lo sintió. El sujeto le vertió todo el contenido de sus bolas dentro. Era un líquido caliente y sintió mucho. Sintió como si de pronto tuviera diarrea pero no pudiera expulsarla porque tenía un enorme tapón en el ano. Empezó a arder.

La ponzoña que salía del miembro de un vampiro era una de las formas de contagio. Si se lo bebía instantáneamente quedaría contagiada y sería un vampiro o moriría en pocas horas. Dentro de su culo había menos probabilidades de que se contagiara pero ese líquido era tóxico y la estaba lastimando por sobre las heridas que ya había sufrido. Él la dejó caer, sacó su gran pene de dentro de ella y se incorporó. Dio unos pasos y la levantó del cuello con una mano sin esfuerzo. Tenía un increíble poder.

—¿Te mato aquí o dejo que lo haga mi semen?

Ariadna era un revoltijo de basura que daría pena a cualquier que la viera. Estaba llena de barro, raspada por cada rincón de su cuerpo, el rostro lleno de sangre y pelos enredados y del culo le goteaba un espeso semen celeste…

—Tu… tu débil semen no va a matarme —le dijo desafiante con el ánimo que le quedaba. Esperaba que él la matara en ese momento de cualquier forma.

Pero no fue así. El vampiro esbozó una media sonrisa, la cargó sobre uno de sus hombros y echó a andar. Era rápido, firme y vestía con elegantes pieles de zorro.

Como sea no importaba quién fuera él. Ariadna vio pasar el camino mientras colgaba inerte del hombro del vampiro y trató de al menos imaginar quién era ella ahora. Nunca más sería la misma.