Vampiro: Ariadna y Radavic
Su secuestrador la lleva a un bosque. Ariadna se preguntaba con impaciencia si volvería a abusar de ella tan brutalmente como lo había hecho el día que lo conoció.
El viaje de Ariadna fue caótico en su mente. El semen frío y viscoso de su captor se había mezclado con su sangre y eso debió traerle alguna especie de enfermedad. Estuvo muy caliento los días siguientes, mareos y vómitos. A pesar de su maltrato inicial, el vampiro se mostró muy paciente y cordial con ella en el viaje, haciendo pausas para que ella pudiera hacer sus necesidades y retorcerse un rato de dolor si era necesario. Él no habló en ningún momento, sólo dijo su nombre, Radavic. En el viaje no volvió a violarla, se lo veía totalmente distinto al primer encuentro, mucho más calmado y elegante.
Era alto y morocho, con algunas canas brillantes. Su piel parecía de porcelana, blanca y lisa, como si estuviera enfermo pero maquillado para ocultar cualquier tipo de arruga y ojeras. Llevaba esas ropas de pieles que no permitían ver demasiado de su cuerpo pero Ariadna lo recordaba bastante del momento en que la había tomado. Era atlético y fornido.
Ella no sabía dónde la llevaba pero se sorprendió al encontrarse tan poco preocupada. Sobre todo poco preocupada por sus padres que no debían saber nada de ella y seguramente estarían buscándola desesperados. Temía estar convirtiéndose en uno de esos seres aunque no notaba muchos cambios más que el malestar y la falta de preocupaciones que bien podría ser por la situación traumática que había vivido.
A paso firme Radavic había caminado incansable llevándola en su hombro sin parar quizá por unos dos o tres días hasta que el clima cambió a un frío más punzante. El campo de sus padres no era un lugar cálido en realidad pero tenía temperaturas estables que ayudaban mucho a los cultivos. En esa zona donde estaban el viento soplaba fuerte y de momentos se le calaban los huesos a uno.
En medio de una zona boscosa, el vampiro la arrojó al suelo un rato. Ella vomitó y escupió por un rato un poco de líquido, después de todo no había comido nada. Él le trajo un cuenco de madera con agua y ella bebía estaba fría y deliciosa, debía haber montañas cerca. Se acurrucó un momento en el suelo pensativa mientras trataba de conectar y acostumbrarse a su nuevo yo.
Sintió que Radavic se sentaba a su lado. El sujeto no transmitía ningún tipo de calor pero emanaba una intensa aura de poder que ella sentía. Su entrepierna se mojaba de sólo tenerlo cerca. Se mordió el labio de impotencia, ella no quería estar sintiendo eso, pero realmente estaba excitada y tenía muchas ganas. Su frustración le llenó los ojos de lágrimas, después de todo era muy joven y tenía poca experiencia sexual, en el campo no había conocido más que algunos jóvenes en la ciudad con los que había tenido un trato lejano y algún tambero un poco mayor que se le había ido la mano acariciándola cuando su padre la presentaba como su pequeña y fuerte niña. Radavic era lo más parecido a una relación que había tenido y se sintió estúpida al darse cuenta de eso.
Él la sujetó con fuerza de la cadera y todos los sentidos de ella se pusieron alertas. Por un momento volvió a sentir miedo, todavía le dolía y no quería hacerlo. Temía no soportarlo, recordó como él le había demolido las entrañas con la fuerza de un toro y su vagina ya era un desastre de fluidos. Los recuerdos dolían pero excitaban mucho, sus tetas se pusieron rígidas. Radavic le quitó la mano de encima. Las pulsaciones de ella bajaron pero se sintió extrañamente frustrada.
El silencio reinó por un rato. Sólo se podía escuchar el pie de Radavic raspando el suelo con monotonía.
—¿No piensas decir nada en ningún momento? —habló Ariadna. Su voz era patética. Se le notaba que tenía frío, que estaba cansada y encima excitada.
Él no contestó ni pareció reaccionar a sus palabras. Ella, luego de esperar alguna respuesta por un momento volvió a meterse en sus pensamientos.
Algunos minutos después él se levantó. Ella no se movió. El vampiro pasó una pierna por encima de ella, quedando a ahorcajadas sobre su cuerpo. Ariadna se inclinó levemente para ver sus ojos rojos. Radavic desabrochó con algo de ligereza su cinturón y ella, con algo de curiosidad, se incorporó un poco.
La verga del vampiro se desenvolvió de sus prendas cuando estas cayeron. La chica tragó en seco cuando vio el miembro. El miedo la volvió a invadir pero no pudo dejar de mirarlo. En ese momento no parecía tan poderoso pero sin duda Radavic debía estar orgulloso de su pene porque no era para nada pequeño. En realidad cualquier hombre lo estaría pero Ariadna dudaba que el vampiro fuera a sentir algo así como orgullo.
Él no dijo nada. Se inclinó un poco para tomarla de la cabellera y acercarle la cabeza a su verga. La cara y los labios gruesos de Ariadna rozaron la piel fría del agresor. Sintió palpitar el miembro en su mejilla. A pesar de lo que parecía, ese sujeto tenía sangre en el cuerpo. Le presionó la carretilla y ella recordó que le dolía muchísimo por la brutalidad del primer encuentro. Abrió la boca sin titubear y el vampiro se la metió adentro.
Ella la saboreó y agradeció tener la boca aún lubricada por sus vómitos y el agua. La verga de sujeto empezó a hincharse dentro de su boca. Ariadna empezó a comerla como un caramelo y sus labios vaginales se relamieron. Se acomodó un poco mejor y sintió los empujones fuertes de Radavic. Le empujaba la nuca y también meneaba su cadera por lo que el pene terminaba tocándole la campanilla pero no le importaba. Chupársela le gustaba demasiado.
Ariadna balbuceó mientras la verga entraba y salía de su boca con fuerza, partiéndole los labios y haciéndole doler aún más la mandíbula. Él no emitió sonido, salvo algún gruñido de vez en cuando en los momentos en que los dientes de ella mordían sin querer. Radavic sentía dolor también.
Se sorprendió a si misma sosteniéndose las tetas con su brazo izquierdo. Parecían pesar una tonelada, estaban demasiado hinchadas. Nunca en su vida había estado tan excitada.
Él se aburrió de la felación y la empujó. Desanudó un poco los ropajes rotosos que le habían quedado a la chica y que la protegían del frío. Ella estaba recostada contra el suelo, con la mitad de su tronco contra un árbol. Su vagina sintió el aire frío del exterior pero estaba más caliente que nunca. Ella abrió un poco las piernas mostrándole a él su sexo. Estaba dispuesta a que la tomara en ese momento, mucho más preparada que la última vez.
Sin embargo, él con brutalidad levantó una de sus piernas con una mano y empuñó su miembro hacia su ano otra vez buscando enterrársela ahí dentro.
—¡No, no, no, no! —rogó ella volviendo a recordar su interior revuelto de semen e intestinos lastimados.
A él no le importaron sus negativas. Empujó su verga como una espada y ella tuvo que dejarlo entrar de nuevo. Llevó sus dos manos a su vagina y al abdomen de él con desesperación para frenarlo todo lo posible.
—¡No me lo hagas por ahí, por favor, me duele mucho, todavía no me he curado! ¡Ay!
Los ojos se le llenaron de lágrimas otra vez cuando sintió cada centímetro de verga entrar dentro de su culo. Se refregó la vagina con los dedos de la mano derecha porque a pesar del dolor, su vulva le exigía satisfacción y ya no podía aguantarlo. Otra vez la incómoda y extraña sensación de dolor y placer la llenaron. Se había masturbado un millón de veces pero eso era algo totalmente distinto, explotaría en orgasmos por todo el día si él le daba tiempo.
Él empezó a serruchar su interior y ella se retorció de dolor. Mordiéndose el labio se inclinó todo lo que pudo hasta sujetar con su mano derecha el pene del vampiro.
—¡Basta! ¡Métemela por el coño! Métela toda ahí dentro y dame con esa fuerza bruta que tienes. ¿A ti qué diferencia te hace?
Se sorprendió al darse cuenta del nuevo tono de su voz. Autoritario pero desesperado. Realmente quería que la tomara, su orgasmo llegaría de cualquier manera, pero quería sentirlo dentro de su vagina. Quería ese semen ácido ahí para que el dolor le apagara el fuego que tenía en su útero.
Él le apretó la muñeca con una gran fuerza y ella a regañadientes tuvo que retirarse. No dejó de embestirla lentamente por el ano. Ariadna lloriqueó con un berrinche pero su mano lentamente volvió a frotar su clítoris con necesidad.
Radavic aceleró el ritmo de sus penetraciones buscando terminar pero sintió que algo lo detenía de nuevo. La mano flaca y áspera de Ariadna lo sostenía de la base del miembro, haciendo mucha fuerza para tratar de frenarlo. Cuando él hizo retroceder un poco su cadera ella hizo palanca para sacarse la verga del culo. Por un momento la chica se enfureció, como si perder la conexión le hubiera molestado pero luego se concentró en tratar de embocarla en su vulva.
—Deja eso, si te lo meto ahí te van a matar. Y a mí también —gruñó Radavic con la voz rasposa. Se notaba que lo deseaba pero algo mucho más fuerte lo detenía.
Ella se detuvo con algo de temor y lo miró a los ojos. Eran profundos, rojos y la destrozaban. La convertían en una potra en celo allí mismo. Vio temor en sus ojos también y se estremeció. Con calma cerró los ojos y deslizó la firme tranca de su amante sobre su clítoris. El camino de fluidos hizo patinar la verga hacia su coño. Radavic estaba parado, medio a ahorcajadas, con su pecho fornido detrás de las pieles inflándose por la respiración. Ariadna estaba en una incómoda posición, con su cabeza en vertical apoyada sobre el tronco del árbol, su espalda horizontal sobre la gravilla y su cadera en alto, sostenida por sus piernas sobre los muslos de él. Lentamente, el miembro empezó a abrirse paso entre las paredes vaginales. Él cerró sus ojos también y los dos pudieron disfrutar de intenso enganche cuan todo el tronco peneano llegó a estar oculto en el generoso coño de ella. Los dos exhalaron un débil y coordinado suspiro de relajación.
No dijeron más palabras que esas. Ella relajó su cadera pero aferró sus piernas a la cintura de él. Radavic soltó la espalda de la chica y las apoyó en el suelo. La embistió con mucha fuerza hasta derribarla por completo y ambos quedaron tirados en el suelo. Los fluidos de Ariadna reventaban como globos cuando la verga del vampiro la llenaba por completo y su cabeza naufragaba en placer. Lo abrazó del cuello y le hundió los dedos en la nuca para no dejarlo ir. Él levantó y bajó su cadera mientras aplastaba las tetas de la chica con su duro pecho y acariciaba sus nalgas que se sacudían en el aire.
La chica perdió la noción de la cantidad de orgasmos que le detonaron al mismo tiempo con una intensidad como nunca los había sentido. La invadieron minutos completos de un placer flotante que la depositó en el cielo mientras su intimidad era bombeada sin parar. El maldito era demasiado bueno y ella estaba condenada a disfrutarlo y no olvidar esa sensación nunca jamás en su vida.
En todo ese tiempo ella no abrió los ojos pero lo hizo en cuanto sintió que él aceleraba sus embates a una velocidad vertiginosa que le arrancó grititos de placer. Queria verle la cara, quería verlo acabar como aquella vez pero esta vez lo tendría de frente. Él empezó a jadear muy intensamente y cuando quiso enterrar su cara entre las tetas de ella para dejar ir sus últimas embestidas la chica le detuvo la cara. Se miraron mientras él siguió, dándole el glorioso regalo de unas retorcidas estocadas más. La cara de Radavic se frunció y ella sintió que se derramaba en su útero. La sensación fue cálida, húmeda y dolorosa. De repente gimió de horror al darse cuenta que algo estaba terriblemente mal en su interior y quiso gritar. Él, con mucho instinto, la detuvo. Le aplastó la boca con una enorme palma y luego la retiró lentamente para besarla mientras ella sufría un intenso dolor en su vientre.
Siguieron conectados y él la besó. No era el mejor besador, se notaba que no lo hacía a menudo, pero ella se lo agradeció a pesar de que la estaba pasando muy mal. Se preguntó una y otra vez por qué lo había deseado tanto, por qué tuvo la tonta idea de dejarlo entrar en su vagina para que la destrozara al igual que su trasero. Lentamente Radavic se retiró y la chica sintió como su cuerpo se revolvía tratando de expulsar el malicioso líquido fuera.
Entonces todo cambió. La cara de Radavic dejó de ser serena y placentera para pasar a deformarse por el odio. La sostuvo con una poderosa mano izquierda por el cuello hasta hacerle difícil la tarea de respirar.
—¡No quiero que digas nada de esto jamás! ¡Y no vuelvas a hablar por el resto del viaje! Límpiate y arrópate que aún nos falta mucho.
Ella intentó procesar lo que él le había dicho. Se llevó las manos a la cara con serias intensiones de llorar pero se contuvo. Había quedado marcada para siempre, nunca olvidaría eso y se arrepentía, no sabía por qué motivo, pero nunca en su vida había estado tan arrepentida de algo.